Tierra… Ser… Tierra… Convertir

 

 

 

Aliana contempló la gran caverna de paredes caobas y altísimas bóvedas ennegrecidas en la que el grupo se encontraba. Grandes estalactitas colgaban del techo sobre sus cabezas como afiladas y amenazantes lanzas de piedra. El grupo avanzaba lento y precavido. La cueva era muy amplia y, a excepción de unas pequeñas formaciones rocosas en el centro, estaba completamente vacía. Todos se detuvieron a examinar con recelo las grandes estalactitas que llenaban por completo la extensión de la bóveda.

—¡Rayos y truenos! Si parece que están esperando a que nos adentremos en la sala para caer sobre nosotros —estalló el sargento Mortuc mirando al techo.

—Lo dudo mucho, Sargento, son estalactitas, formaciones minerales que se generan a partir de una gota de agua. Llevan ahí mil años, no van a desprenderse ahora sobre nosotros —le respondió el príncipe esgrimiendo una sonrisa y avanzando sin mostrar miedo alguno con la antorcha en alto.

—He de decir que estoy con el Sargento en esto aunque la razón y los estudios me indiquen lo contrario —confesó Lomar mirando atentamente sobre su cabeza.

—Yo también opino lo mismo —dijo Kendas retrasando su posición un paso—. Teniendo en cuenta mi condición de aldeano, he de deciros que nunca antes he visto una estalactita que se asemeje a lo que mis ojos están viendo ahora mismo, y puedo aseguraros que las hay en las montañas cercanas a mi granja. ¿No os parecen de una forma especialmente puntiaguda? Parecen afilados dientes de una gran bestia listos para caer sobre nosotros como en una centellada de la bestia que acecha a su presa.

—No parece ser obra de la madre naturaleza—. Aquí huele a sucia y traicionera magia, puedo sentirlo. Me da mala espina, muy mala —gruñó el Sargento sacudiéndose el cuerpo.

—Aliana, ¿tú qué opinas? ¿Verdad que están viendo fantasmas donde no los hay? —le preguntó el príncipe a la sanadora.

—Pues la verdad es que no lo sé. Mi instinto me dice que me mantenga alerta. Por otro lado pienso racionalmente y sólo veo formaciones minerales, no amenazadoras fauces. No lo sé, la verdad… —dudó ella tirando de su oreja derecha en un gesto de nerviosismo involuntario.

—La cuestión es que debemos avanzar, no podemos quedarnos aquí vencidos por el miedo —dijo el príncipe comenzando a andar—. Iré yo primero y al llegar al otro lado os daré la voz de aviso para que crucéis si veo que no hay peligro—. Sin dar tiempo a las protestas de sus hombres, el decidido príncipe comenzó a atravesar la cueva.

Aliana se sintió mezquina por permitir que Gerart arriesgara su vida y no ayudarle. Deseaba avanzar, acompañar a Gerart, pero por alguna razón sus pies no se habían lanzado tras el valeroso príncipe.

Después de unos tensos momentos, el príncipe llegó al otro extremo de la gran cueva y se detuvo. Hizo señas con la antorcha para que los demás, que esperaban temerosos y alerta, avanzaran.

—¡Venid, no hay peligro! ¡Aquí hay otra losa rectangular idéntica a la anterior; Kendas, necesitaremos la tierra para poder abrirla. Me temo que sin hacer reaccionar la arcana losa con tierra no podremos abrirla y proseguir en nuestra búsqueda! —gritó a sus compañeros a pleno pulmón. Al ver que estos aún dudaban Gerart avanzó unos pasos en dirección al centro de la estancia—. ¡Vamos, no seáis ridículos, no ocurre nada, venid!

El resto del grupo comenzó a cruzar la cueva con paso reticente, los ojos fijos en la bóveda de la cueva, vigilando cualquier sombra o movimiento de las afiladas estalactitas.

Nada sucedió.

El grupo se tranquilizó. Avanzaron hasta el centro y a unos pocos pasos de Gerart, de súbito, se detuvieron.

El príncipe al verlos detenerse los increpó molesto:

—¿Y ahora qué ocurre? ¿Por qué os detenéis en el centro? Venid hasta aquí, tenemos que abrir este paso para poder continuar.

Y fue entonces cuando lo vieron, por primera vez, algo que afectaría significativamente al devenir de los futuros acontecimientos, envolviéndolos en un peligro mortífero.

Aliana se quedó sin habla, el miedo le atenazaba la garganta. No pudo ni tan siquiera emitir un grito de aviso del estupor que sentía.

Detrás del príncipe, la arcana losa de negra piedra que sellaba el paso se había abierto sin el más mínimo ruido. Una siniestra figura había aparecido en escena situándose a la espalda del desprevenido príncipe. La conmoción de ver aparecer a la misteriosa figura y el temor por la vida de Gerart la enmudecieron.

La figura iba encapuchada, vistiendo una larga túnica blanca con ribetes dorados. En una mano blandía un báculo y en la otra lo que parecía un pequeño tomo dorado. Su rostro quedaba oculto bajo la capucha blanca, pero dos ojos dorados brillaban con intensidad en la penumbra de la caverna. Su sola presencia difundió un halo de temor por toda la estancia.

«El espíritu de las leyendas Usik, está ahí, delante de nosotros, increíble» pensó Aliana angustiada.

—¡A vuestra espalda, Gerart! —tronó la potente voz de Mortuc en aviso.

Gerart se volvió casi instintivamente. A escasos diez pasos se encontraba la infausta figura.

Antes de que pudieran reaccionar, el siniestro ser levantó su báculo y entonó unas palabras en un lenguaje desconocido. Gerart desenvainó su espada y comenzó a avanzar hacia el espíritu lleno de incertidumbre. El espíritu se volvió y desapareció rápidamente en la fisura en la pared de roca que inmediatamente volvió a quedar tapiada por la losa mágica.

El príncipe se detuvo y miró a sus compañeros con cara de asombro y se encogió de hombros. Un zumbido comenzó a resonar por la cueva. Un zumbido grave que poco a poco se expandió en toda la gruta dando paso a una potente vibración. La vibración comenzó a tomar mayor magnitud, a sentirse sobre el suelo de la cueva. Unas fuertes sacudidas provocaron que todos lucharan por mantener el equilibrio, como si se encontraran en el epicentro de un terremoto.

Instintivamente todos miraron al techo.

Las estalactitas estaban vibrando. A cada instante con mayor intensidad.

—¡Me lo temía, es una trampa, corred, corred! —gritó Mortuc.

Todos comenzaron a correr en dirección a la entrada a excepción de Gerart, que consiguió en un quiebro dirigirse hacia la tapiada losa de piedra de la cual se encontraba más cercano.

Las estalactitas comenzaron a desprenderse cual afilados cuchillos de carnicero sobre la carne de los desdichados aventureros.

—¡No lo lograremos, está demasiado lejos! —gritó Kendas evadiendo milagrosamente una enorme estalactita que cayó delante de él.

—¡Contra la pared izquierda! ¡Corred contra la pared izquierda! —gritó Lomar al advertir que era la pared más cercana a la posición en la que se encontraban.

Las estalactitas se desprendían por doquier, estrellándose contra el rocoso suelo con estruendosos impactos, estallando en innumerables pedazos de piedra que salían despedidos en todas direcciones. Un enorme fragmento de estalactita salió rebotado contra el suelo y golpeó el costado de Lomar provocando que perdiera el equilibrio. El soldado cayó de bruces. Kendas, al verlo, se detuvo inmediatamente y fue a socorrer a su compañero. Se agachó para ayudarlo a ponerse en pie. Desgraciadamente no pudo percatarse de la descomunal estalactita que se les venía encima.

Aliana gritó en desesperación señalando al techo con la horrorosa certeza de que estaban perdidos:

—¡Cuidado!

Una fornida figura apareció ante los ojos de Aliana a la velocidad del rayo y se lanzó sobre los dos soldados que intentaban recuperar la verticalidad. Un suspiro antes de que la estalactita aplastara a los dos lanceros, el Sargento, que se había lanzado con todo el impulso de la carrera, chocó contra los dos hombres causando que salieran despedidos contra la pared que intentaban alcanzar. Mortuc, por el contrario, salió rebotado hacia el lado derecho. La gigantesca estalactita golpeó el vacío suelo donde hacía sólo un instante estaban los dos lanceros. La brutal explosión de roca y piedra alcanzó parcialmente al Sargento que, emitiendo un gruñido de dolor, continuó avanzando, tambaleándose, en dirección a la pared.

El terremoto se intensificó.

Toda la gruta parecía desmoronarse entre terribles estallidos y estruendosos choques de roca sobre roca.

Aliana, al ver que sus compañeros se salvaban de una muerte segura, se llenó de una breve euforia que un proyectil rebotado cortó de cuajo. El agudo pinchazo de dolor que sintió en el costado hizo que incrementara la velocidad, corría con total determinación. Estaba a no más de seis pasos de la pared donde se refugiaban sus compañeros.

«Lo voy a conseguir, ya estoy, un poco más y llego» se dijo intentando darse ánimos.

Avanzó tres pasos y con un impulso se lanzó por el aire, alargando las manos en dirección a sus compañeros. Éstos la aguardaban con rostros graves y preocupados estirando ansiosos los brazos en su dirección. Una estalactita explotó en un millar de cortantes aristas de roca a su izquierda. Sintió un dolor intenso en el hombro y fue propulsada hacia la derecha. El arco y la aljaba de saetas que portaba a la espalda salieron volando del impacto. Fue consciente de que las hirientes aristas de las rocas la habían alcanzado. Intentó detenerse para poder constatar la gravedad de las heridas pero no consiguió reducir el impulso que llevaba. Todo lo que pudo ver fue la sangre empapando su túnica bajo el peto protector de la armadura mientras se deslizaba por el suelo. Las fuertes manos del sargento Mortuc la detuvieron. Lo miró a los profundos ojos castaños y balbuceó:

—Estoy herida… me ha alcanzado.

Y perdió la conciencia.

La oscuridad la envolvió por completo. No podía sentir su cuerpo, nada. El dolor había desaparecido, el frío se había apoderado de su cuerpo. No conseguía mover las piernas. Intentó abrir los ojos pero el cuerpo no le respondía. Un miedo cerval se apoderó de ella. Estaba completamente desvalida. De lo más profundo de la oscuridad que le engullía unos brillantes ojos dorados se le acercaron, acechantes. No podía distinguir un rostro. Únicamente unos intensos ojos dorados, amenazantes, acercándose. El temor se acrecentó en su interior, sentía como si un gran depredador de ojos felinos se acercara a su rostro. ¡Pero no podía huir! No era capaz de mover un músculo, estaba atrapada en su propia carne sin escapatoria posible.

¡Era el espíritu Ilenio de las leyendas Usik!

Los brillantes ojos se posaron sobre su rostro y en su mente comenzó a formarse un mensaje, unas extrañas palabras. Ininteligibles al principio pero que fueron tomando sentido paulatinamente.

 

Ir… Marchar

Alejar… Templo

Sagrado… Antepasados

Morir… Todos… Muerte

Tierra… Ser… Tierra… Convertir

 

El temor ante el mensaje del espíritu hizo que Aliana reaccionara. Se aferró a lo único en lo que siempre podía confiar: su Don. La energía azulada comenzó a brillar en su interior, tomando vida, partiendo de todos los átomos de su ser. La concentró en su pecho para intensificarla. La luz fue brillando cada vez con mayor intensidad haciendo desaparecer los siniestros y amenazantes ojos dorados del espíritu con su fulgor. Con un comando de su mente, envió la energía por todo su cuerpo, recorriéndolo con sus propiedades sanadoras. Los malignos ojos desaparecieron en la oscuridad y el dolor comenzó a apoderarse de su cuerpo, un dolor punzante en su hombro y costado. Envió más energía al origen del dolor centrándose en identificar y curar las heridas sufridas. Los cortes eran profundos, las heridas feas. Afortunadamente no eran excesivamente graves, excepto por el hecho de una pronunciada pérdida de sangre. Sabía que debía apresurarse o se desangraría, aunque no podía verlo. Centró todo su poder en sanar las heridas con celeridad y cortar la hemorragia. Se empleó a fondo durante un largo período de tiempo. Poco a poco la oscuridad comenzó a desaparecer a su alrededor y la gratificante luz hizo su presencia.

—¡Aliana! ¡Despierta! —sonó la voz de Mortuc.

—¡Aliana, por favor vuelve con nosotros! —le rogó Gerart.

Las familiares voces le devolvieron a la realizad. Abrió los ojos y vio que se encontraba en el suelo de la gran gruta, con la pared a su espalda, rodeada de sus compañeros. La caverna ya no vibraba, el terremoto había pasado. Miró a Gerart que con cara de gran preocupación estaba arrodillado a su lado. Tras él vio a Mortuc flanqueado por Lomar y Kendas que la miraban con semblante grave.

—Estoy bien, no os preocupéis. Dadme un momento, necesito recuperarme —les dijo ella desde el suelo con gesto de dolor.

—¡Gracias a la Luz! —exclamó Gerart —por un momento pensé que te perdíamos. No… no me lo hubiera perdonado nunca… si algo te ocurriera… no sé lo que haría… —confesó inadvertidamente el príncipe preso de la situación de angustia que había vivido.

—No ha sido grave, estate tranquilo, Gerart. Estoy bien, no te preocupes, son sólo unos cortes y un buen susto.

—Has perdido el conocimiento un buen rato —dijo Mortuc acercándose y comprobando su pulso—. Tienes una herida profunda en el hombro y otra en el costado. Hemos parado la hemorragia como hemos podido, pero necesitas puntos de sutura con urgencia para cerrarlas.

—Gracias, Sargento. Sí, necesitaré unos puntos. He sanado la mayor parte de la herida pero si no la suturamos se volverá a abrir y es muy probable que se infecte. Una vez cerrada finalizaré la sanación hasta donde mi Don me permita.

—Yo llevo siempre conmigo aguja curva, hilo y ungüento para evitar infecciones —dijo el Sargento sacando una pequeña bolsa de cuero que llevaba atada al cinturón. Si me permites me encargaré de cerrar esas feas heridas. Llevo muchos años tratando heridas en el ejército real, podría decirse que soy un experto costurero, apenas te dejaré cicatrices, son gajes del oficio —dijo él con una pequeña sonrisa y guiñando el ojo a la sanadora.

—Estoy segura de que eres todo un experto, Mortuc. Adelante.

El Sargento cerró las heridas con la pericia de un experimentado cirujano de batalla en un abrir y cerrar de ojos. Aliana finalizó la sanación y extenuada se sentó contra la pared para intentar recuperarse. Sus cuatro compañeros la miraban atentos pero con signo de alivio evidente.

—Has estado muy cerca de morir, Aliana —le dijo Gerart preocupado—, quizás deberías volver con el resto del grupo, no sabemos qué otros peligros nos están esperando en esta cueva.

—Ni hablar. No me iré de aquí sin Haradin. Muchos hombres valerosos han muerto para que lleguemos hasta aquí, no voy a darme la vuelta ahora porque mi vida corra peligro. Si perezco ¡que así sea!

—Nosotros podemos encargarnos de ese espíritu de ojos dorados —expresó Kendas voluntarioso—, Lomar y yo iremos tras él y lo traeremos atravesado por nuestras espadas. No os preocupéis. Una orden es todo lo que necesitamos.

—¡No es ningún espíritu! No es más que un mago, un astuto hechicero, alguien con poder mágico —explotó Gerart—. ¡Vosotros dos permaneceréis donde estáis! Avanzaremos todos juntos. No nos vamos a separar bajo ningún concepto, tendremos muchas más opciones si permanecemos unidos. ¿Queda meridianamente claro?

—¡Sí, Alteza! —respondieron al unísono los dos soldados.

Mortuc esgrimió una leve sonrisa ante la fortaleza de las palabras del príncipe en la que Aliana reparó.

La sanadora se puso en pie ayudada por Gerart y bebió algo de agua. Comprobó el estado de sus heridas, las vendó y pidió ayuda para volver a colocarse el peto de la armadura. Recuperó su arco y el carcaj y se los colocó a la espalda.

Una vez lista, mirando hacia el fondo de la gruta, explicó:

—El guardián, espíritu o no, me ha hablado mientras estaba inconsciente. Ha prometido matarnos si no nos alejamos de este, su templo. Templo de la Tierra lo ha llamado. O al menos eso creo haber entendido. Lo que prueba que nos encontramos en el lugar correcto, el lugar al que Haradin se dirigía, el segundo de los templos perdidos de los Ilenios: el gran Templo de la Tierra. Por lo que he entendido, debe de ser sagrado para ese ser, un templo perteneciente a sus antepasados. Si lo he entendido bien, de lo cual no estoy del todo segura. También ha mencionado algo sobre que la tierra en tierra se convierte. No sé que ha querido decir exactamente pero me ha quedado bien clara su amenaza: si seguimos adelante vendrá a matarnos, de eso no tengo duda.

—Bien, esto confirma que nos encontramos tras la pista de Haradin. Al menos es la cueva correcta, el templo debe estar más adelante en las entrañas de estas montañas —sugirió Gerart.

—Hay una cosa más en la que no hemos reparado —comenzó a decir Aliana captando la atención del grupo—. Si Haradin estaba en lo cierto, y así parece, ese ser, ese espíritu podría pertenecer a la Civilización Perdida, a los Ilenios.

Todos la miraron en silencio, intentando asimilar el significado.

—Pero eso no es posible, la Civilización Perdida desapareció hace muchísimo tiempo, algunos estudiosos del Templo de la Luz estiman que incluso hace más de dos milenios —razonó el príncipe.

—Lo sé… pero ¿qué otra explicación hay? —dijo Aliana.

—¿Un descendiente con la misión de proteger el lugar de extraños? —aventuró Kendas.

—En Rilentor es saber popular que los Ilenios disponían de grandes magos, que construyeron monolitos de gran poder… —comentó Lomar. Mi tío siempre me ha contado que si bien su desaparición es todo un misterio, en algún lugar de Tremia debe quedar algún vestigio oculto. Podríamos encontrarnos ante uno de ellos. Y Kendas puede estar en lo cierto, quizás sea algún descendiente con el deber sagrado de proteger este lugar.

—Mago o no, Ilenio o no, descendiente o no, no permitiré que ese petimetre en blanco nos la vuelva a jugar —zanjó el Sargento llevando su mano derecha a la empuñadura de la espada—. Kendas, Lomar, recuperad las antorchas, encendedlas y abrid camino. Mantened los ojos bien abiertos, no quiero más sorpresas.

El grupo alcanzó el final de la gran cueva, Kendas arrojó parte de la tierra que portaba sobre la rectangular forma que sellaba la fisura. De nuevo, completamente cautivados por al reacción entre la tierra y la losa de arcanas propiedades, fueron testigos de la singular magia Ilenia. Sin un sonido, la losa se desplazó dando paso a otra gruta aún más profunda y lóbrega.

Los aventureros miraron con recelo hacia el interior de la caverna hallada, temerosos de que una nueva trampa los estuviera esperando. ¿Volvería aquel siniestro mago Ilenio a hacer acto de presencia? ¿Qué nuevos peligros les esperaban si continuaban avanzando hacia las profundidades de la montaña? Pronto lo averiguarían ya que ninguno contemplaba la opción de volver atrás. No sin Haradin. Con cuidado y bien alerta entraron en la gruta.

Sobre las paredes de brillante roca negra, dos líneas paralelas de símbolos de extraña apariencia en color dorado parecían narrar un interminable relato. A la luz de las antorchas pudieron observar que las dos líneas de dorados caracteres recorrían la gruta completamente, surcando todas las paredes con su extraño e ininteligible mensaje. Todos contemplaron en silencio los símbolos intentando descifrar el significado sin éxito.

El suelo de la estancia estaba cubierto de tierra en lugar de roca.

—Extraño —dijo Kendas agachándose y llenando la mano de la oscura tierra que cubría el suelo.

—Tierra… —dijo Aliana recordando las maléficas palabras del espíritu.

El Sargento Mortuc se encogió de hombros y se dirigió hacia el centro. Kendas y Lomar lo escoltaron de inmediato. Al acercarse al centro de la extraña gruta pudieron ver dos enormes y solitarias formaciones rocosas que brillaban con un intenso color rojizo. A su alrededor, esparcidos formando un gran círculo siniestro, yacían media centena de cadáveres. Sus carnes, devoradas por el tiempo, hacía ya largas épocas que habían abandonado los resecos esqueletos que allí yacían. Esqueletos de guerreros en armaduras de diferentes procedencias. La siniestra y fúnebre representación a la luz oscilante de las antorchas, hizo que todos se detuvieran casi simultáneamente.

—¿Qué demonios habrá acontecido aquí? —preguntó el Sargento contemplando los caídos soldados y poniendo sus brazos en jarras.

—No lo sé, pero todos esos guerreros llevan mucho tiempo muertos —respondió Lomar adelantando la antorcha para iluminar bien la funesta escena.

—Sí, y por las diferenciadas armaduras y espadas que llevaban, yo diría que pertenecían a diferentes expediciones, y no está de más añadir que todos encontraron aquí su fin —observó Kendas.

—Lo que está claro es que nosotros no somos los primeros visitantes de este templo y que éstos hallaron aquí su muerte. Será mejor que nos preparemos para una posible emboscada —advirtió el príncipe desenvainando su espada—. Ellos no lograron salir de esta cueva con vida pero nosotros sí que lo lograremos. ¡Todos atentos!

El resto del grupo desenvainó y Aliana cogió el arco que llevaba a la espalda y lo cargó con una saeta. Todos se pusieron en guardia, expectantes.

Nada ocurrió. Todo en aquella cueva a excepción del grupo de aventureros carecía de vida.

El brillo de un objeto en el suelo captó la atención de Aliana. Se adelantó un par de pasos para verlo mejor e inmediatamente sus compañeros la siguieron. El alargado objeto junto a uno de los esqueletos le resultó vagamente familiar. Se acercó aún más, con cautela, intentando no pisar ningún cadáver para conseguir apreciarlo mejor. ¿Dónde había visto con anterioridad aquella empuñadura de madera con exóticos símbolos grabados en plata? Le era muy familiar, la conocía pero no conseguía situarla. Dejó el arco a un lado y cogió la empuñadura con su mano derecha, descubriendo que no era la empuñadura de una espada, como inicialmente había creído, sino la de un báculo. El descubrimiento que a continuación haría la joven Sanadora tendría una impactante repercusión en el estado de ánimo del grupo de entregados exploradores.

Aquel báculo ya lo había visto Aliana con anterioridad.

¡Era el báculo de poder de Haradin el Mago!