20
LONDRES, 2011
Entre suspiros, Lilly miró la bandeja de entrada de su correo electrónico. Seguía sin tener noticias de Enrico ni de su amigo. ¡Deseaba tanto saber si la partitura contenía algo que pudiera confirmar lo que la pequeña Helen le había dicho en sueños! Pero no era esa su única inquietud. Desde la visita de Gabriel no había dejado de pensar en viajar a Sumatra. Algo le decía que la solución al enigma estaba en esa isla. Pero ¿tendría el coraje suficiente para hacer sola un viaje así? Desde la muerte de Peter apenas había viajado, pues no se sentía con ánimos. Pero ahora algo había cambiado en su interior, y todo gracias al violín, a Rose, a Helen, a Gabriel… Se había pasado toda la mañana buscando un viaje barato, y el resultado había sido desolador. Solo el vuelo ya costaba una fortuna. La tienda de antigüedades daba para mantenerse, pero no para costearse un viaje a Padang con la única finalidad de seguir la pista de dos violinistas del siglo pasado. ¿Había llegado la búsqueda a su fin?
El sonido del teléfono la sacó de sus pensamientos. No esperaba ninguna llamada, pero aun así bajó corriendo las escaleras y descolgó.
—¿Lilly? —oyó decir a una voz de hombre de sobra conocida. De fondo se oía un ruido tremendo, como si estuviera en mitad de la calle.
—¡Gabriel! ¿Ocurre algo? —contestó. ¿Estaría impaciente por cenar con ella? Esa misma mañana le había enviado la dirección de un par de restaurantes.
—Me temo que tengo malas noticias —dijo titubeante—. He recibido una llamada de Diana, mi exmujer. ¿Se acuerda?
—Sí —constató Lilly—. ¿Ha sucedido algo malo?
—Podría decirse que sí. He de ir a verla, me necesita. Ya le contaré cuando nos volvamos a encontrar. Ahora voy de camino, y muy a mi pesar voy a tener que cancelar la cena. El viernes me va a resultar imposible.
Lilly tragó aire. La alegría de escuchar a Gabriel dio paso a un terrible nudo en el estómago.
—Entendido —dijo sin poder evitar el tono de decepción.
—Lo siento mucho, Lilly. Pero le aseguro que lo de nuestra cena sigue en pie. Aplazado, mas no archivado, ¿no se dice así en alemán?
Ella soltó una risa forzada.
—Sí, así lo decimos.
—La llamo en cuanto vuelva a Londres. ¿De acuerdo?
Una enorme bola en la garganta le impidió responder. ¡Cómo le gustaría saber cuándo sería eso!
Como si le hubiera leído el pensamiento, Gabriel añadió:
—No sé si será en unos días o en una semana, pero volveré. Se lo prometo.
—De acuerdo. Hubiera querido colgar, pero aun así se oyó decir: —Cuídese, Gabriel.
—Y usted también, Lilly. Hasta pronto. —Y colgó.
Lilly se quedó un rato aturdida junto a la mesita del teléfono. Va a ver a su ex, se dijo para sus adentros, y aunque en realidad eso no significaba gran cosa sintió un profundo desánimo. Había depositado tantas ilusiones en esa cena… No seas niña, siguió diciéndose. Al fin y al cabo, tú hiciste lo mismo.
Entonces la posibilidad de ir a Sumatra cobró más sentido. De esa forma no pensaría todo el rato en que Gabriel estaba con su exmujer y en que quizá Diana era más importante para él que ella…
—¿Qué andas buscando? —preguntó Ellen, apoyándose suavemente en el hombro de su amiga y echando un vistazo a la pantalla del ordenador. Había caído la tarde y Lilly seguía buscando una oferta. También continuaba intentando superar la terrible desilusión que había supuesto el desplante de Gabriel.
—Una lotería que toque —musitó.
—¿Y tiene que ser precisamente en Padang?, ¿qué pasa, que allí toca más?
—No, lo que quiero es que me toque para irme a Indonesia, por disparatado que pueda sonar.
Ellen guardó silencio un instante y luego giró con lentitud la silla de ruedas de su escritorio, obligando a Lilly a que la mirara a la cara.
—¿Qué te pasa?
Lilly frunció los labios y fijó la mirada en sus rodillas.
—Ha llamado Gabriel.
—¿Y?
—Habíamos quedado para cenar el viernes, pero ha cancelado la cita.
Ellen meneó la cabeza en señal de incredulidad.
—¿Te ha dado algún motivo?
—Según él, tiene que resolver un asunto familiar.
—Bueno, esas cosas pasan.
—Se trata de su exmujer.
Se hizo una pausa.
—¿Su exmujer?
—Sí, Diana. Dice que necesita su ayuda y que tiene que ocuparse de ella.
Una sonrisa asomó en el rostro de Ellen.
—Estás celosa.
—No digas bobadas. ¿Por qué iba a estar celosa? —se revolvió Lilly por no admitir que Ellen había dado en el blanco—. Pero si solo somos amigos.
—¿De verdad? Pues a juzgar por las miradas que te lanzaba la otra noche yo diría que hay algo más.
—Pues yo no noté nada —repuso Lilly, airada.
—¡Venga, Lilly! —dijo Ellen tirando de ella del brazo—. A mí no puedes engañarme. Tienes miedo de que vuelva a sentirse atraído por su mujer, ¿no es eso? Ten en cuenta que no sabes cómo fue su divorcio. Puede que se separaran de mutuo acuerdo y que quedaran como amigos. No tires la toalla antes de tiempo. No ha cancelado vuestra cita, sino que la ha aplazado, ¿no?
—Sí. Según él solo es un aplazamiento. Pero no ha sabido decirme cuándo volveremos a vernos.
—Quién sabe lo que puede estar pasando, cariño. Espera a que él te lo cuente. Yo en tu lugar no me preocuparía. Ahora lo mejor es que nos dediquemos a buscar la manera de que puedas ir a Padang.
Se pasaron toda la tarde sentadas frente al ordenador buscando un viaje asequible, pero todos estaban carísimos. Lilly sentía que el desánimo se apoderaba de ella, y tampoco ayudaban demasiado las constantes bromas que Ellen hacía con la intención de animarla. No habría otra cita con Gabriel, y probablemente nunca iría a Sumatra. El misterio de las dos violinistas jamás sería desvelado, y a ella, ya de vieja, no le quedaría otra que preguntarse qué extraños sucesos se habían dado en su familia para acabar siendo la dueña del legendario violín.
Durante la cena estuvo muy callada, ni siquiera fue capaz de comentar que no podía pagarse el viaje a Indonesia o por qué no podía dejar de pensar en Gabriel, quien había ido a ver ni más ni menos que a la mujer con la que había estado casado. No saber nada de su pasado la traía loca. ¿Tendría razón Ellen al decir que quizá solo fueran amigos? ¿Aún habría algo entre ellos? ¿Serían ridículas todas las ilusiones que se había hecho respecto a él? Al fin y al cabo, una cena íntima no implicaba que la cosa fuera a ir a mayores…
Todas esas preguntas se fueron a la cama con ella, deparándole un desasosegante sueño plagado de templos indonesios y exóticos paisajes por los que corría en pos de Gabriel sin lograr alcanzarlo.
Dos días más tarde, cansada ya de esperar en vano noticias de Italia, Lilly se encontró un sobre junto a su taza de café. Era tarde, así que Ellen se había ido a trabajar, las niñas ya no estaban en casa y tampoco parecía haber rastro de Dean. ¿Sería esa la carta que tanto tiempo llevaba esperando?
El «Lilly» escrito a mano con la bonita letra curva de Ellen dejaba pocas dudas de a quién iba dirigido. Su amiga incluso había sellado la solapa, como si contuviera secretos de Estado, así que echó mano de un cuchillo y lo abrió cuidadosamente por el costado.
Como era de prever, el sobre contenía papeles. En un primer momento solo vio una hoja en blanco, pero al sacarla comprobó que se trataba de una breve carta y que esta ocultaba un sobre estampado más pequeño. Nada más darle la vuelta, a Lilly se le desencajó el rostro. Tras quedarse mirando el sobre aturdida, lo dejó en la mesa y salió corriendo de la cocina en busca del teléfono.
Tardó un tiempo en contactar, pues esa mañana la línea del despacho de Ellen parecía estar ocupada todo el rato.
Finalmente contestó una voz de hombre. Era Terence, su secretario.
—¿En qué puedo ayudarle? —se ofreció con un tono de voz capaz de apaciguar a la gritona más fiera.
Lilly preguntó por Ellen, a lo que le contestó que estaba reunida, pero que en cuanto le fuera posible la avisaría. Habría querido saber cuándo iba a ser eso, pero se limitó a darle las gracias y colgar.
Con gesto de estupor observó los dos logotipos que adornaban el sobre. Uno era una cabeza de cabra violeta sobre un fondo gris. El otro consistía en unas líneas de color azul turquesa dispuestas de tal manera que parecían evocar la cabeza y las alas de un águila en pleno vuelo.
—Qué demonios has hecho, Ellen —musitó Lilly meneando la cabeza y leyendo las breves líneas una y otra vez, por si algo se le había pasado por alto.
En cuanto sonó el teléfono salió disparada y descolgó antes de que sonara una segunda vez.
—¿Ellen? —preguntó antes de que pudieran decir nada al otro lado de la línea.
—¡Por el amor de Dios! —exclamó la voz de su amiga—. ¿Se puede saber qué te pasa?
—Eso precisamente quería preguntarte yo a ti —dijo mirando de nuevo el emblema azul turquesa—. Tengo delante tu carta.
—¿Y bien? —repuso Ellen con una sonrisa que Lilly creyó escuchar.
—¿No crees que te has pasado? ¡No voy a poder devolverte el favor en la vida!
—No es más que un vale. Y una invitación a que lo uses si quieres.
—¡Esto es mucho más que un vale!
Lilly imaginó el ademán con que su amiga estaría quitándole importancia al asunto.
—Es solo una reserva. Aún falta por abonar la cuarta parte del importe total de los dos vuelos. Aunque, bien mirado, podía haberlos comprado directamente. Después de nuestra cena con el señor Thornton, supe que irías sí o sí a la patria de Rose. Así que dame ese gusto y confírmalos. Tómalo como un regalo de cumpleaños adelantado.
Pensativa, Lilly acarició con el pulgar el logo de Garuda Airlines, la línea aérea nacional de Indonesia. El de la cabra pertenecía a Qatar Airways. Esos dos aviones la llevarían a Padang. Solo tenía que confirmar las reservas…
—¿Sigues ahí? —preguntó Ellen, extrañada por la larga pausa de su amiga.
—Aquí sigo. Tan solo estoy esperando a que aparezca alguien de Objetivo indiscreto y celebre la broma que acabáis de gastarme.
—Lilly, nos conocemos desde niñas, ¿de veras me crees capaz de tomarte el pelo así?
—No, pero es que todo esto sale tan caro…
—No hay problema, estoy forrada. Y sabes de sobra que no espero nada a cambio. Lo único que quiero es que sigas la pista de Rose y Helen. Y que vuelvas a tomar las riendas de tu vida. Si haces este viaje sola, te demostrarás a ti misma y también a Peter que puedes hacer cualquier cosa aunque él ya no esté. Tienes que librarte de una vez del hechizo que pesa sobre ti. El violín es una señal, y tengo la impresión de que ha logrado cambiar algo en tu interior. Así que haz el favor de aprovechar esta oportunidad. ¡Ya es hora!
Lilly prefirió no decir nada. Su amiga tenía razón: sin un motivo nunca iría a Indonesia. Y no solo por el dinero. El violín había puesto su vida patas arriba… El violín o más bien Rose y Helen.
—Mejor hablamos esta noche, que Terence me está atosigando —oyó decir a su amiga—. Pero te aconsejo que confirmes los vuelos, no vaya a ser que te quedes sin ellos. Y en vez de perder el tiempo pensando en si aceptar o no mi regalo, empléalo en documentarte todo lo que puedas sobre Indonesia.
—¡Eso haré, gracias! —alcanzó a decir Lilly.
—Así me gusta. ¡Besos, tesoro! —dijo y colgó.
Lilly necesitó un rato para reponerse del shock. Pero poco a poco empezó a experimentar una alegría hasta entonces desconocida, y también una extraña congoja. Excepto a Londres, nunca había viajado a ninguna parte sin Peter. Antes de venir a casa de Ellen casi no había salido de Berlín. ¿Y ahora iba a irse al otro lado del mundo? Solo con pensarlo sintió un aleteo en el estómago y un frío repentino en las manos.
Con todo, llamó a la agencia de viajes, cuyo número le había dejado anotado Ellen, y confirmó la reserva de los dos vuelos que en solo dos días la llevarían a Padang.
Por la tarde ya se había hecho a la idea de que realmente iba a emprender ese viaje. Todavía se sentía un poco avergonzada de haber aceptado semejante regalo de su amiga, pero sabía que estaba haciendo lo correcto.
¡Se moría de ganas de ir a Indonesia! Quería descubrir qué había pasado con Rose, y también arrojar algo de luz sobre la misteriosa vida de Helen Carter.
De pronto le vino Gabriel a la mente y sintió deseos de llamarlo y contarle lo de su inesperado viaje.
Pero ¿podía hacerlo? Solo hacía un día que se había ido a ver a Diana. Y, bien mirado, el hecho de que se fuera de viaje tampoco iba a cambiar el curso de la historia… Sin embargo, para ella era muy importante, y sentía la acuciante necesidad de contárselo. Sin pensárselo más, echó mano del móvil y buscó su número. Gabriel contestó al tercer intento.
—¡Lilly, qué sorpresa! ¿Tanto me echaba de menos?
El tono jocoso de su voz despejó las dudas de si su llamada era oportuna.
—Tengo que contarle algo que acaba de sucederme.
—Espero que no sea nada malo. ¿Se encuentra bien? ¿Tiene ya noticias de ese conocido suyo de Roma?
—No, no es eso. Se trata de otra cosa… —Lilly respiró profundamente. Una vez se lo dijera, no habría vuelta atrás—. En un par de días me voy a Sumatra.
Aún le costaba dar crédito a sus propias palabras. Y Gabriel también parecía sorprendido, pues tardó un momento en reaccionar.
—¡Cuánto me alegro! —dijo al fin; y a Lilly no le cabía la menor duda de que en su rostro estaba asomando esa sonrisa descarada tan suya—. Entonces nuestra cena tendrá que esperar.
—Eso me temo —repuso Lilly, apesadumbrada—. Aunque seguro que le tendrá ocupado su… asunto familiar…
—Un poco, aunque no ha resultado ser tan grave como pensaba. ¿Y cómo es que se va tan pronto?
—Mi amiga opina que hay que ir mientras las huellas estén frescas. Así lo aconsejan los cazadores experimentados.
—¿Hay algún cazador en su familia que se lo haya dicho?
Lilly se rio para sus adentros.
—La verdad es que no, pero es una oportunidad irrepetible, y creo que mi amiga tiene razón al decirme que he de librarme del hechizo…
—¿Hechizo?, ¿qué hechizo?
¿Había hablado más de la cuenta? Por un momento vaciló, pero luego decidió que Gabriel podía saberlo tranquilamente.
—Tras la muerte de mi marido apenas me he atrevido a salir de casa. Me atrincheré…, me encerré en mi mundo. Pero el día en que ese anciano me entregó el violín…, algo importante empezó a moverse. Mi visión del mundo ha cambiado… —Hizo una breve pausa y se quedó a la espera de escuchar una reacción a través de las ondas, pero al otro lado de la línea solo se oía la uniforme respiración de Gabriel—. En fin, en cualquier caso, mi avión sale dentro de dos días a las diez de la mañana. Si no se produce ningún retraso, llegaré a Padang a la mañana siguiente.
—Qué bien. Me refiero a que se haya decidido a viajar. No solo por Rose y por Helen, sino también por usted.
Lilly creyó notar cierta decepción en su tono. Le habría encantado preguntarle si se animaba a ir con ella; siendo el jefe de la Music School seguro que podía permitírselo. Pero no lo hizo.
—Si logra encajar un par de piezas más del puzle, conseguirá liberarse de ese hechizo. Y una vez libre, podrá darle una nueva dirección a su vida. Y además tendrá un montón de cosas que contarme. Suponiendo que no me olvide.
—¡Claro que no! —exclamó Lilly sonriendo.
—Indonesia está plagada de hombres apuestos capaces de hacerle perder la cabeza.
—Puede ser, pero… —Estuvo a punto de decirle que ya había perdido la cabeza por él, pero en el último momento reculó—. Pero no creo que vuelva a…
De nuevo había estado a punto de meter la pata. Aún no se sentía preparada para una nueva relación, pero diciéndoselo a él podía hacerle perder las esperanzas.
—Creo que entiendo lo que quiere decirme —repuso Gabriel, a lo que Lilly replicó para sus adentros: ¡por favor, no! ¡No lo entiendas así!—. Esperaré pacientemente a que regrese. Aún no me ha dicho cuánto tiempo piensa ausentarse.
—Oh, solo una semana.
—¿En serio? Pensé que desaparecería todo un mes.
—No, solo serán unos cuantos días. Espero que sean suficientes para la investigación. ¿No tendrá por casualidad algún conocido por esas tierras que pueda allanarme un poco el camino?
—Desgraciadamente no. Y aunque así fuera, le aconsejaría que se valiera por sí misma. Así, aunque esa semana resulte ser un horror, siempre se acordará de ella. Seguro que sacará algún provecho.
El tiempo que Ellen tardó en volver del trabajo le sirvió a Lilly para ir ganando un poco más de autoconfianza. Aunque aún creía estar viviendo un sueño, cuando después de cenar su amiga se sentó junto a ella sonriendo contenta sus últimas dudas se disiparon y tomó plena conciencia de que en un par de días estaría sentada en un avión rumbo a Yakarta.
—Lo único que siento es no poder llevarte conmigo —dijo con pesar.
—No te preocupes, Dean sabrá endulzarme la espera —respondió Ellen encogiéndose de hombros y lanzándole una mirada cómplice a su marido, que esa noche sí que había llegado puntual a la cena.
—De eso no tengo la menor duda, pero…
—Es tu viaje, Lilly —repuso Ellen alargando la mano sobre la mesa para acariciar la de su amiga—. Y si eso es tan bonito como parece en las fotos que he visto en Internet, ya iremos juntas en otra ocasión.
—O nos vamos allí para celebrar nuestra segunda luna de miel —propuso Dean.
—Lo dices como si hubiéramos tenido una —dijo Ellen entre risas.
—Pues claro que sí. ¿O es que te has olvidado de Escocia?
—¡Oh, Dios! —gimió Ellen. Lilly se abstuvo de sonreír; obviamente conocía la historia del malogrado viaje.
—Tú y yo en una tienda de campaña —recapituló Dean—. No me digas que no fue romántico…
—Lo fue… Hasta que se puso a llover a cántaros. Nos calamos hasta los huesos y el culo se nos quedó congelado.
Jessi y Norma intercambiaron risitas. Seguramente en su colegio no se empleaba ese lenguaje.
—Pero al final encontramos el castillo.
—¡Querrás decir las ruinas del castillo! —Ellen le regaló a su marido la más encantadora de sus sonrisas—. Pero sí, fue muy romántico. Contigo todo me resultaba romántico. Y aún hoy me lo parece.
Lilly sonrió, aunque por dentro se sintió extraña. No había podido evitar pensar en Peter, pero esta vez el dolor no había sido tan lacerante. Y al imaginarse yendo a Escocia con Gabriel, supo que aunque cayeran granizos como piedras no sería ella quien se quejara.
—Ahora nos toca a nosotros esperar a que vuelvas para que nos cuentes —dijo Dean sacándola de sus pensamientos.
—La chica de la agencia de viajes me dijo que el hotel es muy confortable. Y bastante antiguo, así que es posible que Rose o Helen se hospedaran en él —dijo Ellen—. Seguro que allí habrá museos y archivos, y no creo que tengas problemas para hacerte entender en inglés. Además, eres una mujer adulta, y la chica de la agencia me aseguró que en estos momentos Indonesia no es un lugar peligroso. Vas a poder moverte e investigar con tranquilidad… Y si no encuentras nada, relájate y disfruta de tu estancia en ese país tan diferente.
Lilly no estaba segura de cómo iban a irle las cosas; ya se vería. Casi se sentía como en el momento en que la pérdida de Peter se le empezó a hacer moderadamente soportable. Entonces, al igual que ahora, tenía ante sí un camino incierto en el que podía pasar cualquier cosa. En aquella ocasión había optado por encerrarse en sí misma para que nada pudiera volver a lastimarla. Ahora, en cambio, había decidido dar un paso adelante, sin reparar en los riesgos. Tenía la impresión de que eso era justo lo que necesitaba…
—¿Nos traerás algo de Indonesia? —exclamó ilusionada Norma; y a juzgar por las miradas suplicantes que le lanzaba a Lilly, su hermana debía de estar pensando lo mismo.
—Por supuesto —repuso ella—. Quizá encuentre un par de camisetas chulas.
—¡O joyas! —se apresuró a decir Jessi.
—Señorita, no hay que ser codiciosa —la reprendió su madre.
—De acuerdo —concedió Lilly—. Si encuentro algo bonito, os lo traeré.
—¡Yo también quiero algo! —se apuntó Dean esbozando una sonrisa.
—Sí, un elefante de la suerte para tus obras —sugirió Ellen—. Ahora mismo te vendría de perlas.
Dean hizo un gesto con la mano.
—Por nosotros no te preocupes, Lilly. Tú disfruta del viaje y regresa sana y salva. Eso es lo único que queremos.