LOS DOS HERMANOS
1954-1989
Había una vez dos hermanos pescadores, ambos muy apuestos y tan parecidos que nadie era capaz de distinguirlos. Los dos eran, además, muy pobres. Tras una jornada de pesca infructuosa, lograron capturar una sardina tan diminuta que apenas merecía la pena llevársela a la boca.
—Comámonosla de todos modos —dijo el mayor—. Al menos podremos dar un par de bocados.
—No —se opuso el más joven—, dejémosla ir. No merece la pena que muera.
Liberaron al pez y eso les dio buena suerte: dos caballos blancos y dos sacos de oro para recorrer el mundo, y un tarro de ungüento mágico para sanar todas las heridas. Puesto que este último era difícil de dividir, el mayor, más valiente y más fuerte, se lo cedió a su hermano para protegerlo de todo mal.
Los hermanos partieron en direcciones opuestas. El menor no corrió aventuras, o por lo menos, si las tuvo, el cuento no dice nada al respecto. El mayor, en cambio, rescató a una princesa de una serpiente marina después de cortar las siete lenguas y las siete cabezas de la criatura monstruosa, una proeza que le valió convertirse en el prometido de la doncella. También salvó a todo un valle de la maldición de un vil hechicero y viajó a bordo de un barco encantado hasta el fondo del océano, donde halló montones de perlas. Le creció el cabello, se casó con la princesa y dejó de parecerse a su hermano.
No contento con todo eso, partió en busca de una bruja malvada que atemorizaba a todo un reino y a la que nadie había conseguido matar. Espada en mano, cabalgó hasta su castillo y la amenazó con rebanarle la cabeza. Pero la bruja resultó ser muy astuta, y con un único mechón de su melena mágica rodeó el cuello del caballero y lo hizo prisionero. «Y ahora —pensó la bruja— lo convertiré en mi esclavo y me defenderá de esos caballeros tan molestos que vienen hasta aquí cada día con la intención de cortarme la cabeza. Así podré descansar y comer carne asada y pasteles todo el día.»
Entretanto, el hermano menor, que seguía solo, se dedicaba a recorrer el mundo en busca de su hermano. Cabalgó durante muchos años, y siempre preguntaba a todo aquel que encontraba si había visto a un hombre a lomos de un caballo blanco con un rostro idéntico al suyo. Cuando por fin llegó al valle de la bruja, se enteró de que ésta había capturado a su hermano. «Ahora —pensó—, ha llegado el momento. Debo rescatarlo.»
De camino, se topó con un viejecito que le preguntó adónde se dirigía.
—A liberar a mi hermano —respondió él—, la bruja lo tiene prisionero.
Entonces el hombre le dio un consejo: puesto que el poder de la bruja residía en su cabello, lo que debía hacer era agarrarla por la melena y no soltarla. Sólo así lograría vencerla.
—Y después, le cortas la cabeza —añadió el viejo—. Nos harás un favor a todos.
El joven cabalgó hasta el castillo de la bruja. Un temible caballero con la melena al viento salió a su encuentro blandiendo la espada, rugiendo de furia. De un solo tajo, el aterrado hermano menor le cortó la cabeza al caballero. Después, agarró a la bruja por el pelo, le clavó la espada y la mató también.
Cuando el hechizo se rompió, se dio cuenta de que el temible caballero al que había matado, el sirviente de la bruja, le resultaba familiar. Al agacharse a su lado, reconoció el rostro de su hermano y lloró desconsolado por lo que acababa de hacer.
De pronto, recordó el ungüento mágico. Corrió hasta su caballo y volvió al sitio donde yacía el cuerpo decapitado de su hermano. Arrodillado junto él, le aplicó la pomada en el cuerpo, y la piel sanó y el fallecido volvió a la vida. Los dos hermanos se abrazaron, y el más joven se disculpó por el horrible crimen que había cometido. Después, regresaron juntos al palacio del mayor y jamás volvieron a separarse el uno del otro.
Un antiguo relato de la isla, en la versión que me contó el viudo Mazzu. Guarda similitud con un cuento siciliano del mismo título y probablemente de allí procede. Tomé nota de él alrededor de 1961.