DE MI ÁNIMO A MI OLVIDO
Todas las familias hacen ruido, pero la nuestra podría ganar casi cualquier concurso que tuviera como fin darle un premio a la buena mezcla de emociones cruzadas por decibeles. ¡Qué manera de gritar la de los hermanos Mastretta Guzmán con todo y sus cónyuges y sus hijos!
De tanto saberlo, en los últimos tiempos se nos ha ocurrido comer en el jardín. Así es como hasta los perros han logrado aceptar que es mejor el aire libre con tal de que nuestro vocerío se apacigüe entre los árboles que nos rodean.
Sin embargo, ayer, cuando el naranja de la tarde se tiñó de rojizo y de viento, hubo que entrar a la casa con todo y nuestros cantos.
Antes habíamos puesto muchas veladoras entre los pensamientos del jardín y cantado Mambrú se fue a la guerra en una versión a la que yo, en la infancia y sobre los desvelos de mis hijos, le agregué dos estrofas que hacen que Mambrú vuelva de la guerra y busque la paz.
Siempre hacemos una rifa con dados. Hemos vuelto el asunto una tradición con cuyas anécdotas podríamos hacer un historial divertido. Creo que si nos sentáramos a hablarlo encontraríamos que nuestras versiones de cada encuentro no siempre coinciden en los detalles, pero sin duda sí en la certeza de que llevamos años divirtiéndonos con este juego idéntico que siempre termina distinto.
En la versión de mi hijo Mateo él nunca se ha sacado ni uno solo de los dibujos precisos y perfectos que hace su tío, el célebre y celebrado diseñador industrial Daniel Mastretta. Lo que yo veo es que la pared de su cuarto tiene nueve espectaculares automóviles dibujados por el tío. No sé quién se los sacaría en la rifa, pero son suyos. Siempre han sido los dibujos de Daniel y las pinturas de Verónica los premios más codiciados de nuestra lotería.
Un día dispusimos que nadie llevara regalos porque aún nos falta por repartir varias cosas queridas y dejadas en la casa de mi madre. Teníamos más de veinticinco: grandes, chicas, medianas, viejas, nuevas, memorables o nimias. No pasamos de las primeras cinco. Por ley, por herencia y por necios, mis hermanos toman tan en serio los juegos que hasta los de mesa los llevan a gritar como si estuvieran en un autódromo y les fuera la vida en la premiación. Conmueven.
Sin duda, hay más cosas bajo el cielo de las que sueña nuestra imaginación. Y, a veces, basta que la vida nos guiñe un ojo para que se abra una tregua en lo imposible. Pasó la Navidad con sus castañas y su risa, sus velas y su amparo. No sabemos qué será de mañana, pero la luminosa noche del 24 bajo los volcanes, y la tarde de ayer bajo la euforia, no pasarán de mi ánimo a mi olvido.