32 - PROPÓSITOS

 

 

 

 

 

Interior de la cueva,

desierto oriental, zona montañosa,

Egipto.

 

 

 

 

—Grete, quédese aquí vigilando al centinela —dijo Dawson, con apremio—. Peter, póngase el comunicador y siga mis instrucciones.

—Ok —contestó el chino-americano, completamente abstraído con lo que veía en la pantalla de su portátil.

Dawson, Víctor, Sarah y Ray subieron los peldaños flotantes, uno detrás del otro. El profesor lo hizo el último. Se aguantaba el dolor de su pierna sin decir nada. Aunque le costaba andar, su deseo de encontrar la reliquia le dio alas.

La parte de arriba era muy similar a la de abajo: suelo de metal pulido, y paredes curvas y blancas. Estaba completamente vacía, a excepción del montón de viejas armas que se acumulaban en un extremo y de dos planchas flotantes, de un tamaño de dos por un metro, que se encontraban en el centro.

Una de ellas estaba vacía, en la otra descansaba una mujer.

El cuerpo de la joven se mantenía suspendido en el aire, a unos diez centímetros de la plancha, sin llegar a tocarla. Estaba vestida con una túnica corta de lino verde.

—¿Es ella? —preguntó Sarah, dirigiéndose a Dawson. Este asintió con la cabeza, paralizado ante la visión de su amada.

El corazón le iba a mil. Le costaba respirar. Sintió frío y calor al mismo tiempo. Mil imágenes pasaron por su cabeza. Ahí estaba, igual que la recordaba, exactamente igual que cuando entraron en la cueva hacía más de dieciocho siglos. Tan joven y tan bella. Con su piel morena y tersa de adolescente, su pelo negro y brillante como el ala de un cuervo. Sus ojos estaban cerrados. Parecía dormir.

Dawson se acercó lentamente hasta llegar a su lado. Los demás esperaron a cierta distancia, respetando ese momento sagrado de intimidad. Acarició sus mejillas, pasó sus dedos por sus labios dibujando su contorno, anhelando besarlos, sentir su calor. Sin embargo estaban fríos, tan fríos como el resto de la cueva.

—¿Está viva? —preguntó Ray.

Sarah le dio un leve empujón.

—Todavía no —se limitó a decir Dawson, despertando de una ensoñación que le había distraído momentáneamente haciéndole olvidar lo importante que era actuar con celeridad—. Peter —habló poniéndose la mano en el auricular de la oreja—, acceda a la interface que controla la Sección de Muestras.

—Enseguida —le oyó decir.

Volviéndose, miró a Víctor y señaló el montón de armas.

—Allí, está allí. Es la única lanza que hay. Y coged nuestras armas también, quizá las necesitemos—añadió mientras se tumbaba junto a Nut, en la plancha de metal flotante que había vacía.

Sin tiempo que perder, Víctor y Ray obedecieron dejando a Sarah sola, de pie, mirando a los dos amantes que descansaban el uno junto al otro, como si contemplase la escena de una tragedia griega.

Ray se hizo con los dos rifles y las pistolas, mientras que Víctor rebuscaba entre las espadas, corazas y puñales.

—¡Aquí está! —exclamó de pronto, levantando en alto una vara de hierro con una punta de forma triangular y un mango de madera de un metro—. Un pilum romano, como no podía ser de otra manera.

Ray observó cómo acariciaba con mimo el metal oxidado, cómo recorría con mano nerviosa cada una de las imperfecciones de la madera en buen estado.

—No parece gran cosa —manifestó con displicencia.

Víctor no contestó. Su mente estaba junto a su mujer. Ya es nuestra, le dijo en sus pensamientos. La voz de Dawson, en tono de urgencia, les devolvió a la realidad. Hablaba con Peter.

—¿Lo tiene?

—Un momento —dijo, y continuó pulsando la pantalla táctil hasta que aparecieron representados dos rectángulos sobre los que ponía: BIOMUESTRAS—. Ya lo tengo. Ahora, ¿qué hago?

—Desactive los protocolos de Crioconservación en la mesa una, e invierte el proceso en la mesa dos.

—¿Ambos a la vez?

—Sí, no tenemos mucho tiempo.

Peter actuó sobre los controles y modificó parámetros que solo él entendía. Lo hizo muy rápido, pero Dawson estaba intranquilo.

—¡Vamos! —gritó.

Aún tuvo que emplear algunos segundos más antes de que un aro de luz azul apareciera alrededor de ambas camillas flotantes. Sarah se sobresaltó y dio un paso a atrás hasta tropezar con Ray.

—Acojonante —susurró.

Sarah se limitó a asentir con la cabeza sin poder parar de mirar.

—¿Has visto a tu padre?

Sarah volvió la cabeza para ver a Víctor arrodillado junto al montón de armas romanas, inclinado sobre la lanza que tenía frente a él.

—A mí solo me parece una lanza antigua.

—Quizá lo sea, pero esa no es la cuestión  —respondió Sarah, con sequedad—. Nunca podrá explicar dónde la encontró. Jamás podrá ser reconocida como la verdadera lanza que atravesó el costado de Jesús, pero eso no importa. Lo verdaderamente importante es lo que representa para él. Lo primordial es que acaba de lograr su propósito.

Un zumbido, como de aleteó de mosca, comenzó. Sarah y Ray clavaron la mirada en los dos cuerpos que levitaban sobre las planchas de metal, y en los aros de luz azul que los recorrían lentamente empezando por los pies.

Peter permanecía callado, preocupado por las constantes fluctuaciones que se producían en la pantalla. Sabía lo que eran. Conocía a la perfección las formas que tiene un sistema informático de defenderse contra una intromisión. Las señales de que el ordenador cuántico había comenzado su contraofensiva, eran claras. Con el sudor perlando su frente observó cómo, a medida que unas líneas azules avanzaban, se iban dibujando unas figuras a su paso. El proceso tardó solo un par de minutos en completarse. Dos cuerpos resaltados en verde sobre un fondo rojo, surgieron finalmente en la pantalla. Un mensaje apareció entonces sobre ellos:

 

"Proceso en espécimen uno: completado con éxito"

 

"Proceso en espécimen dos: completado con éxito"

 

Peter soltaba un suspiro de alivio y se disponía a informar a Dawson, cuando se mostró un nuevo mensaje.

 

"¿Quiere continuar proceso en espécimen tres?"

 

Dawson esperó a que el aro de luz terminara su recorrido sobre su cuerpo y se apagara. Entonces se incorporó y miró a la mesa de al lado. El aro en su caso aún continuaba encendido, detenido más allá de la cabeza de Nut. De un saltó bajó y se acercó al cuerpo inmóvil de su amada. Sus ojos permanecían cerrados, aunque su pecho parecía subir y bajar, y las aletas de su nariz se movían sutilmente.

—¡Peter, ¿qué pasa?! —exclamó, al tiempo que veía cómo el aro iniciaba de nuevo su recorrido.

—No estoy seguro, Sr. Fox.

—¿Qué quiere decir?

—La máquina me ha pedido continuar el proceso en... espécimen tres. ¿Qué hago?

Dawson entornó los ojos y pensó durante un segundo.

—Diga que sí —resolvió, con un pálpito asomando a su garganta.

Con la respiración a mil siguió el recorrido del aro hasta que lo vio detenerse a la altura del vientre de Nut. En ese instante, una mueca se dibujó en su rostro.

 

Víctor esperaba junto a su hija, abrazado a la lanza como a una madre.

—¿Me la dejas un momento? —musitó Ray.

Víctor dudó, pero finalmente accedió. Ray la sopesó con desparpajo e hizo un gesto como de lanzarla.

—No está mal, muy equilibrada. Y tiene buena punta todavía.

Sarah le observaba con el gesto fruncido.

—No me mires así. Nunca te lo conté, pero fui campeón de lanzamiento de jabalina en la universidad.

—Ya, seguro.

—Te lo juro, palabrita del Niño Jesús.

Víctor le quitó la lanza de las manos sin miramientos, indignado por la falta de respeto, y se alejó cojeando camino de la trampilla de bajada.

—Os espero abajo.

—Bien, papá —dijo Sarah, al tiempo que dirigía una mirada de reproche a Ray.

—¿Qué pasa?

—¡Joder, Ray, un poco de tacto!

 

El aro de luz completó su recorrido por segunda vez, y se apagó. Dawson contenía el aliento junto al rostro de Nut. Fueron solo unos segundos lo que tuvo que esperar hasta ver cómo abría los ojos y se incorporaba, pero durante ese tiempo hasta su corazón se paró.

—¡Nut! —exclamó, abrazándose a ella y besándole en los labios con delicadeza.

Sarah no pudo evitar emocionarse, y hasta un par de lágrimas asomaron a sus ojos y resbalaron juguetonas por sus mejillas.

Abajo, en la pantalla de Peter, apareció un cuarto mensaje:

 

"Proceso en espécimen tres: completado con éxito"

 

Dawson conocía mejor que nadie el poder del superordenador. Sabía que tenían que alejarse de allí cuanto antes, y poner la distancia suficiente para evitar su influencia. Todo eso lo sabía, pero no pudo separarse de su amada tan rápido. Necesitó un mínimo de tiempo para disfrutar de ella, de la calidez de su cuerpo, de su respiración, de los latidos de su corazón. Estaba viva, y estaba en sus brazos. Le pareció muy pequeña, apenas una niña. La notaba temblar como un pajarillo.

Silas.* —salió de sus labios como un lamento.

(* Diálogos en nubio antiguo)

Estoy aquí, amada mía.*

Tengo miedo.*

No lo tengas, estamos a salvo.*

Te noto distinto. ¿Quiénes son ellos?* —susurró mirando a Sarah y a Ray, alternativamente.

Unos amigos. Han venido a ayudarnos. ¿Recuerdas dónde estamos? ¿Lo que ha pasado?*

Sí* —su rostro se separó de golpe y sus ojos se abrieron para mirarle—. Huíamos de mis padres. Atravesábamos las montañas. Luego llegó la tormenta —sus manos se apretaron a los brazos de Dawson, y su voz aumentaba de tono a medida que recordaba—. ¡La cueva! Entramos en una cueva para refugiarnos de la tormenta.*

Así es. ¿Qué más?*

No sé, el resto está confuso —su voz se quebró en un llanto.*

Tenemos que irnos* —musitó Dawson, separándose momentáneamente de ella.

¡No me dejes!*

Eso nunca. Siempre juntos.*

Siempre juntos* —repitió Nut, dibujando una hermosa sonrisa en sus labios.

Dawson la ayudó a bajar de la mesa y la sujetó por la cintura. A su lado parecía todavía más pequeña.

Ray la miró sin disimulo, de arriba a abajo.

—Bonita chica tienes.

—¿Ella está bien? —se apresuró a preguntar Sarah.

—Sí. Es como si se acabara de despertar. Sus últimos recuerdos son de cuando entramos en la cueva. Para ella es como si hubieran pasado solo unas horas, quizá minutos —respondió Dawson.

—Y usted, Dawson, ¿cómo está usted? —se interesó Ray, serio, evitando la ironía. Sarah lo miró de reojo, reconociendo lo acertado de su pregunta, la sensibilidad que escondían esas palabras.

—Soy feliz.

La luz de la zona de muestras titiló un instante.

—¡Rápido! ¡Debemos salir de aquí! —espetó Dawson, saliendo de la ensoñación en la que se encontraba—. Pronto volverá.

—Olvida su mochila —observó Sarah, señalando con la mano al suelo, entre las mesas flotantes.

—Está donde tiene que estar, no se preocupe —puntualizó Dawson, enigmático.

Bajaron a la carrera los escalones flotantes. Peter no levantó la mirada de la pantalla. La pequeña alemana miró a Nut con ternura, y luego a Dawson que la mantenía agarrada. Sarah se acercó a Grete.

—Otro propósito conseguido —le susurró señalando a su padre, que continuaba aferrado a la lanza.

—Peter, déjelo ya. Nos vamos —urgió Dawson.

—Esto es increíble, Sr. Fox. He logrado acceder a su código fuente, que es inmenso, y creo haber conseguido la suficiente información para...

Las luces volvieron a titilar, esta vez con mayor intensidad, y la pantalla del ordenador de Peter se llenó de destellos de colores.

—Está eliminando el virus que introdujimos —informó Dawson, con la urgencia instalada en su voz—. ¡Rápido!

El centinela comenzó a moverse, más bien a vibrar. Ray entregó un rifle a Grete y el otro a Dawson. Él se quedó con las dos pistolas.

—¿Quieres una? —le preguntó a Sara. Ella no contestó y cogió a su padre por el brazo, camino de la salida.

 

Víctor cojeaba ostensiblemente, y más a medida que avanzaban por el lodazal, que parecía aún más espeso que cuando lo atravesaron por primera vez.

—¿Te duele?

—Un poco, hija.

—Apóyate en mí.

Habían recorrido un tercio de la distancia que les quedaba hasta llegar al terraplén, cuando una tenue luz amarillenta iluminó de pronto la caverna. El grupo se detuvo en seco, confundido. Dawson era el único que parecía saber lo que pasaba.

—Está tomando el control.

—¿Y qué cojones quiere decir eso? —espetó Ray.

—Aún no puede controlar al centinela —dijo dirigiéndose a Peter.

—Pero sí es capaz de hacer vibrar electrones —contestó este.

—Quiere iniciar el ciclo de su terrario. Hará cuanto pueda para no dejarnos salir —sentenció Dawson.

Ray y Sarah miraron al suelo lamoso y lo notaron burbujear.

—¡Joder! —exclamó Ray, dando pisotones y haciendo saltar grumos de barro—. Si no salimos de aquí cagando leches, vamos a ser el almuerzo de esos putos engendros.

Pasó un brazo por debajo de la axila de Víctor, relevando a Sarah, y echó a correr con él. El resto del grupo pronto los adelantaron, excepto Sarah, que se mantenía cerca de ellos.

La hierba amarilla comenzó a brotar a su alrededor, a una velocidad asombrosa.

—¡Más rápido! ¡Más rápido! —gritó Dawson.

Ray no tenía resuello para contestarle, aunque se quedó con las ganas. Víctor se esforzaba en avanzar, en evitar que tuviera que cargar con todo su peso, pero era incapaz. El golpe en su cadera, una vez se había enfriado, evidenciaba una lesión más grave de lo que pensaba.

La plantas saprótrofas alcanzaron su máxima altura cuando todavía no habían llegado a la mitad del recorrido. En ese momento los huevos empezaron a emerger a su alrededor. Primero unos pocos, luego cientos.

Sarah terminó por retroceder para ayudar a Ray con su padre, y entre ambos consiguieron incrementar un poco la velocidad, aunque no lo suficiente. Los huevos estaban por doquier y comenzaban a eclosionar como palomitas de maíz estallando dentro de un microondas.

Dawson, Nut, Grete y Peter, les sacaban mucha distancia, y ya se encontraban cerca del terraplén de subida. Víctor no dejaba de mirar a un lado y a otro, respirando con dificultad, notando su pierna cada vez más inútil.

—Dejadme aquí e iros.

—No digas eso, papá —le recriminó Sarah, con la voz entrecortada por el esfuerzo.

Ray la miró de soslayo sin decir nada. Sin atreverse a decir lo que pensaba: Que su padre tenía razón, que si no salían de allí enseguida, morirían los tres. Pero calló y continuó tirando de Víctor.

—Por favor, dejadme  —suplicó.

A su alrededor las primeras larvas del Tipo 1 se retorcían amontonadas, comiendo con glotonería la extraña hierba, en una carrera contrarreloj por crecer  y garantizar la próxima generación antes de ser devoradas por el espécimen Tipo 2.

Sarah tropezó y cayó, y a punto estuvo de hacerlo Víctor también. Se levantó trabajosamente. Estaba  exhausta. Aún así trató de ayudar a su padre a continuar.  Ray sabía que ella jamás lo abandonaría. Que moriría con su padre si era necesario. Por eso se decidió por una salida de emergencia con pocas garantías de éxito, pero que al menos le daba la posibilidad a uno de ellos.

—Dale la lanza a Sarah y agárrate fuerte —dijo a Víctor—.  Te llevaré a cuestas.

—¿Estás seguro? —preguntó Sarah, casi sin aliento.

—Claro, pequeña. Corre, te seguimos.

Sarah echó a correr con el corazón en la boca y los músculos de las piernas al límite. Ray trotaba detrás de ella con Víctor a su espalda, notando cómo sus pies se hundían aún más en el cieno.

Los huevos del espécimen Tipo 2 comenzaron a eclosionar y sus larvas, mucho más grandes y feroces que las del Tipo 1, empezaron su festín.

Pronto Sarah tomó ventaja y se alejó de Ray y su padre. El resto del grupo acababa de subir el terraplén y observaba la escena desde lo alto del escalón, en un silencio trágico. Nut seguía abrazada a Dawson y Grete permanecía en cuclillas, en el mismo borde, con las manos aferrando su arma. Peter también los miraba, pero de vez en cuando echaba una ojeada a la pantalla de su ordenador.

Los Tipo 2, preocupados por acabar con los Tipo 1, no repararon en Ray y Víctor y, a pesar de ser carnívoros, pasaban entre sus piernas sin prestarles atención.

—El problema vendrá con el Tipo 3 —sentenció Dawson—. Miren, ya están naciendo.

Las pulgas gigantes eran letales. Con su apéndice saltador, los dos hombres serían presa fácil de ellas.

Ray se hundía cada vez más. Cada paso se convertía en un suplicio. Víctor le pesaba como una losa. Se encontraban a unos cincuenta metros. Podía ver a Sarah que ya estaba llegando al terraplén, y al resto del grupo en lo alto, observando.

El espécimen Tipo 1 había sido molesto, muy numeroso y resbaladizo cuando lo pisaba, pero inofensivo al ser vegetariano. El Tipo 2 seguía entretenido en aparearse —después de terminar con el Tipo 1—, y de momento no parecía interesado en la carne humana, aunque Ray ya había recibido alguna dentellada en las pantorrillas. Señal evidente de que si decidían comérselos, lo harían en un abrir y cerrar de ojos.

 

Sarah llegó al terraplén y se volvió. Lo que vio no le gustó nada. Ray y su padre aún estaban demasiado lejos, e iban muy lentos. Estaba tan agotada que tuvo que agarrarse a la cuerda para no caer. Tomaré un poco de aire y volveré para ayudarles, pensó, aunque sus músculos y su pecho no estuvieron de acuerdo y necesitó apoyarse en la pared de roca. Mientras su mente luchaba contra su cuerpo, Grete bajó por la cuerda.

—Sube, te ayudaré. Permanecer abajo no es seguro.

—No... espera —contestó casi sin aliento—. Tengo... que... ayudarles.

—Iría yo si hubiera alguna posibilidad, pero no la hay —Grete la miró con el rostro compungido—. Mira, el Tipo 3 está naciendo. Según el Sr. Fox, con ellos no hay nada que hacer, devorarán todo lo que encuentren en su camino.

—Pero eso no es... posible. Mi padre... Ray —el llanto se sumó a la falta de resuello y terminó por ahogar su voz.

—Vamos.

Grete tiró de Sarah que, a regañadientes, comenzó a trepar por la pendiente.

 

El Tipo 2 terminó de aparearse justo al tiempo en que el Tipo 3 comenzó a romper sus huevos. Víctor lo veía todo subido a la espalda de Ray, por eso tenía una visión más escalofriante. Los recién nacidos ya eran del tamaño de un ratón y daban saltos de casi un metro para capturar a los Tipo 2. Estos emitían una especie de chillido, parecido al arrastrar de muebles, antes de morir despedazados. La pulgas gigantes crecían por segundos gracias a un metabolismo ultraeficaz que transformaba rápidamente los nutrientes en músculos, sangre y exoesqueleto quitinoso. Una de ellas saltó directamente hacia ellos. Aún no era un adulto totalmente desarrollado y, sin embargo, sus mandíbulas le arrancaron un trozo de carne del hombro a Ray.

—¡Ay, joder! —exclamó.

El Tipo 2 hizo su puesta de huevos en el momento en el que el Tipo 3 alcanzó la madurez. Ya tenían el tamaño de una rata lustrosa y pasaban por encima de las cabezas de los dos hombres haciendo rechinar sus mandíbulas. En pocos minutos devoraron a la práctica totalidad del Tipo 2 y algunos se arremolinaban alrededor de ellos, amenazantes.

—Déjame en el suelo —suplicó Víctor—. Aún tienes una oportunidad.

Ray no le contestó. No tenía aliento. Al cansancio se sumaba la terrorífica visión que tenía delante. Decenas de monstruosas pulgas mutantes saltaban y se exhibían frente a ellos, a punto de dar el golpe definitivo. Lo había intentado. Creyó que lo lograrían pero no fue así, y ya no podía echarse atrás. Se detuvo y descargó a Víctor. No saldría corriendo dejándole solo. De nada serviría. Jamás atravesaría esa muralla de letales mandíbulas. Prefería quedarse junto a él. No morir solos era lo único que ya les quedaba.

 

Grete trató de usar el rifle, pero fue inútil. Los objetivos eran demasiado pequeños y móviles. Sería una lotería acertar a alguno desde esa distancia. Dawson ni siquiera lo intentó. Se limitó a impedir que Nut —totalmente desconcertada— viera el fatal desenlace, manteniendo su cabeza contra su pecho. Sarah tampoco quiso mirar y, sentada en el suelo, enterró la cara entre sus manos. Peter observaba alternativamente la trágica escena y la pantalla de su ordenador. De pronto, se decidió a hablar.

—Si no hacemos algo, no lo lograrán.

—No hay nada que hacer —musitó Dawson, circunspecto, barajando la posibilidad de acabar con su sufrimiento de un disparo.

—Tal vez sí.

—¿Qué quieres decir? —se envaró Dawson, con la esperanza asomando a su rostro.

Sarah y Grete también lo habían escuchado, y levantaron la cabeza como un resorte.

—Todavía tengo cierto control sobre el sistema. Es mínimo, pero quizá sea suficiente

—Explícate —le urgió Grete.

Sarah se puso de pie.

—El virus ocultaba una "bomba lógica" en su código. Está tan escondida que dudo que la haya eliminado. Si soy capaz de activarla interrumpirá el sistema durante un tiempo. Al menos eso creo.

—Pues, ¿a qué esperas para hacerlo? —saltó Sarah, encarándose con él.

—Es como un reset. El problema es que cuando el sistema vuelva, lo hará al cien por cien.

Se produjo un corto silencio.

—No tenemos otra, hazlo —ordenó Dawson.

Peter se asomó a la pantalla y comenzó a introducir comandos.

—¿Qué quiere decir que el sistema estará al cien por cien? —quiso saber Grete.

—Que las cosas se pondrán muy difíciles —sentenció Dawson, abrazando aún más fuerte el frágil cuerpo de Nut.

 

Ray se adelantó un poco a Víctor y lo cubrió. Sacó las dos pistolas y apuntó a las criaturas. Tal vez el ruido las asusté, se dijo, y disparó dos veces. Se equivocó. Ni siquiera se inmutaron. Continuaron acumulándose a su alrededor preparando el ataque final. Apuntó buscando hacer blanco. Eran muchas y demasiado rápidas, pero al menos se llevaría a alguna por delante. Un desahogo sin más. Disparó alternativamente una pistola y otra. Sin prisas, como lo haría un vaquero indolente. Logró un par de blancos y ni siquiera los mató, tan solo los hizo saltar por los aires. Finalmente oyó un clic. Luego otro. Estaba sin balas. Les tiró las pistolas en un último acto de impotencia, y bajó los brazos. Un espécimen saltó y le rasgó el muslo. El dolor fue insoportable y la sangre comenzó a manar.  En ese momento parecieron enloquecer. Comenzaron a hacer un ruido con las mandíbulas parecido a una sierra contra metal y a plegar sus apéndices saltadores, dispuestos a acabar con esos intrusos comestibles.

Más de veinte saltaron al tiempo. Los dos hombres los vieron venir. Imposible esquivar a todos. Ambos cerraron los ojos. Y ambos, sin decirlo, pensaron lo mismo: que sea rápido.

Pero justo antes de que las pulgas mutantes llegaran a ellos, se apagó la luz y todo quedó a oscuras.

Lo que notaron no fueron dentelladas, tan solo el golpe sordo de sus duros cuerpos. Igual que si les arrojaran pelotas de beisbol.

—¿Qué ha pasado? —musitó Víctor, buscándose heridas en el cuerpo.

—¡Claro, la oscuridad acaba con ellos! —exclamó Ray—. Ni se te ocurra encender el frontal.

Vieron una tenue luz en lo alto del terraplén. Una luz anaranjada que se movía de un lado a otro. Y hacia ella fueron todo lo rápido que pudieron. Cojeando. Apoyados el uno en el otro. Como un par de barcos guiados por un faro salvador en mitad de una tormenta.

 

Dawson se impacientaba, y aún más Peter. A pesar de ello esperaron a que Sarah hiciera unos vendajes de emergencia en las heridas de Ray.

—Gracias —dijo cuando terminó de cortar la hemorragia de su muslo.

—Ha sido una locura —musitó Ray, para que los demás no le escucharan, en especial Víctor—. Pero ya me conoces...

—La verdad es que eso creía —respondió Sarah, mirándole fijamente a los ojos.

La voz en tono de urgencia de Peter rompió el momento íntimo que estaban teniendo, y les devolvió a la realidad.

—Esto no dudará mucho, debemos largarnos ya.

—Apóyate en mí —se ofreció Sarah.

—No es necesario —rehusó Ray, poniéndose en pie con desenvoltura. Se lo pensó mejor y simuló que cojeaba—. Tal vez más tarde necesite tus cuidados.

Sarah no pudo evitar una sonrisa que trató de disimular con una mueca.

Aunque ya conocían el funcionamiento del freno y los arneses, y ya sabían lo que se iban a encontrar, el ascenso por el largo túnel fue mucho más duro que la bajada. Sobre todo para Víctor, cuya pierna derecha cada vez le dolía más. La herida del muslo de Ray apenas le dificultó. Se trataba de un corte limpio que no afectaba a vasos sanguíneos importantes, ni al músculo en demasía.  En cualquier caso, fueron Dawson y Sarah los que se ocuparon del profesor. Grete cuidaba de Nut mientras que Peter, invadido por una energía milagrosa, ascendía destacado a una velocidad asombrosa.

—El miedo da alas —observó Ray señalando arriba, a la luz que se movía delante proveniente del científico.

A mitad de camino de la sima inclinada, notaron una subida de la temperatura.

—Ya ha empezado —dijo Dawson.

—¿A qué se refiere? —preguntó Ray.

—¡Luces fuera! —gritó para que le oyera también Peter.

Uno a uno todos los frontales se fueron apagando hasta que quedaron sumidos en una oscuridad que no duró mucho.

—¿Ven ese resplandor que llega de abajo? El ciclo vital vuelve a empezar.

—Ya, pero aquí estamos a salvo, ¿o no? —preguntó Víctor, que había aprovechado el momentáneo parón para descansar sentado en una húmeda roca.

—De los especímenes tal vez, pero no del centinela.

—¡Joder, pues salgamos cagando leches! —exclamó Ray, encendiendo su frontal y continuando el ascenso, animando al resto a que hicieran lo mismo.

Dawson y Grete se colocaron al final del grupo con las armas a punto, sin dejar de mirar atrás a cada momento. Atentos a cualquier pequeño ruido.

Ascendieron a toda velocidad, en silencio. Solo se escuchaban sus respiraciones sofocadas y el rozar de las botas y los cuerpos contra las rocas. Sarah llevaba la lanza y le dificultaba los movimientos.

—Ten cuidado con la punta, está muy afilada —gruñó Ray al notarla cerca de su trasero.

El último tramo era el más empinado. Necesitaron emplear las últimas fuerzas que les quedaban para recorrerlo.

—¡Ya estoy arriba! —escucharon la voz de Peter.

—Un último esfuerzo —animó Sarah a su padre, que subía con la cara descompuesta por el esfuerzo y el dolor de la pierna.

El siguiente en salir fue Ray, que se quedó en la boca de la grieta para ayudar a salir, primero a Sarah, luego a Víctor y finalmente a Nut. Los cinco se tumbaron boca arriba, en el frío y húmedo suelo de la gran caverna, a esperar al resto. Los frontales alumbraban el inquietante techo, resaltando las extrañas estalactitas que los siglos y los depósitos kársticos habían formado.

—Quizá sea así el infierno —observó Ray—. No caliente y lleno de llamas por todas partes como una fundición; sino oscuro, mojado y lleno de amenazantes penes colgantes.

—No entiendo como todavía tienes ganas de bromas —le reprochó Sarah.

—Lo sé, es raro, pero cuanto más nervioso estoy, más fácil me salen. Por cierto, estos están tardando mucho —concluyó, incorporándose con dificultad.

Justo en el momento en el que iba a asomarse a la sima, vio aparecer la cabeza rubia de la pequeña alemana. Su cara era un poema.

—¿Qué pasa?

Fue Dawson quien contestó, saliendo como un rayo después de Grete.

—Pónganse a cubierto, rápido, ya viene —gritó sin miramientos.

Apenas habían dado unos cuantos pasos en busca de alguna roca donde resguardarse, cuando el centinela apareció por la boca de la grieta. El grupo se colocó detrás de Dawson y Grete, que lo apuntaban con sus armas. El artefacto se elevó hasta los tres metros y luego descendió para colocarse a la altura de sus cabezas. Llevaba los brazos mecánicos desplegados, haciendo resonar alternativamente sus seis pinzas.

—¿Qué hacemos? —susurró Grete, sin dejar de apuntarle.

—Las balas no podrán penetrar el metal, sin embargo tiene un punto débil —contestó Dawson, lo suficientemente alto como para que los demás le oyeran—. La parte plana de abajo es más sensible, es donde alberga el sistema gravitacional.

—Ya, pero no tenemos ángulo de tiro.

El centinela se desplazaba de un lado a otro, controlando al grupo.

—Está evaluando la situación. Decidiendo a quién atacar primero —continuó Dawson—. Lo maneja "Él", no lo olviden. La máquina más inteligente que hemos conocido jamás, pero una máquina al fin y al cabo.

—Vale, ¿y? —preguntó Ray a su espalda.

—Que es previsiblemente lógico. Atacará al arma más grande.

Grete tragó saliva.

—Cuando lo haga, no deje de disparar —añadió Dawson dirigiéndose a la alemana, que respiraba a grandes bocanadas—. Eso al menos lo confundirá y lo detendrá un instante.

—O sea, que nos queda un instante de vida —sentenció Ray, sin pretender ser gracioso.

—Ya viene —señaló Dawson.

Grete apretó la culata de su CETME contra la cara y curvó el dedo en el gatillo. El ataque del centinela fue rápido y directo. Se deslizó produciendo un siseo continuo y desplegó los brazos con las pinzas abiertas, preparadas para cortar y despedazar la carne y el hueso.

La ráfaga retumbó en la enorme caverna. Fue corta pero certera. Los cinco proyectiles del calibre 7,62, impulsados por una gran carga de pólvora, impactaron certeros en el cuerpo semiesférico del artefacto, parándolo en seco.

—¡Continúa! ¡No pares! —gritó Dawson.

Los demás estaban paralizados contemplando ese enfrentamiento tan desigual, entre las viejas y las nuevas armas para matar.

La excelente tiradora, sujetando con fuerza el potente rifle, apuntó y descargó una nueva andanada, tratando de que las sacudidas del retroceso no influyeran en su puntería. Veinticinco proyectiles más salieron por la boca del arma, zarandeando al centinela. No dejó de apretar el gatillo hasta que escuchó un clic. El cargador estaba vacío.

—Ahora me toca a mí —dijo Dawson, corriendo hacia el centinela que giraba en el mismo sitio, aparentemente desorientado.

Justo cuando Dawson estaba a su altura, se detuvo y proyectó sus temibles brazos hacia él. Por escasos centímetros no lograron alcanzar su cuello. Con una agilidad asombrosa los esquivó, realizando una contorsión in extremis.  El artefacto agitó los brazos y se rehízo, buscando al objetivo que había perdido de vista momentáneamente. Pero ya Dawson estaba bajo él, agachado, y tenía su parte inferior a tiro. A corta distancia vació el cargador, abollando significativamente el metal que en esa zona parecía más débil.

Grete había recargado de nuevo y apuntaba al centinela sin saber qué hacer. Dawson rodó por el suelo y salió de debajo justo antes de que cayera al suelo.

Con un gesto de la mano indicó a la alemana que esperara. El centinela rebotó en la dura roca y se quedó posado. Sus brazos se agitaban frenéticos acuchillando el aire, y el cuerpo se sacudía incapaz de volver a elevarse.

—¡Sííííí, joder! ¡Con dos cojones! —exclamó Ray, sin poder aguantarse.

Grete bajó el arma. Por fin pudo relajar los brazos y soltar el aire que tenía retenido en los pulmones.

—Ya lo creo. Ha sido "cojornudo" —concluyó en español.

—Eso. Muy bien dicho —la jaleó Ray.

—¿Sabes, capullo? —Grete, animada y crecida, se dirigió al centinela que aún movía sus brazos alocadamente en el suelo—. Somos "mucho arroz para tan poca polla" —también en español.

Ray soltó una carcajada sincera que reverberó en la cueva.

—¿Ese es el español que le enseñas? —le recriminó Sarah, intentando aguantarse la risa.

—¡Coño! No me digas que no es útil.

Dawson se acercó al grupo, sin dejar de mirar al engendro mecánico de vez en cuando. Los vio tan animados, festejando con risas y chistes el triunfo, que también se permitió relajarse durante unos segundos. Se divirtió escuchando a Sarah explicar a Grete de qué se reían tanto, sobre todo cuando le decía la importancia que tenía, en esa frase, el cambiar de género a la palabra pollo.

Peter ejerció de aguafiestas.

—El ordenador ha tomado el control absoluto. Ya es todopoderoso.

—¿Qué quiere decir el chinito? —quiso saber Ray.

—No estoy muy seguro, pero será mejor que no nos quedemos para averiguarlo —respondió Dawson.

El momento de tregua pasó, y el grupo continuó su camino de vuelta a la superficie. Nadie miró la cueva con admiración, como hicieran la primera vez. Volvían cansados y heridos y, aunque no lo querían admitir, estaban muy asustados. Llegaron al otro extremo y se introdujeron, uno a uno, por el estrecho agujero que les llevaría hasta la segunda cueva. Víctor se negó a desmontar la lanza por temor a dañarla, y recorrer el angosto y serpenteante túnel con ella se hizo muy difícil. El encargado de hacerlo fue Ray, que no paró de despotricar en todo el camino. Cuando salieron por el otro extremo, todos estuvieron de acuerdo en que les había parecido mucho más largo y complicado. Incluso Peter, que apenas decía nada a no ser que fuera para dar una lección magistral sobre algún tema científico, se permitió hacer una broma de mal gusto que nadie rió, comparando el túnel que acababan de atravesar con un recto, la salida con un esfínter, y ellos con...

A Sarah no le había pasado desapercibido el hecho de que Dawson, de vez en cuanto, soltaba a Nut para mirar su reloj. Cuando lo volvió a hacer camino de la primera cueva, no pudo aguantar preguntar el porqué.

—Ha visto lo que hay allí abajo, ¿verdad? —le contestó circunspecto—. Si uno de esos especímenes saliera a la superficie sería devastador. Imagine una criatura de esas características, capaz de adaptarse al nuevo entorno con una sola generación, reproduciéndose a una velocidad asombrosa y sin depredadores para acabar con ellos. Imagine ahora que no es una, que son varias. En pocas días serían millones. Miles de millones en unas semanas. Nada los detendría. Acabarían con todos los seres vivos de la tierra.

—Ya, pero no pueden salir. Además, mueren cuando se apaga la luz. A no ser que... —ella misma se dio cuenta del error de su afirmación.

Dawson completó la frase.

—..."Él" decida lo contrario. Tal vez ya lo haya hecho. Así que me he asegurado de que eso no suceda, acabando con los engendros... y también con "Él".

—¡La mochila! —exclamó, cayendo en la cuenta—. Es un explosivo, ¿verdad? Y tiene un temporizador.

—Estallará dentro de treinta minutos —continuó Dawson—. Tiempo más que suficiente como para que estemos en la superficie, lejos de la detonación.

—¿Qué clase de detonación? —preguntó Grete.

—Oh, una impresionante —intervino Peter—. ¿Conoce la termita?

Grete afirmó con la cabeza, el resto puso cara de póker. Por eso Peter se decidió a explicarlo, pero antes chascó la lengua condescendiente.

—Es una mezcla de aluminio y óxido de metal, normalmente hierro, que una vez calentada a temperatura de ignición produce una reacción exotérmica que alcanza temperaturas de 2500º, capaz de fundir el acero. Aunque eso no es nada comparado con lo que yo he conseguido —continuaba pavoneándose, ajeno a la cara de urgencia que le ponía Dawson—. No les voy a desvelar los compuestos que yo he utilizado, ni la carga que los activa, pero si les diré que, una vez se pongan en marcha, los tres kilos producirán una deflagración suficiente como para calcinar cualquier cosa que se encuentre a cien metros a la redonda. Y cuando digo cualquier cosa, es cualquier cosa. No existe nada con lo que no acabe.

—¿Cómo es eso posible? —se sorprendió Grete.

—El elemento que tiene el mayor punto de fusión es el carbono, que es de unos 3500º, unos 4000º si hablamos del diamante. Pero querida amiga, mi "bomba desintegradora" alcanza los 10000º. Allí abajo no quedará nada. Incluso las rocas se fundirán.

—Exacto. Y nosotros también si no estamos fuera. Las simas y túneles actuarán de estrechas chimeneas, propagando las llamas como si salieran de una olla a presión —añadió Dawson.

Estas últimas palabras les espolearon para llegar con rapidez hasta el suave  terraplén que conducía a la abertura que daba paso a la primera cueva.

—Uff, ya veo la luz al final del túnel, y nunca mejor dicho —bufó Ray.

Acostumbrados a la oscuridad, la exigua claridad que entraba por la abertura era perfectamente visible.

—Lo ven, ya casi estamos fuera, y aún nos quedan veinte minutos. Bien, siga...

Dawson enmudeció, detenido junto a la veta excavada hacía siglos, mirando en todas direcciones.

—¿Qué pasa? —preguntó Sarah.

—Las luces... Las luces químicas que dejamos en el suelo... —dijo enigmático.

—¡Han desaparecido! —completó Sarah.

—Ellos están aquí —susurró Dawson, levantado su rifle.

—¿Quiénes? —preguntó Ray.

La respuesta no le llegó de Dawson, sino de una voz a su espalda con fuerte acento árabe.

—¡Suelten las armas!

 

Una vez desarmados, Arkan les ordenó continuar andando hasta llegar cerca de la entrada, donde la luz exterior fue suficiente para que el grupo pudiera ver a los dos hombres que les apuntaban con armas automáticas.

Los cuerpos momificados de las decenas de antiguos esclavos los rodeaban, formando un macabro paisaje de huesos y calaveras peladas. No podía haber encontrado un lugar mejor para llevar a cabo su misión, pensaba Arkan mientras preparaba la cámara. Esos testigos mudos entre las sombras, en aquella cueva... Era perfecto. Le había costado mucho. Habían muerto tres de sus hombres, buenos musulmanes, pero al fin lo había logrado. Ya tenía delante su propósito. Alá estaba con él.

Mediacara apuntaba al grupo con el rostro concentrado, pétreo, remarcada su cicatriz como un tajo maldito.

Nut se abrazaba a Dawson, temblando. Estaba confundida, asustada. ¿Quiénes eran esos hombres? ¿Qué querían de ellos? ¿Acaso los habían enviado sus padres para obligarles a regresar a casa? Todas esas preguntas le musitó a Dawson. Él solo fue capaz de calmarla con una caricia y un beso en la frente, que escondían el profundo odio que sentía en aquellos momentos. Odio hacia los dos hombres que les apuntaban. Odio al fanatismo irracional que les guiaba. Odio a un mundo que no había aprendido nada en tantos siglos. Y odio al maldito destino, que le había dejado acercarse hasta rozar su más anhelado deseo y ahora se lo arrebataba.

—¿Qué cojones quieren de nosotros? —estalló Ray, incapaz de aguantar el denso silencio que se había instalado.

—Estos americanos... Siempre tan impacientes —contestó Arkan, encendiendo la luz de la cámara de vídeo.

—No soy americano, capullo. Soy de España.

—Al-Ándalus, querrá decir —replicó dirigiendo la luz a su cara.

Ray, deslumbrado, se tapó los ojos con la mano.

—Fue nuestra, y pronto volverá a serlo.

—Hay que ver qué mal perder tenéis. Es verdad que estuvisteis unos cuantos años por ahí, pero al final os echamos a patadas. ¿Las Navas de Tolosa no te suenan de nada? —Sarah apretó con fuerza la mano de Ray, y bufó por lo bajo—. Lo siento nena, ya sabes... Me pongo nervioso y...

Arkan ni siquiera se molestó en contestarle. Con la luz de la cámara recorrió al grupo, uno a uno.

—¿Quién es Dawson Fox?

—Soy yo —contestó, al tiempo que se deshacía del abrazo de Nut con delicadeza y se la pasaba a Grete.

Arkan se tomó su tiempo en verlo bien bajo la luz azulada del foco.

—Por favor, venga, adelántese un poco —le pidió con educación, al tiempo que hacía un gesto a Medicara para que se colocara detrás de él.

Miraba por el visor de la cámara, mientras sostenía el Ak-47 y apuntaba al grupo.

—De rodillas —le ordenó, manteniendo un tono sereno.

Dawson permaneció de pie, mirando directamente al lugar donde suponía que estarían sus ojos, ya que la luz mantenía el rostro de Arkan a oscuras.

—Oh, la arrogancia americana. ¡De rodillas he dicho! —gritó de pronto.

Siguió de pie hasta que Medicara le golpeó con el rifle. Primero en los riñones y luego en la corva de su pierna izquierda, hasta hacerle casi caer. Finalmente, Dawson claudicó y clavó las rodillas en el suelo.

—Lo reconozco. La escena con el robot aquel ha sido magnífica —continuó Arkan dulcificando el tono—. Después de ella decidimos no actuar y seguirles hasta la salida. Menuda sorpresa. ¿Qué era? ¿Algún artilugio suyo que se les reveló?

Ray se tensó dispuesto a contestar. Sarah lo intuyó y le clavó las uñas en la muñeca para que se callara. Nadie dijo nada.

—Bueno, eso no importa ya. Lo fundamental es que parece que consiguieron lo que venían a buscar. ¿Qué es? ¿Esa vieja lanza? —preguntó con desprecio.

Víctor la apretó contra sí y endureció el rostro. Fue un gesto inútil. Mediacara se la arrebató de las manos de un tirón.

—Dásela a él —le ordenó Arkan, señalando a Dawson—. No puedo imaginar mejor escena: un magnate americano, muerto por la mano de un musulmán, mientras sostiene en sus manos la reliquia más importante de la cristiandad. Irónico, ¿verdad?

Dawson recibió la lanza que le entregó Mediacara de malos modos. Por su cabeza pasaron muchas cosas en décimas de segundo. Tuvo tiempo de elaborar varios planes. Desesperados intentos de acabar con ambos hombres antes de que ellos pudieran actuar, pero todos fracasaban. Era rápido y fuerte, y sabía matar a un hombre con las manos —lo había hecho muchas veces—, pero no así. No contra dos armas automáticas. Se consoló pensando que tal vez dejaran a los demás libres después de tener grabada su muerte. Que quizás se saciaran con su sangre. Era una posibilidad remota, pero una posibilidad al fin y al cabo. Y a ella se aferró.  Deseaba tanto que Nut viviera que se engañó, a pesar de saber el tipo de hombres que tenía delante.  

—Déjeles a ellos vivir —suplicó finalmente.

Arkan hizo un gesto con la mano a Mediacara, y este se colgó el arma al hombro y sacó su cuchillo.

—¿No me va a suplicar por su vida? ¿No va a intentar comprarme con dinero?

—¿Serviría de algo?

—La verdad es que no.

—Lo suponía. Los fanáticos solo saben escribir con sangre.

Arkan cambió el gesto, molesto, y pulsó el botón de grabar.

La imagen de Medicara sujetando a Dawson por la frente al tiempo que le apoyaba la hoja de su cuchillo en el cuello, apareció en la pantalla de la cámara. La tensión era insoportable. Nadie en el grupo movía un solo músculo. Solo miraban. Miraban espantados la barbarie que estaban a punto de presenciar sin poder hacer nada. Hasta que Peter se decidió a hablar.

—¡Va a estallar una bomba —espetó, deshaciendo el nudo que obstruía su garganta—. ¡Tenemos que salir de aquí!

¡Ja,ja,ja! —rió sarcástico Arkan—. ¿Has oído? —dijo dirigiéndose a Mediacara.

—¡Es verdad! —gritó Dawson, con la voz transmutada debido a la postura forzada de su cuello.

—¿No se les ocurre nada mejor?

—Quedan menos de ocho minutos —concretó Peter, mirando su reloj—. ¡Hay que salir de la cueva antes de que todo esto se convierta en cenizas!

—Así que cenizas, ¿eh? ¡SILENCIO! —rugió de pronto—. Vamos a empezar.

Arkan comenzó a hablar en árabe. Lo hizo en un tono desafiante y expeditivo. Su voz resonó entre las rocas con la calidad de una maldición milenaria. Era una arenga previsible contra Occidente y a favor del Islam más radical. Un discurso manido que solo entendía Dawson, y que identificó como un calco de muchos otros que había escuchado a lo largo de su dilatadísima vida.

—¿No vamos a hacer nada? —musitó Sarah, cerca del oído de Ray.

—Nos matarán.

—Lo harán de todos modos.

Ray meditó con los ojos entornados y estaba decidido. Prefería morir de un disparo que hacerlo decapitado. Sin duda sería mejor caer abatidos mientras lo intentaban, que dejarse degollar como corderos. Incluso una bala sería mejor que morir calcinados, si aquello se alargaba demasiado y la bomba estallaba antes. Pensó que Sarah opinaría lo mismo. Respiró hondo y soltó el aire despacio, como si lo hiciera por última vez. Comenzó a tiritar. No había estado más asustado en su vida. Se le ocurrieron un par de chistes, pero se los calló. No era el momento.

—Tú a por el del cuchillo y yo a por el otro. O al revés, lo que prefieras. Para lo que nos va a servir.

—¡Dios, es una locura! —susurró Sarah, con la voz en trance de llanto—. Prefiero el otro, me aterran los cuchillos.

—Bien, pues sin pensarlo —le temblaba la voz—. A la una, a las dos...

—Espera —le atajó Sarah—. Me gustaría decirte una cosa antes.

Arkan proseguía con su discurso, declamando como un político barato.

—¿Qué? —preguntó Ray, al borde de un colapso.

—Te quiero.

—¡Joder!, ¿y me lo dices ahora?

—Siempre te he querido.

—Yo también, cariño —y juntaron sus labios un instante—. ¿Preparada?

Arkan encuadró bien, quería una buena toma. Dawson miró de reojo a su amada. La vio abrazada a Grete. Tan delicada. Tan pequeña. Con la cara oculta entre su pecho. Odió las religiones. A todas. Por tantas muertes que habían causado. Por tantas que continuaban causando a pesar de los siglos. A pesar de los milenios.

Sin oponer resistencia, resignado, cerró los ojos y entregó su cuello al verdugo.

Las últimas palabras que pronunció Arkan, las repitió en inglés, para que aquellos infieles las entendieran también.

—"No existe más Dios que Alá, y no existe más profeta que Mahoma".

Ray musitó al oído de Sarah.

—Una, dos y ...

De pronto detuvo la cuenta. Él fue el primero en verlo, luego los demás.

Arkan no supo que pasaba algo raro, hasta que distinguió el rostro contraído por el dolor de Mediacara.

—¡La madre que me parió! —exclamó Ray, echándose hacia atrás y tirando del brazo de Sarah.

Mediacara murió sin enterarse de nada.

Arkan, paralizado, fue testigo en primera línea de todo. Vio cómo su segundo aflojaba la mano de la cabeza de Dawson y soltaba el cuchillo. A continuación presenció, atónito, cómo de su pecho salía una punta enorme y blanquecina que de golpe se abría, igual que una tijera, partiéndole literalmente en dos. Pero lo peor vino después, cuando distinguió claramente al ser que aparecía detrás. La enorme criatura le pareció el producto de una pesadilla. Un ser deforme y demoníaco salido del inframundo. Todo de él le asustó: sus grandes pinzas en lugar de brazos, sus largas piernas acabadas en garras, su cuerpo corto y musculado, su piel cerúlea y húmeda de batracio...  Aunque lo que más le aterró fue su cabeza: pequeña y lampiña, con ojos pedunculados moviéndose sin parar en todas direcciones, y una descomunal boca con los dientes saliendo de sus mandíbulas.

Arkan balbuceaba, manteniendo la luz de la cámara enfocando al engendro.

—¿Qué es esto que me envías? ¡Oh, Alá! ¿Qué prueba he de pasar ahora para demostrar mi fe en ti? —declamó en árabe, en tono lastimero.

La criatura, deslumbrada, agitó las pinzas y emitió un escalofriante sonido, semejante al gruñido de un cerdo asmático. Dudó, ocasión que aprovechó Dawson para alejarse de ella lanzándose en plancha hacia la zona donde reculaba su grupo. Cayó rodando, él por un lado y la lanza por el otro, y luego gateó hasta separarse unos metros más.

La bestia mutante seguía dudando en su próximo objetivo. No se decidía. Su instinto le indicaba que debía acabar primero con el oponente más fuerte, más peligroso; aunque para él, todos los humanos le parecían igual de inofensivos.

—¡Nos ha seguido! —susurró Dawson, poniéndose por fin de pie.

—Es el espécimen Tipo 5 —puntualizó Peter, abrazado al ordenador, la caja que contenía el Vermis.

—¿Cuánto tiempo queda para la detonación? —preguntó Ray.

Peter miró su reloj.

—Menos de dos minutos.

—¡Joder! ¿De cuántas maneras se puede morir en esta puta cueva? —renegó Ray.

Arkan disparó sin apuntar, con mano temblorosa, y las balas no fueron muy precisas.

Las detonaciones dañaban los ultrasensibles órganos auditivos de la criatura. Distinguió los destellos y luego sintió un punzante dolor en su muslo derecho. En ese momento, su desarrollado cerebro de "superdepredador", tomó una decisión: acabar con el causante de todo eso.

La bestia soltó un alarido estremecedor antes de lanzarse al ataque, haciendo restallar sus mortíferas pinzas.

—¿Alá, por qué me has abandonado? —musitó Arkan, ante la visión fantasmagórica. Dejó caer el arma y la cámara, y se hincó de rodillas.

El grupo vio la escena a contraluz, recortada contra la abertura de la cueva.

La criatura llegó hasta él dando grandes zancadas. A pesar de su tamaño y su gran musculatura, se desplazaba increíblemente rápido. Con su pinza derecha lo apresó por la cintura y lo levantó en el aire. Arkan, entonces, tuvo sus dientes a centímetros de su cara, y pudo oler su fétido aliento. La criatura lo mantuvo así un instante, observándole con sus ojos de crustáceo. Después, con un veloz movimiento de su pinza izquierda, le cortó la cabeza de un tajo.

—Ahora vendrá a por nosotros —dijo Dawson, echando mano a su cintura buscando el pugio que le habían quitado al desarmarle.

—Un minuto para la detonación —se oyó decir a Peter.

—No toques más los cojones —le reprochó Ray—. Como si ya no tuviéramos bastante con el centollo "anabolizado".

La criatura le arrancó un brazo de un mordisco y lo masticó para probar su carne. Le gustó y le pareció nutritiva, pero terminó por escupirlo a medio comer. No era el momento de alimentarse, aún tenía trabajo por hacer. Se giró y miró al grupo de humanos. Eran bastantes pero insignificantes. Blandos y débiles. Sería fácil. Cuando se encaminó hacia ellos notó algo extraño en su pierna derecha. Comenzaba a entumecerse y no respondía como debía. No entendía por qué, y eso le distrajo unos segundos. Los suficientes como para que Ray intentara una salida a la desesperada.

—¿Dónde vas? —le gritó Sarah, después de que la echara a un lado y saliera de la apretada y aterrorizada piña en la que se había convertido el grupo.

Estaba a un par de metros de ellos. La había visto caer cuando la soltó Dawson, y encontró en ella la única arma y la única oportunidad que tenían. Ray recogió la lanza del suelo sin detenerse, en plena carrera, y armó el lanzamiento. Echó el brazo derecho todo lo atrás que pudo, sujetándola por el centro, por la madera, y apuntó a la grotesca figura a contraluz que iba hacia él. Les separaban unos diez metros. Poca distancia para un blanco fijo de círculos concéntricos, pero quizá demasiada para acertar a una bestia letal que bramaba mientras se dirigía a él como una locomotora.

Ray lanzó con todas sus fuerzas, perdiendo el equilibrio en el último momento y cayendo de bruces. No vio por tanto cómo el pilum —el arma milenaria, la lanza sagrada de la cristiandad, la reliquia perdida—, volaba por el aire produciendo un silbido mortífero y, describiendo un sutil arco, impactaba de lleno en el pecho de la criatura, atravesándola de lado a lado y deteniéndola en seco. Sí oyó el alarido gutural que soltó la bestia. También escuchó las diversas exclamaciones que soltaron sus compañeros de vicisitudes. Entonces levantó la cabeza de la dura roca y, entre las costillas peladas de un antiguo esclavo, comprobó el resultado de su lanzamiento.

—¡Jódete, cabrón! —exclamó, incorporándose.

La criatura se ahogaba. La lanza había perforado uno de sus pulmones y le faltaba el aire. Sangraba profusamente debido a la rotura de una arteria. Una sangre densa y roja que resaltaba contra su piel cerúlea. Una sangre humana. Hubiera tenido fuerzas para despedazarlos a todos, pero sintió que iba a morir pronto y que se le agotaba el tiempo. En su cerebro primario se impuso una prioridad: la perpetuación de la especie. Dolorida y boqueando, se marchó todo lo rápido que pudo hacia el interior de la cueva. Desapareció tragada por las sombras buscando el lugar donde había nacido, el lugar donde tendría a su vástago. Sin saber que se dirigía directa al infierno.

La detonación se sintió como si de un pulso electromagnético se tratara. Produjo un sonido sordo y electrónico que hizo vibrar toda la cueva. Casi al mismo tiempo escucharon una voz ubicua, asexuada, que provenía de todas partes. Una voz que ya conocían: la del ordenador cuántico. Fue breve.

 

¿Por qué?

 

Luego se produjo un silencio que duró apenas un par de segundos. A continuación se escuchó un atronador ruido producido por el desplome de enormes rocas.

—¡Rápido! —gritó Dawson, sujetando a Nut por la cintura—. Hay que salir de inmediato.

La temperatura subió treinta grados de golpe. Igual que si hubieran abierto la puerta de un horno gigante. Peter corrió el primero, abrazando su ordenador contra el pecho, seguido de Dawson y Nut. Sarah y Ray ayudaron a Víctor a recorrer la distancia que les separaba de la abertura, y a salvar las rocas caídas que dificultaban la salida al exterior. Grete iba detrás, sin dejar de mirar a su espalda, todavía sin creerse que la criatura hubiera desaparecido para no volver. Su instinto de soldado hizo que se desviara unos metros de la salida para recoger el arma de Arkan. Fue la última en salir y también la única que vio, al final de la cueva, la gran lengua de fuego que avanzaba calcinándolo todo a su paso. Saltó al exterior justo en el momento en el que la inmensa llamarada —avivada por el oxígeno— salía con la intensidad de un soplete monstruoso. Cayó rodando, y enseguida corrió a refugiarse contra el lateral de la montaña, a resguardo junto a sus compañeros.

Incluso allí notaron el calor que desprendían las rocas contra las que se apoyaban. Incluso allí fueron capaces de calcular el poder destructivo de la bomba.

—Solo se probó en el exterior —dijo Peter, levantando la voz por encima del ruido que producía la llamarada—. En un lugar cerrado sus efectos serán mucho mayores. Lo fundirá todo.

—Vamos —añadió Dawson—. Busquemos un lugar más seguro donde esperar.

—¿Esperar? —preguntó Ray.

—El transporte —se limitó a contestar antes de salir corriendo en dirección al valle que se abría a su izquierda, entre ambas montañas.

Continuó saliendo fuego por la abertura durante cinco minutos. Luego pudieron comprobar cómo, las rocas ígneas fundidas como chocolate, sellaban la entrada.

 

Peter se había buscado una zona sombría y, sentado sobre la arena, tecleaba sin parar en el ordenador. A su lado se habían quedado dormidos, de puro agotamiento, Nut y Víctor. Dawson, cerca de ellos, velaba el sueño de su amada, mientras que Grete, inquieta, andaba de un lado para otro.

Sarah y Ray buscaron un poco de intimidad lejos del grupo.

—¿Cómo lo lleva tu padre?

—Imagínate... Haberla tenido tan cerca para luego perderla para siempre —respondió Sarah.

—Al menos tuvo la lanza entre sus manos, y sabe que sirvió para una buena causa —dijo guiñando un ojo.

—Buen disparo, "cojornudo" de verdad —oyeron decir a Grete, al pasar junto a ellos—. Voy a echar un vistazo por ahí—. Añadió antes de comenzar a escalar una ladera para alcanzar el alto de un pequeño cerro.

La pareja la observó sin decir nada. Luego, Sarah, se volvió y se retiró un mechón de pelo de la cara, coqueta, antes de hablar.

—Parece que era verdad lo de tus logros deportivos en la universidad.

—Ya te lo dije. Aunque para serte totalmente sincero... —chascó la boca—, campeón, campeón nunca llegué a ser. Pero estuve cerca.

—Has estado muy bien. Qué digo bien... increíble. Lo reconozco —le jaleó—. La tienes impresionada, sin duda —añadió, dirigiendo la mirada hacia la pequeña alemana, que ya estaba en lo alto del cerro.

—¿A Grete?

—Ajá.

—¿Y a ti?

—¿Pueden venir un momento? —les interrumpió Dawson, que se había acercado sin que le escucharan. De su hombro colgaba el Ak-47 que cogió Grete in extremis.

La pareja siguió a Dawson.

—¿Cuánto dijo que tardaría el helicóptero? —preguntó Ray, mientras caminaban detrás de él.

Una vez fuera de la cueva y a salvo, Dawson les había explicado el plan de escape. Se trataba del helicóptero que vieron en el aeropuerto, junto a los coches que les esperaban. Era un prototipo teledirigido por control remoto que disponía de autorización  para volar. Nada más ponerse a salvo lo había activado desde su TTR (su comunicador múltiple), introduciendo las coordenadas GPS de su posición, y pronto llegaría para recogerles.

—Más o menos dos horas.

—O sea que, en cuatro horas estaremos montados de nuevo en el avión rumbo a casa.

—Eso espero —dijo Dawson.

Se detuvieron a unos metros del resto del grupo. El sol calentaba y la intensa luz les obligó a entornar los ojos. Sarah percibió una sombra en el gesto circunspecto de Dawson. 

—¿Qué pasa? —le preguntó, buscando su mirada.

—Les mentí en algo.

—Yo creo que en bastante —saltó Ray.

—En realidad no, solo oculté información. Pero hubo algo en lo que les mentí claramente.

—Le escuchamos —dijo Sarah muy seria, cruzando los brazos.

—El ordenador me lo contó todo. Durante cien años respondió a todas y cada una de mis preguntas. Había enloquecido por la soledad, y nada añoraba más que una conversación. Y yo también, por supuesto —Dawson bajó el tono al final, como recordando.

—No me dirá que le cogió cariño a esa maldita cosa —le reprochó Ray.

—Esa no es ahora la cuestión —le atajó cambiando de tema—. Me preguntaron si sabía por qué, en un futuro, la humanidad mandará esa sonda al espacio. Me lo preguntaron y yo les mentí. Les dije que no lo sabía, y no era cierto. Lo sé todo, "Él" me lo contó. En realidad no será esa la única que mandarán, enviarán muchas. ¿Quieren saber por qué?

—Adelante —respondió Ray a la pregunta retórica.

—Los avances en física cuántica serán gigantescos durante el siglo veintiuno. Gracias a ello se descubrirán nuevas aleaciones, nuevos materiales y la industria avanzará extraordinariamente. La tecnología lo invadirá todo: nanotecnología, biotecnología, inteligencia artificial, robótica, neurociencia... La medicina conseguirá logros antes solo soñados. Se vencerá al cáncer y a otras enfermedades degenerativas como el Alzheimer. Los hombres vivirán más y más sanos, y eso solo será el principio.

—Se logrará llegar a la inmortalidad —afirmó Sarah.

—Sí, y ese será el punto de inflexión.

—¿Qué quiere decir? —quiso saber Ray.

—No todos los países lograrán alcanzar la tecnología suficiente, ni tendrán el dinero necesario para comprarla. Y dentro de esos países afortunados, solo unos pocos humanos, los más ricos y poderosos, serán inmortales. ¿Imaginan un mundo gobernado por políticos eternos? ¿Imaginan la riqueza y poder que querrán acumular para hacer más cómoda una vida casi infinita? Será un desastre.

—Ahora también existen desigualdades. No entiendo por qué...

Dawson interrumpió a Sarah.

—La pobreza siempre ha existido, y  las diferencias insalvables entre ricos y pobres. Pero en algo todo el mundo era igual: la muerte —Ray y Sarah le escuchaban tomando conciencia de lo que les decía—. No solo una inmensa mayoría verá como una minoría se da la gran vida, sino que además sabrán que esa gran vida será para siempre. A los ciudadanos se les venderá la idea de que esa tecnología prohibitiva terminará siendo asequible, algo que todos podrán disfrutar, pero lo cierto es que no será así porque no interesará a los poderosos. Y los pueblos se revelarán. Primero serán pequeños altercados en las ciudades. Más tarde el caos invadirá los países y comenzarán las guerras civiles. Ricos contra pobres. Inmortales contra mortales. Los conflictos terminarán siendo entre países, entre continentes. Al principio se usarán armas convencionales, y finalmente nucleares. El mundo quedará devastado y herido de muerte. Las sondas serán la última esperanza de la humanidad por encontrar un lugar donde escapar. El hombre está preparado para ser rico y poderoso, pero no para ser inmortal. Créanme, sé de lo que les hablo. Enloquecerán.

—¡Joder! Y eso, ¿cuándo pasará?

—¿De verdad quieren saberlo?

Sarah negó con la cabeza.

—Pensándolo mejor, no —contestó Ray, claramente afectado—. Menudo panorama se nos presenta.

—Sí, y el responsable de todo ello será él —dijo Dawson, señalando con el dedo en la dirección de Peter.

—¿Cómo? —se sorprendió Sarah.

—¿Recuerdan que les dije que el progreso en la ciencia se asemeja a una escalera? Un paso después de otro para subir. Unos se apoyan en los logros de otros para ir ascendiendo por ella. A veces un pequeño descubrimiento provoca un gran salto. Yo provoqué algunos.

—¿Quiere decir que él...?

De nuevo Dawson no la dejó acabar, parecía nervioso.

—Yo le aporté ciertos conocimientos sobre física y mecánica cuántica, todo lo que fui capaz de aprender del superordenador —a Sarah le pareció curioso que, por primera vez, no lo llamara "Él"—. Y con ello, ese genio, ya avanzó varias décadas. El Vermis básicamente es un dispositivo de almacenamiento. Ha recopilado multitud de datos. Ahora, el Sr. Li, dispone de mucha más información. Será capaz de construir el primer ordenador cuántico, cien por cien operativo, en unos pocos años. El progreso tecnológico crecerá exponencialmente. Sus descubrimientos, amigos míos, adelantarán el final de la raza humana en décadas, quizá en siglos.

—¡Increíble! —reflexionó Ray—. Peter construirá, en un futuro próximo, el primer ordenador cuántico gracias a los datos obtenidos de un ordenador cuántico del cual, él, fue precursor en el pasado.

—Cuesta entenderlo, pero es así —aclaró Dawson.

Sarah intentaba comprender por qué Dawson les contaba todo eso. Qué era lo que realmente intentaba decirles. Entonces vio cómo se descolgaba el arma del hombro y creyó entender.

—No puede hacerlo —le espetó.

—¿A qué te refieres? ¿Qué no puede hacer? —preguntó Ray, sorprendido por la repentina salida de Sarah. Esta no le contestó y se encaró con Dawson

—Matándolo no conseguirá nada.

—¿Quiere matar a Peter? —Ray no entendía nada.

—Al menos la humanidad, la Tierra, ganarán tiempo. Quién sabe. Quizá sin él... Tengo que intentarlo —se justificó Dawson, notablemente afectado.

—¿Lo hará aquí, ahora, delante de todos? ¿Delante de ella? —Sarah señaló a Nut—. ¿Cómo le explicará los motivos por los que le mata, a alguien del siglo tres?

—¿En serio? —intervino Ray, ya al tanto de lo que pretendía Dawson.

—Debo hacerlo —concluyó, tirando de la palanca que cargaba el rifle.

—No le dejaremos —sentenció Sarah, mirando a Ray con intención de que cerrara filas con ella—. No matará a un hombre por lo que harán otros. El progreso es imparable. Si no lo hace él, alguien lo logrará. Si no en este siglo, en el próximo. Ese es nuestro destino. La ciencia es la nueva religión, y como todas las religiones, tiene su cielo... y también su infierno —Ray movió la cabeza, admirado por sus argumentos y la firmeza con la que hablaba.

Peter se encontraba a unos diez metros. A esa distancia no fallaría. Dawson, preparado, dudó con el arma a media altura. Su pecho subía y bajaba. Respiraba con dificultad, como si estuviera escalando una montaña en la Luna. Dedicó una última mirada a Nut y se echó el rifle a la cara, dispuesto a disparar.

—¡Regreso al futuro! —exclamó de pronto Ray.

Sarah lo miró sorprendida. Dawson contuvo el dedo en el gatillo. Ray continuó.

—No entiendo mucho de cuántica ni de universos paralelos, y me vuelve un poco loco el tema de los viajes en el tiempo, pero en esa película recuerdo que los realizaban. ¿Sabes cuál te digo? —preguntó a Sarah sin esperar respuesta, colocándose junto a Dawson, que le observaba mudo, aunque ligeramente interesado—. Trabajaba Michel J. Fox, y otro que me encantaba interpretaba a un científico loco. En la película le llamaban Doc. Ahora no recuerdo el nombre del actor, creo que era...

—Ray, ¿de qué hablas? —le interrumpió Sarah.

—Bueno, es igual —continuó, vehemente—. El caso es que los dos viajaban al futuro montados en un precioso DeLorean. Pero también lo hacían al pasado. ¿Vais entendiendo?

Dawson había dejado de apuntar y escuchaba ya con atención. Sarah seguía confundida, temiendo que se tratara de otra gracia inoportuna de las suyas.

—En una de las películas de la saga, porque fueron varias, el chico, Michel J. Fox, viaja al pasado y claro, era el tipo más guay del instituto. Os podéis imaginar...

—¡Ray!

—Vale, voy al grano —dijo, suplicando con la mirada comprensión en Sarah, que cada vez estaba más alterada, sin descifrar qué pretendía.

Dawson, sin embargo, había bajado el arma y su mirada había cambiado, parecía entender.

—El asunto es que el chaval, en uno de los viajes al pasado, conoce a su madre, a la que será su madre en un futuro, porque en ese momento es una adolescente, y se enamora de él —continuó explicando Ray—. Pero claro, eso no podía ser, porque si la que será su madre no se casa con su padre... él jamás nacerá. Bueno, el resto de la película os lo podéis imaginar... Michel J. Fox se la pasa ayudando al pánfilo de su futuro padre a conquistar a su madre. Y eso es todo.

La cara de reproche de Sarah cambió radicalmente en cuestión de segundos. Había comprendido finalmente.

—Lo siento, me encanta el cine, y esa saga es de mis favoritas —se disculpó Ray, dirigiéndose a Dawson—. Puede que no haya pensado en que, si mata a Peter, nada de todo esto habrá pasado. La sonda no estará en la cueva, o al menos no cuando usted llegó a ella. Usted no vivirá dos mil años, ni ayudará al progreso de la humanidad. Quién sabe qué nivel tecnológico tendremos... y lo peor de todo, es posible que todos nosotros desaparezcamos de aquí en el mismo instante en que apriete el gatillo. Quizá continuemos viviendo en otro lugar, ajenos a todo esto, o tal vez ni siquiera hayamos nacido. Lo que pasará será una incógnita para todos nosotros menos para usted y su chica. Su destino está cristalino: llevarán muertos un montón de siglos.

Sarah estaba estupefacta, y Dawson se rascó la barbilla con la mirada lejana.

—Es posible que vivieran muy felices en el siglo tres —añadió Ray, bajando el tono de voz para dar un aire más teatral a sus palabras, al tiempo que se agachaba para recoger un puñado de arena que luego fue dejando escapar lentamente de su mano—, pero ahora serían polvo.

—Vaya, Sr. Bayona —sonrió Dawson.

—Llámeme Ray, por favor.

—Ray, es indudable que ha sido una gran suerte tenerle en esta expedición.

 

El helicóptero llegó al atardecer. Se recortó contra un cielo degradado de una hermosura difícil de olvidar. Primero sobrevoló la zona, y a continuación aterrizó levantando una nube de polvo en el lugar exacto que le indicaban las coordenadas, un estrecho valle entre dos colinas. Cerca esperaban los miembros de la expedición.

Cuando las hélices se pararon, todos subieron dispuestos a abandonar esas tierras sin perder un minuto. Solo uno miró atrás. Solo uno. Grete sabía que sentiría aún más la ausencia de su hermana cuando dejara de ver esas montañas, esa arena, ese paisaje hipnótico de belleza salvaje. Y así fue. Le dolió como si le extirparan un órgano, con tanta intensidad que a punto estuvo de perder la conciencia.

—Lo superará, es fuerte —susurró Dawson, al ver cómo Sarah la observaba, pegada a la ventanilla y con el gesto serio y la mirada vidriosa.

El helicóptero se alejó de aquellas montañas preñadas de oro y de pasado, dejando atrás esa tierra inhóspita, testigo mudo de milenios de guerras y ocupaciones, de sangre y de ambiciones. Y el sol, ocultándose, estalló en mil colores despidiéndoles.

—¿Qué pasará con nosotros? —preguntó Ray.

Sarah fue incapaz de aguantar su mirada, y antes de contestar se giró y perdió la vista en el desierto, en la lejanía infinita.

—Yo ya he decidido, ¿y tú?

Ray no contestó, absorto en su pelo rubio incendiado por la luz cálida del crepúsculo.

 

 

Expedición Atticus
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