33

La llamada pilló a Lilly a la salida del hospital, mientras corría para tomar el tranvía. A su madre estaban a punto de darle el alta y su padre regresaba de su viaje al día siguiente. Por desgraciada, el tiempo de Ellen en Hamburgo tocaba a su fin. Esa misma tarde volvería junto a Dean y las niñas, a las que podría contarles que «tía Lilly» era realmente su tía, una tía de segundo grado, pero su tía al fin y al cabo.

—¿Qué tal por Hamburgo?

Era Gabriel. Una sonrisa se dibujó en el rostro de Lilly.

—Bien. Aunque no tanto como tú en Londres.

—¿Cómo está tu madre?

Después de visitar a Karl Hinrichs, le había escrito un largo correo contándole toda la historia.

—Mejor, incluso hace bromas. Si todo marcha como hasta ahora, le darán el alta pasado mañana. Y se lo hemos contado a mi padre: se ha quedado de piedra. Mañana mismo regresa.

—Me lo imagino. Yo también estaría preocupado.

Lilly sonrió soñadoramente para sus adentros. Era agradable sentir cómo el amor crecía en su corazón como una planta que va echando brotes. Y también lo era constatar que a Gabriel le pasaba lo mismo.

—¿Cuándo voy a volver a verte? —preguntó él, después de que ambos guardaran un breve y armonioso silencio.

—Preferiría ser yo quien volara a Londres —respondió Lilly—. Pero primero he de echar un vistazo a la tienda. No puedo seguir abusando por más tiempo de Sunny. Ya ha hecho demasiadas cosas por mí.

—¿Se te ha ocurrido pensar que también podrías vender antigüedades aquí? Sobre todo tratándose de objetos provenientes de Alemania. No sé si sabes que los relojes de cuco están causando furor, tanto entre los turistas como entre los londinenses.

—Es una pena que yo no venda relojes de cuco —dijo Lilly con una sonrisa, y enseguida recordó que la primera noche que pasaron juntos ella había tenido la misma idea.

—Pues tendrás que hacer acopio de ellos. Pero, al margen de los relojes de cuco, ¿qué te parece? ¿Te imaginas viviendo en Londres?

—Cuando pienso en ti, soy capaz de imaginar cualquier cosa —repuso ella—. Incluso mudarme a Londres. Pero, por otro lado, mis padres viven aquí. Y no son precisamente unos chavales.

—Para eso están los aviones —adujo Gabriel, y Lilly notó que se había puesto serio.

—Sí, para eso están. Ya hablaremos un poco más adelante.

—¿De los aviones?

—No, de mi traslado a Londres. Nos conocemos desde hace apenas un par de semanas. Tal vez te hartes de mí antes de lo que crees.

—Lo dudo mucho, no soy de los que se enamoran con facilidad. Pero entiendo lo que quieres decirme. Tendré que esforzarme más para convencerte.

—¿Esforzarte aún más?, ¿lo crees posible?

—Ya pensaré algo. ¡Tenlo por seguro!

Y así se despidieron. Lilly cerró su móvil y miró feliz al cielo. Un trocito azul asomaba entre las tupidas nubes, y un poco más allá un rayo de sol caía sobre la tierra. ¿Qué estaría iluminando? Jadeante y alegre, guardó el teléfono en el bolso y se subió al tranvía.

Llegó a casa de sus padres y vio un coche desconocido aparcado en la puerta. Por la matrícula supo que era alquilado. ¿Tendrían visita? ¿O había alquilado Ellen un coche? Pero ¿para qué?

Cuando cruzó la puerta del jardín se detuvo a respirar el aire primaveral. Olía a tierra mojada.

Tras haber descubierto el enigma del violín se sentía en paz consigo misma. Saber que Ellen no solo era su amiga sino también su prima era una de las mejores cosas que le habían sucedido ese año. ¿Qué más podía pedir?

Al entrar en casa oyó voces. Ellen estaba hablando con un hombre… ¡Esa risa le era muy familiar! A grandes zancadas irrumpió en el salón, y una vez dentro se quedó pasmada.

—¿Gabriel?

Gabriel se levantó de un salto y puso la sonrisa más desvergonzada que jamás le había visto.

—El mismo que viste y calza.

—Pero si acabamos de hablar por teléfono, ¿cómo es posible que…? —Antes de terminar la frase se le iluminó una bombillita—. ¡Me has llamado desde aquí! ¡Por eso lo hiciste con número oculto!

Él se echó a reír.

—Me has pillado.

—Pero cómo… —Su mirada se posó en Ellen, que sonrió con picardía.

—En avión, Lilly, en avión. Uno de los mejores inventos de la humanidad. Precisamente, Hamburgo tiene una frecuencia de vuelos envidiable.

Lilly estaba impresionada. De pronto fue como si mil mariposas se hubieran puesto a revolotear en su estómago.

—Y yo contándote todas esas cosas como una tonta…

—Como una tonta no. Gracias a ti, el tiempo que tardó el semáforo en cambiar a verde se me pasó enseguida.

—Pero ¿por qué no me dijiste nada?

—Supuse que la nueva Lilly preferiría que le diera una sorpresa.

Después la estrechó entre sus brazos y la besó.

Bueno, entonces todavía queda por descubrir por qué lord Havenden faltó a su palabra y dejó en la estacada a su amante embarazada —dijo Ellen mientras se sentaba a la mesa de la cocina con una taza de café y un trozo de bizcocho que había comprado en una panadería del barrio.

Una expresión triunfal se dibujó en el rostro de Gabriel.

—Has averiguado algo —aventuró Lilly.

—A raíz de la carta que encontré en casa de los Carmichael decidí investigar a los Havenden. Tarea que, por cierto, no resultó fácil, ya que ese apellido desapareció hace tiempo. Tras mucho insistir encontré a la hija de su hermana, que ahora vive en Devonshire, cuidada por una enfermera. La vieja dama no conoció en persona a Paul Havenden, pues nació en 1920. Pero aún se acordaba bien de las historias que le contaba su madre. Por eso sé que Paul Havenden murió con su esposa Maggie en un naufragio en el océano Índico.

—¿Qué? —exclamó Lilly, tapándose la boca con la mano.

—He comprobado que, efectivamente, en 1902 un barco de pasajeros naufragó al chocar una noche contra un vapor correo. Hoy en día se hablaría de fallo humano, pues el capitán del vapor correo erró al calcular la ruta.

—Entonces, ¿es posible que quisiera casarse con Rose?

—Tal vez, quién sabe. Lo cierto es que no tuvo tiempo de demostrar su honestidad.

Lilly necesitó un momento para digerirlo.

—¿Sabía la sobrina de Paul algo sobre la carta que Rose quiso hacerle llegar?

—No, no creo. Tiendo a pensar que la carta que hallé en casa de los Carmichael nunca llegó a la de los Havenden. Carmichael debió de enterarse de que Paul había muerto.

—¿Y dejó creer a Rose que él la había olvidado? —Ellen meneó indignada la cabeza—. Pudo haberle dicho lo ocurrido.

—Bueno, quizá quiso protegerla.

—¿Protegerla? —Lilly también estalló—. ¿Qué puede haber peor que creer que nunca has sido amada de verdad? La noticia de la muerte de Paul habría sido un duro golpe para Rose, pero al menos le habría quedado el consuelo de saber que había sido amada. Puede que incluso hubiera tomado otra decisión con respecto a su hija. Y también es posible que hubiera intentado volver a enamorarse.

En ese instante sonó el móvil de Ellen y esta salió de la cocina para atender la llamada.

—Si eso no es una señal… —dijo Gabriel echándose sobre Lilly y dándole un beso, esta vez mucho más largo y apasionado que cuando Ellen estaba delante.

—¿Qué va a pensar mi prima de nosotros? —le espetó Lilly.

—¿Que estamos locamente enamorados el uno del otro?

Lilly sonrió de oreja a oreja.

—Espero que dispongas de tiempo y quieras quedarte un poco más en Alemania. Me gustaría mucho enseñarte mi tienda.

—No sé. Sabiendo que no tienes relojes de cuco…