THOMAS MANN
Estimadas sirenas, así debió suceder,
queridos faunos, muy honorables ángeles,
la evolución ha renegado enérgicamente de vosotros.
Imaginación no le falta, pero vosotros y vuestras
aletas devónicas y vuestros pechos de aluvión,
vuestras palmas dactiladas y vuestras pezuñas,
aquellos brazos no en lugar de, sino al lado de las alas,
vuestros, ¡miedo da pensarlo!, esqueletos biformes
con rabos intempestivos, cornudos por despecho,
o bien tramposamente pajariles, esos cuajos, esas concrescencias,
esos puzzles-chirimbolos, esos dísticos
que hacen rimar al hombre con la garza con tanto primor
que el pobre vuela, es eterno y lo sabe todo
—reconoced que en conjunto sería todo un chiste,
y un exceso constante, y crearía problemas
que la naturaleza no quiere tener y no tiene.
Por suerte, al menos permite a un pez volar
con desafiante destreza. Cada vuelo
consuela de las normas establecidas, indulta
la necesidad universal, un don
más copioso de lo indispensable para que el mundo sea mundo.
Por suerte, por lo menos tolera escenas tan fastuosas
como la de un ornitorrinco nutriendo con leche a sus polluelos.
Podría haberse negado y ¿quién de nosotros habría descubierto
que le habían robado algo?
Y lo mejor es
que le pasó inadvertido el momento de la aparición de un mamífero
con la mano portentosamente emplumada con una Waterman.