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El domingo Amanda se despertó muy temprano a pesar de que casi no había podido dormir pensando en David. Todo estaba yendo muy rápido, y aún le costaba creer que un hombre como él se hubiera pasado un año entero alejado de las mujeres a causa de su inseguridad. No sólo era atractivo, sino que además era inteligente, divertido y muy dulce. Y le gustaba hacer crucigramas. Seguro que todo eso era un sueño del que algún día despertaría, pero mientras tanto, iba a disfrutarlo.
Se vistió y a las once llegó a su destino. David le había contado la verdad: la casa estaba casi en ruinas, aunque tenía muchas posibilidades. Y a juzgar por cómo se veía la zona que ya había restaurado, iba a quedar preciosa cuando la terminara. Llamó a la puerta y, medio segundo después, su espalda chocó contra la pared y
los labios de David le dieron la bienvenida.
-Llegas tarde –murmuró él cuando se apartó.
-Son las once –dijo ella a la defensiva. Aunque si hubiera sabido que iba a besarla de ese modo, se habría presentado allí a las seis de la mañana.
-Ven. –Le cogió la mano-. Quiero enseñarte algo.
Cruzaron lo que debía de ser un comedor, que estaba completamente vacío, y la cocina, que parecía como mínimo operativa. La llevó hasta la habitación del fondo; Amanda se quedó sin habla. Había dos sofás en el medio, junto a una mesa con un tablero de ajedrez que parecía muy antiguo; a su alrededor había colocado estanterías llenas de juguetes de hojalata, títeres, juegos de madera… Todos parecían rescatados de mercadillos, y era evidente que David se había tomado su tiempo escogiéndolos y arreglándolos.
-Son preciosos.
Y tú también, pensó él mirándola.
-¿Puedo tocarlos? –preguntó indecisa.
-Claro –respondió él.
Amanda acarició con el dedo una bailarina que tenía una pierna rota... y David sintió celos de la muñeca. Se había pasado la noche soñando con las manos de Amanda recorriéndole la piel.
-¿Los has arreglado tú todos?
-Casi todos. –Sonrió un poco incómodo-. Ya te dije que durante este último año no he salido mucho. Vamos, te enseñaré el resto de la casa.
David cumplió su palabra y, mientras le enseñaba las habitaciones, le iba contando cómo tenía intención de arreglarlas. Ella hizo algunos comentarios, que a él le entusiasmaron, y terminaron en la cocina dibujando un baño y una habitación.