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COREA DEL NORTE, VIETNAM, LAOS:
LA SEMILLA DEL DRAGÓN
CRÍMENES, TERROR Y SECRETO EN COREA DEL NORTE.
por
PIERRE RIGOULOT
La República Popular y Democrática de Corea (RPDC) se creó el 9 de septiembre de 1948 en la parte del país que se extiende al norte del paralelo 38. Según un acuerdo firmado con Estados Unidos en agosto de 1945, la URSS se había encargado de administrar «provisionalmente» esta zona mientras los Estados Unidos administraban la Corea meridional, al sur de ese mismo paralelo 38°.
Enseguida, Corea del Norte se reveló como el Estado comunista más cerrado del mundo. Las autoridades comunistas no tardaron en prohibir de hecho el acceso al norte a cualquier representante de la comunidad internacional.
Este cierre se reforzó luego durante los dos primeros años de la RPDC.
Por último, la guerra que el Norte desencadenó el 25 de junio de 1950, y que sigue sin estar cerrada formalmente dado que solo se ha firmado un armisticio, el 27 de julio de 1953, con las tropas de la ONU, ha agravado el peso de las mentiras, de la desinformación y de la propaganda, así como la ampliación del campo propio del secreto de Estado.
Sin embargo, la causa no es solo la guerra: la naturaleza intrínseca del régimen comunista norcoreano, replegado sobre sí mismo, incluso en el seno del mundo comunista (en efecto, durante el conflicto chino-soviético andará siempre con rodeos sin vincularse totalmente ni por mucho tiempo a un campo o al otro), pero también su temor, un poco al modo de los comunistas albaneses o camboyanos, al ver cómo las influencias del mundo exterior corrompen la «unidad ideológica del pueblo y del partido», explican que el Estado norcoreano merezca perfectamente el nombre de «reino eremita» que a veces se le da. Este repliegue sobre sí mismo ha sido teorizado incluso con Ia ideología llamada del «Djuché», es decir, del dominio de sí mismo, de la independencia, e incluso de la autosuficiencia, ideología que se asienta oficialmente en los estatutos del Partido del Trabajo Coreano durante su V Congreso en noviembre de 1970.
En tales condiciones, y menos aún que en otras partes, no puede esperarse que el poder produzca informaciones globales y detalladas sobre las realidades de la represión en Corea del Norte; y menos todavía porque ni en el interior ni en el exterior del país ha podido formarse una oposición activa que, como en la URSS y en los países del Este europeo, habría podido recoger y difundir las informaciones. Tenemos que contentarnos con ecos oficiales, interpretar o descifrar testimonios de tránsfugas, en número cada vez mayor desde hace unos años, cierto, pero durante mucho tiempo escasos, y con datos recogidos por los servicios de información de los países vecinos y especialmente por Corea del Sur. Datos que, evidentemente, hay que manejar con precaución.
ANTES DE LA CONSTITUCIÓN DEL ESTADO COMUNISTA. El comunismo coreano no fue fundado por Kim Il Sung, contrariamente a las hagiografías que se hace tragar por la fuerza a la población norcoreana desde su más tierna infancia. Su nacimiento es anterior, dado que en 1919 existen dos grupos que apelan al bolchevismo. Como Moscú no dio de forma inmediata su aval a ninguna de las dos facciones, la lucha entre ellas fue feroz. Las primeras víctimas del comunismo coreano son, por tanto, comunistas. Guerrilleros antijaponeses del «Partido Comunista coreano panruso», llamado «grupo de Irkutsk», se enfrentaron con las armas en la mano a otros guerrilleros de un grupo que había fundado un «Partido Comunista Coreano» en junio de 1921. El enfrentamiento ocasionó centenares de muertos y obligó a la Komintern a salir de su reserva y a tratar de imponer la unidad del movimiento comunista coreano.
Los comunistas coreanos estuvieron muchas veces en las avanzadillas de la lucha contra los japoneses (recordemos que en 1910 Japón convirtió Corea en una colonia), y la ferocidad de la represión colonialista provocó numerosas víctimas en las filas comunistas. Es difícil sin embargo no atribuir a los propios comunistas coreanos una parte de responsabilidad en su propio aplastamiento: deben ser cuestionados el desconocimiento del país por unos mandos formados en el extranjero, la voluntad heroica tal vez, pero de consecuencias catastróficas, y las manifestaciones en días simbólicos como el 1 de mayo.
Luego caerán otros comunistas, durante las luchas de facciones en el momento en que el país fue dividido en dos zonas, tras la derrota de Japón. Kim Il Sung, simple comandante de una unidad de guerrilla antijaponesa en los confines de Manchuria, fue colocado en el poder por los soviéticos en detrimento de los comunistas que militaban en el país hacía más tiempo. En septiembre de 1945 tuvieron lugar en Pyongyang cierto número de asesinatos de mandos comunistas opuestos a Kim Il Sung, como Hyon Chun Hyok. ¿Unas decenas? ¿Varios cientos? Todavía no se sabe.
Los nacionalistas que en Pyongyang todavía gozaban en ese invierno de 1945-1946 del derecho de ciudadanía, también fueron perseguidos y arrestados. Junto con su dirigente Sho Man Sik, denunciaban, en efecto, la decisión de la conferencia de ministros de Asuntos Exteriores de las grandes potencias, celebrada en Moscú en diciembre de 1945, que colocaba a Corea bajo tutela durante un período por lo menos de cinco años. Sho fue arrestado el5 de enero de 1946 y ejecutado cuatro años más tarde, en octubre de 1950, durante la evacuación de Pyongyang ante d avance de las tropas de la ONU. Como es lógico, muchos de sus amigos políticos sufrieron la misma suerte…
La represión se ejerce también sobre la población. En esa parte septentrional del país, los soviéticos forman casi de cero un Estado a su imagen: reforma agraria que abre el camino a la colectivización, partido único, encuadramiento ideológico de la población en asociaciones de masas, etc. Todo adversario político, todo terrateniente, todo opositor a la reforma agraria, todo ciudadano sospechoso de haber colaborado con los japoneses, es hostigado. Resulta difícil, sin embargo, cargar sobre las espaldas del comunismo las víctimas de una depuración que tal vez habría sido igual de severa de haber sido llevada a cabo por parte de los dirigentes nacionalistas. Además, el asentamiento del régimen, en una primera época, da lugar menos a un baño de sangre que a la huida hacia la zona Sur por parte de millares de personas, pertenecientes a las capas sociales que acabamos de señalar y en concreto por parte de quienes temían por su vida y sus bienes. Si el cierre del Norte a los organismos oficiales internacionales o procedentes de la zona Sur se realizó muy pronto, hasta 1948 era posible pasar, con mayor o menor facilidad, del Norte al Sur.
VÍCTIMAS DE LA LUCHA ARMADA. Esa huida, posible durante los tres primeros años de existencia de un poder comunista que todavía no se afirma como Estado, no significa que los dirigentes comunistas hayan renunciado a una «comunistización» general de la población de la península. Consideraban en efecto probable y próxima la unificación, en su provecho, de Corea. Los archivos recientemente abiertos en Moscú muestran a un Kim Il Sung impaciente por derrocar a quienes ya llama «marionetas» de los americanos: las marionetas en cuestión poseen un ejército mucho más débil que el del Norte (Estados Unidos temía que los del Sur se lanzaran de forma aventurera hacia el Norte), su concepción autoritaria del poder es rechazada en forma de huelgas, incluso de atentados y de guerrillas reclutadas por los comunistas en distintas regiones del país, la población del Sur —Kim Il Sung lo piensa, en cualquier caso lo dice— tenía confianza en él y en su ejército[1]. Kim Il Sung insiste, por tanto, ante Stalin, que finalmente da su aprobación a finales del invierno 1949-1950. El 25 de junio de 1950, la premeditada invasión se pone en marcha: las tropas norcoreanas invaden por sorpresa el Sur. Es el principio de una guerra espantosa que causará más de medio millón de muertos en el total de la población coreana, unos 400.000 muertos y una cantidad algo mayor de heridos entre los chinos que acudieron en apoyo de los norcoreanos cuando se vieron amenazados con una derrota total por las tropas de la ONU dirigidas por el general MacArthur, al menos 200.000 muertos entre los soldados norcoreanos, 50.000 entre los soldados surcoreanos, más de 50.000 americanos, y millones de desalojados. El batallón francés de las fuerzas de la ONU contabilizará unos 300 muertos y 800 heridos.
Raras son las guerras cuyo origen esté tan evidentemente ligado a la voluntad comunista de extender —por el bien del pueblo— su zona de influencia… En esa época, numerosos intelectuales franceses de izquierda —JeanPaul Sartre, por ejemplo— apoyaron la posición comunista convirtiendo a Corea del Sur en el agresor de un país pacífico. Hoy, gracias sobre todo al estudio de los archivos que tenemos a nuestra disposición, no es posible la duda: esos sufrimientos y otros, como los que soportaron los prisioneros (6.000 soldados americanos y casi otros tanto procedentes de otros países, en su mayoría surcoreanos, murieron en cautiverio), o como el calvario del personal diplomático francés e inglés que permaneció en Seúl y fue detenido y luego deportado por las tropas norcoreanas, o el de los misioneros que trabajaban en Corea del Sur, también deportados, deben ser cargados en la cuenta del comunismo[2].
Sabemos que, tras tres años de guerra, se firmó un armisticio en julio de 1953 que establecía una zona desmilitarizada entre las dos Coreas poco más o menos en la línea de partida, es decir el paralelo 38°. Un armisticio, no la paz. La prosecución de abundantes incursiones y de ataques de Corea del Norte contra el Sur han causado numerosas víctimas. Entre los golpes asestados por el Norte, tanto a civiles como a militares, podemos citar el ataque en 1968, por un comando de treinta y un hombres, al palacio presidencial surcoreano (un solo superviviente entre los asaltantes), el atentado de Rangún en Birmania, dirigido el 9 de octubre de 1983 contra miembros del gobierno de Seúl —causó dieciséis muertos, entre ellos cuatro ministros surcoreanos-, o la explosión en pleno vuelo de un avión de la Korea Air Line el29 de noviembre de 1987 con 115 personas a bordo.
Corea del Norte no es sospechosa: es culpable. Fue detenido un terrorista a su servicio, que explicó que, con esa operación, Pyongyang pretendía mostrar que el Sur no era capaz de garantizar la seguridad de los Juegos Olímpicos de Seúl previstos para unos meses más tarde y menoscabar su prestigio… [3].
Hemos de añadir, porque aquí se trata de la guerra dirigida contra el conjunto del mundo capitalista, que en los años sesenta y setenta, Corea del Norte dio asilo a diversos grupos terroristas, sobre todo al ejército rojo japonés, que se hizo célebre en Israel con sus atentados, a grupos de fedayin palestinos, a guerrilleros filipinos, etc.
VÍCTIMAS COMUNISTAS DEL PARTIDO-ESTADO NORCOREANO. Recordemos que el informe Jrushchov fue en primer lugar una denuncia de los crímenes de Stalin contra comunistas. También en Corea del Norte sería larga la lista de víctimas de las purgas en el seno del Partido del Trabajo. Se ha calculado que de los 22 miembros del primer Gobierno norcoreano, ¡16 fueron asesinados, ejecutados o purgados![4].
Se sabe que, nada más firmarse el armisticio de Pan Mun Jon, una purga golpea, en el seno del partido norcoreano, a cierto número de mandos de alto rango. El 3 de agosto de 1953 un «gran proceso» sirve para aniquilar a los comunistas «del interior», juzgados por espionaje en provecho de los americanos y tentativa de derrocamiento del régimen. Tibor Meray, periodista y escritor húngaro, asistió a ese proceso. Había conocido a uno de los acusados, Sol Jang Sik, intérprete adjunto de la delegación norcoreana en las negociaciones de Kaesong en julio-agosto de 1951, poeta y traductor de Shakespeare al coreano.
El número 14.
En la espalda de cada chaquetilla de prisionero había un gran número cosido. El principal acusado era e] número uno y los demás estaban numerados por orden de importancia hasta el 14.
El número 14 era Sol Jang Sik.
Apenas si podía reconocerle. Su hermosa cara apasionada de antaño estaba triste y expresaba cansancio y resignación. Y a no tenía luz en sus ojos sombríos y algo oblicuos. Se movía como un robot. Según supe años más tarde, los acusados fueron alimentados bien varias semanas antes de su aparición para que tuvieran mejor aspecto tras sus interrogatorios y torturas. Si el proceso se desarrollaba en público, las autoridades pretendían dar al auditorio, y de modo especial a los representantes de la prensa occidental, la impresión de que los prisioneros gozaban de buena salud, y estaban bien alimentados y física y mentalmente en forma. Allí, en Corea, no había corresponsales occidentales, únicamente representantes de la prensa soviética y de otros periódicos comunistas: el objetivo evidente era demostrar su culpabilidad, humillar a aquellas gentes que en el pasado habían sido personajes más o menos importantes y que en aquel momento eran acusados.
Dejando a un lado esto, el proceso era muy parecido a los distintos procesos políticos húngaros, checoslovacos o búlgaros. Y o estaba tan asombrado al ver a Sol de aquella manera y la traducción era tan sumaria que apenas pude recordar el contenido exacto de las acusaciones (esperaba que Sol no pudiera verme y creo que no podía hacerlo porque la sala estaba bastante abarrotada). Por lo que recuerdo, se trataba de conspiración contra la democracia popular coreana con una conspiración para asesinar a Kim ll Sung, el dirigente bienamado de la nación. Los acusados deseaban el retorno del viejo orden feudal... También querían hacer pasar a Corea del Norte a manos de Syngman Rhee y, por encima de todo, espiaban para los imperialistas americanos y los agentes que les pagaban…[5].
Entre los acusados había bastantes funcionarios de alto rango —entre otros, Li Sung Yo, uno de los secretarios del Comité central del Partido Comunista. Paik Hyung Bok, del ministerio del Interior, y Sho Il Myung, ministro adjunto de Cultura y Propaganda. Sol era más bien un pez pequeño en medio de aquel grupo. Muchos de ellos procedían del sur de Corea. Pak Hon Yong, ministro de Asuntos Exteriores, un comunista que había luchado desde hacía mucho tiempo en el país, fue condenado a muerte el 15 de diciembre de 1955 y ejecutado tres días más tarde como «agente secreto americano». Después vinieron otros; en 1956, la eliminación de Mu Shong, representante del grupo llamado «de Yenan», antiguo general en el VIII ejército de ruta chino, comandante de la artillería norcoreana, luego jefe de Estado Mayor del GCG de las fuerzas combinadas chino-norcoreanas durante la guerra contra el Sur y la ONU. Otra purga tuvo por blanco a los mandos relacionados con los soviéticos, como Ho Kai, y a mandos llamados de la facción Yenan, vinculados a los chinos, como Kim Du Bong, en marzo de 1958, así como, en esa misma época, a otros mandos abiertos a las reformas de Jrushchov. Diversas oleadas de purgas tuvieron lugar en 1960, en 1967 (Kim Kwang Hyup, secretario del secretario del partido, fue enviado a un campo de concentración), en 1969 (la víctima más conocida fue Hu Hak-bong, encargado de las operaciones secretas contra el Sur, pero hay que anotar también la desaparición de 80 estudiantes del Instituto Revolucionario de Lenguas Extranjeras de Pyongyang), en 1972 (Pak Kum Chul, antiguo viceprimer ministro y miembro del Buró político, se encuentra en un campo), en 1977 (Li Yong Mu, antiguo miembro del Buró político, también es enviado a un campo, además de la desaparición de varios estudiantes, hijos de mandos criticados), en 1978, en 1980, etc.
A decir verdad, estas purgas existen de manera estructural y no contingente y coyuntural. Todavía recientemente, en 1997, es posible que se haya producido una purga a principios de año, dirigida contra oficiales del ejército y mandos del partido con veleidades reformadoras, a cuya cabeza se encontraba el primer ministro Kang Son San. Según los testimonios de tránsfugas, cada vez que aparece una tensión ligada a dificultades materiales suplementarias impuestas a la población, hay mandos comunistas que resultan señalados como chivos expiatorios para evitar que el poder sea criticado. Luego son encarcelados, enviados a un campo o ejecutados.
LAS EJECUCIONES. Se desconoce a qué cantidad ascienden, pero podemos fijarnos en una indicación del código penal norcoreano —hay por lo menos cuarenta y siete crímenes punibles con la pena de muerte, que pueden clasificarse del siguiente modo:
—crímenes contra la soberanía del Estado;
—crímenes contra la administración del Estado, crímenes contra las propiedades estatales;
—crímenes contra las personas;
—crímenes contra los bienes de los ciudadanos;
—crímenes militares.
Kang Koo Chin, el mejor especialista de los años sesenta y setenta del sistema legal en Corea del Norte, ha intentado realizar una estimación para las purgas en el seno del partido en el período de represión brutal de 1958-1960. ¡Aproximadamente 9.000 personas, según él, habrían sido expulsadas del partido, juzgadas y condenadas a muerte! Extrapolando esta estimación seria, y teniendo en cuenta el número de purgas masivas que conocemos (una decena), se llegaría a la respetable cantidad de 90.000 ejecuciones. Una vez más hemos de repetir que se trata solo de un cálculo aproximado: los archivos de Pyongyang hablarán más tarde.
También han podido recogerse algunos ecos de parte de los tránsfugas, a propósito de ejecuciones públicas que apuntan a la población «civil» y que tienen por causa la «prostitución», la «traición», el crimen, la violación, la «sedición»… Entonces se incita a la muchedumbre a adoptar una actitud cooperadora y el juicio va acompañado de gritos, de insultos e incluso de lanzamiento de piedras. A veces se han llegado a alentar auténticos linchamientos: en estos casos, el condenado es apaleado hasta la muerte mientras la multitud grita consignas. La pertenencia a una clase o a otra representa aquí un papel de primera importancia. Dos testigos han afirmado delante de los investigadores de Asia Watch que la violación solo era punible con la muerte en caso de ciudadanos pertenecientes a las «categorías más bajas».
Jueces a las órdenes del partido —desde el principio se les pide portarse con estricta conformidad con la doctrina legal marxista-leninista—, procesos que solo abarcan una parte de las decisiones de encierro o de ejecuciones, —son posibles en efecto procedimientos más expeditivos—, abogados a las órdenes del partido, todo esto da una idea del sistema judicial norcoreano.
PRISIONES Y CAMPOS. La señora Li Sun Ok era miembro del Partido del Trabajo y responsable de un centro de suministros reservado a los mandos. Víctima de una de esas purgas regulares, fue detenida con otros camaradas. Torturada largo tiempo con agua y con electricidad, apaleada, privada de sueño, termina por confesar todo lo que querían y sobre todo que se había apropiado de bienes del Estado. Fue condenada a trece años de cárcel. Porque se trata de cárcel, a pesar de que el término no se emplee de forma oficial. 6.000 personas, entre ellas 2.000 mujeres, trabajaban en ese complejo penitenciario como animales, desde las 5.30 horas de la mañana, fabricando zapatillas, fundas de revólver, sacos, cinturones, detonantes para explosivos, flores artificiales. Las detenidas embarazadas eran obligadas a abortar brutalmente. Cualquier niño nacido en prisión era irremediablemente asfixiado o degollado[6].
Otros testimonios más antiguos habían permitido conocer la dureza de las condiciones de vida en prisión. Un relato excepcional de lo que ocurría en las prisiones norcoreanas durante los años sesenta y setenta procede de Alí Lameda, un poeta comunista venezolano, favorable al régimen, que había ido a trabajar a Pyongyang como traductor de los textos de propaganda oficial. Tras haber emitido algunas dudas sobre la eficacia de esa propaganda, Lameda fue detenido en 1967. Aunque no haya sido torturado personalmente durante el año de detención, afirmó haber oído los gritos de los prisioneros a los que se torturaba. Durante su detención, perdió una veintena de kilos y su cuerpo se cubrió de abscesos y de llagas.
En un folleto publicado por Amnistía Internacional señala la parodia de juicio a cuyo término fue condenado a veinte años de trabajos forzados por «haber intentado sabotear, espiar e introducir agentes extranjeros en Corea del Norte», sus condiciones de detención[7], y más tarde su liberación al cabo de seis años tras repetidas intervenciones de las autoridades venezolanas.
Otros testimonios hacen referencia al hambre, empleada como arma para quebrar la resistencia de los prisioneros. No solo era insuficiente la cantidad de alimento, sino que todo estaba hecho para estropear las raciones que se distribuían. Los prisioneros enfermaban a menudo: las diarreas, las enfermedades de la piel, la neumonía, la hepatitis y el escorbuto no eran infrecuentes.
Las prisiones y los campos forman parte de un vasto conjunto de instituciones que organizan la represión. Hay que distinguir:
—«puestos de socorro», especie de prisiones de tránsito donde los detenidos esperan a ser juzgados por delitos políticos leves y por delitos y crímenes no políticos;
—«centros de regeneración» por el trabajo, que albergan de 100 a 200 personas juzgadas asociales, ociosas, incluso perezosas. Los hay en casi todas las ciudades. Los detenidos pasan allí entre tres meses y un año, en muchas ocasiones sin juicio ni acusación precisa;
—los campos de trabajos forzados. Encontramos una docena larga en el país, cada uno de los cuales alberga entre 500 y 2.500 personas. Los detenidos son criminales de derecho común, acusados de robo, de intento de asesinato, de violación, pero también hijos de detenidos políticos, de personas arrestadas cuando intentaban huir del país, etc.;
—«zonas de deportación», donde se envía a elementos considerados poco seguros (miembros de la familia de un tránsfuga que ha huido al Sur, familias de antiguos terratenientes, etc.). Estos destierros se cumplen en lugares alejados y afectarían a varias decenas de miles de personas;
—«zonas de dictadura especial», que son los verdaderos campos de concentración donde podemos encontrar a prisioneros políticos. Existe una docena, que reúnen entre 150.000 y 200.000 personas. Debe observarse que esa cifra apenas representa el1 por 100 de la población global, nivel claramente inferior al que había alcanzado el Gulag soviético a principios de los años cincuenta. Esta «hazaña» debe leerse evidentemente no como efecto de una benevolencia particular sino más bien como la manifestación de un nivel excepcional de control y de vigilancia de la población.
Estas zonas de dictadura especial se encuentran sobre todo en la parte norte del país, en regiones montañosas y de acceso muchas veces difícil. La zona de Yodok sería la mayor de todas y albergaría 50.000 personas. Comprende los campos de Yongpyang y Pyonjon, muy aislados, que agrupan aproximadamente a los dos tercios de prisioneros de la zona, y los de Ku-up, Ibsok y Daesuk, donde están encerradas, pero separadas, familias de antiguos resistentes frente al Japón y solteros. Hay otras zonas de dictadura especial en Kaechon, Hwasong, Hoiryung, Chongjin.
Estos campos fueron creados a finales de los años cincuenta para encerrar a «Criminales políticos» y opositores a Kim n Sung en el seno del partido… Su población aumentó particularmente en 1980 a raíz de una «purga» importante, tras la derrota de los opositores a la institucionalización del comunismo dinástico en el VI Congreso del Partido del Trabajo. Algunos de ellos, como el campo número 15 de la zona de Yodok, están divididos en «bloque de fomento de la resolución» donde se encuentran detenidos que pueden esperar volver a ver un día el mundo exterior, y en «bloque de alta seguridad » del que nadie puede esperar salir nunca.
El bloque de fomento de la resolución está ocupado sobre todo por detenidos de la elite política, o repatriados del Japón que tienen relaciones personales con dirigentes de asociaciones japonesas favorables a Corea del Norte.
La descripción que de ellos hacen los raros tránsfugas que han pasado por los campos es terrorífica: elevadas alambradas de púas, perros pastores alemanes, guardianes armados, campos de minas en los alrededores. La alimentación es totalmente insuficiente, el aislamiento del exterior completo, el trabajo duro (minas, canteras, excavación de canales de riego, tala de bosques durante unas doce horas diarias a las que se añaden dos horas de «formación política»). Pero en ellos es tal vez el hambre el peor de los suplicios y los prisioneros hacen todo lo posible por cazar y comer ranas, ratas, gusanos.
Este cuadro, compendio muy clásico del horror, debe completarse con la mención de la progresiva decadencia física de los prisioneros, la utilización de los detenidos para «trabajos especiales», como la excavación de túneles secretos, o peligrosos en los emplazamientos nucleares, incluso como blancos vivientes para ejercicios de tiro practicados por los guardianes. Torturas y violencias sexuales son algunos otros aspectos que figuran entre los más sorprendentes de la vida de los detenidos norcoreanos.
A ellos podemos añadir la afirmación realizada por el régimen del carácter familiar de la responsabilidad: muchas familias se encuentran en un campo debido a la condena de uno solo de sus miembros; pero si, en el momento de la gran purga de los adversarios de Kim Il Sung, en 1958, el castigo se ampliaba muchas veces a tres generaciones, en la actualidad ese sistema tiende a suavizarse. Ello no obsta para que testimonios relativamente recientes ilustren esa concepción extraña del derecho. Un joven tránsfuga, Kang Chul Hwan, entró en el campo a la edad de nueve años. Ocurría en 1977. Había sido internado con su padre, con uno de sus hermanos y con dos de sus abuelos porque, en 1977, el abuelo, antiguo responsable de la asociación de coreanos de Kyoto, en Japón, había sido detenido por ciertas observaciones demasiado complacientes sobre la vida en los países capitalistas.
Hasta la edad de quince años, Kang Chul Hwan siguió en el campo el régimen reservado a los niños: escuela por la mañana, donde se les enseña sobre todo la vida del genio nacional, Kim U Sung, trabajo por la tarde (arrancar las malas hierbas, recoger piedras, etc.)[8].
¿Hemos de apoyarnos en el testimonio de los diplomáticos franceses que fueron hechos prisioneros por los norcoreanos en julio de 1950, al principio de la guerra? ¿O en el de los americanos del Pueblo, navío de vigilancia de las costas coreanas, apresado en 1968? Las circunstancias en ambos casos son excepcionales, pero los relatos de unos y otros ilustran la brutalidad de los interrogatorios, la indiferencia por la vida humana y las malas y sistemáticas condiciones de detención[9].
En 1992, dos tránsfugas aportaron también otras informaciones relativas a la vida en el mayor de los campos norcoreanos, el de Y odok. Afirmaron sobre todo que las condiciones de detención eran tan duras en ese campo que todos los años, a pesar de las alambradas electrificadas, las torres de observación en cada kilómetro, la seguridad en caso de fracaso de un proceso público y de una ejecución ante el resto de los detenidos, una quincena de ellos intentaba evadirse. Aumentan la cuenta en vidas humanas de las víctimas del comunismo, dado que, según estos dos hombres, ninguna evasión se ha visto coronada todavía por el éxito.
Nos quedaremos sobre todo con el testimonio excepcional recientemente aportado por un antiguo guardián de un campo de la zona de Hoiryong. Este hombre, que huyó a China en 1994 antes de llegar a Seúl, ha hecho progresar considerablemente nuestros conocimientos sobre el mundo concentracionario coreano[10]. Según este testigo, llamado An Myung Chul, se designa como víctimas de las ejecuciones a «malos sujetos»: «Insumisos, responsables de rebeliones, asesinos, mujeres embarazadas (cualquier relación sexual les está formalmente prohibida a los prisioneros), personas que matan ganado, destructores de materiales utilizados para la producción. En la mazmorra, se les ata un grueso trozo de manera entre las piernas plegadas y las nalgas, luego permanecen arrodillados de ese modo. La mala circulación de la sangre causa estragos a la larga, e incluso si fuesen liberados no podrían caminar y morirían al cabo de unos meses».
Las ejecuciones, en ese campo, no son públicas. Antes sí se hacía, pero las matanzas se habían vuelto tan corrientes que terminaron por inspirar menos terror que afanes de rebeldía. Los guardianes, armados hasta los dientes, debían proteger el lugar del suplicio, y desde 1984 se ejecuta en secreto.
A golpes de pala.
¿Quién realiza las ejecuciones? Se deja a la discreción de los agentes de la seguridad, que fusilan cuando no quieren ensuciarse las manos o matan lentamente si quieren contemplar la agonía. Supe, por ejemplo, que se puede matar a palos, por lapidación o con una pala. Se mata a los prisioneros como si fuera un juego, haciendo un concurso de tiro, apuntándoles a los ojos. También se fuerza a los supliciados a pegarse entre ellos y a desgarrarse mutuamente. (…) Con mis propios ojos he visto muchas veces cadáveres asesinados de forma atroz: rara vez las mujeres mueren tranquilamente. He visto senos lacerados a cuchilladas, partes genitales hundidas por el mango de una pala, nucas destrozadas a martillazos. (…) En el campo, la muerte es una cosa muy vulgar. Y los «criminales políticos» se debaten como pueden para sobrevivir. Hacen lo que sea para conseguir más maíz y grasa de cerdo. Sin embargo, en el campo, a pesar de esa lucha, todos los días cuatro o cinco personas mueren, como media de hambre, de accidente o… ejecutadas.
Resulta inimaginable escapar del campo de concentración. Un guardián que detiene a un fugitivo puede esperar entrar en el partido e ir luego a la universidad. Algunos obligan a los prisioneros a trepar por las alambradas. Entonces disparan y fingen haberlos detenido.
Además de los guardias, hay perros vigilando a los criminales políticos. Se sirven de estos animales espantosos, muy bien amaestrados, como de máquinas de matar. En julio de 1988, en el campo número 13, dos prisioneros fueron atacados por perros. De sus cuerpos solo quedaron huesos. También en 1991, dos chicos de quince años fueron devorados por esos perros.
An afirma haber oído una conversación entre el jefe de la guardia y otros dos miembros del personal de encuadramiento del campo número 13, donde se mencionaban prácticas que se creían reservadas únicamente a los exterminadores de los campos nazis. «Camarada», dice uno de ellos, subjefe de escuadra, «ayer vi humo en la chimenea del tercer Buró[11]. ¿Es cierto que se comprimen los cuerpos para extraerles la grasa?».
El jefe de la guardia respondió que había ido una vez al túnel del tercer Buró, junto a una colina.
«Sentí olor a sangre y vi pelos pegados en las paredes… Esa noche no pude dormir. El humo que has visto procede de la cremación de los huesos de los criminales. Pero no hables de eso o tendrás que lamentarlo. ¿Quién sabe cuándo tendrás una habichuela negra (una bala) en la cabeza?»
Otros guardias le hablaron de experiencias que se practicaban en el campo, como dejar morir de hambre a los prisioneros con objeto de estudiar su resistencia:
«Los encargados de estas ejecuciones y de estas experiencias beben alcohol antes de matar. Ahora se han convertido en auténticos expertos: suelen golpear a los prisioneros con un martillo, en la parte de atrás de la cabeza. Los desgraciados pierden entonces la memoria; y de estos semimuertos hacen blancos vivientes para los ejercicios de tiro. Cuando al tercer Buró le faltan individuos, un camión negro, apodado “el cuervo” va a buscar otros, sembrando el terror entre los prisioneros. El cuervo va al campo una vez al mes y se lleva cuarenta o cincuenta personas no se sabe dónde…».
En todos los casos, los arrestos se hacen de forma discreta, sin procedimientos legales, de suerte que ni siquiera los padres o los vecinos saben nada. Cuando se dan cuenta de la desaparición, evitan hacer preguntas por miedo a tener problemas.
Después de semejantes horrores, a duras penas nos atrevemos a mencionar la existencia de campos de leñadores norcoreanos en Siberia desde el año 1967, a pesar de las duras condiciones de trabajo, la insuficiencia de la alimentación, la vigilancia de guardias armados y las mazmorras para todo el que cometa una falta de disciplina con las normas norcoreanas, etc.
En el momento del hundimiento de la URSS, gracias al testimonio de muchos leñadores evadidos y a los esfuerzos de Serguei Kovaliov, responsable de una comisión de derechos del hombre ante Boris Yeltsin, las condiciones de estos trabajadores inmigrados de un género especial mejoraron y ya no están bajo el control único de las autoridades norcoreanas.
Detengámonos un momento. Como en el caso de las purgas en el seno del partido, solo se trata de la búsqueda de un cálculo aproximado. Si 10.000 personas están detenidas en el campo número 22, según la estimación de un testigo, si cinco personas mueren en él a diario, y si consideramos que el número total de los detenidos de los campos de concentración norcoreanos es del orden de 200.000[12], llegamos a un total de 100 muertos diarios y de 36.500 por año. Si multiplicamos ese número por 45 años (período 1953-1998), el resultado es la cantidad aproximada de 1,5 millones de muertos que tienen por responsable directo al comunismo coreano.
EL CONTROL DE LA POBLACIÓN. Si los campos albergan un concentrado de horror, fuera de los campos apenas existe la libertad. Corea del Norte es un lugar de negación de las opciones individuales, de la autonomía personal. «Toda la sociedad debe ser convertida con firmeza en una fuerza política unida que respira y avanza con un solo pensamiento y una sola voluntad bajo la dirección del dirigente supremo», afirma un editorial radiodifundido del 3 de enero de 1986. Y un lema corriente en Corea del Norte ordena: «Pensad, hablad y obrad como Kim Il Sung y Kim Jong Il…».
De arriba abajo de la escala social, el Estado, el partido, sus asociaciones de masas o su policía controlan a los ciudadanos en nombre de lo que se denomina «los diez principios del partido para realizar la unidad». Es este texto y no la constitución lo que todavía hoy rige la vida cotidiana de los norcoreanos. Para comprender su espíritu, contentémonos con citar el artículo 3: «Impondremos de forma absoluta la autoridad de nuestro dirigente ».
En 1945 apareció un Buró de la seguridad social (hay que entender un buró encargado del control, en el plano social, de la población), en 1975 un comité nacional de censura (que evidentemente existía desde hacía mucho tiempo) y un «comité jurídico de la vida socialista» en 1977[13].
Por lo que a la policía política se refiere, en 1973 constituyó un «ministerio de la protección política nacional», rebautizado en la actualidad como «Agencia de la Seguridad Nacional», dividida en diferentes burós (el buró número 2 se ocupa de los extranjeros, el número 3 de la protección de las fronteras, el número 7 de los campos, etc.).
Una vez a la semana, todos y cada uno están «invitados» a una clase de adoctrinamiento, y una vez a la semana también todos y cada uno están invitados a una sesión de crítica y de autocrítica llamada en Corea del Norte «balance de vida». En ellas uno debe acusarse, por lo menos, de una falta política y, por lo menos, debe uno hacer dos reproches a los compañeros que están al lado.
Los mandos norcoreanos son, desde luego, privilegiados en el plano material y alimenticio, pero el control del que son objeto es también estricto: están reagrupados en un barrio especial, y sufren la escucha de sus conversaciones telefónicas o de otro tipo, y el escrutinio de casetes de audio y vídeo que poseen con la disculpa de «reparación» o de «intervención por fuga de gas». Pero para todos los norcoreanos, las emisoras de radio o de televisión solo permiten, mediante un sistema de bloqueo de los botones, el acceso a las emisoras estatales. Los desplazamientos requieren el permiso de las autoridades locales y de las unidades de trabajo. La domiciliación en Pyongyang, capital y escaparate del socialismo norcoreano, se halla, como en muchos otros Estados comunistas, estrictamente controlada.
¿TENTATIVA DE GENOCIDIO INTELECTUAL?. La represión y el terror no significan solo perjuicio o castigo del cuerpo, sino de la mente. El encierro puede ser también mental, y no es esta la degradación menor. Al abrir este panorama,evocábamos el enclaustramiento del país como una cláusula metodológica: refiriéndonos a ese Estado, es imposible conseguir un conjunto de informaciones tan precisas y fiables como desearíamos. Pero el cierre al mundo exterior, acompañado por una agresión ideológica permanente de una violencia que no tiene comparación con lo que ocurre en ningún otro lado, forma parte, sin discusión, de los crímenes del comunismo norcoreano. Claro que los tránsfugas que consiguen pasar a través de las mallas de la red también dan testimonio de la extraordinaria capacidad de resistencia del ser humano. En este sentido, los adversarios del concepto de totalitarismo indican que siempre hay «juego», resistencia, y que la «totalidad» buscada por el «gran hermano» nunca se ha conseguido.
Por lo que se refiere a Corea del Norte, la propaganda tiene dos vías de transmisión. Una vía clásicamente marxista-leninista: el Estado socialista y revolucionario ofrece la mejor vida posible a unos ciudadanos colmados de felicidad. La vigilancia frente al enemigo imperialista, sin embargo, debe mantenerse (sobre todo, podría añadirse hoy, cuando muchos «camaradas» del exterior han capitulado). La otra vía es de tipo nacional y arcaico: lejos del materialismo dialéctico, el poder norcoreano utiliza una mitología que busca hacer creer a los súbditos de la dinastía de los Kim que el cielo y la tierra están en connivencia con sus amos. La agencia oficial norcoreana, por ejemplo, ha asegurado que el 24 de noviembre de 1996 (se trata solo de unos ejemplos entre mil), cuando Kim Jong Il realizaba una inspección de las unidades del ejército norcoreano en Pan Mun Jon[14], la zona quedó envuelta en una bruma tan espesa como inesperada. El número uno pudo así ir y venir por diferentes lugares para fijarse en la situación de las «posiciones enemigas», sin que nadie pudiera verle: Misteriosamente, la bruma se levantó y el tiempo se aclaró justo en el momento en que posó para ser fotografiado con un grupo de soldados… Un fenómeno semejante había podido observarse en una isla del mar Amarillo. Cuando llegó a un puesto avanzado de observación, empezó a estudiar un mapa de operaciones. Fue entonces cuando la lluvia y el viento cesaron, las nubes se alejaron y el sol comenzó a brillar… En los despachos de la misma agencia oficial también se ha hablado de «una serie de fenómenos misteriosos que tuvieron lugar en toda Corea al acercarse el tercer aniversario de la muerte del «gran dirigente». (…) El cielo sombrío se volvió de pronto luminoso en el cantón de Kumchon (…) y tres grupos de nubes rosas se dirigieron hacia Pyongyang… Hacia las 20.10 horas del 4 de julio, la lluvia que había empezado a caer desde por la mañana se detuvo y un doble arco iris se desplegó por encima de la estatua del presidente (…), luego una estrella muy brillante resplandeció en el cielo encima de la estatua», etc.[15]
UNA JERARQUÍA ESTRICTA. En este Estado que se dice socialista, la población no solo está custodiada y controlada, también está fichada en función de criterios que se refieren al origen social y geográfico (¿es uno oriundo de una familia del Sur o del Norte?), los antecedentes políticos y los signos recientes de lealtad hacia el régimen. En los años cincuenta se realizó un «sabio» desglose del conjunto de la población. Con la ayuda de la burocracia, se crearon no menos de cincuenta y una categorías que determinaban ampliamente el porvenir material, social y político de los ciudadanos. Probablemente, este sistema, muy pesado de manejar, fue simplificado en los años ochenta, reduciendo las cincuenta y una categorías sociales a tres. Cierto que el «fichaje» sigue siendo todavía complejo porque, además de esas «clases», los servicios secretos vigilan de modo especial ciertas «categorías» representadas en una u otra clase, sobre todo la de personas venidas del extranjero, hayan sido residentes o visitantes.
Así pues, distinguimos una clase «central», «núcleo» de la sociedad, una clase «indecisa» y una clase «hostil» que representa aproximadamente una cuarta parte de la población norcoreana. El sistema comunista norcoreano justifica mediante estas distinciones una especie de apartheid: un joven de «buen origen», por ejemplo de una familia que cuenta con antiguos guerrilleros antijaponeses, no podría casarse con una joven de «mal origen», por ejemplo una joven procedente de una familia del Sur. Un antiguo diplomático norcoreano, Koh Yung Hwan, que fue en el Zaire, en los años ochenta, primer secretario en la embajada norcoreana, afirma: «Corea del Norte conoce un sistema más rígido que el de las castas»[16].
Suponiendo que esta discriminación basada en el origen tenga un sentido desde el punto de vista de la teoría marxista-leninista, la discriminación biológica resulta más difícil todavía de justificar. Sin embargo, los hechos están ahí: los lisiados norcoreanos son víctimas de un severo ostracismo. Es imposible que se les autorice a vivir en la capital, Pyongyang. Hasta estos últimos años, se les enviaba solo a localidades de su distrito de forma que los miembros no inválidos de su familia pudiesen visitarlos. En la actualidad son deportados a lugares apartados, a las montañas o a las islas del mar Amarillo. Hay dos enclaves de exilio localizados con certeza: Bujun y Euijo en el norte del país, no lejos de la frontera china. Esta discriminación contra los lisiados se ha acentuado recientemente con la aplicación de esa política de exclusión a otras grandes ciudades distintas de Pyongyang: Nampo, Kaeson, Chongjin.
De igual modo que los lisiados, los enanos son hostigados sistemáticamente, detenidos y enviados a campos donde no solo están aislados: se les impide tener hijos. «La raza de los enanos debe desaparecer», ordenó el propio KimJong Il…[17]
LA FUGA. A pesar de la vigilancia de los guardias de fronteras, algunos norcoreanos han conseguido huir: desde la guerra, unas 700 personas han alcanzado el Sur, pero se piensa que varios miles han franqueado la frontera china. Ignorantes de lo que ocurre en el exterior, estrictamente controlados, los norcoreanos que cruzan clandestinamente la frontera son todavía poco numerosos. Se estima en un centenar aproximadamente los tránsfugas que pasaron al Sur durante el año 1997, un número en claro aumento en comparación con la media de los años noventa y sobre todo de los decenios anteriores. El número de huidas anuales se ha quintuplicado desde 1993 y tiende a crecer. Por regla general, los candidatos al paso clandestino de la frontera huyen de una amenaza de sanción o han tenido ocasión de viajar al extranjero. Por ejemplo, entre los tránsfugas figura cierto número de diplomáticos o de funcionarios de alto rango. En febrero de 1997, el ideólogo del partido, Hwang Jang Yop, se refugió en la embajada de Corea del Sur en Pekín antes de ir a Seúl. El embajador en Egipto, que fue a Estados Unidos a finales de agosto de 1997, podía temer por su futuro político: el año anterior, su propio hijo había «desaparecido». Koh Yung Hwan, el diplomático de la embajada norcoreana en el Zaire ya citado, temía ser detenido: imprudentemente, ante una retransmisión televisada del proceso del matrimonio Ceausescu, había «esperado que nada parecido ocurriese en su país» —prueba flagrante de su falta de confianza en la dirección—. Huyó al tener noticia de la llegada de agentes de la seguridad del Estado a la embajada pocos días después. En su opinión, cualquier intento de fuga descubierta antes de su realización conduce a su autor al arresto y al campo de concentración. Peor: como pudo constatarlo en Ammán, en Jordania, el proyecto de fuga de un diplomático se salda por lo general con una «neutralización», con el escayolado completo del culpable y la vuelta inmediata a Pyongyang. En el aeropuerto, ¡se hace creer en un accidente de coche o de otro tipo!
Las gentes sencillas que fracasan en su intento de fuga no salen mejor paradas. Como hace poco ha contado la prensa francesa[18], los fugitivos son probablemente ejecutados antes de sufrir un trato particularmente degradante: «Los testimonios recogidos a lo largo del río [el Yalu] concuerdan. Los policías que recuperan a los fugitivos introducen un alambre en las mejillas o en la nariz de los traidores a la nación, que han osado abandonar la madre patria. Una vez que vuelven, son ejecutados. Sus familiares son enviados a campos de trabajo».
ACTIVIDADES EN EL EXTERIOR. No satisfechos con impedir brutalmente cualquier intento de fuga, los dirigentes norcoreanos envían a sus agentes al exterior para atentar allí contra los enemigos del régimen. En septiembre de 1996, el agregado cultural de Corea del Sur en Vladivostock, por ejemplo, fue asesinado. Japón también sospecha que los norcoreanos secuestraron aproximadamente a una veintena de mujeres japonesas que luego son obligadas a trabajar en la formación de espías o terroristas. Entre Japón y Corea del Norte existe otro contencioso sobre cientos de mujeres japonesas que fueron a instalarse en Corea del Norte a partir de 1959, con sus esposos coreanos. A pesar de las promesas formuladas entonces por el Gobierno norcoreano, ninguna de ellas ha podido regresar, aunque solo sea temporalmente, a su país natal. Por el testimonio de los escasos tránsfugas que han conocido los campos, se sabe que muchas de esas mujeres fueron detenidas y que la tasa de mortalidad entre ellas es muy elevada. De catorce japonesas encarceladas en el campo de Yodok a finales de los años setenta, solo dos seguían con vida quince años más tarde. El Gobierno norcoreano se sirve de esas mujeres, cuya salida promete, a cambio de una ayuda alimentaria japonesa. Los despachos de agencia no dicen cuántos kilos de arroz vale, a ojos de los dirigentes norcoreanos, la liberación de una mujer japonesa. Amnistía Internacional y la Sociedad Internacional de Derechos Humanos, entre otras asociaciones, se inquietan por estos casos. También se practica el secuestro de pescadores surcoreanos.
No han cesado los incidentes entre 1955 y 1995. El Gobierno surcoreano sostiene que han desaparecido más de 400 pescadores surcoreanos. Ciertos pasajeros y miembros de la tripulación de un avión desviado en 1969, nunca devueltos al Gobierno del Sur, un diplomático surcoreano raptado en Noruega en abril de 1979, un pastor protestante, el reverendo Ahn Sung Un, secuestrado en China y conducido a Corea del Norte en julio de 1995 proporcionan más ejemplos de ciudadanos surcoreanos víctimas de las violencias norcoreanas en territorio extranjero.
HAMBRUNA Y CARESTÍA. Recientemente ha aparecido otro motivo de crítica del régimen norcoreano: la situación alimentaria de la población norcoreana, mediocre desde hace mucho tiempo, pero que ha empeorado estos últimos años hasta el punto de que las autoridades norcoreanas, a pesar de su sacrosanto principio de autosuficiencia, han lanzado recientemente llamadas para solicitar la ayuda internacional. La cosecha de cereales de 1996 se ha elevado a 3,7 millones de toneladas, es decir, tres millones menos que la producción del principio de los años ochenta. La de 1997 será desde luego poco diferente. Corea del Norte invocaba, sobre todo tras el programa alimentario mundial de la ONU, pero también según Estados Unidos o la Comunidad Europea, diversas catástrofes naturales (inundaciones de 1994 y 1995, sequía y maremoto en 1997). Las causas de esta penuria alimentaria derivan, de hecho, de las dificultades estructurales propias de la agricultura socialista, planificada y centralizada. Errores graves como la deforestación de colinas enteras, la construcción apresurada de cultivos en terraza por equipos más o menos competentes, por orden de la cúpula del partido, han representado también su papel en la gravedad de las inundaciones. El hundimiento del comunismo soviético y el nuevo curso de las cosas que se ha producido en China hacen que haya disminuido mucho la ayuda de estos dos países a Corea del Norte. Rusia y China pretenden comerciar en adelante según las leyes del mercado internacional. La carencia de divisas fuertes pesa por tanto sobre el Gobierno norcoreano que adquiere con mayores dificultades máquinas agrícolas, abonos y combustible.
Pero ¿cuál es la gravedad de la situación alimentaria? No lo sabemos, a pesar de las afirmaciones catastróficas de organizaciones humanitarias como Visión Mundial —que evoca una posibilidad de dos millones de víctimaso la Cruz Roja alemana —que habla de 10.000 muertes de niños al mes[19]. Existen indicios claros de dificultades graves: algunos informes de expertos de la ONU confirman los rumores que circulan entre la población fronteriza china; existe carestía y en ciertos lugares hambruna. Pero la utilización de viajes de personalidades de buena voluntad que no dudan en hablar de «millones de muertos» futuros si no tienen lugar las ayudas, la difusión en el extranjero de fotos de niños enclenques o de vídeos de consejos televisados a la población para preparar hierbas como alimento, indican una maniobra muy bien organizada para ensombrecer un cuadro que de cualquier modo no es brillante. En la actualidad no se trata de hacer decir al presidente Herriot que Ucrania va bien cuando atraviesa una hambruna terrible, sino lo contrario, que Corea del Norte hace frente a una hambruna terrible y que cualquier interrupción de la ayuda podría conducir a acciones desconsideradas y peligrosas para la estabilidad de la península y la paz en Extremo Oriente. El gigantesco ejército norcoreano sin embargo está bien alimentado y construye misiles cada vez más perfectos.
No tenemos prácticamente ningún elato en cifras sobre las víctimas de esta penuria alimentaria, salvo las indicaciones, dadas por los norcoreanos mismos, de un porcentaje no desdeñable que presenta huellas de malnutrición: los nutricionistas del programa alimentario mundial han podido realizar, por ejemplo, un estudio sobre 4.200 niños norcoreanos de una muestra seleccionada exclusivamente por el Gobierno norcoreano: el 17 por 100 sufrían de malnutrición[20], lo cual tiende a confirmar la existencia de una carestía generalizada y de probables bolsas locales o regionales de hambruna. Esa carestía y esa hambruna, en gran medida relacionadas con las decisiones políticas del Gobierno norcoreano, se combaten y limitan, sin embargo, gracias a los esfuerzos del mundo «imperialista» que entrega millones de toneladas de cereales. Dejada en manos exclusivamente del régimen comunista, la población norcoreana sufriría de hecho una auténtica hambruna de consecuencias terribles.
También hay que observar que los efectos de la carestía en términos de víctimas resultan completamente reales, pero son sobre todo indirectos y se traducen de modo especial por un debilitamiento incrementado por diversas enfermedades.
Como conclusión, podemos hablar de varios cientos de miles de víctimas directas e indirectas de las penurias alimentarias, pero recordando los esfuerzos del Gobierno norcoreano por «ensombrecer», por todos los medios posibles, la situación, del mismo modo que los soviéticos crearon en julio de 1921 «un comité de ayuda a los hambrientos» para realizar un llamamiento de ayuda a la buena voluntad del mundo burgués.
SALDO FINAL. Es difícil traducir numéricamente la desdicha comunista, menor en Corea del Norte que en otras partes. Por razones de datos estadísticos insuficientes, de imposibilidad de investigación directa en el país, de inaccesibilidad de los archivos. Por razones que también dependen del enclaustramiento de Corea del Norte. ¿Cómo contabilizar los resultados de una propaganda tan imbécil como permanente? ¿Cómo cifrar la ausencia de libertades (de asociación, de expresión, de desplazamiento, etc.)? ¿Cómo evaluar la vida echada a perder de un niño enviado a un campo porque su abuelo ha sido condenado, de una mujer encarcelada obligada a abortar en condiciones atroces? ¿Cómo reducir a estadísticas la mediocridad de una vida obsesionada por la falta de alimento, de calefacción, de ropas cómodas y elegantes, etc.? ¿Qué pesa, aliado de todo esto, la «americanización» de la sociedad surcoreana señalada por nuestros despreciadores del ultraliberalismo para no dar la razón ni a la democracia evidentemente imperfecta del Sur ni a la pesadilla organizada del Norte?
También se objetará que el comunismo norcoreano es una caricatura del comunismo, como lo fue el de los jemeres rojos. Una excepción arqueoestalinista. Cierto, pero ese museo del comunismo, ese Madame Tussaud asiático, todavía está vivo…
Una vez formuladas estas reservas, pueden añadirse a los 100.000 muertos de las purgas en el Partido del Trabajo, los 1,5 millones de muertos por internamiento en campos de concent¡;ación y 1,3 millones de muertos como secuela de la guerra buscada, organizada y desencadenada por los comunistas —una guerra inacabada que incrementa de forma regular el saldo de las víctimas debido a operaciones puntuales pero mortíferas (ataques de comandos norcoreanos contra el Sur, actos de terrorismo, etc.). Habría que añadir a este balance las víctimas directas, y sobre todo indirectas, de la malnutrición. Es en este punto donde hoy tenemos menos datos, pero también es donde, si la situación se agrava, los datos pueden aumentar de forma dramática y muy cercana en el tiempo. Incluso si desde 1953 nos contentamos con 500.000 vidas perdidas por efectos del debilitamiento frente a las enfermedades, o directamente por la penuria alimentaria (¡en la actualidad corren rumores de canibalismo evidentemente inverificables!), llegamos, para un país de 23 millones de habitantes, y de un régimen comunista de una cincuentena de años, a un resultado global de más de tres millones de víctimas.
VIETNAM: LOS CALLEJONES SIN SALIDA DE UN COMUNISMO DE GUERRA.
por
JEAN-LOUIS
MARGOLIN
¡Vamos a transformar las prisiones en escuelas!
Lê Duan, Secretario General del
Partido Comunista Vietnamita[21]
Admitir las fechorías del comunismo vietnamita sigue siendo hoy una prueba para muchos occidentales que, movilizándose contra otras fechorías —las del colonialismo francés, las del imperialismo americano—, se encuentran situados objetivamente en el mismo campo que el Partido Comunista Vietnamita (PCV). De ahí a pensar que era la expresión de las aspiraciones de un pueblo, que trataba de construir una sociedad fraternal e igualitaria, no había más que un paso. La apariencia afable de su fundador y dirigente hasta 1969, Hô Chi Minh, la extraordinaria tenacidad de sus combatientes y la habilidad de su propaganda exterior, pacifista y democrática hicieron el resto. Si era difícil sentir simpatía por Kim Il Sung y su régimen de cemento armado, resultaba fácil preferir a la podredumbre del régimen saigonés de Nguyen Van Thieu (1965-1975) la austeridad risueña de los mandarines rojos de Hanoi. Se quiso crer que el PCV no era un partido estalinista más: nacionalista en primer lugar y ante todo, habría utilizado su etiqueta comunista para recibir la ayuda de los chinos y de los soviéticos.
No se trata de cuestionar la sinceridad del patriotismo de los comunistas vietnamitas, que lucharon con una decisión sin igual, durante medio siglo, contra franceses, japoneses, americanos y chinos: la acusación de «traición» o de «colaboración» desempeñó a menudo en el Vietnam el mismo papel que el de «contrarrevolución» en China. Pero el comunismo no fue incompatible en ninguna parte con el nacionalismo o incluso con la xenofobia, y en Asia menos que en cualquier otro lado. Ahora bien, bajo el barniz de una amable unanimidad nacional, es un estalinismo-maoísmo muy servil hacia sus prototipos lo que se descubre fácilmente, a poco que se desvele su faz.
El joven Partido Comunista Indochino (PCI)[22] comenzó bastante mal. Nada más fundarse, en 1930, hubo de hacer frente a un espectacular proceso, a consecuencia de los siniestros excesos de algunos de sus activistas de Saigón que, ya comprometidos en 1928, e influidos por la tradición de las sociedades secretas y del terrorismo nacionalista, habían juzgado y ejecutado limpiamente a uno de sus camaradas para después quemar su cuerpo. Solo era culpable de haber seducido a una militante[23]. En 1931, lanzándose algo alocadamente a la creación de «soviets» rurales en el Nge Tinh (siguiendo el modelo del Jiangxi, pero Vietnam no tiene la inmensidad de China…), emprende inmediatamente la liquidación de los terratenientes por centenares. Una parte de los habitantes huye, y esto facilita el regreso como fuerza de intervención inmediata de las tropas coloniales. Cuando el PCI, que se esconde tras el «frente unido» de la liga por la independencia del Vietnam, o Vietminh, se atreve por fin a lanzarse a gran escala a la lucha armada, en la primavera de 1945, arremete más contra los «traidores» y «reaccionarios» (que a veces incluyen al conjunto de los funcionarios) que contra el ocupante japonés, desde luego mejor armado. Uno de sus responsables propone una campaña de asesinatos para «acelerar los progresos del movimiento»[24]. También propietarios y mandarines rurales constituyen blancos privilegiados; se crean «tribunales populares » para condenarlos y confiscar sus bienes[25]. Pero el terror también apunta a los adversarios políticos del débil PCI, que todavía cuenta solo con unos 5.000 militantes. Hay que hacer rápidamente el vacío y quedarse solos al frente del movimiento nacional. El Dai Viet, partido nacionalista aliado de los japoneses, es perseguido salvajemente: el Vietminh de Son Tay pide a Hanoi un generador eléctrico y un especialista para torturar a gran escala[26] a los «traidores».
La revolución de Agosto, que catapulta a Hô Chi Minh al poder durante la capitulación nipona, convierte al PCI en el elemento central del nuevo Estado. Aprovecha las pocas semanas que preceden a la llegada de las tropas aliadas (franceses y británicos al sur, chinos al norte) para redoblar su ardor en la liquidación de la competencia. Los constitucionalistas moderados (incluida su figura emblemática que es Bui Quang Chieu) y la secta político-religiosa Hoa Hao (incluido su fundador, Huynh Phu So, a su vez comanditario de asesinatos) no son más olvidados que el gran intelectual y político de derechas que es Pham Quynh. Pero son los trotskistas, todavía activos en la región saigonesa, aunque poco numerosos, quienes se convierten en blanco de un verdadero exterminio: su principal dirigente, Ta Thu Tau, es detenido y ejecutado en septiembre en un Quang Ngai particularmente asolado por las depuraciones[27], y el dirigente comunista de Saigón, Tran Van Giau, antiguo de Moscú, quien tendrá que defenderse posteriormente de cierta responsabilidad en esos asesinatos, sin embargo los avala. Declara el 2 de septiembre: «Cierto número de traidores a la patria está engrosando sus filas para servir al enemigo (…) hay que castigar a las bandas que, creando perturbaciones en la República Democrática del Vietnam (RDV), proporcionan al enemigo ocasión de invadimos»[28]. Un artículo de la prensa vietminh de Hanoi del 29 de agosto invita a crear en cada barrio o en cada pueblo «comités de eliminación de los traidores»[29]. Decenas, tal vez centenares de trotskistas son perseguidos y abatidos; otros, cuando en octubre participan en la defensa de Saigón frente a los franco-británcios, son privados de municiones y avituallamientos; la mayor parte se hicieron matar[30]. El25 de agosto se organiza en Saigón una Seguridad de Estado siguiendo el modelo soviético, y las prisiones, hasta entonces vacías, vuelven a llenarse. El Vietminh crea un «comité de asesinato de asalto», que desfila por las calles; reclutado en buena medida entre el hampa, dirige el pogromo antifrancés del 25 de septiembre, que deja a sus espaldas decenas de cadáveres a menudo mutilados[31]. Los compañeros vietnamitas de los franceses son en ocasiones abatidos de forma sistemática, aunque se critique a los «falsos vietminh». Solo durante los meses de agosto y septiembre, los asesinatos propiciados por el Vietminh se contabilizan por millares, los secuestros por decenas de miles. La iniciativa es a menudo local, pero es irrefutable que el aparato central empuja el carro. El PCI lamentará más tarde públicamente no haber suprimido en ese momento a más «enemigos»[32]. En el Norte, única parte del país que controla el Vietminh hasta el estallido de la guerra de Indochina, se crean en diciembre de 1946 campos de detención y policía política, y la RDV está gobernada por un partido único en la práctica: los nacionalistas radicales del Vietnam Quoc Dan Dang (VNQDD, partido nacional del Vietnam, fundado en 1927), que habían iniciado con el Vietminh una lucha encarnizada puntuada por asesinatos recíprocos, fueron eliminados físicamente a partir de julio, momento en el que sin embargo su partido había sido reprimido con tanta dureza como el PCI por el poder colonial, en particular después de haber organizado en 1930 la rebelión de Yenbai.
La violencia represiva comunista debe desplegarse de nuevo durante mucho tiempo en la resistencia armada contra Francia. Numerosos testimonios han centrado la atención en los campos de prisioneros del cuerpo expedicionario francés[33]. Muchos sufrieron y murieron en ellos: de 20.000, solo sobrevivían 9.000 cuando los acuerdos de Ginebra (julio de 1953) permitieron su liberación[34]. Las temibles endemias de las montañas indochinas habían diezmado a unos detenidos privados por la oficialidad vientminh de cuidados médicos y de higiene, y con frecuencia deliberadamente subalimentados. Hubo palizas, y a veces auténticas torturas, pero los militares franceses eran útiles: considerados como «criminales de guerra», debían ser llevados al arrepentimiento, y luego a la adhesión a los valores de sus carceleros, dado que el objetivo era volverles, con fines propagandísticos, contra su propio bando. Esta «reeducación» a la china (los consejeros enviados por Mao empiezan a llegar en 1950) realizada mediante sesiones de propaganda donde se requiere una participación activa de los «alumnos», la división alimentada entre los prisioneros divididos en «reaccionarios» y «progresistas», y promesas (incluida la de la liberación), logró algunos éxitos impresionantes, debidos en gran medida al agotamiento físico y psicológico de los detenidos. Y también porque los franceses eran menos maltratados de lo que luego lo serán los prisioneros autóctonos en la RDV.
Es en el momento en que la victoria parece al alcance de la mano, en diciembre de 1953, cuando se inicia la reforma agraria en las zonas liberadas. Antes de finales de 1954 se extiende al conjunto del territorio situado al norte del paralelo 17, otorgado a la RDV por los acuerdos de Ginebra. No acabará hasta 1956. Tanto su ritmo como sus objetivos son los de la reforma agraria china de los años 1946-1952 (véase más arriba): estrechamiento de los lazos del partido —reaparecido oficialmente en 1951— con el campesinado pobre y medio, preparación del desarrollo económico mediante la ampliación del control estatal, y eliminación de focos potenciales de resistencia al comunismo. Y sin embargo, más aún que en China, la elite tradicional de los campos había apoyado bastante masivamente al Vietminh por conciencia nacional exacerbada. Pero los métodos, feroces y deliberadamente mortíferos, son también los que había puesto en práctica el gran vecino del Norte: en todos los pueblos, los activistas «calientan» —a menudo con dificultad— a los campesinos clasificados como pobres y medios (a veces con la contribución de compañías de teatro), luego es el «proceso de amargura» contra la o las víctimas expiatorias, muchas veces elegidas de forma arbitraria (hay que respetar una cuota: del 4 al 5 por 100 de la población, el eterno 5 por 100 del maoísmo) [35], y la muerte, o como mínimo el encarcelamiento y la confiscación de los bienes. El oprobio se extiende al conjunto de la familia —como en China—. La ausencia de toma en consideración de los «méritos» políticos muestra a la vez el despiadado dogmatismo y la voluntad de cuadriculado totalitario de la sociedad que anima el PCV. Una propietaria y rica comerciante, madre de dos vietminh de la primera hora, que por sus propios méritos tenía derecho al título de «bienhechora de la revolución», fue «combatida» en dos ocasiones, pero los campesinos siguen tibios. Entonces «un grupo muy rodado en China fue enviado al lugar y consiguió hacer cambiar de opinión a la concurrencia. (…) Se acusó a la señora Long de haber matado a tres aparceros antes de 1945, de haberse acostado con el residente francés, de haber lamido las botas a los franceses y espiado por cuenta del invasor. Agotada por la detención, la mujer terminó confesándolo todo y fue condenada a muerte. Su hijo, que se encontraba en China, fue traído al país, degradado, despojado de sus condecoraciones y condenado a veinte años de reclusión»[36]. Como en Pekín, uno es culpable porque es acusado, dado que el partido no puede equivocarse. En esos casos, el mal menor es representar el papel que se espera de uno: «En última instancia más valía haber matado al padre y a la madre y confesarlo que no decir nada por no haber hecho nada malo»[37].
El estallido de la violencia es alucinante. El tema del odio contra el adversario —de clase o de fuera— es martilleado sin cesar: según Le Duc Tho, futuro premio Nobel de la paz junto con Henry Kissinger, «si se quiere conseguir que los campesinos tomen las armas, primero hay que encender en ellos el odio al enemigo»[38]. En enero de 1956, el órgano oficial del PC, Nhan Dan, escribe: «La clase de los terratenientes no permanecerá nunca tranquila hasta que sea eliminada»[39]. Como al norte de la frontera, la consigna es: «Mejor diez muertos inocentes que el que un solo enemigo sobreviva»[40]. La tortura se practica de forma habitual, hecho que preocupará a Hô a finales de 1954: «Ciertos mandos siguen [sic] cometiendo el error de utilizar la tortura. Es un método salvaje, es el que emplean los imperialistas, los capitalistas y los señores feudales para dominar a las masas y someter a la revolución. (…) En el curso de esta fase [resic], el recurso a la tortura queda estrictamente prohibido»[41].
Originalidad en comparación con el evidente modelo chino: a esta «rectificación » de la sociedad que es la reforma agraria se une la del partido (más tardía en China). El peso de los miembros de las capas privilegiadas en este explica, sin duda, esa simultaneidad. También aquí habría un «5 por 100» de elementos infiltrados del VNQDD, partido asimilado al Kuomintang chino. Lejano recuerdo de las purgas de Jiangxi (véase más arriba), se sale a la caza de fantasmales «elementos contrarrevolucionarios AB» (antibolcheviques). La paranoia rompe todas las barreras: héroes de la guerra de Indochina son asesinados o enviados a campos. El traumatismo es terrible, y en el discurso de los comunistas vietnamitas, «1956» (el chihn huan culmina a principios de año) todavía hoy sigue evocando el colmo del horror. «Un secretario del Partido Comunista cayó bajo las balas del pelotón de ejecución gritando: "¡Viva el partido comunista indochino!" Incapaz de entender lo que le ocurría, murió convencido de ser abatido por los fascistas»[42]. Las pérdidas, difíciles de cuantificar, son en cualquier caso catastróficas: probablemente en torno a las 50.000 ejecuciones en los campos (al margen de cualquier combate), es decir, del 0,3 al 0,4 por 100 de la población total (estamos cerca de la tasa media de víctimas que se da para la reforma agraria china)[43]; entre 50.000 y 100.000 personas habrían sido encarceladas; se sitúa en un 86 por 100 el número de depurados en las células rurales del partido, y hasta el 95 por 100 de expulsiones a veces entre los mandos de la resistencia antifrancesa. Según los responsables de la purga, que en julio de 1956 admite «errores»: «la dirección (de la rectificación) llevó a cabo un juicio tendencioso sobre la organización del partido. Estimó que las células rurales, en primer lugar las de la zona recientemente liberada, estaban dominadas en su totalidad y sin excepción por el enemigo o infiltradas por él, e incluso que los órganos de dirección de los distritos y de las provincias también habían caído gravemente bajo la dependencia de la clase de los terratenientes y los elementos contrarrevolucionarios »[44]. Tenemos ahí una especie de prefiguración de la condena global del «nuevo pueblo» realizada por los jemeres rojos (véase más adelante).
El ejército había sido el primero en organizar en sus filas un chinh huan, más ideológico que represivo, en 1951[45]. Entre 1952 y 1956, la rectificación se vuelve casi permanente. La tensión es tal en ciertos «seminarios» que hay que retirar las cuchillas de afeitar y los cuchillos a los hombres y dejar la luz encendida por la noche para intentar prevenir los suicidios[46]. Será sin embargo el ejército el que acabará la purga. Las persecuciones afectan de forma tan dura a sus propios mandos, que empiezan a reaccionar muchas veces con la deserción y el paso a Vietnam del Sur[47], que se asusta ante su propia debilidad cuando su misión es reunificar el país. En comparación con China, el peso de las necesidades militares impone a menudo cierto realismo, y la escasa extensión del país facilita la salida de algunos descontentos: todo ello va en la dirección de cierta atenuación de la violencia arbitraria. El destino de los católicos del Norte (1,5 millones de personas, el 1O por 100 de la población total) también lo prueba. Perseguidos desde el principio, fuertemente organizados, aprovecharon la escapatoria que representaba la salida en masa, bajo la protección de las últimas tropas francesas: por lo menos 600.000 llegaron al Sur.
El efecto del XX Congreso del Partido Comunista soviético (febrero) también empieza a dejarse notar, y el Vietnam conocerá unas tímidas «Cien Flores» en abril de 1956. En septiembre aparece la revista Nhân Van (Humanismo), que simboliza la aspiración de los intelectuales a la libertad. Hay escritores que se atreven a burlarse de la prosa del censor oficial To Huu, autor de este poema:
¡Viva Hô Chi Minh,
faro del proletariado.
¡Viva Stalin,
el gran árbol eterno!
¡Alberga la paz bajo su sombra!
¡Matad, seguid matando, que la mano no se detenga un minuto;
para que arrozales y tierras produzcan arroz en abundancia,
para que los impuestos se recuperen enseguida.
Para que el partido perdure, marchemos juntos con un solo corazón!
¡Adoremos al presidente Mao,
rindamos culto eterno a Stalin![48]
Hay que pensar mal: en diciembre de 1956, las revistas literarias críticas son prohibidas, y una campaña análoga a la dirigida contra Hu Feng y la libertad de creación, en China (véase más arriba), se extiende poco a poco con el apoyo personal de Hô Chi Minh[49]. Se trata de meter en cintura a los intelectuales de Hanoi, miembros del partido o cercanos al mismo, a menudo antiguos luchadores de la guerrilla. A principios de 1958, 476 «saboteadores del frente ideológico» son obligados a la autocrítica y enviados bien a campos de trabajo, bien al equivalente vietnamita del laojiao chino[50]. Como en la RPCh, la tentación jrushchoviana se deja de lado enseguida en provecho de un salto totalitario. Lo que lo mantendrá y lo limitará al mismo tiempo, en relación con los excesos del vecino del Norte, es la guerra en el Sur, que vuelve a encenderse en 1957 contra la feroz represión anticomunista del régimen de Ngo Dinh Diém apoyado por Estados Unidos: el PCV decide secretamente en mayo de 1959 generalizarla y apoyarla a fondo mediante envío de armas y hombres, al precio de inmensos esfuerzos de la población de Vietnam del Norte. Lo cual no impide, en febrero de 1959, el inicio de una especie de «gran salto adelante» en la agricultura, tras una serie de artículos entusiastas del propio Ho, en octubre de 1958[51]. La conjunción de las enormes obras de regadío y de una grave sequía lleva, más al norte, a la caída de la producción y a una seria hambruna, cuyo número de víctimas nunca se ha determinado[52]. El esfuerzo bélico tampoco impidió, en 1963-1965, y luego en 1967, la purga de ciertos mandos «prosoviéticos» del partido, incluido el antiguo secretario personal del «tío Ho». En ese momento el PCV comparte el «antirrevisionismo » de los comunistas chinos. Ciertas víctimas de las purgas permanecerán un decenio en los campos, sin juicio[53].
La «guerra americana», que solo se acaba con los acuerdos de París (enero de 1973) obligando a la retirada de las tropas de Estados Unidos, o más bien con el desmoronamiento del régimen survietnamita (30 de abril de 1975), no fue acompañada de los «baños de sangre» que muchos temían, y que afectaron a la vecina Camboya. Pero los prisioneros vietnamitas de las fuerzas comunistas —incluidos los «traidores» en sus filas— fueron horriblemente maltratados, a menudo liquidados durante sus desplazamientos[54]. Es evidente que lo que fue por lo menos una guerra civil tanto como una «lucha de liberación», se vio acompañada por ambas partes de numerosas atrocidades y de diversas exacciones, incluidas las que se cometieron contra civiles «recalcitrantes» a apoyar a uno u otro campo. Sin embargo es muy difícil contabilizarlas y decir quien superó a quién en el empleo de métodos terroristas. Los comunistas cometieron por lo menos una matanza de enorme envergadura. Durante las varias semanas en que el «Vietcong»[55] controló la antigua capital imperial de Hue, en el marco de la ofensiva del Tet (febrero de 1968), mató por lo menos a 3.000 personas (muchas más que durante las peores exacciones del ejército americano), incluidos sacerdotes vietnamitas, religiosos franceses, médicos alemanes, y todos los funcionarios que pudo descubrir, grandes o pequeños. Algunos fueron enterrados vivos, otros fueron convocados a «sesiones de estudios» de las que nunca volvieron[56]. Es difícil comprender estos crímenes, nunca admitidos por sus autores, y que anuncian tanto la política de los jemeres rojos. Si se hubieran apoderado de Saigón en 1968, ¿habrían hecho los comunistas lo mismo?
En cualquier caso, no se comportaron así en 1975. Durante unas breves semanas pudo creerse incluso que la tan elogiada «política de clemencia del presidente Hô» no se quedaría en una expresión inútil. No temieron, por tanto, registrarse ante las nuevas autoridades. Luego, a principios de junio, fueron convocados a reeducación, «por tres días», los simples soldados, y «por tres meses» sus oficiales y los altos funcionarios[57]. De hecho, los tres días se convirtieron en tres años, el mes en siete u ocho años: los últimos «reeducados» supervivientes no regresaron hasta 1986[58]. En 1980, Phan Van Dông, entonces Primer ministro, admitió 200.000 reeducados en el Sur. Las estimaciones serias varían entre 500.000 y un millón (de una población de 20 millones de habitantes aproximadamente), incluido un gran número de estudiantes, de intelectuales, de religiosos (sobre todo budistas, a veces católicos), y de militantes políticos (entre ellos comunistas), entre los cuales muchos habían simpatizado con el Frente Nacional de Liberación de Vietnam del Sur. Este se vuelve entonces simple tapadera del dominio de los comunistas procedentes del Norte, que violan casi instantáneamente todas sus promesas de respetar la personalidad propia del Sur. Como en 1954-1956, los compañeros de ruta y los camaradas de ayer son los «rectificados» de hoy. A los prisioneros encerrados en unas estructuras especializadas, y durante años, habría que añadir un número indeterminado pero importante de reeducados «leves», enclaustrados, durante unas cuantas semanas, en su lugar de trabajo o de enseñanza. Observemos que en los peores momentos del régimen del Sur, los adversarios de izquierda denunciaban el encarcelamiento de 200.000 personas…[59]
Las condiciones de detención no son uniformes. Numerosos campos, cercanos a las ciudades, carecen de alambradas, y el régimen en ellos es más coactivo que penoso. En cambio, los «casos difíciles» son enviados a la alta región del Norte, malsana y remota: algunos de estos campamentos tal vez fueron inaugurados por prisioneros franceses. Allí el aislamiento es total, los cuidados médicos mínimos, y la supervivencia depende muchas veces del envío de paquetes de víveres por parte de las familias, que se arruinan haciéndolo. La subalimentación es también dramática en las prisiones (200 gramos diarios de un arroz rojizo acompañado de piedras), utilizadas sobre todo como «prevención» para los que son objetos de pesquisas. Doan Van Toai nos ha dejado una descripción sobrecogedora de ese universo, que recuerda muchas de las características de los centros de detención chinos, pero peor por lo que se refiere al hacinamiento, las condiciones sanitarias, la violencia de castigos a veces mortales (en particular flagelación), también la lentitud de la instrucción. Se encierra a setenta u ochenta detenidos en una celda para veinte, y cualquier paseo está prohibido por la construcción acelerada de nuevos edificios de detención en el patio. Las celdas que datan de la época colonial son lugares cómodos en comparación con esos edificios. El clima tropical y la falta de ventilación dificultan la respiración (durante toda la jornada se turnan ante la única y minúscula abertura), los olores resultan insoportables, las enfermedades de la piel son permanentes. Hasta el agua está severamente racionada. Pero tal vez sea el secreto, a veces durante años, y la falta de cualquier contacto con la familia lo que resulta más duro de soportar. La tortura está disimulada, pero presente, lo mismo que las ejecuciones. El calabozo sanciona la menor transgresión del reglamento. Se come tan poco que, al cabo de unas pocas semanas, al final se encuentra la muerte[60].
A este cuadro de una «liberación» muy extraña, habría que añadir el calvario de cientos de miles de boat people, que huyen de la represión y la miseria, y que a menudo perecen ahogados o asesinados por los piratas. Hasta 1986 no empezó a producirse una distensión relativa: el nuevo secretario general del Partido Comunista, Nguyen Van Linh, manda liberar entonces a la mayor parte de los detenidos políticos, y cerrar en 1988 los últimos campos-moritorios de la región alta. Por fin, se promulga un primer Código penal. Sin embargo, la liberación es tímida y contradictoria, y el actual decenio está marcado por una especie de equilibrio inestable entre conservadores y reformistas. Los pruritos represivos han desalentado muchas esperanzas, aunque los arrestos ahora están controlados y son relativamente poco masivos. Numerosos intelectuales o religiosos han sido perseguidos o encarcelados. El descontento rural en el Norte ha propiciado motines violentamente reprimidos. La mayor posibilidad de distensión reside sin duda, a medio plazo, en la irrupción poco resistible de la economía privada que, como en China, permite que una parte creciente de la población escape al control del Estado y del partido. Pero, a la vez, esta tiende a transformarse en mafia especuladora y corrompida, lo que provoca una nueva forma de opresión, más trivial, colocada sobre una población más pobre todavía que en China.
Testamento de los prisioneros patriotas del Vietnam
(fragmentos).
Nosotros,
—obreros, campesinos y proletarios,
—religiosos, artistas, escritores e intelectuales patriotas actualmente detenidos en distintas cárceles del Vietnam,
queremos ante todo expresar nuestro agradecimiento más vivo a:
—todos los movimientos progresistas del mundo entero,
—todos los movimientos de lucha de trabajadores e intelectuales,
—y a todas las personas que, durante estos diez últimos años, han apoyado los movimientos de lucha por el respeto a los derechos humanos en el Vietnam, la democracia y la libertad de los vietnamitas oprimidos y explotados. (…)
El régimen penitenciario del antiguo régimen (objeto de vivísimas condenas y de severas protestas de la opinión internacional) ha sido sustituido por otro régimen concebido de forma más sutil y planificado sobre la base de crueldades y atrocidades. Cualquier relación entre el prisionero y su familia está absolutamente prohibida, incluso por correo. Debido a ello, la familia del detenido, que ignora todo sobre su suerte, está sumida en una angustia insoportable, y ante estas humillantes medidas discriminatorias debe guardar silencio por miedo a que el prisionero, mantenido así como rehén, pueda ser asesinado en cualquier momento sin que ella lo sepa. (…)
Conviene insistir en las condiciones de detención absolutamente inimaginables. Solo en la prisión Chi Hoa, la prisión oficial de Saigón, estaban encerradas bajo el antiguo régimen cerca de 8.000 personas y este hecho fue severamente condenado. Hoy, esa misma prisión se encuentra atestada por cerca de 40.000 personas. A menudo los prisioneros mueren de hambre, de falta de aire, por efecto de la tortura o se suicidan.(…)
Hay dos tipos de cárceles en Vietnam: las prisiones oficiales y los campos de concentración. Estos últimos están perdidos en la jungla, el prisionero está perpetuamente condenado en ellos a trabajos forzados, nunca es juzgado y ningún abogado puede asumir su defensa. (…)
Si es cierto que la humanidad actual retrocede con temor ante el desarrollo del comunismo y sobre todo ante la pretendida «invencibilidad» de los comunistas vietnamitas que han «vencido al todopoderoso imperialismo americano», entonces nosotros, prisioneros del Vietnam, pedimos a la Cruz Roja internacional, a las organizaciones humanitarias del mundo y a los hombres de buena voluntad que envíen urgentemente a cada uno de nosotros un comprimido de cianuro para que podamos detener nuestro sufrimiento y nuestra humillación. ¡Queremos morir ahora mismo! Ayudadnos a realizar este acto: ayudadnos a morir ahora mismo. Os quedaremos muy agradecidos.
Dado en Vietnam, desde el mes de agosto de 1975 al mes de octubre de 1977[61].
LAOS: LA POBLACIÓN EN FUGA.
Todos hemos oído hablar del drama de los boat people vietnamitas. Pero Laos, convertido en comunista siguiendo la estela de Vietnam del Sur, en 1975, conoció salidas mucho más considerables todavía, proporcionalmente hablando. Es cierto que bastaba con atravesar el río Mekong para encontrarse en Tailandia, y que la mayoría de los laosianos viven en el valle de ese río, o en sus cercanías. La longitud de su curso, y los medios represivos bastante limitados del poder hacían la salida más bien fácil. Lo cual no impide que unas 300.000 personas (el 1O por 100 de la población total) huyeran del país, entre las cuales el 30 por 100 pertenecía a la importante minoría montañesa de los H’mong (unas 100.000 personas), y sin duda el 90 por 100 de las capas intelectuales, técnicas y de los funcionarios. Es una cantidad excesiva, que merece que nos interroguemos por las causas. Solo Corea del Norte, en el Asia comunista, ha conocido probablemente, en el contexto del conflicto coreano, una proporción de salidas más considerable todavía.
Desde 1945, el destino de Laos depende estrechamente del destino de Vietnam. Los franceses primero y luego los americanos apoyaron en Laos, incluida la ayuda militar, un poder monárquico dominado por las fuerzas de derecha. Los comunistas vietnamitas reforzaron el pequeño Pathet Lao dominado por algunos comunistas locales (personalmente vinculados a Vietnam en muchos casos); siempre fue totalmente dependiente de ellos en el terreno militar. El este del país, muy poco poblado, se vio englobado directamente en la fase americana del conflicto vietnamita. Por allí pasaban las vitales pistas Hô Chi Minh: la aviación americana bombardeó sin descanso, y la CIA llegó a suscitar un poderoso movimiento armado anticomunista en una gran parte de la población H’mong. No se han detectado atrocidades notables en un conflicto por regla general poco intenso e intermitente. En 1975, los comunistas controlaban las tres cuartas partes orientales del país, pero solamente un tercio de la población. El resto, que comprendía a unos 600.000 refugiados internos (un laosiano de cada cinco), se hallaba junto al Mekong, en el oeste.
La toma del poder, en la nueva relación de fuerzas indochinas, fue pacífica: una especie de «golpe de Praga» asiático. El exprimer ministro (neutralista) Suvana Fuma se convirtió en consejero especial (escuchado) del nuevo régimen, representado por el príncipe Sufanuvong, emparentado con el derrocado rey. La nueva República Democrática Popular siguió, sin embargo, el ejemplo vietnamita: la casi totalidad de los funcionarios del antiguo régimen (unos 30.000) fueron enviados al «seminario» —o dicho en términos más reales a campos de reeducación—, muchas veces a las provincias del norte y del este, remotas, malsanas y cercanas al Vietnam. Allí permanecieron cinco años como media. Los «criminales» más redomados (oficiales del ejército y de la policía), en número de unos 3.000, fueron internados en los campos de régimen severo de las islas Nam Ngum. La antigua familia real fue detenida en 1977, y el último príncipe heredero murió detenido. Todo esto da cuenta perfectamente de las salidas del país, que a veces son auténticos dramas: en ocasiones se disparaba contra los fugitivos.
La principal originalidad en relación con el modelo vietnamita se debe, sin embargo, al mantenimiento obstinado de una guerrilla anticomunista de varios miles de combatientes, en su mayoría H’mong. Inquietaron a tal punto al poder de Vientian, alrededor de 1977, que este los hizo bombardear por la aviación. En esa ocasión se mencionaron con insistencia «lluvias amarillas» químicas o bacteriológicas, pero el hecho nunca se confirmó realmente. Lo que en cambio sí es seguro es que esa guerrilla, que proseguía la movilización H’mong durante la guerra, fue uno de los orígenes de las salidas masivas. En 1975, inmensas columnas de civiles H’mong se dirigían hacia Tailandia: hubo al menos un incidente gravísimo en esa ocasión con el ejército comunista, y, en total, los refugiados han llegado a hablar de hasta 45.000 víctimas (asesinadas o muertas de inanición) durante esos desplazamientos. Es imposible verificar esa cifra. En 1991, 55.000 laosianos, 45.000 de ellos montañeses (en su mayoría H’mong), se encontraban todavía en campos tailandeses, en espera de un destino de acogida definitivo (algunos han encontrado refugio en la Guayana francesa…).
Varias purgas (no sangrientas) han afectado asimismo a la cabeza del Estado y del partido, en 1979, cuando se produjo la ruptura con China, y en 1990, cuando algunos se vieron tentados por una evolución semejante a la de la Europa del Este. La marcha de unos 50.000 soldados vietnamitas, en 1988, y luego una liberalización económica impulsada y una reapertura de la frontera tailandesa han relajado la atmósfera. Apenas hay detenidos políticos, y la propaganda comunista se ha vuelto discreta. Pero solo unos pocos miles de refugiados han vuelto definitivamente al país del «millón de elefantes». El estrechamiento de los vínculos de un país extremadamente pobre y atrasado con esta diáspora competente y a veces acomodada es uno de los retos esenciales para el futuro del país[62].