MINIATURA MEDIEVAL
Por la colina más verde
con el séquito más acaballado,
con los mantos más sedosos.
Hacia el castillo de las siete torres,
y cada una la más alta de todas.
A la cabeza el fidalgo,
el más halagüeñamente impanzudo,
junto al fidalgo su dama
en la flor de la juventud, juventudísima.
Detrás, unas dueñas
que ni pintadas,
y el paje más pajuno,
y en el hombro del paje
algo en grado sumo simiesco
con un morrito archigraciosísimo
y con rabito.
Siguen tres caballeros,
que se doblan y triplican,
y si uno frunce las cejas,
los otros dale que dale con fruncir el ceño
y si uno monta un caballo bayo,
a fe que es el bayo más bayo,
y con las herradurillas al cabalgar rozan
las margaritas silvestrisísimas.
Mas el triste y fatigado,
el del codo agujereado, el bizco,
no está, a la vista, presente.
Y ningunísimo asunto
ni rural ni burgués
bajo el cielo azur más azul.
Ni un patibulillo enano
verá el ojo aguileño
ni nada hace sombra de duda alguna.
Así lo más amenamente avanzan
en un realismo feudalísimo.
Él, empero, cuidaba el equilibrio:
el infierno les preparaba en otro cuadrito.
Y huelga decirlo:
era un infierno archibonito.