A los dos se les pasó el día volando. Comieron en casa y luego fueron a dar un paseo por el barrio. En esa zona tan alejada del centro uno no tenía la sensación de estar en una de las ciudades más grandes de Europa, sino que más bien en un pequeño pueblo. A lo largo del paseo se besaron, y él parecía incapaz de dejar de tocarla. Amanda pensó que nadie la había tocado así jamás, como si no pudiera pasar más de un minuto sin sentir su piel. David aprovechaba cualquier ocasión para tocarle la espalda, la mano, la rodilla... y lo mejor de todo era que parecía no ser consciente de ello. Lo que más le gustaba era cuando, sin venir a cuento, le apartaba un mechón de pelo y se lo colocaba detrás de la oreja. Las tres o cuatro veces que lo había hecho, la había mirado con un brillo especial en los ojos.
-Es tarde –dijo mirando el reloj-, debería irme.
-Claro –respondió él-. Deja que cierre la casa y te acompaño. No quiero que vayas sola.
-No digas tonterías, cojo el metro cada día a esta hora.
-Insisto. –Y lo hizo en un tono que dejaba claro que no iba a convencerlo de lo contrario.
En el trayecto del metro siguieron hablando; cuando llegaron frente al portal de Amanda, decidieron que, dado que era tan tarde, bien podrían ir a cenar. Y así lo hicieron. Cuanto más tiempo pasaban juntos, más evidente era para Amanda que
su corazón estaba en peligro. Si él hubiera sido sólo atractivo, habría podido resistirlo, pero de ningún modo podía resistir aquella dulzura, aquel sentido del humor y aquellos besos.
-David, ¿puedo preguntarte algo? –dijo de repente.
-Lo que quieras.
-¿Qué estás haciendo conmigo? –Él levantó una ceja y ella optó por no dejarle hablar-: Mira, es obvio que has pasado un mal año, pero ahora que estás bien, seguro que podrías salir con cualquier mu…
Él no la dejó terminar la frase y la besó. Estaban de pie, fuera del restaurante, y la besó como si el mundo hubiera desaparecido bajo sus pies, sin importarle la gente que pasaba por su lado ni las bocinas de los taxis. Nada. La besó, y ella supo que jamás olvidaría ese beso.
-¿Responde esto a tu pregunta? –Ella asintió, pero él volvió a besarla para reafirmar su posición.
David le sujetó la cara con las manos, de aquel modo que la volvía loca, y empezó a recorrerle el cuello con los labios.
-Creo –dijo entre cada beso- que me estoy enamorando de ti. –Escuchó que ella suspiraba-. No digas nada. Sé que es demasiado rápido. –La besó de nuevo en