Entraron en la habitación de David, la única que tenía una cama, y era una cama impresionante. Tenía cuatro postes y debía de medir como mínimo dos metros.
-Decidí comprarla hace unos meses –confesó él-. Después te cuento una de mis fantasías.
-¿Después de qué? –Casi no podía ni razonar.
-Después. –Al parecer él tenía el mismo problema.
La depositó con cuidado en la cama y se tumbó junto a ella para observarla. Amanda sintió vergüenza y trató de refugiarse detrás de un cojín.
-Quita.
Se lo apartó besándole los dedos.
-Es que… -Si seguía besándole los dedos de ese modo jamás terminaría la frase-… es que yo...
-¿Tú qué? –preguntó él recorriéndole ahora el ombligo con la lengua.
-Yo… -Le acarició el pelo-. Tengo miedo de decepcionarte –dijo antes de perder el poco valor que le quedaba.
David se detuvo en seco y se incorporó un poco. La miró a los ojos y muy, muy despacio, se inclinó para besarla. Fue un beso distinto de todos los anteriores, una confesión de sentimientos, y mientras la conquistaba con los labios enredó los dedos entre los de ella. Siguió besándola, aumentando la intensidad y enamorándose más de ella con cada caricia. Llevó sus manos entrelazadas hasta su erección.
-Mírame. Jamás he estado tan excitado por nadie. Jamás. –Marcó cada palabra con sus directos ojos verdes.
Volvió a besarla y apartó su mano. Amanda dejó la suya donde estaba y empezó a acariciarle. Él se incorporó un poco más encima de ella y le recorrió el muslo con los dedos. Fue deslizándolos hacia arriba, hasta los pechos, y después de una leve caricia, terminó de desnudarla. Segundos más tarde, segundos en los cuales Amanda se sonrojó como nunca, estaban los dos desnudos y él la miraba
con adoración.
-Tienes la piel más suave que he visto en toda mi vida. –Le recorrió el interior de un brazo con las yemas de los dedos-. Podría pasarme horas tocándote.
Am a nd a s e e s tr e me c i ó só l o d e p e n s a r l o .
-Me gustaría hacerte tantas cosas –siguió hablando, como si no pudiera creerse lo que estaba diciendo-. Pero ahora no puedo. –Le temblaban las manos.
Ella entendió lo que estaba sintiendo, a ella le pasaba igual, y rodeándole el cuello lo atrajo hacia sus labios. Lo besó sin soltarle y con las manos le dibujó los