VIRGEN DE GUADALUPE: REINA Y RUIDO DE MÉXICO

 

 

Cerca de mi casa está la pequeña parroquia de San Miguel. No es imaginable lo que eso significa para los oídos y la paciencia de quienes la sufrimos. Dueño es del territorio y sus campanas un cura que adora el ruido, así que no le basta con llamar a misa campaneando desde la madrugada, sino que en las festividades lanza cuetes haciendo un derroche que ya está de preocupar.

Esta semana ha llegado al colmo. Desde el sábado pasado empezó a celebrar que el martes iba a ser día de la Inmaculada Concepción, asunto que, como bien sabemos, en España se trata como fiesta patria, merece puente y consigue poner de acuerdo a los más acérrimos adversarios. Pasado el día 8 el señor cura nos dio dos plácidos días de tregua, pero el jueves volvió a la cargada preparándose para el día de la Guadalupana con petardos desde muy temprano.

Sin embargo, a pesar de todo lo muy oído, esto que sucedió el viernes superó cualquier previsión. Desde las cinco de la mañana, hasta las once de la noche del día 11, nos tiene agobiados con sus artilugios. Echa un cuete cada dos minutos. ¿De dónde saca para pagar semejante escandalera? ¿Cuánto hay que juntar para acallar su enjundia celebratoria? Anoche asustó a los perros de la vecina, que son unos remedos de lobos muy sensibles, y sus aullidos acompañaron la madrugada con un doble escándalo. No me explico quién le autoriza tanta boruca ni sé por qué las autoridades no lo moderan, ni entiendo cómo es que nosotros, simples pero asiduos vecinos, no nos hemos atrevido a ir a callarlo. El caso es que nos espera una noche de perros.

Con el pretexto de que la Guadalupana bajó al Tepeyac, este cura tratará de enloquecernos, como si supiera que a mi familia el asunto de la tilma de Juan Diego la tiene más ensordecida que escéptica, cosa que nunca hubiéramos creído posible, dado que el escepticismo es grande, pero por desgracia no superior al ruido. Aquí le tenemos miedo al 12 de diciembre. Nunca se sabe qué se puede esperar. A la carretera no vamos ni de chiste porque los peregrinos la cruzan con los niños en hombros, o en bicicletas. En el mejor de los casos en camiones iluminados y carros alegóricos. En el peor, de rodillas. Éste es un culto serio y quienes no participamos de él le tememos tanto como desconfianza nos provoca. Y aquí vuelve otra vez este loco con sus cuetes.