edificio había vivido tiempos mejores pero emanaba personalidad y estaba seguro de que lograría recuperar su viejo esplendor. Dejó la bolsa con el portátil en la mesa del comedor y fue a la cocina que, junto con su habitación y el baño, era una de las pocas estancias funcionales. Bebió un vaso de agua y se puso a pensar. Amanda debía de trabajar cerca de la estación del metro, pero si él llevaba más de dos meses haciendo esa ruta y no la había visto antes, era señal de que ése no era su horario habitual. David se negó a plantearse la posibilidad de que ella no
volviera a coger ese metro y de que su encuentro hubiera sido fortuito e irrepetible. No, al día siguiente iría a la estación media hora antes de lo normal y no se iría de allí hasta que la hubiera visto.
El viernes, por suerte para Amanda, fue un día muy ajetreado. Estuvo ocupada en el trabajo y así no tuvo tiempo de pensar en que aún no había resuelto el crucigrama del miércoles. Se negaba a mirar las respuestas y se negaba a llamar a su padre. Seguro que se moriría de risa si le contara lo que le había pasado. A la hora de comer, Jack le recordó que Gabriel y Ágata regresaban ese mismo fin de semana y que había pensado organizar una cena para el sábado. Ella aceptó encantada, no tenía ningún otro plan; se pasó la tarde pensando en las ganas que tenía de volver a ver a sus amigos. Menos mal que de vez en cuando los finales felices sí existían en el mundo real. Salió y caminó hacia la estación de metro decidida a no perder el buen humor, estuviera o no David, se sentaría en un banco
y terminaría el crucigrama del miércoles, el del jueves y el de hoy. Así podría comprarse triple premio al llegar a su destino.
Llegó al andén y respiró hondo. No había nadie; mejor dicho, nadie que le interesara. Los altavoces anunciaron una avería en una de las vías y que, por lo tanto, esa estación estaría fuera de servicio durante una hora. Resignada, Amanda respiró hondo, dio media vuelta y se dio de bruces contra un torso.