estuviera cansada, se habían pasado la noche entera haciendo el amor. Esa chica era la mujer más sensual del mundo, y sólo de pensar en que podía pasar el resto de noches de su vida con ella volvió a excitarse. Dado que no quería que creyera que era un bruto insaciable, se levantó y decidió ir al comedor a trabajar un poco.
Un par de horas más tarde llamaron a la puerta. ¿Quién podía ser? Hacía poco tiempo que se había mudado y sus hermanos tenían llave. Fue a abrir y se quedó helado.
-Hola, David.
No reaccionó. Mentira. Tuvo el impulso de insultarla.
-¿No vas a dejarme entrar?
-¿Qué quieres, Eva? –Se recordó a sí mismo que era un caballero y que no iba a rebajarse por esa mujer.
-Hablar contigo –dijo ella melosa-. ¿Vas a dejarme aquí, en la calle? –
preguntó con voz sensual y haciendo pucheros.
Meses atrás la táctica le habría funcionado, pero ahora, después de conocer a Amanda y ver la sinceridad que siempre brillaba en sus ojos, podía distinguir perfectamente que trataba de manipularlo, y sintió arcadas.
-Pasa, pero sé breve.
-Claro.
Entró y él cerró la puerta tras ella. Le molestaba verla allí. Le molestaba que ocupara el mismo espacio vital que únicamente había ocupado Amanda.
-¿Qué quieres? –repitió él sin ofrecerle que se sentara.
-Casarme contigo.
Amanda estaba de pie en el pasillo y se quedó petrificada. El timbre la había despertado y había tardado unos segundos en saber dónde estaba. Oyó a David hablando con alguien y pensó que lo mejor sería que se vistiera, así que rescató su ropa interior de debajo la cama. El vestido era otro tema mucho más complicado: se lo había olvidado en el comedor. Creyó oír que se cerraba la puerta y pensó que volvían a estar solos, pero por si acaso, se puso la camisa de David antes de salir de la habitación. Había dado dos pasos cuando escuchó:
-¿Qué quieres?
-Casarme contigo.
Dios, no podía ser. Se acercó al comedor y desde la puerta vio a una impresionante mujer rubia frente a David. Era muy atractiva, alta, sofisticada y