LA FUNCIÓN
El azar muestra sus trucos.
Se saca de la manga una copa de coñac
y sienta a Enrique delante de la bebida.
Entro en el bar y me quedo de piedra.
Enrique no es otro
que el hermano del marido de Inés,
e Inés es una pariente
del cuñado de tía Sofi.
Comentándolo descubrimos que tenemos en común un bisabuelo.
En dedos del azar el espacio
se desenrolla y se enrolla,
se ensancha y se encoge.
Como un mantel, hace un instante,
y, ahora, como un pañuelo.
Adivina con quién me encontré
y ¡dónde!, en Canadá,
y al cabo de tantos años.
Le creía muerto,
y él en un Mercedes.
En un avión a Atenas.
En un estadio de Tokyo.
El azar juega con un caleidoscopio.
Millones de cristales de colores brillan.
Y de pronto el cristal de Juanito,
tintín, con el cristal de Margarita.
Ya ves, en el mismo hotel.
Cara a cara en un ascensor.
En una tienda de juguetes.
En el cruce de Szewska y Jagiellońska.
El azar va embozado con una capa.
Debajo se pierden y se encuentran las cosas.
Sin querer tropecé con.
Me agaché y recogí.
Miro y es una cuchara
de la cubertería robada.
A no ser por la pulsera
no habría reconocido a Alejandra,
y di con este reloj en Pfock.
El azar nos mira profundamente a los ojos.
La cabeza nos pesa.
Se nos caen los párpados.
Tenemos ganas de reír y llorar,
no podemos creerlo:
de cuarto de primaria a este buque,
aquí debe de haber truco.
Queremos gritar
que el mundo es un pañuelo,
que es fácil abarcarlo
con los brazos abiertos.
Y por un momento rebosamos de una alegría
radiante y engañosa.