EL FUEGO Y LAS CASTAÑAS

 

 

Un oboe, cuyo sonido inventó Morricone, anda en el aire de mi estudio. Y es de noche.

Una tristeza tenue me descobija. No tengo motivos para estar triste. Viene la música y consuela. La vida es buena conmigo, pero aún siento cerca la ausencia de mi madre. Tengo ahora el desamparo de otra Navidad sin su aliento. A mi madre le gustaba la Navidad. Y el gusto por estas fiestas es algo que se aprende en la infancia y del que no se abomina más que si uno es ingrato. A mí me encanta la Navidad. Llevo cantándolo desde siempre, pero nunca de modo que sea posible convencer a todos los que me rodean de que resulta bueno cualquier pretexto para quererse y de que este pretexto del Fin de Año es aún más bueno que muchos otros. No hay razón para la tristeza.

En la mañana mi hermana me participó que en Puebla no había castañas por ningún lado, que su marchanta le había contado que son importadas de Chile y que este año no llegaron.

Movida por un empeño propio de causas mayores me lancé a la ciudad, aún inquieta, con objeto de encontrar las castañas para el puré que se sirve con el pavo y que a mi hija, a mi sobrina, a mi hermana y a mí, nos gusta más que el pavo. En la mañana había preguntado a quien quiso oírme si había visto castañas en alguna parte. Y nadie. En diciembre México es el país de las naranjas, las cañas de azúcar, los tejocotes, los cacahuates. Pero ¿las castañas? Las castañas son un asunto de otros inviernos, las extrañamos sólo algunos locos, algunos medio descendientes de italianos o españoles que por más benditamente mezclados que estemos, aún llevamos en una que otra célula, pero con arraigo, la memoria del aroma a castañas tostadas en el fuego.

—¿Así que eso se come? —preguntó un día don Lino—. Pero si sabe horrible —dijo.

Y ¿cómo no? Había probado una castaña recién salida de su cáscara: cruda, tiesa, fría. Tuve que cocinarla con leche y dársela a probar a ese hombre perspicaz y honrado que tantos años trabajó en mi casa para que me creyera que semejantes semillas resultan comibles. Son frutos, no semillas. Pero parecen semillas. Las castañas. Las doradas castañas.