TERCERA PARTE

LA CIUDAD DE LOS MUERTOS
1944-1953

 

Hubo en otro tiempo una anciana a la que se le metió en la cabeza echarle una maldición a la hija de un rey. «Nunca te casarás —#declaró#— hasta que hayas encontrado al Hombre Muerto y lo hayas velado durante un año, tres meses, una semana y un día.»

La niña creció y la maldición siguió obrando efecto. Aunque tenía muchos pretendientes y era muy hermosa, la muchacha no encontraba a ninguno que le gustara lo suficiente para convertirlo en su marido. «Padre —dijo al fin la princesa—, esto no funciona. Es evidente que no podré casarme hasta que encuentre al hombre con quien debo hacerlo según la maldición, pues ningún otro servirá. Así pues, tengo la intención de salir al mundo en busca del Hombre Muerto.»

El rey, su padre, se echó a llorar, pero no hubo forma de disuadir a la muchacha, que al día siguiente ensilló su caballo, cargó en él las alforjas y se internó en el mundo en busca del Hombre Muerto.

Tras muchos años de viaje, llegó a un gran palacio blanco. La puerta estaba abierta, y las lámparas, encendidas. Un fuego ardía en la chimenea. La muchacha entró y fue de una habitación a otra hasta que, finalmente, en una alcoba del piso de arriba, encontró a un hombre muerto yaciendo ante el hogar. «Aquí está mi novio —dijo la princesa—. Y debo velarlo durante un año, tres meses, una semana y un día, hasta que despierte.»

Y dicho esto, la muchacha se tumbó en las baldosas, ante la chimenea, y esperó a que el Hombre Muerto despertara.

Un relato de origen veneciano, también incluido en el Decamerón y en el libro de cuentos del signor Calvino, que de algún modo encontró su camino hasta Castellamare durante la Segunda Guerra Mundial. Soy de la creencia de que debió de llegar a través de uno de los prisioneros del norte. Lo grabé por primera vez en 1942, cuando el signor Rizzu me lo volvió a contar.