CADA QUIEN SU ENSALMO
Entré ayer al precipicio que es esta ciudad desmedida dentro de la que he encontrado un refugio silencioso y remoto que ahora acompañan dos perros con los nombres más cursis que pueda tener perro alguno. Mañana llegarán sus placas, porque mientras estuvieron en Puebla nadie imaginaba que podían perderse.
Los he llevado de paseo a su antigua casa y volvieron encantados. Lo mismo que encantados y aprisa subieron al auto en que los traje de vuelta. Dice Daniela, y ella sabe, que los perros son de personas, no de casas. Supongo que han aceptado ir y venir conmigo como parte de mi herencia irrevocable.
El domingo entramos, con el doctor Aguilar al volante. Lo suyo es desentrañar el mundo, no un automóvil, pero cuando no queda más remedio lidia con él y conmigo que esta vez llegué a la ciudad leyendo los letreros que se atravesaban por mis ojos, como hacen los niños cuando empiezan a aprender: «No es-tacio-narse»: así entré yo, leyéndole cuanto iba pudiendo. «Brujo de Catemaco», «Se forra piel», «Publisellos», «La Gomita, vulcanizadora», «Casa Hogar de paz» (en mitad de un basurero), «Abarrotes Talys», «Deportes Yuli» (aquí también hay generación Y), «Centro Quiropráctico de Oriente» (un cuarto que atemoriza en el tercer piso de una casa de lámina), «Las Delicias del Taco», «Motel El Abuelo», «Cantina El Nieto». Juro que están uno junto a otra. «Iglesia Fundamentalista Elemental», «Squash Balbuena», «Candelero: la revista que dice la verdad», «La violencia en la calle empezó en alguna casa», dice uno espectacular. (Muy cierto, sólo que lo firma el PSD, un partido mentiroso que empezó robándole sus derechos a Patricia Mercado, su fundadora, y candidata a la presidencia. Con suerte no obtendrán ni los votos ni el refrendo para seguir existiendo. Dios no castiga porque no está en donde debe, pero los electores sí, aunque sea a veces.) Sigo leyendo: Grafitis. Miles. ¿Qué dicen los grafitis? Algo dicen. «Pepe Victoria: fiesta salón o jardín todo por 199 pesos». ¿Qué será todo? «La naranjita Byll», «Deportes Ari’s» (el aparador tiene una pelota vieja, unos tenis grises y un traje de baño). La entrada a esta ciudad es un canto a lo feo con entusiasmo: ¿cuál mejor esperanza que un brujo de Catemaco al terminar la carretera? «Amarres, limpias.» Yo volví a una comida en el jardín de los helechos. Cada quien su ensalmo. «Luna», dice el niño cuando ve en el cielo su línea delgada.