Inquebrantable

 

 

 

Aliana, con los ojos poseídos por la incredulidad, sostuvo en su mano el Báculo de Poder de Haradin el Mago. «¡Por la Madre Sanadora! ¡Es el báculo de Haradin!». Lo volvió a examinar en detalle, cerciorándose de no dejarse llevar por la ansiedad del anhelo y la falsedad de una esperanza desbocada.

Lo alzó sobre la cabeza y lo mostró triunfal a sus compañeros mientras éstos la miraban desconcertados, sin comprender. Aquella era la primera prueba fehaciente de que el mago realmente hubiera puesto pie en aquella cueva, tal y como habían deducido de las pistas que había dejado tras de sí en el Templo de Tirsar. Durante toda la fatídica expedición, una inconmensurable angustia, la duda derivada de la posibilidad de la equivocación, del error bienintencionado, la había estado consumiendo en silencio. Si estaban equivocados, si sus suposiciones eran erróneas, muchas vidas se habrían perdido en vano; aquel pensamiento la había martirizado, devorándola en su interior como una enfermedad maligna. Pero aquel objeto era la prueba irrefutable de que estaban sobre la pista del Mago, que no habían errado los cálculos, que tantas vidas jóvenes y valerosas no se habían desperdiciado en vano, lo cual la llenó de una alegría y excitación casi histéricas.

—¡Es el Báculo de Poder de Haradin! —gritó a sus compañeros echándose a reír de forma histérica dejando aflorar en una eclosión toda la tensión acumulada durante la infernal expedición.

—¿Estás segura, Aliana? —le preguntó Gerart acercándose y mirándola con sorpresa ante la inesperada histeria emotiva que emanaba de la Sanadora.

Aliana recobró la compostura al cabo de un momento en el que permitió que la risa nerviosa expulsara toda la tensión interna como si de una tetera en plena ebullición se tratara. Mirando detenidamente el báculo en su mano afirmó:

—Estoy segura. Lo he visto en varias ocasiones y el propio Haradin me lo ha mostrado en detalle narrándome los motivos de algunas de las runas talladas en la madera del casi extinto roble negro. No tengo ninguna duda, este es su báculo.

—Eso significa que estábamos en lo cierto, el Mago ha estado aquí —dijo Gerart reflejando claramente, en su joven pero cada día más curtido rostro, el alivio de a quien una gran carga le es alzada—. ¡Gracias a la Luz que nos guía y protege! ¡Estábamos en lo cierto! —rezó mirando hacia arriba y realizando el signo de la Luz, un raro y emotivo gesto en el príncipe de Rogdon.

Tanto Kendas como Lomar se unieron al príncipe en el agradecimiento realizando también el signo de la Luz.

—No me gustaría ser ave de mal agüero pero que el báculo yaciera en el suelo entre cadáveres no es muy buena señal —apuntó Lomar dubitativo.

—Siendo como soy de una pequeña granja, no sé mucho de magos, más bien nada, pero dudo que abandonara un objeto mágico tan valioso como ese por voluntad propia —razonó Kendas llevándose la mano a la barbilla—, algo malo ha debido de ocurrirle.

—Estoy de acuerdo, yo he sido criado por las calles de la gran ciudad y tampoco sé mucho de magos, pero te puedo asegurar que nada tan valioso se abandona voluntariamente, te lo arrancan de la mano —corroboró Lomar.

—¡Bendita juventud ignorante! Vosotros dos sois los peores soldados que he tenido la desgracia de comandar en muchos años. ¡Qué antigua divinidad habré ofendido para tener tan mala suerte y que me toquen siempre los soldados con menos luces de todo el reino! ¡Tenéis el cerebro del tamaño del de una pulga! Con qué rapidez llegamos a conclusiones, disertando como expertos estrategas, deduciendo los movimientos del enemigo sobre el campo de batalla. ¡Excepto que no tenéis ni idea! —ladró el Sargento Mortuc pegando un empellón a Kendas—. Aquí no se precipita nadie en sus juicios ni da valoraciones de situación gratuitas. No tenemos suficiente información. No sabemos qué ocurrió y por lo tanto no tenemos por qué asumir lo peor. Un millar de acontecimientos diferentes han podido tener lugar aquí. El Mago puede estar al otro lado de esa pared comiendo un buen asado panchamente mientras nosotros debatimos —señaló Mortuc.

—Esperemos que así sea. Necesitamos que siga vivo por el bien del reino —dijo Gerart acercándose al Sargento—. Con la guerra a punto de estallar es crucial que nuestro principal baluarte mágico se encuentre entre nosotros para defender a los suyos. De lo contrario los hechiceros enemigos representarán una superioridad manifiesta del ejército invasor. El acero no es rival ante el poder devastador de un Mago de alto nivel. Haradin ha defendido con éxito el reino de ataques enemigos con anterioridad. Mi padre le debe mucho.

—¿En verdad? ¿Cuándo? No tenía constancia de ello —preguntó Lomar con tono de sorpresa.

—Sí, de hecho, si no hubiera sido por su gran poder y audacia manifiesta, nunca hubiéramos podido contener al Imperio Noceano hace 15 años. Con un ejército que prácticamente doblaba en número al de mi padre invadieron Rogdon con la intención de anexionarlo a su extenso Imperio. Nuestros hombres les hicieron frente en el valle de Longordi. Sus poderosos hechiceros desataron el horror entre nuestras tropas con oscuros poderes y maleficios, infundiendo terrores insoportables en las mentes e infligiendo dolor insufrible en los cuerpos. Desmoralizaron completamente los corazones de las huestes. La batalla parecía pérdida, nuestros soldados huían en retirada ante el poder maligno del enemigo.

—Cierto, esa escoria Noceana tiene hechiceros de poderes muy oscuros. Se dice que son capaces de envenenar y difundir enfermedades incurables y abominables a sus enemigos. ¡Cuánto aborrezco a esos traicioneros chacales del desierto! —exclamó el Sargento levantando el puño.

—¿Cómo consiguieron vencer a un ejército superior en número y con tan poderosos hechiceros? —preguntó Kendas mirando al príncipe completamente intrigado—. La historia nos relata que fue una carga desesperada del rey la que ganó la batalla para Rogdon, así es al menos como se enseña a los niños en las escuelas y templos del reino.

—Cierto, pero no del todo. La historia tiende a glorificar a los líderes y a olvidar ciertos detalles relevantes. En realidad fue Haradin quien los detuvo con su impresionante poder mágico. El poderoso Mago avanzó hacia el enemigo, inmune a las malas artes de sus hechiceros arcanos, y desató enormes bolas de puro fuego que salieron despedidas hacia el ejército atacante cuando la batalla estaba prácticamente perdida. Al impactar sobre los desprevenidos soldados enemigos a la carga, explotaron en grandes e intensísimas llamaradas quemándolo todo a su alrededor, diezmando las líneas atacantes. Muchos soldados enemigos murieron calcinados al instante o envueltos en terroríficas llamas que consumían y devoraban hasta el mismísimo aire. Mi padre, al ver la oportunidad, lideró una desesperada carga con los restos de su mermado ejército, con los últimos bravos que permanecían fieles a su lado. Confiando en la valentía de sus hombres y el efecto de la sorpresa, golpeó al enemigo con saña y bravura, cortando entre las horrorizadas líneas enemigas, como una colosal embarcación de alta quilla cortando un mar de peligrosas olas extranjeras. Penetrando hasta el corazón de las huestes enemigas, el Rey acabó con los hechiceros allí escudados y la batalla se decantó rápidamente del lado de Rogdon. Así fue como el Rey Solin, en el último instante, consiguió vencer a los Noceanos.

—¿Por qué se ha omitido la intervención de Haradin a lo largo de todo este tiempo en los relatos, cantares y tomos de historia? —preguntó Kendas extrañado.

—Por lo que me comentó mi padre, fue el propio Haradin quien así lo pidió. Quería permanecer en el anonimato. Siempre ha sido muy discreto, como la gran mayoría de magos y personas con el Don. No les gusta atraer atención innecesaria ya que, los ojos de la ignorancia malinterpretan sus talentos y mucha gente aún los teme y repudia. Mi padre le concedió este deseo y por ello nunca se ha escrito la verdadera historia.

—Estoy segura de que sigue con vida. Lo encontraremos y regresaremos con él al reino. Me niego a creer que haya perecido aquí. Sobre todo ahora que tanto lo necesitamos. Está aquí en algún lugar. Debemos encontrarlo, mi intuición me dice que está aquí, en este Templo de la Tierra —afirmó Aliana con ímpetu renovado ante el esperanzador hallazgo.

—¡En marcha entonces! —ordenó el Sargento con resoluto ímpetu.

El grupo avanzó y se acercó a los dos grandes montículos de roca situados en el centro de la cueva. Al examinarlos comprobaron que eran de una roca diferente a la de las paredes de la cueva, de un extraño color rojizo y brillante. Alcanzaban casi tres varas de alto y dos de ancho. No parecían naturales, algo en ellas daba la sensación de ser anómalo. Todos se aproximaron a los dos grandes montículos de rocas con cautela y recelo. Lomar las bordeó y se situó al otro lado, contemplando las formaciones rocosas desde el ángulo opuesto. Su gesto se volvió ceñudo y, al momento, confuso.

—Sargento… mejor viene a ver esto...

—¿Qué demonios...? —replicó el Sargento Mortuc bordeando también las dos figuras y situándose al lado de Lomar—. ¡Por las barbas de Tonas el Manco y todos sus primos!

El resto del grupo se apresuró a su lado y pudieron contemplar estupefactos cómo en el lado opuesto, las dos grandes formaciones rocosas tenían tallada en relieve una forma humanoide. Se apreciaba claramente la cabeza, un enorme pecho rectangular, hercúleos brazos y piernas, todo tallado en la roca y con forma un tanto rectangular. Sobre el imponente pecho estaban pintados unos extraños símbolos dorados.

Aliana no pudo sino sentir una profunda intriga y curiosidad

Aquellos enormes hombres de roca de descomunales miembros emanaban un sentimiento elemental, térreo.

Mientras todos examinaban el sorprendente descubrimiento completamente absortos por lo que podría ser, un cántico apagado comenzó a escucharse en la cueva. Unas extrañas palabras surcaron la gruta con melódico tono. Todos se giraron alarmados, con la adrenalina disparándose en sus cuerpos ante aquel inesperado cántico, intentando encontrar el origen de aquella lúgubre entonación. A la luz de las dos antorchas no consiguieron identificar la procedencia del salmo misterioso, lo cual disparó las alarmas en el grupo.

Algo sumamente insólito estaba teniendo lugar.

—¡Preparaos! —avisó Gerart mirando a ambos costados con rápidos giros de cabeza.

De súbito, las dos formaciones rocosas comenzaron a vibrar acunadas por el infausto cántico. Suavemente al principio y con mayor intensidad al cabo de unos instantes. La vibración continuó intensificándose y pequeños trozos de roca rojiza comenzaron a desprenderse de las dos formas de granito. Los cinco compañeros se apartaron y prepararon las armas, listos para afrontar un ataque. Las dos enormes formas humanoides de roca pura vibraron con mayor intensidad aún. El símbolo dorado en su pecho se encendió brillando como si fuera de oro puro. Más trozos de roca comenzaron a descascarillarse por las sacudidas de los temblores. Aumentó la vibración y los ojos de las dos formas se encendieron repentinamente con una dorada y funesta luz.

—¡Están tomando vida! —gritó Aliana con incredulidad ante lo que presenciaban sus ojos.

Con un sonoro crack uno de los humanoides rocosos liberó el pie derecho del suelo y lo flexionó. Un momento después liberó el segundo pie despegándolo del suelo rocoso con otro sonoro crack. Se desenmarañó sacudiendo brazos y piernas de pura roca de forma violenta y el grupo dio un paso atrás indeciso ante la dorada mirada del enorme ser de granito.

Un momento después el segundo humanoide de piedra se liberaba. Las dos grandes formas de roca pura se pusieron en movimiento ante la atónita mirada del grupo. Aliana no pudo evitar pensar que aquellos seres de piedra debían contener en su interior una persona. Parecía como si un poderoso mago hubiera hechizado unos enormes humanos convirtiéndolos en seres de granito.

Al verlos moverse, Aliana recordó una de las narraciones mitológicas de Haradin y se dio cuenta a lo que se enfrentaban:

—¡Es un Golem! ¡Un ser de piedra creado para servir a un poderoso mago!

El primero de los dos Golems avanzó hacía Mortuc con aire amenazante. El veterano soldado no se arredró ante la inverosímil situación y dando un paso adelante se enfrentó al engendro de brillante roca roja. El Sargento apenas le llegaba a la altura de la cintura al formidable humanoide de granito. Un brazo de pura roca rojiza, doblando en grosura al de un humano, intentó golpearlo.

Mortuc dio un salto hacia un lado esquivando el potente golpe de la criatura de colosales hombros pétreos. Levantó su espada a dos manos y con un rápido movimiento diagonal y descendente golpeó con fuerza el costado de su atacante. Un estridente sonido metálico acompañado de múltiples centellas surgió del encuentro del acero de la espada con el cuerpo de piedra de la criatura.

Lomar, viendo la oportunidad, avanzó lanzando una estocada al pecho del engendro, pero su espada rebotó contra su rojizo abdomen saliendo desviada. La criatura soltó su brazo izquierdo, que impactó en el joven de forma brutal, lanzándolo por los aires como si fuera un monigote. El valiente lancero aterrizó diez pasos más allá con un golpe seco y metálico. Quedó tendido en el suelo. Intentó incorporarse, y con dificultad consiguió ponerse de rodillas, pero no pudo recobrarse del bestial impacto y volvió a caer inconsciente. Quedó tirado en el suelo bocabajo.

Mortuc recogió la antorcha de Lomar y aprovechó para volver a lanzar un salvaje corte, esta vez contra la pierna del ser de granito, pero la espada volvió a salir rebotada desprendiendo resplandecientes chispas.

—¡Por los huevos de Kuntes! ¡No puedo herirlo! ¡Es de roca pura! —gritó el Sargento enfurecido dando un paso lateral para esquivar el demoledor brazo de la criatura—. ¡Lomar! ¿Cómo estás? ¡Contesta!

Pero Lomar no respondió.

Gerart y Kendas luchaban compenetrados contra la otra criatura, con ahínco, intentando desesperadamente herirla de alguna manera. Los cortes y estocadas lanzados resultaban totalmente infructuosos. Kendas intentó quemarlo con su antorcha pero la criatura no se inmutó ante el contacto con el fuego. En el fragor del desesperado combate, Gerart fue alcanzado por el Golem que le golpeó en el pecho con el rocoso brazo aplicando la fuerza de diez hombres. El príncipe salió volando por el aire del bestial impacto. Chocó violentamente contra la pared de la gruta y salió rebotado hacia un costado con un escalofriante chirrido metálico.

No se levantó.

Kendas volvió a golpear al pétreo monstruo, esta vez en la cabeza, pero una vez más la espada salió rebotada entre centellas.

—¿Qué hacemos? ¡No puedo matarlo! —preguntó angustiado.

Esquivó el ataque de la criatura con un presto desplazamiento lateral y se situó en guardia sin saber cómo continuar la lucha, cual aprendiz de caballeriza ante un semental de pura sangre. El sudor bañaba su frente.

Aliana colocó una flecha en su arco y se abstrajo. Sabía que lo más probable era que no pudiera dañar a la criatura pero tenía que intentarlo pues sus compañeros estaban en serio peligro. Respiró profundamente y soltó. La flecha salió rebotada del cuerpo del rojizo Golem que batallaba con Kendas. «Ayúdanos Helaun, Madre Primera Sanadora, en este difícil momento» rogó temerosa. Volvió a cargar el arco en un fluido movimiento. Se concentró calculando la distancia y respiró mientras apuntaba a la cabeza del Golem. Soltó y nuevamente el tiro fue infructuoso. No podía herir a aquella criatura de roca.

Kendas, a la desesperada, dejó caer la antorcha y empuñó su daga. Con la agilidad de una joven pantera saltó sobre el ser de granito y la hundió en el dorado ojo izquierdo hasta la empuñadura. La criatura no se inmutó. Se defendió y lo golpeó con tal potencia y bestialidad que Kendas salió despedido por el aire golpeando violentamente el suelo, casi al otro extremo de la cueva.

Aliana volvió a disparar asustada, un vez más, sin suerte. Buscó al Sargento, pero éste a duras penas se mantenía en pie ante su colosal adversario de piedra. Tenía la coraza abollada por los golpes que había recibido. Aliana sabía que no aguantaría mucho más. Los brazos de granito golpeaban con velocidad, acierto y descomunal fuerza. Los Golems terminarían matándolos a todos a brutales golpes. El miedo, partiendo del estómago, comenzó a llegarle a la boca en forma de bilis. La situación era desesperada. No podían vencer a aquellas criaturas, pronto morirían destrozados por los devastadores golpes de granito al igual que el resto de desdichados que allí yacían.

«No te dejes vencer por el miedo. Siempre hay una salida, ¡piensa!»

La voz quebrada de Kendas llegó hasta ella.

—¡El espíritu! Esta… aquí… el espíritu…

Aliana miró en la dirección del caído soldado pero no consiguió ver nada más que completa oscuridad. Agudizó la mirada intentando rasgar la penumbra, pero nada vislumbró. ¿Qué estaba viendo Kendas que ella no veía? No tenía sentido que Kendas pudiera ver el espíritu y ella no. A menos que estuviera camuflado por algún hechizo que lo protegiera de ojos indiscretos. Escudriñó con intensidad la negrura del fondo de la cueva. Nada, sólo oscuridad. Un sonido a su espalda la hizo girar como un resorte. Las dos criaturas estaban ahora luchando contra el Sargento, que a duras penas conseguía esquivarlas en un yermo esfuerzo cuyo final se anticipaba aciago. Aliana se centró en Kendas, consciente ahora de que debía encontrar aquel espíritu, al causante de aquella magia que daba vida a los Golems, para poder detener a las dos criaturas, pero el tiempo se agotaba. ¡Tenía que hacer algo!

Kendas, con un movimiento de puro esfuerzo, alzó la mano y apuntó con el dedo en dirección a una esquina a su derecha.

Aliana seguía sin poder ver nada desde su posición. Kendas perdió el conocimiento quedando tendido con el brazo extendido señalando la esquina. Aliana dio un paso a la derecha cargó el arco y tiró hacia la negrura del fondo de la gruta al punto señalado por el bravo campesino. La flecha chocó contra la pared de roca emitiendo un chasquido metálico. Volvió a cargar y soltó apuntando algo más a la derecha. Mismo resultado.

Cargó y disparó tres saetas consecutivas con gran rapidez pero todas rebotaron contra la pared de la gruta sin resultado alguno. Las dos criaturas avanzaban, estaban ya muy cerca de ella, las podía ver por el rabillo del ojo. Se acercaban, pronto la alcanzarían. Se concentró. ¿Estaba realmente oculto el espíritu o había sido la imaginación desvariada del soldado herido? ¿O quizás una alucinación por el tremendo golpe recibido? No, Kendas era un soldado de élite bien entrenado del Cuerpo de Lanceros Reales, seleccionado entre muchos contendientes por sus dotes físicas y mentales. Si lo había visto significaba que estaba allí, oculto bajo un manto de negras sombras. Sombras… Una idea nació en su cerebro, brillante como el acero al sol. Se arrancó un pedazo de tela de la manga de la túnica. Cogió una flecha y ató a su punta la rasgada tela llena de aprehensión lo más rauda que pudo. Se acercó corriendo a la antorcha que yacía en el suelo, todavía ardiendo, y prendió la tela de la flecha.

A su espalda oyó un lamento y pudo comprobar angustiada cómo el Sargento salía despedido hacia la entrada de la caverna golpeado atrozmente por uno de los seres de granito. Se le agotaba el tiempo, los dos monstruos vendrían ahora a por ella. Si el espíritu, mago o lo que fuera aquel ser al que servían los dos Golems estaba en la cueva, debía detenerlo, tenía que alcanzarlo con una saeta o estaban perdidos.

 Sin dilación disparó contra la esquina señalada. La flecha surcó la oscuridad iluminando con su fuego las oscuras sombras. Aliana siguió el vuelo con ardiente esperanza, intentando vislumbrar el más mínimo atisbo de la silueta del espíritu.

Y la flecha alumbró, durante un brevísimo instante, junto a la pared de la esquina, una borrosa silueta agazapada.

Aliana rodó hacia delante esquivando el brazo de roca de una de las criaturas que ya la había alcanzado. Con la agilidad digna de una equilibrista finalizó la voltereta. Clavó una rodilla en el suelo y cargó su arco sin mirar atrás, concentrándose en el lugar exacto donde había visto, durante un minúsculo instante, la silueta de la oculta figura. Ignorando por completo la amenaza de las dos criaturas que en un momento la alcanzarían y con toda seguridad matarían, soltó la saeta.

Un gemido de dolor se escuchó al fondo de la silenciosa gruta.

La oculta figura del espíritu se hizo parcialmente visible.

La túnica blanca ribeteada en oro rasgaba ahora la opacidad de las sombras de la cueva. La flecha le había alcanzado de lleno a la altura del estómago.

El espíritu miró a Aliana con sus amenazantes ojos dorados, sujetó la flecha con la mano y sin emitir un sonido abandonó la cueva a gran velocidad por una abertura en la roca, sellando la salida a su espalda.

Aliana, descorazonada, se preparó para ser brutalmente golpeada por las dos criaturas. Se llevó las manos a la cabeza, cerró los ojos y esperó desvalida el fatal impacto.

Iba a morir,

En un instante.

Pero el fatal golpe, no se produjo.

Con gran temor estrujando su alma, giró la cabeza. Esperaba ver a las dos criaturas acabando con ella a atroces golpes. Sin embargo, lo que descubrió la dejó pasmada: las dos criaturas estaban a su espalda, erguidas, con los brazos alzados y a punto de golpearla.

Inmóviles.

Sin vida.

La dorada luz que alimentaba sus ojos y los extraños símbolos en el pecho de piedra se habían apagado. La vida los había abandonado un milagroso instante antes de que llegaran a golpearla. Respiró profundamente para calmar su galopante corazón y el miedo comenzó a disiparse en su cuerpo. Observó meticulosamente a las dos formas rocosas, intentando cerciorarse de que realmente estaban sin vida. Con recelo y nerviosismo por si pudieran volver a la vida súbitamente, puso la mano sobre el pecho de una de las criaturas. Se concentró y llamó a su poder, a su energía interna, invocándola. La proyectó sobre la criatura recorriendo su cuerpo de roca. No encontró ni el más mínimo atisbo de vida. Aquella criatura era granito puro, sin existencia, era tierra.

Contempló las paredes y se percató de que las dos líneas de extraños símbolos tallados a lo largo de toda la cueva también habían perdido su intensa luz dorada. En su mente dedujo lo que había ocurrido: al herir al espíritu había roto el hechizo que éste mantenía sobre la cueva y las dos criaturas.

«Ha estado verdaderamente cerca, casi no lo cuento. He sido verdaderamente afortunada. Gracias Helaun, Madre Primera Sanadora, por haber protegido a tu humilde servidora». Miró a sus compañeros. Los cuatro habían sido abatidos por las criaturas y yacían en el suelo desparramados como títeres.

Temiéndose lo peor, se apresuró a ir a auxiliarlos, con el corazón galopando desbocado y los ojos clavados en el cuerpo inerte de Gerart.