Engaño letal
Komir afilaba las armas sentado sobre la modesta cama en su habitación de la posada del Caballo Volador. Un pensamiento permanecía anclado en su mente, un pensamiento que por más que lo intentaba no conseguía disipar: la misteriosa energía que residía en su interior, la pesadilla con la que había sido maldecido. Aquella bestia arcana que despertaba en momentos críticos de su existencia y que tan profundos y perdurables efectos tenía en su vida.
Con una caricia que la hoja agradecía, pasó la pequeña piedra de agua por el filo de su espada Norriel con el aprendido movimiento curvo. Un arma debía estar siempre afilada y bien cuidada. Si bien odiaba ser diferente, había de reconocer que de no haber sido por aquella mágica energía ahora estaría muerto con toda seguridad. En varias ocasiones aquel poder interno le había salvado la vida. Sin embargo, aún así, seguía odiando aquel Don, aquello que lo había convertido en un Marcado a los ojos de los miembros de su tribu. Incluso Hartz, su incomparable amigo, fiel hasta la médula y con un corazón del tamaño del sol, era incapaz de mencionar el tema en su presencia. Komir sabía que el gran Norriel temía aquel poder, aquella bestia arcana que encerraba en su interior. Y si hasta el bueno de Hartz temía aquella magia y eludía hablar de ella, ¿cómo no iban el resto de los supersticiosos miembros de la tribu a repudiarla?
Siempre sería un Marcado a ojos de los suyos, ya nada cambiaría nunca aquella percepción entre los miembros de su tribu, los Bikia, por mucho que se esforzara. Y para ahora el resto de las tribus Norriel conocerían al dedillo su historia y lo repudiarían de igual manera.
Todo aquello lo atormentaba.
Él siempre había querido ser un Bikia más.
Un Norriel normal.
Pero aquel sueño no llegaría nunca a realizarse.
Suspiró profunda y largamente. «Al menos estoy vivo, puedo odiarme a mí mismo tanto como quiera pero al fin y al cabo vivo estoy y vivo he de continuar. De nada sirve compadecerse de uno mismo. Esta es la vida que me ha tocado vivir y la viviré sin miedos. Conseguiré mi objetivo: encontraré a los asesinos de mis padres. Todo lo demás es secundario. Nada me detendrá, lo conseguiré, obtendré mi justicia, mi venganza y sus consecuencias serán terribles».
Komir se llevó la mano al pecho esperando encontrar el medallón sombrío, el medallón de su madre, pero en su lugar colgaba el medallón del rey Ilenio del templo subterráneo. Recordó que el medallón sombrío lo tenía ahora Lindaro.
Y fue entonces cuando ocurrió.
Un hecho de vasta trascendencia.
Komir no supo entenderlo pero cambiaría de forma determinante su destino, dando un giro del todo inesperado. Dos caminos que estaban siendo recorridos de forma paralela e inconexa se cruzarían y ambos se unirían en un único pasaje. Un inquebrantable vínculo místico sería forjado. Dos destinos independientes y sin relación aparente de dos seres muy distintos, tanto en procedencia como en objetivos en la vida, se unirían para siempre en aquel momento crucial. Inexorablemente. Salvando el tiempo y las distancias.
Comenzó con una espesa y extraña neblina.
Komir contempló incrédulo como, salida de la nada y sin explicación, la neblina se alzaba rodeándolo y haciendo desaparecer todo a su alrededor, como si estuviera entrando en un profundo sueño. Todo a su alrededor en la habitación comenzó a desaparecer paulatinamente mientras la niebla se espesaba. Inmediatamente esgrimió ambas armas y se agazapó inseguro de lo que estaba sucediendo.
El medallón Ilenio en su cuello comenzó a emitir blanquecinos destellos produciéndole una extraña sensación interior. Sentía como se alimentaba de una energía interna, la suya propia, de su propia esencia. Komir no entendía lo que estaba sucediendo ni el porqué y sintió miedo. Sus músculos se tensaron, sus nervios estaban a flor de piel, su mente alerta.
Ante su atónita mirada una joven comenzó a vislumbrarse.
La joven llevaba colgado en su pecho un gran medallón que como si hubiera salido de lo más profundo de la tierra emitía intensos tonos marrones. Una joven de una belleza deslumbrante, de una belleza serena que le transmitía bondad. El miedo fue desapareciendo paulatinamente llevado por la paz que ella emanaba.
La joven de ondulados y dorados cabellos lo cautivó por completo.
La experiencia que había vivido lo dejó completamente confundido, pues no había entendió lo que le había sucedido y menos aún se imaginaba la gran trascendencia de aquellos momentos. Para Komir el suceso fue totalmente insólito y, perplejo, no pudo más que culpar a la bestia arcana que encerraba en su alma. Llegaba a comprender que el medallón tenía gran poder y que había utilizado su energía interior para comunicarse en medio de aquella mezcolanza de sueño y realidad, con la hermosa joven de dorados cabellos y bella mirada, pero no más. Se enojó al constatar una vez más que algo en relación a su existencia, a su persona, no era normal, aunque sin darse cuenta su ira fue reemplazada por una sensación de bienestar al recordar el rostro de la cautivadora joven.
Los dos medallones Ilenios se habían comunicado a muchas leguas de distancia y formado un vínculo entre ellos y entre sus portadores.
Entre Komir y Aliana.
Entre sus destinos.
Komir, sin embargo, no lo comprendió. Aún no podía creer lo que le había ocurrido. Pensativo, se preguntaba qué había sucedido, quién era aquella bellísima joven de ondulada melena rubia y enormes ojos del color del mar. No lo entendía. Juraría que la joven había estado allí mismo frente a él en la habitación, pero aquello no era posible. ¿Qué había ocurrido con el medallón del rey Ilenio que ahora colgaba de su cuello? La joven llevaba otro medallón similar. Un vínculo se había formado entre ambos medallones. Aquello era irreal. Por un momento dudó contemplando la posibilidad de que todo hubiese sido un sueño nada más. Pero no, estaba seguro de que aquella joven era real, y no fruto de su imaginación o de un sueño de verano. Algo más empezó a despertar en su mente, una idea, más que eso, una certeza.
Debía encontrar a aquella joven y descubrir qué había sucedido.
Tenía que descubrir cual era el significado de todo aquello.
Esto sí lo sabía.
Unos golpes en la puerta de la habitación sacaron a Komir de su ensimismamiento. Abrió la puerta a un desaliñado niño de no más de 14 años que le presentó una misiva dirigida a él. Estaba escrita con una letra pulcra, clara y elegantemente formada. Era de una mano culta, acostumbrada a la escritura con pluma. La leyó detenidamente, tomándose su tiempo para asegurarse de que comprendía los símbolos que sus ojos le mostraban. Su habilidad para leer y escribir era muy básica, y más aún en el Lenguaje Unificado de Oeste. Nunca había tenido la oportunidad de cultivar demasiado el arte de la escritura, ni en su propia lengua Norriel, y su torpeza le avergonzaba sobremanera. Pero para un Norriel las artes eran completamente secundarias a la dureza de la vida y la mayoría de ellos eran capaces de matar a un hombre antes de saber leer y escribir. La nota era corta y directa lo cual le facilitó mucho su comprensión.
Komir, necesitamos de tu presencia en el Templo de la Luz con urgencia. Disculpa la hora tardía y la premura pero es un asunto de la máxima gravedad. Apresúrate, por favor.
Padre Dian
Abad del Templo de La Luz
Al leer la escueta nota sintió como la gélida garra del miedo le oprimía y helaba el corazón e inmediatamente pensó en sus compañeros. Hartz y Kayti habían partido hacia el templo a primera hora de la mañana y todavía no habían regresado. Algo malo había ocurrido, de lo contrario Dian no enviaría a buscarle a aquellas horas intempestivas. Un instante de aprensión aguda se apoderó de su alma. Intentó tranquilizarse, no sabía realmente lo que había sucedido ni la gravedad de la situación. Cerró el puño atormentado, estrujando el mensaje entre sus dedos. No parecían buenas noticias pero no sabía más y el pensar en posibles situaciones catastróficas no solucionaría nada. Despidió al muchacho dándole una pequeña propina, se dio la vuelta y se dirigió decidido en busca de sus armas y cota de malla.
«Probablemente no sea nada grave» se dijo a sí mismo intentando calmar el mar de desasosiego que comenzaba a invadirlo.
Unos instantes después bajaba de la habitación preparado para enfrentarse a cualquier problema, armado hasta los dientes, como el Maestro Guerrero Gudin le había enseñado en la aldea hacía ya mucho tiempo. Un hombre que se prepara para el combate y el peligro tiene una mayor probabilidad de salir victorioso de cualquier envite. Según se dirigía a la puerta de salida a paso rápido, cruzando la taberna donde varios comensales disfrutaban de la bebida, vio al grueso y afable Bandor, el posadero, que le saludó con la mano.
—¿Va todo bien? ¿Esperas problemas, Komir? —le preguntó el posadero señalando las armas que portaba.
—Espero que no tengamos problemas, pero más vale prevenir, amigo.
—Suerte y que todo vaya bien —le deseó Bandor mostrando cierta preocupación en su rostro.
—Ahora que lo pienso… si Hartz o Kayti aparecen, hazme el favor de decirles que he tenido que ir al Templo de la Luz con urgencia y que se reúnan allí conmigo.
—Así lo haré —le respondió Bandor al tiempo que Komir desaparecía tras el umbral de la gran puerta de madera.
Era ya bien pasada la hora de cierre. La noche iba cerrando una por una las calles. Bandor se afanaba en terminar de limpiar la posada. Tenía todas las sillas sobre las mesas de madera y barría el sucio suelo con ahínco, a sabiendas que cuanta más maña se diera antes terminaría y podría disfrutar el merecido descanso que le esperaba. Norma, su trabajadora y malhumorada esposa, ya había finalizado de fregar y organizar la estancia común de la posada, y se había retirado a la habitación tras farfullarle unas cuantas órdenes e instrucciones que Bandor como de costumbre ignoró por completo.
Por qué se había casado con aquella mujer era algo que todavía no llegaba a comprender. Era mandona, malhumorada y no muy atractiva. No precisamente el tipo de mujer que uno tiene en mente cuando busca a alguien con quien compartir el resto de sus días. Por otro lado, él tampoco es que fuera un regalo divino precisamente. De guapo tenía poco, eso lo sabía desde niño, aunque sí que era grande y fuerte como un buey. También era trabajador comparado, al menos, con la parroquia que visitaba regularmente su establecimiento. Pero defectos tenía a cientos y Bandor lo sabía bien.
La verdad era que se había casado con Norma por una sencilla y crucial razón, porque el corazón de aquella mujer era tan grande como una montaña. Ante aquello, el resto de atributos palidecían en comparación. Aún hoy, después de más de 20 años de matrimonio, Bandor sentía que era el hombre más afortunado sobre la faz de la tierra ya que aquella maravillosa mujer le había elegido a él como marido.
«La diosa fortuna tiene estas cosas».
Unos potentes golpes en la puerta lo sacaron de su ensimismamiento.
¿Quién sería a aquellas horas tan intempestivas? Inmediatamente pensó en el joven Norriel, en Komir, que tan precipitadamente había abandonado la posada con cara de preocupación.
—¿Quién es? —preguntó tras la atrancada puerta de roble.
—Somos nosotros: Hartz y Kayti, déjanos entrar, Bandor —dijo una grave voz con tono de urgencia que el posadero inmediatamente reconoció como la de Hartz.
Abrió la puerta y los dejó pasar.
Hartz y Kayti entraron a la carrera, jadeaban ostensiblemente y el sudor bañaba sus frentes, parecía que hubieran estado corriendo perseguidos por perros salvajes.
—¿Pero qué os ha sucedido? —les preguntó Bandor alarmado al reparar en las heridas sangrantes en el cuerpo de Hartz.
—¿Dónde… dónde esta Komir? —preguntó Hartz de forma entrecortada intentando recuperar el resuello y con angustia en la voz, ignorando la preocupación de Bandor por su estado.
—¿Komir? Marchó hace ya un buen rato.
—¡Maldición! ¿Dijo a donde se dirigía? —preguntó el gran Norriel con angustia reflejada en la cara.
—Pues sí, me dio un recado para vosotros, me dijo que si aparecíais os dijera que había tenido que partir al Templo de la Luz con urgencia y que os reunierais allí con él.
—¿Al Templo de la Luz a estas horas de la noche? —preguntó Kayti con escepticismo.
—Sí, salió armado hasta los dientes lo cual es un tanto extraño, ahora que lo pienso. Sí, se dirigía al Templo de la Luz —comentó Bandor.
—Esto me suena a trampa —dijo Kayti.
—A mí también —dijo Hartz con el corazón en un puño.
—Un mozalbete le trajo una nota, si no recuerdo mal, y después de leerla, Komir, cogió sus armas y salio hacia el Templo —explicó el posadero—. ¿A qué vienen esas caras largas? ¿Ocurre algo?
—Mucho me temo que sí, Bandor, si no me equivoco nuestro amigo Komir ha sido engañado y ha caído en una trampa —explicó Kayti.
—Se dirige a una emboscada mortal sin saberlo —dijo Hartz.
La cara de Bandor perdió el color y los ojos se le abrieron como platos.
Hartz, devorado por una angustia insoportable ante la imposibilidad de ayudar a su amigo, se dio la vuelta, abrió la puerta, y en medio de la noche estrellada gritó con toda la potencia de sus enormes pulmones:
—¡Komir es una trampa!