En comparación con los comunismos europeos, los de Asia tienen tres especificidades primordiales. Salvo Corea del Norte, ocupada por los soviéticos en agosto de 1945, nacieron esencialmente de sus propios esfuerzos, y de ellos extrajeron (incluido Pyongyang, debido a la guerra de Corea) la capacidad de construir unos sistemas políticos independientes, anclados en su propio pasado tanto como en el marxismo-leninismo de origen soviético, y fuertemente marcados de nacionalismo. Laos es una excepción. Su inferioridad es demasiado evidente frente al «hermano mayor» vietnamita. En segundo lugar, en el momento en que escribimos, siguen en el poder, incluido en Camboya, al precio de grandísimas concesiones. Lo cual implica en última instancia que los archivos esenciales no se han abierto todavía, a excepción de los que afectan al período de Pol Pot, en Camboya, y que aún se se encuentran en un estado de examen muy incipiente; y a excepción de los de la Komintem, en Moscú, que por desgracia callan mientras esté en el poder uno solo de los comunismos asiáticos.
El conocimiento de estos regímenes y de su pasado, sin embargo, ha progresado de manera notable desde hace una decena de años. Por un lado, ahora es relativamente fácil dirigirse a China, Vietnam, Laos o Camboya, viajar hasta esos países y realizar investigaciones en ellos. Por otro, están disponibles fuentes de gran interés (en algunos casos, ya lo estaban antes): medíos de comunicación oficiales (incluidas las escuchas radiosintetizadas por diversos organismos occidentales), y muy especialmente la prensa regional, publicación de recuerdos de antiguos dirigentes, testimonios escritos de refugiados en el extranjero, testimonios orales recogidos en el país —en Asia, los grandes dramas no son tan antiguos—. Por razones de política interior, las autoridades de Phnom Penh animan incluso a hablar mal del período de Pol Pot, y las de Pekín a denunciar los horrores de la Revolución Cultural. Pero los debates en la cumbre siguen siendo inaccesibles: por ejemplo, seguimos sin saber por qué y de qué forma murió en 1971 el «sucesor designado» de Mao, el mariscal Lín Bíao. Esta apertura selectiva ha implicado efectos perversos: disponemos de extraordinarios relatos y de algunas buenas monografías locales o sectoriales sobre la Revolución Cultural, pero las intenciones de Mao siguen siendo bastante misteriosas, y sobre todo las purgas de los años cincuenta (tanto en China como en Vietnam) o el «gran salto» adelante todavía están muy poco estudiadas: sería arriesgado cuestionar los fundamentos mismos de unos regímenes que siguen controlando el poder. Lo que ocurrió en los campos de concentración más vastos y más asesinos de China, en el oeste del país, sigue siendo casi desconocido. Conocemos mucho mejor, globalmente, el destino de los mandos comunistas y de los intelectuales reprimidos que el de «la gente corriente», que forma la mayoría de las víctimas: no es fácil evitar la ilusión óptica. Añadamos que Corea del Norte, último comunismo «duro» auténtico, sigue obstinadamente cerrada, y que, hasta hace poquísimo tiempo, eran muy pocos los que huían de él. Los razonamientos que vienen a continuación mantendrán, por tanto, de forma inevitable, el carácter de primeras aproximaciones, muy inseguras, incluidos tanto los datos básicos como el número de las víctimas. No obstante, las finalidades y los métodos de los sistemas comunistas de Extremo Oriente no dejan lugar a dudas demasiado grandes…