LAS MUJERES DE RUBENS
Titánicas, fauna femenina,
tonante desnudez de toneles.
Anidan en lechos revueltos,
duermen con la boca abierta para soltar gallos.
Las pupilas se les hunden hasta las entrañas
y penetran en las glándulas
segregadoras de levadura en sangre.
Hijas del barroco. La masa se hincha en la artesa,
humean los baños, enrojecen los vinos,
nubes de cochinillos galopan por el cielo,
las trompetas relinchan alerta carnal.
¡Acalabazadas! ¡Excesivas!
¡Duplicadas por desdeñar vestimentas,
triplicadas por la vehemente pose,
platos grasientos del amor!
Más temprano se levantaron sus flacas hermanas,
antes de amanecer en el cuadro.
Nadie las vio avanzar en fila india
por el revés del lienzo.
Proscritas del estilo. Costillas en relieve,
pies y manos de pájaro.
Intentan volar con sus omóplatos afilados.
El siglo trece les habría concedido un fondo dorado.
El veinte, pantalla panorámica y technicolor.
El diecisiete, ¡ay!, nada ofrece a los palos de escoba.
Porque incluso el cielo es convexo,
convexos son los ángeles y también convexo es dios:
Febo bigotudo que irrumpe en la ardiente alcoba
montado en un sudoroso corcel.