CAPÍTULO VEINTIDOS
GOLPEO la puerta de la cabaña con los nudillos con bastante fuerza. Dentro de la cabaña se escucha un ruido, y unos pasos se acercan hacia la puerta. De inmediato, ésta se abre y aparece un hombre de estatura mediana, pelo cobrizo y ojos grisáceos.
—Ya me dijo el inspector que no tardaría más de dos minutos en aparecer—me saluda el escritor.
Me tiende una mano que yo estrecho sin dudar.
—Me llamo Julio Mendoza, encantado de conocerla.
—Hola Julio. Soy Sara Santa, la hermana de Érika, aunque eso, obviamente, ya lo sabes. Estoy aquí para pedirte dos cosas—le explico, sin vacilar.
Él hombre sonríe, y sus ojos azules se entornan para estudiarme con aquella discreta curiosidad que suelen sentir los escritores por todo lo que les rodea. Era un hombre de unos cuarenta y cinco años y aspecto agradable. El tipo de hombre en el que su atractivo reside más en el intelectualismo que desprende que en su propio físico.
—Me encantan las mujeres directas—comenta encantado. Se aparta a un lado para que yo pase—por favor, entra. No te quedes ahí.
Yo entro a la cabaña de piedra. A diferencia de la que es mi residencia temporal en aquel momento, llena de muebles rústicos y que no pegan entre sí; aquella está decorada en un estilo minimalista y moderno que contrasta con la rusticidad de la piedra blanca y los muebles en líneas simples y modernas. No me extraña que se traten de muebles caros y exclusivos puesto que sé que Julio Mendoza es un hombre que vive acomodadamente gracias al éxito de sus libros.
—Quiero saber qué relación tenía mi hermana contigo y hasta qué punto os llevó vuestra investigación. También me interesa el puesto de redactor que ofreces en el periódico, aunque eso, claro, lo dejo a tu elección.
Él hombre enarca una ceja.
—Así que no tengo elección respecto a revelarte o no lo que sé—medita en voz alta, aún sabiendo que mi amenaza no está fundada en motivos reales.
—Así es—explico, segura de mí misma.
—Le conté varias cosas al policía, pero no fui totalmente sincero con él. Aunque quizás contigo...creo que haré una excepción. No me malinterprete—me explica, adivinando mis pensamientos—a su hermana apenas la conocía, y aún así, lamento su pérdida. Nadie se tomaría la molestia de descubrir lo que fue de una chica desaparecida sin apenas amigos. Ni si quiera yo, de no ser porque puedo sacar tajada de ello para una historia de uno de mis libros.
La sinceridad de aquel hombre me perturba, y aún así, sigo escuchando.
—Su hermana y yo apenas teníamos relación, lo crea o no. Y eso que durante dos semanas pasamos la mayor parte del tiempo juntos. Pero lo único que nos unía era la investigación, y ninguno de los dos sentíamos demasiado interés el uno por el otro.
—Le agradezco su sinceridad—respondo en tono agrio—si no le importa, vaya al grano.
El hombre no parece afectado por mi comentario, y prosigue como si nada.
—Conocí a su hermana hará un mes. Tengo una pequeña embarcación con la que salgo a pescar todos los días al lago. Uno de ellos la vi en la cabaña, y entablé conversación con ella. No parecía estar muy interesada en lo que yo tenía que contarle, pero cuando mencioné que era escritor de misterio y basaba mis novelas en casos reales, Érika se emocionó. Me dijo que había descubierto algo que podría interesarme, pero que sólo lo compartiría conmigo si la ayudaba en su investigación y no iba a la policía. Evidentemente acepté. En todos los casos que he resuelto, nunca he colaborado con la policía ni ellos conmigo. Como comprenderá, si quieres tener éxito en tus libros debes ser el primero en desvelar la verdad. Así que me contó lo que sabía y yo, en efecto, me emocioné, ¿La posibilidad de que el centro del famoso Héctor Brown fuera una tapadera para sus escarceos sexuales? Aquello era una joya. Sabía que tenía algo gordo entre las manos y no iba a desaprovecharlo.
Yo no voy a hacer alusión alguna a la falta de escrúpulos de aquel escritor hasta que conozca todo lo que éste tiene que contarme.
—¿Qué pruebas tienen contra Héctor?
Julio Mendoza se echa en su sofá, satisfecho de haber captado mi atención. Estira los brazos, entrecruza los dedos de las manos y se prepara para contarme lo que sabe.
—Sólo una. Aunque su hermana parecía muy segura de que él tenía algo que ver. Por lo visto, la tal Claudia fue amiga de su hermana cuando ella salía con el narcotraficante. Al parecer, el marido de Claudia era un tipo importante, un ejecutivo americano bastante adinerado adicto a la heroína. Estaba mezclado en negocios turbulentos además de los suyos propios. Y con el tema de la droga, no tardó en frecuentar al marido de Érika. Claudia y su hermana tenían mucho en común. Dos maridos que las golpeaban y que eran adictos a la droga. Ellas, por el contrario, los aborrecían y sólo buscaban una manera de escapar de aquello. Claudia fue la primera en desaparecer. Un día llamó a Erika y le dijo que se fuera al centro y que juntas iniciaran una nueva vida. Erika estuvo de acuerdo y viajó hacia este pueblo, pero un día antes de llegar Erika, Claudia desapareció, para su sorpresa sin dejar rastro. Se había marchado del centro, y allí todos decían que había sido por voluntad propia. Su hermana no lo creyó. Aquella era su mejor amiga y sabía que no la había abandonado —él escritor hace una pausa para tomar aire y prosigue—aquí viene lo realmente interesante. Me has preguntado qué pruebas tengo contra el señor Brown, pues bien, siéntate en la silla y no te caigas. Al parecer, el marido de Claudia, el tipo americano, era el mejor amigo de Héctor Brown.
—No...—digo, horrorizada.
—Sí—responde él—hay numerosas imágenes de ellos dos juntos en todas partes. Sólo tienes que buscar Héctor Brown y te saldrán mil fotos rodeado de chicas hermosas y su gran amigo, el señor Michael Smith.
“Michael Smith” el nombre quedó grabado en mi mente.
—Y ahora, viene mi suposición. Héctor Brown descubrió a Claudia, la mujer de su amigo. La chantajea para que mantengan relaciones sexuales a cambio de no revelar a su marido su paradero y ella acepta. Un día, cansada de aquella relación, Claudia decide poner punto y final. Héctor viaja a España y la hace desaparecer. Su hermana llega al centro un día después, y se encuentra con que Claudia ha desaparecido. Así que se pone a investigar y...es asesinada.
—Mi hermana empezó a salir con un hombre. Usted debe saber quién era. Él es el asesino.
Julio niega.
—Por motivos de trabajo estuve fuera unos días. Cuando regresé, su hermana habló conmigo por teléfono y me dijo que estaba saliendo con el mismo tipo que había estado con Claudia. Se negó a darme el nombre hasta que nos viéramos en persona. Cuando volví ya estaba muerta.
Demasiada información que procesar para mi cerebro, ¿Héctor chantajeando a una chica? No me cuadra. Aquel no es el hombre con el que yo he estado hace un par de horas, y sin embargo, dudo...
—Yo...no creo que él tenga nada que ver en esto.
—La he visto, Sara. Los he visto a los dos, esta tarde en el coche. Iba a acercarme a hablar con usted pero allí estaba el policía, y yo no había sido del todo sincero con el respecto al marido de Claudia. Sé que la policía no puede hacer nada contra Héctor Brown porque no hay suficientes pruebas, así que decidí tomarme la justicia por mi cuenta.
—Querrá decir el éxito—puntualizo.
Julio sonríe.
—Para mí es lo mismo. Y tú buscas la verdad. ¿Hasta dónde estás dispuesta a llegar para descubrirla?
Tiemblo
—¿A qué te refieres?
Julio Mendoza se levanta, va hacia un mueble cercano y abre un cajón. En él hay una carpeta en color rojo que abre y de la que extrae tres fotografías. Me las muestra. Una de ellas es Claudia, una chica morena y voluptuosa. Otra de ella es Erika, una chica morena y voluptuosa. La segunda soy yo, en el coche junto a Héctor. Nos estamos besando. Él está besándome. Besando a una chica morena y voluptuosa.
—Necesitas un empleo, estás contratada. Serás mi nueva reportera de investigación.
—¿Qué clase de investigación?
—La del asesinato de tu hermana y la misteriosa desaparición de Claudia. Tú quieres la verdad, yo quiero escribir mi libro. Tienes a Héctor Brown comiendo de la palma de tu mano, he visto como te miraba en el coche. Así que tú, y sólo tú, puedes acercarte a él.
Me voy hacia la puerta echa una furia.
—Mire, no sé con qué clase de mujer se cree que está hablando, pero desde luego, yo no soy así.
Julio no se mueve de su asiento. Yo sigo con el puño sobre el pomo de la puerta.
—Piénsalo, Sara. Yo ya te he contado todo lo que se. Tú puedes descubrir la verdad. Seduce a Héctor Brown, pégate a él y sonsácale todo lo que puedas. Descubre todos sus secretos, si lo haces, tendrás lo que quieres, al asesino de tu hermana.
Agarro el pomo y comienzo a girarlo, dispuesta a salir de aquí cuanto antes.
—Piénsalo.
Llego a la cabaña hecha una furia. Lo que aquel hombre me pide es inaudito. Yo no puedo seducir a un hombre en el que no confío para descubrir la verdad acerca del asesino de mi hermana. Paso hacia el cuarto de baño e instintivamente le echo una mirada hacia la urna.
Allí está Erika. Todavía no se ha ido, y no lo hará hasta que yo haya hecho justicia.
Mi teléfono móvil vibra, y la pantalla se ilumina. Es un mensaje de texto de Héctor.
“Acabo de llegar a NY. Te echo de menos. Cuento los minutos que quedan para verte”
Apago el móvil y lo tiro sobre el sofá.
No quiero pensar, solo quiero dormirme y que cuando despierte todo haya sido una pesadilla. Aquel hombre me gusta como ningún otro lo ha hecho antes.
¿Por qué tiene que ser él?
Dispuesta a olvidarme de todo, me meto en la ducha y salgo media hora más tarde. Me pongo el pijama de la tristeza. Aquel que mi amiga Marta y yo compartimos para los malos momentos. Si a ella la ha dejado su nuevo novio o a mí no vuelven a llamarme después de la entrevista de trabajo, por ejemplo, el pijama de la tristeza está allí para consolarnos.
Es rosa, suave y de lunares, ¿Qué más se puede pedir?
Dios...en este momento necesito a mi amiga. ¡Cuánto la echo de menos!
Corro al sofá y enciendo el móvil. Tengo diez llamadas perdidas y tres mensajes nuevos.
“Te he llamado diez veces, ¿Por qué no lo coges? Estoy preocupado por ti, ¿Pasó algo con ese policía?”
Héctor.
Leo el siguiente mensaje.
“Sara Santana, si no coges ahora mismo el teléfono tomaré mi avión e iré a buscarte!!”
El último mensaje es de hace escasos minutos.
“Me estás enfadando. Coge el teléfono. Ahora”
Incluso a más de miles kilómetros de distancia él consigue imponer su autoridad.
Le envío un mensaje corto. No tengo ganas de hablar con él. No después de lo que sé. Y sin embargo, tengo tantas ganas de verlo y de que él me abrace, de que me lo explique todo y me diga que no tengo nada de qué preocuparme...
Escribo.
“Estoy bien. He olvidado el móvil. I miss you”
Acto seguido llamo a mi amiga Marta.
—¿Qué tal te va la vida, amorcito mío?—me saluda mi amiga.
—Hola, llevo puesto el pijama de la tristeza.
Acto seguido comienzo a llorar. Y se lo explico todo. El asesinato de mi hermana, mi extraña relación con Héctor, Claudia, el collar...
Estoy hablando más de media hora en la que ella sólo se limita a escuchar. Cuando me he desahogado, mi amiga toma el relevo.
—Ay, cari. No llores, que me duele oírte así. Pero, ¿Tú estás segura de lo que dices? ¿De verdad crees que ese hombre puede tener algo que ver? Es que tal y como lo cuentas, lo vuestro parece un cuento de hadas.
Sí, un cuento de hadas lleno de amenaza, peligro y esposas de metal.
Yo me enjugo las lágrimas y hablo.
—Eso pensaba yo. Pero él ya me aclaró que no me enamorara de él. Además, ¿Qué iba a ver un hombre como él en alguien como yo?
—¿Cómo que qué iba a ver?—protesta mi amiga—tú eres una mujer increíble. Eres inteligente, divertida y por si fuera poco explosiva, ¿Te enteras?
Nada mejor que una buena amiga para subirle a una los ánimos.
—¿Y dices que él te ha mandado varios mensajes y tropecientas llamadas? Que quieres que te diga, que un hombre como ese, que puede tener a mil mujeres comiendo de la palma de tu mano se ponga hecho una furia porque tú no le contestas las llamadas significa que le gustas. No seas tonta. Lo que ha dicho ese escritor no tiene ni pies ni cabeza, y tú misma has dicho que no tiene pruebas, ¿No? Disfruta de tu momento, petarda. Ojalá yo encontrara un hombre como ese...¿Pero tú tienes ojos en la cara?
Está bueno, es rico y por si fuera poco, se preocupa por ti. ¡Tonta!
—Pero son tantas coincidencias...—murmuro, llena de desconfianza.
—Nena, ese escritor es un petardo. Uno de esos que busca alcanzar el éxito a cualquier precio, incluso pisoteando al resto del mundo. Parece mentira que tú, siendo periodista, no te des cuenta.
—Nunca me ha interesado el mundo del cotilleo—me defiendo.
—Pues entonces olvídate de ejercer de investigadora privada y cuando vuelva míster Brown te das un revolcón con él. Lo necesitas.
—¡Marta!
—¿Qué? El sexo cura todos los males, créeme.
Me despido de mi amiga después de una hora hablando por teléfono. Nuestra charla me ha hecho tomar una decisión: en cuanto Héctor regrese de su viaje, hablaré las cosas con él. Él me lo explicará todo y yo podré quedarme más tranquila.
Me llega otro mensaje de Héctor al teléfono.
“Todavía no me he olvidado de lo nuestro en la playa, y no sabes lo que estoy deseando volver a repetirlo. Solo te adelantaré algo...tu castigo será húmedo, caliente y excitante.”
Calor, mucho calor.
Suelto el móvil y me pongo a cocinar. Pero de mi mente no pueden n escapar las imágenes del cuerpo desnudo de Héctor junto al mío, haciéndome el amor de mil formas distinta que me hacen llegar hasta el clímax más absoluto.
Me dispongo a preparar unos riquísimos champiñones al ajillo, que no me harán perder el calor que siento pero me distraerán de mis fantasías. Lavo y corto los champiñones, cojo una cabeza de ajo y procedo a cortarla. Tengo el cuchillo en la mano cuando alguien llama a la puerta. Descolocada por la hora que es y aún con la cabeza de ajo en la otra mano, abro.
Allí está la persona que menos habría imaginado. La tal Linda, esa que se parece sospechosamente a Candice Swenapoel. La que parece sacada de un catálogo de modelos de lencería y bikinis. Sus ojos azules se clavan en mí y me dedica una sonrisa fría como el hielo que no me gusta nada. No tengo ni idea de que pinta ella en mi casa, pero me miro a mí misma, vestida con el pijama rosa, le echo un vistazo a ella, embutida en un vestido rojo y unos zapatos de tacón de quince centímetros, y sé que lo que sea que haya venido a hace aquí no será nada bueno.
—¿Te puedo ayudar en algo?—pregunto, sin cordialidad alguna.
—¿Tú a mí?—se burla ella, utilizando un tonito chulesco que me enerva la sangre. Echa una rápida mirada de superioridad a mi aspecto antes de volver a hablar—sólo venía a cerciorarme de que no viajabas a Nueva York. Ya decía yo que Héctor no podía tener tan mal gusto como para mostrarse en público contigo.
—Mira, guapa—le digo, remangándome el pijama, dispuesta a pelear si aquella víbora se pasa de lista —si no voy es porque no me da la gana. Héctor me ha invitado, pero yo, a diferencia de ti, tengo mejores cosas que hacer que zorrearle a un hombre que no te echa ni puñetera cuenta.
Linda aprieta los labios disgustada y se echa un mechón de sedoso pelo rubio hacia atrás.
—Yo voy de vuelta a Nueva York, por si no lo sabes, porque Héctor me ha invitado a ir con él. Está claro que la compañía de una cateta provinciana como tú no es lo que busca.
—El avión de Héctor salió hace varias horas—replico en tono glacial.
Puedo observar como el labio de Linda tiembla ligeramente. Yo no me he equivocado, ¡Miente!
El triunfo no me dura demasiado.
—Tenía un compromiso muy importante al que no podía faltar. Oh, a quien le interesan esas reuniones aburridas de negocios—dice riendo—yo me refería a la fiesta que se da en los Hampton. Me ha invitado, seré su acompañante, ¿No lo sabías?
Yo dudo...Héctor no ha mencionado nada de una fiesta.
—No te creo.
—Claro, que sabrá una cateta como tú de ese tipo de fiestas. ¿Eres periodista, verdad? Pues bien, pasado mañana al mediodía, habrá mil fotos en los tabloides norteamericanos con Héctor y yo abrazados.
—Mira maja, no tengo ni idea de qué pintas en mi casa, pero está claro que bastante preocupada tienes que estar cuando has venido aquí a provocarme. Sé lo que valgo, y no me voy a rebajar a tu altura.
Le doy un empujón y la saco de la cabaña. Linda tropieza hacia atrás, se recompone y se queda allí parada. Está claro que el que yo no me amilane la ha tomado por sorpresa.
¡Pero qué se cree esa arpía! Si cabreas a una española, te tienes que atener a las consecuencias, ¡Ja!
—¿Yo preocupada por ti?— bufa. Me señaló con un dedo pintado de rojo—Tú eres una simple periodista que vive en un país que huele a ajo.
¿Cómo se atreve esa arpía? ¿Esa...esa copia barata de Victoria Beckham?
—No te atrevas a meterte conmigo, con mi profesión ni con el lugar del que vengo.
Ella abre la boca para protestar, pero yo ya estoy harta. Voy a hacerla callar aunque sea a la fuerza.
Antes de que sus labios se cierren, agarro la cabeza de ajo y se la meto en la boca, le doy un empujón y le cierro la puerta en las narices.
Desde la ventana puedo ver como Linda se pone morada y escupe el ajo, tratando de recomponer su respiración.
—¡Esto no se va a quedar así!—me grita.
Corre hacia su coche y se monta en el BMW descapotable de color rojo cereza. Yo la despido con el dedo corazón en alza desde la ventana.