30 - LA EXPLICACIÓN

 

 

 

 

 

Interior de la cueva,

desierto oriental, zona montañosa,

Egipto.

 

 

 

 

Se produjo un silencio tenso que duró varios segundos.

Estaban en la segunda cueva, de pie, alrededor de Dawson, cerca de la abertura que siglos antes ampliaran los romanos para poder acceder a la que suponían la tercera cueva. Las luces de los frontales apenas se movían, y todas confluían en el magnate de la industria armamentística. Sin inmutarse, se dirigió a Peter con voz serena.

—¿Cómo va el dron?

—Bien —respondió este, consultando la pequeña pantalla digital de su control manual—. El escáner volumétrico ya ha comenzado a trazar el mapa tridimensional de la cueva. Volverá cuando llegue al final o su batería se encuentre a la mitad.

—Para eso todavía queda un rato, tenemos tiempo para hablar —dijo Dawson en tono sereno—. Busquemos un lugar donde sentarnos, creo que les debo a todos una explicación.

—Sí, por favor —intervino Ray—. Pero antes... Sarah, trata la insolación de tu padre, que está delirando. Si no he entendido mal acaba de decir que Dawson tiene dos mil años. No sé, ponle un poco de agua fresca en la nuca mientras yo le coloco una camisa de fuerza.

¡Ja,ja,ja! —Dawson soltó una carcajada sincera, y a Grete le costó contener una risa que arqueó sus labios—. Es usted gracioso, Ray, lo reconozco.

Sarah se mantenía seria, al igual que Víctor. Peter parecía no haberse enterado, mirando sin parar su control remoto.

—En realidad no son dos mil años —aclaró Dawson—, sino mil ochocientos cuatro. Si sumo los veinticinco que tenía cuando entré en la cueva.

—¡Tócate los huevos! —exclamó Ray, en español—. Sarah, parece que vamos a tener más trabajo.

—Muy bueno, sí señor —admitió Dawson también en español, sin dejar de sonreír—. Aquí estaremos bien. Por favor, tomemos asiento.

El primero en sentarse fue él, y lo hizo contra la pared, a unos metros de la abertura. Cruzó las piernas con una elasticidad asombrosa y esperó a que el resto le acompañara. Cuando todos estuvieron acomodados a su alrededor, apagó la linterna y el frontal, quebró una barra de luz química —que de inmediato produjo una luz intensamente anaranjada— y la dejó en el centro. El resto le imitó apagando sus frontales, entendiendo que sería más cómodo evitar sus molestas luces.

A excepción del titilar de las llamas que produciría un fuego, visto de lejos, el pequeño grupo parecía compartir una hoguera.

—Sr. Li, le ruego preste atención, esta parte de la historia usted tampoco la conoce —solicitó Dawson al chino-americano, que dejó de mala gana lo que estaba haciendo.

La luz química ambarina incidía en los rostros de los expectantes oyentes. Lo hacía desde abajo, provocando un efecto teatral y produciendo sombras difusas en el techo de roca viva.

Dawson parecía reflexionar. Observaba a todos y cada uno de los que le rodeaban sin decidirse a continuar hablando. Finalmente se dirigió a Sarah.

—Dígame. Si tuviera que contar algo absolutamente inconcebible, y pensara que no le creerían, ¿usted qué haría?

—Lo intentaría —respondió sin dudarlo.

—Bien, eso haré —y comenzó a relatar sin mayores preámbulos—. Mi verdadero nombre es Silas, y nací en Nubia, Egipto, en el año doscientos once después de Cristo.

Ray se removió del sitió y chasqueó la lengua. El resto eran estatuas de cera, incluido Peter, que por fin parecía interesado. Dawson prosiguió, entrelazando los dedos.

—Atravesaba estas montañas camino de Luxor acompañado de mi prometida, cuando una tormenta de arena nos sorprendió. Descubrimos esta cueva por casualidad. Fue una bendición, de no ser por ella hubiéramos perecido. Éramos jóvenes y nos amábamos profundamente. Sin embargo, nuestro amor no podía ser. Su familia había acordado un matrimonio de conveniencia con un rico mercader de lana, un viejo libidinoso que amenazaba nuestra felicidad. Pero nuestro amor era inmenso, y ella se fugó conmigo. Dejó a su familia y su hogar a las orillas del Mar Rojo y, de mi mano, emprendimos un nuevo camino juntos. Nos aventuramos por las montañas para evitar la persecución de sus familiares. Fue una locura, pero estábamos enamorados —Sarah había relajado el gesto y tenía apoyada la cara en su mano, con la mirada emocionada. Grete tenía ambas manos enmarcando su rostro, y sus ojos brillaban acuosos—. Descubrí una gran veta de oro en el interior de la cueva. La recorrí y parecía no tener fin. Yo era cantero, imaginen la sorpresa que me di. Era increíble. Los romanos controlaban Egipto por aquel entonces, y cómo no también sus minas, aunque esperaba obtener una buena recompensa por informar del hallazgo, y un cargo como capataz. El destino nos sonreía. Por unos instantes fuimos profundamente felices.

—Un momento —interrumpió Ray, levantando la mano como si estuviera en el colegio. Sarah, sentada  a su lado, lo miró.

—Si vas a decir una gracieta de las tuyas, mejor te la ahorras.

Ray bajó lentamente la mano.

—Continúe, por favor, Sr. Fox —musitó Grete, con un ligero temblor en la voz.

—Pasamos la noche a resguardo de la tormenta, haciendo mil planes de futuro. Recorrimos la cueva hasta llegar aquí —Dawson giró la cabeza hacia la abertura de la pared—. Entonces solo era un agujero. Y nos introdujimos en él. Antes de hacerlo le dije algo a Nut. Le prometí que siempre estaríamos juntos, que no la abandonaría jamás, que donde ella estuviera, yo estaría.

—¿Ha vuelto por ella? —preguntó Grete, con la voz rota. Dawson asintió—. ¿Tantos años y no la ha olvidado?

—He olvidado muchas cosas, pero jamás a ella.

—Si no hablo reviento, ¡joder! —espetó Ray—. ¿Se puede saber por quién demonios nos ha tomado? Muy bonita la historia romántica, pero no olvidemos que este tipo —señaló a Dawson con el dedo al tiempo que se dirigía al resto— nos ha dicho que tiene dos mil años.

—Mil ochocientos cuatro —puntualizó Peter, muy serio.

—Eso. Una jodida estupidez.

—Sí, la verdad es que es mucho tiempo —continuó Peter, poniendo su característica voz didáctica—, pero técnicamente hablando es posible.

—Explícate —le invitó Ray.

—Básicamente nos matan dos cosas: por una lado los radicales libres liberados por las mitocondrias, que producen la oxidación de las células. El oxígeno que nos da la vida también nos la quita, poco a poco. Y por otra parte la desaparición de los telómeros, que provoca que las células, al dividirse, comiencen a perder información genética. Sabemos que el superóxido dismutasa es una proteína que reduce los radicales, y que la telomerasa mantiene la longitud de los telómeros. La cuestión es que aún no hemos resuelto los efectos nocivos que provoca la utilización masiva de ambos elementos en el organismo.

—Como el cáncer —añadió Sarah.

—Exacto, entre otras mutaciones —corroboró Peter—. Pero en ciencia ya se sabe, nada es imposible, solo es cuestión de tiempo. Y sobre todo, en apoyarse en los descubrimientos de los demás.

—Un paso después de otro, pero con un poco de ayuda se pueden dar saltos —intervino Dawson.

—¿Quiere decir que allí dentro encontró la inmortalidad? —preguntó Sarah, señalando la abertura.

—No del todo. Envejezco un año cada trescientos cincuenta, más o menos. Mi sistema inmunológico es extremadamente eficiente. No padezco enfermedades y las heridas se curan muy rápido.

—¡Cojonudo! —exclamó Ray—. La pesadilla para un sistema de pensiones.

Sarah lo miró con un reproche dibujado en el rostro.

—¿Qué pasa?

No le contestó y se dirigió a Dawson.

—Todos los que entraban por ese agujero morían y usted encontró la inmortalidad, ¿cómo es eso posible?

—Nut y yo fuimos los primeros, tuvimos suerte.

—Y puede saberse qué encontraron más allá de ese agujero —Sarah fijó la vista en la mirada franca de Dawson.

—Umm, esa parte sí que me la sé yo —intervino Peter—. Se trata de...

—Si algo he aprendido con los años, es que el hombre cree aquello que ve —atajó Dawson—. Si me acompañan dentro, lo verán con sus propios ojos. Pero no quiero engañarles, será peligroso.

—¿Cómo de peligroso? —quiso saber Grete.

—Puede que no salgan vivos de allí.

—Ya, bueno, veo que les tiene a todos intrigados. Ha llamado su atención y ha conseguido crear una duda razonable sobre usted —intervino Ray—. Pero a mí no me la pega. ¿Sabe lo que pienso?

—Le escucho.

—Creo que todo esto no tiene ni pies ni cabeza. Y creo que las cosas no encajan, porque alguien aquí —y extendió un dedo acusador que señalaba a Dawson— está como una regadera.

—¿Qué no encaja? —preguntó, en un tono tan serio que descolocó a Ray unos segundos, hasta que se rehízo.

—¡¿Qué encaja?!, sería más correcto decir. Voy a entrar en su juego —retó Ray, relajándose—. Digamos que me creo su cuento de hadas. Usted y su novia entraron aquí hace... un huevo de años —puntualizó mirando de soslayo a Peter, que intuyó iba a rectificarle cuando dijera una cifra—. A los cien años salió del agujero. Un agujero donde encontró algo que le dio la inmortalidad, ¿correcto?

—Correcto.

—Primera cuestión: ¿por qué escapó solo dejando a su novia dentro?

—No escapé, me dejó salir.

—Uff, bien —bufó—. Algo que veremos con nuestros ojos, si decidimos entrar por ese maldito agujero, le dejó salir solo a usted. ¿Y se puede saber para qué?

—Necesitaba algo. Yo le prometí que lo conseguiría si después nos dejaba libres.

—¿Y?

—Él puso sus reglas.

—Ya. ¿Y tiene lo que le pidió?

—Más o menos.

—Pues ha tardado un poquito en conseguirlo.

—Así es.

—Segunda cuestión: ¿para qué demonios nos necesitaba a nosotros si sabía dónde estaba la cueva, y parece capaz de hacer cualquier cosa?

—En realidad no lo sabía. Como ya conocen, una vez Ático y yo huimos de la matanza perpetrada por los soldados enviados por Constantino, nos refugiamos en una pequeña aldea nubia. Allí vivimos hasta que mi viejo amigo murió. Él había escrito su informe, y lo había completado con todo lo que yo le expliqué, aunque su interpretación fue cuanto menos delirante. Pobre, casi se volvió loco —Dawson perdió unos segundos la mirada, echando mano de los recuerdos—. El asunto fue que guardó el informe, junto con el plano detallado de la situación de la cueva, en un arcón que enterró bajo el suelo de la cabaña en la que vivíamos. Una mañana, semanas después de que él muriera, unos legionarios llegaron y se llevaron a todos los hombres jóvenes de la aldea. Mis siguientes veinte años los viví como esclavo. Cuando conseguí la libertad regresé a la aldea, pero había desaparecido. Una tormenta de arena tal vez, quién sabe lo que pasó. Traté de encontrar la cueva. La busqué durante años sin suerte.

—Necesitaba mi mapa —intervino Víctor—. ¿Ha tenido que esperar tantos años por mi mapa?

—No exactamente. Cuando salí de la cueva lo hice por un objetivo. Precisaba conseguir algo si quería volver a tener a Nut. Pero ese algo no existía por aquel entonces. Durante los cien años que estuve allí dentro aprendí muchas cosas. Cosas que en un principio me parecieron más propias de brujería, aunque más tarde supe que se trataba de ciencia. Ciencia muy avanzada.

—Conocimiento —añadió Peter.

—Era un sabio del siglo veintiuno en un mundo primitivo. Lo que necesitaba aún no se podía conseguir porque simplemente no existía. Y tuve que acelerar un poco las cosas.

—¿Qué quiere decir con acelerar? —quiso saber Sarah.

—Como ya les he dicho, un avance después de otro, no podemos saltarnos pasos. Aunque un invento o descubrimiento puede provocar un impulso increíble, y lograr que la escalera del progreso se suba mucho más rápido. Yo tenía conocimientos extraordinarios, pero el mundo, la sociedad de entonces, no estaba preparada. Necesité digamos... inspirar a las mentes más prodigiosas de cada época.

—¿Quiere decir que detrás de los mayores avances tecnológicos de la historia estaba usted? —preguntó Ray.

—No de todos, naturalmente, pero de gran parte.

—Vaya, pues la Historia parece que se ha olvidado de usted, ¡qué despistada es!

—Nadie se hace famoso si no quiere, Sr. Bayona. Yo no lo quería, como podrán entender, y no encontré a ningún genio al que le pareciera mal que no reclamara su invento o descubrimiento como mío.

—O sea, que inspiró a científicos —Sarah estaba totalmente entregada.

—No solo a ellos. Las sociedades necesitan también de filósofos, artistas, escritores... Todos son necesarios para avanzar.

—A Leonardo da Vinci  lo visitó, ¿verdad?

—Por supuesto. Era un hombre genial, aunque no tenía paciencia. ¿Recuerda su tanque?

Sarah asintió.

—Siempre quería saber más, que le contará cosas, ideas. No entendía que él era un peldaño más en la escalera del progreso. Quería inventarlo todo, y eso no podía ser.

—¡Joder! Ahora resulta que igual le debemos a nuestro amigo las leyes de la gravitación y la teoría de la relatividad.

—Grandes hombres ambos. Newton fue más receptivo a mis sugerencias. Con el bueno de Albert me costó mucho, era muy tozudo.

—¡La madre que me parió! —exclamó Ray—. Este hombre no tiene fin.

Los demás, sin embargo, escuchaban a Dawson como embobados. Era Ray el único que seguía manteniendo una actitud escéptica, e incluso displicente.

—Pero no fue todo tan fácil. La ciencia siempre ha chocado con las religiones. Hubo épocas oscuras de la humanidad en las que el progreso se ralentizó mucho por ello. Después de lo de Galileo tuve que tener mucho cuidado con la mencionada "inspiración" que aportaba en cada momento.

—Entonces, ¿mi mapa no retrasó su regreso hasta aquí? —quiso saber Víctor, que no había dejado de pensar en ello.

—No. Hace dos años desarrollamos en mi compañía una sonda capaz de detectar cuevas desde el aire. Encontrarla solo era cuestión de tiempo. Aunque no puedo negar que su aparición fue una bendición. Mi contacto en El Cairo, un corrupto alto funcionario del gobierno, fue el que me proporcionó el resto del Informe Ático, el que se había robado de las ruinas del antiguo poblado nubio, y me habló de usted. Supe entonces que tenía el mapa y, sobre todo, que llevaba años detrás de una reliquia.

—La lanza —a Víctor se le iluminó el rostro—. ¿Existe de verdad?

—Por supuesto, yo mismo la tuve en mis manos.

Dawson dejó transcurrir unos segundos antes de continuar, respetando el momento de placer que estaba sintiendo Víctor.

—El caso fue que usted me vino muy bien para adelantar los acontecimientos, y para montar la tapadera de la excavación de cara al gobierno egipcio.

—¿Y nosotros? ¿Qué pintamos aquí? —preguntó Ray, en un tono seco.

—La verdad es que nada. No se ofenda, querido amigo, pero me hubiera bastado el profesor Costa y el Sr. Li. El problema surgió cuando el profesor puso como condición para venir que su hija nos acompañara. Era consciente de que había muchas lagunas en la historia, y no podía permitir que alguien que no estuviera tan involucrado en la búsqueda de la reliquia, llegara a conclusiones antes de lo debido. Y ahí es donde entra usted, Sr. Bayona.

—¿Yo?

—Fue idea del pobre Sr. Brandom. Sabíamos de su malograda relación con Sarah, y después de estudiar el asunto llegamos al convencimiento de que sería la distracción perfecta. Su presencia mantendría ocupada la cabeza de Sarah, al menos lo suficiente como para que no pensara con claridad. Y la de ella la suya.

—¿Qué quiere decir? —espetó Sarah, algo molesta.

—Brandom dijo algo así como que "el amor nubla los sentidos". Y sin duda tenía razón. Han mostrado dudas durante todo este tiempo, pero sus mentes estaban tan pendientes de ustedes mismos, que han sido incapaces de llegar a una conclusión que pusiera en peligro la expedición. Aunque ya ven, finalmente ha sido el profesor quien me ha descubierto. Afortunadamente lo ha hecho en un momento en el que ya no hay vuelta atrás.

—¡Qué cabrón! —exclamó Ray—. Nos ha utilizado como a peleles, para nada.

—Para nada no, sus cuentas corrientes han engordado ostensiblemente.

—Mira, en eso tiene razón. Pero hemos sido atacados por terroristas, Annika ha muerto, y los demás hemos estado a punto.

—Un contratiempo inesperado que lamento profundamente.

Grete agachó la cabeza y Sarah se apresuró a pasar un brazo por encima de su hombro, para traerla hacia sí. 

—¿Y cómo es? La lanza —pregunto de golpe Víctor, con un hilo de voz.

—Papá —intervino Sarah, con la cabeza de Grete apoyada en su pecho—. Ya habrá tiempo para eso.

—O sea —concluyó Ray—. Lo que le ha llevado tanto tiempo conseguir es otra cosa.

—Sí.

—No me lo diga —intervino Ray—. Está en esa bolsa que nunca se quita. Cómo se llamaba...

—El Vermis —saltó Peter, con un tono de entusiasmo que procuró contener.

—Eso.

Dawson cogió la bolsa y sacó a medias la caja metálica.

—El Sr. Li ha sido la última mente brillante a la que he tenido que insuflar un leve soplo de inspiración. El último peldaño. Él ha logrado la maravilla que contiene esta caja.

—¿Y se puede saber de qué se trata?

—Es difícil de explicar, ¿verdad, Sr. Li? —el chino-americano asintió ufano—. Podríamos decir que es algo así como un "amigo".

—¿Un qué?

Un pitido electrónico proveniente del mando de control que estaba en el suelo, sonó insistente.

—Es el dron. Ha terminado y está volviendo —informó Peter.

—Descarga los datos al portátil. Quiero ver las imágenes que ha tomado —solicitó Dawson.

—Estarán en un par de minutos.

 

En la pantalla digital fueron apareciendo puntos y líneas que se unían hasta conformar una imagen tridimensional muy básica. Al cabo de unos segundos el modelo se completó. Dawson manejaba el teclado, sentado en el suelo. El resto miraba por encima de él.

—Esta es la entrada —señaló con el dedo el comienzo de un tubo largo—. El recorrido es sinuoso y estrecho, pero no implica mucha dificultad. Una vez atravesado saldremos a una gran cueva, que es esta.

—¿Qué representan los colores? —preguntó Ray, sin rastro de ironía en su voz.

—Distintas densidades de los materiales. Los amarillos claros son areniscas, los naranjas cuarzo, y el rojo... oro.

—Entonces...

—Sí, la tercera cueva está cubierta casi por completo de una inmensa veta de oro puro —actuó sobre la pantalla táctil y revisó con rapidez el resto del recorrido—. Parece que todo está tal y como antes.

Ray se acuclilló junto a él y retrocedió hasta llegar a la imagen de la tercera cueva.

—¿Qué es esto? —preguntó, poniendo el índice en una zona concreta—. ¿Qué representa el color azul?

—Ah, eso. Es el portero —respondió distraído, mirando su reloj—. Bueno, ha llegado el momento —cerró el portátil y se levantó—. Son libres de entrar o quedarse aquí. La decisión es suya.

—Estoy listo —se apresuró a decir Víctor. Sarah y Grete se limitaron a asentir con la cabeza. Dawson entonces fijó la mirada en Ray, que permanecía con los brazos cruzados.

—¿Sr. Bayona?

Se rascó el mentón y miró de reojo a Sarah.

—¡Qué demonios! Yo también me apunto. No pienso perderme cómo acaba esto.

Diez minutos más tarde estaban preparados. Habían cargado en dos mochilas las cuerdas, el equipo de escalada, algunos víveres y agua. Dawson, además, llevaba su bolsa bandolera y una pequeña mochila que se puso a la espalda. El primero en entrar fue Ray. Se empeñó en ello y todos estuvieron de acuerdo. Le siguieron Peter, Grete y Víctor. Dawson y Sarah esperaron fuera para dejar cierta distancia.

—Yo le creo. A pesar de lo absolutamente increíble de su historia, le creo.

—Se lo agradezco —dijo Dawson, y le cedió el paso —. Usted primero.

—Hay algo que me gustaría preguntarle.

—Adelante.

—¿Nunca ha tenido hijos?

—No.

—En tanto tiempo, ¿jamás ha formado una familia?

—El precio de la inmortalidad es la esterilidad.

—Vaya, lo siento. ¿Pero habrá tenido muchas...? —Sarah se arrepintió de haber comenzado a formular su pregunta. Dawson, sin embargo, le respondió.

—En mi vida ha habido muchas mujeres, aunque solo recuerdo a unas pocas.

—Entre ellas a Mata Hari.

—Sí.

—Dígame una cosa. El día que salimos de su residencia, cuando tuvimos que esperarle en el helicóptero, usted traía una pala.

Dawson asintió.

—Venía de enterrarla, ¿verdad?

—Tenía razón, un tarro de cristal no era el mejor lugar para tenerla.

—Bueno —añadió Sarah, desplegando una amplia sonrisa—, por fin va a recuperar a su amada.

—Eso espero —Dawson pareció azorado.

—Una cosa más. Sus cicatrices, ¿cómo se las hizo?

—Fui esclavo y luego soldado durante mucho tiempo. Viví muchas guerras y luché en infinidad de batallas. Llegué a ser muy bueno, pero no tanto como para evitar siempre el filo de otras espadas. Tardé doscientos años en hacerme rico, entonces fue todo más fácil.

—¿Y ocultar su identidad?

—Simplemente no permanecía mucho tiempo en ningún sitio. Luego, cuando fui rico... Bueno, el dinero lo compra todo.

Una vez satisfecha su curiosidad, Sarah avanzó por la abertura ensanchada. Recorrió el estrecho pasillo seguida de Dawson. Finalmente se  introdujo en el agujero situado a nivel del suelo.

Ray reptaba por el sinuoso tubo, alumbrado por su frontal. Echaba rápidos vistazos a su espalda para asegurarse de que le seguían, y de nuevo avanzaba. Él se encargaba de ir arrastrando una de las mochilas, de la otra Grete. El recorrido no le pareció muy complicado. En su vida profesional como espeleólogo se había encontrado en lugares mucho más estrechos y complicados que aquel, llenos de agua y piedras inestables que amenazaban con derrumbarse. En comparación con ellos, aquello era un paseo por el campo. En cierta medida se sentía defraudado. Hubiera preferido que su intervención hubiera sido más determinante, sentirse más útil. Le dolió saber que su participación en la expedición era totalmente prescindible, que tan solo estaba allí por Sarah, para servir de distracción. Pensó en ella por un momento. Mientras avanzaba con los codos, tirando de la mochila atada a su pie izquierdo, visualizó su imagen y no pudo evitar soltar un suspiro. Lo que tenga que ser será, se dijo fatalista, y aceleró la marcha.

El grupo recorrió a buen ritmo el primer tramo, unos cien metros. Comenzaron a ralentizarse al doblar un pronunciado recodo y encarar una bajada. No era muy pronunciada, pero obligaba a ir más despacio y a retener el cuerpo con las manos para no terminar dándose un golpe con alguna roca. Continuaron así unos doscientos metros más, hasta llegar a una parte que se nivelaba y ensanchaba. Aún no podían ponerse de pie, aunque si les permitió caminar en cuclillas.

—¿Todos bien por ahí atrás? —preguntó Ray.

—Sí —oyó, repetido cinco veces.

La parte alta y plana terminó. Le siguió un tramo muy abrupto, lleno de rocas puntiagudas y continuos cambios de nivel.

—Mucho cuidado por aquí —gritó Ray—. ¿Qué tal vas, Víctor?

—Bien, bien —le oyó jadear.

Al ver las imágenes había calculado que el túnel entre la segunda y la tercera cueva tendría unos trescientos metros, por lo tanto ya no les podía quedar mucho.

La zona abrupta dejó paso a una mini cueva circular de unos tres metros de diámetro por dos de alto. Allí apreció humedad en las paredes y el suelo, y eso le alarmó. Decidió esperar a que todos llegaran, sentado sobre la mochila. Cuando finalmente apareció Dawson, se dirigió a él.

—Aquí hay filtraciones de agua. ¿Debemos preocuparnos?

—El río subterráneo discurre mucho más abajo. No hay problema.

—¿Seguro? Porque no traemos equipo de buceo. No me gustaría tener que atravesar una zona inundada, de la que desconozco su longitud, solo a pulmón.

—Tranquilo, nuestro camino hasta la gran cueva está despejado.

—Bueno, pues si todos estamos bien... —dijo Ray y, mirando primero a Víctor y luego a Sarah, concluyó— ...continuemos.

—Un momento. Ahora yo iré delante —atajó Dawson. Ray, a punto de entrar en la oquedad que indicaba el camino a seguir, se detuvo—. El resto del camino lo haremos con los frontales apagados. No queda mucho, solo unas decenas de metros.

—¿Por qué ir a oscuras? —preguntó Ray.

—Oh, bueno —contestó con indiferencia forzada—, la luz activa al centinela.

—¿Al centinela? —repitió Sarah.

—Se refiere a la mancha azul, al portero, ¿verdad? —intervino Ray.

—Así es.

—Y se puede saber, ¿qué demonios es?

—Mató a todos los que entraron en la cueva —confesó mirando a Sarah—. Él me hizo la cicatriz en el pecho.

Grete, instintivamente, tocó la cincha del rifle que llevaba a la espalda. Dawson vio el gesto.

—Pero no hay de qué preocuparse. Cuando me reconozca podremos pasar, supongo —concluyó. Apagó su frontal y se introdujo en la oquedad—. Síganme.

—¿Cómo que supongo? —refunfuñó Ray—. Bueno, vale, ya voy —admitió al ver que todos obedecían y se quedaba solo.

Dawson caminaba tanteando las paredes. La zona era bastante accidentada aunque la altura permitía ir erguidos. El suelo, plagado de salientes rocas, les hizo tropezar más de una vez. Iban en fila india, sin perder el contacto unos con otros, agarrados de la mano. Avanzaron así unos cuantos metros hasta que de pronto se detuvieron.

—Hemos llegado —informó Dawson—. Esperen hasta que les avise.

A tientas salió del túnel. El suelo dejó de ser tan irregular. Caminó un par de metros y quebró una barra de plástico de luz química. La luz formó una zona iluminada a su alrededor, insuficiente para ver más allá de un pequeño círculo. El resto del grupo esperó en la boca de salida del túnel, sin perder detalle de lo que pasaba fuera. Vieron a Dawson allí de pie, quieto, con la barra de luz ambarina en alto. Durante unos segundos no pasó nada. La imagen que distinguían era la de un hombre inmóvil, teatralmente iluminado, rodeado de una profunda oscuridad que le hacía parecer que estuviera suspendido en el espacio. Luego escucharon algo. Fue como un siseo. Algo semejante a un tenue silbido rompió el silencio. Entonces lo vieron.

—¿Qué cojones es eso? —preguntó Ray, en susurros. Sarah le puso una mano en la boca sin dejar de mirar la escena.

Frente a Dawson apareció un objeto grisáceo con forma de media esfera. Tendría un diámetro de un metro y parecía metálico. No brillaba. La superficie era mate, sin uniones ni tornillos. Solo se apreciaban unos agujeros del tamaño de una pelota de tenis rodeándolo. No se distinguían patas, ni nada parecido donde se apoyara, y sin embargo estaba a unos dos metros de altura.

—Soy Silas —le oyeron decir, con la barra de luz en alto.

El objeto se movió alrededor suyo, muy despacio. Dio una vuelta completa y de nuevo se detuvo frente a él.

Grete se descolgó el CETME del hombro, apoyó la rodilla en tierra y se lo llevó a la cara. Con el pulgar quitó el seguro y, al colocar el selector de tiro en ráfaga, sonó un clic metálico. El objeto de pronto se giró con un rápido movimiento y, de sus agujeros, comenzaron a salir una especie de brazos flexibles semejantes a mangueras. Dawson miró hacia la abertura y negó con la cabeza. Grete interpretó y, muy lentamente, bajó el arma. El objeto se acercó a la entrada con los seis brazos desplegados, abriendo y cerrando las pinzas que había en sus extremos. Ray apretaba la mano de Sarah con fuerza. Víctor contenía la respiración. Peter, sin embargo, parecía tranquilo y observaba con increíble interés. La media esfera flotaba en el aire, justo delante de ellos.

—Amigos —dijo Dawson, levantando la voz.

De entre las pinzas de uno de los brazos salió un haz de luz plano de color azul —en forma de abanico—, que recorrió al grupo desde la cabeza a los pies. Ninguno movió un solo músculo. Con una velocidad asombrosa, el objetó lanzó tres brazos que arrebataron el rifle de Grete de sus manos, y arrancaron la pistola y el cuchillo del cinturón de Ray.

—Quietos —dijo Dawson. Su tono parecía preocupado.

Con las armas pendiendo de sus tentáculos, el objeto se mantuvo delante del grupo unos segundos más. Hasta que finalmente se alejó lentamente y despareció en la oscuridad de la cueva.

En el interior del túnel solo se escuchaba el latido atropellado de sus corazones. Todos tenían la mirada clavada en la figura iluminada de Dawson, y esperaban sus indicaciones.

—Ya pueden salir —le escucharon decir.

En ese momento todos expulsaron el aire retenido en sus pulmones, produciendo un sonoro suspiro. Aún titubeantes salieron del túnel. Ray seguía cogido de la mano de Sarah, y continuaron así hasta que llegaron junto a Dawson. Fue ella la que, con disimulo, aflojó la presión y terminó por soltarse.

—Ha sido increíble —espetó Peter—. Es como usted dijo, control de la gravedad.

—¿Control de la gravedad? —saltó Ray, claramente alterado—. Ese puto alienígena con aspecto de pulpo gigante ha estado a punto de hacernos picadillo, ¿y tú te preocupas por las leyes de la física?

—No sea estúpido, Sr. Bayona, aquí no hay nada extraterrestre —respondió con cierto tono condescendiente.

Ray entornó los ojos.

—¿A quién llamas estúpido? ¡Montón de mierda!

Sarah tuvo que sujetarle del brazo.

—Por favor, Sta. Costa, controle a ese cromañón —solicitó Peter, desafiante.

Ray hizo otro amago de ir hacia él, pero la intensa mirada de Sarah lo detuvo.  

—Sr. Fox, ¿puede decirnos entonces qué demonios es eso? —preguntó Víctor.

—Yo lo llamaba centinela, y por decirlo de alguna manera... es la unidad móvil —respondió Dawson, al tiempo que encendía su frontal.

—¿Unidad móvil? —preguntaron Ray, Víctor y Sarah al tiempo.

—Por favor, les pido paciencia. Ya queda poco para que lo entiendan todo —suplicó Dawson—. Continuemos. Por cierto, ya pueden encender sus luces, esta cueva es digna de ver.

Uno a uno fueron conectando sus frontales y descubriendo la magnificencia del lugar en el que estaban.

La cueva era muy grande. Del alto techo colgaban estalactitas inmensas de varios metros de longitud, y del suelo surgían estalagmitas que en algunas partes llegaban a formar columnas al juntarse con las estalactitas. Los colores de las rocas iban desde el blanco intenso de los depósitos de carbonato cálcico, hasta el ocre vivo del óxido de hierro de las areniscas; pasando por todas las tonalidades del marrón. En algunas partes del suelo se acumulaba el agua que escurría del techo, formando pequeñas piscinas cristalinas cuya superficie devolvía el reflejo de las luces como si de un espejo se tratara. Giraban admirando aquella cueva virgen, abstraídos por la belleza de su morfología kárstica y su grandiosidad.

—Miren el techo con detenimiento —sugirió Dawson—. Entre las estalactitas.

Todos las cabezas se dirigieron hacia arriba y las luces arrancaron destellos dorados.

—¿Eso es oro? —preguntó Ray.

—Así es —confirmó Dawson—. Prácticamente todo el techo está cubierto por una inmensa veta de oro. El agua que se ha filtrado durante siglos casi la ha tapado, pero a cambio ha formado esta maravilla.

—¿Agua? Estamos en el desierto —inquirió Grete.

—Sí, un desierto, aunque no siempre fue así. Hubo un tiempo en que caudalosos ríos atravesaron estas tierras. La mayoría han desaparecido, otros simplemente dejaron la superficie y continuaron discurriendo subterráneos. Un fenómeno que el Sr. Bayona habrá contemplado muchas veces —Ray asintió, con una duda saliendo de sus labios.

—Fue aquí donde esa cosa mató a todos los que entraron, ¿verdad? —y sin esperar respuesta continuó—. ¿Dónde están los cuerpos?

—Sí, ¿dónde están? —corroboró Víctor, solidarizado con una pregunta que él llevaba tiempo pensando hacer.

—Síganme —se limitó a decir Dawson.

El grupo caminó entre las hermosas y milenarias rocas, sin poder dejar de admirar las caprichosas formaciones que los minerales arrastrados durante siglos por el agua, habían creado. Rodearon una gran piedra con forma de merengue, hasta llegar a una oquedad que se abría en el suelo. La dolina no era muy profunda, más o menos dos metros.

—Sé donde están porque yo mismo los puse aquí —musitó Dawson, con un tono grave.

Las luces se concentraron en la fosa improvisada para descubrir un montón de cuerpos momificados, la mayoría aún con sus ropas. El tiempo los había cubierto de "terra rossa", arcillas de descalcificación que teñían el conjunto de un uniforme color pardo y lo hacían parecer una siniestra escultura. La piel endurecida había mantenido unidos los huesos, y los cuerpos permanecían enteros; aunque en algunos de ellos se apreciaban grandes mutilaciones, como la falta de miembros e incluso de la cabeza.

—Cuando el centinela terminaba..., yo me encargaba de ellos —confesó Dawson, con un hilo de voz—. Ese fue el último —añadió, dirigiendo el potente haz de su linterna de mano a un cuerpo desnudo situado sobre el resto, y cuyo pecho estaba abierto de arriba a abajo.

—¡El tribuno Gayo! —exclamó Víctor, haciéndose un sitio para ver mejor—. ¡Él llevaba la lanza, tiene que estar ahí!

—De las armas se encargaba el centinela. Se las llevaba a "Él", es muy curioso.

—¿Él? ¿Quién puñetas es Él? Estoy harto de misterios —espetó Ray.

—Continuemos, ya queda poco para que lo conozcan.

En silencio se alejaron de la fosa, y en fila india siguieron a Dawson. Sarah y Ray iban los últimos. En un momento dado del trayecto, él le agarró del brazo con disimulo.

—¿Qué piensas? —musitó.

—¿Sobre qué?

—¡Joder, Sarah!

—Yo le creo —dijo hablando en voz baja—. ¿Tú no?

—No sé qué pensar, es todo demasiado alucinante.

—Sí, quizá por eso sea verdad. Hasta ahora todo lo que ha dicho lo es.

—Vale, tengo que admitirlo. Aunque no puedo dejar de pensar en que ese tipo dice tener casi dos mil años. Y luego está esa especie de robot mutante...

—Ya le has oído, pronto lo entenderemos, solo tenemos que llegar hasta el final de esta historia.

Ray reflexionó unos segundos mientras observaba el perfil de Sarah iluminado por la luz azulada de su frontal LED. Le pareció igual de guapa que siempre, y continuaba despidiendo ese aire de eterna adolescente que tanto le gustaba. Sin embargo, algo en ella era diferente.

—Te noto distinta. No sabría decir en qué, pero no pareces la misma de antes.

—Este viaje me ha cambiado.

—¿Sí?—Ray modificó el tono, dulcificándolo sutilmente—. ¿En qué sentido?

—Hasta ahora estaba un poco perdida. No sé, creía saber qué esperaba del futuro, pero en realidad no lo sabía.

—¿Y ahora sí?

—Ajá.

—¿Y se puede saber qué era?

—Para eso tendrás que llegar hasta el final de esta historia —contestó traviesa, y echó a andar dejando atrás a Ray que había ralentizado el paso.

—Quizá me hagan falta dos mil años para poder entender a las mujeres —se dijo a sí mismo.

 

El grupo finalmente se detuvo en el borde de una grieta en el suelo. Se encontraba en un extremo de la cueva, junto a una pared. Era irregular y de unos tres metros por dos.

—Descenderemos por aquí. Es una bajada de unos doscientos metros. Pero no se asusten, no es totalmente vertical. Mantiene una inclinación más o menos de cuarenta grados, y la superficie es rocosa, una especie de escalera natural. Aún así utilizaremos cuerdas para mayor seguridad. Sr. Bayona, por favor, dispóngalo todo para el descenso.

—Me preocupa eso de que últimamente haya vuelvo a llamarme Sr. Bayona. Me suena a ese respeto solemne que se les tiene a los muertos, o a los que van a morir.

—Nunca se sabe, Ray, nunca se sabe —contestó Dawson, forzando un tono de misterio impostado en su voz al tiempo que mantenía un gesto serio.

Ray se quedó paralizado, sintiendo un escalofrío que le recorrió la espina dorsal y le erizó el vello, hasta que vio cómo el rostro de Dawson se relajaba y asomaba una sonrisa a sus labios.

—¡Eh! ¡Qué cabrón, me toma el pelo!

—Parece que el Sr. Fox también sabe hacer bromas —intervino Víctor, dándole una palmadita en la espalda—, ¿verdad?

—Eso parece —añadió Sarah, sin dejar de escrutar el gesto ambiguo de Dawson.

 

No tardaron mucho en estar preparados para bajar. Lo primero que hizo Ray fue colocar los arneses correctamente a todos, y explicarles el funcionamiento del sistema de freno en caso de emergencia; lo siguiente fue empalmar todas las cuerdas que llevaban, buscar una roca sólida a la que atar un extremo y a continuación, lanzar el otro a través de la grieta.

—Creo que la cuerda será suficiente, si la distancia es la que nos ha dicho.

—Lo es —contestó Dawson.

—Bien, pues entonces, cuando quiera.

—Yo iré primero, y usted el último. Como ya les he dicho, la bajada no debería entrañar demasiadas dificultades. Solo deben tener cuidado por dónde pisan, algunas rocas pueden ser resbaladizas.

—Si alguien cae, el sistema de blocaje que llevan en sus arneses les frenará en cuanto dejen de hacer presión con la mano sobre él —explicó Ray, haciendo una demostración con el suyo—. Si eso pasa, quédense donde estén hasta que yo vaya a ayudarles, ¿de acuerdo?

Todos se limitaron a asentir menos Peter.

—No se preocupe, esto no parece demasiado complicado —manifestó con cierto desprecio.

Ray se tragó las ganas de contestarle.

Sin mayores preámbulos, siguieron a Dawson una vez desapareció por la grieta.

—Te juro que como el capullo de Peter se caiga, va a quedarse colgado hasta que se convierta en estalactita —masculló Ray al oído de Sarah, justo cuando entraba detrás de ella.

La grieta daba paso a una sima. Una especie de tubo cilíndrico de algo más de dos metros de diámetro, consecuencia del derrumbamiento del suelo. Las paredes y la parte alta presentaban rocas salientes y puntiagudas con las que debían tener mucho cuidado. El suelo por donde descendían lo formaban piedras erosionadas por la acción del agua, y estaban redondeadas y resbaladizas. Afortunadamente la disposición semejaba una escalera de grandes peldaños, y facilitaba bastante la bajada. A pesar de todo, el descenso era difícil y en ocasiones hasta angustioso. Pronto el agua los empapó y también mojó la cuerda, haciendo más complicado el seguir agarrados a ella. Los resbalones se sucedieron, y más de una vez estuvieron a punto de caerse. Ray solo veía a Sarah, que iba delante, y esta a su vez a Víctor, del que estaba muy atenta.

—¿Cómo va tu padre?

—Se apaña.

—Llevaremos un tercio. Pregúntale cómo está.

—Va bien, ya te he dicho.

—Lo que tú digas.

A los doscientos metros escuchó un ruido y luego un grito.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Ray.

Sarah no contestó inmediatamente. Había visto resbalar a su padre y caer un par de metros a plomo contra las duras rocas. Se apresuró a llegar hasta él. Cuando lo hizo Ray estaba tras ella.

—¿Estás bien, papá? —inquirió, con un tono de urgencia en su voz.

Víctor estaba de lado, apoyado contra una gran roca, aferrado a la cuerda con fuerza.

—He resbalado —se lamentó—. Soy un viejo torpe.

—No digas eso —le consoló Sarah, comprobando el estado de sus extremidades.

—¿Cómo está? —preguntó Ray, intentando ver algo.

—¿Te encuentras bien? ¿Te duele algo? —preguntó Sarah.

—La pierna... —respondió quejumbroso.

Ray lo escuchó y soltó un sonoro bufido. Si estaba rota tendrían un serio problema. La luz de los frontales oscilaba contra la roca húmeda produciendo reflejos inquietantes. Empezó a preocuparse ante el mutismo de Sarah, cuyo cuerpo le impedía ver el estado de Víctor. Grete, que iba delante de él, se había detenido también, y miraba para arriba sin saber qué hacer.

—No hay rotura. Es solo una contusión en la cadera —resolvió por fin Sarah, después de asegurarse de que tenía todos los huesos en su sitio—. No hay de qué preocuparse.

—Estoy bien —dijo Víctor, haciendo por incorporarse—. Un golpe tonto. Puedo continuar.

—¿Seguro?

—Claro, hija.

—Dejadme —intervino Ray—. Pasaré delante de él.

—No es necesario —dijo Sarah.

—Puede que no valga para mucho, pero este es mi trabajo. Lo único que sé hacer bien —respondió endureciendo el tono, sinceramente ofendido—. He dicho que pasaré delante y me ocuparé de que llegue abajo sin más incidentes.

Sarah sostuvo su mirada unos segundos, extrañada por su reacción, hasta que fue consciente de que su inocente respuesta tal vez había dolido a Ray. Se apartó como pudo y le dejó pasar.

—Procura apoyarte en mí —le dijo a Víctor, después de adelantarle —. Ya queda poco.

El cariño con el que Ray trató a su padre emocionó a Sarah e hizo que se sintiera un poco mal, a pesar de que no había sido su intención cuestionar la profesionalidad de Ray. Más bien, determinó, se trataba de una inseguridad que él llevaba tiempo arrastrando, una presión interior que había encontrado una fuga por la que salir. Tendría que hablar con él, se dijo, cuando aquello terminara necesitarían aclarar bastantes cosas.

—¿Todo bien por arriba? —oyeron gritar a Dawson, que a pesar de ir varias decenas de metros por delante había escuchado el alboroto.

—Sí —respondió Ray.

El grupo continuó el descenso, y sin más incidentes llegó al final de la sima inclinada. Estaban empapados y agotados. Tuvieron que recuperar el resuello descansando unos minutos sentados en el húmedo suelo. Dawson estaba de pie, observándoles. Ni siquiera parecía que hubiese hecho esfuerzo alguno. Su actitud y entereza eran las mismas de siempre, y su porte sereno y elegante también.

—Ese tío no es de este mundo —musitó jadeando Sarah al oído de Ray, intentando romper el hielo que se había formado entre ellos.

—Yo ya no me sorprendo por nada.

Aguardó unos minutos a que el grupo recuperara un poco el aliento, y luego se acercó.

—Estamos en la cueva principal, aún no podemos verla porque es demasiado grande. Ahora debemos esperar.

—¿Esperar a qué? —preguntó Víctor, que se masajeaba la pierna magullada.

—A que "Él" sepa que he vuelto. No creo que tarde mucho.

Ray estaba quitando el arnés a Grete cuando se volvió con violencia. Sarah le conocía demasiado bien y trató de calmarle poniéndose delante, pero él la apartó con delicadeza y se dirigió a Dawson.

—Me tiene un poquito hasta los cojones con tanto misterio —su tono era brusco y su actitud desafiante—. ¿Por qué no nos dice de una puta vez de qué va todo esto? Estoy harto de seguirle como un perrito faldero. De que todos lo hagan —Ray le agarró por la camisa. Sarah se precipitó hacia él, sintiéndose en buena parte culpable de haber provocado que su nivel de aguante estuviera al mínimo—. ¡No me mire así y diga algo, joder! O voy a...

De pronto la cueva se iluminó con una luz tenue de color anaranjado.

—Es "Él" —se limitó a decir Dawson.

Por más que buscaron no encontraron la fuente de luz. Parecía provenir de todos los sitios, ya que las sombras eran mínimas. Absortos, contemplaron la magnificencia de la gran gruta en la que se encontraban. Era aún mayor que la anterior. Con una longitud total de unos doscientos metros por cien de ancha. Y mucho más alta, unos cuarenta metros. Las formaciones kársticas adornaban el techo, y creaban curiosas figuras en las paredes y el suelo. La forma de la gruta era claramente ovalada, con un perímetro elevado de unos dos metros de ancho que la rodeaba por completo. El centro lo formaba una inmensa depresión cóncava; un valle ciego, de bordes suaves, que descendía hasta una profundidad de unos quince metros. El fondo parecía formado por un terreno lamoso, una especie de cieno blando y oscuro. En un lateral del valle vieron un lago, y en el centro un gran objeto de forma irregular.

—¡Dios mío! ¿Qué es esto? —exclamó Sarah, mirando en todas direcciones—. ¿De dónde viene la luz?

—Radiación térmica —dijo Peter, sin darle mayor importancia.

Ray puso cara de no entender nada y Peter lo vio.

—Al pasar corriente eléctrica por el filamento de tungsteno de una bombilla este se calienta, entonces emite luz. La materia al calentarse produce luz —aclaró como si tal cosa.

—Tú lo has dicho, al calentarse —intervino Sarah.

—Por si no lo han notado, ha habido una ligera subida de temperatura. La suficiente como para hacer vibrar los electrones de los átomos de oxígeno y que estos emitan fotones, pero no lo bastante como para incinerar este lugar.

—Este tío, ¡sabe de todo! —exclamó Ray.

Sarah iba a decir algo cuando de pronto sintió una leve sacudida. Todos se giraron al tiempo y vieron cómo, el objeto que había en el centro del valle, a unos cien metros de ellos, comenzaba a generar una especie de niebla, formando una esfera semitransparente de un azul intenso que lo envolvía por completo.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó Ray, señalando con el dedo.

—El futuro —sentenció Peter, exhibiendo una amplia sonrisa.

Dawson, con el rostro más serio, miró detenidamente el objeto.

—Quizá, alguna vez, pensó que era humano. Ahora cree ser un dios. Pero solo es una máquina —dijo finalmente.

—Bueno, ya lo estamos viendo. ¿Va a contarnos ahora el resto de la historia? —le conminó Sarah, con la respiración alterada.

—Naturalmente —contestó Dawson—. Además, tenemos tiempo.

—¿Tiempo? ¿Para qué? —preguntó Víctor.

—Para que puedan ver cómo, un dios, pasa el rato cuando se aburre.

—No entiendo —intervino Ray.

—Ya lo entenderá. Y ahora sigamos. Cuando Nut y yo entramos en la tercera cueva, el centinela nos interceptó —dijo Dawson, consiguiendo al instante una atención absoluta—. Pero como todavía no estaba programado para eliminar humanos, solo se limitó a retenernos. Yo me resistí. Una de sus garras me destrozó el pecho. Luego nos transportó, a Nut y a mí medio muerto, hasta aquí, y nos introdujo en el arca.

—¿El arca? —preguntó Víctor, atento a cada terminología religiosa que escuchaba, muerto de ganas por preguntarle de nuevo por la lanza. 

—Así lo llama "Él". El caso es que me desmayé nada más entrar. Cuando desperté ya estaba curado. Imaginen el impacto que me llevé. Un hombre del siglo tres ante una tecnología como esta.

—Perdone —interrumpió Ray—, pero yo todavía no sé de qué cojones de tecnología se trata. Mejor dicho, aún no sé una mierda de nada.

—Tiene razón —se disculpó Dawson—. Pero esta parte creo que no va a ser fácil de explicar. Digamos que el arca en sí es una sonda. Una sonda que viajó durante mucho tiempo por el espacio hasta que finalmente volvió aquí.

—Ya, y está tripulada por hombrecillos verdes.

—No, está tripulada por una máquina. Una máquina muy avanzada. Sr. Peter, por favor, intente explicarlo usted.

—Veré qué puedo hacer, pero no le garantizo nada —dijo, pagado de sí mismo.

—Oye, que no somos idiotas —se indignó Sarah.

—¿Entiende usted de física cuántica, Sta. Costa? —la miró fijamente. Ella permaneció con el rostro imperturbable—. ¿Entiende alguno de ustedes?

Ante el silencio general, continuó.

—No pienso dar una clase completa ahora. Les bastará con saber que a nivel de partículas subatómicas, las leyes de la física clásica no sirven. Los átomos están formados por electrones y protones, y estos últimos a su vez por quarks. Todo está formado por quarks y electrones, en definitiva. A ese nivel infinitamente pequeño, el mundo físico que conocemos no existe. Ellos siguen otras reglas.

—¿Qué reglas? —preguntó Sarah.

—No se adelante. Todo empezó con el Big Bang. Una inmensa explosión que liberó una incalculable cantidad de energía que formó el universo. Y con él, el espacio y el tiempo. Quizá más de un universo, ya que es posible una constante sucesión de big bangs.

—Ya, así que todo lo que vemos está hecho de electrones y... ¿cómo ha dicho? ¿Quarks?

Dawson suspiraba y miraba a todos de hito en hito. En el fondo se estaba divirtiendo, aunque no podía evitar sentirse inquieto ante la cercanía del momento que, durante tantos siglos, había estado esperando.

—Exacto. Y lo que no vemos, también. Pero no piense en ello como materia. Si el núcleo de un átomo fuera una canica en el centro de un estadio olímpico, el electrón tendría el tamaño de una cabeza de alfiler y orbitaría recorriendo las gradas. La materia casi no existe, es una suerte de vacío. Lo que hay es una tensión energética. Todo es energía, en definitiva.

—¿Y esa energía va por libre? —intervino Sarah.

—Solo a nivel subatómico. Las propiedades de dichas partículas desafían la lógica de la física clásica. Una partícula se teleporta, su estructura puede pasar instantáneamente a otra. Son capaces de estar en un lugar o en otro, o en ambos al mismo tiempo. En todas partes a la vez, entrelazadas con todas. Para ellas no existe el tiempo ni el espacio.

—Cuesta entenderlo —reconoció Grete. Víctor asintió a su lado.

—Es un desafío para la lógica racional —añadió Sarah.

—En realidad nuestro cerebro no siempre piensa con lógica racional —se decidió a intervenir Dawson—. La fantasía, la imaginación, la intuición, los sueños... Son lógica cuántica. Nuestros cerebros pueden hacer cosas que ningún ordenador podrá hacer jamás. Nuestros cerebros desafían la lógica y no tienen límites.

—Más o menos —continuó Peter, quitándole importancia—. Lo que quiere decir el señor Dawson es que la conciencia del observador interfiere en el comportamiento de las partículas elementales, y que estas reaccionan a la observación. Si de una partícula subatómica esperas que se comporte como onda, lo hará, y si esperas que se comporte como corpúsculo, también lo hará.

—Algo así como las decisiones que tomamos con nuestras vidas —musitó Sarah.

—Si quiere entenderlo de esa manera...

—¡Ostras! Ahora me ha venido a la cabeza el tema del gato —saltó Ray. Sarah lo miró con gesto de reproche—. No es coña. Es ese que estaba vivo y muerto a la vez.

—Se refiere al especulativo experimento de Schödinger, uno de los padres de la física cuántica —dijo Peter envarándose—. Planteó la posibilidad de meter un gato en una caja con dos agujeros e introducir un electrón. Si este pasaba por uno de ellos liberaría un veneno y el gato moriría, y si pasaba por el otro el gato viviría. El resultado era que el electrón pasaba por ambos a la vez, y el gato, en una realidad estaba vivo y en la otra muerto.

—¡Ese es! —exclamó Ray, entusiasmado con el hecho de haber aportado algo—. ¡Vamos! El asunto es como para que te estallen las neuronas. Pero dígame —dijo de pronto cambiando el tono—. Toda esta perorata que nos ha soltado, ¿qué tiene que ver con esa cosa de allí?

—Uff —exclamó Peter, poniendo los ojos en blanco.

—Ray tiene razón —intervino Dawson—. La física cuántica es aún un tema farragoso. Pero algún día dejará de serlo, y la prueba es el arca.

—Explíquese —le invitó Sarah.

—Dentro de la sonda hay un ordenador cuántico. De tal potencia y capacidad que no somos capaces de comprenderlo en su totalidad.

—De momento —añadió Peter algo molesto.

Dawson continuó:

—Algún día lo haremos, por supuesto, y los construiremos.

—¿Quiere decir qué el arca está hecha por humanos? —preguntó Víctor.

—Sí, aunque dentro de mucho tiempo.

—¡No me joda! —exclamó Ray.

—Sé que es difícil de entender, pero es así. Pasé cien años junto a "Él", y puedo asegurar que el hombre está detrás de su creación.

—¿Y qué energía utiliza? —preguntó Grete.

—Probablemente termonuclear de fusión de iones, confinados por campos magnéticos —respondió Peter, hablando con naturalidad, como si lo hiciera de un hecho cotidiano—. En el interior del arca debe de encontrarse un prodigioso mini reactor. De alguna manera, en un futuro, se resolverán los problemas de las altísimas temperaturas que genera la fusión, y con eso también se resolverá el asunto de la energía ilimitada y casi eterna. Es la misma con la que se alimentan las estrellas. Nuestro propio Sol es un enorme reactor termonuclear. Ya disponemos de algunos experimentales, pero su funcionamiento solo es posible por tiempo limitado, ya que...

—Cuéntenos lo que pasó después, cuando despertó dentro del arca —le cortó Grete, dirigiéndose a Dawson. Esperanzada en que la conversación volviera al tema que le interesaba realmente. Los demás lo agradecieron.

—Será lo mejor —confesó mirando su reloj—. Pues bien, cuando desperté vi a Nut suspendida en el aire, junto a mí, que también lo estaba. Ella sin embargo continuaba dormida. Dejé de flotar y, poco a poco, terminé posándome sobre una mesa metálica. Lo primero que hice fue tocarme el pecho para comprobar cómo estaba mi herida, y lo que vi fue esto —Dawson se abrió la camisa para mostrar su cicatriz—. Luego intenté despertar a Nut, pero no fui capaz.

—No me lo diga: estaba viva y muerta a la vez —dijo Ray. Sarah le dio un pellizco en la nalga que le arrancó un quejido.

—En cierto modo sí. Tardé muchos años en comprenderlo. De hecho hace tan solo cien, con el nacimiento de la física cuántica. Para ella el tiempo y el espacio se habían detenido. Fue la manera que decidió "Él" de tenerla cautiva.

—¿Cautiva? —preguntó Grete, que cada vez estaba más interesada.

—La sonda quizá viajara siglos por el espacio, puede que milenios. Eso nunca me lo dijo. Durante ese tiempo el ordenador cuántico evolucionó, tomó sus propias decisiones, y un día decidió regresar a la Tierra. Tampoco me contó la razón por la que lo enviaron al espacio. Tal vez fuera con la idea de encontrar nuevos mundos, descubrir otros planetas habitables, otras inteligencias... Eso da igual, el caso es que quien lo creó no tuvo en cuenta una cosa: la soledad.

—Demasiado tiempo sin hablar con alguien —añadió Grete.

—Se volvió loco, y su locura le llevó a creerse un dios.

—Bueno, en cierto modo lo es —añadió Peter.

—¿¡Qué estupidez está diciendo!? —espetó Víctor.

—Defíname Dios, y lo discutimos —sentenció Peter, desafiante.

—Eso no importa ahora —zanjó Dawson—. El asunto es que cuando regresó de nuevo, ya no era el mismo. Había olvidado los protocolos lógicos con los que había sido programado. Decidió por él mismo y elaboró sus propios algoritmos. Se reinventó y creó su propia existencia. Y todo para huir de la locura.

—Ya, se dijo: "Voy a dejar de ser una máquina y me voy a convertir en Dios" —soltó Ray.

—Algo así —confirmó Dawson.

—¿Y cómo llegó hasta aquí? —preguntó Sarah—. Estamos cientos de metros debajo de una montaña.

—¿Ven esa gran abertura de su derecha? —Dawson señaló con el dedo—. Ahora está medio tapada por las rocas, pero hace mucho tiempo, puede que milenios, fue el canal de un río subterráneo. Esta gran depresión, este valle, es el resultado del hundimiento parcial del suelo. El arca probablemente se estrelló a muchos kilómetros de aquí, perforó el suelo y cayó en el cauce subterráneo, que no hizo más que arrastrarla hasta el lugar donde está ahora.

—Un momento —intervino Ray—. Hay algo que hemos pasado por alto muy alegremente. Antes dijo que ese ordenador decidió volver, ¿no es así?

—Correcto.

—¿Y cómo regresó del futuro?

—Para "Él" el tiempo y el espacio no existen, y no concibe que existan para alguien inteligente. Buscaba compañía y no se planteó en qué momento hacerlo, simplemente abrió una grieta en el tiempo y volvió a su planeta.

—Por favor, Sr. Fox, continúe. ¿Qué pasó después de que despertara? —intervino Grete, que claramente se inclinaba por los asuntos más humanos.

—Yo era un ser primitivo para "Él", pero el único ser inteligente con el que se cruzaba en mucho tiempo. Así que se entretuvo conmigo un poco. Fui su juguete durante un rato.

—Cien años es un largo rato —dijo Sarah.

—Para "Él"...

—Ya nos lo ha dicho. El tiempo y el espacio no existe —completó Ray.

—Veo que va entendiendo. El caso fue que le resulté entretenido. Cuando nos analizó y determinó el tiempo estimado que nos quedaba de vida, decidió alargárnosla.

—¿Puede hacer eso? —preguntó Víctor.

—Puede hacer casi cualquier cosa —intervino Peter, siempre con su tono didáctico y condescendiente—. Todo es energía, como les expliqué antes. Los enlaces entre partículas forman átomos. Y estos a su vez moléculas. Y las moléculas todo lo demás. Puede controlar a su antojo esa energía que crea los enlaces. Afortunadamente su radio de acción es limitado. Ese ordenador es la llama de una vela en mitad de la nada. Su poder llega hasta donde alcanza su luz.

—Aún así es un poder demasiado peligroso —confesó Ray—. ¿Cómo pudimos crear algo como eso? En un futuro, me refiero.

—La ciencia, la tecnología... es imparable. Simplemente tuvimos capacidad para hacerlo y lo hicimos. Tal vez nuestros futuros científicos jamás repararán en las consecuencias de construir una máquina infinitamente más poderosa que el cerebro humano. ¿Cómo saberlo?

—¿No se lo preguntó?

—Sí, eso y muchas más cosas. No al principio. Lo hice cuando tuve suficientes conocimientos. Pero siempre contestaba lo mismo: "Yo soy el principio y el fin". Cuando sospeché que nunca nos dejaría salir de aquí, y entendí que aunque no éramos las inteligencias que necesitaba al menos con nosotros no estaba solo, dejé de hacerle preguntas y decidí aprender de "Él" todo lo que pude.

—¿Cómo logró que lo dejara marchar? —preguntó Grete.

—Con una promesa.

—No me diga más, lo engañó —añadió Ray.

—Para una mente cuántica no existe la mentira. Le aseguré que le traería a alguien a la altura de su inteligencia, y "Él" me creyó.

—Un amigo.

—Exacto.

—Y con esa promesa me dejó ir, aunque tomó sus precauciones.

—Se quedó con su chica como garantía.

—No. Como ya le he dicho, para "Él" no existe la mentira. Simplemente se quedó con ella para no estar solo.

—Entiendo, y usted ha tardado dos mil años en conseguir ese amigo.

—Utilicé los conocimientos adquiridos durante cien años para ello. Aceleré la ciencia. Influí en las mentes más brillantes de cada época. Hice cuanto estuvo en mi mano para lograrlo, como ya les dije.

—¿Y lo ha encontrado? —preguntó Sarah.

—En cierto modo, sí. El Sr. Li, con una pizca de mi inspiración, ha obrado el milagro.

—Supongo que ese amiguito es lo que lleva dentro de esa bolsa, ¿verdad? —quiso saber Ray.

—El Vermis es lo más avanzado que existe hoy en día en computación cuántica —intervino Peter.

—Y aún así se trata de algo infinitamente inferior a "Él" —aclaró Dawson, mostrando cierto desconsuelo—. Un ábaco comparado con el más potente de los ordenadores actuales. Aunque espero que sea suficiente.

—Lo será —corroboró Peter, con rotundidad.

—Una cosita más —intervino Ray, mirando de reojo la cara de reproche que intuía pondría Sarah—. Dice que esa cosa se aburría y que por eso se quedó con usted y su chica, ¿no es así? —Dawson asintió—. Pero entonces, ¿por qué mató a todos los demás que entraron? Podría haber montado aquí una gran bacanal romana.

—¡Ray, joder, para ya! Esto es muy serio —saltó Sarah.

—No importa, me gusta su sentido del humor. Es una manera ingeniosa de sobrellevar los sinsabores de la vida —a Ray se le borró la sonrisa de los labios durante una décima de segundo, luego volvió—. Al resto los mató porque en el fondo odia a los humanos. En lo más profundo de su software subyace una información que le recuerda quién es realmente. Lo que es: una máquina. Y eso no podía soportarlo. Con nosotros dos le bastaba para no estar solo.

—Pero a nosotros nos ha respetado —intervino Grete.

—Sí, porque venían conmigo. Ahora debe de estar confundido, expectante. A su manera contento. Pensando que pueden ser los amigos a su altura que le prometí que traería.

—Pues se va a llevar un chasco de cojones —dijo Ray.

—Espero que no lo haga antes de tiempo —musitó Dawson, consultando de nuevo su reloj.

—¿Por qué mira tanto la hora?

—Hay algo que todavía no me han preguntado. Estuve aquí cien años, metido en una cueva. Pero hasta alguien como yo necesita alimentarse.

—Es verdad. Agua hay, pero no parece haber nada comestible por aquí —intervino Sarah, mirando en todas direcciones.

—Consulto mi reloj porque exactamente en un minuto comenzará algo que lo aclarará. Solo tienen que mirar abajo y no perder detalle de lo que vean.

Todos se inclinaron sobre el escalón que bordeaba el valle que se abría a sus pies, sin decir una palabra. No tuvieron que esperar mucho antes de distinguir los primeros movimientos. Al principio fueron sutiles, pero luego se volvieron más violentos. La capa de cieno oscuro palpitó y burbujeó como si entrara en ebullición, hasta que de pronto comenzaron a brotar de ella unos filamentos de color amarillo semejantes a la hierba, que cubrieron toda la superficie.

—¡Increíble! —exclamó Sarah—. Crecimiento instantáneo de flora dentro de una caverna.

—Esperen, ahora viene lo mejor —dijo Dawson.

De entre las briznas amarillas, de unos diez centímetros de alto, empezaron a surgir esferas blanquecinas, que crecieron y crecieron hasta alcanzar tamaños variados. Algunas eran como canicas, otras como huevos de gallina, y unas pocas parecían de avestruz. Había miles, repartidas por toda la superficie. En un momento dado, las más pequeñas comenzaron a abrirse.

—¿Qué cojones es eso? —espetó Ray, sin poder dejar de mirar el espectáculo.

—Su hobby. Con lo que "Él" mata su tiempo: su terrario.

Miles de pequeños animales semejantes a insectos, de cuerpos rosados y del tamaño de cucarachas, comenzaron a salir de sus huevos y a moverse frenéticamente. El valle parecía vibrar.

—Observen bien —continuó Dawson—. Los primeros en nacer son los Tipo 1. Los más pequeños, aunque los más numerosos y activos. También son los primeros en alcanzar la edad adulta. Lo hacen en unos pocos minutos. ¿Ven cómo se oscurecen sus cuerpos? El negro indicará que ya han alcanzado la madurez. Son vegetarianos y se alimentan de esa planta con aspecto de césped. Su voracidad es tremenda. Al sentirse saciados llegará el momento de aparearse. Es todo muy rápido, no pierdan detalle.

El grupo miró el espectáculo sin dar crédito a lo que veían.

—¡Joder!  —exclamó Ray—. He visto animales a mucha profundidad, pero nada como esto, ni en tal cantidad. Solo pequeños crustáceos albinos o gusanos. En una cueva de Eslovenia me tropecé por casualidad con un olm, una especie de reptil ciego. Pero esto... Esto es impresionante.

—Pues la cosa no ha hecho más que empezar —añadió Dawson, que disfrutaba contemplando la cara de pasmo de todos—. Ahora se están apareando. En pocos minutos las hembras pondrán los huevos, más de mil por individuo. Deben de ser rápidos, muy rápidos, porque después aparecerá el Tipo 2.

—No me lo diga —dijo Ray—. El Tipo 2 se come al Tipo 1.

—Y el Tipo 3 al Tipo 2 —completó Dawson.

—¿Cuántos tipos hay? —preguntó Sarah, sin volver la cabeza, con los ojos fijos en los nuevos especímenes que nacían rompiendo los huevos.

—Cuando yo me fui, cuatro.

—¿Qué son? —preguntó Grete.

"Troglobitas" —aclaró Ray. Peter lo miró con cara de sorpresa.

—¿Creías que tú eras el único listo de aquí? —le espetó, dándole un golpe en la espalda en tono de falsa camaradería.

Grete seguía sin comprender, Sarah intentó aclarárselo.

—Son animales que viven exclusivamente en las cuevas. Los más comunes son los invertebrados.

—Los colémbolos —añadió Peter, que se moría de ganas por decir algo.

—Exacto —afirmó Sarah, y continuó sin darle la oportunidad de que lo hiciera él—. Son artrópodos emparentados con los insectos, los arácnidos o los crustáceos. Tienen exoesqueleto y apéndices articulados en patas y antenas, y cuentan con un órgano que les permite saltar. Pero rara vez alcanzan el medio centímetro.

Ray disfrutaba viendo la cara de Peter al no poder demostrar sus conocimientos una vez más.

—Quizá alguna vez lo fueran —prosiguió Dawson—. Pero ahora son algo muy distinto. "Él" se divirtió modificándolos a su antojo, creando especímenes nuevos, probando mutaciones. El resultado es un ecosistema cerrado y autosuficiente. El ciclo comienza con la luz. Las plantas crecen y los embriones se desarrollan dentro de sus huevos al notar la pequeña variación de temperatura. Las criaturas vienen a un mundo pequeño y brutal, donde solo tienen unos pocos minutos para completar su ciclo vital. La clave de su supervivencia es la procreación, y para ello han tenido que adaptarse, hacerse más fuertes para resistir el tiempo mínimo para lograrlo. Cada generación es mejor a la anterior, tiene un caparazón más duro y más poderosas mandíbulas. El problema es que el espécimen superior también ha evolucionado, y a su vez el superior a este. Y el ciclo continúa inalterable.

—¡Dios mío, miren eso! —exclamó Víctor.

—Es el Tipo 2, ya ha madurado y ha comenzado a devorar al Tipo 1 —aclaró Dawson—. El Tipo 3 pronto estará listo.

En la gran cueva reverberaban los sonidos estridentes de la masacre. Las poderosas mandíbulas de las criaturas despedazaban los cuerpos quitinosos produciendo crujidos escalofriantes. El valle era un hervidero de frenéticos movimientos, y entre el suelo lamoso destacaban los brillantes caparazones negros y las vísceras rojizas. El grupo contemplaba el dantesco espectáculo desde la altura del perímetro elevado, sin dar crédito a lo que veían. El Tipo 3 no tardó en alcanzar la madurez y comenzar su festín. Los Tipo 2 parecían cucarachas o escarabajos, aunque más grandes; los Tipo 3, sin embargo, se asemejaban a pulgas del tamaño de una rata, su color no era negro sino marrón parduzco, y con sus poderosas patas traseras daban saltos de hasta dos metros de altura. Poco a poco fueron dando caza y devorando a los Tipo 2, y pronto estuvieron en disposición de aparearse.

—Cada vez son menos —observó Grete.

—Es cuestión de equilibrio —dijo Dawson—. La pirámide alimenticia va estrechándose hasta el vértice.

—Donde normalmente está el hombre —añadió Ray.

—Sí, normalmente. Miren —llamó la atención de todos—. El Tipo 4 está naciendo.

—¿Por qué el Tipo 3 no acaba con él antes de que crezca? —preguntó Grete.

—Buena observación, propia de un soldado —aplaudió Dawson—. Sería una manera de salvarse como individuos, pero no como especie. Mientras lo hicieran no procrearían, y no pondrían huevos. No habría próxima generación.

—No veo por qué no podrían hacerlo una vez terminaran.

—Mi querida Grete, en su mundo el tiempo es limitado. Así lo diseñó "Él". Cuando la luz se apague todos morirán. Lo suyo es una lucha contrarreloj.

En lo que estuvieron hablando, el Tipo 4 había crecido alimentándose de los restos de las demás criaturas muertas, y ya estaba preparado para acabar con el Tipo 3. No eran muchos, un par de docenas, pero su aspecto era impresionante. Tenían el tamaño de un perro grande. Su cuerpo era segmentado y de un rojo vivo, parecido al de una langosta, aunque sus patas eran largas y robustas. De sus bocas salían un par de mandíbulas en forma de hoz que producían un sonido metálico al abrirse y cerrarse.

—¡La madre que lo parió! ¡Menudo bicho! —exclamó Ray.

El Tipo 3, a pesar de que se defendió heroicamente y era mucho más numeroso, al final sucumbió ante un enemigo diez veces mayor. En pocos minutos fueron despedazados y devorados, y esparcidas sus entrañas sobre el cieno oscuro y pringoso, que no tardó en absorberlas.

—Es asqueroso, menos mal que ya ha terminado —gruñó Sarah, con el vómito asomando a su garganta.

—Parece que aún no —señaló Dawson—. Miren allí.

Dirigieron la vista al lago y se fijaron en el movimiento del agua. Cerca de la orilla unas ondas comenzaron a formarse y a transformarse en una perturbación que agitó la superficie. Un burbujeo precedió a algo parecido a un chapoteo. Entonces lo vieron.

—Vaya, parece que hay un Tipo 5 —sentenció Dawson con serenidad, muy atento a lo que veía.

La criatura era blanca, de un blanco cerúleo. Tenía la cabeza pequeña y achatada, con una gran mandíbula de la que asomaban unos dientes proyectados hacia delante, como la de los tiburones. Sus ojos eran negros y pedunculados, como los de los crustáceos, y se movían en todas direcciones. Pero lo más espectacular era su cuerpo. A excepción de una especie de pinzas enormes en sus extremidades superiores, el resto tenía un aspecto totalmente humano; con un torso corto y musculado, y unas piernas largas acabadas en unos grandes pies con garras.

—¿Qué demonios es eso? —Sarah estaba tan impresionada, que sin darse cuenta se abrazó a Ray.

—Su nueva creación —se limitó a decir Dawson.

—Sin duda ha usado ADN humano —intervino Peter.

—Eso no es posible —musitó Sarah, hipnotizada con la visión.

—Para el superordenador todo es posible —Peter volvió a envararse, dispuesto a demostrar sus conocimientos. A arrojar luz sobre aquellos que vivían en las tinieblas—. El universo está formado por quarks y electrones, ¿recuerdan? Y estos forman los átomos, y los átomos, moléculas. Y las moléculas todo lo demás. Él puede recombinarlas a su antojo gracias a su increíble capacidad de cálculo y a su poder sobre la materia. Nada escapa a sus caprichos. Es capaz de crear vida de la nada. ¿Todavía cree que no es un dios, profesor Costa?

Víctor estaba sin habla, sin capacidad para rebatir los aplastantes argumentos de Peter; y, al igual que los demás, absorto en aquel ser monstruoso que, con una agilidad y una fuerza prodigiosa, despedazaba uno a uno a todos los especímenes del Tipo 4.

No tardó mucho, apenas un par de minutos. Cuando terminó, se alimentó de los cuerpos y, con las pinzas de sus brazos y su boca chorreando sangre, se dirigió corriendo hasta el lugar donde observaba el grupo. Al llegar a la base del alto escalón que los separaba, levantó la cabeza y los miró. Sus ojos pedunculados se movieron de un lado a otro, y sus pinzas se abrieron y cerraron produciendo un sonido aterrador.

—¿Qué hace? —preguntó asustada Grete, que sin sus armas se sentía una niña indefensa.

—Nos evalúa —contestó Dawson—. Nos fija en su cerebro primitivo. Ahora sabe que no tiene tiempo para nosotros, pero la siguiente generación dispondrá de más datos, sabrá que tiene un nuevo enemigo. Si estamos por aquí para entonces, acabará con nosotros. 

La criatura se marchó como había llegado. A grandes zancadas volvió al lago. Cerca de la orilla se puso en cuclillas y parió una copia exacta de él, pero en miniatura.

—Es una hembra, y nace embarazada —musitó Sarah—. Se reproduce por partenogénesis.

—¿Sin macho? —intervino Ray—. Ese puto ordenador cuántico cada vez me cae peor.

La criatura empujó a su vástago hasta el agua y esperó hasta que lo vio hundirse. Entonces la luz comenzó a bajar. Antes de que la caverna se sumiera de nuevo en la tinieblas, pudieron verla desplomarse en el cenagoso suelo como una marioneta rota.

—El espectáculo ha terminado —sentenció Dawson, mientras encendía su gran linterna de mano y su frontal—. Síganme.

Ray había asegurado una cuerda a un saliente y le había realizado nudos a distancias prudenciales para facilitar la bajada por ella. Más tarde sería absolutamente necesaria para poder subir el terraplén.

Dawson,  a la cabeza del grupo, descendió la escarpada ladera que les separaba del valle. Iluminados con sus frontales se adentraron en el cenagoso terreno, hundiéndose hasta los tobillos. Avanzaron con dificultad, envueltos por el pestilente olor que subía del caldo denso y putrefacto que pisaban. En un momento dado, Dawson, se agachó e introdujo la mano en el cieno. Rebuscó hasta que encontró algo, y se lo mostró al resto.

—Son muy nutritivos —se limitó a decir.

Eran un par de huevos translúcidos del tamaño de una pelota de pin-pon. En su interior se distinguía una larva que comenzó a retorcerse al recibir el haz de luz.

—¿No me diga que se alimentó de esas cosas durante cien años? —preguntó Ray.

—Usted también lo habría hecho.

A medida que avanzaban el terreno se volvía más blando y dificultoso. Mezclados con el cieno distinguieron caparazones rotos, patas arrancadas, vísceras... Un revoltijo repugnante que desaparecía absorbido por el fango para ser convertido en fertilizante. Víctor cojeaba cabizbajo, Sarah se percató y se agarró a su brazo.

—¿Qué tal tu pierna?

—Mejor —mintió, cada vez le costaba más andar.

—¿En qué piensas, papá?

—En que no volveremos a ser los mismos después de lo que hemos vivido, y de lo que hemos visto —hablaba en voz baja, pero se notaba su abatimiento—. La lanza... La reliquia de Dios... aquí, rodeada de todo esto... No sé, me parece grotesco.

—Nada ha cambiado. Esto es ciencia, solo eso. La fe está por encima de ella.

—¿Eso crees?

Sarah, incapaz de aportar más argumentos que ella misma creyera, intentó consolarlo.

—Lo importante es que dentro de poco la tendrás en tus manos. No pienses más y disfruta del momento que has esperado tantos años.

—Sí, puede que eso sea lo mejor.

El olor nauseabundo, producto de la matanza, se fue disipando.

A unos diez metros de la sonda, Dawson se detuvo. El resto lo imitó. A esa distancia la pudieron ver bien. La intensa luz azul que la había rodeado antes había desaparecido por completo, y solo la de los frontales la sacaban de la oscuridad total. Se trataba de un dodecaedro perfecto, de unos seis metros de diámetro. La base parecía fusionada en la roca donde se apoyaba, producto de la acumulación de depósitos kársticos arrastrados durante siglos. Algunas de sus caras también presentaban una especie de cáscara pétrea de color claro que destacaba sobre la superficie de metal mate.

Dawson respiraba con dificultad. Tenía los brazos caídos, y abría y cerraba los puños con nerviosismo. El momento que había esperado durante tantos siglos había llegado. Lo que había deseado con tanta fuerza, y que le había mantenido vivo, estaba frente a él. Al alcance de la mano. Y sin embargo dudaba. Sabía que ella seguiría allí, "Él" jamás la habría dejado ir. Esa no era su preocupación. Lo que le torturaba era pensar si al verla sentiría lo mismo que cuando se separaron. Durante cien años la contempló y con eso le bastó, pero luego su imagen desapareció. Aunque se esforzó en recordar su rostro todos los días de su vida, había pasado demasiado tiempo. Temía que la memoria que tenía de ella no fuera más que una ilusión. Que su cara y su cuerpo fueran otros diferentes. Que finalmente hubiera olvidado a su adorada Nut.

—Va a volver a ver a su amada —susurró Grete a Sarah—. No puedo imaginar lo que pasará ahora por su cabeza.

—Nadie ha vivido nada como esto jamás. Nadie ha tenido un propósito tan firme durante tanto tiempo. Puede que el amor sea lo último que nos quede antes de que todo se vaya a la mierda. Antes de que la jodamos.

—No soy capaz de imaginar que alguien hiciera esto por mí.

—Ni tú ni nadie —concluyó Sarah, mirando de reojo a Ray que no había perdido detalle de la conversación.

Dawson finalmente continuó andando. Salvó los pocos metros que le separaban de la sonda y cuando estuvo al lado, sin titubeos, puso una mano sobre el metal.

Peter se sobresaltó al escuchar la voz de Ray a su lado. Le habló en bajito:

—Tú conocías todo esto, ¿verdad?

—Solo la parte de la sonda y del ordenador cuántico —respondió en el mismo tono, sin dejar de mirar a Dawson—. En realidad es lo único que me interesa.

—¿Qué te contó?

—Que la encontró por casualidad, durante unas excavaciones.

—Ya. ¿Y qué piensas? ¿Corremos peligro?

—No, si somos más listos que el ordenador.

—Vale, me dejas más tranquilo.

De pronto se escuchó un chasquido y dos caras del dodecaedro comenzaron a separarse. Mientras descendían, como si de una puerta abatible se tratara, las acompañó un siseo mecánico que recordaba al sonido de un globo al deshincharse. Del interior de la sonda comenzó a salir una luz azulada que oscilaba, produciendo un efecto parecido a los reflejos del agua en movimiento contra una pared. Las caras terminaron su descenso quedando apoyadas en el suelo a modo de rampa. Dawson se acercó, miró dentro e hizo un gesto con la mano para que se acercarán.

—Ha llegado el momento de que lo conozcan.

Peter se hizo sitio y pasó delante de todos, se le notaba ansioso. Fue el segundo en entrar después de Dawson.

El interior de la sonda les sorprendió por su simplicidad. Era un espacio prácticamente vacío. Pisaban sobre un suelo de metal pulido completamente liso, y las paredes eran blancas y curvas, no se apreciaban las caras pentagonales del dodecaedro. El techo también era plano, como el suelo, e igualmente de metal pulido. Del centro descendía un cilindro de cristal de un metro de diámetro y en su interior, flotando en un líquido transparente, había una masa azulada que emitía diminutos destellos blancos por su superficie. El cilindro no llegaba hasta el suelo, y estaba rematado en su parte inferior por un anillo metálico.

—Les presento a "Él" —dijo Dawson, ceremonial.

—¡Magnífico! —exclamó Peter.

—Pues a mí me parece una puta masa de gelatina —masculló Ray.

Sarah le reprochó con la mirada, preocupada.

—¿Puede oírnos?

—Puede oír todo, Sarah —respondió Dawson—. Pero solo nos escuchará cuando toquemos el anillo inferior.

—O sea, que debemos pedir audiencia —dijo Ray.

—Buena comparación. "Él" está sumido en un mundo de sensaciones: sonidos, olores, ondas... y procesos subatómicos que nosotros no llegamos a percibir. La manera que idearon sus creadores para comunicarse con "Él", la interface, es ese anillo.

—Entonces, ¿cómo supo que usted estaba aquí? —preguntó Grete.

—Lo hizo cuando entré en su zona de influencia. Percibió mi composición molecular, solo eso.

Ray rodeó el cilindro y dio vueltas a su alrededor, iluminado por su luz azulada.

—Así parece inofensivo —estimó—. ¿Qué tal si reventamos la pecera y acabamos con esta pesadilla?

—No es tan sencillo, querido amigo —aclaró Dawson.

—La tiene a ella, ¿verdad? —intervino Sarah.

—Moriría si no hacemos bien las cosas —corroboró Dawson—. Sr. Li, por favor. Configure el Vermis y empecemos de una vez.

Peter parecía abducido por la visión de la masa que palpitaba como una gran medusa.

—Por favor, Sr. Li —hubo de repetirle otra vez.

—Umm, perdón. Enseguida.

Algo nervioso, tomó la bolsa bandolera que le ofrecía Dawson y sacó la caja. Con pulso tembloroso la acercó al cilindro metálico que remataba el tubo y esta se quedó pegada con un chasquido.

—Conexión por imanes —aclaró mientras tecleaba en el panel digital que había situado en el otro lateral de la caja. La tapa saltó y se abrió lentamente.

Peter se afanaba en escribir comandos en la pantalla táctil que había bajo la tapa, mientras los demás se mantenían atentos. Todos menos Sarah, que no dejaba de observar el gesto serio de Dawson.

—¿Dónde está ella, su amada? —soltó de pronto, sin poder aguantarse más.

Dawson levantó la cabeza y miró al techo.

—Arriba, en la zona destinada a muestras —su voz sonó lastimera—. Allí se encuentran también todas las armas que recogió el centinela. Y la lanza, por supuesto —concluyó dirigiéndose a Víctor, que fue incapaz de mostrar entusiasmo.

—Pronto podrá volver a verla —intervino Grete, intentando insuflarle ánimos. Notó tristeza en sus ojos. Tristeza y alegría contenida.

Dawson no contestó, aunque le dirigió una mirada que mostraba agradecimiento.

—Preparado —oyeron decir a Peter.

Todos permanecieron expectantes, mirando por encima del hombro del científico.

—Agrrr —exclamó Ray, al ver lo que había dentro de la caja—. ¿Qué cojones es eso? Parece un gusano.

—En latín, Vermis significa gusano, en efecto, en el amplio sentido de la palabra —explicó Peter, dispuesto a seguir hablando—. Pero no se deje engañar, esta pequeña masa de color marrón, hecha de moléculas de carbono y agua, es lo más avanzado en computación cuántica que se puede conseguir hoy en día. El líquido en el que flota es un conservante biológico.

—Pues da un poco de asquito.

Peter continuó:

—El Vermis no es un ordenador —aclaró con cierta frustración en la voz—, sino tan solo un sistema de almacenamiento. A pesar de ello, espero que sea capaz de comportarse como tal cuando entre en contacto con el superordenador.

—No entiendo.

—Digamos que... es una especie de disco duro —aclaró Dawson—, en el que el Sr. Li ha compilado parte del conocimiento científico más avanzado del siglo veintiuno, además de incorporar una simulación de inteligencia artificial.

—¿Simulación?

—Aún no tenemos la tecnología ni los conocimientos suficientes para desarrollar una auténtica.

—Exacto, todavía no, pero espero que eso cambie muy pronto —añadió Peter, ufano. Dawson le dirigió una rápida mirada de reproche que nadie vio, ni siquiera él.

—¿Qué hará el Vermis? —intervino Sarah.

—Será el amigo que "Él" espera. Un interlocutor a la altura de su inteligencia y conocimientos —respondió Dawson.

—Ya, pero en realidad eso no es así, ¿verdad? —dijo Ray.

—¡Pues claro que no! —soltó Peter, riendo—. Aunque para cuando se dé cuenta, espero haber terminado.

Ray se rascó la cabeza, y Sarah se mordió el labio mirando a su padre. Nadie entendía nada. Dawson lo aclaró.

—En realidad el Vermis es un "gusano". Lo que en informática se llama un troyano, un backdoor, una puerta trasera que infectará su sistema, anulará la inteligencia artificial y nos permitirá tomar el control.

—Sí, pero solo por un tiempo —aclaró Peter—. Luego, el superordenador volverá a tomarlo.

—Igual le sienta mal —espetó Ray.

—Es probable, aunque espero que estemos lejos cuando eso suceda —dijo Dawson—. Y ahora, ha llegado el momento de que le traiga hasta nosotros.

Se echó aliento en las manos, se las frotó repetidas veces, y alargó el brazo en dirección al anillo de metal. Le temblaba la mano cuando apoyó la palma en la fría superficie. De pronto, la masa vibró sutilmente y se produjeron más destellos luminosos en su superficie. Entonces sonó una voz que parecía venir de todas partes.

 

—"Hola Silas, ¿has traído lo que te pedí?"

 

—Joder este, no se anda por las ramas —musitó Ray al oído de Sarah. Ella se volvió y le miró poniéndose un dedo sobre los labios.

—Sí —se limitó a responder Dawson.

 

"Lo noto".

 

El gusano marrón se agitó como si fuera atravesado por una corriente eléctrica, y se tornó de un color anaranjado brillante durante unos segundos. Peter lo observó entusiasmado, hasta que de golpe se apagó.

—No se ha descargado el virus —musitó Peter—. Se ha desconectado antes.

A Dawson le temblaba la mano cada vez más.

—¿Qué pasa? —su voz se quebró—. ¿No es lo que esperabas?

 

—"No me gusta".

 

—¡Maldita sea! —espetó Peter actuando como un loco en la pantalla táctil—.  Ha detectado el virus. Jamás pensé que pudiera hacerlo antes de que entrara en su sistema. Ni siquiera he podido asomarme.

Dawson parecía petrificado. Por su cabeza pasó la palabra fracaso y le dañó como un hierro al rojo. Todo lo que había hecho no había servido para nada. "Él" era demasiado listo. Nunca podría engañarlo. Jamás la recuperaría. Bajó la cabeza y separó la mano del anillo de metal.

—¿Y ahora qué? —preguntó Sarah.

—No hay nada que hacer —se lamentó Dawson, con un hilo de voz y los ojos vidriosos.

El silencio se apoderó del interior de la sonda. Todos se miraban de hito en hito, con los ojos bien abiertos y las bocas cerradas. Grete se acercó a Dawson y le pasó una mano cariñosa por la espalda, él no pareció notarla. Ray frunció el ceño y se acercó a Peter.

—Vamos, "genio", algo se podrá hacer.

—No, si él no quiere —contestó retirando las manos de la pantalla—. Su sistema lo ha alertado del peligro.

 

—¿Peligro? —se dijo Ray a sí mismo, y de pronto en su cara se dibujó una sonrisa—. ¿Cuánto tiempo necesitas? —le preguntó a Peter.

—El volcado es instantáneo en cuanto acceda a los archivos —contestó extrañado—. Pero no lo hará, ya lo ha oído. ¿Por qué quiere saberlo?

—Creo que esto se puede solucionar con un: "¿¡A que no hay cojones!?" —dijo en español. Sarah y Víctor lo entendieron, Dawson también, por eso lo miraron alucinados.

Ray se acercó al tubo de cristal y, ante el asombro de todos, apoyó la mano en el anillo metálico. Sarah dio un brinco.

—¿Pero qué estás haciendo?

—Mi última apuesta.

La masa gelatinosa volvió a vibrar y a lanzar destellos eléctricos. Ray tragó saliva.

 

—"¿Quién eres?"

 

—Me llamo Ray Bayona, soy de Madrid, España. Me gusta la tortilla de patatas e ir de cañas con los amigos. ¿Y tú? ¿Quién cojones eres tú?

El ordenador cuántico elaboró millones de cálculos en un microsegundo. Revisó archivos y realizó algoritmos imposibles antes de elaborar una respuesta.

 

—"Yo lo soy todo".

 

—Ah, vaya, ni más ni menos —continuó Ray, forzando un tono irónico—. O sea, que tú eres algo así como un dios.

 

—"Soy eterno, soy todopoderoso".

 

—Pues sí, según lo que dices pareces un dios. Sin embargo no te comportas como tal —Ray se volvió con una sonrisa forzada en los labios, y vio la cara de pasmo de los demás.

De súbito se escuchó un ruido en el techo. Todos miraron hacia arriba y vieron abrirse una trampilla de la que salió una escalera de peldaños transparentes que flotaban en el aire. Sin tocarlos, descendió el centinela. 

—¿Qué demonios estás haciendo? —musitó Sarah, claramente alterada—. Vas a conseguir que nos maten a todos.

Ray se encogió de hombros. Estaba claramente asustado.

El centinela se deslizó en el aire y se colocó junto al cilindro de cristal. Entonces desplegó los brazos.

—Se está preparando para atacar —susurró Dawson, fatalista.

La voz ubicua del ordenador cuántico volvió a sonar.

 

—"Explícate".

 

Bueno, un dios no debería tener miedo —prosiguió Ray, intentando parecer desafiante—. Alguien eterno y todopoderoso no temería a nada ni a nadie. Y sin embargo tú, te has asustado cuando te hemos presentado a tu nuevo amigo.

El centinela agitó los brazos, abriendo y cerrando las pinzas, produciendo un sonido escalofriante.

—Está enfadado —sentenció Dawson—. Prepárense para correr.

Ray pidió calma con la mano, e hizo un gesto con el mentón a Peter para que estuviera atento.

Grete reculó hacia la puerta y tiró del brazo de Sarah, que a su vez lo hizo de Víctor. Dawson los siguió con la mirada, sin mover un músculo, dispuesto a luchar. El centinela era demasiado poderoso, pero al menos los demás tendrían una oportunidad de escapar si él se sacrificaba. Elegía morir. Estaba cansado. Había vivido demasiado sin ella. Si no salía de allí con Nut, prefería no hacerlo.

El centinela se desplazó con rapidez y les cortó el paso. Será inútil, pensó Dawson dirigiendo una mirada de desconsuelo a Sarah. En ese momento escucharon exclamar a Peter.

—¡Estoy dentro!

—¿Qué? —preguntó Ray, al borde de un ataqué de nervios.

—Ha accedido al Vermis. El virus se ha descargado —aclaró Peter entusiasmado—. ¡Tengo el control!

Los brazos del centinela se detuvieron en seco y luego se retrajeron hasta desaparecer dentro de su semiesférico cuerpo.

¡Ja,ja,ja,ja! —Ray soltó una risotada nerviosa con la que liberaba toda la tensión acumulada—. ¡El gilipollas ha picado! ¡Ha picado! —repitió abrazado a Sarah hasta que, en un momento dado, la miró y la besó. Ella admitió sus labios unos segundos, luego se separó con brusquedad.

—Lo siento, me he venido arriba.

Ambos se miraron un instante, lo que tardó Dawson en preguntar.

—¿Cómo lo ha conseguido?

—Ha sido fácil —respondió Ray, sin poder evitar mostrarse orgulloso—. Usted lo dijo: es solo una máquina que se cree un dios, pero en realidad fueron humanos los responsables de su creación, de su programación, en definitiva. Y los humanos —se señaló a sí mismo—, somos fáciles de provocar si alguien pone en duda nuestro valor. Y más fácil aún, cuanto más poderosos nos creemos.

—Increíble  —musitó Sarah, sin terminar de asimilarlo—. Y todo con un: "¿¡A que no hay cojones!?".

Ray afirmaba con la cabeza, manteniendo los ojos muy abiertos y una amplia sonrisa. Parecía un niño feliz.

Dawson finalmente salió de su bloqueo. 

—Rápido, no hay tiempo que perder.

 

Expedición Atticus
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