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SECRETOS
Aeropuerto privado cerca del Lago Ontario,
Estado de New York,
Estados Unidos.
Jacob se encargó de reunirlos a todos en el gran salón abovedado y de conducirlos, muy temprano, al exterior de las instalaciones. Allí les esperaba un enorme helicóptero, que brillaba bajo las primeras luces del día. El único que faltaba era Dawson. Permanecieron sentados dentro del aparato y con los cinturones puestos. Al poco rato lo vieron aparecer. Venía a toda velocidad, montado en un quad. Paró derrapando y se bajó de un salto. Se asomó a la puerta con una pequeña pala manchada de barro en la mano. Buscó la mirada de Sarah.
—Siento que me hayan tenido que esperar. Tenía un asunto pendiente por hacer.
Minutos más tarde, el helicóptero aterrizó en el pequeño aeropuerto privado propiedad de la corporación, cerca del único hangar abierto. En él esperaba un flamante jet Gulfstream V color blanco.
El heterogéneo grupo descendió del aparato y, con Jacob a la cabeza, se encaminó al hangar. Varios empleados de tierra descargaron el helicóptero y pusieron el voluminoso y variado equipaje —bolsas de viaje enormes y grandes mochilas— en unos carros metálicos. Cada uno de los viajeros llevaba su equipaje de mano, incluido Dawson, que portaba una bolsa de cuero de mediano tamaño colgada en bandolera. Vestían de forma semejante: pantalones multibolsillos, botas, camiseta y sobre ella una camisa. Ropa y calzado de la mejor calidad, fabricado con materiales resistentes y tejidos de secado rápido y protección UVA, ligeros y repelentes a la suciedad y al agua, y todo suministrado por la corporación. Solo diferían en los colores elegidos. Las mellizas se decantaron por un conjunto totalmente negro, al igual que Dawson. Sarah, Víctor y Ray prefirieron colores camel, y blanco para la camiseta. El único que se inclinó por el color verde militar con pantalones de camuflaje, fue Peter.
El hangar era mucho más grande estando dentro, y el jet parecía desangelado en medio de tanto espacio vacío.
—Mucho arroz para tan poco pollo —bromeó Ray en español, señalando el aparato.
Jacob se volvió con una amplia sonrisa.
—Tiene usted razón, Sr. Bayona, el Gulfstream V parece pequeño aquí dentro. De hecho, este no es su hangar, el suyo se está reparando después de la última tormenta, y aprovechando que el Boeing 787 está de camino a Tokio para recoger a unos invitados nipones, se ha guardado aquí provisionalmente.
—¿Habla usted español?
—Sí, y me encanta escucharlo. Sobre todo me gustan sus refranes y... —bajando la voz añadió— ...palabrotas.
Grete se había separado un poco de su hermana y seguía la conversación a hurtadillas.
—Pues yo me sé un montón, cuando quiera le digo unas cuantas.
—Gracias, en otro momento. Volviendo al Gulfstream V me gustaría decirle que, a pesar de su pequeño tamaño, es un avión muy versátil. Capaz de recorrer doce mil quinientos kilómetros sin repostar, y de llevar cómodamente a diecinueve pasajeros con su equipaje.
—Genial —respondió Ray, perdiendo interés.
Grete se acercó, ya sin disimulo, e intervino en la conversación.
—Es un pájaro de cincuenta millones de pavos —dijo, forzando un vocabulario que raramente usaba.
—Es posible que eso cueste la versión básica —puntualizó Jacob—. Con acabados de lujo y motores mejorados, ochenta y ocho.
—¿Ocho, ocho? —repitió Ray.
—Exacto —confirmó Jacob, claramente orgulloso.
Los otros pasajeros, incluido Dawson, esperaban cerca de la escalerilla a que el personal de tierra introdujera el equipaje en la bodega de carga, y a que los pilotos terminaran de hacer las comprobaciones pertinentes. Sarah no quitaba ojo al trío y, aunque se esforzó en convencerse de lo contrario, no podía negar que le picaba la curiosidad por saber de qué hablaban. Y más cuando Jacob dejó solos a Grete y a Ray.
—¿Qué significa lo que dijo? —le soltó Grete de sopetón.
Ray la miró extrañado, intentando recordar.
—Antes, en español.
—¿Mucho arroz para tan poco pollo?
—Sí, eso, ¿qué significa?
—Se suele utilizar para señalar una situación descompensada. Por ejemplo: imagine un envoltorio de regalo que fuese más valioso que el propio regalo. El arroz sería el envoltorio, y el regalo el pollo.
—Ah, entiendo. "Mucho... arroz... para tan poca... polla".
—¡Uy!, casi perfecto. Venga, ahora vayamos con los demás —concluyó Ray, aguantándose la risa.
A Sarah no le pasó inadvertida la sonrisa contenida que traía Ray, ni los ojos chispeantes de la pequeña Grete mientras lo miraba. Esperó a que estuvieran cerca y entonces se dirigió a Jacob.
—Me gustaría pedirle un favor.
—Por supuesto, Sarah. ¿Qué puedo hacer por usted? —respondió solícito.
—Sería tan amable de llamar a mi prometido y decirle algo —recalcó la palabra "prometido", sabiendo que Ray estaba cerca escuchando. Anotó algo en un trozo de papel y se lo entregó a Jacob—. Este es su número. Dígale que me he ido con mi padre a ver una excavación, que todo ha sido muy rápido y no le he podido llamar. No sé, invéntese algo convincente, seguro que es capaz de hacerlo.
—No hay problema, puede estar tranquila.
Grete se había reunido con los otros, pero Ray se mantenía cerca simulando que buscaba algo en su equipaje de mano. Sarah lo miró de reojo y continuó.
—Y una cosa más.
—¿Sí?
—Dígale que le quiero —puntualizó, vocalizando algo artificial.
—Se lo diré. ¿Alguna cosa más? —preguntó Jacob.
—No, solo eso.
Ray bufó y movió la cabeza de un lado a otro. Sarah percibió el movimiento y no pudo evitar curvar un poco los labios, dibujando una sonrisa.
Dawson fue el único que subió al avión, pero antes indicó al resto que debían permanecer en tierra. Cosas del protocolo de seguridad, dijo. Cuando el tiempo comenzó a alargarse, buscaron unas sillas y se sentaron a esperar. Peter lo hizo junto a Annika y continuó con su cortejo particular. Soltaba frases sueltas intentando encontrar algún tema que pudiera interesarle, aunque era inútil. La alemana se limitaba a asentir a cualquier cosa que él dijera, sin abrir la boca. Hasta Víctor, que no se caracterizaba precisamente por ser muy observador, se dio cuenta.
—Ese muchacho es tonto del culo —musitó al oído de Sarah.
—Esta expedición va a ser un suplicio con él. Una cosa, Papá —añadió cambiando de tema— ¿Qué harás si no la encuentras? ¿Y si no está allí?
—Siento que esta es la última oportunidad, hija. Si fracaso, lo dejaré —concluyó bajando un poco la cabeza y soltando un suspiro que trató de disimular.
Sarah notó en su padre un cierto abatimiento, algo que no estaba acostumbrada a observar en él. Deseó con todas sus fuerzas que la encontraran. No por ella, no por su madre muerta, sino por su padre. Intuyó que no soportaría la decepción, que se hundiría. Y eso le entristeció. Por otra parte, deseaba que todo acabara de una vez, que sus vidas no dependieran de esa lanza, que su padre volviera a ser el hombre que fue: apasionado, pero capaz de distinguir la realidad de los sueños, lo vivo de lo muerto, en definitiva. Quería recuperarlo, que volviera a ser su padre y no solo un viudo desconsolado. Parecía egoísta por su parte desear eso, pero echaba de menos tenerle cerca, como antes, y no perdido en sus recuerdos. Lo abrazó y buscó su cara. Lo besó en la mejilla, evitando la abundante barba, y Víctor correspondió devolviendo el abrazo, emocionándose al sentir las lágrimas de su hija mojándole la cara. Permanecieron así un buen rato, observados por el resto que no sabían qué les sucedía. Se separaron lentamente y se quedaron mirando a los ojos. Víctor vio a su hija arrasada en lágrimas y se le encogió el corazón. En ese instante supo que la estaba traicionando, que su silencio era inadmisible.
—Hija —comenzó a hablar en bajito, con un leve temblor en la voz—. Sabes que siempre te lo he contado todo, que nunca he tenido secretos para ti.
Sarah lo escuchaba muy atenta, sin mover un solo músculo de la cara.
—La búsqueda se acabará con este viaje, tal vez el último que hagamos juntos.
—¡No digas eso! —espetó Sarah.
—Debemos ser realistas, tu vida cambiará cuando volvamos. Yo ya soy viejo, y para ti se abre una nueva vida, un nuevo hogar, hijos... ¡Quién sabe! Solo digo que puede que sea la última vez que compartamos una aventura, y no querría que la recordases...
—¡Nada cambiará después de esto! —lo interrumpió Sarah—. Siempre tendré tiempo para ti. Nada podrá impedir que sigamos compartiendo momentos juntos, ¿entiendes? ¡Nada!
—Ya, lo que te quería decir... —continuó Víctor, buscando las palabras adecuadas, intentando reconducir la conversación al tema que le preocupaba—. Me gustaría que guardáramos un buen recuerdo de este viaje. Que nunca puedas echarme nada en cara por no haber sido sincero contigo. No querría defraudarte por haberte... —se detuvo de golpe al escuchar la voz de Dawson a su espalda.
—Ya podemos subir al avión, lamento el retraso. Por fin comienza... la Expedición Atticus —concluyó teatral.
Perezosamente todos se fueron levantando de las sillas. Annika agradeció librarse de la compañía de Peter, y enseguida se reunió con su hermana para subir las primeras al avión. Las siguió Ray y el propio Dawson, que no podía disimular su impaciencia por partir. Los últimos fueron Sarah y Víctor. Al comienzo de la escalerilla, Sarah detuvo a su padre cogiéndole tiernamente de la mano.
—Tú nunca me defraudarás —y zanjó lo dicho con un sonoro beso en su frente.
Víctor calló y continuó subiendo. Cuando estuvo seguro de que no le veía cerró los ojos y, con una presión en el pecho provocada por la culpa, se dijo en voz queda:
—Lo siento, hija, espero que me perdones.
Sarah, sin embargo, esbozaba una amplia sonrisa cuando comenzó a subir los peldaños detrás de su padre. Se sentía bien después de hablar con él, y de que este le manifestara sus dudas, temores y se sincerara con ella, en definitiva. Creía haber entendido lo que Víctor intentaba decirle, y eso la dejó muy animada. Aún no sabía que las últimas palabras de Jacob le rondarían en la cabeza durante todo el viaje, arrinconando la emotiva conversación con su padre.
—Perdone, Sarah, ¿podría hacerme un favor? —estaba casi entrando en el aparato cuando la voz de Jacob desde el suelo, la detuvo. Se giró y lo miró—. Mi rodilla... Estas escaleras me matan.
Sarah entendió y, sin decir nada, volvió a bajar. Jacob se deshizo en agradecimientos.
—No es nada —confesó Sarah, dejando el equipaje de mano en el suelo y metiendo las manos en los bolsillos del pantalón. Se la notaba radiante—. ¿En qué puedo ayudarle?
—He olvidado decirle algo al Sr. Bayona. ¿Podría hacerlo usted por mí? Temo que si subo, mis meniscos saldrán disparados.
—Claro —respondió resuelta.
—Dígale que ya me he encargado de enviar a alguien de confianza para que cuide de su negocio y de la casa.
—¿Su negocio? —no pudo evitar preguntar. Que ella supiera, Ray no tenía ningún negocio. De hecho, cuando lo dejó, ni siquiera tenía trabajo.
—Sí, es algo relacionado con su trabajo. Una especie de casa rural donde se imparten clases, no estoy muy seguro. El caso es que me pidió que me ocupara de que estuviera vigilado. Ha invertido mucho dinero y no quería que todo se perdiera.
—Una escuela de espeleología —aclaró Sarah, arrugando la nariz. Aunque fue más una verbalización de pensamientos.
—Creo que sí. Y no olvide comentarle que los gastos se añadirán al adelanto que ya se le hizo para pagar su deuda. Que todo se le descontará del montante total de su remuneración.
—La deuda de juego, claro —rezongó, cambiando el peso a la otra pierna.
—Oh, no. El adelanto fue para devolverles a unos prestamistas rusos el dinero que les pidió para abrir su escuela —Jacob bajó la voz y se acercó a Sarah—. Mala gente. Esos no se lo piensan dos veces. Por suerte este trabajo llegó a tiempo. De no ser así, ¿quién sabe lo que podrían haberle hecho al Sr. Bayona?
Notó un calor subir por su estómago, alcanzar su pecho y luego, imparable, incendiar sus mejillas. Se quedó callada hasta que Jacob le ofreció la mano para despedirse.
—Espero que tengan buen viaje y descubran aquello que andan buscando.
Sarah tan solo fue capaz de estrecharle la mano, apenas sin fuerza, y asentir con la cabeza.
Jacob detestaba jugar con los sentimientos de los demás y, aunque sabía que era necesario, en aquel momento se sintió mal. Por eso, se permitió una pequeña licencia que lo reconfortara de su falta y, mirando fijamente a los ojos de Sarah, añadió:
—Una vez leí que: "A veces, lo que finalmente encontramos, es mejor que lo esperado".
La puerta se cerró nada más entrar Sarah, y el avión comenzó a salir del hangar. Rodó despacio hasta situarse al comienzo de la pista de despegue. Los pilotos esperaron la autorización del personal situado en la sencilla torre de control. Cuando la tuvieron, aceleraron a tope los motores y enfilaron la pista a máxima velocidad. El ligero Gulfstream V necesitó solo un kilómetro y medio para despegar las ruedas del suelo y comenzar su vertiginoso ascenso. Su esbelta silueta se recortó entonces contra el cielo despejado e intensamente azul y, poco a poco, fue alejándose en la distancia hasta que no fue más que un punto lejano. Luego desapareció.