27 -
VENGANZA
Desierto oriental, zona montañosa.
Egipto.
—Según los escritos escaparon esa misma noche, matando a dos centinelas —continuó relatando Víctor a su hija—. No los buscaron. Tenían prisa y pensaron que el desierto acabaría con ellos. Pero no fue así. A la mañana siguiente fueron testigos de la matanza de todos los soldados desde lo alto de la montaña que flanqueaba el desfiladero —hizo una pausa para beber un poco de agua, y con ello refrescar su boca seca.
—Esto que me cuentas no es posible —espetó Sarah, levantando la voz.
—Chisss —mandó callar—. Aún no he terminado. Los dos hombres huyeron y se refugiaron en una aldea nubia, donde fueron bien recibidos. Vivieron como pastores hasta el final de los días de Ático. Allí fue donde terminó de escribir su famoso informe. Lo hizo como un legado.
—Papá, empiezo a pensar que este viaje, la reliquia, todo... no es más que el producto de los delirios de un viejo centurión que quizá nunca lo fue tampoco. ¡Maldita sea! Debiste contármelo antes. No te habría dejado venir a esta locura, a esta estupidez de búsqueda.
—Eso pensó Dawson que intentarías, por eso no os lo contamos. Pero él cree que todo es verdad... y yo también.
—¿Verdad? ¿Que alguien se meta en una cueva y salga después de cien años sin envejecer? ¿Y qué me dices del resto? Es un absurdo completo. El resultado de una mente trastornada, sin duda.
—Es posible, pero también pudiera ser la interpretación de alguien que no llega a comprender aquello de lo que le están hablando. Ático transcribió con sus palabras, con su entendimiento, lo que el joven Silas le contó. Solo eso. Las descripciones son fruto de su falta de conocimiento, nada más. Imagina a un Neardenthal intentando explicar a otro Neardenthal un rayo, las mareas, la simple lluvia.
—No es lo mismo, y tú lo sabes —Sarah mascullaba las palabras con un enfado que crecía por segundos—. ¡Madre mía! En el lío que nos hemos metido por los delirios que un loco escribió hace dos mil años.
—¿Eso crees?
—Sí, eso creo. Y si por mí fuera, nos largaríamos ahora mismo.
—Sabes que yo no me iré. Seguiré hasta el final. Confío en Dawson. De hecho... —suspendió el discurso unos segundos— ...cada vez más.
—¡Esa es otra! Que tú te hayas creído esa sarta de estupideces, vale, ¿pero que también lo haya hecho Dawson? No es posible, aquí pasa algo.
—Sí, en eso tienes razón.
—¿Cómo dices?
—Nada, hija, nada.
—Uff, si no fueras mi padre te daría una azotaina aquí mismo —espetó Sarah—. Y ahora déjame dormir. Necesito estar descansada para mañana. No me quiero perder ni un solo detalle cuando entremos en esa maldita cueva de una vez, si es que de verdad existe. Si mamá levantara la cabeza...
Al amanecer todos dormían menos Dawson y Grete.
—¿Los ve?
—Sí —contestó la pequeña alemana, sin dejar de mirar a través de la mira telescópica de su rifle.
Estaban tumbados en lo alto de la colina, en cuya falda se encontraba el resto del grupo. Antes de subir habían comprobado con el dron la posición de los yihadistas.
—¿Por qué se han alejado? —preguntó Grete—. Anoche estaban en la colina de enfrente. Desde allí tenían mejor posición.
—Creo que prefieren evitar que les veamos.
—Quieren matarnos, ¿acaso importa?
—Es posible que sientan curiosidad por saber qué buscamos.
—Entiendo. Nos dejarán hacer.
—Eso creo.
Grete seguía apuntando.
—¿Ve al que está a la izquierda?
Dawson observó con los prismáticos e identificó al hombre que le indicaba.
—¿Se refiere al que tiene el Kalashnikov de francotirador?
—Sí. Él fue quien mató a mi hermana.
—Están demasiado lejos.
—Unos seiscientos metros —concretó Grete, ajustando la mira.
—Nos dejarán entrar en la cueva, y eso es lo importante. Si deciden seguirnos, nos ocuparemos de ellos. Puede que incluso desistan de hacerlo, nos dejen en paz y desaparezcan.
—Eso es lo que me preocupa.
Dawson entendió a la joven alemana y le ofreció su arma.
—Pruebe con esta.
—Gracias, Sr. Fox, su Steyr AUG es más moderno, pero usa munición del 5,56 y su alcance efectivo es de trescientos metros. Necesito más calibre y más potencia. Este viejo, aunque magnífico rifle, me da ambas cosas.
—Como quiera.
Grete realizó sutiles ajustes en la mira y comprobó el viento, lanzando al aire un puñado de arena. Cuando creyó tener el tiro perfecto, cogió aire y lo retuvo en los pulmones. Estaba lista y, sin embargo, su dedo curvado sobre el gatillo no se movió. Había disparado miles de veces a través de la mira telescópica de un rifle, aunque jamás lo hizo sobre un ser humano. Quitar una vida no es fácil, y menos si no se hace en el fragor de una batalla, en caliente. Disparar contra alguien, por muy enemigo que este sea, por muy canalla y por mucho daño que te haya hecho, no es nada sencillo. Tuvo que visualizar a su hermana muerta para infundirse el valor suficiente para disparar.
El sol salía por su espalda y teñía las montañas de un aterciopelado color tostado. Dawson miraba por los prismáticos, tumbado a su lado. Por un momento pensó que no lo haría, entonces escuchó el tiro. Sonó rotundo y brutal, a pocos centímetros de su oído.
La cabeza del yihadista se movió bruscamente, produciendo una nube rosada detrás de ella.
—Objetivo abatido —informó Dawson—. Los otros dos huyen.
Grete no quiso volver a mirar. Se limitó a poner el seguro al CETME y a sentarse con la cabeza agachada.
—La venganza no da la paz —musitó Dawson, apoyando una mano cariñosa en el hombro de la joven.
—Ahora lo sé, pero tenía que intentarlo.
Solo bajó Dawson. Cuando lo hizo, encontró a todos despiertos y asustados. Lo miraron extrañados, esperando una explicación sobre aquel disparo solitario que parecía resonar aún entre las montañas.
—¿Qué ha pasado? —se aventuró a preguntar Ray, con la voz todavía gomosa por el sueño.
—Ahora son uno menos. El resto ha huido —concluyó sin dar más explicaciones, mirando de hito en hito la reacción de todos y cada uno de ellos.
Ante su mutismo, continuó:
—Coman algo y levanten el campamento, hoy entraremos en la mina.
El amanecer regaló un cielo azul intenso, hermosísimo. El grupo, a excepción de Grete que no bajó de la colina y se quedó vigilando, descendió por la vertiente oeste hasta la hondonada. Una arena fina y abundante la cubría por completo, dejando al descubierto escasas rocas suavemente redondeadas por la erosión. Recorrieron la depresión detrás de Dawson, que caminaba absorto, mirando exclusivamente la colina que tenían enfrente. En un momento dado les ordenó detenerse, y fue solo él quien continuó andando por la falda enterrada en la arena.
Dejaron las mochilas en el suelo cuando se cansaron de esperar. Incluso se sentaron en ellas mientras observaban a Dawson caminar en soledad, mirándolo todo, tocando algunas rocas que sobresalían de la montaña con exquisita delicadeza.
—¿Qué hace? —preguntó Ray.
—Buscar la cueva —contestó Peter—. El GPS indicaba este lugar, pero no el punto exacto en el que se encontraba la entrada.
—Ya. Y él va a saber dónde está, así, porque sí.
Peter se encogió de hombros y Sarah miró a Víctor moviendo la cabeza.
De repente, Dawson se detuvo sobre un pequeño montículo, junto a una pared cubierta de arena más allá de la altura de un hombre. Sacó de su mochila una pequeña pala plegable y comenzó a excavar. Dio paladas sin descanso, invadido por una urgencia repentina. Se empleó a fondo, sin reclamar la ayuda de nadie. Ray, sin decir una palabra, sacó su pala de la mochila y se puso a su lado. Durante más de diez minutos ambos hombres siguieron quitando arena, hasta que el metal chocó contra la roca.
—Medio metro, no es mucho —dijo Dawson, jadeando—. Continuemos.
El resto se sumó. Los cinco aunaron esfuerzos y trabajaron sobre la dura arena compactada, que se resistía a ser arrancada del lugar en el que llevaba cientos y cientos de años. Descubrieron algo más de metro y medio de roca que había debajo.
—Es suficiente —indicó Dawson. Dejó la pala en el suelo y recorrió con la mano la piedra, que veía la luz de nuevo después de tanto tiempo. Recorrió con los dedos, que le temblaban ostensiblemente, las fisuras que indicaban que no era una roca única, sino varias amontonadas. Apoyó la frente en la fresca roca y cerró los ojos—. Es aquí.
Dos horas más tarde tenían colocadas las cargas. Se trataba de un explosivo que era cinco veces más potente que el C4, y al igual que este era maleable. Dawson lo distribuyó siguiendo el contorno de una gran roca, procurando que penetrara bien por las fisuras de unión. En total algo más de dos kilos. Luego colocó un diminuto detonador inalámbrico e introdujo un código de activación en su pequeño ordenador de mano.
—Pongámonos a cubierto.
El grupo lo siguió. Se alejaron unos treinta metros hasta situarse a resguardo, bien pegados a la pared.
—Aquí estaremos seguros —informó Dawson y, sin mayores preámbulos, pulsó la tecla de Enter en su pantalla táctil.
La deflagración fue formidable. Lanzó rocas y arena a cientos de metros de distancia. La polvareda tardó varios minutos en disiparse. Cuando lo hizo, distinguieron claramente el agujero oscuro que se abría en la montaña.
—Señores —dijo Dawson, después de esperar a que el eco del estruendo dejara de reverberar—, he aquí la entrada que nos llevará hasta la reliquia perdida.
Peter comprobó el perímetro con el dron. Solo controló un radio de un kilómetro, ya que no quería agotar demasiado la batería. Los datos confirmaron que los yihadistas estaban fuera de él. Eso le pareció suficiente a Dawson como para comunicar con Grete y decirle que se reuniera con ellos. El grupo esperó a que la pequeña alemana bajara la colina y a que Dawson decidiera penetrar en la montaña. Él fue el primero en hacerlo, en trepar por las rocas caídas y desaparecer por la abertura en la roca.
—Alguien es capaz de decirme cómo ha sabido dónde cojones estaba la entrada —espetó Ray, girando en redondo.
—A ti también te parece raro, ¿verdad? —confirmó Sarah.
—¿Cómo no va a parecérmelo?
La siguiente en entrar fue Grete, seguida de Peter. Víctor se volvió hacia la pareja que dudaba junto a la entrada.
—Para descubrir los misterios, hay que llegar hasta el final —dijo, y también se introdujo por el hueco.
—Tú vas a entrar, no me digas más.
Sarah asintió con la cabeza.
—Bien, pues entonces, después de ti —concluyó Ray.
La luz de fuera solo iluminaba la entrada —que se encontraba llena de rocas sueltas producto de la explosión—, el resto estaba completamente oscuro. Uno a uno, todos encendieron los frontales que llevaban puestos, y las tinieblas se disiparon. Los haces de luces recorrieron la cueva desvelando un espectáculo dantesco.
—¡Joder! —exclamó Ray.
Víctor se adelantó al grupo, que se había quedado parado, y se agachó para comprobar un montón de huesos humanos. Con sumo cuidado los movió buscando restos que le confirmaran sus sospechas. En el lugar donde el miraba contó más de diez cuerpos, pero había muchos más alfombrando la entrada. Algunos aún conservaban cabellos y trozos de carne momificada adherida a los huesos.
—¿Lo ves hija? La cueva existe. Y estos son los esclavos que trabajaban en la mina —aseveró mostrándole los restos de lo que parecía una sandalia de esparto.
Dawson levantó la potente linterna que portaba en su mano y enfocó al profesor.
—Lo siento, Sr. Fox, pero tuve que relatarle el resto de la historia.
—¿El resto de la historia? —Ray miró a Sarah, sin entender.
—Hay cosas que no nos contaron —musitó—. Y sospecho que aún quedan muchas más— concluyó, dirigiendo una mirada desafiante a Dawson.
Él no contestó. Se separó del grupo y caminó en solitario recorriendo la cueva. Con su potente linterna y los ojos entornados escudriñó cada rincón, cada roca. Llegó hasta el fondo de la pared de su izquierda y pasó la mano por el profundo agujero. La cicatriz en la roca donde, en otro tiempo, se encontraba la veta de oro. Se quedó allí parado, hasta que una voz a su espalda lo sacó de quién sabe qué pensamientos.
—Sr. Fox, ¿activo el dron?
—Todavía no, Peter. Continuemos, es por aquí.
El grupo lo siguió hasta el fondo de la cueva. Fueron dejando tubos de luz química por el suelo para señalizar el camino y ver mejor por dónde iban. Treparon por la montaña de rocas que se acumulaba tras un saliente y llegaron hasta una abertura.
—Por aquí se llega a la siguiente cueva —informó Dawson, con voz seria.
La pendiente de bajada estaba como hacía casi dos mil años, pero la veta de oro también había desaparecido. Esparcidos por el suelo encontraron más esqueletos momificados, y multitud de herramientas de cantero: artesas, picos, palas y cestos de esparto que se desintegraban al tocarlos.
Dawson iba delante, seguido por Peter, que parecía más preocupado por el dron que llevaba en su mano que por lo que veía. Detrás caminaba Víctor, totalmente en trance, trastabillando a cada paso, a punto de caerse. Cerrando el grupo iba Ray, que miraba con ojos profesionales la roca que los rodeaba, aunque su cabeza se encontraba en un mar de confusión. Agarró del brazo a Sarah y la trajo hacia sí para susurrarle algo al oído:
—Aquí pasa algo. Yo soy el experto, y jamás me movería con tanta soltura por una cueva como lo hace ese tipo.
—Mi padre me contó algo que no nos dijeron —musitó Sarah, ralentizando un poco el paso para separarse del grupo—. Escucha, no tiene desperdicio.
Aunque le relató la versión resumida, fue suficiente para que Ray enmudeciera durante unos segundos antes de soltar una carcajada nerviosa.
—¡Venga, no me jodas! Es una puta locura.
—Eso pensé yo. Pero la cueva existe, y todos esos esqueletos confirman parte de la historia. El informe parece auténtico.
—Ya, y qué me dices del jovencito que sale de aquí después de cien años como si tal cosa.
—...
—La única explicación es... —Ray la miró muy serio— ...que hayamos encontrado la casa de verano de Matusalén —concluyó poniendo voz de misterio.
—No tiene gracia, Ray.
—Joder, pues claro que no la tiene. Por esta mierda ha muerto gente, y nosotros estamos en la cuerda floja.
—¿Qué hacemos?
—No sé tú, pero yo no pienso dar un paso más sin que Dawson nos cuente toda la verdad.
Al llegar al fondo de la gran cueva descubrieron una abertura excavada en la roca viva, del tamaño y la forma de una puerta. Junto a ella encontraron a Peter sentado en el suelo, con el mando del dron en la mano; a su lado estaba Dawson, ensimismado en la pantalla de su pequeño ordenador.
Víctor estaba de pie, apoyado contra una roca, secándose el sudor de la frente con la manga de la camisa.
Las luces dirigidas de los frontales revoloteaban contra las incrustaciones de cuarzo haciéndolas brillar, arrancándoles destellos intermitentes. Ray se maravilló con la formación abovedada y con la hermosura de aquel espacio oculto durante tantos años. Recorrió con la mirada los techos, las paredes, el suelo extrañamente liso... y no pudo evitar experimentar el placer que siempre nacía en él cada vez que se adentraba en las profundidades de la tierra. Se encontraba bien, en realidad muy bien. Era la primera vez, desde que comenzara esa aventura, que sentía que tomaba el control, que estaba en su terreno. Pero parecía que de momento nadie le había pedido opinión ni consejo. Era el experto, el espeleólogo, y sin embargo ahí estaba, igual que si de un turista se tratara. Aprovechando que Dawson y Peter estaban distraídos, hizo una señal a Víctor para que se acercara.
—Sarah me ha contado lo de Matusalén —Víctor arrugó la frente sin entender—. Joder, lo del resto del informe, lo del tipo que salió de la cueva después de cien años.
—Silas.
—Exacto. ¿Tú qué piensas?
—Increíble, ¿verdad? Aunque todo parece seguir el guión.
—Joder, Sarah, tu padre está entregado. Con él no podemos contar —susurraba intentando que, la distancia y el volumen, ocultaran sus palabras a Dawson.
—Papá, necesito que nos des tu opinión profesional. Olvídate por un instante de la posibilidad de que la lanza se encuentre en el interior de la cueva, y dinos lo que realmente crees.
—Hija, si te dijera lo que realmente pienso... A la conclusión a la que he llegado después de observar todo lo que ha pasado.... Si de verdad te lo dijera, me tomarías por loco.
—Dígaselo.
La voz de Dawson resonó en la cueva. Los tres se volvieron y sus frontales lo iluminaron a la vez. Estaba de pie, y los miraba con intensidad.
—Tengo buen oído —comentó en tono desenfadado—. Vamos profesor, le invito a que nos cuente cuál es la conclusión a la que ha llegado.
Víctor se separó de Ray y Sarah. Se colocó en una posición intermedia, como si intentara demostrar ser neutral.
—Al principio estaba tan entusiasmado con la posibilidad de encontrar la lanza del destino por fin, después de tantos años de búsqueda, que no sospeché nada. Luego, cuando leí el resto del informe empecé a hacerme preguntas. Preguntas que no tenían respuestas. Investigué sobre usted, Sr. Fox. Fui muy cuidadoso para que no se diera cuenta, ¿y sabe lo que encontré? —preguntó retórico y, sin esperar contestación, continuó—. Prácticamente nada. Ni de usted ni de su familia. Y qué me dice de todas esas antigüedades. Soy arqueólogo. Sé distinguir un objeto que jamás ha estado enterrado.
—¿Qué quieres decir papá? —inquirió Sarah.
Dawson miraba con los labios apretados, con los ojos entornados y un cierto aire divertido. Eso la confundía aún más.
—Espera, hija, todavía no he acabado. Luego está su forma de vivir. Su casa. Su búnker excavado bajo tierra. Su manera de comportarse.
—¿Adónde quieres llegar, Víctor? —intervino Ray, absolutamente desconcertado.
Peter se había incorporado y seguía la conversación con aire distraído, como quien ya sabe cómo va a terminar.
—Pero todo eso no eran pruebas suficientes, claro está —prosiguió Víctor, obviando la pregunta de Ray—. Sin embargo, me habían llamado suficientemente la atención como para que lo observara con detenimiento. Y entonces llegó su actuación cuando secuestraron a las mellizas. El gusto por usar ese puñal. Ese pugio romano —señaló la cintura de Dawson. Hablaba atropelladamente, pero con una seguridad y una templanza que mantenía a todos expectantes, igual que lo haría un cuentacuentos habilidoso ante un grupo de niños—. No parece el comportamiento que pudiera esperarse de un magnate de los negocios, ¿verdad? Diría que era más propio de un hombre que ha luchado y matado con sus propias manos. De un guerrero —Sarah recordó la conversación que había tenido con Grete y se volvió hacia ella. Justo en ese momento asentía mirando al profesor—. Pero eso tampoco era definitivo, aunque iban añadiéndose más cosas al saco de mis sospechas. Lo realmente asombroso llegó cuando determinó el lugar exacto donde se encontraba la entrada de la cueva, y su posterior comportamiento. No le he quitado ojo desde que entramos, Sr. Fox. Le he seguido desde que traspasamos la entrada, ¿y sabe lo que he visto?
Dawson abrió los brazos exhortándole a que respondiera, mientras su rostro comenzaba a mostrar un gesto de serena complacencia.
—He visto que su manera de caminar, de observarlo todo, de tocar las rocas, de perder la mirada... Su forma de comportarse dentro de esta cueva no era la de alguien que la viera por primera vez —Víctor se permitió una pausa—. Sr. Fox, usted no veía, recordaba.
—¿Qué cojones está queriendo decir tu padre? —saltó Ray, sujetando a Sarah por la muñeca. Ella lo miró y se encogió de hombros.
—Papá...
—Espera, hija —atajó—. Aún queda una cosa más. ¿Recuerdas las cicatrices de su cuerpo? ¿Una en forma de estrella en su pecho? —Sarah asintió—. El informe de Ático describía una igual en el pecho del joven que encontró en la cueva.
—Un momento —se decidió a intervenir Sarah, separándose de Ray y encarándose con su padre—. ¿Estás queriendo decir lo que pienso que quieres decir?
—Sí, hija. Creo que el Sr. Fox y Silas, son la misma persona.