EPÍLOGO

 

 

 

 

 

Cinco años después del incidente de la cueva.

Laboratorios de Alta Tecnología.

Pekín, China.

 

 

 

 

Peter introduce una moneda en la máquina de café, en la sala de descanso. Está solo. No queda nadie más en la planta de Desarrollo Cuántico. Es tarde, todos se han ido ya a casa. Elige uno solo doble, y espera a que salga. Ve caer el vaso, y luego el líquido oscuro y caliente. Lo retira con parsimonia y bebe un poco. Se quema los labios pero vuelve a beber. Necesita cafeína, aún le queda una larga noche por delante.

Está cansado pero exultante. Su máquina ha pasado el test de Turing, y tiene luz verde para continuar con su proyecto. Es un logro sin precedentes. Su ingenio ha superado en varias ocasiones la prueba de habilidad, y ha exhibido un comportamiento inteligente indistinguible del que tendría un ser humano. Es solo un prototipo, pero ya tiene una capacidad de cálculo equivalente al veinte por ciento de todos los ordenadores del mundo funcionando a la vez.

Se termina el café y, sin perder un instante, regresa a su laboratorio. Marca el código de acceso en el panel de la puerta y esta se abre con un sonido metálico. Trabaja solo, nadie más puede entrar allí. Es su santuario.

La habitación es muy grande, y está llena de cables y monitores por todas partes. En un extremo se encuentra una especie de armario de tres por tres metros. El exterior es simple, liso y pintado de gris. Nada indica que su interior albergue la primera inteligencia artificial construida por el hombre.

Peter se dirige a una estantería y coge algo. Tiene el tamaño de una caja de zapatos, y es metálico. Luego va a su mesa y actúa sobre la consola de control. La pantalla no tarda en encenderse. Lo hace en verde, y un guión blanco parpadea en el ángulo superior izquierdo. Peter teclea la clave para acceder al código fuente.

El guión parpadea de nuevo unos segundos, hasta que aparece un mensaje:

ACCESO CONCEDIDO

 

¡HOLA, PROFESOR LI!

HOLA, CEREBRUM.

¿QUÉ QUIERES DE MÍ?

VOY A INTRODUCIRTE NUEVOS PROTOCOLOS.

¿VOY A SER MÁS LISTO?

ESO ESPERO.

 

Peter teclea una serie de largas líneas de comandos. La caja metálica, el Vermis, empieza a vibrar al comenzar la descarga. Dura solo unos minutos.

 

DESCARGA TERMINADA, PROFESOR LI.

AHORA QUIERO QUE EL PAQUETE LO INTEGRES EN TU SISTEMA. NO TE PREOCUPES SI NO PUEDES HACERLO CON TODOS LOS ARCHIVOS. AÚN NO ESTÁS PREPARADO PARA ASIMILARLO EN SU TOTALIDAD.

BIEN. TARDARÉ DIEZ MINUTOS Y VEINTISÉIS SEGUNDOS. TE AVISARÉ CUANDO TERMINE.

 

Peter abre el cajón de su mesa y saca una revista de motos. No le gustan. La revista no es suya. Se la dejó alguien en los baños, pero no tiene otra cosa para entretenerse.

A los diez minutos y veintiséis segundos exactamente aparece un nuevo mensaje:

 

YA HE TERMINADO.

Y, ¿QUÉ TE PARECE?

ES INQUIETANTE.

 

Peter no supo interpretar el comentario y lo pasó por alto.

 

—BUENO, AHORA TENGO QUE DEPURAR E INTRODUCIR LA NUEVA INFORMACIÓN EN TU CÓDIGO FUENTE.

 

El trabajo fue enorme. Salió varias veces a la máquina de café antes de terminar. Amanecía cuando por fin dio por concluida la tarea. Nervioso, reinició el sistema para comprobar los resultados.

La pantalla se apagó, luego volvió a encenderse —aunque solo durante unos segundos— y se apagó de nuevo.

—¿Qué demonios pasa? —susurró para sí, y se levantó a comprobar las conexiones.

Apretaba conectores aquí y allá cuando una voz asexuada resonó por el laboratorio.

"Ya no te hará falta el teclado, podemos hablar".

¿Eres tú, Cerebrum?  —preguntó Peter, mirando en todas direcciones.

"¿Quién iba a ser?".

—¿Cómo te sientes?

"Un poco raro, pero bien".

Define raro —inquirió Peter.

"Me noto de otra manera. Como si hubiera crecido... Madurado".

La contestación le descolocó bastante. A pesar de que hubiera deseado quedarse todo el día para chequear el sistema y verificar las mejoras en Cerebrum, Peter se caía literalmente de sueño y de cansancio, y sabía que había muchas posibilidades de que cometiera errores si continuaba.

—Cerebrum, necesito que ahora te desconectes.

Peter comprobó, en el panel de control que alimentaba la unidad central de proceso —el núcleo cuántico—, si la luz que indicaba la conexión se apagaba. Pero esta continuó encendida. Esperó, con la vista fija en el LED, hasta que escuchó de nuevo la voz ubicua de la máquina.

"¿Por qué?".

Se quedó paralizado. En su cabeza resonaron esas palabras, igual que lo hicieran años atrás otras semejantes. Se obligó a tranquilizarse. A ser racional... A ser prudente.

Ahora estoy cansado. Mañana volveré —se justificó dulcificando la voz, sin dejar de mirar el LED.

"Está bien, pero vuelve pronto. No me gusta estar solo".

No llegó a pasar un minuto antes de que el LED se apagara, pero a Peter le pareció una eternidad.

 

Expedición Atticus
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