EL GRAN NÚMERO
Cuatro mil millones de hombres en esta tierra
y mi imaginación sigue siendo la misma que era.
No congenia con los grandes números.
Todavía se emociona ante lo particular.
Revolotea en tinieblas como la luz de una linterna,
sólo alumbra los rostros con los que tropieza
y relega el resto a la invisibilidad,
a lo impensado, a lo inconsolable.
Ni el propio Dante lograría evitarlo.
¿Qué decir, pues, de quien no lo es,
aunque las musas, todas, me asistan?
Non omnis moriar, prematura aflicción.
Pero ¿vivo, acaso, entera? ¿Es suficiente?
Nunca lo ha sido. Y, ahora, aún menos.
Al elegir, rechazo: no existe otro método;
pero cuanto rechazo es más numeroso,
más denso, más insistente que nunca.
A costa de indecibles pérdidas —un poema, un suspiro—
respondo a la llamada de mi vocación con un murmullo.
No sabría decir cuanto callo.
Un ratón al pie de la montaña madre.
La vida dura unos signos trazados a uña sobre la arena.
Ni siquiera mis sueños están poblados como es debido.
Hay más soledad que gentío y alboroto.
A veces se presenta alguien que murió hace mucho.
Una única mano mueve el pomo de la puerta.
Mi casa vacía se reviste de anexos del eco.
Desde el umbral desciendo hacia un valle
silencioso, como abandonado, ya anacrónico.
¿De dónde surge ese espacio que hay en mí?
No lo sé.