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EL REVERSO DE UNA VICTORIA

Entre los numerosos «puntos negros» de la historia soviética figuró durante mucho tiempo, como un secreto particularmente bien guardado, el episodio de la deportación, en el curso de la «gran guerra patria», de pueblos enteros de los que se sospechaba colectivamente que habían realizado «maniobras de diversión, espionaje y colaboración» con el ocupante nazi. Solo a partir de los años cincuenta las autoridades reconocieron que habían tenido lugar «excesos» y «generalizaciones» en la acusación de «colaboración colectiva». En los años sesenta fue restablecida la existencia jurídica de varias repúblicas autónomas borradas del mapa por colaboración con el ocupante. Sin embargo, solo a partir de 1972 los súbditos de los pueblos deportados recibieron finalmente la autorización teórica para «escoger libremente su lugar de domicilio». Y solo a partir de 1989 los tártaros de Crimea fueron plenamente «rehabilitados». Hasta mediados de los años sesenta el mayor secreto rodeó el levantamiento progresivo de las sanciones impuestas sobre los «pueblos castigados» y los decretos anteriores a 1964 no fueron nunca publicados. Fue preciso esperar a la «declaración del Soviet Supremo» de 14 de noviembre de 1989 para que el Estado soviético reconociera finalmente «la ilegalidad criminal de los actos bárbaros cometidos por el régimen stalinista contra pueblos que fueron deportados masivamente».

Los alemanes fueron el primer grupo étnico deportado colectivamente algunas semanas después de la invasión de la URSS por la Alemania nazi. Según el censo de 1939, 1.427.000 alemanes vivían en la URSS descendiendo la mayoría de ellos de los colonos alemanes invitados por Catalina II, ella misma originaria de Hesse, para que poblaran las vastas superficies vacías del sur de Rusia. En 1924 el Gobierno soviético había creado una República autónoma de alemanes del Volga. Estos «alemanes del Volga», que sumaban unas 370.000 personas, no representaban más que aproximadamente una cuarta parte de una población de origen alemán repartida también por Rusia (en las regiones de Saratov, de Stalingrado, de Voronezh, de Moscú, de Leningrado, etc.), en Ucrania (390.000 personas), en el Cáucaso del Norte (en las regiones de Krasnodar, de Ordzhonikidze, de Stavropol) e incluso en Crimea o en Georgia. El 28 de agosto de 1941 el Presidium del Soviet Supremo promulgó un decreto en virtud del cual toda la población alemana de la República autónoma del Volga, de las regiones de Saratov y de Stalingrado debía ser deportada hacia el Kazajstán y Siberia. Según este texto, ¡esta decisión no era más que una medida humanitaria preventiva!

Extractos del decreto del Presidium del Soviet Supremo de 28 de agosto de 1941 sobre la deportación colectiva de los alemanes.

Según informaciones dignas de crédito recibidas por las autoridades militares, la población alemana instalada en la región del Volga abriga millares y decenas de millares de saboteadores y de espías que deben, a la primera señal que reciban de Alemania, organizar atentados en las regiones donde viven los alemanes del Volga. Nadie advirtió a las autoridades soviéticas de la presencia de tal cantidad de saboteadores y espías entre los alemanes del Volga. En consecuencia, la población alemana del Volga oculta en su seno a los enemigos del pueblo y del poder soviético…

Si se producen actos de sabotaje realizados siguiendo órdenes de Alemania y ejecutados por saboteadores y espías alemanes en la República de los alemanes del Volga o en los distritos vecinos, correrá la sangre, y el Gobierno soviético, de acuerdo con las leyes vigentes en tiempo de guerra, se verá obligado a tomar medidas punitivas contra toda la población alemana del Volga. Para evitar una situación tan lamentable y graves derramamientos de sangre, el Presidium del Soviet Supremo de la URSS ha considerado necesario transferir a toda la población alemana que vive en la región del Volga a otros distritos, proporcionándole tierras y una ayuda estatal para instalarse en esos nuevos enclaves.

Quedan asignados para este traslado los distritos ricos en tierras de Novossibirsk y Omsk, del territorio del Altai, del Kazajstán y de otras regiones limítrofes.

Mientras que el Ejército Rojo retrocedía en todos los frentes perdiendo cada día decenas de millares de muertos y de prisioneros, Beria destacó cerca de 14.000 hombres de las tropas del NKVD para esta operación dirigida por el vicecomisario del pueblo del Interior, el general Iván Serov, que ya se había ilustrado durante la «limpieza» de los países bálticos. Teniendo en cuenta las circunstancias y el desastre sin precedentes del Ejército Rojo, las operaciones fueron llevadas a cabo a la perfección. Del 3 al 20 de septiembre de 1941, 446.480 alemanes fueron deportados en 230 convoyes de 50 vagones como media y cerca de 2.000 personas por convoy. A la velocidad media de algunos kilómetros por hora, estos convoyes necesitaron entre cuatro y ocho semanas para alcanzar su lugar de destino, las regiones de Omsk y de Novossibirsk, la región de Barnaul, al sur de Siberia, y el territorio de Krasnoyarsk, en Siberia oriental. Como durante las deportaciones precedentes de los bálticos, las «personas desplazadas» habían tenido, según las instrucciones oficiales, «un retraso determinado (sic) para llevar consigo avituallamientos para un período mínimo de un mes».

Mientras que se desarrollaba esta «operación principal» de deportación, se multiplicaban otras «operaciones secundarias» al ritmo de las circunstancias militares. Desde el 29 de agosto de 1941, Molotov, Malenkov y Zhdanov propusieron a Stalin «limpiar» la región y la ciudad de Leningrado de 96.000 individuos de origen alemán y finlandés. El 30 de agosto, las tropas alemanas alcanzaron el Neva, cortando las comunicaciones por vía férrea existentes entre Leningrado y el resto del país. La amenaza de un cerco de la ciudad se agudizaba de día en día, y las autoridades competentes no habían tomado ninguna medida de evacuación de la población civil de Leningrado ni la menor medida para almacenar contingentes alimenticios. No obstante, ese mismo 30 de agosto Beria redactó una circular que ordenaba la deportación de 132 .000 personas de la región de Leningrado, 96.000 por tren y 36.000 por vía fluvial. El NKVD no tuvo tiempo de detener y deportar más que a 11.000 ciudadanos soviéticos de origen alemán.

En el curso de las semanas siguientes fueron llevadas a cabo operaciones semejantes en las regiones de Moscú (9.640 alemanes deportados el 15 de septiembre), de Tula (2.700 deportados el 21 de septiembre), de Gorky (3.162 deportados el 14 de septiembre), de Rostov (38.288 del 10 al 20 de septiembre), de Zaporozhie (31.320 del 25 de septiembre al 10 de octubre), de Krasnodar (38.136 deportados el 15 de septiembre), y de Ordzhonikidze (77.570 deportados el 20 de septiembre). Durante el mes de octubre de 1941, la deportación siguió golpeando a más de 100.000 alemanes que residían en Georgia, en Armenia, en Azerbaidzhán, en el Cáucaso del Norte y en Crimea. Un balance contable de la deportación de los alemanes muestra que el 25 de diciembre de 1941, 894.600 personas habían sido deportadas, la mayor parte hacia el Kazajstán y Siberia. Si se tiene en cuenta a los alemanes deportados en 1942, se llega a un total de 1.209.430 deportados en menos de un año, de agosto de 1941 a junio de 1942. Recordemos que, según el censo de 1939, la población alemana de la Unión Soviética era de 1.427.000 personas.

Así, más del 82 por 100 de los alemanes dispersos en el territorio soviético fueron deportados, y eso en un momento en que la situación catastrófica de un país al borde del aniquilamiento hubiera exigido que todo el esfuerzo militar y policial se vertiera en la lucha armada contra el enemigo, más que en la deportación de centenares de millares de ciudadanos soviéticos inocentes. La proporción de ciudadanos soviéticos de origen alemán deportados era en realidad más importante, si se tiene en cuenta a las decenas de millares de soldados y oficiales de origen alemán retirados de las unidades del Ejército Rojo y enviados a batallones disciplinarios del «ejército del trabajo» a Vorkuta, Kotlas, Kemerovo y Cheliabinsk. En esta ciudad únicamente, más de 25.000 alemanes trabajaban en la construcción del combinado metalúrgico. Precisemos que las condiciones de trabajo y de supervivencia en los batallones disciplinarios del ejército del trabajo no eran, en absoluto, mejores que en el Gulag.

¿Cuántos deportados desaparecieron durante el traslado? Hoy en día no disponemos de ningún balance de conjunto, y los datos dispersos sobre tal o cual convoy son imposibles de seguir en el contexto de la guerra, y de las violencias apocalípticas de este período. ¿Pero cuántos convoyes no llegaron nunca a su destino en el caos del otoño de 1941? A finales de noviembre, 29.600 deportados alemanes debían, «según el plan», encontrarse en la región de Karaganda. Ahora bien, el balance, a 1 de enero de 1942, indicaba la llegada de solo 8.504. El «plan» para la región de Novossibirsk era de 130.998 individuos, pero no se tiene noticia nada más que de 116.612. ¿Dónde estaban los otros? ¿Murieron por el camino? ¿Fueron enviados a otro lugar? La región del Altai, «planificada» para 11.000 deportados, ¡vio afluir 94.799! Más significativos que esta siniestra aritmética, todos los informes del NKVD sobre la instalación de los deportados subrayaban, de manera unánime, «la falta de preparación de las regiones de acogida».

Dada la obligación de secreto, las autoridades locales no fueron prevenidas más que en el último momento de la llegada de decenas de miles de deportados. No había sido previsto ningún alojamiento, de manera que estos fueron alojados de cualquier forma, en barracas, en establos o al raso, mientras llegaba el invierno. La movilización había enviado al frente a una gran parte de la mano de obra masculina y las autoridades habían adquirido desde hacía diez años cierta experiencia en la materia. «La utilización económica» de los nuevos deportados se hizo, no obstante, más rápidamente que la de los kulaks deportados en 1930 y abandonados en plena taiga. Al cabo de algunos meses, la mayoría de los deportados fueron utilizados como los otros colonos especiales, es decir, en condiciones de alojamiento, de trabajo y de alimentación particularmente duras y precarias, y en el marco de una comandancia del NKVD, en un koljoz, un sovjoz o una empresa industrial[1].

La deportación de los alemanes fue seguida por una segunda gran oleada de deportaciones, de noviembre de 1943 a junio de 1944, en el curso de las cuales seis pueblos —los chechenos, los ingushes, los tártaros de Crimea, los karachais, los balkares y los calmucos— fueron deportados a Siberia, Kazajstán, Uzbekistán y Kirguizia con el pretexto de «haber colaborado masivamente con el ocupante nazi». Esta oleada principal de deportación, que afectó a cerca de 900.000 personas, fue seguida, de julio a diciembre de 1944, por otras operaciones destinadas a «limpiar» Crimea y el Cáucaso de algunas otras nacionalidades juzgadas «dudosas»: los griegos, los búlgaros, los armenios de Crimea, los turcos mesjetas, los kurdos y los jemchines del Cáucaso[2].

Los archivos y los documentos recientemente accesibles no aportan ninguna precisión nueva sobre la pretendida «colaboración» con los nazis de los pueblos montañeses del Cáucaso, de los calmucos y de los tártaros de Crimea. A este respecto todo queda reducido a no retener más que diversos hechos que señalan solamente la existencia —en Crimea, en Calmukia, en el país karachai y en Kabardino-Balkaria— de núcleos restringidos de colaboradores, pero no de una colaboración general que se hubiera convertido en verdadera política. Después de la pérdida por el Ejército Rojo de Rostov del Don, en julio de 1942 y de la ocupación alemana del Cáucaso del verano de 1942 a la primavera de 1943 es cuando se sitúan los episodios de colaboración más controvertidos. En el vacío de poder que se produjo entre la marcha de los soviéticos y la llegada de los nazis, numerosas personalidades locales pusieron en funcionamiento «comités nacionales» en Mikoyan-Shajar en la región autónoma de los karachais-cherkesses, en Nalchik en la República autónoma de Kabardino-Balkaria y en Elista, en la República autónoma de los calmucos. El ejército alemán reconoció la autoridad de estos comités locales que dispusieron durante algunos meses de autonomía religiosa, política y económica. Al reforzar la experiencia caucasiana el «mito musulmán», en Berlín, los tártaros de Crimea fueron autorizados a crear su «comité central musulmán» instalado en Simferopol.

Sin embargo, por temor a ver renacer el movimiento panturanio quebrantado por el poder soviético a inicios de los años veinte, las autoridades nazis no concedieron nunca a los tártaros de Crimea la autonomía de la que se beneficiaron durante algunos meses calmucos, karachais y balkares. A cambio de la autonomía, cicateramente medida, que les fue concedida, las autoridades locales reclutaron algunas tropas para combatir a las bandas de guerrilleros locales que habían permanecido fieles al régimen soviético. En total se trató de algunos millares de hombres que formaron unidades de reducidos efectivos: seis batallones tártaros en Crimea y un cuerpo de caballería calmuca.

Por lo que se refiere a la República autónoma de Chechenia-Ingushia, no fue más que parcialmente ocupada por destacamentos nazis, durante una decena de semanas únicamente, entre el inicio de septiembre y mediados de noviembre de 1942. En este caso no se produjo el menor vestigio de colaboración. Pero es cierto que los chechenos, que habían resistido varias décadas a la colonización rusa antes de capitular en 1859, siguieron siendo un pueblo insumiso. El poder soviético ya había desencadenado varias expediciones punitivas en 1925 para confiscar una parte de las armas conservadas por la población, después en 1930-1932, para intentar quebrantar la resistencia de los chechenos y de los ingushes a la colectivización. En marzo-abril de 1930 y después en abril-mayo de 1932, en su lucha contra los «bandidos», las tropas especiales del NKVD habían recurrido a la artillería y a la aviación. Un grave contencioso enfrentaba, por lo tanto, al poder central con este pueblo independiente que siempre había rehusado la tutela de Moscú.

Las cinco grandes redadas-deportaciones que tuvieron lugar durante el período comprendido entre noviembre de 1943 y mayo de 1944 se desarrollaron conforme a un proceso bien establecido y, a diferencia de las primeras deportaciones de kulaks, «con una notable eficacia operativa», según los propios términos de Beria. La fase de «preparación logística» fue cuidadosamente organizada durante varias semanas, bajo la supervisión personal de Beria y de sus adjuntos Iván Serov y Bogdan Kobulov, presentes en distintos lugares gracias a su tren blindado especial. Se trataba de poner en funcionamiento un número impresionante de convoyes: 46 convoyes de 60 vagones para la deportación de 93.139 calmucos en cuatro días, del 27 al 30 de diciembre de 1943, y 194 convoyes de 65 vagones para la deportación, en seis días, del 23 al 28 de febrero de 1944, de 521.247 chechenos e ingushes. Para la realización de estas operaciones excepcionales el NKVD no reparó en medios. Para la redada de los chechenos y de los ingushes no menos de 119.000 hombres de las tropas especiales del NKVD fueron desplegados ¡en un momento en que la guerra se encontraba en una fase crucial!

Las operaciones, cronometradas hora a hora, empezaban mediante el arresto de los «elementos potencialmente peligrosos», entre el 1 y el 2 por 100 de una población compuesta mayoritariamente de mujeres, de niños y de ancianos, ya que había sido llamada a filas la mayor parte de los hombres en edad adulta. Si creemos los «informes operativos» enviados a Moscú, las operaciones se desarrollaban con mucha rapidez. Así durante la redada de los tártaros de Crimea de 18 a 20 mayo de 1944, la tarde del primer día Kobulov y Serov, responsables de la operación, telegrafiaron a Beria: «a las veinte horas de este día, hemos efectuado el traslado de 90.000 individuos hacia las estaciones. 17 convoyes han trasladado ya a 48.400 individuos hacia sus lugares de destino. Están siendo cargados 25 convoyes. El desarrollo de la operación no ha dado lugar a ningún incidente. La operación continúa». Al día siguiente, 19 de mayo, Beria informó a Stalin que al cabo de este segundo día 165.515 individuos habían sido reunidos en las estaciones, de los cuales 136.412 habían sido cargados en los convoyes que habían salido hacia «el destino fijado en las instrucciones». El tercer día, 20 de mayo, Serov y Kobulov telegrafiaron a Beria para anunciarle que la operación había llegado a su fin a las 16 horas 30 minutos. En total 63 convoyes que transportaban a 173.287 personas se encontraban circulando en aquellos momentos. Los cuatro últimos convoyes que transportaban a las 6.727 restantes debían salir aquella misma tarde[3].

Según se lee en los informes de la burocracia del NKVD, todas estas operaciones de deportación de centenares de millares de personas no habrían sido más que una simple formalidad, resultando cada operación un «mayor éxito», más «eficaz» y más «económica» que la precedente. Después de la deportación de los chechenos, de los ingushes y de los balkares, cierto Milstein, funcionario del NKVD, redactó un largo informe sobre «las economías realizadas en los vagones, en las tablas, en los cubos y en las palas durante las últimas deportaciones relacionadas con las operaciones precedentes».

«La experiencia del transporte de los karachais y de los calmucos», escribía, «nos ha dado la posibilidad de tomar ciertas disposiciones que han permitido reducir las necesidades en los convoyes y disminuir el número de los trayectos que hay que realizar. Hemos instalado en cada vagón de ganado a 45 personas en lugar de a las 40 que situábamos con anterioridad y, como los hemos instalado con sus equipajes personales, hemos economizado un número importante de vagones, es decir, un total de 37.548 metros lineales de tablas, 11.834 cubos y 3.400 estufas[4].

¿Cuál era la terrible realidad del viaje detrás de la visión burocrática de una operación que se había desarrollado con un éxito perfecto, según el punto de vista del NKVD? He aquí algunos testimonios de tártaros supervivientes recogidos al final de los años setenta: «el viaje hasta la estación de Serabulak, en la región de Samarkanda, duró 24 días. Desde allí se nos llevó al koljoz Pravda. Se nos obligó a reparar carretas. (…) Trabajábamos y pasábamos hambre. Muchos de nosotros apenas nos sosteníamos sobre nuestras piernas. De nuestra aldea se había deportado a 30 familias. Quedaron uno o dos supervivientes de cinco familias. Todos los demás murieron de hambre o enfermedad». Otro superviviente relató: «en los vagones herméticamente cerrados, la gente moría como moscas a causa del hambre y de la falta de aire: no se nos daba ni de beber ni de comer. En las aldeas que atravesábamos, la población había sido puesta en contra nuestra. Se les había dicho que se transportaba a traidores a la patria y las piedras llovían contra las puertas de los vagones con un ruido ensordecedor. Cuando se abrieron las puertas en medio de las estepas del Kazajstán, nos dieron a comer raciones militares sin damos de beber, nos ordenaron arrojar a nuestros muertos al borde de la vía sin enterrarlos y después nos volvimos a poner en marcha»[5].

Una vez llegados «a destino», al Kazajstán, a Kirguizia, a Uzbequistán o a Siberia, los deportados eran destinados a koljozes o a empresas. Los problemas de alojamiento, de trabajo y de supervivencia eran su situación cotidiana, como testifican todos los informes enviados al centro por las autoridades locales del NKVD y conservados en los muy ricos fondos de los «poblamientos especiales» del Gulag. Así, en septiembre de 1944 un informe procedente de Kirguizia menciona que solo 5.000 familias de 31.000 recientemente deportadas habían recibido alojamiento. ¡Y además el concepto de alojamiento era bastante elástico! Sabemos, en efecto, al leer atentamente el texto, que en el distrito de Kameninski, las autoridades locales habían instalado a 900 familias en… 18 apartamentos de un sovjoz ¡o sea, 50 familias por apartamento! Esta cifra inimaginable significa que las familias deportadas del Cáucaso, que contaban a menudo con un número grande de hijos, dormían por turno en estos «apartamentos» o al raso «en vísperas del invierno».

En una carta a Mikoyán, el mismo Beria reconocía en noviembre de 1944, es decir, cerca de un año después de la deportación de los calmucos, que estos últimos «estaban situados en condiciones de existencia y en una situación sanitaria excepcionalmente difícil; la mayoría de ellos no tienen ni ropa, ni vestido ni calzado»[6]. Dos años más tarde, dos responsables del NKVD informaban que «el 30 por 100 de los calmucos en estado de trabajar no trabajan por falta de calzado. La ausencia total de adaptación al clima severo, en condiciones desacostumbradas, y el desconocimiento de la lengua se hacen sentir y acarrean dificultades suplementarias». Desarraigados, famélicos, destinados en koljozes que no llegaban ni siquiera a asegurar la subsistencia de su personal habitual, o asignados a empresas en puestos de trabajo para los que no habían recibido ninguna formación, los deportados eran por regla general trabajadores penosos. «La situación de los calmucos deportados a Siberia es trágica», escribía a Stalin D. P. Piurveiev, antiguo presidente de la República autónoma de Calmuquia. «Han perdido su ganado. Han llegado a Siberia desprovistos de todo. (…) Están poco adaptados a las nuevas condiciones de su existencia de productores. (…) Los calmucos repartidos en los koljozes no reciben ningún suministro porque los koljozianos mismos no tienen nada. En cuanto a aquellos que han sido destinados a empresas, no han tenido éxito a la hora de asimilar su nueva existencia de trabajadores, de ahí su insolvencia que no les permite obtener un suministro normal»[7]. Hablando claro: ¡despistados ante las máquinas, los calmucos, ganaderos nómadas, veían cómo la totalidad de su escaso salario desaparecía en el pago de multas!

Algunas cifras dan una idea de la hecatombe sufrida por los deportados. En enero de 1946 la administración de los poblamientos especiales censó 70.360 calmucos sobre los 92.000 reportados dos años antes. El 1 de julio de 1944 , 35.750 familias tártaras que representaban a 151.424 personas habían llegado a Uzbekistán. Seis meses más tarde había 818 familias más ¡pero 16 .000 personas menos! De las 608.749 personas deportadas del Cáucaso, 146.892 estaban muertas el 1 de octubre de 1948, es decir, cerca de una persona de cada cuatro, y solamente 28.120 habían nacido mientras tanto. De las 228.392 personas deportadas desde Crimea, 44.887 habían muerto al cabo de cuatro años y no se había censado más que 6.564 nacimientos[8]. La sobremor-talidad aparece con mucha más claridad cuando se sabe que los niños de menos de seis años representaban entre el 40 y el 50 por 100 de los deportados. La «muerte natural» no representaba, por lo tanto, más que una parte ínfima de los fallecimientos. En cuanto a los jóvenes que sobrevivían, ¿qué porvenir podían esperar? De los 89.000 niños en edad escolar deportados al Kazajstán menos de 12.000 estaban escolarizados… en 1948, es decir, cuatro años después de su deportación. Las instrucciones oficiales estipulaban además que la enseñanza de los niños de los «desplazados especiales» debía ser dispensada únicamente en ruso.

Durante la guerra, las deportaciones colectivas afectaron a más pueblos todavía. Algunos días después del final de la operación de deportación de los tártaros de Crimea, Beria escribió a Stalin, el 29 de mayo de 1944: «El NKVD juzga razonable (sic) expulsar de Crimea a todos los búlgaros, griegos y armenios». A los primeros se les reprochaba haber «prestado activamente su concurso para la fabricación de pan y de productos alimenticios destinados al ejército alemán durante la ocupación alemana» y «haber colaborado con las autoridades militares alemanas en la búsqueda de soldados del Ejército Rojo y de guerrilleros». Los segundos, «después de la llegada de los ocupantes, habían creado pequeñas empresas industriales; las autoridades alemanas ayudaron a los griegos a comerciar, transportar mercancías, etc.». Por lo que se refiere a los armenios, se les acusaba de haber creado en Simferopol una organización de colaboradores, denominada Dromedar, presidida por el general armenio Dro, que «se ocupaba, además de cuestiones religiosas y políticas, de desarrollar el pequeño comercio y la industria». Esta organización, según Beria, había «recogido fondos para las necesidades militares de los alemanes y para ayudar a la constitución de una Legión armenia»[9]

Cuatro días más tarde, el 2 de junio de 1944, Stalin firmó un decreto del comité de Estado para la Defensa que ordenaba «completar la expulsión de los tártaros de Crimea mediante la expulsión de 37.000 búlgaros, griegos y armenios, cómplices de los alemanes». Como sucedía con los otros contingentes de deportados, el decreto fijaba arbitrariamente cuotas para cada «región de acogida»: 7.000 para la provincia de Guriev en Kazajstán, 10.000 para la provincia de Sverdlov, 10.000 para la provincia de Molotov en el Ural, 6.000 para la provincia de Kemerovo, 4.000 para la Bashkiria. Según los términos consagrados, «la operación fue llevada a cabo con éxito» los días 27 y 28 de junio de 1944. En el curso de estos dos días 41.854 personas fueron deportadas, «es decir, el 111 por 100 del plan», subrayaba el informe.

Después de haber «purgado» Crimea de sus alemanes, de sus tártaros, de sus búlgaros, de sus griegos y de sus armenios, el NKVD decidió «limpiar» las fronteras del Cáucaso. Partiendo de la misma sacralización obsesiva de las fronteras, estas operaciones a gran escala no eran más que la prolongación natural, bajo una forma más sistemática, de las operaciones «antiespías» de los años 1937-1938. El 21 de julio de 1944, un nuevo decreto del comité de Estado para la Defensa, firmado por Stalin, ordenó la deportación de 86 .000 turcos mesjetas, kurdos y jemshines de las regiones fronterizas de Georgia. Dada la configuración montañosa de los territorios en que estaban instalados desde hacía siglos estos pueblos del antiguo Imperio otomano, y teniendo en cuenta el modo de vida nómada de una parte de estas poblaciones que tenían la costumbre de pasar libremente a uno y otro lado de la frontera entre la URSS y Turquía, los preparativos para esta redada-deportación fueron particularmente largos. La operación duró una decena de días, del 15 al 25 de noviembre de 1944, y fue realizada por 14.000 hombres de las tropas especiales del NKVD. Movilizó 900 camiones Studebaker, ¡proporcionados por los americanos en virtud de la ley de préstamo y arriendo por la cual Estados Unidos proporcionaban material de guerra a la mayoría de los aliados![10].

El 28 de noviembre, en un informe dirigido a Stalin, Beria se jactaba de haber transferido 91.095 personas en diez días, «en condiciones particularmente difíciles». Todos estos individuos, de los que los hijos de menos de dieciséis años representaban el 49 por 100 de los deportados, explicaba Beria, eran espías turcos en potencia: «una parte importante de la población de esta región está vinculada por lazos familiares con los habitantes de los distritos fronterizos de Turquía. Estas personas realizaban contrabando, manifestaban una tendencia a querer emigrar y proporcionaban reclutas tanto a los servicios de información turcos como a los grupos de bandidos que operaban a lo largo de la frontera». Según las estadísticas del departamento de poblaciones especiales del Gulag, el número total de personas deportadas al Kazajstán y Kirguizia durante esta operación se habría elevado a 94.955. Entre noviembre de 1944 y julio de 1948, murieron en la deportación 19.540 mezjetas, kurdos y jemshines, es decir, aproximadamente el 21 por 100 de los deportados. Esta tasa de mortalidad, del 20 al 25 por 100 de los contingentes en cuatro años, resultó más o menos idéntica en todas las nacionalidades «castigadas» por el régimen[11].

Con la llegada masiva de centenares de miles de personas deportadas partiendo de un criterio étnico, el contingente de colonos especiales conoció durante la guerra una renovación y un crecimiento considerables que pasó de 1.200.000 a más de 2.500.000. Por lo que se refiere a los deskulakizados, que antes de la guerra constituían la mayor parte de los colonos especiales, su número cayó de cerca de 936.000 al inicio de la guerra a 622.000 en mayo de 1945. En efecto, fueron llamados a filas decenas de miles de deskulakizados adultos del sexo masculino, a excepción de los jefes de familia deportados. Las esposas y los hijos de los llamados recuperaban su situación de ciudadanos libres y eran borrados de las listas de colonos especiales. Pero, en las condiciones de la guerra no podían ya abandonar su lugar de asignación de residencia, en la medida en la que todos sus bienes, incluida su casa, habían sido confiscados[12].

Nunca, sin duda, las condiciones de supervivencia de los detenidos del Gulag fueron tan terribles como durante los años 1941-1944. Hambre, epidemias, hacinamiento, explotación inhumana, esa fue la suerte de cada zek (detenido) que sobrevivió a la inanición, a la enfermedad, a normas de trabajo siempre más exigentes, a las denuncias del ejército de informadores encargados de desenmascarar las «organizaciones contrarrevolucionarias de detenido», a los juicios y a las ejecuciones sumarias.

El avance alemán de los primeros meses de la guerra obligó al NKVD a evacuar una gran parte de sus prisiones, de sus colonias de trabajo y de sus campos que corrían el riesgo de caer en manos del enemigo. De julio a diciembre de 1941, 210 colonias, 135 prisiones y 27 campos, es decir, un total de alrededor de 750.000 detenidos, fueron trasladados hacia el este. Al establecer un balance de «la actividad del Gulag durante la gran guerra patria», el jefe del Gulag, Nassedkin, afirmaba que «la evacuación de los campos se realizó globalmente de manera organizada». Añadía, sin embargo: «a causa de la falta de medios de transporte, la mayoría de los detenidos fueron evacuados a pie a distancias que a menudo sobrepasaban el millar de kilómetros[13]». Se puede imaginar en qué estado llegaron los detenidos a destino. Cuando faltaba tiempo para evacuar los campos, como sucedía a menudo en las primeras semanas de la guerra, los detenidos eran sumariamente pasados por las armas. Ese fue el caso especialmente en Ucrania occidental, donde a finales del mes de junio de 1941, el NKVD asesinó a 10.000 prisioneros en Lviv, a 1.200 en la prisión de Lutsk, a 1.500 en Stanyslaviv, a 500 en Dubno, etc. A su llegada los alemanes descubrieron decenas de osarios en las regiones de Lviv, de Jitomir y de Vinnitsa. Alegando el pretexto de las «atrocidades judeo-bolcheviques», los Sonderkomandos nazis se dedicaron a asesinar inmediatamente a decenas de miles de judíos.

Todos los informes de la administración del Gulag de los años 1941-1944 reconocen la formidable degradación de las condiciones de existencia que experimentaron los campos durante la guerra[14]. En los campos superpoblados, la «superficie habitable» permitida a cada detenido cayó de 1,5 a 0,7 metros cuadrados por persona, lo que significaba, dicho de manera clara, que los detenidos dormían por turnos en tablas y que los catres eran a menudo un «lujo» reservado a los «trabajadores de choque». La «norma calórica de alimentación» cayó un 65 por 100 en 1942 en relación con la que existía antes del estallido de la guerra. Los detenidos se vieron reducidos al hambre y en 1942 el tifus y el cólera hicieron su reaparición en los campos. Según las cifras oficiales, cerca de 19.000 detenidos murieron ese año. En 1941, con cerca de 101.000 fallecimientos registrados solo en los campos de trabajo, sin contar las colonias, la tasa de mortalidad anual se acercó al 8 por 100. En 1942 la administración de los campos del Gulag registró 249.000 fallecimientos, es decir, una tasa de mortalidad del 18 por 100; en 1943, 167.000 fallecimientos, es decir, un 17 por 100[15]. Contando las ejecuciones de detenidos, y los fallecimientos en prisiones y las colonias de trabajo, se puede estimar en cerca de 600.000 el número de muertos del Gulag en el curso de los años 1941-1943. En cuanto a los supervivientes, estaban en un estado penoso. Según los datos de la administración, a finales de 1942, tan solo el 19 por 100 de los detenidos eran aptos para realizar un trabajo físico «pesado», el 17 por 100 para un trabajo físico «medio» y el 64 por 100 eran o aptos para un «trabajo físico ligero» o inválidos.

Informe del jefe adjunto del departamento operativo del Gulag sobre el estado de los campos del Siblag de 2 de noviembre de 1941.

Según los informes recibidos por el departamento operativo del NKVD de la región de Novossibirsk, se ha observado un considerable aumento de la mortalidad de los detenidos en los departamentos de Ajlursk, de Kuznetsk y de Novossibirsk del Siblag…

La causa de esta elevada mortalidad, acompañada de una extensión masiva de las enfermedades entre los reclusos es indiscutiblemente una depauperación generalizada debida a una carencia alimenticia sistemática en condiciones de trabajos físicos penosos y que se acompaña de pelagra y de un debilitamiento de la actividad cardíaca.

El retraso en la atención médica dispensada a los enfermos, la dificultad de los trabajos realizados por los reclusos, con una jornada prolongada y una ausencia de alimentación complementaria constituyen otro conjunto de causas que explican las elevadísimas tasas de enfermedad y de mortalidad…

Se han constatado numerosos casos de mortalidad, de delgadez acusada y de epidemias entre los reclusos enviados desde los distintos centros de tránsito hacia los campos de concentración. Así, entre los reclusos enviados desde el centro de tránsito de Novossibirsk al departamento de Marinskoie, el 8 de octubre de 1941, de 539 personas, más del 30 por 100 padecía una extrema delgadez de origen pelágrico y aparecía cubierto de piojos. Además de los deportados, fueron llevados a destino seis cadáveres[16]. En la noche del 8 al 9 de octubre, otras cinco personas de este convoy murieron. En el convoy que llegó desde el mismo centro de tránsito al departamento de Marinskoie el 20 de septiembre, el 100 por 100 de los reclusos estaban cubiertos de piojos y muchos de ellos carecían de ropa interior…

En los últimos tiempos, se han descubierto, en los campos del Siblag, numerosos sabotajes por parte del personal médico compuesto de reclusos. Así, el enfermero del campo de concentración de Ahzher (departamento de Taiguinsk), condenado en virtud del artículo 58-10 [17], organizó un grupo de cuatro reclusos encargado de sabotear la producción [18]. Los miembros de este grupo enviaban a los reclusos enfermos a los trabajos más duros, no les dispensaban cuidados en su momento debido, esperando así que impedirían al campo cumplir con sus normas de producción.

El jefe adjunto del departamento operativo del Gulag, capitán de las fuerzas de seguridad, Koguenman.

Esta «situación sanitaria del contingente fuertemente degradada», para utilizar un eufemismo de la administración del Gulag, no impidió, al parecer, que las autoridades presionaran, hasta el agotamiento total, a los detenidos. «De 1941 a 1944», escribió en su informe el jefe del Gulag, «el valor medio de una jornada de trabajo aumentó de 9,5 a 21 rublos». Varios centenares de miles de detenidos fueron destinados a las fábricas de armamento, reemplazando a la mano de obra movilizada en el ejército. El papel del Gulag en la economía de guerra se reveló como muy importante. Según las estimaciones de la administración penitenciaria, la mano de obra detenida habría asegurado cerca de un cuarto de la producción en numerosos sectores claves de la industria del armamento, de la metalurgia y de la extracción minera[19].

A pesar de la «buena disposición patriótica» (sic) de los detenidos, de los que «el 95 por 100 estaba implicado en la competición socialista», la represión, especialmente en relación con los «políticos», no se detuvo. En virtud de un decreto promulgado por el Comité central el 22 de junio de 1941, ni un solo «58» —condenado en virtud del artículo 58 del Código penal, que sancionaba los «crímenes contrarrevolucionarios»—, incluso llegado al término de su pena, podía ser liberado hasta el final de la guerra. La administración del Gulag aisló en campos de concentración especiales «de régimen reforzado» y situados en las regiones más duras (Kolymá y el Artico) a una parte de los políticos condenados por «pertenencia a una organización trotskista o derechista» o a un «partido contrarrevolucionario», «espionaje», «terrorismo», «traición». En estos campos la tasa de mortalidad anual alcanzaba el 30 por 100. Un decreto de 22 de abril de 1943 instauró «presidios de régimen reforzado», verdaderos campos de la muerte, donde los detenidos eran explotados en condiciones que no les dejaban ninguna posibilidad de supervivencia: un trabajo agotador durante doce horas al día en las minas de oro, de carbón, de plomo o de radio, principalmente en las regiones de Kolymá y de Vorkuta[20].

En tres años, de julio de 1941 a julio de 1944, los tribunales especiales de los campos condenaron a nuevas penas a más de 148.000 detenidos, de los cuales 10.858 fueron ejecutados. Entre estos, 208 lo fueron por «espionaje», 4.307 por actos «de diversión terrorista»* y 6.016 por «haber organizado una sublevación o un motín en el campo». Según el NKVD, se desmantelaron 603 «organizaciones de detenidos» en los campos de concentración del Gulag durante la guerra[21]. Si esta cifra se consideró en un principio que confirmaba la «vigilancia» de un conjunto también ampliamente renovado —una parte de las tropas especiales que guardaban los campos había sido dedicada a otras tareas, especialmente a las redadas-deportaciones—, es verdad también que fue durante los años de guerra cuando tuvieron lugar las primeras evasiones colectivas y las primeras revueltas importantes en los campos.

En realidad, la población del Gulag cambió considerablemente durante la guerra. Después del decreto del 12 de julio de 1941, más de 577.000 detenidos condenados, según confesaron las mismas autoridades, «por delitos insignificantes como ausencias injustificadas al trabajo o pequeños robos» fueron liberados e inmediatamente encuadrados en las filas del Ejército Rojo. Durante la guerra, contando los detenidos cuya pena acababa de concluir, 1.068.800 pasaron directamente del Gulag al frente[22]. Los detenidos más débiles y los menos adaptados a las condiciones despiadadas del campo formaron parte de las 600.000 personas aproximadamente que murieron en el Gulag en el curso de los años 1941-1943. Mientras que los campos de concentración y las colonias se vaciaban de una multitud de condenados a penas menores, permanecieron y sobrevivieron los individuos más sólidos, también los más duros, tanto entre los políticos como entre los culpables de delitos comunes. La proporción de los condenados a penas largas (más de ocho años) en virtud del artículo 58 del Código penal conoció un crecimiento muy elevado, pasando del 27 al 43 por 100 del conjunto de los detenidos. Detenida al principio de la guerra, esta evolución de la población penal iba a acentuarse todavía más a partir de 1944-1945, dos años en el curso de los cuales, después de un período de decrecimiento, el Gulag iba a conocer un formidable aumento de sus efectivos: un salto de más del 45 por 100 entre enero de 1944 y enero de 1946[23].

Del año 1945 en la Unión Soviética el mundo por regla general no ha retenido más que el reverso dorado de la medalla, toda la gloria de un país ciertamente devastado pero triunfante «en 1945, gran estado victorioso», escribió François Furet, «la Unión Soviética une la fuerza material con el mesianismo del hombre nuevo». No se ve —no se quiere ver— el reverso del decorado, ciertamente cuidadosamente ocultado. Ahora bien, tal y como muestran los archivos del Gulag, el año de la victoria fue también el de un nuevo apogeo del sistema concentracionario soviético. La paz recuperada en el frente exterior no acarreó en el interior una relajación, una pausa en el control del Estado sobre una sociedad moribunda por cuatro años de guerra. Por el contrario, 1945 fue ya un año de recuperación a la vez de regiones reincorporadas a la Unión Soviética a medida que avanzaba el Ejército Rojo hacia el oeste, y de millones de soviéticos que se habían encontrado durante un tiempo «fuera del sistema».

Los territorios anexionados en 1939-1940 —países bálticos, Bielorrusia occidental, Moldavia, Ucrania, Ucrania occidental— que durante la mayor parte de la guerra permanecieron fuera del sistema soviético, se vieron sometidos a una segunda «sovietización» después de la sufrida en 1939-1941. Se habían desarrollado allí movimientos nacionales de oposición a la sovietización, lo que suscitó un encadenamiento de resistencia armada, de persecución y de represión. La resistencia a la anexión fue particularmente fuerte en Ucrania occidental y en los países bálticos.

La primera ocupación de Ucrania occidental, de septiembre de 1939 a junio de 1941, había suscitado la formación de una organización armada clandestina bastante poderosa, la OUN —Organización de los Nacionalistas Ucranianos—, algunos de cuyos miembros se enrolaron como auxiliares en unidades de las SS para combatir a los judíos y a los comunistas. En julio de 1944, cuando se produjo la llegada del Ejército Rojo, la OUN constituyó un consejo supremo de liberación de Ucrania. Román Shujovich, jefe de la OUN, se convirtió en comandante del ejército ucraniano insurgente (UPA), que, según fuentes ucranianas, habría contado en el otoño de 1944 con más de 20 .000 combatientes. El 31 de marzo de 1944, Beria firmó un decreto ordenando el arresto y la deportación hacia la región de Krasnoyarsk de todos los miembros de las familias de los resistentes de la OUN y de la UPA. De febrero a octubre de 1944 se deportó a 100.300 civiles —mujeres, niños y ancianos— por esta causa. En cuanto a los 37.000 combatientes hechos prisioneros durante este período, fueron enviados al Gulag. Después de la muerte en 1944 de monseñor Shcheptitski, metropolitano de la Iglesia uniata de Ucrania, las autoridades soviéticas obligaron a esta Iglesia a fusionarse con la Iglesia ortodoxa.

Para quebrar hasta la raíz cualquier resistencia a la sovietización, los agentes del NKVD se dirigían a las escuelas, donde después de haber hojeado las listas y los cuadernos de notas de los alumnos escolarizados durante los años de antes de la guerra, cuando Ucrania occidental formaba parte de la Polonia «burguesa», elaboraban listas de individuos a los que había que detener de manera preventiva, colocando en cabeza los nombres de los alumnos más dotados, a los que consideraban «potencialmente hostiles al poder soviético». Según un informe de Kobulov, uno de los adjuntos de Beria, más de 100 .000 «desertores» y «colaboradores» fueron detenidos entre septiembre de 1944 y marzo de 1945 en Bielorrusia occidental, otra región considerada como «infectada de elementos hostiles al régimen soviético». Estadísticas muy parciales establecen, para el período que va del 1 de enero al 15 de marzo de 1945 , 2.257 «operaciones de limpieza» tan solo en Lituania.

Estas operaciones se resolvieron con la muerte de más de 6.000 «bandidos» y con el arresto de más de 75.000 «bandidos, miembros de grupos nacionalistas y desertores». En 1945, más de 38.000 «miembros de familias de elementos socialmente extraños, de bandidos y de nacionalistas» de Lituania fueron deportados. De manera significativa, en el curso de los años 1944-1946, la proporción de ucranianos y de bálticos entre los detenidos del Gulag conoció un crecimiento espectacular: respectivamente, más de un 140 por 100 y más de un 420 por 100. A finales de 1946, los ucranianos representaban el 23 por 100 de los detenidos de los campos de concentración y los bálticos cerca del 6 por 100, un porcentaje muy superior a la parte respectiva de estas nacionalidades en el conjunto de la población soviética.

El crecimiento del Gulag en 1945 se realizó igualmente a costa de centenares de miles de individuos que fueron trasladados allí procedentes de «campos de control y de filtración». Estos campos habían sido instituidos, paralelamente a los campos de trabajo del Gulag, desde finales de 1941. Estaban destinados a acoger a los prisioneros de guerra soviéticos liberados o escapados del enemigo, y que en conjunto resultaban sospechosos de ser espías potenciales o, al menos, individuos «contaminados» por su viaje fuera del «sistema». Estos campos recibían igualmente a los hombres en edad de ser movilizados procedentes de territorios que habían sido ocupados por los enemigos, también contaminados, y a los starostes y a otras personas que habían desempeñado, bajo el ocupante, una función de autoridad, por mínima que hubiera sido.

Desde enero de 1942 a octubre de 1944, más de 421.000 personas, según los datos oficiales, pasaron por los campos de control y de filtración[24]. Con el avance hacia occidente del Ejército Rojo, la recuperación de territorios ocupados desde hacía dos o tres años por los alemanes, la liberación de millones de prisioneros de guerra soviéticos y de deportados del trabajo, y la cuestión de las modalidades de repatriación de los soviéticos, militares y civiles, adquirió una amplitud sin precedente. En octubre de 1944, el Gobierno soviético creó una dirección de asuntos de repatriación, bajo la responsabilidad del general Golikov. En una entrevista publicada por la prensa el 11 de noviembre de 1944 este general afirmaba concretamente: «El poder soviético se preocupa por la suerte de sus hijos caídos bajo la esclavitud nazi. Serán dignamente recibidos en casa como hijos de la patria. El Gobierno soviético considera que incluso los ciudadanos soviéticos que, bajo la amenaza del terror nazi, cometieron actos contrarios a los intereses de la Unión Soviética no tendrán que responder de sus actos si están dispuestos a cumplir honradamente con su deber de ciudadano a su regreso a la patria». Este género de declaración, ampliamente difundida, no dejó de engañar a los aliados. ¿Cómo explicar de otra manera el celo con que estos aplicaron una de las cláusulas de los acuerdos de Yalta relativa a la repatriación a la URSS de todos los ciudadanos soviéticos «presentes fuera de las fronteras de su patria»? Mientras que los acuerdos preveían que solo serían reenviados a la fuerza aquellos que hubieran llevado el uniforme alemán o colaborado con el enemigo, lo cierto es que todos los ciudadanos soviéticos «fuera de las fronteras» fueron entregados a los agentes del NKVD encargados de llevar a cabo su retorno.

Tres días después del cese de las hostilidades, el 11 de mayo de 1945, el Gobierno soviético ordenó la creación de cien nuevos campos de control y de filtración cada uno con una capacidad de 10.000 plazas. Los prisioneros de guerra repatriados debían ser todos «controlados» por la organización de contraespionaje, el SMERSH, mientras que los civiles eran filtrados por los servicios ad hoc de la NKVD. En nueve meses, de mayo de 1945 a febrero de 1946, más de 4.200.000 soviéticos fueron repatriados: 1.545.000 prisioneros de guerra sobrevivientes de los 5.000.000 capturados por los nazis, y 2.655.000 civiles, deportados de trabajo o personas que habían huido hacia Occidente en el momento de los combates. Después del paso obligatorio por un campo de filtración y control, el 57,8 por 100 de los repatriados, en su mayoría mujeres y niños, fueron autorizados a regresar a sus casas. Un 19,1 por 100 fue enviado al ejército, a menudo en batallones disciplinarios; un 14,5 por 100 fue destinado, en general por un período de dos años, a «batallones de reconstrucción»; un 8,6 por 100, es decir, aproximadamente 360.000 personas, fue enviado al Gulag, en su mayoría por «traición a la patria», lo que equivalía a una condena de diez a veinte años en un campo de concentración o en una comandancia del NKVD bajo la condición de colono especial[25].

Se reservó un destino particular a los vlassovtsy, soldados soviéticos que se habían unido al general soviético Andrey Vlassov, comandante del segundo ejército, hecho prisionero por los alemanes en julio de 1942. Por convicciones antiestalinistas, el general Vlassov había aceptado colaborar con los nazis para liberar a su país de la tiranía bolchevique. Con la aprobación de las autoridades alemanas, Vlassov había formado un «comité nacional ruso» y reclutado dos divisiones de un «ejército de liberación ruso». Después de la derrota de la Alemania nazi, el general Vlassov y sus oficiales fueron entregados por los aliados a los soviéticos y ejecutados. En cuanto a los soldados del ejército de Vlassov, fueron, después de un decreto de amnistía de noviembre de 1945, enviados como deportados por seis años a Siberia, al Kazajstán y al extremo norte. A principios de 1946, 148.079 vlassovtsy figuraban en las listas de desplazados y colonos especiales del ministerio del Interior. Varios millares de vlassovtsy, en general suboficiales, fueron enviados, bajo la acusación de traición, a los campos de trabajos de Gulag[26].

En total, nunca los «poblamientos especiales», los campos y colonias del Gulag, los campos de control y de filtración y las prisiones soviéticas contaron con tantos internos como los que tuvieron en aquel año de la victoria: cerca de cinco millones y medio de personas de todas las categorías reunidas. Un palmarés eclipsado durante largo tiempo por las festividades de la victoria y «el efecto Stalingrado». El final de la Segunda guerra mundial había, efectivamente, abierto un período que iba a durar aproximadamente una década y en el curso del cual el modelo soviético iba a ejercer, más que en ningún otro momento, una fascinación compartida por decenas de millones de ciudadanos de un gran número de países. El hecho de que la Unión Soviética hubiera pagado el tributo humano más pesado para lograr la victoria contra el nazismo enmascaraba el carácter mismo de la dictadura estalinista y exoneraba al régimen de la sospecha que le había merecido en su tiempo —un tiempo que parecía entonces tan lejano— los procesos de Moscú o el pacto germano-soviético.

El libro negro del comunismo
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