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LA ÚLTIMA CONSPIRACIÓN

El 13 de enero de 1953 Pravda anunció el descubrimiento de una conspiración del «grupo terrorista de los médicos», compuesto inicialmente de nueve médicos conocidos y después de quince, de los cuales la mitad eran judíos. Se les acusó de haberse aprovechado de sus altas funciones en el Kremlin para «abreviar la vida» de Andrey Zhdanov, miembro del Buró político muerto en agosto de 1948, y de Aleksandr Sherbakov, muerto en 1950, y de haber intentado asesinar a importantes jefes militares soviéticos por orden del servicio de inteligencia y de una organización de asistencia judía, el American Joint Distribution Committee. Mientras que su denunciadora, la doctora Timashuk, recibía solemnemente la orden de Lenin, los acusados, debidamente interrogados, acumulaban las «confesiones». Como en 1936-1938, se celebraron millares de reuniones para exigir el castigo de los culpables, la multiplicación de las investigaciones y el regreso a una verdadera «vigilancia bolchevique». En las semanas que siguieron al descubrimiento de la «conspiración de las batas blancas», una amplia campaña de prensa reactualizó los temas de los años del gran terror, exigiendo «acabar con el descuido criminal en las filas del partido y liquidar definitivamente el sabotaje». La idea de una amplia conspiración que agrupara a intelectuales, judíos, militares, cuadros superiores del partido y de la economía y funcionarios de las repúblicas no rusas se abría camino recordando los mejores momentos de la Yezhovschina.

Como lo confirman documentos hoy accesibles sobre este asunto[1], la conspiración de las batas blancas fue un momento decisivo del estalinismo de posguerra. Señalaba a la vez la coronación de la campaña «anticosmopolita» —es decir, antisemita— desencadenada a inicios de 1949 pero cuyos primeros pasos se remontan a 1946-1947, y el probable bosquejo de una nueva purga general, de un nuevo gran terror, que solo iba a hacer abortar la muerte de Stalin, algunas semanas después del anuncio público de la conspiración. A estas dos dimensiones se añadía una tercera: la lucha entre diferentes facciones del ministerio del Interior y de la Seguridad del Estado separados desde 1946 y sometidos a reorganizaciones constantes[2]. Estos enfrentamientos en el seno de la policía política eran en sí mismos el reflejo de una lucha en la cima de los aparatos políticos donde cada uno de los herederos potenciales de Stalin se estaba colocando ya con la perspectiva de la sucesión. Además existía finalmente una tercera dimensión preocupante del «asunto»: al exhumar —ocho años después la revelación pública de los campos de exterminio nazi— el viejo fondo antisemita del zarismo combatido por los bolcheviques, el asunto subrayaba la derivación del estalinismo en su última fase.

No es este el lugar para desenredar la madeja de este asunto o, más bien, de los asuntos que convergieron hacia este momento final. Nos limitaremos, por lo tanto, a recordar brevemente los principales pasos que condujeron a esta última conspiración. En 1942, el Gobierno soviético, deseoso de presionar sobre los judíos americanos a fin de que estos impulsaran al Gobierno americano a abrir con más rapidez en Europa un «segundo frente» contra la Alemania nazi, creó un comité antifascista judeo-soviético presidido por Salomón Mijoels, el director del famoso teatro yiddish de Moscú. Algunos centenares de intelectuales judíos desplegaron una vasta actividad en el mismo: el novelista Ilia Ehrenburg, los poetas Samuel Marshak y Peretz Markish, el pianista Emile Guilels, el escritos Vassili Grossman, el gran físico Piotr Kapitza, padre de la bomba atómica soviética, etc. Rápidamente, el comité desbordó su papel de organismo de propaganda oficiosa para convertirse en aglutinador de la comunidad judía, en organismo representativo del judaísmo soviético. En febrero de 1944, los dirigentes del comité Mijoels, Fefer y Epstein, incluso dirigieron a Stalin una carta en la que le proponían instaurar una república autónoma judía en Crimea, susceptible de hacer olvidar la experiencia del «Estado nacional judío» de Birobidzhan, intentada en los años treinta y que tenía toda la apariencia de haber resultado un fracaso patente —en diez años, en esta región perdida, pantanosa y desértica del extremo oriente siberiano, en los confines de la China, ¡se habían instalado menos de 40.000 judíos![3]—.

El comité se consagró igualmente a la recogida de testimonios sobre las matanzas de judíos realizadas por los nazis y sobre los «fenómenos anormales relativos a los judíos», eufemismo que designaba las manifestaciones de antisemitismo entre la población. Ahora bien, estas eran numerosas. Las tradiciones antisemitas seguían siendo fuertes en Ucrania y en ciertas regiones occidentales de Rusia, fundamentalmente en la antigua «zona de residencia»[4] del Imperio ruso, donde los judíos habían sido autorizados a residir por las autoridades zaristas. Las primeras derrotas del Ejército Rojo revelaron la amplitud del antisemitismo popular. Como lo reconocían algunos de los informes del NKVD sobre «el estado de la moral en la retaguardia», amplios sectores de la población eran sensibles a la propaganda nazi según la cual los alemanes no hacían la guerra más que a los judíos y a los comunistas. En las regiones ocupadas por los alemanes, principalmente Ucrania, las matanzas de judíos vistas y conocidas por la población suscitaron, al parecer, poca indignación. Los alemanes reclutaron cerca de 80.000 auxiliares ucranianos, de los cuales algunos participaron en matanzas de judíos. Para contrarrestar esta propaganda nazi y movilizar el frente y la retaguardia alrededor del tema de la lucha de todo el pueblo soviético por su supervivencia, los ideólogos bolcheviques se negaron de entrada a reconocer la especificidad del holocausto. Sobre este terreno se desarrolló el antisionismo, y después el antisemitismo oficial, particularmente virulento, al parecer, en los medios del agit-prop (agitación-propaganda) del Comité central. Este departamento había redactado en agosto de 1942 una nota interna sobre «el lugar dominante de los judíos en los medios artísticos, literarios y periodísticos».

El activismo del comité no tardó en indisponer a las autoridades en su contra. Desde inicios de 1945, se prohibió publicar al poeta judío Peretz Markish. La salida del Libro negro sobre las atrocidades nazis contra los judíos fue anulada con el pretexto de que «el hilo conductor de todo el libro es la idea de que los alemanes no hicieron la guerra contra la Unión Soviética más que con el único objetivo de aniquilar a los judíos». El 12 de octubre de 1946, el ministro de Seguridad del Estado, Abakumov, envió al Comité central una nota «sobre las tendencias nacionalistas del comité antifascista judío»[5]. Deseoso por razones de estrategia internacional de proseguir entonces una política exterior favorable a la creación del Estado de Israel, Stalin no reaccionó inmediatamente. Solo después de que la Unión Soviética votó en la ONU el plan de reparto de Palestina, el 29 de noviembre de 1947, Abakumov recibió carta blanca para emprender la liquidación del comité.

El 19 de diciembre de 1947 varios de sus miembros fueron detenidos. Algunas semanas más tarde, el 13 de enero de 1948, Salomón Mijoels fue encontrado asesinado en Minsk. Según la versión oficial, habría sido víctima de un accidente de automóvil. Algunos meses más tarde, el 21 de noviembre de 1948, el comité antifascista judío fue disuelto, bajo el pretexto de que se había convertido en «un centro de propaganda antisoviético». Sus diversas publica-dones, fundamentalmente el periódico yiddish Einikait, en el cual[6] colaboraba la elite de los intelectuales judíos soviéticos, fueron prohibidas. En las semanas que siguieron, todos los miembros del comité fueron detenidos. En febrero de 1949, la prensa desencadenó una vasta campaña «anticosmopolíta». Los críticos de teatro judíos fueron denunciados por su «incapacidad para comprender el carácter nacional ruso»: «¿Qué visión puede, por lo tanto, tener un Gurvich o un Yuzovski del carácter nacional del hombre ruso soviético?», escribía Pravda el 2 de febrero de 1949. Centenares de intelectuales judíos fueron detenidos, fundamentalmente en Leningrado y en Moscú, en el curso de los primeros meses de 1949.

La revista Neva publicó recientemente un documento ejemplar de este período: la detención de los jueces del tribunal de Leningrado producida el 7 de julio de 1949 y que condenó a Achille Grigorievich Leniton, Ilia Zeilkovich Serman y Rulf Alexandrovna Zevina a diez años de campo de concentración. Los acusados fueron reconocidos culpables, entre otras cosas, de haber «criticado la resolución del Comité central sobre las revistas Zvezda y Leningrad partiendo de posiciones antisoviéticas (…), de haber interpretado las opiniones internacionales de Marx con un espíritu contrarrevolucionario, de haber alabado a los escritores cosmopolitas (…) y de haber calumniado la política del Gobierno soviético sobre la cuestión de las nacionalidades». Después de haber apelado, los acusados fueron condenados a 25 años por los jueces del Tribunal Supremo, que justificaron así su veredicto: «la pena decretada por el tribunal de Leningrado no tuvo en cuenta la gravedad del crimen cometido. (…) Los acusados, de hecho, llevaron a cabo una agitación contrarrevolucionaria utilizando los prejuicios nacionales y afirmando la superioridad de una nación sobre las otras naciones de la Unión Soviética»[7].

La destitución de los judíos fue llevada a cabo de manera sistemática, fundamentalmente en medios culturales, informativos, de prensa, editoriales, médicos, en resumen en las profesiones en las que ocupaban puestos de responsabilidad. Los arrestos se multiplicaron, afectando a los medios más diversos, ya fuera el grupo de los «ingenieros saboteadores», judíos en su mayoría, detenidos en el complejo metalúrgico de Stalino, condenados a muerte y ejecutados el 12 de agosto de 1952, o la esposa judía de Molotov, Paulina Zhemchuzhina, alto responsable de la industria textil, detenida el 21 de enero de 1949 por «pérdida de documentos que contienen secretos del Estado», juzgada y enviada a un campo de concentración por cinco años, o incluso la esposa, judía igualmente, del secretario personal de Stalin, Aleksandr Poskrebyshev, acusada de espionaje y fusilada en junio de 1952[8]. Tanto Molotov como Poskrebyshev continuaron sirviendo a Stalin como si no hubiera pasado nada.

No obstante, la instrucción del sumario contra los acusados del comité antifascista judío se dilató en el tiempo. El proceso, a puerta cerrada, no empezó hasta mayo de 1952, es decir, dos años y medio después del arresto de los acusados. ¿Por qué este retraso tan prolongado? Según la documentación, todavía fragmentaria, de la que disponemos hoy en día, se pueden avanzar dos razones para explicar la duración excepcional del período de instrucción. Stalin orquestaba entonces, siempre con el mayor de los secretos, otro asunto denominado «de Leningrado», etapa importante que debía preparar, junto con el sumario del comité antifascista judío, la gran purga final. En paralelo, procedía a una reorganización profunda de los servicios de seguridad, cuyo episodio central fue el arresto de Abakumov en julio de 1951, que estaba fundamentalmente dirigido contra el todopoderoso Beria, vicepresidente del Consejo de ministros y miembro del Buró político. El asunto del comité antifascista judío estaba imbricado con las luchas por la influencia y la sucesión en el centro del dispositivo que debía desembocar en el asunto de las batas blancas y en un segundo gran terror.

De todos los asuntos, el denominado «de Leningrado», que se solventó con la ejecución, mantenida en secreto, de los principales dirigentes de la segunda organización más importante del partido comunista de la Unión Soviética, sigue siendo el más misterioso todavía hoy. El 15 de febrero de 1949, el Buró político adoptó una resolución «sobre las acciones antipartido de Kuznetsov, Rodionov y Popkov», tres altos dirigentes del partido. Estos fueron desposeídos de sus funciones, al igual que Voznessensky, el presidente del Gosplan, el órgano de planificación del Estado, y la mayoría de los miembros del aparato del partido en Leningrado, ciudad siempre sospechosa a los ojos de Stalin. En agosto-septiembre de 1949, todos estos dirigentes fueron arrestados bajo la acusación de haber organizado un grupo «antipartido» vinculado al… servicio de inteligencia. Abakumov inició entonces una verdadera caza de los «veteranos del partido de Leningrado» instalados en puestos de responsabilidad en otras ciudades o en otras repúblicas. Centenares de comunistas de Leningrado fueron detenidos y alrededor de 2.000 expulsados del partido y despedidos de su trabajo. La represión adquirió formas sobrecogedoras, afectando a la misma ciudad incluso como entidad histórica. Así, las autoridades cerraron en agosto de 1949 el museo de Defensa de Leningrado, consagrado a la gesta heroica del cerco de la ciudad durante la «gran guerra patria». Algunos meses más tarde, Mijaíl Suslov, responsable de la ideología, fue encargado por el Comité central de crear una «comisión de liquidación» del museo, que trabajó hasta finales de febrero de 1953[9].

Los principales inculpados en el asunto de Leningrado —Kuznetsov, Rodionov, Popkov, Voznessensky, Kapustin, Lazutin— fueron juzgados a puerta cerrada el 30 de septiembre de 1950 y ejecutados al día siguiente, una hora después de pronunciado el veredicto. Todo el asunto se desarrolló en el más completo secreto. No se informó a nadie, ni siquiera a la hija de uno de los principales acusados, que, sin embargo, era la nuera de Anastas Mikoyán, ministro y miembro del Buró político. En el curso del mes de octubre de 1950, otras parodias de juicio condenaron a muerte a decenas de cuadros dirigentes del partido, habiendo pertenecido todos ellos a la organización de Leningrado: Soloviev, primer secretario del comité regional de Crimea; Badayev, segundo secretario del comité regional de Leningrado; Verbitski, segundo secretario del comité regional de Murmansk; Bassov, primer vicepresidente del consejo de ministros de Rusia, etc.[10].

¿La depuración de los «de Leningrado» fue un simple ajuste de cuentas entre facciones del partido o bien un eslabón de una cadena de asuntos que iban de la liquidación del comité antifascista judío a la conspiración de las batas blancas pasando por el arresto de Abakumov y la «conspiración nacionalista mingrelina?». La segunda hipótesis es la más probable. El asunto de Leningrado fue, sin duda, una etapa decisiva en la preparación de una gran purga, cuya señal pública se dio el 13 de enero de 1953. De manera significativa, los crímenes reprochados a los dirigentes de Leningrado caídos en desgracia enlazaban todo el asunto con los años siniestros de 1936-1938. Durante la reunión plenaria de los cuadros del partido de Leningrado en octubre de 1949, el nuevo primer secretario, Andrianov, anunció al atónito auditorio que los antiguos dirigentes habían publicado literatura trotskista y zinovievista: «en los documentos que estas gentes publicaban pasaban, subrepticiamente y de manera enmascarada, artículos de los peores enemigos del pueblo: Zinoviev, Kamenev, Trotsky y otros». Más allá de lo grotesco de la acusación, el mensaje resultaba claro para los cuadros del aparato. Todos debían prepararse para un nuevo año 1937 [11].

Tras la ejecución de los principales acusados del asunto de Leningrado en octubre de 1950, se multiplicaron las maniobras y las contramaniobras en el seno de los servicios de Seguridad y del Interior. Desconfiando de Beria, Stalin inventó una fantasmagórica conspiración nacionalista mingrelina, cuyo objetivo era unir la Mingrelia, una región de Georgia de la que Beria era precisamente originario, con Turquía. Se obligó a Beria a diezmar por sí mismo a sus «compatriotas» y a llevar a cabo una purga del partido comunista georgiano[12]. En octubre de 1951, Stalin asestó otro golpe a Beria al ordenarle detener a un grupo de viejos cuadros judíos de la seguridad y de la judicatura entre los que se encontraban el teniente coronel Eitingon, que, siguiendo las órdenes de Beria, había organizado en 1940 el asesinato de Trotsky; al general Leonid Raijman, que había participado en el montaje de los procesos de Moscú; al coronel Lev Schwarzmann, torturador de Babel y de Meyerhold, y al juez de instrucción Lev Sheinin, brazo derecho de Vyshinsky, el fiscal de los grandes procesos de Moscú de 1936-1938… Todos fueron acusados de ser los organizadores de una vasta «conspiración nacionalista judía» dirigida por… Abakumov, el ministro de Seguridad del Estado y colaborador cercano de Beria.

Abakumov había sido arrestado algunos meses antes, el 12 de julio de 1951, y recluido en secreto. Se le acusó en primer lugar de haber hecho desaparecer de manera deliberada a Jacob Etinguer, famoso médico judío detenido en noviembre de 1950 y muerto en prisión poco tiempo después. Al «eliminar» a Eitinguer, que, en el curso de su larga carrera, había dispensado sus cuidados, entre otros, a Serguei Kírov, a Sergov Ordzhonikidze, al mariscal Tujachevsky, a Palmiro Togliatti, a Tito y a Gueorgui Dimitrov, Abakumov habría intentado «impedir que fuera desenmascarado un grupo criminal formado por nacionalistas judíos infiltrados en el área más elevada del ministerio de la Seguridad del Estado». Algunos meses más tarde el mismo Abakumov fue presentado como el «cerebro» de la conspiración nacionalista judía. Así el arresto de Abakumov en julio de 1951 constituyó una etapa decisiva en el montaje de un vasta «conspiración judeo-sionista». Esta aseguraba la transición entre la liquidación todavía secreta del comité antifascista judío y la conspiración de las batas blancas que estaba llamada a convertirse en la señal pública de la purga. Así, el escenario se fue configurando durante el verano de 1951 y no a finales de 1952[13].

Del 11 al 18 de julio de 1952 se celebró, a puerta cerrada y en el mayor de los secretos, el proceso de los miembros del comité antifascista judío. Trece acusados fueron condenados a muerte y ejecutados el 12 de agosto de 1952 al mismo tiempo que otros diez «ingenieros saboteadores», todos judíos, de la fábrica de automóviles Stalin. En total, el «sumario» del comité antifascista judío dio lugar a 125 condenas, de las cuales 25 fueron a muerte, todas ejecutadas, y 100 a penas de diez a veinticinco años en un campo de concentración[14].

En el mes de septiembre de 1952 estaba preparado el escenario de la conspiración judeo-sionista. Su puesta en funcionamiento se vio retrasada algunas semanas, el tiempo que duró el XIX Congreso del PCUS, reunido finalmente en octubre de 1952, trece años y medio después del XVIII Congreso. Al final del congreso, la mayoría de los médicos judíos —cuestionada en lo que iba a convertirse públicamente en el asunto de las batas blancas— fueron detenidos, encarcelados y torturados. En paralelo a estos arrestos, por el momento mantenidos en secreto, se abría en Praga, el 20 de noviembre de 1952, el proceso de Rudolf Slansky, antiguo secretario general del partido comunista checoslovaco, y de otros trece dirigentes comunistas. Once de ellos fueron condenados a muerte y ahorcados. Una de las particularidades de esta parodia judicial, enteramente montada por los consejeros soviéticos de la policía política, fue su carácter abiertamente antisemita. Once de los catorce acusados eran judíos, y los hechos que se les imputaban giraban en torno a la constitución de un «grupo terrorista trosko-tito-sionista». La preparación de este proceso fue la ocasión para una verdadera caza de judíos en los aparatos de los partidos comunistas de la Europa del Este.

Al día siguiente de la ejecución de los once condenados a muerte del proceso Slansky, el 4 de diciembre de 1952, Stalin hizo que el Presidium del Comité central votara una resolución titulada «Sobre la situación en el ministerio de Seguridad del Estado», que ordenaba a las instancias del partido «poner fin al carácter incontrolado de los organismos de la Seguridad del Estado». La Seguridad era sentada en el banquillo. Había dado muestras de «laxismo», no había ejercido la «vigilancia», había permitido que los «médicos saboteadores» ejercieran su funesta actividad. Se había dado un paso más. Stalin contaba con utilizar el asunto de la batas blancas contra la Seguridad y contra Beria. Este, gran especialista en intrigas preparadas, no podía ignorar el sentido de lo que se preparaba.

Lo que sucedió en las semanas que precedieron a la muerte de Stalin en buena medida continúa siendo mal conocido. Detrás de la campaña «oficial» que llamaba al «reforzamiento de la vigilancia bolchevique», a la «lucha contra toda clase de descuido», detrás de los mítines y de las reuniones que pedían un «castigo ejemplar» para los «asesinos cosmopolitas» continuaban la instrucción y los interrogatorios de los médicos judíos detenidos. Cada día los nuevos arrestos proporcionaban una mayor amplitud a la conspiración.

El 19 de febrero de 1953 fue detenido Iván Maisky, el viceministro de Asuntos Exteriores, brazo derecho de Molotov y antiguo embajador de la URSS en Londres. Interrogado sin cesar, «confesó» haber sido reclutado como espía británico por Winston Churchill, al mismo tiempo que Aleksandra Kollontai, gran figura del bolchevismo, animadora en 1921 de la oposición obrera con Shliapnikov, ejecutado en 1937, y que hasta el final de la Segunda guerra mundial había sido embajadora de la URSS en Estocolmo[15].

Y sin embargo, a pesar de estos «avances» sensacionales en la instrucción de la conspiración, no se pudo impedir que se percibiera que, a diferencia de lo que había sucedido en 1936-1938, ninguno de los grandes dignatarios del régimen se comprometió públicamente, entre el 13 de enero y la muerte de Stalin, el 5 de marzo, en la campaña de denuncia del asunto. Según el testimonio de Bulganin, recogido en 1970, además de Stalin, principal inspirador y organizador, solo cuatro dirigentes «estaban comprometidos en el golpe»: Malenkov, Suslov, Riumin e Ignatiev. En consecuencia, todos los demás podían sentirse amenazados. Sin embargo, según Bulganin, el proceso de los médicos judíos debía iniciarse a mediados de marzo y proseguir con deporta-dones masivas de judíos soviéticos hacía Birobidzhan[16]. En el estado actual de los conocimientos y de la accesibilidad todavía muy limitada a los archivos presidenciales, donde se han conservado los expedientes más secretos y los más «sensibles», es imposible saber si un plan semejante de deportación masiva de los judíos estaba siendo sometido a estudio a inicios de 1953. Una sola cosa es segura: la muerte de Stalin se produjo en un punto concreto para interrumpir finalmente la lista de los millones de víctimas de su dictadura.

El libro negro del comunismo
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