Intriga encubierta

 

 

 

La pequeña taberna estaba abarrotada. Un fuerte olor, mezcla compacta de vino barato, aceite quemado de las lámparas y sudor rancio de los comensales, envolvía el ambiente por completo. Los lugareños, de pálidos semblantes y rubias melenas, comentaban animadamente las últimas noticias y rumores de la helada región al norte del continente.

Sumal inspeccionó disimuladamente su atuendo. Aquella noche iba vestido de forma sencilla, a la usanza tradicional del reino de Norghana, con una gruesa camisa de lana de color rojo bermellón y unos pantalones de tela gruesa teñidos de un verde oscuro y forrados de pieles.

Esperaba tranquilamente a que llegara su invitado, sentado en una pequeña mesa al fondo y con su espalda protegida contra la pared de piedra de la bulliciosa tasca, pues esa era la mejor posición para evitar sorpresas indeseadas. Allí sentado en el saturado establecimiento nadie reparaba en él, era un cliente más disfrutando de una cerveza, sin ninguna característica que le hiciera sobresalir sobre el resto de los lugareños. Pasaba completamente desapercibido, estaba perfectamente integrado en el paisaje local. Nadie podía distinguir el secreto que velaba: su verdadero origen, su sangre extranjera.

Nacido en una tórrida y muy lejana tierra al sur, Sumal era un hijo de los desiertos de fuego. Pertenecía a una etnia acostumbrada al rigor de un sol despiadado, aunque nadie lo diría al contemplar sus pálidos rasgos. Esto le llenaba de inmensa satisfacción. Su extremadamente blanquecina tez y su largo cabello rubio, lo convertían en centro de miradas y recelos en su tierra natal, donde salvo alguna excepción, como él mismo, toda la población era de piel tostada y cabello azabache; una tierra donde no había gente blanca. Pero allí, en la animada taberna, en el extremo opuesto del continente, era uno más entre la multitud, nada delataba su origen.

Se miró las pálidas manos y sonrió. De padre Noceano y madre Rogdana había heredado todos los rasgos físicos de su madre y ninguno de los de su padre. Esto le permitía moverse por los reinos del norte con facilidad, mezclándose entre los lugareños sin dificultad y sin llamar la atención, cosa que sus compatriotas no podían hacer sin levantar sospechas y recelos. Su rubio cabello, característico de las regiones heladas del norte, era su más valioso atributo. Un salvoconducto, en cierta manera, en aquellas tierras nevadas. Pasaba desapercibido, incluso en las tierras del oeste, como en el gran reino de Rogdon, donde los cabellos castaños eran predominantes.

Estas características físicas y el hecho de que su padre fuera Consejero del Gran Regente del Sur del Imperio Noceano, le habían conducido a una profesión algo diferente de la que él había soñado en su infancia. Su sueño había sido siempre el de la carrera de Oficial del Imperio, con la intención de llegar a convertirse un día en un gran General y comandante de un poderoso ejército de conquista. Pero al crecer en la corte, y debido a sus milagrosos rasgos físicos y sus nada despreciables aptitudes intelectuales, su profesión había resultado ser la de alguien que ni en sus mejores sueños en la infancia hubiera pensado.

La de espía.

Un agente encubierto al servicio del todopoderoso Imperio Noceano.

Llevaba diez años viviendo entre las gentes del oeste y del norte del continente, estudiando sus costumbres, asimilando sus culturas y, al mismo tiempo, creando una red de espías al servicio del imperio de las áridas y desérticas tierras del sur. Había recorrido todo el apacible oeste, infiltrándose en el poderoso reino de Rogdon; había marchado al norte, mezclándose entre los orgullosos y toscos Norghanos; había recorrido las amplías llanuras entre ambas potencias bélicas, conviviendo con las gentes de las numerosas tribus nómadas de las estepas. Era capaz de hablar la Lengua Unificada del Oeste de forma experta, imprimiendo el acento necesario en función del reino o región en el cual se encontrara. Era capaz de hablar la Lengua Común del Norte, sin acento alguno, incluso algunas de las lenguas autóctonas de las regiones más recónditas de las nevadas montañas y los ocultos valles helados. Cuando le preguntaban sobre su procedía, la respuesta era siempre una bien estudiada, haciendo referencia al reino extranjero más cercano al que se encontrara en ese momento, sin proporcionar demasiados detalles, para que toda sospecha se disipara al instante. La prudencia, la vaguedad en las respuestas y las verdades a medias eran requisito indispensable en su oficio, más que eso, eran imprescindibles para sobrevivir y él las había convertido en todo un arte.

Sumal estaba de buen humor aquella noche en la pequeña taberna, sentía su espíritu alegre, contento. Tenía una misión muy importante que llevar a cabo, encomendada por Mulko, Gran Regente del norte del Imperio Noceano, y esto representaba un altísimo honor. El propio Zecly, Gran Hechicero y Maestro Espía, mano derecha del Gran Regente del Norte, se había dirigido a él para transmitirle una nueva misión de suma trascendencia. Aquel anciano era toda una leyenda en el Imperio, tanto por sus poderosas habilidades arcanas como por la eficacia e inteligencia con la que dirigía su red de espías y asesinos. Se decía, y no sin razón, que si Zecly deseaba tu muerte la única cuestión por dilucidar era quién la ejecutaría: si te visitaría un asesino infalible o un demonio de los abismos mientras dormías desprevenido a cientos de leguas del anciano. Sumal sabía, y de primera mano, que aquello no era ninguna exageración, ya que había sido el propio Gran Hechicero quién le había reclutado en su más tierna infancia y posteriormente adiestrado exhaustivamente. Todo lo que sabia se lo debía todo al poderoso maestro.

Un comentario altisonante proveniente de una mesa contigua sobre la posibilidad de entrar en guerra, le hizo pensar en la misión. Los riesgos, una vez más, serían altos pero ese era el precio a pagar en su profesión, y estaba acostumbrado, no le acobardaban en absoluto. Es más, los riesgos le motivaban, vivía por y para la sensación de peligro, de saber que el más mínimo desliz acabaría con su vida.

«Una vida sin emoción, sin riesgo, no es una vida que merezca vivirse sino una prisión».

Miró en derredor, estaba rodeado de Norghanos que si descubrieran quien era, lo matarían allí mismo sin ninguna contemplación.

«Y yo quiero una vida plena, llena de riesgos, de acción, y por supuesto, de recompensas».

Dejando escapar una sonrisa bebió un largo trago de la amarga cerveza local.

Dos de los comensales de una mesa cercana comenzaron una trifulca fruto del exceso de jarras saboreadas de la fuerte cerveza local. La pelea fue breve: unos cuantos gritos, unos puñetazos mal lanzados y peor encajados, y varios hombres por los suelos. Sin más miramientos, como era costumbre del lugar, el dueño del establecimiento los echó a la calle a patadas cual perros pulgosos.

«Otra noche tranquila en una alegre tasca de la gran ciudad helada: Norghania».

Norghania, capital del reino de Norghana, era una estoica al tiempo que maravillosa ciudad, a su entender. Disponía de todas las comodidades y avances de una gran ciudad, pero, sorprendentemente, muy pocas de las vanidades y extravagancias habituales en las grandes ciudades del Imperio Noceano. En Norghana, al ser una región gélida, donde gran parte del año los parajes amanecían cubiertos de nieve y escarcha, primaba la funcionalidad y la supervivencia por encima de la ostentosidad y las frivolidades. La capital había sido edificada con la finalidad de resguardar a los habitantes de la región de la extrema climatología. Los edificios y murallas de la ciudad, edificados de piedra y roca macizas procedentes de las afamadas minas de las montañas Norghanas, se alzaban formando una gran estructura protectora. La urbe había sido diseñada para ser una gran ciudad fortaleza, protegiendo a sus residentes del enemigo y del frío. En su interior latía con fuerza un potente foco comercial, cimentado a base de fabulosos talleres artesanos y forjas centenarias. Una nación dedicada a la minería y a la metalurgia, sustentada por renombradas minas y yacimientos minerales situados en las extensas cordilleras montañosas de la región.

«Aunque no del todo exacto…» sonrió Sumal. Ya que la segunda de las actividades comerciales en importancia de aquel reino, el más poderoso del helado norte, era desde tiempos inmemorables el saqueo y el pillaje. Los Norghanos eran un pueblo de piratas, una raza de bárbaros sanguinarios venidos a más por la dureza de sus hombres y las proezas de éstos en el campo de batalla. «Ciertamente respetable este pueblo de broncos y agresivos luchadores, siempre he sentido una predilección especial por estos brutos. Nada que ver con los aburridos y soberbios Rogdanos».

Uno de los parroquianos se alzó demandando más cerveza con sus rubios y largos cabellos manchados de hollín. Su blanca frente estaba tiznada por el carbón. «Un minero disfrutando de un merecido descanso, sin duda. Ahogará todas sus penas en alcohol, no me cabe duda, en alcohol y mujeres de alegre vida».

Si bien toda la zona norte y parte del este del país estaban coronadas por majestuosas cordilleras montañosas donde la nieve residía a lo largo de todo el año, la zona oeste del reino estaba bañada por el gran Mar de Hielo. Un mar gélido, de temperaturas tan bajas que congelaban el alma, y que ningún marino se atrevía a navegar en invierno. Cascotes de hielo y pequeños iceberg recorrían la costa con asiduidad en dirección sur, provenientes de las grandes masas de hielo muy al norte, un lugar que ningún Norghano se atrevía a pisar. Un lugar donde, según el folclore local, los dioses Norghanos residían: su morada en la tierra, según las leyendas, y desde el cual castigaban a los Norghanos con tempestades y tormentas cuando sus designios no eran cumplidos. «Maravillosas creencias y folclore la de estos norteños con sus Dioses de Hielo, sus Gigantes lanzadores de relámpagos y truenos; sus leyendas son casi tan fabulosas como el fortísimo alcohol que elaboran para sobrellevar el perpetuo frío del país».

Los pescadores y navegantes de la región conocían muy bien los peligros del Mar de Hielo y sus gélidas aguas, siempre aventurándose en su inmensidad con la máxima precaución. El sur del reino estaba delimitado por el gigantesco río Utla, que creaba una frontera natural en su trayecto, descendiendo de las blancas y elevadas cadenas montañosas hacia su desembocadura en el Mar de Hielo. Desde tiempos inmemorables los Norghanos habían navegado el gran río para invadir las extensas, y mucho más cálidas, planicies al sur. Las incursiones piratas seguían realizándose de forma impune y las tribus de las estepas las sufrían, en especial los Masig, los más numerosos y cercanos. Por alguna razón, los Norghanos los aborrecían sobremanera, mucho más que a otras tribus de las estepas.

En los Días de Gloria, nombre con el cual los Norghanos se referían a la época en la que campaban a sus anchas por medio continente, las incursiones y piratería llegaban hasta el propio reino de Rogdon, al suroeste, mucho más allá de las estepas. Existe constancia de que alguna flotilla había desembarcado e invadido incluso en territorio del gran Imperio Noceano donde el sol devoraba la mortecina piel Norghana. Pero desde hacía ya una década los Norghanos no se acercaban al territorio del reino de Rogdon ni realizaban incursiones más al sur, pues tras varias agrias guerras habían firmado tratados de paz y colaboración tanto con el Reino de Rogdon como con el Imperio Noceano. Sin embargo, seguían con sus prácticas piratas por todo el norte y parte de la zona central del continente, donde las tribus locales no podían hacerles frente.

Sumal sentía una sincera predilección por la región y todo el reino de Norghana. A sus gentes, toscas al tiempo que sinceras, valientes y orgullosas, les encantaba la bebida y la música; eran una raza realmente beligerante y poderosa, acostumbrada a la dureza de los elementos y a la guerra. La piratería, las incursiones, el saqueo y el pillaje no eran sólo un medio de obtener riqueza, sino una forma de vida, una tradición ancestral, casi una religión para aquellas gentes. Lo único que Sumal odiaba de aquella nación era aquel maldito tiempo invernal, excesivamente frío la mayoría del año y terriblemente insufrible en invierno, cuando las grandes nevadas y heladas cubrían el país por completo. Aquel clima gélido era más de lo que su sangre Noceana podía soportar.

«Unos locos amantes del frío estos broncos norteños, definitivamente unos tipos excepcionales». Bebió otro trago de su jarra a la salud de los atípicos lugareños.

La puerta del establecimiento se abrió dejando entrar una fría corriente, aun siendo ya verano, y un hombre de baja estatura y ancho de hombros, entró con decidida actitud. Tras observar a la clientela un instante se dirigió hacia la mesa del espía. Saludó inclinando levemente la cabeza y se sentó frente al expectante Noceano. Sumal respondió con otro leve gesto de reconocimiento y alzando el brazo pidió una cerveza para el recién llegado.

—¿Qué nuevas tenemos, está todo en orden? —preguntó Sumal en un susurro, mirando a ambos lados para asegurarse de que no detectaba oídos indiscretos a la escucha.

—Sí, todo en orden, mi señor. Nuestros agentes en palacio informan de que el Duque Orten, hermano del Rey Thoran de Norghana, partirá mañana al amanecer hacia su fortaleza en la frontera suroeste del reino.

—¿Cuántos hombres le acompañarán?

—Su guardia personal, doscientos de los mejores soldados del reino, como era de esperar… pero veréis señor… ha surgido un contratiempo importante…

—¿Un contratiempo? Continua, ¿qué sucede?

—Se le unirá una compañía completa de infantería pesada que va a reforzar la guarnición allí estacionada. Más de 1000 hombres en total formarán parte de la comitiva.

Sumal maldijo entre dientes. —Esto no nos favorece en absoluto, imposibilita un ataque en abierto. Aunque dispusiéramos de 2000 hombres, la infantería pesada Norghana es la más dura y temible del continente. Estos nórdicos, a diferencia de sus rivales de Rogdon que tienen unos increíbles Lanceros montados, no saben cabalgar, pero su infantería no tiene par. No, tenemos que cambiar de estrategia, debo buscar una alternativa más sutil, algo astuto y silencioso. La confrontación directa no es una opción en este escenario.

—Entonces, ¿cuál es el plan, mi señor?

Sumal se llevó la mano a la boca, cubriéndola, y meditó la situación buscando una alternativa. El éxito de la misión debía garantizarse, mucho había en juego. Al cabo de un buen rato anunció:

—Atacaremos a la bestia en su guarida. Cuando más confiado y tranquilo se encuentre. Allí donde crea que es intocable: en su propia fortaleza.

—Es una acción muy peligrosa, mí señor, hay muchos factores a tener en cuenta. Demasiadas cosas podrían salir mal y estará altamente guardada.

—Sin riesgo no hay victoria que merezca la pena —dijo el espía mientras sonreía con ironía—. Enviaré a alguien muy especial, una sombra capaz de infiltrarse en el mismísimo infierno sin ser detectado. Dispón de lo necesario para garantizar la entrada de nuestro hombre con éxito y asegúrate de que la huida esté cubierta. Del resto me encargo yo.

—Como ordenéis, mi señor —dijo el hombre, se levantó y dando un rápido giro se dirigió hacia la puerta abandonando el atestado establecimiento.

«Una vez más desafiaremos al destino» pensó para sí el espía. «Tendré que hacer uso de un recurso muy especial para esta misión. Una misión crítica y muy difícil de acometer con éxito. Requerirá de un agente con un talento fuera de lo ordinario. Un talento que sólo algunos elegidos poseen. Tendré que contratar este talento fuera de mi red de colaboradores ya que no dispongo de alguien así entre mis espías. Pero conozco la forma de llegar hasta la escurridiza figura que sí dispone de los servicios de este talento tan especial. Resultará caro, muy caro; puede que incluso el precio exigido a cambio del servicio no sea aceptable. El oscuro personaje al que tendré que recurrir me ha proporcionado con anterioridad unos servicios extraordinarios pero sus exigencias en retorno han sido, en algún caso, muy complicadas de satisfacer. No me gusta que un contrato se pague con otro contrato en retorno, el oro es siempre preferible, mucho mas limpio. Sangre por moneda, así es como se deben realizar los contratos, así es como se garantiza el éxito y se evitan complicaciones posteriores».

Sumal llenó sus pulmones con el aire rancio de la posada y dejó escapar un largo suspiro. «Esperemos que la esquiva diosa fortuna nos acompañe en esta empresa. El destino de tres poderos reinos y la vida de miles de hombres y mujeres penden de un hilo. ¡Ja! ¿Quién quiere ser Rey cuando puede ser la mano en la sombra que hace y deshace el destino de todo un continente?».

Soltando una sonora carcajada el espía se alzó y abandonó la taberna adentrándose en la fresca noche Norghana.