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LA KOMINTERN EN ACCIÓN

por
STEPHANE COURTOIS Y JEAN-LOUIS PANNÉ

Nada más acceder al poder, Lenin soñó con extender el ardor revolucionario primero a Europa y luego a todo el mundo. Este sueño respondía al famoso lema del Manifiesto del Partido Comunista de Marx, de 1848: «Proletarios del mundo, uníos». Y al mismo tiempo provenía de una necesidad imperiosa: la revolución bolchevique no podría mantenerse en el poder y extenderse si no era protegida, sostenida y relevada por otras revoluciones en los países más avanzados —Lenin pensaba principalmente en Alemania, que tenía un proletariado muy organizado y una formidable capacidad industrial—. Muy pronto, esta necesidad coyuntural se transformó en un auténtico proyecto político: la revolución mundial.

Por el momento, los acontecimientos parecieron darle la razón al dirigente líder bolchevique. La disgregación de los imperios alemán y austro-húngaro, como consecuencia de la derrota militar de 1918, provocó en Europa una conmoción política, acompañada de una gran agitación revolucionaria. Incluso antes de que los bolcheviques hubieran podido tomar cualquier iniciativa que no fuera verbal y propagandística, la revolución surgía de forma espontánea tras la derrota alemana y austro-húngara.

LA REVOLUCIÓN EN EUROPA. Alemania fue el primer país afectado, incluso antes de la capitulación, con una sublevación general de la flota de guerra. El fracaso del Reich y la aparición de una república dirigida por los socialdemócratas, no pudieron evitar algunos violentos sobresaltos procedentes tanto del ejército, la policía y los grupos ultranacionalistas como de los revolucionarios admiradores de la dictadura bolchevique.

En diciembre de 1918, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht publicaban en Berlín el programa del grupo Espartaco, el cual, algunos días más tarde, abandonó el partido Socialdemócrata Independiente para fundar, uniéndose con otras organizaciones, el partido Comunista Alemán (KPD). Desde principios de enero de 1919, los espartaquistas, dirigidos por Karl Liebknecht —que rechazaba la idea de la elección de una asamblea constituyente, al ser mucho más extremista que Rosa Luxemburgo[1] y seguir el modelo leninista—, intentaron en Berlín una insurrección que fue aplastada por los militares a las órdenes del Gobierno socialdemócrata. Los dos dirigentes fueron detenidos y asesinados el 15 de enero. Lo mismo ocurrió en Baviera, donde, el 13 de abril de 1919, un dirigente del KPD, Eugen Leviné, presidió una República de los Consejos, nacionalizó los bancos y comenzó a organizar un ejército rojo. Esta comuna de Munich fue aplastada por los militares el 30 de abril, y Leviné, detenido el 13 de mayo, fue juzgado y condenado a muerte por un tribunal militar, y fusilado el 5 de julio.

El ejemplo más conocido de este impulso revolucionario es el de Hungría, una Hungría vencida que no admitía la pérdida de Transilvania impuesta por los aliados vencedores[2]. Fue el primer caso en el que los bolcheviques pudieron exportar su revolución. A principios de 1918, el partido bolchevique había reagrupado en su seno a todos los simpatizantes que no eran rusos en una federación de grupos comunistas extranjeros. Así pues, existía en Moscú un grupo húngaro, formado en su mayor parte por antiguos prisioneros de guerra, que, en octubre de 1918, envió a una veintena de sus miembros a Hungría. El 4 de noviembre, se fundó en Budapest el Partido Comunista de Hungría (PCH), muy pronto dirigido por Béla Kun. Prisionero de guerra, Kun se había incorporado con entusiasmo a la revolución bolchevique y había llegado a convertirse en presidente de la federación de grupos extranjeros en abril de 1918. Al llegar a Hungría en noviembre acompañado de 80 militan­ tes, fue elegido para dirigir el partido. Se calcula que entre finales de 1918 y principios de 1919llegaron a Hungría de 200 a 300 «agitadores» y agentes secretos. Gracias al apoyo económico de los bolcheviques, los comunistas húngaros pudieron extender su propaganda y aumentar su influencia.

El periódico oficial de los socialdemócratas, el Nepszava (La Voz del Pueblo), totalmente contrario a los bolcheviques, fue atacado el 18 de febrero de 1919 por una multitud de parados y soldados movilizados por los comunistas, que tenían la intención de apoderarse de él o de destruir su imprenta. La poli­ cía intervino y se produjeron ocho muertos y un centenar de heridos. Esa misma noche, Béla Kun y su Estado Mayor fueron detenidos. En la prisión central, los detenidos fueron apaleados por los agentes de policía que querían vengar la muerte de sus compañeros en el asalto del Nepszava. El presidente húngaro, Miguel Karolyi, envió a su secretario a informarse del estado de salud del dirigente comunista, quien, a partir de entonces, se benefició del régimen liberal de Karolyi, lo que le permitió continuar sus acciones e invertir muy pronto la situación. El 21 de marzo, estando todavía en prisión, obtuvo un gran triunfo: la fusión del PCH y del Partido Socialdemócrata. Al mismo tiempo, la dimisión del presidente Karolyi abría el camino a la proclamación de la República de los Consejos, a la liberación de los comunistas encarcela­ dos y a la organización, siguiendo el modelo bolchevique, de un consejo de Estado revolucionario constituido por los comisarios del pueblo. Esta República duró 133 días, desde el 21 de marzo hasta el 1 de agosto de 1919.

Ya en su primera reunión, los comisarios decidieron crear unos tribunales revolucionarios cuyos jueces fueran elegidos por el pueblo. En constante contacto telegráfico con Budapest a partir del 22 de marzo (218 mensajes intercambiados), Lenin, a quien Béla Kun había saludado como jefe del proletariado mundial, aconsejó fusilar a los socialdemócratas y a «los pequeños burgueses ». En su discurso del 27 de marzo de 1919 a los obreros húngaros justificaba de este modo este empleo del terror: «Esta dictadura [del proletariado] exige el ejercicio de una violencia implacable, pronta y decidida, con el fin de acabar con la oposición de los explotadores, de los capitalistas, de los grandes hacendados y de sus secuaces. Quien no haya comprendido esto no es un revolucionario». Pronto, los comisarios de Comercio, Matyas Rakosi, y de Asuntos Económicos, Eugen Varga, así como el dirigente de los tribunales populares, pe¡¡dieron las simpatías de los comerciantes, los empleados y los abogados. Una proclama fijada en las paredes resumía el espíritu del momento: «¡En el Estado del proletariado, solo los que trabajan tienen derecho a vivir! ». El trabajo se convirtió en obligatorio, las empresas de más de veinte obreros fueron expropiadas, luego las de diez e incluso las de número inferior.

El ejército y la policía fueron disueltos y se creó un nuevo ejército formado por voluntarios firmemente revolucionarios. Enseguida se organizó un «comando de terror del consejo revolucionario del gobierno», conocido también con el nombre de «muchachos de Lenin». Asesinaron a una decena de personas entre las que se encontraban un joven alférez de la marina, Ladislas Dobsa, antiguo primer subsecretario de Estado y su hijo, director de ferrocarriles, y tres oficiales de policía. Los «muchachos de Lenin» estaban a las órdenes de un antiguo marino, József Czerny, que los reclutaba entre los comunistas más radicales, en su mayor parte antiguos prisioneros de guerra que habían participado en la Revolución rusa. Czerny se alió a Szamuely, el dirigente comunista más radical, oponiéndose a Béla Kun, quien llegó a proponer la disolución de los «muchachos de Lenin». Como respuesta, Czerny reunió a sus hombres y les ordenó tomar la Casa de los soviets donde Béla Kun recibió el apoyo del socialdemócrata József Haubrich, comisario del pueblo adjunto de la Guerra. Finalmente se llevó a cabo una negociación, y los hombres de Czerny aceptaron incorporarse al comisariado del pueblo para Interior o unirse al ejército optando la mayoría por esta última posibilidad.

Al frente de una veintena de «muchachos de Lenin», Tibor Szamuely se dirigió a Szolnok, primera ciudad ocupada por el ejército rojo húngaro, y mandó ejecutar a varias personalidades acusadas de colaborar con los rumanos, considerados como enemigos desde un punto de vista nacional (por el asunto de Transilvania) y político (el régimen rumano era contrario al bolchevismo). Un judío, estudiante de instituto, que acudió a solicitar el indulto para su padre, fue ejecutado por haber llamado a Szamuely «bestia salvaje». El jefe del ejército ruso intentó en vano refrenar el ardor terrorista de Szamuely, quien, con un tren que había requisado, circulaba por toda Hungría colgando a los campesinos que se oponían a las medidas de colectivización. Acusado de haber cometido ciento cincuenta asesinatos, su adjunto József Kerekes confesaría más tarde haber fusilado a cinco personas y colgado con sus propias manos a otras. No se sabe a ciencia cierta el número exacto de ejecuciones. Arthur Koestler sostiene que fueron menos de 500[3]. Sin embargo, añade: «No niego que el comunismo en Hungría degeneró, con el tiempo, en un estado totalitario y policial, al seguir obligatoriamente el ejemplo de su modelo ruso. Pero esta certeza, recientemente adquirida, no disminuye en nada el ardor lleno de esperanza de los primeros días de la revolución …». Los historiadores atribuyen a los «muchachos de Lenin» 80 de las 129 ejecuciones contabilizadas, pero probablemente habría que incluir algunos centenares más.

Al aumentar la oposición y degradarse la situación militar frente a las tropas rumanas, el Gobierno revolucionario llegó a recurrir al antisemitismo. Un cartel denunció a los judíos porque se negaban a ir al frente: «¡Si no quieren dar su vida por la sagrada causa de la dictadura del proletariado hay que exterminarles! ». Béla Kun ordenó desvalijar a 5.000 judíos polacos que habían ido a buscar provisiones en Hungría. Sus bienes fueron confiscados y a ellos se les expulsó. Los radicales del PCH pidieron que Szamuely tomara las riendas. Reclamaban igualmente un «san Bartolomé rojo», como si esa fuera la única manera de frenar la degradación de la situación en la República de los Consejos. Czerny intentó reorganizar a sus «muchachos de Lenin». A mediados de julio, apareció un llamamiento en el Nepszava: «Pedimos a los antiguos miembros del comando terrorista, a todos aquellos que, tras su disolución, han sido desmovilizados, que se presenten para su reincorporación ante József Czerny…». Al día siguiente se publicó un desmentido oficial: «Advertimos que es imposible la reconstitución de los antiguos "muchachos de Lenin". Han cometido fechorías tan graves para el honor proletario, que se excluye su nuevo alistamiento al servicio de la República de los Consejos».

Las últimas semanas de la comuna de Budapest fueron caóticas. Béla Kun tuvo que hacer frente a un intento de alzamiento contra él, probablemente propuesto por Szamuely, y el 1 de agosto abandonó Budapest bajo la protección de la misión militar italiana; en el verano de 1920 se refugió en la URSS donde, nada más llegar, fue nombrado comisario político del Ejército Rojo en el frente sur. Allí se hizo célebre al ordenar ejecutar a los oficiales de Wrangel que se habían rendido para salvar la vida. Szamuely intentó pasar a Austria, pero, después de ser detenido el 2 de agosto, se suicidó[4].

KOMINTERN Y GUERRA CIVIL. En la misma época en la que Béla Kun y sus camaradas intentaban establecer una segunda República de los Soviets, Lenin tomó la iniciativa de crear una organización internacional capaz de llevar la revolución al mundo entero. La Internacional comunista —llamada también Komintern o la III Internacional— fue fundada en Moscú en marzo de 1919 y en principio se presentó como una rival de la Internacional obrera socialista (la II Internacional, creada en 1889). Sin embargo, el congreso fundacional de la Komintern respondía más a unas necesidades propagandísticas urgentes y al intento de captar los movimientos espontáneos que sacudían a Europa, que a una auténtica capacidad de organización. Pero la Komintern no fue realmente fundada hasta que se celebró su II Congreso, en el verano de 1920, en el que se adoptaron las 21 condiciones de admisión a las que debían someterse los socialistas que deseaban unirse, integrándose así en una organización extremadamente centralizada —«el estado mayor de la revolución mundial »— en la que el partido bolchevique tenía ya una gran importancia debido a su prestigio, su experiencia y su poder estatal (en particular financiero, militar y diplomático).

En principio, la Komintern fue concebida por Lenin como un instrumento más de subversión internacional —al igual que el Ejército Rojo, la diplomacia, el espionaje, etc.—, y su doctrina política fue exactamente igual a la de los bolcheviques: había llegado el momento de sustituir el arma de la crítica por la crítica de las armas. El manifiesto adoptado en el II Congreso anunciaba con orgullo: «La Internacional comunista es el partido internacional de la insurrección y de la dictadura del proletariado». En consecuencia, la tercera de las veintiuna condiciones decretaba: «En casi todos los países de Europa y de América, la lucha de clases entra en el período de guerra civil. En estas condiciones los comunistas no pueden fiarse de la legalidad burguesa. Es su deber crear en todas partes, paralelamente a la organización legal, un organismo clandestino capaz de cumplir su deber para con la revolución en el momento decisivo». El «momento decisivo» era la insurrección revolucionaria; y el «deber para con la revolución», era la obligación de lanzarse a la guerra civil. Una política que no estaba reservada solo para los países sometidos a dictaduras sino que también se aplicaba a los países democráticos, fueran monarquías constitucionales o repúblicas.

La duodécima condición especificaba las necesidades de organización relacionadas con la preparación de esta guerra civil: «En este momento de guerra civil encarnizada, el Partido Comunista solo podrá cumplir su función si se organiza de la forma más centralizada posible, si admite una disciplina rígida que raye en la disciplina militar y si su organismo central está provisto de amplios poderes y ejerce una autoridad indiscutible, gracias a la confianza unánime de los militantes». La trigésima condición consideraba el caso de los militantes que no fueran «unánimes»: «Los partidos comunistas (…) deben proceder a depuraciones periódicas de sus organizaciones, con el fin de apartar a los elementos interesados y pequeño-burgueses».

En el III Congreso, que tuvo lugar en Moscú en junio de 1921 con la participación de numerosos partidos comunistas ya constituidos, las orientaciones eran todavía más concretas. La «tesis sobre la táctica» señalaba: «El Partido Comunista debe inculcar en todas las capas del proletariado, por medio de los hechos y de la palabra, la idea de que todo conflicto económico o político puede, si se da un cúmulo de circunstancias favorables, transformarse en guerra civil, durante la cual la misión del proletariado será apoderarse del poder político». Y las «tesis sobre la estructura, los métodos y la acción de los partidos comunistas» precisaban con detalle los temas de la «sublevación revolucionaria abierta» y de «la organización de combate» que cada partido comunista debía crear secretamente en su seno. Las tesis especificaban que este trabajo preparatorio era indispensable «ya que no era el momento de formar un ejército rojo regular».

De la teoría a la práctica, solo había un paso, y se dio en marzo de 1921 en Alemania, donde la Komintern proyectaba una acción revolucionaria de envergadura bajo la dirección de… Béla Kun, elegido entretanto miembro del Presidium de la Komintern. Puesta en marcha cuando los bolcheviques reprimían la comuna de Kronstadt, «la acción de marzo», verdadero intento insurreccional llevado a cabo en Sajonia, fracasó a pesar de los violentos procedimientos utilizados, como el atentado con dinamita contra el tren rápido Halle-Leipzig. Este fracaso tuvo como consecuencia una primera depuración en las filas de la Komintern. Paul Lévi, uno de los fundadores y presidente del KPD, fue apartado por haber criticado lo que él consideraba como aventurerismo. Ya bajo la influencia impuesta del modelo bolchevique, los partidos comunistas —que, desde un punto de vista «institucional », no eran más que secciones nacionales de la Internacional— caían cada vez más bajo la subordinación (precedente de la sumisión) política y organizativa de la Komintern: esta zanjaba los conflictos y decidía, en última instancia, la línea política de cada uno de ellos. Esta tendencia «a la insurrección » que debía mucho a Grigori Zinoviev fue criticada por el mismo Lenin. Pero este, dando la razón en el fondo a Paul Lévi, entregó la dirección del KPD a sus adversarios. El poder del aparato de la Komintern quedaba así reforzado.

En enero de 1923, las tropas francesas y belgas ocuparon el Ruhr para imponer a Alemania el pago de las reparaciones previstas por el Tratado de Versalles. Unas de las consecuencias concretas de esta ocupación militar fue provocar un acercamiento entre nacionalistas y comunistas contra el «imperialismo francés»; otra fue poner en marcha la resistencia pasiva de la población con el apoyo del Gobierno. La situación económica, ya inestable, se degradaba radicalmente; la moneda se hundía y, en agosto, ¡un dólar valía 13 millones de marcos! Se sucedieron huelgas, manifestaciones y tumultos. El 13 de agosto, en un clima revolucionario, cayó el Gobierno de Wilhelm Cuno.

En Moscú, los dirigentes de la Komintern pensaron que era posible un nuevo octubre. Una vez superadas las luchas entre los dirigentes para ver quien se pondría al frente de esta segunda revolución, Zinoviev o Stalin, la Komintern pasó a organizar seriamente la insurrección armada. Se enviaron a Alemania agentes secretos (August Guralski, Matyas Rakosi), acompañados por especialistas en la guerra civil (entre ellos el general Aleksandr Skoblewski, alias Goriev). La insurrección se apoyaría en los gobiernos obreros, formados por socialdemócratas de izquierda y comunistas, que se preparaban para conseguir armas en cantidad suficiente. Enviado rápidamente a Sajonia, Rakosi pensaba hacer saltar un puente de la línea férrea que unía la provincia con Checoslovaquia, con el fin de provocar la intervención de esta y aumentar así la confusión.

La acción debía iniciarse en el aniversario del alzamiento bolchevique. La agitación se apoderó de Moscú, que creyendo en una victoria segura, movilizó al Ejército Rojo en su frontera occidental, preparado para acudir en ayuda de la insurrección. A mediados de octubre, los dirigentes comunistas entraron en las gobiernos de Sajonia y de Turingia, con la consigna de reforzar las milicias proletarias (varios centenares) compuestas en un 25 por 100 de obreros socialdemócratas y en un 50 por 100 de comunistas. Pero el 13 de octubre, el Gobierno de Gustav Stresemann decretó el estado de excepción en Sajonia, desde entonces bajo su control directo, para apoyar la intervención de la Reichswehr. A pesar de esto, Moscú invitó a los obreros a armarse y, a su regreso a Moscú, Heinrich Brandler decidió convocar una huelga general el 21 de octubre, aprovechando una conferencia de las organizaciones obreras en Chemnitz. Esta maniobra fracasó, al negarse los socialdemócratas de izquierda a seguir a los comunistas. Estos últimos decidieron entonces dar marcha atrás, pero, por problemas en la transmisión, la información no llegó a los comunistas de Hamburgo. El día 23 por la mañana, la insurrección estalló en Hamburgo: los grupos de combate comunistas (de 200 a 300 hombres) atacaron los puestos de policía. Sin embargo, los insurrectos no pudieron alcanzar sus objetivos. La policía, junto con la Reichswehr, contraatacó y, después de treinta y una horas de combates, la sublevación de los comunistas de Hamburgo, totalmente aislada, fue vencida. No había tenido lugar un segundo octubre, tan esperado en Moscú. No obstante, el M-Apparat siguió siendo hasta los años treinta una estructura importante del KPD, perfectamente descrita por uno de sus jefes, Jan Valtin, cuyo verdadero nombre era Richard Krebs[5].

La República de Estonia fue, después de Alemania, el escenario de un nuevo intento insurrecciona!. Era la segunda agresión padecida por este pequeño país. El 27 de octubre de 1917, un consejo de soviets había tomado el poder en Tallin (Reval), disuelto la asamblea y anulado las elecciones desfavorables a los comunistas. Pero ante la presencia del cuerpo expedicionario alemán, los comunistas se batieron en retirada. Justo antes de la llegada de los alemanes, los estonios habían proclamado su independencia el 24 de febrero de 1918. La ocupación alemana duró hasta noviembre de 1918. Como consecuencia de la derrota del Kaiser, las tropas alemanas se vieron obligadas a su vez a retirarse; inmediatamente los comunistas volvieron a tomar la iniciativa: el 18 de noviembre, se constituyó un Gobierno en Petrogrado y dos divisiones del Ejército Rojo invadieron Estonia. El objetivo de esta ofensiva quedaba claramente explicado en el periódico Severnaya Kommuna (La Comuna del Norte): «Debemos construir un puente que una la Rusia de los soviets con la Alemania y la Austria proletarias. (…) Nuestra victoria unirá las fuerzas revolucionarias de la Europa occidental con las de Rusia. Dará una fuerza irresistible a la revolución social universal»[6]. En enero de 1919, las tropas soviéticas, que habían llegado a treinta kilómetros de la capital, fueron detenidas por un contraataque estonio. Su segunda ofensiva fracasó igualmente. El 2 de febrero de 1920, los comunistas rusos reconocieron la independencia de Estonia en virtud de la Paz de Tartu. Los bolcheviques se habían dedicado a realizar matanzas en las localidades que habían ocupado: el 14 de enero de 1920, en Tartu, la víspera de su retirada, asesinaron a 250 personas, y a más de 1.000 en el distrito de Rakvere. Durante la liberación de Wesenberg, llevada a cabo el 17 de enero, se abrieron tres fosas, en las que fueron encontrados 86 cadáveres. Los rehenes fusilados el 26 de diciembre de 1919 en Dorpad habían sido torturados, les habían roto los brazos y las piernas, y algunos tenían los ojos arrancados. El 14 de enero, justo antes de su huida, los bolcheviques solo tuvieron tiempo de ejecutar a 20 personas, entre ellas al arzobispo Platon, de las 200 que retenían prisioneras. Asesinadas a hachazos y garrotazos —se encontró a un oficial con sus charreteras clavadas en el cuerpo—, las víctimas resultaban difícilmente identificables.

Los soviéticos vencidos no renunciaron a obligar al pequeño Estado a caer dentro de su órbita. En abril de 1924, en el transcurso de las conversaciones secretas mantenidas en Moscú con Zinoviev, el Partido Comunista Estonio decidió la preparación de una insurrección armada. Los comunistas organizaron cuidadosamente equipos de combate estructurados en compañías (un millar de hombres organizados en otoño) y empezaron el trabajo de desmoralización del ejército. Estaba previsto desencadenar la insurrección y luego apoyarla con una huelga. El Partido Comunista Estonio, que contaba con cerca de 3.000 miembros y sufría una severa represión, intentó tomar el poder en Tallin el 1 de diciembre de 1924 para proclamar una República soviética cuyo principal papel sería solicitar enseguida su adhesión a la Rusia soviética, para justificar así el envío del Ejército Rojo. El golpe fracasó ese mismo día. «Las masas obreras (…) no apoyaron activamente a los insurrectos contra la contrarrevolución. La clase obrera de Reval, en su conjunto, permaneció como simple espectadora»[7]. Jan Anvelt, que dirigía la operación, logró huir a la URSS. Funcionario de la Komintern durante años, desapareció durante las purgas[8] .

Después de Estonia, la acción se llevó a Bulgaria. En 1923, este país había conocido graves desórdenes. Aleksandr Stamboliski, que dirigía la coalición formada por los comunistas y por su propio partido, el Partido Agrario, había sido asesinado en junio de 1923 y sustituido al frente del Gobierno por Aleksandr Tsankov, que recibió el apoyo del ejército y de la policía. En septiembre, los comunistas promovieron una insurrección que duró una semana antes de ser duramente reprimida. A partir de abril de 1924, cambiaron de táctica y recurrieron a la acción directa y a los asesinatos. El 8 de febrero de 1925, el ataque a la subprefectura de Godetch se saldó con cuatro muertos. El 11 de febrero fue asesinado en Sofía el diputado Nicolas Mileff, director del periódico Slovet y presidente del sindicato de periodistas búlgaros. El 24 de marzo, un manifiesto del Partido Comunista Búlgaro (BKP) anunció con antelación la inevitable caída de Tsankov, desvelando así la relación entre la acción terrorista y los objetivos políticos de los comunistas. A principios de abril, el rey Alejandro I sufrió un intento de atentado, y el día 15, el general Kosta Gueorguiev, uno de sus allegados, fue asesinado.

A continuación se produjo el episodio que más conmoción causó en estos años de violencia política en Bulgaria. El 17 de abril, durante los funerales por el general Gueorguiev en la catedral de los Siete Santos de Sofía, una terrible explosión provocó el hundimiento de la bóveda: murieron 140 personas, entre las que se encontraban 14 generales, seis oficiales superiores y tres diputados. Según Víctor Serge, el atentado había sido organizado por la sección militar del Partido Comunista. Los presuntos autores del atentado, Kosta Iankov e Ivan Minkov, dos de los dirigentes de esta organización, murieron luchando cuando les intentaban detener.

El atentado permitió justificar una represión feroz: 3.000 comunistas fueron detenidos y tres de ellos ahorcados públicamente. Algunos miembros del aparato de la Komintern hicieron responsable de este atentado al jefe de los comunistas búlgaros, Gueorgui Dimitrov, que dirigía clandestinamente el partido desde Viena. En diciembre de 1948 reivindicó su responsabilidad y la de su organización militar ante los delegados del V Congreso del Partido búlgaro. Según otras fuentes, el cerebro del atentado de la catedral era Meir Trilisser, jefe de la sección extranjera de la Cheka y luego vicepresidente de la GPU, condecorado en 1927 con la Orden de la Bandera Roja por los servicios prestados[9]. En los años treinta, Trilisser fue uno de los diez secretarios de la Komintern, asegurando un control permanente de esta en nombre del NKVD.

Después de estos fracasos en Europa, la Komintern, bajo el impulso de Stalin, descubrió un nuevo campo de batalla: China, hacia la que orientó todos sus esfuerzos. En plena anarquía, destrozada por las guerras intestinas y por los conflictos sociales, pero con un gran espíritu nacionalista, el inmenso país parecía estar maduro para una revolución «antiimperialista». En el otoño de 1925, los alumnos chinos de la universidad comunista de los trabajadores del Oriente (KUTV), fundada en abril de 1921, fueron reunidos en la universidad Sun-Yat-Sen.

Debidamente dirigido por responsables de la Komintern y de los servicios soviéticos, el Partido Comunista Chino, que aún no estaba dirigido por Mao Zedong, se alió en 1925-1926 con el Partido Nacionalista, el Kuomintang, y con su jefe, el joven general Shiang Kai-Shek. La táctica elegida por los comunistas consistía en tomar el Kuomintang para convertirlo en una especie de caballo de Troya de la revolución. Mijaíl Borodín, agente de la Komintern, llegó a ocupar el puesto de consejero del Kuomintang. El ala izquierda del Partido Nacionalista, que apoyaba totalmente la política de colaboración con la Unión Soviética, consiguió apoderarse de su dirección en 1925. Los comunistas incrementaron entonces su propaganda, favoreciendo la agitación social y reforzando su influencia hasta dominar el II Congreso del Kuomintang. Pero pronto apareció un obstáculo ante ellos: Shiang Kai-shek, inquieto por la continua expansión de la influencia comunista. Llegó a sospechar, y con razón, que los comunistas querían eliminarlo. Anticipándose a ellos, Shiang proclamó la ley marcial el 12 de marzo de 1926, mandó detener a los miembros comunistas del Kuomintang e incluso a los consejeros militares soviéticos —todos ellos serían liberados unos días más tarde—, apartó al dirigente del ala izquierda de su partido e impuso un pacto de ocho puntos destinado a limitar las prerrogativas y la acción de los comunistas en el seno del Kuomintang. A partir de ese momento, Shiang se convirtió en el jefe indiscutible del ejército nacionalista. Borodín, tomando nota de la nueva relación de fuerzas, lo aceptó.

El 7 de julio de 1926, Shiang Kai-shek, que se beneficiaba de una importante ayuda material procedente de los soviéticos, lanzó a los ejércitos nacionalistas a conquistar el norte de China aún en poder de los «señores de la guerra». El día 29 proclamó de nuevo la ley marcial en Cantón. Las zonas rurales de Hunan y de Hubei se hallaban dominadas por una especie de revolución agraria que, por su propia dinámica, cuestionaba la alianza entre los comunistas y los nacionalistas. En la gran metrópolis industrial que ya era entonces Shanghai, los sindicatos promovieron una huelga general al acercarse el ejército. Los comunistas, entre ellos Zhou Enlai, hicieron un llamamiento a la insurrección, contando con la entrada inminente del ejército nacionalista en la ciudad. Pero la sublevación del 22-24 de febrero de 1927 fracasó y los huelguistas fueron ferozmente reprimidos por el general Li Baozhang.

El 21 de marzo, una nueva huelga general aún más masiva y una nueva insurrección acabaron con los poderes establecidos. Una división del ejército nacionalista, cuyo general había sido convencido para que interviniera, entró en Shanghai. Shiang no tardó en llegar a la ciudad, decidido a volver a ocuparse de la situación. No le fue difícil conseguir su objetivo, pues Stalin, obnubilado por el carácter «antiimperialista» de la política de Shiang y de su ejército, ordenó a finales de marzo abandonar las armas y unirse en un frente común con el Kuomintang. Pero el 12 de abril de 1927, Shiang reprodujo en Cantón la operación de Shanghai: los comunistas fueron perseguidos y asesinados.

Sin embargo, Stalin cambió de política en el peor momento: para no perder su reputación ante las críticas de la oposición[10], envió en agosto a dos agentes «personales», Vissarion Lominadze y Heinz Neumann, para relanzar un movimiento insurreccional, después de haber roto su alianza con el Kuomintang. A pesar del fracaso de la «revuelta de las cosechas de otoño» orquestada por los dos enviados de Stalin, estos persistieron hasta lograr desencadenar una insurrección en Cantón «para enviar a su jefe un comunicado anunciando la victoria» (Boris Suvarin), en el mismo momento en que se reunía el XV Congreso del Partido bolchevique que excluiría a los miembros de la oposición. La maniobra reflejaba hasta qué grado de desprecio por la vida humana habían llegado muchos bolcheviques, incluso cuando se trataba de la vida de sus propios partidarios. La disparatada comuna de Cantón es un ejemplo de ello, pero en su esencia no se diferencia apenas de las acciones terroristas cometidas en Bulgaria unos años antes.

Así pues, varios miles de insurrectos se enfrentaron durante cuarenta y ocho horas a unas tropas cinco o seis veces superiores en número. La comuna china no había sido bien preparada: al armamento insuficiente se añadía un contexto político desfavorable, al mantenerse los obreros cantoneses en una prudente expectativa. En la noche del lO de diciembre de 1927, las tropas leales tomaron posiciones en los lugares de reunión previstos por los guardias rojos. Como en Hamburgo, los insurrectos se beneficiaron de esta iniciativa, pero, rápidamente, desapareció esta ventaja. La proclamación de una «República soviética» en la mañana del 12 de diciembre no encontró ningún eco entre la población. Las fuerzas nacionalistas contraatacaron esa misma tarde. A los dos días, la bandera roja que ondeaba en la prefectura de policía era retirada por las tropas victoriosas. La represión fue salvaje. Hubo miles de muertos.

La Komintern aprendería de esa experiencia, pero le era imposible abordar los problemas políticos de fondo. Una vez más, el uso de la violencia fue justificado contra viento y marea, en unos términos que mostraban cómo había calado en los mandos comunistas la cultura de la guerra civil. En La insurrección armada se puede leer esta cita de una tremenda autocrítica, de la que se extraen conclusiones claras: «No nos hemos dedicado lo suficiente a someter a los contrarrevolucionarios. Durante todo el tiempo que Cantón estuvo en manos de los insurrectos, solo se ejecutó a cien individuos. No se pudo ejecutar a todos los detenidos hasta que la comisión de lucha contra los reaccionarios llevó a cabo un juicio en regla. Es un procedimiento demasiado lento[11] en pleno combate y en plena insurrección». Aprendieron la lección.

Después de este desastre, los comunistas se retiraron de las ciudades y se reorganizaron en zonas rurales apartadas, hasta que crearon en 1931 en Hunan y en Kiang-si una «Zona liberada» defendida por un ejército rojo. Así pues, entre los comunistas chinos halló cabida rápidamente la idea de que la revolución era ante todo un asunto militar, institucionalizando así la función política del aparato militar. Mao resumiría esa idea con una famosa frase: «El poder está en la boca del fusil». Después ha quedado demostrado que esto era la quintaesencia de la visión comunista sobre la toma del poder y sobre su mantenimiento.

Sin embargo, la Komintern siguió por ese camino a pesar de los fracasos europeos de principios de los años veinte y el desastre chino. Todos los partidos comunistas, incluidos los legales y los de las repúblicas democráticas, mantuvieron en su seno un «aparato militar» secreto, capaz de actuar públicamente si llegaba el caso. El modelo lo aportó el KPD, que, en Alemania y bajo el estrecho control de mandos militares soviéticos, creó un importante «M[militar]Apparat» encargado de eliminar a los militantes contrarios (en particular de extrema derecha) y a los delatores infiltrados en el partido, pero también a los oficiales de grupos paramilitares, como el famoso Rote Front (el frente rojo), formado por miles de miembros. Es cierto que en la República de Weimar la violencia política era general; y aunque los comunistas combatían a la extrema derecha y al incipiente nazismo, tampoco dudaban en atacar los mítines de los socialistas[12], a los que calificaban como «social-traidores» y «social-fascistas», y en criticar a la policía de una República considerada reaccionaria, es decir, fascista. Más tarde, en 1933, se pudo comprobar cuál era el «verdadero fascismo», el nacionalsocialismo en este caso, y que hubiera sido más inteligente aliarse con los socialistas para defender la democracia «burguesa ». Pero los comunistas rechazaban radicalmente esa democracia.

En Francia, donde el clima político era más tranquilo, el Partido Comunista Francés (PCF) creó también sus grupos armados. El encargado de organizarlos fue Albert Treint, uno de los secretarios del partido, quien tenía cierta competencia en la materia debido a su grado de capitán, conseguido durante la guerra. La primera aparición de estos grupos tuvo lugar el 11 de enero de 1924, durante un mitin comunista en el que Treint llamó en su ayuda al servicio de orden al enfrentarse a él un grupo de anarquistas. Diez hombres armados con pistolas se levantaron de la tribuna y dispararon a quemarropa sobre los contestatarios, matando a dos personas e hiriendo a varias. Ninguno de los asesinos pudo ser juzgado, por falta de pruebas. Pasado poco más de un año sucedió algo parecido. El jueves 23 de abril de 1925, unas semanas antes de las elecciones municipales, el servicio de orden del PCF provocó disturbios en la calle Damrémont del distrito XVIII de París a la salida de una reunión electoral de los Jóvenes Patriotas, organización de extrema derecha. Algunos militantes iban armados y no dudaron en hacer uso de sus pistolas. Tres militantes de los Jóvenes Patriotas fueron asesinados y otro murió dos días más tarde. La policía interrogó a Jean Taittinger, el dirigente de los Jóvenes Patriotas, y realizó una serie de registros en los domicilios de los militantes comunistas.

El partido se mantuvo en esa línea a pesar de las dificultades. En 1926 encargó a Jacques Duelos, uno de sus diputados recién elegido —y por tanto protegido por la inmunidad parlamentaria—, que organizara unos grupos de defensa antifascista (formados por excombatientes de la guerra del 14) y unos jóvenes guardias antifascistas (reclutados entre las Juventudes Comunistas). Estos grupos paramilitares, que habían sido organizados siguiendo el modelo del Rote Front alemán, desfilaron uniformados el 11 de noviembre de 1926. Paralelamente, Duelos se ocupaba de la propaganda antimilitarista y publicaba una revista, Le Combattant rouge (El combatiente rojo), que enseñaba el arte de la guerra civil, describiendo y analizando las peleas callejeras, etc.

En 1931, la Komintern publicó en varios idiomas un libro titulado La insurrección armada, firmado con el pseudónimo de Neuberg —que en realidad eran dirigentes soviéticos[13]—, que describía las diferentes experiencias insurreccionales que habían tenido lugar desde 1920. Este libro se reeditó en Francia a principios de 1934. Tras el giro político del Frente Popular en el verano-otoño de 1934, esta línea insurreccional pasó a un segundo plano; pero en el fondo la violencia seguía teniendo un papel fundamental en las acciones comunistas. Esta justificación de la violencia, esta práctica cotidiana del odio de clases, esta teorización de la guerra civil y del terror se aplicaron en España a partir de 1936, donde la Komintern envió a muchos de sus mandos, que se distinguieron por su labor en los servicios de represión comunistas.

Todo este trabajo de selección, formación y preparación de los mandos autóctonos de la futura insurrección armada se hacía en estrecha relación con los servicios secretos soviéticos o, más exactamente, con uno de estos servicios secretos, la GRU (Glavsnoye Razvedatelnoe Upravlienye), es decir, Dirección Principal de Información. Fundada con el respaldo de Trostsky como el IV Buró del Ejército Rojo, la GRU, jamás abandonó totalmente esta misión «educativa», aunque las circunstancias la obligaran poco a poco a ir cambiando de dirección. Por sorprendente que parezca, a principios de los años setenta algunos jóvenes mandos de confianza del Partido Comunista Francés todavía se instruían en la URSS (tiro, montar y desarmar armas corrientes, fabricación de armas artesanales, transmisiones, técnicas de sabotaje) en las Spetsnaz, las tropas especiales soviéticas puestas a disposición de los servicios secretos. Por otro lado, la GRU disponía de especialistas militares con los que equipaban a los partidos hermanos en caso de necesidad. Este es el caso de Manfred Stern, un austro-húngaro que fue enviado al M-Apparat del KPD en la insurrección de Hamburgo de 1923 y que operó después en China y en Manchuria antes de convertirse en el «general Kléber» de las Brigadas internacionales en España.

Estos aparatos militares clandestinos no estaban constituidos por «ingenuos ». Sus miembros rozaban a menudo el bandolerismo y algunos grupos se transformaban a veces en auténticas bandas. Uno de los ejemplos más impresionantes es el de la «guardia roja» o el de los «escuadrones rojos» del Partido Comunista Chino, en la segunda mitad de los años veinte. Entraron en acción en Shanghai, considerada oficialmente en esa época como el epicentro de la acción del partido. Dirigidos por Gu Shunzhang, un antiguo gánster afiliado a la sociedad secreta de la Banda Verde, la más poderosa de las dos mafias de Shanghai, estos fanáticos pistoleros se enfrentaron en oscuros combates a sus iguales nacionalistas, sobre todo a los camisas azules, basados en el modelo fascista, utilizando de manera recíproca el terror, las emboscadas y los asesinatos. Todo con el apoyo especialmente activo del consulado de la URSS en Shanghai, que disponía de especialistas en temas militares, como Gorbatiuk, y de ejecutores de los trabajos sucios.

En 1928, los hombres de Gu Shunzhang asesinaron a una pareja de militantes que habían sido liberados por la policía: He Jiaxing y He Jihua fueron acribillados a balazos mientras dormían en sus camas. Unos cómplices hicieron estallar fuera una salva de petardos para encubrir el ruido de las detonaciones. Poco después se aplicaron estos métodos tan expeditivos en el mismo seno del partido para meter en cintura a los opositores. A veces, una simple denuncia era suficiente. El 17 de enero de 1931, furiosos por haber sido manipulados por Pavel Mif, el delegado de la Komintem, y por los dirigentes sumisos a Moscú, He Mengxiong y una veintena de camaradas de la «fracción obrera» se reunieron en el hotel Oriental de Shanghai. Nada más empezar la reunión, unos policías y unos agentes del Diasho Tonghi, la Oficina central de investigación del Kuomintang, irrumpieron armados en la sala y los detuvieron. «Una persona anónima» había informado de la reunión a los nacionalistas.

Después de la deserción de Gu Shunzhang en abril de 1931, su vuelta inmediata al seno de la Banda Verde y su «sumisión» al Kuomintang (se había pasado a los camisas azules), un comité especial de cinco dirigentes comunistas tomó el relevo en Shanghai. Estaba compuesto por Kang Sheng, Guang Huian, Pan Hannian, Shen Yun y Ke Qingshi. Ding Mocun y Li Shiqun, los dos últimos, jefes de los grupos armados comunistas de la ciudad, se sometieron a su vez al Kuomintang en 1934, fecha del hundimiento casi definitivo del aparato urbano del Partido Comunista. Muy pronto se pusieron al servicio de los japoneses, y finalmente acabaron trágicamente, el primero fusilado por los nacionalistas en 1947 tras haber sido acusado de traición, y el otro envenenado por su contacto japonés. En cuanto a Kang Sheng, se convirtió, desde 1949 hasta su muerte en 1975, en el jefe de la policía secreta maoísta y por tanto en uno de los principales verdugos del pueblo chino bajo el poder comunista[14].

Así mismo se utilizó a miembros del aparato de este o aquel partido comunista en operaciones de los servicios especiales soviéticos. Este parece haber sido el caso en el asunto Kutiepov. En 1924, el gran duque Nicolás destinó al general Aleksandr Kutiepov a la dirección de la Unión Militar General (ROVS) en París. En 1928, la GPU decidió provocar la disolución de esa organización. El 26 de enero, el general desapareció. Corrieron numerosos rumores, algunos de los cuales fueron puestos en circulación por los mismos soviéticos de forma interesada. Dos investigaciones independientes permitieron conocer quiénes eran los instigadores del secuestro: la del socialista ruso Vladimir Burtzev, famoso por haber desenmascarado a Evno Azev, el agente de la Ojrana infiltrado al frente de la organización de combate de los socialistasrevolucionarios, y la de Jean Delage, periodista del L’Écho de París. Delage demostró que el general Kutiepov había sido conducido a Hulgate y trasladado en un barco soviético, el Spartak, que había zarpado del Havre el 19 de febrero. Nadie volvió a ver vivo al general. El 22 de septiembre de 1965, el general soviético Shimanov reivindicó la operación en el periódico del Ejército Rojo, La Estrella Roja, y desveló el nombre del responsable: «Serguei Puzitsky (…)no solo participó en la captura del bandido Savinkov (…)sino que además dirigió magistralmente la operación de detención de Kutiepov y de otros muchos jefes de los guardias blancos»[15]. Hoy en día se conocen mejor las circunstancias exactas del secuestro del desgraciado Kutiepov. La GPU se había infiltrado en su organización de emigrados: desde 1929, Serguei Nikolayevich Tretiakov, antiguo ministro del gobierno blanco del almirante Kolchak, se había pasado en secreto a los soviéticos a los que informaba bajo el número UJ/1 y el nombre secreto de Ivanov. Gracias a las detalladas informaciones que proporcionaba a su contacto Vechinkín, Moscú sabía todo o casi todo sobre los desplazamientos del general zarista. Un comando «abordó» su coche en plena calle haciéndose pasar por un control de policía. Disfrazado de guardia de la circulación, Honel, un francés propietario de un garaje en Levallois-Perret, pidió a Kutiepov que le siguiera. También estaba implicado en la operación el francés Maurice Honel, hermano del anterior, que estaba en contacto con los servicios soviéticos y que sería elegido diputado comunista en 1936. Parece ser que Kutiepov se resistió y que fue asesinado de una puñalada. Su cadáver fue enterrado en el sótano del garaje de Honel[16].

El general Nikolay Skoblin, que en realidad era un agente de los soviéticos, era el segundo del general Miller, sucesor de Kutiepov. Skoblin y su esposa, la cantante Nadejda Plevitskaya, organizaron en París el secuestro del general Miller. Este desapareció el 22 de septiembre, y el día 23 de ese mismo mes el barco soviético María Ulianovna zarpó del Havre. El general Skoblin desapareció a su vez, al ver que las sospechas que recaían sobre él se hacían cada vez más concretas. Por supuesto, el general Miller iba en el María Ulianovna, que el Gobierno francés renunció a interceptar. Una vez llegado a Moscú, fue interrogado y luego asesinado[17]

DICTADURA, CRIMINALIZACIÓN DE LOS OPOSITORES Y REPRESIÓN EN EL SENO DE LA KOMINTERN. La Komintern, a instancias de Moscú, además de mantener en cada partido comunista grupos armados y preparar la insurrección y la guerra civil contra los poderes establecidos, introdujo en su seno los métodos policiales y terroristas practicados en la URSS. En el X Congreso del partido bolchevique, que tuvo lugar del 8 al 16 de marzo de 1921 en las mismas fechas en que el poder se enfrentaba a la rebelión de Kronstadt, se establecieron las bases de un régimen dictatorial en el mismo seno del partido. Durante la preparación del congreso, se propusieron y discutieron por lo menos ocho programas diferentes. Estos debates eran los últimos vestigios de una democracia que no había podido imponerse en Rusia. Solo dentro del partido se mantenía algo parecido a la libertad de opinión, pero no por mucho tiempo. El segundo día de trabajo, Lenin marcó la línea que había que seguir: «No necesitamos para nada una oposición, camaradas: este no es el momento. Se puede estar aquí o allí [en Kronstadt] con un fusil, pero no con la oposición. No es una decisión mía sino una consecuencia de la situación del momento. Desde ahora ya no habrá oposición, camaradas. Y, en mi opinión, el congreso deberá llegar a la conclusión de que es hora de acabar con la oposición, de dejar de ocuparnos de ella; ¡estamos hartos de la oposición!»[18]. Se dirigía en particular a quienes, sin constituir un grupo propiamente dicho, se habían agrupado en la plataforma llamada Oposición obrera (Aleksandr Shliapnikov, Aleksandra Kollontai, Lutovinov) y en la denominada Centralismo democrático (Timofei Sapronov, Gabriel Miasnikov).

El congreso estaba a punto de finalizar cuando, el 16 de marzo, Lenin presentó in extremis dos resoluciones: la primera relacionada con la unidad del partido» y la segunda sobre «la desviación sindicalista y anarquista en nuestro partido», de la que culpaba a la Oposición obrera. El primer texto exigía la disolución inmediata de todos los grupos constituidos de acuerdo a unas plataformas concretas, bajo pena de expulsión inmediata del partido. Un artículo de esta resolución, que no se publicó y que permaneció secreto hasta octubre de 1923, delegaba en el Comité central el poder de pronunciar esta sanción. La policía de Feliks Dzerzhinsky se encontraba así ante un nuevo campo de investigación: cualquier grupo de oposición en el seno del Partido Comunista sería a partir de entonces vigilado y, si fuera necesario, sancionado con la expulsión, lo que, para los auténticos militantes, equivalía prácticamente a una muerte política.

Aunque la libertad de opinión estaba prohibida —en contra de los estatutos del partido—, las dos resoluciones fueron votadas. Radek pronunció una apología casi premonitoria de la primera resolución: «Considero que puede ir en contra de nosotros y sin embargo la apoyo. (…)Si el Comité central lo considera necesario, puede adoptar en los momentos de peligro las medidas más severas contra los mejores camaradas. (…) ¡El Comité central puede incluso equivocarse! Eso es menos peligroso que la incertidumbre que se puede observar en este momento». Esta decisión, tomada bajo la presión de las circunstancias pero que en el fondo respondía a las inclinaciones de los bolcheviques, marcó de forma decisiva el futuro del partido soviético, y por tanto, el de las diferentes secciones de la Komintern.

El X Congreso procedió también a la reorganización de la comisión de control, cuya función era definida de este modo: velar por «la consolidación de la unidad y de la autoridad en el partido». A partir de entonces, la comisión comenzó a elaborar y a reunir los informes personales de los militantes, que fueron utilizados, llegado el caso, como base para las futuras actas de acusación: actitud con respecto a la policía política, participación en grupos de oposición, etc. Una vez finalizado el congreso; los partidarios de la Oposición obrera fueron sometidos a vejaciones y persecuciones. Más tarde, Aleksandr Shliapnikov explicó que «la lucha no se llevaba a cabo en el terreno ideológico, sino por medio de… la expulsión (de los interesados) de sus puestos, los cambios sistemáticos de un distrito a otro e incluso las expulsiones del partido».

En el mes de agosto comenzó un control que duró varios meses. Casi una cuarta parte de los militantes comunistas fueron expulsados. A partir de entonces la chistka (la purga) fue parte integrante de la vida del partido. Aïno Kuusinen manifestó acerca de este procedimiento cíclico: «La asamblea de la chistka se desarrollaba de la siguiente manera: el acusado era llamado por su nombre e invitado a subir a la tribuna; los miembros de la comisión de depuración y las otras personas presentes le formulaban preguntas. Algunos acusados conseguían exculparse fácilmente, otros sin embargo debían padecer esta dura prueba durante mucho tiempo. Si alguno de ellos tenía enemigos personales, estos podían lograr que el proceso tomara un rumbo decisivo. No obstante, la comisión de control era la única que podía decretar la expulsión del partido. Si el acusado era declarado no culpable de un acto que conllevara la expulsión del partido, el proceso se suspendía sin votación. En el caso contrario, nadie intervenía en favor del “acusado”. El presidente decía simplemente: “Kto protiv” (“¿Quién está en contra?”), y como nadie se atrevía a oponerse, el caso era juzgado “por unanimidad”»[19].

Los efectos de las decisiones del X Congreso se hicieron notar rápidamente: en febrero de 1922, Gabriel Miasnikov fue expulsado durante un año por haber defendido, en contra de la opinión de Lenin, la necesidad de la libertad de prensa. La Oposición obrera, ante la imposibilidad de hacerse oír, pidió ayuda a la Komintern («Declaración de los 22»). Stalin, Dzerzhinsky y Zinoviev solicitaron entonces la expulsión de Shliapnikov, Kollontai y Medvediev, lo que el XI Congreso les negó. Cada vez más sometida al poder soviético, la Komintern se vio obligada muy pronto a adoptar el mismo régimen interior que el partido bolchevique. Se trataba de una consecuencia lógica y, en definitiva, muy poco sorprendente.

En 1923, Dzerzhinsky exigió una decisión oficial del Politburó para obligar a los miembros del partido a denunciar al GPU cualquier actividad opositora. La propuesta de Dzerzhinsky originó una nueva crisis en el seno del partido bolchevique: el 8 de octubre, Trotsky dirigió una carta al Comité central, a la que siguió muy pronto, el 15 de octubre, la «Declaración de los 46». El debate iniciado cristalizó en torno a la «nueva orientación» del partido ruso y se extendió a todas las secciones de la Komintern[20] .

Al mismo tiempo, a finales de 1923, estas secciones tuvieron que seguir la consigna de la «bolchevización». Todas debieron reorganizar sus estructuras basándolas en las células de las empresas y reforzar su juramento de fidelidad al centro moscovita. Las reticencias surgidas ante estas transformaciones tuvieron como consecuencia el aumento del papel y del poder de los missi dominici de la Internacional, sobre un fondo de debates sobre la evolución del poder en la Rusia soviética.

En Francia, Boris Suvarin, uno de los líderes del PCF, se opuso a la nueva línea y denunció los sucios procedimientos utilizados por la Troika (Kamenev- Zinoviev-Stalin) contra León Trotsky, su adversario. Con motivo del XIII Congreso del PCUS, Boris Suvarin fue convocado el 12 de junio de 1924 para que se explicara. La sesión se convirtió en una acusación al modo de las sesiones obligatorias de autocrítica. Una comisión, especialmente reunida para tratar el «caso Suvarin», le condenó a la expulsión temporal. Las reacciones de la dirección del PCF reflejan claramente cuál fue desde entonces el espíritu que se exigía en las filas del partido mundial: «En nuestro partido [el PCF], al que la lucha revolucionaria no ha depurado por completo de su antiguo fondo socialdemócrata, la influencia de las personalidades desempeña todavía un papel demasiado importante. (…) Solo cuando todas las supervivencias pequeño- burguesas del “Yo” individualista sean destruidas, se formará el anónimo e inquebrantable grupo de los bolcheviques franceses. (…) ¡Si quiere ser digno de la Internacional comunista a la que pertenece y si quiere seguir las huellas gloriosas del partido ruso, el Partido Comunista Francés debe destruir, sin dar muestras de flaqueza, a todos los que, en su seno, se nieguen a someterse a su ley!». (L’Humanité, 19 de julio de 1924). El anónimo redactor ignoraba que acababa de enunciar la norma que regiría durante décadas la vida del PCF. El sindicalista Pierre Monatte resumió esta evolución con una palabra: la «militarización» del Partido Comunista.

En el V Congreso de la Komintern, que tuvo lugar en el verano de 1924, Zinoviev amenazó con «machacar» a los opositores, reflejando así las costumbres que predominaban en ese momento en el movimiento comunista. Las consecuencias para él fueron nefastas: fue a él a quien Stalin «machacÓ», destituyéndole en 1925 de su cargo de presidente de la Komintern. Zinoviev fue sustituido por Bujarin, que pronto conoció los mismos sinsabores. El 11 de julio de 1928, en vísperas del VI Congreso de la Komintern (del 17 de julio al 1 de septiembre), Kamenev se reunió en secreto con Bujarin y levantó acta de la conversación. Bujarin, que era víctima del «régimen policial», le explicó que su teléfono estaba interceptado y que era seguido por la GPU. En dos ocasiones dejó entrever un auténtico terror: «Nos estrangulará… no queremos actuar como secesionistas, porque de lo contrario él nos estrangulará»[21]. «Él» era Stalin, por supuesto.

Al primero que Stalin intentó «estrangular» fue a León Trotsky. Su lucha contra el trotskismo se desarrolló de una manera muy especial. Todo comenzó en 1927. Pero ya antes se habían proferido siniestros avisos durante una conferencia del partido bolchevique en octubre de 1926: «O se expulsa y se destruye legalmente a la oposición, o se resuelve el asunto a base de cañonazos en las calles, como se hizo con los socialistas-revolucionarios de izquierda en julio de 1918 en Moscú», esto es lo que Larin preconizaba por entonces en Pravda. La oposición de izquierda (esa era su denominación oficial), aislada y cada vez más debilitada, estaba expuesta a las provocaciones de la GPU, que se inventó totalmente la existencia de una imprenta clandestina, dirigida por un antiguo oficial de Wrangel (que en realidad era uno de sus agentes), donde se imprimían documentos de la oposición. Esta decidió manifestarse con sus propias consignas en el X aniversario del octubre de 1917. La brutal intervención de la policía lo impidió y, el 14 de noviembre, Trotsky y Zinoviev fueron expulsados del partido bolchevique. La fase siguiente consistió, en enero de 1928, en el confinamiento de sus militantes más conocidos a regiones alejadas —Christian Rakovsky, exembajador soviético en Francia, fue exiliado a Astracán, en el Volga, y luego a Barnaul, en Siberia; Victor Serge fue enviado, en 1933, a Orenburg, en los Urales— o bien al extranjero. En cuanto a Trotsky, fue llevado a la fuerza a Alma-Ata, en el Turkestán, a cuatro mil kilómetros de Moscú. Un año más tarde, en enero de 1929, era expulsado a Turquía, escapando así a la prisión que se cernía sobre sus partidarios. En efecto, cada vez fueron más los detenidos y los enviados a prisiones especiales, los polit-isolators, al igual que los militantes de la antigua Oposición obrera o los del grupo del Centralismo democrático.

Desde ese momento, los comunistas extranjeros, que eran miembros del aparato de la Komintern o residentes en la URSS, fueron detenidos y encarcelados, exactamente igual que los militantes del partido ruso. Su caso era similar al de los rusos en la medida en que todo comunista extranjero que efectuaba una estancia prolongada en la URSS era obligado a adherirse al partido bolchevique y por tanto a someterse a su disciplina. Tal es el caso, bien conocido, del comunista yugoslavo Ante Ciliga, miembro del Buró político del Partido Comunista Yugoslavo (PCY), que fue enviado a Moscú en 1926 como representante del Partido Comunista Yugoslavo (PCY) en la Komintern. Mantuvo algunos contactos con la oposición agrupada por Trotsky, y luego se distanció cada vez más de una Komintern en la que los verdaderos debates ideológicos estaban proscritos y cuyos dirigentes no dudaban en intimidar a sus adversarios, lo que Ciliga ha llamado el «sistema de servilismo» del movimiento comunista internacional. En febrero de 1929, durante la asamblea general de los yugoslavos de Moscú, se adoptó una resolución que condenaba la política de la dirección del PCY, lo que equivalía a una condena indirecta de la dirección de la Komintern. Los opositores a la línea oficial, en contacto con algunos soviéticos, organizaron muy pronto un grupo que, según los cánones de la disciplina, era ilegal. Una comisión comenzó a investigar a Ciliga, que fue expulsado por un año. Ciliga, sin embargo, no abandonó sus actividades «ilegales» al instalarse en Leningrado. El 1 de mayo de 1930 acudió a Moscú para reunirse con los otros miembros de su grupo ruso-yugoslavo, el cual predicaba la formación de un nuevo partido, pues no estaba de acuerdo con la forma con que estaba llevándose a cabo la industrialización. El 21 de mayo fue detenido junto con sus camaradas, y luego mandado al polit- isolator de Verjné-Uralsk en virtud del artículo 59. Durante tres años, de declararse en huelga de hambre, Ciliga no cesó de reivindicar su derecho a abandonar Rusia. En una ocasión intentó suicidarse. La GPU intentó obligarlo a renunciar a la nacionalidad italiana. Exiliado en Siberia, fue expulsado finalmente el 3 de diciembre de 1935, lo que era algo poco corriente[22].

Gracias a Ciliga poseemos un testimonio sobre los polit-isolators: «Los camaradas nos pasaban los periódicos que aparecían en la prisión. ¡Qué diversidad de opiniones, qué artículos más libres! ¡Qué pasión y qué sinceridad había en la exposición de los temas, no solamente en los abstractos y teóricos, sino también en aquellos que trataban la actualidad más candente! (…) Pero nuestra libertad no se limitaba solo a eso. Durante el recreo, que reunía a varias salas, los detenidos tenían la costumbre de mantener reuniones en regla en una esquina del patio, con presidente, secretario y oradores tomando la palabra por turnos»[23].

Las condiciones materiales eran las siguientes: «La comida se componía del tradicional menú del mujik pobre: pan y gachas día y noche, durante todo el año. (…) Además, nos daban para comer una sopa hecha con pescado asqueroso, conservas y carne medio podrida. Para cenar nos servían la misma sopa, pero sin carne ni pescado. (…) La ración diaria de pan era de 700 gramos y la ración mensual de azúcar de un kilo, además nos entregaban una ración de tabaco, cigarrillos, té y jabón. Esta comida, además de monótona era escasa. Y tuvimos que luchar encarnizadamente para que no nos redujeran más esta magra pitanza; ¡y qué decir de las luchas por medio de las cuales obtuvimos algunas pequeñas mejoras! A pesar de todo, si se compara con el régimen de las prisiones de los presos comunes, donde se pudrían centenares de miles de detenidos, y sobre todo con el de millones de seres encerrados en los campos del norte, nuestro régimen era en cierto modo privilegiado»[24].

Sin embargo, estos privilegios eran muy relativos. En Verjné-Uralsk, los detenidos hicieron tres huelgas de hambre, en abril y en el verano de 1931, y en diciembre de 1933, para defender sus derechos, sobre todo para conseguir la supresión de la prórroga de las penas. A partir de 1934, en la mayoría de las ocasiones, se suprimió el régimen político (Verjné-Urlask lo conservó hasta 1937) y las condiciones de detención se agravaron: hubo prisioneros que murieron durante una paliza, otros fueron fusilados y otros incomunicados totalmente, como Vladimir Smirnov en Suzdal en 1933.

Esta criminalización de los opositores, reales o supuestos, en el seno de los partidos comunistas se extendió muy pronto a los dirigentes comunistas de alto rango. En el otoño de 1932, José Bullejos, dirigente del Partido Comunista Español, y varios de sus camaradas, fueron llamados a Moscú, donde su política fue duramente criticada. Al haberse negado a someterse a las imposiciones de la Komintern, todos ellos fueron expulsados el 1 de noviembre y desde entonces estuvieron, como en residencia vigilada, en el hotel Lux, donde se alojaban los miembros de la Komintern. El francés Jacques Duelos, exdelegado de la Komintern en España, les notificó su expulsión y les anunció que cualquier intento de rebelión sería reprimido «con todo el rigor de las leyes penales soviéticas»[25]. Bullejos y sus camaradas tuvieron enormes dificultades para abandonar la URSS después de dos meses de duras negociaciones para intentar recuperar sus pasaportes.

Ese mismo año tuvo lugar el epílogo de un increíble asunto relacionado con el Partido Comunista Francés. A principios de 1931, la Komintern había enviado al PCF a un representante y algunos instructores para que se ocuparan de él. En julio, el jefe de la Komintern Dimitri Manuilsky, llegó clandestinamente a París y reveló, ante un atónito Buró político, que en su seno había un «grupo» que se dedicaba a dividir al partido. En realidad, se trataba de un ardid destinado a provocar una crisis, de la que la dirección del PCF saldría con su autonomía debilitada. De ese modo dependería totalmente de Moscú y de sus hombres. Dijeron que uno de los jefes del famoso grupo era Pierre Celor, uno de los principales dirigentes del partido desde 1928, que fue convocado a Moscú so pretexto de otorgarle el puesto de representante del PCF en la Komintern. Pero, nada más llegar, Celor fue considerado un «provocador». Condenado al ostracismo y sin salario, Celor sobrevivió al crudo invierno ruso gracias a la cartilla de racionamiento de su mujer, que le había acompañado y trabajaba en la Komintern. El 8 de marzo de 1932 fue convocado a una reunión a la que asistían algunos miembros del NKVD, quienes, en el transcurso de un interrogatorio de doce horas, intentaron hacerle «confesar» que era «un agente de la policía infiltrado en el partido». Celor no confesó nada y, después de innumerables presiones, consiguió volver a Francia el 8 de octubre de 1932, donde poco después fue acusado públicamente de ser un policía.

Ese mismo año se crearon en muchos partidos comunistas, y siguiendo el modelo del partido bolchevique, secciones de mandos, dependientes de la sección central de mandos de la Komintern. Su función consistía en elaborar ficheros completos de los militantes y en reunir cuestionarios biográficos y autobiografías detalladas de todos los dirigentes. Antes de la guerra fueron transmitidos a Moscú, solo del Partido Comunista Francés, más de cinco mil informes biográficos. Los cuestionarios biográficos, con más de setenta preguntas, estaban divididos en cinco grandes secciones: 1) Orígenes y situación social. 2) Cargo en el partido. 3) Formación y nivel intelectual. 4) Participación en la vida social. 5) Antecedentes penales y condenas. Todos este material, destinado a hacer una selección entre los militantes, estaba centralizado en Moscú, donde eran custodiados por Anton Krajewskí, Chernomordík o · Gevork Alíjanov, que fueron los sucesivos jefes del departamento de mandos de la Komíntern, en estrecha colaboración con la sección extranjera del NKVD. En 1935, Meír Trilísser, uno de los más altos dirigentes del NKVD, fue nombrado secretario del comité ejecutivo de la Komíntern, encargado del control de mandos. Bajo el seudónimo de Míjaíl Moskvín, recogía las informaciones y las denuncias, y también decidía las destituciones, primera fase de una próxima eliminación[26]. Estos servicios de mandos fueron también encargados de establecer unas «listas negras» de los enemigos del comunismo y de la URSS.

Muy pronto, sí es que no desde el principio, la URSS reclutó agentes de información en las distintas secciones de la Komíntern. En algunos casos, los militantes que aceptaban realizar este trabajo ilegal, y por tanto clandestino, ignoraban que en realidad trabajaban para alguno de los servicios soviéticos: el servicio de información del Ejército Rojo (GRU o IV Junta), el departamento extranjero de la Cheka-GPU (Inostranny Otdel, INO), el NKVD, etc. Estos diferentes aparatos constituían una red inextricable y mantenían entre sí una rivalidad salvaje que les llevaba a corromper a los agentes de otros servicios. En sus memorias, Elsa Poretski da múltiples ejemplos de esta rivalidad[27].

Las listas negras del PCF.

A partir de 1932, el PCF comenzó a reunir información de las personas que, según el partido, eran sospechosas o peligrosas por sus actividades. Estas listas nacieron, por tanto, al mismo tiempo que los agentes de la Komíntern se encargaban del aparato de mandos. Paralelamente a la formación de la sección de mandos destinada a seleccionar a los mejores militantes, aparecía la otra cara de la moneda: las listas que denunciaban a los que habían «fallado» de una manera u otra. Desde 1932 hasta junio de 1939, el PCF publicó doce listas negras con títulos a la vez similares y diferentes: Lista negra de los provocadores, traidores y delatores expulsados de las organizaciones revolucionarias de Francia o Lista negra de los provocadores, ladrones, estafadores, trotskistas, traidores expulsados de las organizaciones obreras de Francia… Para justificar estas listas, en las que aparecieron más de 1.000 nombres hasta la llegada de la guerra, el Partido Comunista utilizaba un argumento político muy simple: «La lucha de la burguesía contra la clase obrera y las organizaciones revolucionarias en nuestro país es cada vez más sutil».

Los militantes debían dar los rasgos físicos («talla y peso, cabellos y cejas, frente, ojos, nariz, boca, mentón, forma del rostro, tez, rasgos particulares » —Lista n.° 10, agosto de 1938—, y «toda la información útil para facilitar [la] búsqueda» de los individuos denunciados, así como sus lugares de residencia. Todos los militantes tenían que convertirse en ayudantes de una singular policía y jugar al pequeño chekista.

Probablemente, algunos de esos «sospechosos» eran auténticos estafadores, mientras que otros se oponían a la línea que seguía el partido, pertenecieran a él o no. En los años treinta fueron primero a por los militantes comunistas que habían seguido a Jacques Doriot y a su sección de Saint-Denis, y luego a por los trotskistas. Los comunistas franceses retomaron sin vacilar los argumentos de sus hermanos mayores soviéticos: los trotskistas se han convertido en «una banda de saboteadores enloquecidos y sin principios, de elementos de dispersión y de asesinos que actúan bajo las órdenes de los servicios de espionaje extranjeros» (Repertorio n.° 1 de las listas negras de la 1 a la 8, s.d.).

La guerra, la prohibición del PCF que apoyaba el acercamiento germano- soviético y la ocupación alemana llevaron al partido a reforzar su prurito policial. Fueron denunciados los militantes que se habían negado a aprobar la alianza Hitler-Stalin, incluidos los que habían formado parte de la resistencia, como Adrien Langumier, que utilizaba de tapadera un trabajo de redactor en el Temps Nouveaux de Luchaire (por el contrario, el PCF no denunció jamás a Fréderic Joliot-Curie por su comprometido artículo del 15 de febrero de 1941 aparecido en el mismo periódico), o como René Nicod, exdiputado comunista de Oyonnax cuya actitud hacia sus antiguos camaradas fue irreprochable. Por no hablar de Jules Fourrier a quien la «policía del partido» intentó liquidar sin conseguirlo. Fourrier había votado en favor de otorgar plenos poderes a Pétain y luego había participado, desde finales de 1940, en la creación de una red de resistencia. Fue deportado a Buchenwald y luego a Mathausen.

La misma suerte corrieron los que participaron en 1941 en la fundación del Partido Obrero y Campesino Francés en torno al exsecretario del PCF, Marcel Gitton, asesinado en septiembre del mismo año por militantes comunistas. El PCF se arrogó el derecho de declararles «traidores al partido y a Francia». Sus informes de acusación a veces finalizaban con la siguiente nota: «Ha recibido el castigo merecido». Algunos de los militantes sospechosos de traición que habían sido asesinados fueron «rehabilitados» después de la guerra, como Georges Déziré.

El Partido Comunista usaba curiosas fórmulas para denunciar a sus «enemigos» en plena persecución de los judíos: «C. Renée, alias Tania, alias Teresa, del distrito XIV. Judía de Besarabia», «De B…, judío extranjero. Renegado, denigra al PC y a la URSS». La Mano de Obra Inmigrada (MOI), organización que reunía a los militantes comunistas extranjeros, recurrió a un lenguaje muy parecido: «R. Judío (no es su verdadero nombre). Trabaja con un grupo judío enemigo». En ningún momento abandonó su odio hacia los militantes trotskistas: «D… Yvonne. 1, plaza del General Beuret, VII París. Trotskista, estuvo relacionado con el POUM. Denigra a la URSS». Es muy probable que durante la persecución de los judíos la policía de Vichy o la Gestapo se apoderara de tales listas: ¿Qué ocurrió con las personas así denunciadas?

En 1945, el Partido Comunista publicó una nueva serie de listas negras para «expulsar de la nación», según su expresión, a los adversarios políticos, algunos de los cuales habían escapado por poco a intentos de asesinato. La institucionalización de la lista negra nos remite evidentemente a la confección de listas de posibles acusados por los órganos de seguridad soviéticos (Cheka, GPU, NKVD). Es una práctica universal de los comunistas, inaugurada a principios de la guerra civil en Rusia. En Polonia, justo al acabar la guerra, en tales listas aparecían cuarenta y ocho categorías de personas que había que vigilar.

Muy pronto la confusión de los servicios se superó debido a un factor decisivo: tanto la Komintern como los servicios especiales se opusieron al poder supremo de la dirección del PCUS, rindiendo cuentas de su acción incluso delante de Stalin. En 1932, Martemiam Riutin, que había llevado a cabo con celo y sin desánimo la represión contra los opositores, entró a su vez en oposición con Stalin. Redactó un programa en el que decía: «Stalin tiene hoy en día en la Komintern el status de papa infalible. (…) Stalin maneja, por una dependencia material directa e indirecta, a todos los mandos dirigentes de la Komintern, no solo de Moscú sino de aquí mismo, y este es el argumento decisivo que confirma su invencibilidad en el dominio teórico»[28]. Desde finales de los años veinte, la Komintern, que dependía financieramente del Estado soviético, había perdido toda posibilidad de ser independiente. Pero a esta dependencia material, que hacía aumentar la dependencia política, vino a añadirse la dependencia policial.

La presión cada vez más fuerte de los servicios policiales sobre los militantes de la Komintern, tuvo como consecuencia la instauración del miedo y la desconfianza entre ellos. Al mismo tiempo, las delaciones corrompieron las relaciones y las sospechas invadieron las mentes. Las delaciones eran de dos tipos: las voluntarias y las conseguidas a través de las torturas físicas y mentales. En ocasiones, era simplemente el miedo el que las desencadenaba. Algunos militantes se vanagloriaban de denunciar a sus camaradas. El caso del comunista francés André Marty ejemplifica esta paranoica afición, este celo desenfrenado en presentarse ante los demás como el mejor vigilante de los comunistas. En una carta «estrictamente confidencial», fechada el 23 de julio de 1937 y dirigida al secretario general titular de la Komintern, Gueorgui Dimitrov, incluyó una larga denuncia contra el representante de la Internacional en Francia, Eugen Fried, extrañándose de que aún no hubiera sido arrestado por la policía francesa… lo que le parecía muy sospechoso![29].

Sobre los procesos de Moscú.

Los fenómenos del terror y de los procesos suscitaron inevitablemente interpretaciones contrarias.

Esto es lo que Boris Suvarin escribía sobre el tema:

«Es muy exagerado, en efecto, pretender que los procesos de Moscú sean fenómenos exclusiva y específicamente rusos. Aunque tengan un sello nacional innegable, se puede observar que son algo bastante generalizado. »En primer lugar, es importante renunciar al prejuicio según el cual los franceses no son capaces de lo que son capaces los rusos. En el caso que nos ocupa, las confesiones arrancadas a los inculpados no dejan más perplejos a los franceses que a los rusos. Y aquellos que, por solidaridad fanática con el bolchevismo, las encuentran naturales son, sin duda, más numerosos fuera de la URSS que en el interior. (…)

»Durante los primeros años de la revolución rusa, cualquier problema de interpretación se achacaba al «alma eslava». Sin embargo, en Italia, y más tarde en Alemania, se produjeron hechos considerados no hace mucho como específicamente rusos. Cuando el salvajismo humano se desencadena, produce efectos análogos en los latinos, los germanos y los eslavos, a pesar de las diferencias de formas y de lugares.

»Por otra parte, ¿acaso no se ven en Francia y en otras partes personas de todo tipo que se regodean ante las atroces maquinaciones de Stalin? La redacción de L’Humanité, por ejemplo, no se queda a la zaga de la del Pravda en cuanto a servilismo y bajeza, y sin tener la excusa de estar atenazada por una dictadura totalitaria. El académico Komarov se deshonra una vez más al reclamar una serie de cabezas en la Plaza Roja de Moscú, pero no podía negarse a ello pues hubiera sido suicida. ¿Qué se puede decir entonces de un Romain Rolland, de un Langevin, de un Malraux, que admiran y aprueban el régimen llamado soviético, su "cultura" y su "justicia", sin que les obligue a hacerlo el hambre o la tortura?»

(Le Figaro littéraire, 1 de julio de 1937.)

En la misma línea, he aquí un extracto de una de esas cartas enviadas al «camarada L. P. Beria» (el comisario del Interior de la URSS) por la búlgara Stella Blagoyeva, oscura empleada de la sección de mandos del comité ejecutivo de la Komintern: «El comité ejecutivo de la Internacional comunista dispone de informaciones redactadas por toda una serie de camaradas, militantes de partidos hermanos, que juzgamos necesario enviarle para que pueda verificarlas y tomar las medidas oportunas. (…) Uno de los secretarios del Comité central del Partido Comunista de Hungría, Karakach, mantiene conciliábulos que dan testimonio de su escasa adhesión al partido de Lenin y de Stalin. (…) Los camaradas se plantean también una cuestión muy seria: por qué en 1932 el tribunal húngaro solo le ha condenado a tres años de prisión, si Karakach, durante la dictadura del proletariado en Hungría, ha ejecutado condenas de muerte decretadas por el tribunal revolucionario. (…) Muchos discursos de camaradas alemanes, austríacos, letones, polacos y otros muestran que la emigración política está particularmente corrompida. Hay que acabar con todo esto con determinación»[30].

Arkadi Vaksberg especifica que los archivos de la Komintern contienen decenas (seguramente centenares…) de denuncias, fenómeno que atestigua la decadencia moral que se había adueñado de los miembros de la Komintern o de los funcionarios del Partido Comunista de la Unión Soviética. Esta decadencia se hizo patente cuando tuvieron lugar los grandes procesos de la «vieja guardia» bolchevique, que había ayudado a la construcción de un poder que se apoyaba en la «mentira absoluta».

EL GRAN TERROR LLEGA A LA KOMITERN. El asesinato de Kírov, el 1 de diciembre de 1934, fue para Stalin un excelente pretexto para pasar, tanto en la Komintern como en el partido ruso, de una represión severa a un verdadero terror[31]. La historia del PCUS, y con ella la de la Komintern, había entrado en una nueva fase. El terror ejercido hasta entonces contra la sociedad se volvía contra los actores del poder que ejercían a partes iguales el PCUS y su todopoderoso secretario general.

Las primeras víctimas fueron los miembros de la oposición rusa ya encarcelados. A partir de finales de 1935, los detenidos liberados al cumplir su condena fueron nuevamente encarcelados. Varios miles de militantes trotskistas fueron reagrupados en la región de Vorkuta. Eran cerca de quinientos en la mina, un millar en el campo de Ujto-Pechora y en total varios miles en la zona de Pechora. El 27 de octubre de 1936, miles de ellos[32] empezaron una huelga de hambre que duraría 132 días. Reivindicaban la separación de los presos comunes y el derecho a vivir con sus familias. Al cabo de cuatro semanas, murió el primer detenido. Otros corrieron la misma suerte hasta que la administración anunció que satisfaría las reivindicaciones. En el otoño siguiente, 200 detenidos (casi la mitad de los cuales eran trotskistas) fueron reagrupados cerca de una vieja fábrica de ladrillos. A finales de marzo, la administración elaboró una lista de 25 prisioneros que recibieron un kilo de pan y la orden de prepararse para partir. Unos instantes más tarde, sonó una descarga de fusilería: La hipótesis más pesimista fue admitida cuando los prisioneros vieron a la escolta del convoy regresar rápidamente. Al día siguiente hubo un nuevo llamamiento y una nueva descarga de fusilería. Y así hasta finales de mayo. Los guardias rociaban los cadáveres con gasolina para quemarlos y hacerlos desaparecer. El NKVD transmitía por radio los nombres de los fusilados «por agitación contrarrevolucionaria, sabotaje, bandidismo, negativa a trabajar, intento de evasión…». Tampoco se perdonó a las mujeres. La esposa de un militante ejecutado era merecedora automáticamente de la pena capital, al igual que los hijos de más de doce años de un opositor.

Cerca de 200 trotskistas de Magadan, «capital» de Kolyma, recurrieron también a la huelga de hambre para obtener el status de prisioneros políticos. En su proclama, denunciaban a los «verdugos-gánsters» y al «fascismo de Stalin, mucho peor que el de Hitler». El 11 de octubre de 1937 fueron condenados a muerte y 74 de ellos fueron fusilados los días 26 y 27 de octubre y el 4 noviembre. Ejecuciones como estas se sucedieron en 1937-1938[33].

En todos los países donde había comunistas ortodoxos, se emitió la consigna de combatir la influencia de la minoría de militantes que se agrupaban en torno a León Trotsky. A partir de la guerra civil española, la operación adoptó un nuevo giro, consistente en asociar falsamente trotskismo y nazismo, cuando, sin embargo, era Stalin quien preparaba su acercamiento a Hitler.

Muy pronto, el gran terror desencadenado por Stalin alcanzó al aparato central de la Komintern. En 1965, Branko Lazitch había intentado hacer un primer estudio sobre la eliminación de los miembros de la Komintern con el evocador título de Martirologio de la Komintern[34] Boris Suvarin concluía sus «Comentarios sobre el martirologio», aparecidos después del artículo de B. Lazitch, con una observación sobre los modestos colaboradores de la Komintern, víctimas anónimas de la «gran purga», que no debe ser olvidada a la hora de abordar este particular capítulo de la historia del comunismo soviético: «La mayoría desaparecieron en la matanza de la Komintern, que solo fue una ínfima parte de una enorme matanza, la de millones de obreros y de campesinos inmolados arbitrariamente por una monstruosa tiranía que ostenta la denominación de proletaria».

Tanto los funcionarios del aparato central como los de las secciones nacionales fueron devorados por el sistema represor como si fueran simples ciudadanos. Con la «gran purga» (1937-1938), no solo fueron víctimas de los órganos de represión los opositores sino también los funcionarios del aparato de la Komintern y de los aparatos anejos: la Internacional Comunista de Juventudes (KIM), la Internacional Sindical Roja (Profintern), el Socorro Rojo (MOPR), la Escuela Leninista Internacional, la Universidad Comunista de las Minorías Nacionales de Occidente (KUMNZ), etc. Hija de un antiguo compañero de Lenin, Wanda Pampuch-Bronska informó bajo pseudónimo que en 1936 la KUMNZ fue disuelta y la totalidad de su personal fue detenido, así como la casi totalidad de sus alumnos[35].

El historiador Mijaíl Panteleyev, examinando los fondos de los distintos servicios y secciones de la Komintern, ha contabilizado por ahora 133 víctimas de un total de 492 personas (es decir, el 27 por 100)[36]. Entre el 1 de enero y el 17 de septiembre de 1937, 256 expulsiones fueron decretadas por la comisión del secretariado del comité ejecutivo, compuesta por Mijaíl Moskvin (Meir Trilisser), Wilhelm Florín y Jan Anvelt, y posteriormente por la comisión especial de control creada en mayo de 1937 y compuesta por Gueorgi Dimitrov, M. Moskvin y Dimitri Manuilski. En general, la expulsión precedía a la detención según un plazo variable: Elena Walter, expulsada del secretariado de Dimitrov el 16 de octubre de 1938, fue detenida dos días más tarde mientras que Jan Borowski (Ludwik Komorowski), expulsado el 17 de julio del comité ejecutivo de la Komintern, fue detenido el 7 de octubre de ese mismo año. En 1937 fueron detenidos 88 empleados de la Komintern, y en 1938, 19. Otros eran detenidos en «su mesa de trabajo», como Anton Krajewski (Wladyslaw Stein), en la época responsable del departamento de prensa y de propaganda, encarcelado el 26 de mayo 1937. Muchos fueron detenidos inmediatamente después de volver de misiones en el extranjero.

Todos los servicios se vieron afectados, desde el secretariado a los representantes de los partidos comunistas. Desde 1937 hasta 1938, 41 personas del secretariado del comité ejecutivo fueron detenidas. En el seno de su Servicio de Relaciones (OMS hasta 1936), se contabilizaron 34 personas detenidas. El mismo Moskvin fue víctima del aparato represor el 23 de noviembre de 1938, y el 1 de febrero de 1940 fue condenado a morir fusilado. Jan Anvelt murió torturado, y el danés A. Munch Petersen falleció en un hospital penitenciario a consecuencia de una tuberculosis crónica. 50 funcionarios, entre los que se encontraban nueve mujeres, fueron fusilados. La suiza Lydia Dübi, responsable de la red clandestina de la Komintern en París, fue convocada a Moscú a principios de agosto de 1937. Nada más llegar, fue detenida junto con sus colaboradores Brichman y Wolf. Acusada de participar en la «organización trotskista antisoviética» y de espionaje a beneficio de Alemania, Francia, Japón y… Suiza, fue condenada a muerte por la sección militar del Tribunal Supremo de la URSS el 3 de noviembre y fusilada unos días más tarde; su ciudadanía suiza no le sirvió de nada y su familia fue brutalmente informada del veredicto, sin más explicaciones. La polaca L. Zhankovskaya fue condenada a ocho años de reclusión por ser «miembro de la familia de un traidor a la patria », su marido, Stanislaw Skulski (Mertens), que había sido detenido en agosto de 1937 y fusilado el 21 de septiembre. El principio de la responsabilidad familiar, que ya se aplicaba contra los simples ciudadanos, se extendió así a los miembros del aparato.

Ossip Piatnitsky (Tarshis), que hasta 1934 había sido el número dos de la Komintern, después de Manuilski, teniendo bajo su cargo toda la organización (en particular la financiación de los partidos comunistas extranjeros y las relaciones clandestinas de la Komintern en todo el mundo), se encargó después de la sección política y administrativa del Comité central del PCUS. El 24 de junio de 1937, intervino en el pleno del Comité central para criticar el aumento de la represión y la atribución de poderes extraordinarios al jefe del NKVD, Iejov. Stalin, furioso, se vio obligado a interrumpir la sesión y mandó ejercer las peores presiones para que Piatnitsky se arrepintiera. Fue en vano. Al día siguiente, en la reanudación de la sesión, Iejov acusó a Piatnitsky de ser un antiguo agente de la policía zarista, y este fue detenido el 7 de julio. Iejov obligó entonces a Boris Müller (Melnikov) a declarar contra Piatnitsky y, al día siguiente de la ejecución de Müller, el 19 de julio de 1938, la sección militar de la Corte Suprema juzgó a Piatnitsky, que se negó a confesarse culpable de espiar para Japón. Condenado a muerte, fue fusilado en la noche del 29 de julio.

Muchos de estos miembros de la Komintern ejecutados fueron acusados de pertenecer a la «organización anti-Komintern, dirigida por Piatnitsky, Knorin (Wilhelm Hugo) y Béla Kun». Otros fueron simplemente considerados trotskistas y contrarrevolucionarios. El antiguo jefe de la comuna húngara, Béla Kun, quien, a principios de 1937, se había opuesto a Manuilsky, fue acusado por este último (probablemente siguiendo instrucciones de Stalin), quien dijo que las críticas de Kun apuntaban directamente a Stalin. Kun protestó y señaló a su vez a Manuilsky y a Moskvin como responsables de la mala imagen del PCUS que, según él, era la causa de la ineficacia de la Komintern. Ninguno de los presentes —Palmiro Togliatti, Otto Kuusinen, Wilhelm Pieck y Klement Gottwald, Arvo Tuominen— salió en su defensa. Al final de la reunión, Gueorgui Dimitrov hizo que se adoptara una resolución estipulando que el «asunto Kun» sería examinado por una comisión especial. Pero el único derecho que tuvo Béla Kun fue ser detenido a la salida de la sala de reunión. Fue ejecutado en los sótanos de la Lubianka en fecha desconocida[37].

Según M. Panteleyev, el fin último de estas depuraciones era erradicar cualquier oposición a la dictadura estalinista[38]. Aquellos que en el pasado habían sido simpatizantes de la oposición o que mantenían relaciones con militantes en otro tiempo cercanos a Trotsky, fueron el blanco elegido para las represiones. Lo mismo sucedió con los militantes alemanes que habían pertenecido a la fracción dirigida por Heinz Neumann (eliminado en 1937) o con los antiguos militantes del grupo del Centralismo democrático. Según el testimonio de Yakov Matusov, jefe adjunto del primer departamento de la sección política secreta del GUGB-NKVD, todos los altos dirigentes del aparato de Estado eran objeto, sin saberlo, de un informe que reunía documentos susceptibles de ser utilizados en contra de ellos llegado el momento. Así, Kliment Voroshilov, Andrei Vyshinsky, Lazar Kaganovich, Mijaíl Kalinin, Nikita Jrushchov tenían el suyo. Es más que probable que los dirigentes de la Komintern también fueran considerados sospechosos.

Hay que añadir que los más altos dirigentes no rusos de la Komintern participaban de forma activa en la represión. Uno de los casos más sintomáticos es el del italiano Palmiro Togliatti, uno de los secretarios de la Komintern, presentado después de la muerte de Stalin como un hombre abierto y opuesto a los métodos terroristas. Sin embargo, Togliatti acusó a Hermann Schubert, un funcionario del Socorro Rojo Internacional, y le impidió explicarse en el transcurso de una reunión. Detenido poco después, Schubert fue fusilado. Los Petermann, una pareja de comunistas alemanes llegada a la URSS después de 1933, fueron acusados por Togliatti durante una reunión de ser «agentes hitlerianos» por el hecho de mantener correspondencia con su familia de Alemania. Fueron detenidos algunas semanas más tarde. Togliatti estaba presente durante el acoso contra Béla Kun y firmó la resolución que llevó a este a la muerte. También estuvo implicado en la eliminación del Partido Comunista Polaco en 1938. En esa ocasión, aprobó el tercero de los procesos de Moscú y concluyó: «¡Muerte a los promotores de la guerra, muerte a los espías y a los agentes del fascismo! ¡Viva el partido de Lenin y de Stalin, guardián de las conquistas de la revolución de octubre y garante del triunfo de la revolución mundial! ¡Viva aquel que continúa la obra de Feliks Dzerzhinsky: Nicolas Yezhov!»[39].

EL TERROR EN EL SENO DE LOS PARTIDOS COMUNISTAS. Después de haber «limpiado» el aparato central de la Komintem, Stalin atacó a las diferentes secciones de la Internacional comunista. La primera en sufrirlo fue la sección alemana. La comunidad alemana en la Rusia soviética estaba formada, además de por los descendientes de los colonos del Volga, por militantes del Partido Comunista Alemán (KPD), refugiados antifascistas u obreros que habían abandonado la república de Weimar para participar en la «construcción del socialismo». Ninguno de estos méritos les sirvió de protección cuando comenzaron las detenciones de 1933. Las dos terceras partes de los antifascistas alemanes exiliados en la URSS se vieron afectados por la represión.

Con respecto a los militantes comunistas, conocemos su suerte gracias a la existencia de listas, las Kaderlisten, realizadas bajo la dirección de los dirigentes del KPD, Wilhelm Pieck, Wilhelm Florín y Herbert Wehner, quienes se sirvieron de ellas para expulsar a los comunistas sancionados y/o víctimas de la represión. La primera lista data del 3 de septiembre de 1936 y la última del 21 de junio de 1938. Otro documento que data de finales de los años cincuenta, realizado por la comisión de control del SED (después de la guerra, el Partido Comunista se reconstituyó con el nombre de Partido Socialista Unificado en la RDA), enumera a 1.136 personas. Las detenciones culminaron en 1937 (619) y continuaron hasta 1942 (21). No se conoce la suerte que corrieron la mitad de estas personas (666): se supone que murieron en prisión. Sin embargo, se sabe con certeza que 82 de ellas fueron ejecutadas, que 197 murieron en prisión o en campos y que 132 fueron entregadas a los nazis. Los otras casi 150 personas condenadas que sobrevivieron, lograron abandonar la URSS una vez cumplidas sus penas. Una de las razones ideológicas esgrimidas para justificar la detención de estos militantes fue que no habían conseguido frenar la ascensión de Hitler, como si Moscú no hubiera sido responsable en buena medida de la toma de poder de los nazis[40].

Pero el episodio más trágico, en el que Stalin dio muestras de todo su cinismo, fue el de la entrega de los alemanes antifascistas a Hitler. En 1937, las autoridades soviéticas decidieron expulsar a los residentes alemanes. El 16 de febrero, 10 de ellos fueron condenados a la expulsión por el OSO. Algunos son conocidos: Emil Larisch, técnico que vivía en la URSS desde 1921; Arthur Thilo, ingeniero llegado en 1931; Wilhelm Pfeiffer, comunista de Hamburgo; Kurt Nixdorf, universitario empleado en el Instituto Marx-Engels. Habían sido detenidos en el transcurso de 1936 acusados de espionaje o de «actividades fascistas», y el embajador alemán Von Schulenburg había intervenido en ello dirigiéndose a Maxim Litvinov, el ministro soviético de Asuntos Exteriores. Pfeiffer intentó que le expulsaran a Inglaterra, pues sabía que al ser comunista sería inmediatamente detenido al volver a Alemania. Al cabo de dieciocho meses, el 18 de agosto de 1938, fue conducido a la frontera polaca, donde se pierde su rastro. Arthur Thilo consiguió llegar a la embajada británica en Varsovia. Muchos no tuvieron la misma suerte. Otto Walther, litógrafo en Leningrado y residente en Rusia desde 1908, llegó a Berlín el 4 de marzo de 1937. Se suicidó tirándose por la ventana de la casa donde estaba alojado.

A finales de mayo de 1937, Von Schulenburg transmitió dos nuevas listas de alemanes detenidos cuya expulsión se deseaba. Entre los 67 nombres, se encuentran varios antifascistas, como Kurt Nixdorf. En otoño de 1937, las negociaciones tomaron un nuevo rumbo: los soviéticos aceptaron acelerar las expulsiones, tal y como se lo pedían los oficiales alemanes (una treintena ya habían sido efectuadas). De noviembre a diciembre de 1937, fueron expulsados 148 alemanes. En el transcurso de 1938, sucedió lo mismo con otros 445. Conducidos a las fronteras de Polonia o de Letonia, y a veces de Finlandia, estos expulsados —entre los que se encontraban Schutzbündler austríacos— eran inmediatamente controlados por los representantes de las autoridades alemanas. En algunos casos, los expulsados corrían la misma suerte que el comunista austríaco Paul Meisel, que en mayo de 1938 fue conducido hasta la frontera austríaca, vía Polonia, para ser entregado a la Gestapo. Paul Meisel desaparecería en Auschwitz, por ser judío.

Este excelente acuerdo entre la Alemania nazi y la Rusia soviética prefiguraba los pactos soviético-nazis del año 1939, «donde se expresa la verdadera naturaleza convergente de los sistemas totalitarios» (Jorge Semprún). Después de estos pactos, las expulsiones se sucedieron en condiciones mucho más dramáticas. Tras el aplastamiento de Polonia por Hitler y Stalin, las dos potencias tenían una frontera común, que permitía hacer pasar directamente a los expulsados de las prisiones soviéticas a las prisiones alemanas. Desde 1939 hasta 1941, de 200 a 300 comunistas alemanes fueron así entregados a la Gestapo, para demostrar la buena voluntad soviética hacia su nuevo aliado. El 27 de noviembre de 1939 se firmó un acuerdo entre las dos partes. Cerca de 350 personas fueron expulsadas inmediatamente desde noviembre de 1939 hasta mayo de 1941, entre ellas se encontraban 85 austríacos, como Franz Koritschoner, uno de los fundadores del Partido Comunista Austríaco, que llegó a ser funcionario de la Internacional Sindical Roja. Después de haber sido deportado al gran norte, fue entregado a la Gestapo de Lublin, trasladado a Viena, torturado y luego ejecutado en Auschwitz el 7 de junio de 1941.

Las autoridades soviéticas no tuvieron en cuenta el origen judío del nombre de estos expulsados: Hans Walter, compositor y director de orquesta, judío y miembro del KPD, fue entregado a la Gestapo y en 1942 murió en la cámara de gas del campo de Majdanek. Existen muchos otros casos: el físico Alexandre Weissberg, que sobrevivió y escribió sus memorias; Margarete Buber- Neumann, compañera de Heinz Neumann, que había sido apartada de la dirección del KPD y que luego había emigrado a la URSS, también dio testimonio de este increíble acuerdo entre nazis y soviéticos. Después de ser deportada a Karaganda (Siberia), fue entregada a la Gestapo junto con otros muchos compañeros de infortunio en febrero de 1940. Este «intercambio» tuvo como consecuencia que fuera internada en Ravensbrük[41].

En el puente de Brest-Litovsk.

«El 31 de diciembre de 193 9 nos despertaron a las seis de la mañana (…). Una vez vestidos y afeitados, tuvimos que estar algunas horas en una sala de espera. Un judío comunista húngaro, llamado Bloch, había huido a Alemania después del fracaso de la comuna de 1919. Había vivido con papeles falsos y había seguido militando en el partido. Más tarde había emigrado con esos mismos papeles. Él también había sido detenido y, a pesar de sus protestas, sería entregado a la Gestapo alemana. (…)Justo antes de medianoche llegaron unos autobuses que nos trasladaron a la estación. (…)En la noche del 31 de diciembre de 1939, el tren se puso en marcha. Llevaba a sus países a 70 seres vencidos. (…)A través de una Polonia devastada, continuamos nuestro viaje hacia BrestLitovsk. En el puente de Bug nos esperaba el aparato del otro régimen totalitario europeo, la Gestapo alemana».

Alexandre Weissberg, L’Accusé, Fasquelle, 1953. A. Weissberg consiguió escapar de la prisión nazi; se unió a los insurrectos polacos y combatió junto a ellos. Al final de la guerra consiguió llegar a Suecia y después a Inglaterra.

«Tres personas se negaron a cruzar el puente, a saber: el judío húngaro llamado Bloch, el obrero comunista condenado por los nazis y .un maestro alemán cuyo nombre he olvidado. Fueron arrastrados a la fuerza hacia el puente. Los nazis y las SS descargaron su rabia contra el judío. Fuimos trasladados a un tren y conducidos a Lublin. En Lublin fuimos entregados a la Gestapo. Entonces pudimos constatar que no solo habíamos sido entregados a la Gestapo, sino que el NKVD había entregado a las SS los documentos relativos a nosotros. Así, por ejemplo, en mi informe figuraba, entre otras cosas, que yo era la mujer de Neumann y que Neumann era uno de los alemanes más odiados por los nazis…».

Margarete Buber-Neumann, «Declaración en el proceso Kravchenko contra Les Lettres françaises, audiencia 14, 23 de febrero de 1949. Acta taquigráfica», La Jeune Parque, 1949. Detenida en 1937, deportada a Siberia y más tarde entregada a los nazis, Margarete Buber-Neumann estuvo internada en el campo de concentración de Ravensbrück hasta su liberación, en abril de 1945.

En esa misma época, también los mandos del Partido Comunista Palestino, muchos de ellos emigrados de Polonia, fueron a su vez devorados por el mecanismo del terror. Joseph Berger (1904-1978), secretario del PCP desde 1929 hasta 1931, fue detenido el 27 de febrero de 1935 y no fue liberado hasta después del XX Congreso, en 1956. Su supervivencia es una excepción. Muchos otros militantes fueron ejecutados en fechas diversas o desaparecieron en los campos. Wolf Averbuch, director de una fábrica de tractores en Róstov del Don, fue detenido en 1936 y ejecutado en 1941. La política sistemática de destrucción de los miembros del PCP o de grupos sionistas-socialistas llegados a la URSS está relacionada con la política soviética contra la minoría judía a raíz de la formación del Birobidjan, cuyos dirigentes fueron acusados. El profesor Iosif Liberberg, presidente del comité ejecutivo del Birobidjan, fue denunciado como «enemigo del pueblo». Y después de él, sufrieron la represión los otros mandos de la región autónoma que dirigían instituciones. Samuel Augursky (1884-1947) fue acusado de pertenecer a un supuesto centro judea-fascista. Toda la sección judía del partido ruso (la Ievsekiya) fue desmantelada. El objetivo era la destrucción de las instituciones judías, cuando, sin embargo, el Estado soviético trataba de obtener el apoyo de algunas personalidades judías fuera de la URSS[42].

Uno de los grupos más afectados por el terror fue el de los comunistas polacos. Ocupan el segundo lugar en las estadísticas de la represión, justo detrás de los rusos. Es cierto que, de forma excepcional, el Partido Comunista Polaco (KPP) había sido disuelto oficialmente el 19 de agosto de 1938 tras un voto explícito del comité ejecutivo de la Komintern. Stalin siempre había sospechado del KPP, supuestamente contaminado de sucesivas y múltiples desviaciones. Muchos dirigentes comunistas polacos habían pertenecido al entorno de Lenin antes de 1917 y vivían sin protección jurídica en la URSS. En 1923, el KPP había adoptado una posición favorable a Trotsky. La víspera de la muerte de Lenin, su dirección había formulado una resolución a favor de la oposición. Pronto fue su «Luxemburguismo» lo que sería criticado. Durante el V Congreso de la Komintern, en junio-julio de 1924, Stalin apartó a la dirección histórica del KPP —Adolf Warski, Maximilian Walecki y Wera Kostrewa- Kochtchava— como un primer paso hacia la toma del control por la Komintern. A continuación el KPP fue denunciado como foco de trostkistas. Esta acusación no es suficiente para explicar la purga radical a la que se vio sometido este partido, muchos de cuyos dirigentes eran de origen judío. También estuvo el asunto de la organización militar polaca (POW) en 1933 (véase la contribución de Andrzej Paczkowski). Tampoco hay que olvidar el siguiente factor: la política de la Komintern tendía a imponer a su sección polaca una acción dirigida totalmente a debilitar al Estado polaco en beneficio de la URSS y de Alemania. La hipótesis según la cual la eliminación del KPP fue ante todo motivada por la necesidad de preparar la firma de los acuerdos germano-soviéticos, debe pues ser tomada en serio. La manera en que Stalin actuó es también significativa: procuró —con la ayuda del aparato de la Komintern— que todas sus víctimas volvieran a Moscú y procuró que se le escaparan las menos posibles. Solo sobrevivieron los que estaban prisioneros en Polonia, como Wladyslaw Gomulka.

En febrero de 1938, La correspondencia internacional, órgano quincenal de la Komintern, acusó al conjunto del KPP bajo la firma de J. Swiecicki. A lo largo de la purga iniciada en junio de 1937 —cuando el secretario general Julian Lenski fue llamado a Moscú, donde desapareció—, doce miembros del Comité central, numerosos dirigentes de segunda fila y varios centenares de militantes fueron eliminados. La purga se extendió igualmente a los polacos alistados en las Brigadas internacionales: los dirigentes políticos de la Brigada Dombrowski, Kazimerz Cichowski y Gustav Reicher, fueron detenidos nada más volver a Moscú. Hasta 1942 Stalin no se dio cuenta de la necesidad de reconstituir un partido comunista polaco bajo el nombre de Partido Obrero Polaco (PPR), con el fin de convertirlo en el núcleo de un futuro gobierno a su servicio, rival del gobierno legal refugiado en Londres.

Los comunistas yugoslavos también tuvieron que sufrir mucho con el terror estalinista. Prohibido en 1921, el Partido Comunista de Yugoslavia se había visto obligado a replegarse al extranjero, primero a Viena desde 1921 hasta 1936, y luego a París desde 1936 hasta 1939. Sin embargo, fue sobre todo en Moscú, hacia 1925, donde se constituyó su principal centro. En torno a los alumnos de la Universidad Comunista de las Minorías Nacionales (KUNMZ), de la Universidad Comunista Serdlov y de la Escuela Leninista Internacional, se constituyó un primer núcleo de emigrados yugoslavos, muy pronto reforzado por una nueva oleada de emigración debida a la instauración, en 1929, de la dictadura del rey Alejandro. En los años treinta residían en la URSS[43] unos 200 o 300 comunistas yugoslavos y estaban muy presentes en las administraciones internacionales, en particular de la Komintern y de la Internacional Comunista de Juventudes. Por esta razón estaban vinculados al PCUS.

A causa de las numerosas luchas entre las diferentes fracciones que se disputaban la dirección del PCY, adquirieron mala fama. En estas circunstancias, la intervención de la dirección de la Komintern se hizo cada vez más frecuente y obligatoria. A mediados de 1925 se procedió a una chistka, una verificación- depuración, en la KUNMZ, ya que los estudiantes yugoslavos, más bien favorables a la oposición, se opusieron a la rectora María J. Frukina. Algunos estudiantes fueron expulsados y censurados, y cuatro de ellos (Ante Ciliga, Dedic, Dragic y Eberling) fueron detenidos y desterrados a Siberia. En 1932 se produjo una nueva depuración en el seno del PCY, del que fueron expulsados 16 militantes.

Después del asesinato de Kírov, se reforzó el control de los emigrados políticos y, en el otoño de 1936, todos los militantes del PCY fueron inspeccionados antes de ser víctimas del terror. Al ser más conocida la suerte de los emigrados políticos que la de los trabajadores anónimos, se sabe que ocho secretarios del comité central del PCY, otros 15 miembros del comité central, así como 21 secretarios de direcciones regionales o locales, fueron detenidos y desaparecieron. Uno de los secretarios del PCY, Sima Markovich, que se había visto obligado a refugiarse en la URSS, trabajó en la Academia de Ciencias Rusa antes de ser detenido en julio de 1939. Condenado a diez años de trabajos forzados sin derecho a correspondencia, murió en prisión. Otros fueron ejecutados en el acto, como los hermanos Vujovic, Radomir (miembro del comité central del PCY) y Gregor (miembro del comité central de las Juventudes). Su hermano Voja, antiguo responsable de la Internacional Comunista de las Juventudes, que se había solidarizado con Trotsky en 1927, desapareció, y a continuación sus hermanos fueron detenidos. Milan Gorkic, secretario del comité central del Partido Comunista Yugoslavo desde 1932 hasta 1937, fue acusado de haber creado una «organización antisoviética en el seno de la Internacional y de haber dirigido un grupo terrorista dentro de la Komintern, organización dirigida por Knorin y Piatnitsky».

A mediados de los años sesenta, el PCY rehabilitó a un centenar de víctimas de la represión, pero no se emprendió ninguna investigación sistemática. Es cierto que la apertura de una investigación semejante habría planteado indirectamente el asunto de las víctimas de la represión llevada a cabo contra los campesinos de la URSS en Yugoslavia después del cisma de 1948. Y sobre todo habría puesto de manifiesto que la ascensión en 1938 de Tito (Josip Broz) al frente del partido se había debido a una purga particularmente sangrienta. El hecho de que Tito se alzara en 1948 contra Stalin no disminuye su responsabilidad en la purga de los años treinta.

LA PERSECUCIÓN DE LOS «TROTSKISTAS».. Después de haber diezmado las filas de los comunistas extranjeros que vivían en la URSS, Stalin atacó a los «disidentes » que vivían en el extranjero. El NKVD tuvo así la oportunidad de poner de manifiesto su poder mundial.

Uno de los casos más espectaculares es el de Ignaz Reiss, cuyo verdadero nombre era Nathan Poretski. Reiss era uno de esos jóvenes revolucionarios judíos surgidos de la guerra de 1914, como otros muchos de Europa central y como otros muchos reclutados por la Komintern[44]. Agitador profesional, trabajaba en la red clandestina internacional y había cumplido tan bien sus misiones que había sido condecorado en 1928 con la Orden de la Bandera Roja. Después de 1935 fue «recuperado» por el NKVD, que controlaba todas las redes en el extranjero y se ocupaba del espionaje en Alemania. El primero de los grandes procesos de Moscú conmocionó a Reiss, que decidió romper con Stalin. Conociendo las costumbres de la «casa», preparó cuidadosamente su retirada y, el 17 de julio de 1937, hizo pública una carta al Comité central del PCUS donde se explicaba y atacaba especialmente a Stalin y el estalinismo, «esa mezcla del peor de los oportunismos —un oportunismo sin principios—, de sangre y de mentiras [que] amenaza con envenenar a todo el mundo y con acabar con lo que queda del movimiento obrero». Reiss anunciaba al mismo tiempo su adhesión a León Trotsky. Sin saberlo, acababa de firmar su sentencia de muerte. El NKVD movilizó inmediatamente su red en Francia y consiguió localizar a Reiss en Suiza, donde le tendió una trampa. En la noche del 4 de septiembre, en Lausana, fue acribillado a balazos por dos comunistas franceses, mientras un agente femenino del NKVD intentaba asesinar a su mujer y a su hijo con una caja de bombones envenenados. A pesar de las investigaciones llevadas a cabo en Suiza y en Francia, sus asesinos y sus cómplices jamás fueron encontrados o condenados. Trotsky acusó inmediatamente a Jacques Duelos, uno de los secretarios del PCF, pidiendo a su secretario Jan Van Heijenoort que enviara el siguiente telegrama al jefe de Gobierno francés: «Chautemps presidente del Consejo París/ En el asunto asesinato Ignaz Reiss/ Robo de mis archivos y crímenes análogos/ Permítame insistir necesidad someter interrogatorio al menos como testigo Jacques Duelos vicepresidente Cámara de Diputados exagente GPU»[45].

Duelos era por entonces vicepresidente de la Cámara de los Diputados desde junio de 1936, y el telegrama no obtuvo ningún resultado. El asesinato de Reiss era espectacular, pero formaba parte de un vasto plan de eliminación de los trotskistas. No es muy de extrañar que en la URSS los trotskistas hayan sido exterminados, como tantos otros. Sin embargo, sorprende el odio con que los servicios especiales eliminaron físicamente a los opositores en el extranjero y, más aún, a los grupos trotskistas constituidos en diferentes países. La base de esta empresa era un paciente trabajo de infiltración.

En julio de 1937 desapareció Rudolf Klement, responsable del secretariado internacional de la oposición trotskista. El 26 de agosto de ese mismo año se rescató del Sena un cuerpo decapitado y sin piernas, que fue identificado enseguida como el de Klement. El propio hijo de Trotsky, León Sedov, murió en París el 16 de febrero de 1938 a consecuencia de una operación. Las sospechosas condiciones de su muerte hicieron pensar a sus allegados que se trataba de un asesinato organizado por los servicios soviéticos[46]. Por el contrario, Pavel Sudoplatov asegura en sus memorias[47] que no fue así. Pero lo cierto es que León Sedov estaba vigilado estrechamente por el NKVD y que Mark Zborowski, uno de sus allegados, era un agente infiltrado en el movimiento trotskista.

Louis Aragon, Preludio al tiempo de las cerezas.

Canto al GPU que se forma

en Francia en este momento

Canto al necesario GPU de Francia

Canto a los GPUs de ninguna y de todas partes

Pido un GPU para preparar el fin de un mundo

Pedir un GPU para preparar el fin de un mundo

para defender a aquellos que son traicionados

para defender a aquellos que siempre son traicionados

Pedid un GPU vosotros los que sois doblegados y asesinados

Pedid un GPU

Necesitáis un GPU

Viva el GPU figura dialéctica del heroísmo

que puede oponerse a la imagen imbécil de los aviadores

considerados por los imbéciles como héroes cuando se rompen

las narices contra el suelo

Viva el GPU verdadera imagen de la grandeza materialista

Viva el GPU contra dios Chiappe y la «Marsellesa»

Viva el GPU contra el papa y los piojos

Viva el GPU contra la resignación de los bancos

Viva el GPU contra las maniobras del Este

Viva el GPU contra la familia

Viva el GPU contra las leyes perversas

Viva el GPU contra el socialismo de los asesinos como

Caballero Boncour MacDonald Zoergibel

Viva el GPU contra todos los enemigos del Proletariado

VIVAELGPU

(1931). (Citado por Jean Malaquais,

El llamado Louis Aragon o el patriota profesional,

suplemento de Masses, febrero de 1947.)

En cambio, Sudoplatov ha reconocido que en marzo de 1939 Beria y Stalin le encargaron personalmente que asesinara a Trotsky. Stalin le dijo: «Hay que acabar con Trotsky este año, antes del inevitable comienzo de la guerra (…)»,añadiendo: «Usted dependerá directamente del camarada Beria y de nadie más, pero será el único responsable de esta misión»[48]. Se organizó una auténtica batida en París, Bruselas y Estados Unidos, hasta llegar a Méjico, donde residía el jefe de la IV Internacional. Con la complicidad del Partido Comunista Mejicano, los agentes de Sudoplatov prepararon un primer atentado, realizado el 24 de mayo, del que Trotsky escapó de milagro. Sudoplatov encontró el medio de desembarazarse de Trotsky infiltrando a Ramón Mercader bajo un nombre falso. Mercader, que se había ganado la confianza de un militante trotskista, consiguió entrar en contacto con el «viejo». Trotsky, confiado, aceptó recibirle para darle su opinión sobre un artículo escrito en su defensa. Mercader le golpeó entonces en la cabeza con un piolet. Trotsky, gravemente herido, lanzó un grito desgarrador. Su mujer y sus guardaespaldas se precipitaron sobre Mercader, paralizado una vez cometido el crimen. Trotsky murió al día siguiente.

La interrelación entre los partidos comunistas, las secciones de la Komintern y los departamentos del NKVD fue denunciada por León Trotsky, que era plenamente consciente de que la Komintern se hallaba dominada por la GPU y el NKVD. En una carta del 27 de mayo de 1940 dirigida al fiscal general de Méjico, tres días después del primer intento de asesinato del que había sido víctima, escribía: «La organización de la GPU tiene unas costumbres y unos métodos perfectamente establecidos fuera de la Unión Soviética. La GPU necesita, para su actividad, una cobertura legal o semilegal y un entorno favorable para el reclutamiento de sus agentes; ese entorno y esa protección los encuentra en los supuestos “partidos comunistas”»[49]. En su último escrito, siempre en relación con el atentado del 24 de mayo, describía con detalle la operación de la que había estado a punto de ser víctima. Para él, la GPU (Trotsky emplea aún el nombre adoptado en 1922, cuando era uno de los dirigentes del Estado soviético) era «el órgano principal del poder de Stalin», era «el instrumento de la dominación totalitaria» en la URSS, desde la cual «un espíritu de servilismo y de cinismo se ha extendido por toda la Komintern y envenena el movimiento obrero hasta la médula». E insiste en esta dimensión concreta, que determina muchas de las cosas que suceden en los partidos comunistas: «Como organizaciones, la GPU y la Komintern no son idénticas, pero están estrechamente unidas. Se hallan subordinadas la una a la otra, y no es la Komintern la que da las órdenes a la GPU sino, al contrario, la GPU es la que domina completamente la Komintern»[50].

Este análisis, basado en numerosos elementos, era fruto de la doble experiencia de Trotsky: la adquirida cuando era uno de los dirigentes del incipiente Estado soviético y la del proscrito perseguido a través de todo el mundo por los asesinos del NKVD, cuyos nombres son bien conocidos en la actualidad. Se trataba de tres dirigentes del departamento de «misiones especiales» creado en diciembre de 1936 por Nikolay Yezhov: Serguei Spiegelglass, autor del atentado fallido, Pavel Sudoplatov (muerto en 1996) y Naum Eitingon (muerto en 1981). Estos últimos fueron los que lograron realizar con éxito el atentado gracias a numerosas complicidades[51].

Los datos más significativos del asesinato de Trotsky, cometido en Méjico el 20 de agosto de 1940, se conocen gracias a las sucesivas investigaciones llevadas a cabo inmediatamente sobre el terreno, y a las reanudadas más tarde por Julián Gorkín[52]. De hecho, no había ninguna duda sobre el cerebro del asesinato: los responsables directos eran conocidos, según algunas informaciones recientemente confirmadas por Sudoplatov. Jaime Ramón Mercader del Río era el hijo de Caridad Mercader, una comunista que trabajaba desde hacía tiempo para los Servicios y que se convirtió en la amante de N. Eitingon. Mercader entró en contacto con Trotsky bajo el nombre de Jacques Mornard. Este último existía realmente y murió en 1967 en Bélgica. Mornard había combatido en España, donde es probable que los servicios soviéticos le «cogieran prestado» el pasaporte. Mercader utilizó también el nombre de Jacson, sirviéndose de otro pasaporte, el de un canadiense alistado en las Brigadas internacionales y muerto en el frente. Ramón Mercader murió en 1978 en La Habana, donde Fidel Castro le había ofrecido el puesto de consejero del ministerio de Asuntos Interiores. El hombre que había sido condecorado con la Orden de Lenin por su crimen, fue enterrado discretamente en Moscú.

A pesar de haber conseguido desembarazarse de su último adversario político, Stalin continuó la persecución de los trotskistas. El ejemplo francés es muy revelador de la actitud de los militantes comunistas en relación con los militantes de las pequeñas organizaciones trotskistas. No se descarta que durante la ocupación francesa los comunistas denunciaran a algunos trotskistas ante la policía francesa o alemana.

En las prisiones y los campos franceses de Vichy, los trotskistas fueron aislados sistemáticamente. En Nontron (Dordoña), Gérard Bloch fue víctima del ostracismo del colectivo comunista dirigido por Michel Bloch, hijo del escritor Jean-Richard Bloch. Encarcelado en la prisión de Eysses, Gérard Bloch fue avisado por un maestro católico de que el colectivo comunista de la prisión había decidido estrangularlo por la noche[53].

En este contexto de odio ciego, adquiere todo su significado el asunto de la «desaparición» de cuatro trotskistas, entre los que se encontraba Pietro Tresso, fundador del Partido Comunista Italiano, en el maquis FTP «Wodli» instalado en el Alto-Loira. Este maquis comunista «se hizo cargo» de cinco militantes trotskistas, evadidos el 1 de octubre de 1943 de la prisión de Puyen- Velay al mismo tiempo que sus camaradas comunistas. Albert Demazière, uno de los trotskistas, se separó por azar de sus compañeros. Es el único superviviente de los cinco que formaban el grupo[54]: Tresso, Pierre Salini, Jean Reboul y Abraham Sadek fueron ejecutados a finales de octubre, después de un simulacro de juicio muy significativo. Los «testigos» de aquel juicio, todavía vivos, señalan que aquellos militantes fueron acusados efectivamente de proyectar el «envenenamiento del agua del campo», acusación medieval que nos remite a los orígenes judíos de Trotsky (cuyo hijo Serguei fue también acusado de las mismas intenciones en la URSS) y de al menos de uno de los prisioneros del maquis (Abraham Sadek). Así, el movimiento comunista mostraba que no estaba exento de la más grosera regresión antisemita. Antes de su asesinato, los cuatro trotskistas fueron fotografiados, probablemente para su identificación por las instancias superiores del PCF, y obligados a escribir sus biografías.

Incluso en los campos de concentración, los comunistas trataban de eliminar físicamente a sus adversarios más cercanos sirviéndose de los puestos adquiridos dentro la jerarquía de los campos. Marcel Beaufrère, responsable de la región bretona del Partido Obrero Internacionalista, detenido en octubre de 1943 y deportado a Buchenwald en enero de 1944, fue acusado de ser trotskista por el jefe de los barracones (un comunista). Diez días más tarde, un amigo le avisó de que la célula comunista del barracón 39 —el suyo— lo había condenado a muerte y quería enviarlo al barracón de las cobayas, donde se les inoculaba el virus del tifus. Marcel Beaufrere se salvó en el último momento gracias a la intervención de los militantes alemanes[55]. Bastaba utilizar el propio funcionamiento de los campos de concentración nazis para desembarazarse de los adversarios políticos, ya víctimas de los propios miembros de La Gestapo o las SS, enviándolos a los campos más severos. Marcel Hic y Roland Filiâtre, ambos deportados a Buchenwald, fueron enviados al terrible campo de Dora, «con el consentimiento de los mandos del KPD, que desempeñaban las tareas administrativas en el campo», escribe Rodolphe Prager[56]. Marcel Hic sucumbió allí. Todavía en 1948, Roland Filiâtre escapó a un intento de asesinato en su lugar de trabajo.

Aprovechando la liberación, se llevaron a cabo más «eliminaciones» de militantes trotskistas. Mathieu Buchholz, un joven obrero parisino del grupo «La Lucha de Clases», desapareció el 11 de septiembre de 1944. En mayo de 1947, el periódico de su grupo acusó a los «estalinistas».

En Grecia, el movimiento trotskista tenía cierta trascendencia. Un secretario del Partido Comunista Griego (KKE), Pandelis Pouliopoulos, que fue fusilado por los italianos, se había unido a él antes de la guerra. Durante esta, los trotskistas se incorporaron individualmente a las filas del Frente de Liberación Nacional (EAM), fundado en junio de 1941 por los comunistas. El general del Ejército Popular de Liberación Nacional (ELAS), Aris Velouchiotis, mandó ejecutar a una veintena de dirigentes trotskistas. Después de la liberación, se multiplicaron los secuestros de militantes trotskistas. A menudo fueron torturados para que dieran las direcciones de sus camaradas. En 1946, en su informe al comité central del Partido Comunista, Vassilis Bartziotas da la cifra de 600 trotskistas ejecutados por el OPLA (organización de protección de las luchas populares), cifra que probablemente también incluye a los anarquistas y socialistas disidentes[57]. Los arqueo-marxistas, militantes que se habían organizado fuera del Partido Comunista griego en 1924, fueron igualmente perseguidos y asesinados[58].

Los comunistas albaneses no se quedaron a la zaga. Después de la unificación en noviembre de 1941 de los grupos de izquierda, entre los que se encontraban los trotskistas reunidos en torno a Anastase Lula, volvieron a surgir las diferencias entre los trotskistas y los ortodoxos (Enver Hoxha, Memet Shehu), aconsejados por los yugoslavos. En 1943, Lula fue ejecutado sin formalidades previas. Después de sufrir varios intentos de asesinato, Sadik Premtaj, otro líder trotskista especialmente popular, consiguió llegar a Francia; en mayo de 1951 fue víctima de un nuevo intento de asesinato perpetrado por Djemal Shami, un exbrigada roja, pistolero de la legación albanesa en París.

En China se había formado en 1928 un pequeño grupo trotskista, bajo la autoridad de Shen Duxiu, fundador y antiguo secretario del PCC. En 1935 solo contaba con algunos centenares de miembros. Durante la guerra contra Japón, una parte de ellos consiguió integrarse en el VIII Ejército del APL. Mao Zedong los mandó ejecutar y eliminó los batallones dirigidos por ellos. Al final de la guerra civil, estos últimos eran sistemáticamente perseguidos y ejecutados. El destino de muchos de ellos se desconoce.

En Indochina la situación fue diferente en un primer momento. Los trotskistas del grupo Tranh Dau (La lucha) y los comunistas hicieron causa común a partir de 1933. La influencia de los trotskistas era especialmente fuerte en el sur de la península. En 1937, una orden de Jacques Duelos prohibió al Partido Comunista Indochino seguir colaborando con los militantes de La lucha. Durante los meses que siguieron a la derrota japonesa, otra rama trotskista —la Liga Comunista Internacional— adquirió una influencia que preocupó a los dirigentes comunistas. La LCI criticó al Vietminh (el Frente Democrático para la Independencia), creado en mayo de 1941 por Hô Chi Minh, por haber recibido pacíficamente a las tropas inglesas llegadas en septiembre de 1945. El 14 de septiembre, el Vietminh inició una amplia operación contra los mandos trotskistas, siendo la mayoría de ellos ejecutados poco después de ser capturados. Más tarde, después de haber combatido contra las tropas anglo-francesas y de haberse visto obligados a replegarse a la llanura de los Juncos, los trotskistas fueron derrotados por las tropas del Vietminh. Segunda parte de la operación: el Vietminh se puso a continuación en contra de los militantes de La lucha. Hechos prisioneros en Ben Suc, fueron ejecutados cuando se aproximaban las tropas francesas. Detenido más tarde, Ta Tu Thau, líder histórico del movimiento, fue ejecutado en febrero de 1946. ¿Acaso no había escrito Hô Chi Minh que los trotskistas «son los traidores y los espías más infames?»[59].

En Checoslovaquia, la suerte de Zavis Kalandra simboliza por sí sola la de todos sus compañeros. En 1936 había sido expulsado del PCCh por haber escrito un folleto denunciando los procesos de Moscú. Durante la guerra fue deportado por los alemanes a Oranienburg por pertenecer a la resistencia. En noviembre de 1949 fue torturado tras ser detenido y acusado de haber dirigido un «compló contra la República». En junio de 1950 se inició el proceso, en el que hizo su autocrítica. El 8 de junio fue condenado a muerte. En Combate (14 de junio de 1950), André Breton pidió a Paul Éluard que interviniera a favor de Kalandra, al que ambos conocían desde antes de la guerra. Éluard le contestó: «Tengo demasiado trabajo con los inocentes que claman su inocencia, como para ocuparme de los culpables que claman su culpabilidad»[60]. Zavis Kalandra fue ejecutado el 27 de junio de ese mismo año junto con otros tres compañeros.

ANTIFASCISTAS Y REVOLUCIONARIOS EXTRANJEROS VÍCTIMAS DEL TERROR EN LA URSS. Aunque la acción de diezmar a la Komintern, a los trotskistas y a otros disidentes comunistas constituyó una parte importante del terror comunista, no fue la única. En efecto, a mediados de los años treinta en la URSS vivían muchos extranjeros que, sin ser comunistas, se habían visto atraídos por el espejismo soviético. Muchos de ellos pagaron con su libertad, y a menudo con su vida, esta pasión por el país de los soviets.

A principios de los años treinta, los soviéticos llevaron a cabo una campaña de propaganda en las proximidades de Carelia, aprovechando las posibilidades que ofrecía esta región fronteriza entre la URSS y Finlandia, y la atracción que ejercía la «construcción del socialismo». 12.000 personas abandonaron Finlandia, a las que se sumaron los casi 5.000 finlandeses llegados de Estados Unidos, en su mayor parte miembros de la Asociación (americana) de Trabajadores Finlandeses, que tenían grandes dificultades debido al paro producido por la crisis del 29. La «fiebre de Carelia» fue aún más fuerte porque los agentes del Amtorg (la agencia comercial soviética) les prometían trabajo, buenos salarios, alojamiento y el viaje gratuito de Nueva York a Leningrado. Les habían recomendado que se llevaran todo lo que tuvieran.

La «avalancha humana hacia la utopía», según la expresión de A1no Kuusinen, se convirtió en una pesadilla. Nada más llegar les confiscaron las máquinas, las herramientas y los ahorros. Tuvieron que entregar sus pasaportes, y se encontraron prisioneros en una región subdesarrollada en la que predominaban los bosques, en unas condiciones vitales particularmente duras[61]. Según Arvo Tuominen, que había dirigido el Partido Comunista Finlandés y ocupado el cargo de miembro suplente en el Presidium del comité ejecutivo de la Komintern hasta finales de 1939, antes de ser condenado a muerte y luego de ver su pena conmutada por diez años de prisión, al menos 20.000 finlandeses estuvieron internados en los campos de concentración[62].

Obligado a establecerse en Kirovakan, Aïno Kuusinen asistió, después de la Segunda guerra mundial, a la llegada de los armenios, quienes, víctimas también de una hábil propaganda, habían decidido establecerse en la República soviética de Armenia. Respondiendo al llamamiento que Stalin hizo a los rusos que vivían en el extranjero para que volvieran a la URSS, estos armenios, aunque en su mayoría fueran exiliados turcos, se movilizaron para llegar a una República de Armenia que, en su imaginación, sustituía a la tierra de sus antepasados. En septiembre de 1947, varios miles se reunieron en Marsella. 3.500 se embarcaron en el Rossia, que los transportó a la URSS. En cuanto el barco franqueó la línea simbólica de las aguas territoriales soviéticas en el mar Negro, la actitud de las autoridades soviéticas cambió radicalmente. Muchos comprendieron entonces que habían caído en una trampa. En 1948, 200 armenios procedentes de Estados Unidos corrieron la misma suerte: nada más llegar les confiscaron los pasaportes. En mayo de 1956, varios centenares de armenios procedentes de Francia se manifestaron cuando el ministro de Asuntos Exteriores, Christian Pineau, visitaba Erevan. Solo 60 familias pudieron abandonar la URSS mientras que la represión se abatía sobre el resto[63].

El terror no solo alcanzó a los que habían acudido libremente a la URSS, sino también a los que habían llegado forzados por la represión de regímenes dictatoriales. Según el artículo 129 de la Constitución soviética de 1936, «la URSS otorga el derecho de asilo a los ciudadanos extranjeros perseguidos por defender los intereses de los trabajadores o por su actividad científica o su lucha por la liberación nacional». En su novela Vida y destino, Vassili Grossman describe la confrontación entre un miembro de las SS y su prisionero, un exmilitante bolchevique. En su largo monólogo, el miembro de las SS ilustra perfectamente el destino de miles de hombres, mujeres y niños que buscaron refugio en la Unión Soviética, a través del siguiente párrafo: «¿Quién hay en nuestros campos de concentración en tiempo de paz, cuando no hay prisioneros de guerra? Los enemigos del partido, los enemigos del pueblo. Es una especie que usted conoce bien, pues se encuentran también en sus campos. Y si en tiempo de paz sus campos de concentración adoptaran el sistema de las SS, no dejaríamos salir a sus prisioneros. Sus prisioneros son nuestros prisioneros »[64].

Todos estos emigrados fueron considerados espías potenciales, tanto los que habían venido del extranjero respondiendo al llamamiento realizado por los propios soviéticos, como los que habían venido para encontrar una seguridad que ya no tenían en sus países de origen, debido a su afiliación política. Al menos ese es el motivo que figuraba más a menudo en sus notificaciones de condena.

Una de las primeras emigraciones fue la de los antifascistas italianos, a mediados de los años veinte. Muchos de ellos, que pensaban encontrar en el «país del socialismo» el refugio de sus sueños, sufrieron una gran decepción y fueron víctimas del terror. A mediados de los años treinta había en la URSS cerca de 600 comunistas italianos o simpatizantes: cerca de 250 eran mandos políticos emigrados y los restantes 350 estudiaban en tres escuelas de formación política. Muchos de estos alumnos abandonaron la URSS después de acabar sus estudios y un centenar de militantes vino a luchar a España en los años 1936-1937, abatiéndose el gran terror sobre los que se habían quedado. De los cerca de 200 italianos que fueron detenidos, en general por «espionaje »; unos 40 fueron fusilados —de los cuales han sido identificados 25—, y los restantes enviados al Gulag, a las minas de oro de Kolymá o al Kazajstán. Romolo Caccavale ha publicado un emocionante libro en el que describe el itinerario y el trágico destino de varias decenas de estos militantes[65].

Nazareno Scarioli, un antifascista huido de Italia en 1925, es un ejemplo entre muchos. De Italia pasó a Berlín y de allí a Moscú. Acogido por la sección italiana del Socorro Rojo, trabajó en una colonia agrícola de los alrededores de Moscú durante un año y luego fue trasladado a Yalta a otra colonia en la que trabajaban una veintena de anarquistas italianos dirigidos por Tito Scarselli. En 1933, la colonia fue disuelta y Scarioli volvió a Moscú, donde fue contratado en una fábrica. Participaba en las actividades de la comunidad italiana.

Llegaron los años de la «gran purga». El miedo y el terror disgregaron la comunidad italiana: todos sospechaban unos de otros. El dirigente comunista Paolo Robotti anunció en el Club italiano la detención, como «enemigos del pueblo», de 36 emigrados que trabajaban en una fábrica de rodamientos. Robotti obligó a los presentes a aprobar la detención de estos obreros, a los que él conocía muy bien. En el momento del voto a mano alzada, Scarioli votó en contra. Fue detenido la noche del día siguiente. Torturado en Lubianka, firmó una confesión. Deportado a Kolymá, trabajó en una mina de oro. Otros muchos italianos que compartieron su misma suerte murieron: el escultor Arnaldo Silva, el ingeniero Cerquetti, el dirigente comunista Aldo Gorelli, cuya hermana se había casado con el futuro diputado comunista Siloto; el antiguo secretario de la sección romana del PCI, Vincenzo Baccala; el toscano Otello Gaggi, que trabajaba de portero en Moscú; Luigi Calligaris, obrero en Moscú; el sindicalista veneciano Cado Costa, obrero en Odessa; Edmundo Peluso, que había frecuentado a Lenin en Zurich. En 1950, Scarioli, que solo pesaba treinta y seis kilos, salió de Kolymá, pero fue obligado, como si fuera un esclavo de los soviéticos, a seguir trabajando en Siberia. Hasta 1954 no fue amnistiado y luego rehabilitado. Sin embargo, hasta pasados seis años no le fue concedido el visado para volver a Italia, donde vivió con una pequeña pensión.

Entre estos refugiados, además de comunistas, miembros del PCI o simpatizantes, había algunos anarquistas que, para evitar ser detenidos, habían decidido huir a la URSS. El caso más conocido es el de Francesco Ghezzi, militante sindical y libertario, que llegó a Rusia en junio de 1921 para representar a la Unión Sindical Italiana en la Internacional Sindical Roja. En 1922 estuvo en Alemania, donde fue detenido, pues el Gobierno italiano, que le había acusado de terrorismo, había pedido su extradición. Una enérgica campaña evitó que acabara en las cárceles italianas, pero se vio obligado a regresar a la URSS. En otoño de 1924, Ghezzi, que se había unido sobre todo a Pierre Pascal y a Nicolas Lazarevich, mantuvo sus primeros altercados con la GPU. En 1929 fue detenido, condenado a tres años de prisión e internado en Suzdal, en unas condiciones criminales para un tuberculoso. Sus amigos y simpatizantes organizaron una campaña en su favor en Francia y en Suiza. Romain Rolland (en un primer momento) y otras personas firmaron una petición. Las autoridades soviéticas respondieron haciendo circular el rumor de que Ghezzi era un «agente de la embajada fascista». Liberado en 1931, Ghezzi volvió a trabajar en una fábrica. A finales de 1937 era de nuevo detenido. Pero esta vez, a sus amigos del extranjero les fue imposible obtener la más mínima información sobre su suerte. Fue dado por muerto en Vorkuta a finales de agosto de 1941[66].

Cuando el 11 de febrero de 1934 los dirigentes del Schutzbund, la Liga de Protección Republicana del Partido Socialista Austríaco, decidieron en Linz responder a los ataques de los Heimwehren (la guardia patriótica), que querían prohibir el Partido Socialista, no podían imaginar la suerte que correrían sus camaradas.

La agresión de los Heimwheren en Linz obligó a los socialdemócratas a promover en Viena una huelga general y luego la insurrección. Dollfuss salió victorioso tras cuatro días de encarnizados combates, y los militantes socialistas que escaparon a la prisión o al campo de internamiento tuvieron que vivir en la clandestinidad o huir a Checoslovaquia, para, más tarde, continuar algunos de ellos su lucha en España. Muchos decidieron refugiarse en la Unión Soviética, después de que una intensa propaganda lograra ponerles en contra de la dirección socialdemócrata. El 23 de abril de 1934, 300 hombres llegaron a Moscú, seguidos de otros convoys menos importantes hasta diciembre. La embajada alemana contabilizó 807 Schutzbündler emigrados a la URSS[67]. Contando a sus familias, cerca de 1.400 personas encontraron refugio en la URSS.

El primer convoy llegado a Moscú fue recibido por los dirigentes del Partido Comunista Austríaco (KPO) y desfiló por las calles de la capital. El consejo central de sindicatos se hizo cargo de ellos. Ciento veinte niños, cuyos padres habían muerto en las barricadas o condenados a muerte, enviados durante un tiempo a Crimea y más tarde instalados en Moscú[68] en el hogar de niños número 6 especialmente abierto para ellos.

Después de algunas semanas de descanso, los obreros austríacos fueron repartidos por las fábricas de Moscú, Jarkov, Leningrado, Gorky o Rostov. No tardaron en desilusionarse a causa de las condiciones vitales que les habían impuesto, y los dirigentes comunistas austríacos tuvieron que intervenir. Las autoridades les presionaron para que adoptaran la nacionalidad soviética; en 1938, 300 de ellos ya lo habían hecho. Sin embargo, grupos enteros de Schutzbündler iniciaron contactos con la embajada de Austria con la esperanza de conseguir la repatriación. En 1936, 77 Schutzbündler consiguieron volver a Austria. Según la embajada alemana, fueron 400 los que hicieron el viaje de vuelta hasta la primavera de 1938 (después del Anschluss en marzo de 1938, los austríacos se convirtieron en ciudadanos del Reich alemán). Ciento sesenta llegaron a España para combatir del lado de los republicanos.

Muchos no tuvieron la suerte de poder abandonar la URSS. Actualmente se sabe que 278 austríacos fueron detenidos desde finales de 1934 hasta 1938[69]. En 1939, Karlo Stajner conoció en Norilsk a un vienés, Fritz Koppensteiner, del que nunca más volvió a saber nada[70]. Algunos fueron ejecutados, como Gustl Deutch, antiguo responsable del acuartelamiento de Floridsdorf y excomandante del regimiento Karl-Marx, del que los soviéticos habían publicado un folleto sobre Los combates de febrero en Floridsdorf (Moscú, Prometheus-Verlag, 1934).

El hogar de niños número 6 tampoco fue perdonado. En otoño de 1936, comenzaron las detenciones de los padres supervivientes; sus hijos pasaron a depender del NKVD, que los envió a sus orfelinatos. La madre de Wolfang Leonhard fue detenida y en octubre de 1936 desapareció. Hasta el verano de 1937 su hijo no recibió una tarjeta postal, enviada desde la República de los Komis. Había sido condenada a cinco años por «actividad contrarrevolucionaria trotskista»[71].

La trágica odisea de la familia Sladek.

El 10 de febrero de 1963, el periódico socialista Arbeiter Zeitung informó de la historia de la familia Sladek. A mediados de septiembre de 1934, la señora Sladek y sus dos hijos se habían reunido en Jarkov con su marido, Josef Sladek, exSchutzbündler y exferroviario de Semmering refugiado en la URSS. A partir de 1937, más tarde que en Moscú y Leningrado, el NKVD comenzó sus detenciones en la comunidad austríaca de Jarkov. A Josef Sladek le llegó su turno el 15 de febrero de 1938. En 1941, antes del ataque alemán, la señora Sladek quiso abandonar la URSS y se dirigió a la embajada alemana. El 26 de julio, el NKVD la detuvo junto a su hijo Alfred de dieciséis años, mientras que Víctor, de ocho años, era enviado a un orfelinato del NKVD. Los funcionarios del NKVD intentaron a toda costa que Alfred «confesara»: le golpearon y le dijeron que su madre había sido fusilada. Tras ser evacuados debido al avance alemán, la madre y el hijo se encontraron por casualidad en el campo de Ivdel en los Urales. La señora Sladek había sido condenada a cinco años por espionaje y Alfred Sladek a diez años por espionaje y agitación antisoviética. Trasladados al campo de Sarma, se encontraron con Josef Sladek, que había sido condenado, en Jarkov, a cinco años de prisión. Pero fueron separados de nuevo. Liberada en octubre de 1946, la señora Sladek fue enviada a Solikansk, en los Urales, donde se reunió con su marido un año más tarde. Este, enfermo de tuberculosis y del corazón, se hallaba incapacitado para trabajar. El ferroviario de Semmering murió mendigando el 31 de mayo de 1948. En 1951, Alfred fue liberado a su vez y pudo reunirse con su madre. En 1954, después de largos y complicados trámites, ambos pudieron volver a Austria y ver Semmering. Hacía siete años que habían visto a Víctor por última vez. Las últimas noticias sobre él datan de 1946.

El número de yugoslavos que habían llegado a Rusia en 1917 y habían decidido quedarse era de entre 2.600 y 3.750 en 1924. A ellos se unieron obreros industriales y especialistas llegados de América y de Canadá para participar en la «edificación del socialismo». Sus colonias se hallaban repartidas por todo el territorio, desde Leninsk hasta Magnitogorsk, pasando por Saratov. Algunos de ellos (de 50 a 100) participaron en la construcción del metro de Moscú. Los emigrantes yugoslavos también fueron reprimidos. Bozidar Maslaritch sostiene que sufrieron «el más cruel de los destinos», añadiendo: «La mayoría fueron detenidos entre 1937 y 1938, y nunca se ha sabido qué fue ellos…»[72]. Apreciación subjetiva basada en el hecho de que varios centenares de emigrados desaparecieron. En la actualidad, aún no hay datos definitivos sobre el número de yugoslavos que trabajaron en la URSS, en concreto los que participaron en la construcción del metro de Moscú y fueron duramente reprimidos por protestar por las condiciones laborales.

A finales de septiembre de 1939, el reparto de Polonia entre la Alemania nazi y la Rusia soviética, decidido en secreto el 23 de agosto de 1939, se hizo efectivo. Los dos invasores coordinaron sus acciones para asegurarse el control de la situación y de la población: la Gestapo y el NKVD colaboraron en ello. Las comunidades judías se hallaban repartidas: de 3,3 millones de personas, cerca de dos millones vivían bajo la dominación alemana y el resto bajo la dominación soviética; a las persecuciones (quema de sinagogas) y a las matanzas se sucedió el encierro en los ghettos: el de Lodz fue creado el 30 de abril de 1940, y el de Varsovia, organizado en octubre, fue cerrado el 15 de noviembre.

Muchos judíos polacos habían huido al este ante el avance del ejército alemán. Durante el invierno de 1939-1940, los alemanes no prohibieron el paso por la nueva frontera. Pero los que lo intentaban se encontraban ante un obstáculo inesperado: «Los guardianes soviéticos del «mito de clase» vestidos con largos abrigos de pieles y con gorras, y con las armas cargadas, recibían con perros policías y con ráfagas de subfusiles a los nómadas que se dirigían a la tierra prometida»[73]. Desde diciembre de 1939 hasta marzo de 1940, estos judíos se encontraron acorralados en una tierra de nadie, de un kilómetro y medio de largo, en la orilla oriental del Bug, donde se veían obligados a vivir al raso. La mayoría de ellos volvieron a la zona alemana.

L. C. (número de registro 15.015), soldado del ejército polaco del general Anders, dio testimonio de esta increíble situación: «Este territorio era una zona de unos 600 o 700 metros en el que se amontonaban entre 700 u 800 personas, desde hacía ya varias semanas; el 90 por 100 eran judíos que habían huido del control alemán. (…) Enfermos y totalmente empapados en aquel territorio humedecido por las lluvias de otoño, nos apretujábamos los unos contra los otros sin que los “humanitarios” soviéticos se dignaran darnos un trocito de pan o agua caliente. Ni siquiera dejaban pasar a la gente de los campos de alrededor que deseaban hacer algo para mantenernos con vida. Por tanto, dejamos muchas tumbas en aquel territorio. (…) Puedo asegurar que las personas que volvieron a sus casas en la zona alemana hicieron bien, ya que el NKVD no era mejor que la Gestapo alemana, lo único que las diferenciaba era que la Gestapo acortaba el tiempo de sufrimiento matando a las personas, mientras que el NKVD mataba y torturaba de una forma que resultaba incluso más terrible que la propia muerte, de manera que quienes conseguían huir de milagro de sus garras quedaban inválidos para toda su vida…»[74]. De forma simbólica, Israel Yoshua Singer hace morir en esta tierra de nadie a su héroe, huido de la URSS por haberse convertido en un «enemigo del pueblo »[75].

En marzo de 1940, varios centenares de miles de refugiados —algunos los cifran en 600.000— se vieron obligados a adquirir un pasaporte soviético. Los acuerdos soviético-nazis preveían un intercambio de refugiados. Huyendo del terror policial del NKVD y de la penuria en que vivían, cada vez más insoportables, algunos decidieron volver a la zona alemana de la antigua Polonia. Jules Margoline, que se encontraba en Lvov, Ucrania occidental, asegura que en la primavera de 1940 los «judíos preferían el ghetto alemán a la igualdad soviética» [76]. Les parecía más fácil abandonar el Gobierno general para conseguir llegar a un país neutral que intentar la huida a través de la Unión Soviética.

Las deportaciones de ciudadanos polacos empezaron (véase el estudio de Andrzej Paczkowski) a principios de 1940 y continuaron hasta junio. Polacos de todas las confesiones fueron deportados en tren hasta el gran norte o el Kazajstán. El convoy de Jules Margoline tardó diez días en llegar a Murmansk. Gran conocedor del mundo de los campos de concentración, escribió: «Lo que diferencia a los campos de concentración soviéticos de todos los otros lugares de detención del mundo, no son solo sus enormes extensiones, inimaginables, ni sus homicidas condiciones vitales, sino también la necesidad de los prisioneros de mentir constantemente para salvar la vida, mentir siempre, llevar una máscara durante años y no poder decir nunca lo que se piensa. En la Rusia soviética, los ciudadanos “libres” se ven también obligados a mentir. (…) El disimulo y la mentira se convierten también en el único medio de autodefensa. Los mítines, las reuniones, los encuentros, las conversaciones y los periódicos murales se hallan repletos de una fraseología oficial, empalagosa, en la que no hay ni una sola palabra de verdad. El hombre occidental difícilmente puede comprender lo que suponen la privación de todos los derechos y la imposibilidad, durante cinco o seis años, de expresarse libremente, hasta el final, la obligación de rechazar el más mínimo pensamiento "ilegal" y de quedarse mudo como una tumba. El ser interno del individuo se deforma y desintegra bajo esta increíble presión[77]».

La muerte de los prisioneros 41 y 42.

Víctor Alter (nacido en 1890), miembro de la junta de la Internacional Obrera Socialista, era regidor de Varsovia y presidente de la Federación de sindicatos judíos. Henryk Erlich era miembro del Consejo comunal de Varsovia y redactor del diario judeoalemán Folkstaytung. Ambos pertenecían al Bund, el Partido Socialista Judío de Polonia. En 1939 se refugiaron en la zona soviética. Alter fue detenido el 26 de septiembre en Kowel, y Erlich el 4 de octubre en Brest-Litovsk. Trasladado a la Lubianka, Alter fue condenado a muerte el 20 de julio de 1941 por «actividades antisoviéticas» (se consideraba que había dirigido en la URSS una acción ilegal del Bund junto con la policía polaca). La condena, pronunciada por la sección militar de la Corte Suprema de la URSS, fue conmutada por diez años en un campo de concentración. El 2 de agosto, Erlich fue también condenado a muerte por el tribunal militar de las fuerzas armadas del NKVD de Saratov. El 27, su pena fue igualmente conmutada por diez años en un campo de concentración. Liberados en septiembre de 1941, después de los acuerdos Sikorski-Maiski, Beria los llamó y les propuso crear un Comité Judío Antinazi, lo que ambos aceptaron. El 4 de diciembre fueron de nuevo detenidos en Kuibyshev acusados de haber tenido relaciones con los nazis. Beria ordenó que los incomunicaran: en lo sucesivo, serían los prisioneros números 41 (Alter) y 42 (Erlich), cuya identidad nadie debía conocer. El 23 de diciembre de 1941, considerados como ciudadanos soviéticos, fueron de nuevo condenados a muerte (artículo 58, 1), por traición. En las siguientes semanas dirigieron en vano varias peticiones a las autoridades; probablemente ignoraban su condena. El 15 de mayo de 1942, Henryk Erlich se colgó de los barrotes de su celda. Hasta la apertura de los archivos, se creyó que había sido ejecutado.

Víctor Alter amenazó con suicidarse. Beria dio entonces orden de intensificar la vigilancia. Víctor Alter fue ejecutado el 17 de febrero de 1943. La sentencia del 23 de diciembre de 1941 había sido aprobada personalmente por Stalin. De forma muy significativa, su ejecución tuvo lugar poco después de la victoria de Stalingrado. No contentos con asesinarlos, las autoridades soviéticas les calumniaron diciendo que Alter y Erlich habían hecho propaganda a favor de la firma de un tratado de paz con la Alemania nazi.

Lukasz Hirszowicz, «NKVD Documents

shed new light on fate of Erlich and Alter»,

East European ]ewish Affairs, número 2, invierno de 1992.

En el invierno de 1945, el doctor Jacques Pat, secretario del Comité Obrero Judío de los Estados Unidos, viajó a Polonia para llevar a cabo una investigación sobre los crímenes nazis. A su regreso, publicó una serie de artículos en el ]ewish Daily Forward sobre los judíos refugiados en la URSS. Calculaba que 400.000 judíos polacos habían fallecido durante la deportación, en los campos o en las colonias de trabajo. Al final de la guerra, 150.000 decidieron volver a adquirir la ciudadanía polaca para huir de la URSS. «Los 150.000 judíos que cruzan en la actualidad la frontera soviético-polaca ya no discuten sobre la Unión Soviética, la patria socialista, la dictadura y la democracia. Para ellos, esas discusiones han terminado, su última palabra ha sido su huida de la Unión Soviética», escribía Jacques Pat después de haber interrogado a centenares de ellos[78].

El regreso obligado de los prisioneros soviéticos a la URSS.

Si tener relaciones con los extranjeros o haber llegado a la URSS desde el extranjero, era sospechoso a los ojos del régimen, ser prisionero durante cuatro años fuera del territorio nacional convertía al militar ruso encarcelado por los alemanes en un traidor que merecía ser castigado. El decreto número 270 de 1942 que modificaba el Código penal, artículo 193, declaraba que un prisionero capturado por el enemigo es ipso facto un traidor. No se tenían en cuenta las circunstancias en las que habían sido hechos prisioneros ni las condiciones de su cautiverio, que en el caso de los rusos fueron espantosas —según la Weltanschaung nazi, los eslavos, también seres inferiores, estaban destinados a desaparecer—, ya que, de 5,7 millones de prisioneros de guerra, 3,3 millones murieron de hambre y por malos tratos.

Así pues, en respuesta a la petición de los aliados, molestos por la presencia de soldados rusos en el seno de la Wehrmacht, Stalin decidió obtener de sus aliados la repatriación de todos los rusos que se encontraban en la zona occidental. No tuvo ningún problema en conseguirlo. Desde finales de octubre de 1944 hasta enero de 1945 fueron devueltos a la Unión Soviética sin su consentimiento más de 332.000 prisioneros (de los cuales 1.179 procedían de San Francisco). Los diplomáticos británicos y americanos no solo abordaron el asunto fríamente, sino incluso con cierto cinismo, pues sabían, como Anthony Eden, que habría que emplear la fuerza para «tratar» la cuestión.

Durante las negociaciones de Yalta (5-12 de febrero de 1945), los tres protagonistas (soviéticos, ingleses y americanos) concluyeron sus acuerdos secretos, que incluían tanto a los soldados como a los civiles desplazados. Churchill y Eden aceptaban que Stalin decidiera el destino de los prisioneros que habían combatido en las filas del ejército ruso de liberación (ROA) dirigido por el general Vlassov, como si estos pudieran beneficiarse así de un juicio justo garantizado.

Stalin sabía perfectamente que una parte de estos soldados soviéticos habían sido hechos prisioneros sobre todo por la desorganización del Ejército Rojo, del que él era el máximo responsable, y por su propia incapacidad y la de sus generales. También es cierto que muchos de los soldados no tenían ningún deseo de luchar a favor de un régimen que consideraban odioso y que, utilizando la expresión de Lenin, «habían votado con los pies»[79].

Aún no había pasado una semana de la firma de los acuerdos de Yalta, cuando unos transportes abandonaban las islas británicas en dirección a la URSS. En dos meses, desde mayo hasta julio de 1945, fueron «repatriadas», desde las zonas occidentales de ocupación, más de 1,1 millones de personas, consideradas por Moscú como soviéticas (incluidos los bálticos anexionados en 1940 y los ucranianos). A finales de agosto habían sido entregados más de dos millones de «rusos». Estos actos se realizaron a veces en condiciones atroces: los suicidios individuales o colectivos (familias enteras) fueron frecuentes, al igual que las mutilaciones. Durante su entrega a las autoridades soviéticas, los prisioneros intentaron en vano oponer una resistencia pasiva, pero los angloamericanos no dudaron en recurrir a la fuerza para satisfacer las exigencias soviéticas. A su llegada, los repatriados eran controlados por la policía política. El mismo día de la llegada del Almanzora a Odessa, el 18 de abril, se realizaron una serie de ejecuciones sumarias. La escena se repitió cuando llegó el Empire Pride.

Los occidentales temían que la Unión Soviética tomara como rehenes a los prisioneros ingleses, americanos o franceses y les hiciera chantaje con ellos. Se trataba de una actitud muy significativa de su estado de ánimo frente a las exigencias de los soviéticos que, de ese modo, impusieron la repatriación de todos las personas rusas o de origen ruso, incluidos los emigrantes posteriores a la Revolución de 1917. Al aceptar esta política, los occidentales ni siquiera lograron conseguir el regreso de sus propios ciudadanos procedentes de la URSS. Por el contrario, permitió a la URSS enviar a gran número de funcionarios en búsqueda de los recalcitrantes y actuar despreciando las leyes de las naciones aliadas.

El gobierno militar que controlaba la zona francesa de Alemania afirmaba en su boletín que el 1 de octubre de 1945, 101.000 «desplazados » habían sido devueltos aliado soviético. En la misma Francia, las autoridades francesas aceptaron la creación de 70 campos de reagrupamiento, que se beneficiaban la mayor parte de las veces de una extraña extraterritorialidad, como el de Beauregard, en las afueras de París, sobre los que renunciaron a ejercer cualquier tipo de control, otorgando a los agentes soviéticos del NKVD que operaban en Francia una impunidad en contradicción con su soberanía nacional. Los soviéticos, por su parte, tenían muy meditado el conjunto de estas operaciones, ya que desde septiembre de 1944 habían empezado a llevarlas a cabo con la ayuda de la propaganda comunista. La dirección de la Seguridad del territorio no cerraría el campo de Beauregard hasta noviembre de 1947 a consecuencia del secuestro de niños separados de sus padres. Roger Wybot, que dirigió la operación de cierre de este campo, señala: «En realidad, según las informaciones que he podido obtener, este campo de tránsito se parecía más a un campo de secuestros»[80]. Las protestas contra esta política fueron tan tardías y tan escasas, que merece la pena señalar la aparecida en el verano de 1947 en la revista socialista Masses: «Se entiende que el Gengis Jan en el poder cierre herméticamente las fronteras para retener a sus esclavos. Pero que obtenga el derecho de extraditados de los territorios extranjeros, sobrepasa incluso nuestra depravada moral de posguerra. (…) ¿En nombre de qué derecho moral o político se puede obligar a una persona a vivir en un país donde se le someterá a la esclavitud corporal y moral? ¿Qué agradecimiento espera recibir el mundo por parte de Stalin por haberse quedado mudo ante los gritos de los ciudadanos rusos que prefieren suicidarse antes que entrar en su país?».

Los redactores de esta revista denunciaban expulsiones aún más recientes: «Animados por la indiferencia criminal de las masas ante la violación del más mínimo derecho de asilo, las autoridades militares inglesas en Italia acaban de cometer un crimen incalificable: el 8 de mayo se llevaron del campo número 7 de Ruccione a 175 rusos para enviarlos supuestamente a Escocia, y del campo número 6 a 10 personas (en este campo había familias enteras). Cuando estas 185 personas ya estaban lejos de los campos, les quitaron todos los objetos que les pudieran servir para suicidarse y les dijeron que en realidad no iban a Escocia sino a Rusia. A pesar de todo algunos consiguieron suicidarse. Ese mismo día, también se llevaron a 80 personas (todas caucasianas) del campo de Pisa. Todos estos desgraciados fueron extraditados a la zona rusa de Austria en vagones vigilados por las tropas inglesas. Algunos intentaron huir y fueron asesinados por sus guardianes…»[81].

Los prisioneros repatriados fueron internados en campos especiales llamados de «filtro y control» (creados a finales de 1941), que no se diferenciaban en nada de los campos de trabajo y que pasaron a formar parte del Gulag en enero de 1946. En 1945 habían pasado por ellos 214.000 prisioneros[82]. La mayoría de ellos fueron condenados a seis años de campo, según el artículo 58-1-b. Entre ellos se encontraban los antiguos miembros del ROA (ejército de liberación ruso) que habían participado en la liberación de Praga combatiendo contra los miembros de las SS.

Los enemigos prisioneros.

La URSS no había ratificado los acuerdos internacionales sobre los prisioneros de guerra (Ginebra, 1929). Teóricamente, todos los prisioneros estaban protegidos por el acuerdo, aunque su país no los hubiera firmado. La URSS no tuvo en cuenta esta disposición. Victoriosa, retenía a unos tres o cuatro millones de prisioneros alemanes. Entre ellos se encontraban soldados liberados por las potencias occidentales que, al regresar a la zona soviética, fueron deportados a la URSS.

En marzo de 1947, Viacheslav Molotov declaró que habían sido repatriados un millón de alemanes (exactamente 1.003.974) y que quedaban internados aún 890.532 eh los campos de su país. Estas cifras fueron rebatidas. En marzo de 1950, la URSS decretó que la repatriación de los prisioneros había terminado. Sin embargo, los organismos humanitarios advirtieron de que al menos 300.000 prisioneros permanecían retenidos en la URSS, así como 100.000 civiles. El 8 de mayo de 1950, el Gobierno de Luxemburgo protestó por la finalización de las operaciones de repatriación, ya que 2.000 ciudadanos luxemburgueses seguían aún retenidos en la URSS. ¿La retención de información sobre el asunto era para esconder la triste realidad del destino de estos prisioneros? Podía ser así, dada la mortalidad existente en los campos.

Una comisión especial (la comisión Maschke) calcularía que murieron en los campos un millón de soldados alemanes prisioneros en la URSS. De ese modo, de los 100.000 prisioneros retenidos por el Ejército Rojo en Stalingrado solo sobrevivieron 6.000. En el mismo bando que los alemanes, cerca de 60.000 soldados italianos todavía sobrevivían en febrero de 1947 (a menudo se da la cifra de 80.000 prisioneros). El Gobierno italiano informó que solo 12.513 de estos prisioneros habían entrado en Italia en esa fecha. Hay que señalar también que los prisioneros rumanos y húngaros que habían combatido en el frente ruso conocieron análogas situaciones. En marzo de 1954, 100 voluntarios de la División Azul española fueron liberados. Esta somera lista no estaría completa si no se hablara de los 900.000 soldados japoneses que fueron hechos prisioneros en Manchuria en 1945.

Los «A pesar nuestro».

En los campos circulaba una máxima que refleja perfectamente la gran variedad de los países de origen de la población carcelaria: «Si un país no se halla representado en el Gulag es que no existe». Francia también tuvo prisioneros en el Gulag, que la diplomacia no puso demasiado empeño en defender y recuperar.

Los departamentos de la Mosela, del Bajo y del Alto Rhin recibieron un trato especial por parte de los nazis vencedores: la Alsacia y la Lorena fueron anexionadas, germanizadas e incluso convertidas al nazismo. En 1942 los nazis decidieron incorporar contra su voluntad a los quintos de 1920 a 1924 en el ejército alemán. Muchos jóvenes de la Mosela y de Alsacia que no tenían ningún deseo de servir con el uniforme alemán intentaron evitar este «privilegio». Hasta el final de la guerra, en Alsacia fueron movilizados un total de 21 grupos de edad y en la Mosela, 14, esto es, 130.000 jóvenes. Enviados en su mayoría al frente ruso, 22.000 «A pesar nuestro» cayeron en combate. Los soviéticos, informados por la Francia libre de esta particular situación, hicieron llamamientos a la deserción, prometiendo la reincorporación a las filas de la Francia combatiente. De hecho, fueran cuales fueran las circunstancias, 23.000 alsacianos y loreneses fueron hechos prisioneros. Al menos ese fue el número de informes que las autoridades rusas remitieron en 1995 a las autoridades francesas. Un gran número de ellos fueron reagrupados en el campo 188 de Tambov bajo la vigilancia del MVD (ex NKVD) en unas condiciones de vida espantosas: mala alimentación (600 gramos de pan negro al día), trabajo forzado en los bosques, hábitats primitivos (cabañas de madera medio enterradas), ausencia de cualquier atención médica. Los supervivientes de este campo de la muerte calculan que casi 10.000 de sus compañeros murieron en él entre 1944 y 1945. Pierre Rigoulot (La tragedia de los A pesar nuestro. Tambov el campo de los franceses, Denoël, 1990) da la cifra de 10.000 muertos en los diferentes campos o yendo hacia ellos. Después de largas negociaciones, 1.500 prisioneros fueron liberados en el verano de 1944 y repatriados a Argel. Además del campo de Tambov, en el que estuvieron internados el mayor número de alsacianos y loreneses, hubo otros muchos campos en los que también estuvieron detenidos, formando todos ellos una especie de subarchipiélago para estos franceses que no pudieron combatir por la liberación de su país.

GUERRA CIVIL Y GUERRA DE LIBERACIÓN NACIONAL. Mientras que la firma de los pactos germano-soviéticos de septiembre de 1939 había provocado el declive de la mayor parte de los partidos comunistas, cuyos afiliados no aceptaban que Stalin hubiera abandonado la política antifascista, el ataque alemán contra la URSS el 22 de junio de 1941 reactivó inmediatamente las posturas antifascistas. El 23 de junio, la Komintern comunicó por radio y radiotelegrama a todas sus secciones que no era el momento de la revolución socialista, sino el de la lucha contra el fascismo y el de la guerra de liberación nacional. Al mismo tiempo pedía a todos los partidos comunistas de los países ocupados una acción armada inmediata. La guerra fue, pues, para los comunistas, una ocasión para experimentar una nueva forma de acción: la lucha armada y el sabotaje de la máquina de guerra hitleriana, susceptibles de transformarse en guerrilla. Los aparatos paramilitares fueron, por tanto, reforzados para formar el embrión de grupos armados comunistas que, en función de la geografía y de la coyuntura de los distintos países, se convirtieron rápidamente en formaciones de guerrilla significativas, sobre todo en Grecia y Yugoslavia en 1942, luego en Albania y a partir de finales de 1943 en el norte de Italia. En los casos más favorables, esta acción guerrillera permitió a los comunistas apoderarse del poder, sin renunciar, si era necesario, a la guerra civil.

El ejemplo más claro de esta nueva orientación es Yugoslavia. En la primavera de 1941, Hitler se vio obligado a acudir en ayuda de su aliado italiano, derrotado en Grecia por un pequeño pero decidido ejército. En abril tuvo que intervenir en Yugoslavia, donde el Gobierno progermano había sido derribado por un golpe de Estado probritánico. En estos dos países, los partidos comunistas no tenían demasiada fuerza, pero sí una gran experiencia: habían vivido en la clandestinidad durante muchos años debido a su prohibición por el régimen dictatorial de Stojadinovic y el de Metaxás.

Después del armisticio, Yugoslavia fue repartida entre los italianos, los búlgaros y los alemanes. Además, estaba el supuesto Estado independiente de Croacia, en manos de extremistas de derecha, los Ustashi, dirigidos por Ante Pavelic, que instituyeron un auténtico régimen de apartheid contra los serbios, llegando incluso a realizar matanzas que incluían también a los judíos y a los gitanos, y que se propusieron acabar con cualquier tipo de oposición, lo que hizo que numerosos croatas se unieran a la resistencia.

Después de la capitulación del ejército yugoslavo, el 18 de abril, los primeros en unirse al maquis fueron los oficiales monárquicos dirigidos por el coronel Draza Mihailovic, pronto nombrado comandante en jefe de la resistencia yugoslava, y luego ministro de la Guerra por el gobierno monárquico en el exilio en Londres. Mihailovic creó en Serbia un ejército esencialmente serbio, los chetniks. Solo después de la invasión de la URSS, el 22 de junio de 1941, los comunistas yugoslavos se sumaron a la idea de que era necesario emprender la lucha de liberación nacional, «liberar el país del yugo fascista y dejar de lado la revolución socialista»[83]. Pero mientras que Moscú pensaba mantener el mayor tiempo posible el gobierno monárquico y no asustar a sus aliados ingleses, Tito se sintió lo suficientemente fuerte como para jugar su propio juego, negándose a obedecer al gobierno legal en el exilio. A partir de 1942, creó las bases de su guerrilla en Bosnia, permitiendo que cualquier etnia se pudiera alistar a ella —él mismo era croata—. Los dos movimientos se enfrentaron, pues cada uno de ellos perseguía objetivos opuestos. En contra de las pretensiones comunistas, Mihailovic decidió no molestar a los alemanes e incluso aliarse con los italianos. La situación degeneró en una auténtica confusión, mezclándose guerra de liberación y guerra civil, oposiciones políticas y odios étnicos, originados por la ocupación. Todos los bandos cometieron numerosas matanzas con el fin de exterminar a sus adversarios directos e imponer su poder a las poblaciones.

Los historiadores dan una cifra total de algo más de un millón de muertos —sobre una población de más de 16 millones de personas—. Ejecuciones, prisioneros fusilados, heridos rematados y represalias de todo tipo se sucedían sin cesar, todo ello favorecido por el hecho de que la cultura balcánica se ha alimentado siempre de la oposición entre clanes. Sin embargo, hay una diferencia entre las matanzas perpetradas por los chetniks y las perpetradas por los comunistas: los chetniks, que soportaban mal a la autoridad de una organización centralizada —muchas bandas escapaban al control de Mihailovic—, eliminaban a las poblaciones siguiendo criterios más étnicos que políticos. Los comunistas, por su parte, obedecían a motivos claramente militares y políticos. Milovan Djilas, uno de los adjuntos de Tito, ha testimoniado mucho más tarde: «Nos ofendían los pretextos que utilizaban los campesinos para unirse a los chetniks: tenían miedo, decían, de que sus casas fueran quemadas y de sufrir otras represalias. Este tema surgió durante una reunión con Tito y nos planteamos lo siguiente: si convencemos a los campesinos de que, si se unen al invasor [es digna de mención la forma en que pasa de utilizar el término chetniks (resistentes yugoslavos monárquicos) a usar el de «invasor»], nosotros también quemaremos sus casas, cambiarán de opinión. (…)A pesar de sus dudas, Tito al final se decidió: «Está bien, quemaremos una casa o un pueblo de vez en cuando». Más tarde Tito promulgó una serie de órdenes en ese sentido —órdenes más decididas, por el solo hecho de ser explícitas—»[84].

Con la capitulación italiana en septiembre de 1943 y la decisión de Churchill de ofrecer la ayuda aliada a Tito y no a Mihailovic, y posteriormente la fundación por Tito del Consejo Antifascista de Liberación Nacional de Yugoslavia (AVNOJ) en diciembre de 1943, los comunistas adquirieron una evidente ventaja política sobre sus adversarios. A finales de 1944 y principios de 1945, los partisanos comunistas se disponían a dominar toda Yugoslavia. Ante la proximidad de la capitulación alemana, Pavelic y su ejército, sus funcionarios y sus familias —en total varias decenas de miles de personas— partieron hacia la frontera austríaca. Guardias blancos eslovenos y chetniks montenegrinos se reunieron con ellos en Bleiburg, donde todos se rindieron a las tropas inglesas, que se los entregaron a Tito.

Soldados y policías de todo tipo se vieron obligados a realizar marchas mortales de centenares de kilómetros a través de Yugoslavia. Los prisioneros eslovenos fueron conducidos a Eslovenia, a los alrededores de Kocevje, donde entre 20.000 y 30.000 personas fueron asesinadas[85]. Una vez vencidos, los chetniks no pudieron escapar a la venganza de los partisanos que no habían sido hechos prisioneros. Milovan Djilas recuerda el final de los combatientes serbios sin atreverse a dar los detalles presumiblemente macabros de esta última campaña: «Las tropas de Draza [Mihailovic] fueron aniquiladas más o menos al mismo tiempo que las de Eslovenia. Los pequeños grupos de chetniks que llegaron a Montenegro después de su derrota relataron nuevos horrores. Nadie quiso volver a hablar de todo esto —ni siquiera los que esgrimían con orgullo su espíritu revolucionario— como si se tratara de una espantosa pesadilla»[86]. Capturado, Draza Mihailovic fue juzgado, condenado a muerte y fusilado el 17 de julio de 1946. Durante su «proceso», las propuestas para declarar a su favor por parte de algunos oficiales de las misiones aliadas que habían sido enviados junto a su estado mayor y habían combatido a los alemanes junto a él, fueron evidentemente rechazadas[87]. En la posguerra, Stalin había confesado a Milovan Djilas el fondo de su filosofía: «Quien ocupa un territorio impone en él su propio sistema social».

Con la guerra, los comunistas griegos se encontraron en una situación parecida a la de sus camaradas yugoslavos. El 2 de noviembre de 1940, algunos días después de que Italia invadiera Grecia, Nikos Zachariadis, el secretario del Partido Comunista Griego (KKE), encarcelado desde septiembre de 1936, realizó un llamamiento a la resistencia: «La nación griega mantiene hoy día una guerra de liberación nacional contra el fascismo de Mussolini. (…) Todos al combate, todos a sus puestos»[88]. Pero el 7 de diciembre, un manifiesto del comité central en la clandestinidad ponía en tela de juicio esta orientación y el KKE volvía a la línea oficial de la Komintern, la del derrotismo revolucionario. El 22 de junio de 1941, la situación da un giro espectacular: el KKE ordena a todos sus militantes que organicen «la lucha por la defensa de la Unión Soviética y la caída del yugo fascista extranjero».

La experiencia de la clandestinidad era una baza importante para los comunistas. El 16 de julio de 1941, y al igual que todos los demás partidos comunistas, creó el Frente Nacional Obrero de Liberación (Ergatiko Ezniko Apélevzériko Métopo, EEAM), que reagrupaba a tres organizaciones sindicales. Y el 27 de septiembre apareció el EAM (Ezniko Apélevzériko Métopo). Este Frente de Liberación Nacional fue el brazo político de los comunistas. El 10 de febrero de 1942 nacía el ELAS (Ellinikos Laikos Apélevzérotikos Stratos), el Ejército Popular de Liberación Nacional, cuyos primeros maquis fueron organizados en mayo, por iniciativa de Aris Velouchiotis (Zanassis Klaras), un experimentado militante que había firmado una declaración de arrepentimiento para obtener su liberación. A partir de entonces, los efectivos del ELAS no cesaron de aumentar.

El ELAS no era la única organización militar de la resistencia. La EDES (Ezikos Démokratikos Ellinikos Syndesmos), la Unión Nacional Demócrata Griega, había sido fundada por militares y civiles republicanos en septiembre de 1941. Un coronel retirado, Napoléon Zervas, dirigía por su parte otro grupo de guerrilleros. La tercera organización era la del coronel Psarros, el EKKA (Ezniki Kai Koiniki Apélevzérosis), Movimiento de Liberación Nacional y Social, nacida en octubre de 1942. Cada una de estas organizaciones intentaba corromper a los militantes y combatientes de las otras.

Pero el éxito y la fuerza del ELAS hicieron que los comunistas comenzaran a imponer fríamente su hegemonía sobre el conjunto de la resistencia armada. Los maquis de la EDES fueron varias veces atacados, así como el EKKA, que se vio obligado a dispersar sus fuerzas antes de reconstituirse. A finales de 1942, en el occidente de Tesalia, al pie de los montes del Pindo, el mayor Kostopoulos (un tránsfuga del EAM) y el coronel Safaris constituyeron una unidad de resistencia en el centro de una zona tomada al EAM. El ELAS lo cercó y eliminó a los combatientes que no habían podido escapar o que se negaron a enrolarse en sus filas. Hecho prisionero, Safaris terminó por aceptar convertirse en jefe del estado mayor del ELAS.

La presencia de oficiales británicos llegados para ayudar a la resistencia griega preocupaba a los jefes del ELAS. Los comunistas temían que los ingleses impusieran la restauración de la monarquía. Pero existía una diferencia de actitud entre la rama militar dirigida por Velouchiotis y el propio KKE dirigido por Giorgos Siantos, que quería seguir la línea elegida por Moscú —una política de coalición antifascista—. La acción de los ingleses tuvo un efecto momentáneamente positivo, ya que, en julio de 1943, su misión militar consiguió la firma de una especie de pacto entre las tres principales formaciones: el ELAS, que contaba por estas fechas con cerca de 18.000 hombres, la EDES, con 5.000, y el EKKA, con un millar.

La capitulación italiana, el 8 de septiembre, cambió inmediatamente la situación. Empezó una guerra fratricida mientras los alemanes lanzaban una violenta ofensiva contra la EDES, lo que obligó a esta a replegarse y a enfrentarse a importantes batallones del ELAS, que maniobraron entonces para aniquilarle. La decisión de desembarazarse de la EDES fue tomada por la dirección del KKE, que quería aprovechar el nuevo orden internacional para mantener a raya la política inglesa. Tras cuatro días de combate, los partisanos dirigidos por Zervas consiguieron escapar al cerco.

Esta guerra civil en medio de la guerra de liberación nacional ofrecía a los alemanes una formidable posibilidad de maniobra, pues sus tropas atacaban indiscriminadamente a todas las organizaciones de la resistencia[89]. Los aliados decidieron poner fin a la guerra civil: los combates entre el ELAS y la EDES cesaron en febrero de 1944 y se firmó un acuerdo en Plaka. Fue efímero: algunas semanas más tarde, el ELAS atacó al EKKA del coronel Psarros, quien, tras cinco días de combate, fue vencido y hecho prisionero. Psarros y sus oficiales fueron ejecutados. Él mismo fue decapitado.

La actuación de los comunistas tuvo como consecuencia la desmoralización de la resistencia y el descrédito del EAM. En algunas regiones sentían un odio tan profundo hacia él que algunos guerrilleros entraron a formar parte de los batallones de seguridad organizados por los alemanes. La guerra civil no terminó hasta que el ELAS aceptó colaborar con el gobierno griego en el exilio en El Cairo. En septiembre, cuando los alemanes empezaban a evacuar Grecia, el ELAS lanzó a sus tropas a la conquista del Peloponeso, todavía fuera de su control debido a la presencia de los batallones de seguridad. Las ciudades y los pueblos conquistados fueron «castigados». En Meligala, 1.400 hombres, mujeres y niños, así como unos 50 oficiales y suboficiales de los batallones de seguridad, fueron ejecutados.

Nada parecía obstaculizar la hegemonía del EAM-ELAS. Sin embargo, Atenas, liberada el 12 de octubre, escapó a su control tras el desembarco de las tropas británicas en El Pireo. La dirección del KKE dudó entonces en iniciar una pugna de intereses. ¿Quería participar honradamente en el gobierno de coalición? Nada menos cierto. Mientras que la dirección del KKE se negaba a desmovilizar el ELAS tal y como le había pedido el Gobierno. Iannis Zegvos, el ministro comunista de Agricultura, exigía la disolución de las unidades siguiendo las órdenes del Gobierno. El 4 de diciembre, las patrullas del ELAS entraron en Atenas, enfrentándose a las fuerzas gubernamentales. Al día siguiente, casi toda la capital estaba bajo el control del ELAS, que había reunido a 20.000 hombres; pero los británicos resistieron, contando con la llegada de refuerzos. El 18 de diciembre, el ELAS atacó igualmente a la EDES en Epiro. Paralelamente a los combates, los comunistas iniciaron una sangrienta depuración antimonárquica.

No obstante, su ofensiva se vio abortada. Durante una conferencia reunida en Varkiza, se resignaron a firmar un acuerdo sobre el desarme del ELAS. En realidad, muchas de las armas y municiones fueron cuidadosamente escondidas. Aris Velouchiotis, uno de los principales jefes, rechazó los acuerdos de Varkiza y se unió al maquis junto con un centenar de hombres, y más tarde pasó a Albania, esperando poder reiniciar la lucha armada. Al ser preguntado por las razones del fracaso del EAM-ELAS, Velouchiotis respondió con franqueza: «Ha sido porque no hemos matado lo suficiente. Los ingleses estaban interesados por esta encrucijada que se llama Grecia. Si no hubiéramos dejado vivo a ninguno de sus aliados, no hubieran podido desembarcar en ninguna parte. Pero los otros me llamaban asesino: y a esto es a lo que nos han conducido». Y añadía: «Las revoluciones vencen cuando los ríos se tiñen de sangre. Vale la pena verterla, siempre que la recompensa sea la perfección de la sociedad humana»[90]. El fundador del ELAS, Aris Velouchiotis, murió en junio de 1945 en un combate en Tesalia, algunos días después de su expulsión del KKE. La derrota del EAM-ELAS liberó, como reacción, el odio acumulado contra los comunistas y sus aliados. Grupos paramilitares asesinaron a numerosos militantes. Muchos otros fueron encarcelados y los dirigentes fueron generalmente deportados a las islas.

Nikos Zachariadis, el secretario general del KKE, había vuelto en mayo de Alemania, donde había estado deportado en Dachau. Sus primeras declaraciones anunciaban claramente la política del KKE: «O volvemos a un régimen parecido al de la dictadura monárquico-fascista, pero más severo, o la lucha del EAM para la liberación nacional acabará con el establecimiento en Grecia de una democracia popular». Grecia, exangüe, tenía muy pocas posibilidades de llegar a una paz civil. En octubre, el VII Congreso del partido aprobaba el objetivo fijado por Zachariadis. El primer paso era conseguir la salida de las tropas británicas. En enero de 1946, la URSS mostró su interés por Grecia interpelando al Consejo de Seguridad de la ONU sobre el peligro que suponía la presencia inglesa en este país. El 12 de febrero, el KKE, cuando no existían apenas dudas sobre su derrota en las cercanas elecciones generales —de hecho predicaba la abstención—, decidió organizar un levantamiento con el apoyo de los comunistas yugoslavos.

En diciembre había tenido lugar un encuentro entre los miembros del comité central del KKE y algunos oficiales yugoslavos y búlgaros. Los comunistas griegos estaban seguros de poder utilizar Albania, Yugoslavia y Bulgaria como bases de retaguardia. Durante tres años, sus combatientes pudieron refugiarse en estos países, donde sus heridos recibieron asistencia y se almacenó el equipo militar. Todos estos preparativos se efectuaron algunos meses después de la creación del Kominform y parecía que la sublevación de los comunistas griegos se inscribía perfectamente en la nueva política del Kremlin. El 30 de marzo de 1946, el KKE tomó la responsabilidad de iniciar una tercera guerra civil. Los primeros ataques del Ejército Democrático (AD), creado el 28 de octubre de 1946 y dirigido por el general Markos Vafiadis, fueron realizados siguiendo la misma táctica. Normalmente, se atacaban los puestos de policía, se exterminaba a sus ocupantes y se ejecutaba a los dirigentes. A lo largo del año 1946, el KKE continuó actuando también abiertamente.

En los primeros meses de 1947, el general Markos intensificó sus acciones: los pueblos atacados se contaban por decenas y fueron ejecutados centenares de campesinos. El reclutamiento forzoso engrosaba los efectivos del AD[91]. En cuanto un pueblo no respondía al reclutamiento, se iniciaban las represalias. Un pueblo de Macedonia pagó muy caro sus reticencias: cuarenta y ocho de sus casas fueron quemadas y doce hombres, seis mujeres y dos niños fueron ejecutados. A partir de marzo de 1947, los alcaldes de los municipios y los sacerdotes fueron sistemáticamente asesinados. En marzo, había ya 400.000 refugiados. La política terrorista provocó un movimiento contraterrorista: militantes comunistas o de izquierda fueron asesinados por grupos de extrema derecha.

En junio de 1947, después de realizar una gira por Belgrado, Praga y Moscú, Zachariadis anunció la próxima constitución de un gobierno «libre». Los comunistas griegos parecían creer que podrían emprender la misma vía seguida por Tito cuatro años antes. Este «gobierno» fue «oficialmente» constituido en diciembre. Los yugoslavos llegaron incluso a proporcionar voluntarios —unos 10.000— extraídos de las filas de su propio ejército[92]. Numerosos informes procedentes de la investigación de la comisión especial de las Naciones Unidas para los Balcanes subrayaron la importancia que tenía esta ayuda para el Ejército Democrático. La ruptura Tito-Stalin en la primavera de 1948 afectó directamente a los comunistas griegos. Aunque siguieron recibiendo ayuda hasta otoño, Tito inició su retirada que terminó con el cierre de la frontera. En verano, cuando las fuerzas gubernamentales llevaban a cabo una gran ofensiva, el jefe de los comunistas albaneses, Enver Hoxha; se vio obligado a cerrar la suya. Los comunistas griegos se encontraron cada vez más aislados y las disensiones internas se agudizaron. Sin embargo, los combates continuaron hasta agosto de 1949. Muchos combatientes se replegaron a Bulgaria antes de refugiarse en toda la Europa del Este, sobre todo en Rumania y en la URSS. A Tashkent, la capital del Uzbekistán, afluyeron miles de refugiados, de los cuales 7.500 eran comunistas. Después de su derrota, el KKE en el exilio sufrió una serie de purgas, hasta el punto de que en septiembre de 1955 el conflicto entre los partidarios y los oponentes de Zachariadis se convirtió en un violento enfrentamiento. El ejército soviético tuvo que intervenir para restablecer el orden y hubo centenares de heridos[93].

La acogida en la URSS de los vencidos de la guerra civil griega resulta aún más paradójica teniendo en cuenta que, en esa fecha, Stalin ya había destruido en gran parte la antigua comunidad griega que vivía en Rusia desde hacía siglos y que, en 1917, se cifraba entre 500.000 y 700.000 personas, sobre todo en el Cáucaso y en las orillas del mar del Norte. En 1939, solo eran 410.000, y 177.000 en 1960. A partir de diciembre de 1937, los 285.000 griegos que vivían en las grandes ciudades fueron deportados a Arcángel o Arjánguelsk, a la República de los Komis y al noreste de Siberia. Otros pudieron entrar en Grecia. En la misma época fueron liquidados en la URSS A. Haitas, el exsecretario del Partido Comunista Griego (KKE) y el pedagogo J. Jordinis. En 1944, 10.000 griegos de Crimea, supervivientes de la floreciente comunidad de antaño, fueron deportados a Kirguizia y a Uzbekistán, bajo la acusación de haber adoptado una posición progermana durante la guerra. El 30 de junio de 1949, 30.000 griegos de Georgia fueron deportados a Kazajstán en una sola noche. En abril de 1950, todos los griegos de Batum sufrieron un destino similar.

En los demás países de Europa occidental, la tentación de los comunistas de apoderarse ellos solos del poder, aprovechando el movimiento de resistencia y de liberación, fue rápidamente sofocada por la presencia de los ejércitos angloamericanos y, a partir de finales de 1944, por las directivas de Stalin, que ordenaron a los comunistas esconder sus armas y esperar una ocasión mejor para tomar el poder. Este fue el resultado del encuentro que tuvo lugar en el Kremlin, el 19 de noviembre de 1944, entre Stalin y Maurice Thorez, el secretario general del Partido Comunista Francés, quien, después de haber pasado la guerra en la URSS, volvió a Francia[94].

Después de la guerra, y al menos hasta la muerte de Stalin en 1953, dentro del movimiento comunista internacional persistieron las conductas violentas y el terror instaurados en el seno de la Komintern antes de la guerra. En Europa del Este, la represión de los disidentes, reales o supuestos, fue intensa, sobre todo mediante espectaculares procesos amañados (ver el capítulo de Karel Bartoses). El terror alcanzó su apogeo en 1948, al producirse la crisis entre Tito y Stalin. Tito fue considerado como un nuevo Trotsky por no querer someterse y por desafiar la omnipotencia de Stalin. Stalin intentó que lo asesinaran, pero Tito estaba en guardia y contaba con la protección de su propio aparato de Estado.

Los niños griegos y el Minotauro soviético.

Durante la guerra civil de 1946 a 1948, los comunistas griegos censaron a los niños de ambos sexos de tres a catorce años en todas las zonas controladas por ellos. En marzo de 1948, estos niños fueron reagrupados en las regiones fronterizas y varios miles fueron llevados a Albania, Yugoslavia y Bulgaria. Los habitantes de los pueblos escondieron a sus hijos en los bosques para evitar que se los llevaran. La Cruz Roja, tras muchos esfuerzos, contabilizó 28.296. En verano de 1948, consumada la ruptura entre Tito y el Kominform, una parte de los niños (11.600) que estaban retenidos en Yugoslavia fueron trasladados, a pesar de las protestas del Gobierno griego, a Checoslovaquia, Hungría, Rumania y Polonia. El 17 de noviembre de 1948, la III Asamblea de la ONU adoptó una resolución condenando el secuestro de niños griegos. En noviembre de 1949, la Asamblea General de la ONU reclamó a su vez la vuelta de los niños. Todas las decisiones posteriores de la ONU, lo mismo que las precedentes, no obtuvieron respuesta: los regímenes comunistas vecinos se obstinaban en pretender que los niños vivían en mejores condiciones en esos países que en la propia Grecia. En pocas palabras, intentaban hacer creer que esta deportación era un acto humanitario.

Sin embargo, el exilio forzado de los niños se desarrolló en tales condiciones de miseria, de mala alimentación y de epidemias, que muchos murieron. Agrupados en «pueblos para niños», debían asistir a clases de instrucción política además de las de enseñanza general. A partir de los trece años, se les obligaba a realizar duros trabajos físicos, como, por ejemplo, la roturación en la regiones pantanosas del Hartchag en Hungría. La verdadera intención de los dirigentes comunistas era formar una nueva generación de militantes totalmente adictos. El fracaso fue patente: en 1956, un griego llamado Constantinides caía del lado de los húngaros luchando contra los rusos. Otros consiguieron huir a Alemania Oriental.

Entre 1950 y 1952, solo 684 niños fueron devueltos a Grecia. En 1963, cerca de 4.000 niños (algunos de los cuales habían nacido en los países comunistas) fueron repatriados. La comunidad griega de Polonia contaba con varios miles de miembros a principios de los años ochenta. Algunos de ellos se afiliaron al sindicato Solidarnosc y fueron encarcelados tras el golpe de Estado del generalJaruzelski. Después de 1989, con la democratización en curso, varios miles de estos griegos que vivían en Polonia regresaron a Grecia. (El tema griego ante las Naciones Unidas, informe de la comisión especial para los Balcanes, 1950.)

Al no poder liquidar a Tito directamente, los partidos comunistas de todo el mundo se entregaron a un exceso de asesinatos políticos simbólicos y excluyeron de sus filas a los simpatizantes de Tito utilizándolos como cabeza de turco. Una de estas primeras víctimas expiatorias fue Peder Furubotn, secretario general del Partido Comunista Noruego, antiguo miembro de la Komintern que, después de haber vivido en Moscú durante mucho tiempo, había conseguido llegar a Noruega en 1938. El 20 de octubre de 1949, durante una reunión del partido, un agente de los soviéticos, un tal Strand Johansen, acusó a Furubotn de ser simpatizante de Tito. Furubotn, seguro de que el partido le apoyaría, reunió al comité central el 25 de octubre y anunció su dimisión y la de su equipo de dirección a condición de que se produjera en breve plazo una nueva elección de miembros del comité central y de que las acusaciones contra él fueran examinadas por una comisión internacional. A los adversarios de Furubotn los cogió desprevenidos. Al día siguiente, y ante el estupor general, Johansen y varios de sus hombres entraron en la sede del comité central, expulsando, pistola en mano, a los partidarios del secretario general. Posteriormente organizaron una reunión en la que se votó la expulsión de Furubotn del partido, quien, conociendo los métodos soviéticos, se había encerrado en su casa junto con unos amigos armados. A consecuencia de este auténtico «acoso», digno de una película policiaca, el PCN perdió a la mayor parte de sus fuerzas vivas militantes. En cuanto a Johansen, manipulado totalmente por los agentes soviéticos, se volvió loco[95].

La última acción de este período de terror en el movimiento comunista internacional tuvo lugar en 1957. Imre Nagy, el comunista húngaro que en un determinado momento se había puesto al frente de la revuelta de 1956 en Budapest (véase el capítulo de Karel Bartosek), se refugió en la embajada de Yugoslavia temiendo por su vida. Tras unas tortuosas maniobras, los soviéticos consiguieron atraparlo y decidieron juzgarlo en Hungría. Pero no queriendo cargar él solo con la responsabilidad de este asesinato legal, el Partido Comunista Húngaro aprovechó la celebración de la I Conferencia mundial de los partidos comunistas, celebrada en Moscú en noviembre de 1957, para que todos los jefes comunistas presentes, a excepción del polaco Gomulka, votaran la muerte de Nagy. Entre ellos se encontraban el francés Maurice Thorez y el italiano Palmiro Togliatti. Nagy fue condenado a muerte y ahorcado el 16 de junio de 1958[96].

El libro negro del comunismo
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