11
—¡Ya están aquí los resultados de las pruebas del barniz! —exclamó entusiasmada Ellen cuando cruzó la puerta del salón y vio a Lilly en el sofá rodeada de papeles.
A su regreso, mientras la grabación de Rose sonaba de continuo en el reproductor, Lilly había extendido sobre la mesa de café la documentación que le había dado Thornton, complementada con más información que ella misma había encontrado en Internet y que había impreso. Material sobre Sumatra había a mansalva, así que Rose tuvo que hacer serios esfuerzos para no pasarse todo el día viendo imágenes de frondosos palmerales, cielos rosados y suculentos y exóticos platos.
—¡Qué bien! —dijo Lilly, y le puso el capuchón al bolígrafo con el que iba señalando todo lo importante—. ¿Qué han averiguado en el laboratorio?
—Parece que tu día ha sido productivo —dijo Ellen al ver todo aquel batiburrillo de papeles.
—¡Ya lo creo! Thornton me llamó y me invitó a ir a su escuela… ¡A escuchar una grabación de Rose Gallway!
Ellen abrió los ojos como platos.
—¡No me puedo creer que exista algo así!
—¡Pues aquí la tienes! —exclamó Lilly echando mano del mando del reproductor.
Al momento, las primeras notas de «La primavera», ligeramente deformadas, empezaron a inundar el salón.
—Está sacada de un cilindro de cera. Ni te imaginas lo que han tenido que hacer para que pudiera escucharse decentemente. ¿Qué me dices del barniz?
Ellen estaba como obnubilada. La forma de tocar de Rose la tenía hechizada.
—¡Es increíble! ¿De dónde…?
—Thornton encontró el cilindro en un cajón. La grabación fue registrada en Cremona.
—Al lado de esto, los resultados de las pruebas son una birria —dijo Ellen dejando caer el sobre que llevaba en la mano en el único espacio libre que quedaba en la mesa. Después se sentó junto a Lilly.
—¿Por qué dices eso?
—Porque todas esas tablas llenas de valores lo único que revelan es que el violín es de principios del siglo XVIII y que probablemente fuera fabricado en Cremona. Así que siento decirte que nuestro violín no es un stradivarius.
—¡Pero si eso es estupendo! —exclamó Lilly, y carraspeó un poco—. Me refiero a que ahora sabemos la fecha. Será una lástima que no sea un stradivarius, pero a mí quién lo fabricara me importa bastante poco.
—No me refería a eso. Pues claro que los resultados son interesantes, pero no dejan de ser meros datos. ¡Tú, en cambio, has conseguido una grabación de Rose en Cremona! ¡Eso sí que es una pista! ¿Es consciente Thornton de los tesoros que custodia?
—Te aseguro que sí. Y no veas lo orgulloso que se siente.
Ellen meneó la cabeza pensativa y luego esbozó una amplia sonrisa.
—Cuéntame lo de la grabación. Y de dónde salen todos estos papelotes.
—En parte de tu impresora y en parte de Thornton. Me ha dado todo lo que tenía sobre Rose y Helen Carter. Precisamente ahora estaba echándole un vistazo.
Un timbre proveniente del interior de su bolso sacó a Ellen de la conversación. Sacó el móvil al momento y abrió el mensaje que acababa de recibir.
—¡Mierda! —exclamó mientras lo leía.
—¿Qué sucede?
—Ha habido un accidente en la obra donde está trabajando Dean. Se ha producido un incendio y se ha derrumbado un muro.
De la impresión, Lilly exhaló una bocanada de aire.
—Pero él se encuentra bien, ¿verdad?
—Sí, pero va a tener que quedarse allí hasta medianoche. —Ellen guardó el móvil y recuperó la sonrisa—. ¡Tengo una idea! ¡Ponte el vestido nuevo y salgamos a cenar fuera! Hay que celebrar nuestros descubrimientos… ¡O nos abandonará la suerte!
—¿Y las niñas?
—Nos las llevamos —dijo dándole a Lilly una palmada en el muslo—. Voy a decírselo. Tú ponte guapa y déjame el resto a mí.
Lilly meneó la cabeza. Qué maravilloso es no estar sola, pensó mientras se dirigía a todo correr a su habitación.
El restaurante que eligió Ellen era muy elegante y no quedaba demasiado lejos. Al entrar, las dos amigas despertaron algunas miradas de asombro.
—Nos han tomado por un matrimonio de lesbianas con hijos —susurró Ellen.
—¿Qué es ser lesbiana? —preguntó Norma con los ojos como platos.
—Cuando dos mujeres deciden casarse, tonta —le explicó Jessi.
—Pero tía Lilly y mamá no están casadas —repuso Norma.
—Qué bien haría cerrando la bocaza… —se lamentó Ellen—. Mis hijas han heredado el oído de su madre.
Después de que un camarero de lo más atildado las llevara hasta su mesa, apareció el que se iba a encargar de servirlas durante la velada. Les puso las servilletas en el regazo, les dio la carta de vinos y les informó de que antes de cada plato les ofrecerían un pequeño aperitivo para preparar el paladar. Lilly se sintió un poco insegura, nunca había estado en un restaurante tan elegante; en cambio, las hijas de Ellen se movían como pez en el agua.
—Avísame si meto la pata —le dijo a Jessi, sentada a su lado.
—¡Eso está hecho! —exclamó la cría, orgullosa de poder echarle un cable a un adulto.
Mientras degustaban el pequeño aperitivo servido en una cuchara que daba paso al primero de los ocho platos que componían el menú, charlaron sobre el día de Ellen en el instituto y de los tesoros que guardaba Thornton en el sótano.
—Bueno, ahora que sabemos que Rose tocó allí, ¿qué te parecería un viajecito a Italia? —soltó de pronto Ellen—. Más que nada por seguir las huellas de nuestra pequeña genio…
—No le haría ascos —repuso Lilly presa del asombro; desde que el violín llegó a sus manos venía barajando esa idea—. Aún dispongo de dos semanas libres.
—¿Qué tal se apaña Sunny en la tienda?
—Estupendamente. No es que haga unas cajas de campeonato, pero al menos cuida de que nadie robe nada. Y de paso puede avanzar un poco en sus trabajos para la universidad.
—¿Cuántos tatuajes tiene?
—Ni idea. Tendrías que casarte con ella para vérselos todos. Y no creo que tengas la menor oportunidad, pues ahora va a la caza de un tatuador.
Ellen se echó a reír, quizá un tanto alto a juzgar por las miradas de la pareja de la mesa de al lado, que ella prefirió ignorar.
—¿Cómo va con las imágenes?
—Va a intentar extraerlas y hacer una copia. Cuando vuelva se las enseñaré a mi madre y, si no resulta, llamaré a los padres de Peter. Si finalmente el violín pertenece a su familia, lo suyo es que lo tengan ellos.
—¡No irás a desprenderte de esa preciosidad! —exclamó Ellen enojada.
—Si no me pertenece…
—¿Y de dónde sacas que no te pertenece? ¡Eras la mujer de Peter! Si tus suegros conservan un ápice de decencia, que creo que sí, jamás aceptarán ese violín. Así que no sé a qué viene todo esto…
Por un momento se hizo el silencio, y justo entonces llegó el postre. Esa pequeña obra de arte a base de mousse de chocolate, caramelo, nata y distintas frutas era tan bonita que Lilly apenas se atrevía a hincarle la cucharilla de plata. Cuando al fin lo hizo, fue recompensada con una fantástica explosión de sabor que superó con creces todo lo probado hasta el momento.
—Madre mía, si este postre fuera un hombre, le pediría su número de teléfono —susurró Lilly con la esperanza de que el camarero no la oyera. Le vino Gabriel a la mente, y se preguntó a qué restaurante lo llevaría.
Esa noche, el aroma del exquisito postre y el recuerdo de Gabriel Thornton rondaron la mente de Lilly hasta muy tarde. Asomada a la ventana, mientras contemplaba la luna cubierta de nubes, intentó recordar la música, pues no eran horas de poner el CD. Y como no lo lograba decidió concentrarse en el rostro de Gabriel, que ese día había tenido tan cerca. Sabía que probablemente su amabilidad no significaba nada. Trabajaban juntos en un proyecto, pero en cuanto todo terminara cada uno seguiría su camino. Sin embargo, no podía evitar evocar sus ojos, los hoyuelos de sus mejillas, su amplia boca, con los labios ligeramente abultados, y la forma en que el pelo le caía hacia delante al inclinarse sobre el grabador. Por alguna razón tenía grabados a fuego todos esos detalles, y al recuperarlos sentía removerse algo en su interior. Las palpitaciones que experimentó en el laboratorio de sonido habían ocultado una sensación de calidez que ahora le recorría todo el cuerpo. De pronto sintió una necesidad casi olvidada: la necesidad de que la piel de un hombre tocara la suya. En concreto, la piel de Gabriel.
Cuando esos agradables pensamientos empezaban a sumirla en el sueño, oyó unos pasos furtivos que se acercaban a su puerta, tan sigilosos que en un primer momento pensó que se trataba de una de las niñas. ¿Querrían entrar a hurtadillas en su cuarto para sisarle el vestido y probárselo?
De pronto, alguien llamó a la puerta.
—Lilly… —oyó susurrar ahogadamente a Ellen.
—¿Sí?
—¿Puedo entrar?
—Claro, adelante. ¿Le ha ocurrido algo a Dean?
—No, no te asustes —contestó Ellen, sentándose al borde de la cama como cuando eran niñas—. Lo que pasa es que no se me va de la cabeza lo de Cremona. Tengo allí un conocido que quizá pueda ayudarnos a seguir el rastro de Rose.
—Ya tenemos a Thornton —dijo Lilly, y de nuevo sintió aquel agradable mariposeo en la boca del estómago.
—Claro que sí, y no dudo de su pericia. Pero cuatro ojos ven más que dos, y quizá mi amigo encuentre algo sobre Rose en Italia. Puede que volviera a saberse de ella tras su misteriosa desaparición.
Lilly negó con la cabeza, aun a sabiendas de que ese simple gesto no frenaría las ansias de su amiga.
—Hemos de seguir todas las pistas, y el hecho de que siendo casi una niña estuviera en Cremona es una de ellas. ¿Acaso no quieres ver la ciudad que ella vio? ¡Seguro que eso nos ayudaría en nuestra investigación!
¿Y cómo demonios quieres que la vea?, se preguntó Lilly, sin atreverse a expresar sus dudas en voz alta.
—¿Qué te parece si nos vamos allí este fin de semana? —soltó Ellen sin más.
Lilly resopló.
—¿Y Dean? ¿Y las niñas?
—Norma y Jessi se apañan perfectamente sin su mami, y Dean me ha prometido estar libre para el fin de semana, de modo que todo está resuelto.
—¿Puede saberse cuándo te ha dicho eso?
—Me acaba de llamar. Me ha dicho que la cosa no es tan grave como parecía. Vendrá a casa por la mañana. Así nosotras podremos empezar con los preparativos.
Lilly se sintió un poco abrumada. En realidad esperaba volver a ver a Gabriel al día siguiente. Pero ¿iba a renunciar a Cremona solo por eso?
—¿A qué hora salimos? —dijo al fin, arrancándole una amplia sonrisa a su amiga.
—Voy a ver cuándo sale el vuelo más barato. Quizá obtengamos un buen precio mañana mismo en la ventanilla de last minute.
—De acuerdo. Compra los billetes. En cuanto tenga un momento, te hago la transferencia.
—Vale, lo hacemos así —concluyó Ellen—. Vamos a pasar juntas un fin de semana maravilloso, y si encima averiguamos algo sobre Rose… tanto mejor.
Ellen se puso en pie y abandonó el cuarto.
A Lilly, la sola idea de viajar a Italia volvió a producirle un cosquilleo en el estómago. Si pudiera ir con Gabriel…
¡Gabriel! De pronto sintió la necesidad de contarle lo del viaje. A lo mejor ya ha hecho un hueco para nuestra cena, se dijo, aunque sabía muy bien que no solo se trataba de eso. Quería contarle sus planes porque se había vuelto alguien importante para ella, aunque fuera de una manera un tanto confusa.
Mientras Ellen hacía la maleta en su habitación, Lilly se levantó, se puso la bata y fue al despacho. Una vez allí encendió la luz y el ordenador y cargó la página de su correo.
Querido Gabriel:
Le escribo por si ya ha hecho planes para nuestra cena.
Mi amiga me ha convencido para volar de improviso a Cremona y seguir el rastro de Rose y su violín. Seguro que se reirá, pero de la visita de esta mañana guardo muchas más cosas que una simple grabación. Espero que sepa comprenderme y que no se enfade conmigo.
En cuanto vuelva, le cuento cómo me ha ido y le invito a cenar, prometido.
Suya,
Lilly
Antes de mandar el correo, volvió a leerlo detenidamente. Quizá era un poco impersonal. ¿No sería mejor escribirle otra cosa?, ¿algo que dejara entrever un poco de su alma? Justo cuando iba a reescribirlo se echó atrás. No, así estaba bien. Suficiente para hacerle ver que lo de la cena iba en serio. Suficiente para no caer en el ridículo. Sin más dilación le dio a «enviar». Al instante se sintió extrañamente aliviada, pero también inquieta. Aunque era poco probable que lo leyera esa misma noche, fantaseó con la imagen de Gabriel sentado frente al ordenador, revisando el correo. Espero que no le siente mal, pensó un poco preocupada. Sin embargo, antes de cerrar la sesión, un discreto sonido de alerta le comunicó que acababa de recibir un mensaje. Era de Gabriel, y lo había enviado desde la cuenta de su oficina. ¿Estaría trabajando todavía? Sin poder evitar que su dedo temblara, le dio a «abrir».
Querida Lilly:
He de confesarle, avergonzado, que no tenía un plan concreto para nuestra cena. Lo que sí tenía para usted era una sorpresa, pero ya que va a estar fuera un par de días, mejor será guardarla para cuando vuelva de Cremona. Estuve allí una vez, y la encontré tan cautivadora que casi me quedo para siempre. Para que no le pase lo mismo y desee volver a verme tanto como yo a usted, déjeme adelantarle que he descubierto algo que arroja nueva luz sobre Rose Gallway.
Espero que tenga una feliz estancia en Cremona. Ardo en deseos de conocer sus avances.
Con todo mi afecto,
Gabriel Thornton
Sin poder parar de sonreír, Lilly se apoyó en el respaldo de la silla. ¿Qué habría averiguado? ¿No sería un truco para asegurarse una llamada a su regreso de Cremona? No, eso era impropio de Gabriel. Si decía que tenía algo, lo tenía. En cualquier caso, lo importante para ella, más incluso que su descubrimiento, era que él se hubiera dado tanta prisa en responder y que dejara tan claro su deseo de volver a verla… No lograba quitarse de la cabeza ese «volver a verme tanto como yo a usted».
Antes de que pudiera releer una vez más el correo, la puerta se abrió. Era Ellen. Al verla ahí sentada enarcó las cejas.
—Ah, no sabía que aún estuvieras levantada.
—Estaba revisando el correo por si Gabriel tenía novedades —dijo cerrando la página a toda prisa.
—Bueno, veamos cuándo sale el próximo vuelo. Dean acaba de llegar, si quieres hablar con él solo tienes que seguir el olor a quemado que va dejando a su paso —dijo Ellen esbozando un gesto lleno de amor—. No sabes lo feliz que estoy de verlo sano y salvo.
—Y yo —repuso Lilly, y tras darle un beso en la sien a su amiga decidió irse a su habitación antes de que el recuerdo de Peter le amargara esa noche tan hermosa.