«La Rusia inocente se retorcía de dolor / bajo las botas ensangrentadas / bajo las ruedas negras de los furgones celulares», escribe, en aquellos tiempos, la poetisa Ana Ajmátova, cuyo hijo estaba en prisión (Réquiem). Estos «cuervos negros», como los llamaban los moscovitas, trasladaban a los presos de la Lubianka hasta las cárceles de Lefortovo o de Butyrka, a veces camuflado en automóviles para el reparto de pan