16
LONDRES, 2011
Un tiempo húmedo y frío recibió a Lilly y a Ellen nada más salir del aeropuerto. En cambio, Cremona se había despedido de ellas con la mejor de sus caras: el sol se había plantado vigoroso sobre la estación de tren y las había acompañado hasta el aeropuerto de Milán.
—Debimos quedarnos en Italia —murmuró Ellen mientras con una mano intentaba ceñirse al cuerpo el abrigo de lana. En vano, pues una ráfaga de viento lo abrió y lo hizo ondear al aire. Guiñó los ojos y echó la cabeza a un lado; así no había manera de avanzar.
Finalmente tuvo que detenerse, dejar en el suelo la maleta y abrocharse el dichoso abrigo.
—Lástima de obligaciones… Si no, le propondría a Dean pasar los meses de invierno en Italia.
—¿Qué sería entonces de tus violines? —objetó Lilly con una sonrisa. Ella también sentía el frío y la humedad, pero la ilusión de volver a ver a Gabriel la calentaba por dentro. No podía dejar de preguntarse qué diría cuando viera las fotos y los artículos de prensa.
Enrico había traducido dos de ellos, el resto los mandaría por correo electrónico. En cuanto los tuviera todos intentaría quedar con Gabriel; aunque quizá fuera mejor cumplir su promesa e invitarlo a cenar primero. Mientras hacían cola a la espera de un taxi libre, Lilly se imaginó la cita, aunque rápidamente la fantasía la llevó por otros derroteros. Primero vio unos magnolios en flor, y luego un parque en primavera donde Gabriel y ella paseaban sin dejar de hablar de Rose y de Helen…
—¿Sigues aquí? —dijo Ellen azuzándola con un codazo. No se había dado cuenta de que ya era su turno en la cola. El taxista guardó el equipaje en el maletero y ellas tomaron asiento.
—Dime, ¿en qué pensabas? —le preguntó, pero antes de que Lilly pudiera contestar el taxista tomó la palabra.
—¿Adónde vamos, señoras?
Después de que Ellen le diera las señas, el taxista puso a tope tanto la calefacción como la radio. La música de baile india que sonaba por los altavoces estaba tan alta que apenas se oían los mensajes que le iban transmitiendo por la emisora. Mientras se adentraban en el tráfico londinense, Lilly contempló fascinada por el espejo la figurita de Ganesha que se bamboleaba con cada giro que daba el coche. Resultaba tan graciosa que hasta el viajero más malhumorado se vería forzado a sonreír. El taxista enseguida empezó a hablarles, pero lo hacía con un acento tan fuerte que Lilly se perdía la mitad de lo que decía. Ellen, en cambio, no tenía problemas para entenderle, pues se puso a charlar animadamente con él; parecía que acabara de encontrarse con un viejo amigo. Tras una breve retención y casi una hora de trayecto, llegaron a casa.
La melodías indias se extendieron por todo el vecindario, asustando incluso a dos cuervos que, apostados en la copa de un árbol, intentaron sin éxito contrarrestarlas con sus graznidos. Ellen pagó al taxista y este se fue, llevándose la música a otra parte.
—Aún no has contestado a mi pregunta —le recordó Ellen a su amiga mientras marcaba la combinación numérica que abría el portón.
—¿Qué pregunta? —dijo Lilly tirando de la maleta y entrando ya en el jardín.
—¿En qué pensabas antes de que Sharukh Kahn entrara en escena?
—¿Quién demonios es Sharukh Kahn?
—Un actor hindú muy conocido. Pero no cambies de tema. Pensabas en él, ¿verdad? En Gabriel Thornton.
Lilly se puso roja como un tomate.
—¡Lo sabía! —exclamó Ellen guiñándole un ojo—. ¿Qué eran, pensamientos impuros?
—¡Pero mira que eres…! Me gusta, eso es todo. Y cuando te gusta alguien lo normal es pensar en él, ¿no?
—Por supuesto. —Ellen rio por lo bajo.
—¿Y qué hay de tu Enrico? —preguntó Lilly para desviar la conversación y no tener que hablar de Gabriel, pues no le gustaba nada hacerse ilusiones con cosas que quizá nunca pasarían—. Me dio la impresión de que estabais muy compenetrados. ¿Hay algo que deba saber y no me hayas contado?
Ellen soltó una carcajada y luego meneó la cabeza.
—No, al menos no lo que estás pensando. Sería incapaz de serle infiel a Dean. Pero he de admitir que, cuando lo conocí por cuestiones de trabajo, él se mostró muy interesado en mí. Y acabamos siendo buenos amigos. Eso es todo. Por cierto, me dio la sensación de que tú todavía le interesabas más que yo. ¿Por qué no le diste un poco de coba?
—¿Coba? —Lilly frunció el ceño—. ¿Qué querías, que le hiciera un striptease?
—Tampoco es eso, pero no me digas que no notaste que intentaba ligar contigo. ¿Por qué no le hiciste ni caso? Podía haber sido divertido.
—Porque… —Se detuvo; sabía perfectamente el motivo, pero no quería retomar el tema.
—Gabriel Thornton, ¿verdad? Ese es el motivo.
—Solo contesto cuando sé la respuesta —repuso Lilly, a sabiendas de que su amiga estaba en lo cierto. Lo que sentía por Gabriel era algo más que simpatía. Pero no quería reconocerlo, pues temía que él no sintiera lo mismo. Y además, por momentos, cuando recordaba a Peter, le venía un poco de mala conciencia. Mejor será esperar, se dijo. Primero me gustaría volver a verlo.
Un ligero murmullo recorrió las copas de los árboles que se alzaban sobre sus cabezas. Por lo demás, todo estaba en calma. Ellen respiró hondo y sonrió para sus adentros.
—Pensándolo bien, no me apetece nada pasar el invierno en Italia. No hay nada como el hogar, ¿verdad?
—Qué razón tienes… —suscribió Lilly, que sin embargo no estaba muy segura de alegrarse de tener que regresar a Berlín, ya que eso la alejaría de Gabriel y de la oportunidad de conocerlo mejor.
»¿Te apetece que hoy también cocinemos juntas? —propuso Lilly, agarrándose a su amiga mientras ambas arrastraban sus maletas.
—Por mí de acuerdo —accedió Ellen, que enseguida pareció dirigir sus pensamientos en otra dirección. De pronto esbozó una leve sonrisa y concluyó—: A Dean le va a encantar saber que hay alguien intentado descifrar un mensaje secreto en la partitura.
Acababa de empezar a deshacer la maleta cuando sonó el teléfono. Lilly supuso que la llamada no era para ella y siguió a lo suyo, hasta que oyó acercarse unos pasos por el pasillo y detenerse ante su puerta.
Ellen llamó una vez y entró. Una sonrisa muy significativa se esbozó en su rostro cuando susurró: «Es para ti».
Lilly tomó aire, agarró el teléfono y se presentó.
—¿Qué, ya de vuelta? —dijo Gabriel Thornton.
—Ya lo está comprobando —respondió Lilly mirando a Ellen, que, aunque se estaba yendo de la habitación, en el último momento se volvió, le sonrió con picardía y cerró la puerta.
—Espero que sirvieran de algo las fechas que le envié —dijo Gabriel.
—¡Y tanto!, nos fueron muy bien. Hemos encontrado algunos artículos que quizá usted no tenga.
—Como ya le comenté, gran parte del material se perdió en la Segunda Guerra Mundial. Estoy seguro de que todo lo que ha encontrado será de gran importancia para nuestros estudios.
Lilly vaciló un instante, pero al final se lanzó:
—En Cremona tuve un sueño muy extraño.
—No soñaría conmigo… —dijo Gabriel en tono socarrón.
—No, con Helen. Con Helen de niña… ¿Cree usted que la partitura podría encerrar una especie de mensaje en clave?
—¿Un mensaje en clave?
—Sí, ya sé que solo fue un sueño, pero tal vez mi subconsciente quiso decirme algo. Ha de haber un motivo para que escondieran la partitura bajo el forro. La Helen de mi sueño me dijo que la solución al enigma está en El jardín a la luz de la luna.
El silencio siguió a sus palabras. ¿Seguía Gabriel al aparato? ¿Se estaría riendo de ella? De pronto empezó a arderle la boca del estómago. Quizá habría sido mejor no contárselo…
—¿Gabriel? ¿Sigue ahí?
—Sí, solo estaba pensando.
—Le parece una locura, ¿verdad?
—No crea. No sería la primera vez que se introduce un mensaje oculto en una obra musical. Sí, sería posible que El jardín a la luz de la luna contuviera un mensaje cifrado… De ser así, una de esas dos mujeres, o Rose o Helen, era un auténtico genio. Suponiendo que la compusiera alguna de ellas, claro está.
—Ellen tiene un amigo que a su vez tiene un amigo que es criptógrafo. Quizá él pueda arrojar algo de luz a la cuestión. Si usted…
—No, me temo que no tengo ni idea de descifrar códigos ni tengo ningún amigo en los servicios secretos, pero aun así me gustaría echarle otro vistazo a la partitura. A veces se descubren cosas solo con prestar la suficiente atención…
Lilly sonrió a su imagen reflejada en la ventana. Gabriel era un encanto.
—Muchas gracias —dijo con dulzura.
—No hay de qué, Lilly. Estamos en el mismo barco, ¿no?
—Por supuesto, pero también podía haberme tomado por loca. ¿Quién cree hoy en día en los sueños?
—¡Usted! —repuso él—. Y si he de serle sincero, yo también. ¿Qué sería la vida sin sueños… y sin misterios?
—¿Y usted?, ¿tiene novedades? —preguntó ella, apoyando la mejilla en el cristal de la ventana para refrescársela.
—Bueno, algo tengo, pero será mejor que lo tratemos cara a cara.
—¿Eso significa que tiene tiempo para mí?
—¿Cómo le viene mañana a mediodía? Podríamos quedar en la cafetería de la escuela y deleitarnos con las creaciones culinarias de nuestro cocinero.
—¡Por mí de acuerdo! —contestó Lilly loca de contenta.
—Y así de paso me cuenta qué le pareció Cremona. Me interesa mucho su opinión sobre la ciudad.
—Cuente con ello, lo haré lo mejor que pueda.
—Pues entonces hasta mañana. Ha sido un placer volver a oírla.
Lilly se despidió, colgó y se sentó un momento en el borde de la cama. ¡Había sido tan agradable escuchar la voz de Gabriel! ¡Y qué alegría poder volver a verlo! No solo por saber lo que hubiera descubierto, sino por él mismo. Lo había echado tanto de menos…
—Debiste haberlo invitado a venir a casa —le dijo Ellen cuando Lilly le devolvió el teléfono. Era como si pudiera leer el contenido de la conversación solo con mirarla a la frente.
—¿Cómo dices? —dijo Lilly algo confusa.
—A cenar. Una reunión de expertos, ya sabes.
—Hemos quedado para comer. En la cafetería de su escuela.
—Pero es que a mí también me gustaría intercambiar impresiones con él. ¡Anda, llámalo y queda con él!
—Es que… No puedo.
—¿Cómo que no puedes? Seguro que serás capaz de arreglártelas con el teléfono.
—No es eso. Lo que pasa es que no me atrevo a invitarlo así, sin más.
Ellen ladeó la cabeza y le lanzó una mirada escrutadora.
—Qué curioso… ¿Sabes?, no creo que lo tuyo sea timidez. Da la impresión de que Gabriel te gusta más de lo que aparentas; tanto que no quieres compartirlo conmigo.
—¡No sé de dónde sacas esas cosas!
—Cuando un hombre te gusta siempre se te ponen esos coloretes de muñeca pepona.
Al verse atrapada, Lilly se mordió el labio.
—Ya te he dicho que me cae bien. Pero eso no significa nada.
—¿Cómo que no significa nada? —Ellen puso los brazos en jarras—. Hay un hombre que le cae bien a Lilly Kaiser. ¿Cuántas veces se da esa circunstancia en la vida? ¿Cuándo fue la última vez que se te pusieron las orejas rojas porque alguien te caía bien?
—Mira que eres tonta —replicó Lilly, aun sabiendo que su amiga tenía razón. Desde la muerte de Peter no había mostrado interés por ningún hombre. Cuando uno la miraba por la calle, ni siquiera se enteraba. Y la clientela masculina que pasaba por su tienda en su mayoría eran hombres casados, tipos no muy recomendables o señores demasiado mayores para ella.
—Sí, lo soy, y también soy muy tozuda. Haz el favor de invitarlo.
—¿De verdad no te importa?
—¡Pero cómo va a importarme si soy yo quien lo ha propuesto!
—De acuerdo, como ordenes.
Como no quería que Ellen viera su reacción al oír la voz de Gabriel —bastantes bromas había hecho ya al respecto—, prefirió irse a su habitación. Una vez allí, con el corazón a cien y los dedos temblones, marcó su número mientras escogía con cuidado las palabras con las que iba a abordarlo. Pero no contestó Gabriel sino su secretaria. Lilly se llevó tal susto que tuvo que colgar… Aunque luego se preguntó por qué lo había hecho. Ni que fuera a susurrarle obscenidades por el teléfono… Inténtalo dentro de un rato, se dijo, y se puso otra vez a deshacer la maleta.
Media hora después, justo cuando se disponía a revisar la documentación que habían traído de Cremona, sonó el teléfono. Sin pensarlo dos veces, saltó como un resorte y salió pitando de la habitación para darle el teléfono a Ellen, pues estaba convencida de que sería para ella. Pero en el último momento se detuvo.
—Supuse que era usted —dijo la voz de Gabriel sin más rodeos.
—¿A qué se refiere? —disimuló Lilly, y se sintió mal por andarse con jueguecitos. Además, cabía la posibilidad de que la secretaria hubiera anotado su número, que Gabriel naturalmente habría reconocido, con lo que ahora sabría que no había tenido el coraje suficiente para vérselas con la arpía que trabajaba para él.
—A la llamada. ¿Quería volver a escuchar mi voz o se debía a algún otro motivo?
—No vaya tan de sobrado, Gabriel —dijo Lilly en tono de broma y sin poder evitar sonreír—. Sí, me temo que hay otro motivo.
—¿Uno que no quería compartir con mi secretaria?
—Así es. —Antes de proseguir, respiró hondo—. Quisiera cancelar nuestra comida e invitarle a cenar aquí, en casa de mi amiga Ellen.
—¿En casa de Ellen Morris? ¡Menuda bomba! Podía habérselo dicho tranquilamente a mi secretaria.
—Pues ahora ya lo sabe usted.
—¿A su amiga no le importa?
—¡Pero si es parte del equipo de investigación! —replicó Lilly—. Y además está deseando conocerlo.
—Bien, en ese caso dígame cuándo.
—¿Cuándo le viene bien?
—Usted es la anfitriona —repuso Gabriel—. Además, no tengo ni idea de cuándo tiene pensado abandonar Inglaterra… Así que no perdamos más tiempo, soy todo suyo. Si es preciso, le diré a Eva que reordene mi agenda.
—¿Qué tal mañana?
—¡Perfecto! —exclamó él al instante.
—¿A las ocho?
—¡Perfecto!
—¿Vendrá de esmoquin o de media etiqueta?
—¿Perdón?
—Quería comprobar si realmente me estaba escuchando o se estaba limitando a contestar al tuntún —dijo entre risas Lilly.
—La escucho. E iré vestido como usted quiera verme. Pero espero que esto no valga por la cena que me debe.
Lilly se ruborizó. Se había olvidado de que le debía una invitación. Obviamente, la cena en casa de Ellen no zanjaba la deuda.
—Por supuesto que no… Se trata solo de una reunión para intercambiar información.
—De acuerdo, pues entonces hasta mañana.
Lilly escuchó la risa de Gabriel.
—¡Hasta mañana! —se despidió con una sonrisa en los labios.
—¿Y bien? —la espetó Ellen nada más verla entrar en el salón. Solo con ver su cara, supo que Gabriel había aceptado.
—Vendrá mañana a las ocho. Y trae novedades.
Ellen dio una palmada de entusiasmo.
—¡Fenomenal! Ahora tengo que pensar qué voy a prepararos.
—¿Tendrás tiempo? —preguntó Lilly un tanto inquieta—. Deberás ir al instituto. Y además está Dean…
—Tranquila, lo tengo todo controlado. Seguro que tras mis mini vacaciones habrá trabajo acumulado, pero eso no es problema. Y Dean estará encantado de tener visita. Puede que así desconecte un poco de la dichosa obra.
—¡Pidamos unas pizzas! Gabriel come todos los días en la cafetería, así que no creo que le importe.
Ellen meneó la cabeza con vehemencia.
—¡Ni hablar! ¡Jamás he servido pizza a mis invitados! ¡Esta es una casa decente, no pienso quedar en ridículo!
Antes de que Lilly pudiera decir nada, llamaron a la puerta. Eran Jessi y Norma de vuelta del colegio. Nada más entrar, se echaron al cuello de Ellen y la comieron a besos. Luego fue el turno de Lilly, a lo que siguió un severo interrogatorio sobre el fin de semana en Cremona.