Mi deber… proteger
Dos horas antes del alba Mortuc dio la señal para avanzar. El primero en adentrarse en la oscuridad de la noche fue Kendas, criado en los campos y bosques, era un buen rastreador y se encargaría de despachar a los vigías Usik en la ruta de escape. Lomar y Gerart, que carecían de aquella habilidad al haber sido criados en la gran ciudad, portarían a Haradin en la improvisada camilla. El grupo tenía que arriesgar, descender de aquellas montañas y alcanzar el valle donde estaban ocultos los caballos, de otra forma morirían en aquel infinito mar de árboles. Unos momentos más tarde, pegados a la pared derecha de la cueva, el resto del grupo abandonaba la caverna y se adentraba en la protectora oscuridad de la noche.
Aliana no podía ver gran cosa en aquella cerrazón. Seguía a tientas al Sargento Mortuc que descendía agazapado por la ladera de la montaña en sigilo. El frío a aquella altitud le penetraba hasta los huesos y, por un momento, deseó volver al refugio que proporcionaba la cueva. A su espalda podía oír los mullidos pasos de Gerart y Lomar sobre la fría nieve. Cerrando el grupo de fugitivos, Jasmin avanzaba con el arco listo.
Una lechuza pasó volando sobre sus cabezas y todos se detuvieron, permaneciendo en completo silencio. Al oeste de su posición podían verse tres hogueras donde descansaban los Usik. El Sargento, alzando su mano derecha, dio orden de continuar y descendieron por la colina con cuidado. Al llegar a un recodo, Mortuc les indicó que giraran a la derecha. Aliana descubrió con un sobresalto una figura tendida en el suelo con la que casi tropieza. Era un vigía Usik, sin vida. Continuaron descendiendo y volvieron a parar bruscamente. Otro vigía Usik yacía contra un árbol con el cuello degollado. Oscura sangre todavía caía sobre su pecho. Kendas había estado ocupado, afortunadamente era un soldado formidable. Mortuc ordenó continuar el avance y siguieron descendiendo hacia el este. Llegaron a un estrecho paso entre dos laderas de la montaña y se detuvieron. Mortuc parecía indeciso, cosa muy rara en él. Esperó unos instantes, como sopesando la situación. Aliana fue sobresaltada por un súbito nerviosismo que la invadió por completo, pero una sonrisa de Gerart en la penumbra fue suficiente para reconfortar su ánimo. El príncipe descansaba a su espalda, portando la camilla con Lomar, y esto la tranquilizó, apaciguando su creciente temor. Jasmin, agazapada tras los dos camilleros, por otro lado, parecía tan nerviosa como ella.
Un indeterminado movimiento zigzagueante en el estrecho paso los puso alerta. Mortuc se situó a un lado de la desembocadura del paso e indicó al resto que se situaran al otro con rapidez.
Una figura emergió a la carrera.
Aliana esperaba ver aparecer a Kendas regresando al grupo. Unos ojos negros en un rostro completamente pintado de rojo la miraron con tremenda sorpresa. El corazón le dio un vuelco a Aliana. No era Kendas, ¡era un Usik! Se llevó instintivamente la mano al cuchillo en su cinturón. El Usik levantó el brazo para asestarle un golpe con un hacha de guerra adornada con grandes plumas.
Aliana titubeo.
Como salida de la nada, una poderosa mano sujetó al salvaje por la boca y con una magistral destreza un puñal penetró la axila alzada. Acto seguido y con un fugaz movimiento, el puñal rajó el cuello del Usik sin permitirle emitir un sonido. El salvaje se desplomó al suelo sin vida, revelando la figura del fornido Mortuc puñal en mano. Aliana resopló de alivio.
Un sonido proveniente del interior del oscuro paso hizo que todos se volvieran a colocar en posición. Aguardaron en silencio con los cuchillos listos y los músculos en tensión. Una nueva figura emergió de la penumbra. Aliana se dispuso a usar su cuchillo cuando reconoció el pálido y amistoso rostro de Kendas que le sonrió con total tranquilidad, como si estuviera volviendo de dar un paseo.
Jasmin, que estaba a punto de soltar una saeta, alzó el arco hacia el cielo y resopló. Kendas no sabría nunca lo cerca que había estado de morir aquella noche.
El Lancero se volvió hacia Mortuc y dijo:
—Lo siento, Sargento, no llegue hasta él a tiempo.
—No te preocupes, muchacho, has hecho un gran trabajo librándonos de esos vigías. Tienes una habilidad innata para este tipo de labores. ¿Tenemos vía libre?
—Sí, mi Sargento, he acabado con él último Usik que estaba apostado en la otra salida del paso.
—Estupendo, apresurémonos entonces, el amanecer se nos viene encima.
El grupo continuó el descenso a mayor ritmo. Aliana podía ver que Kendas tenía dificultades con su costado, pero no se detuvo ni se quejó. Cómo había acabado con los vigías en el estado físico en el que se encontraba la tenía perpleja, era una gesta impresionante. Llegaron al valle al amanecer. Cruzaron el amplio sendero y se adentraron en el bosque en busca de la hondonada donde esperaban encontrar escondidos los caballos. Continuaron la huida llenos de incertidumbre y nerviosismo, inseguros de las posibilidades de salir con vida de aquel bosque. Finalmente llegaron al lugar donde Lomar y Kendas habían escondido los caballos.
Aliana exhaló de alivio al ver los majestuosos animales atados y en perfecto estado, pastando tranquilamente, totalmente ajenos al peligro que los rodeaba y a las vicisitudes sufridas por sus jinetes.
¡Había esperanza! ¡Tenían una posibilidad de escapar!
Mortuc, al ver a su querido Relámpago, se acercó y lo llenó de caricias.
—¡Mi gran amigo y fiel compañero! ¿Cómo te encuentras? ¿Me has echado de menos, eh? Yo a ti sí. Buscaré algo de grano en las alforjas. Cuánto me alegro de que estés bien. ¡Ahora enseñaremos a esos Usik lo que es volar por sus tierras!
Las cariñosas palabras de Mortuc sorprendieron a Aliana. Una imagen muy poco común en el duro Sargento que enterneció su corazón. Montaron los caballos y ataron concienzudamente al inconsciente Mago a un hermoso corcel blanco para asegurar que no cayera.
Aliana se acercó hasta el Mago y constató que se encontraba bien. De debajo de su peto, donde lo había guardado, obtuvo el Grimorio del mago guardián Ilenio. Contempló el valiosísimo objeto preguntándose los fascinantes conjuros y hechizos que con toda seguridad contendría. Daba igual, aquello estaba fuera de su área de conocimiento, el único capacitado para manipularlo era Haradin. Sin pensarlo más, lo metió bajo la túnica del Mago. Atados firmemente a las alforjas vio dos cayados y reconoció el báculo de poder de Haradin y el del guardián Ilenio.
—Kendas, encárgate de guiar el caballo que porta al Mago. Que no lo perdamos —ordenó el Sargento.
—Con mi vida, no se preocupe, Sargento. Lo llevaré a Rogdon aunque sea lo último que haga.
—¡Así me gusta! ¡Ese es el espíritu! ¡En marcha, hacia el oeste!
El grupo ascendió entre matorrales y altos árboles hasta el sendero. No divisaron fuerzas hostiles y se pusieron en marcha al trote. El camino a recorrer ante ellos era largo, miles de hectáreas de bosques los rodeaban. Bosques espesos compuestos de una amalgama de variedades de árboles y vegetación unidos en un gigantesco hábitat. Desde el punto en el que se encontraban necesitarían de, al menos, tres días para alcanzar el exterior del interminable bosque y llegar a las planicies que conducían a la salvación.
Cabalgaron extremando precauciones con Lomar de avanzada y siempre que les era posible abandonando el sendero para avanzar entre los árboles, intentando así, ocultar su presencia a los salvajes hombres de piel de jade. Hacia el interior del bosque podían divisar ejemplares de árboles gigantes que comenzaban a despuntar sobre la densa frondosidad del horizonte. En la profundidad de aquel insondable bosque, mucho más allá de donde alcanzaba la vista, los feroces Usik habían erigido sus poblados, tocando las nubes, protegidos por la altura de gigantescos árboles centenarios. Pocos hombres habían visto las ciudades elevadas de los Usik y vivido para contarlo. Casas, puentes, y estructuras levadizas construidas en monumentales árboles a alturas demenciales, en el interior del más profundo y gigantesco bosque de todo Tremia. Muchos tachaban aquellas historias de rumores y especulaciones infundados, la realidad era que los Usik y aquel bosque infinito eran un misterio de muy peligrosa resolución. La comitiva no había más que rozado la inmensidad de aquellos bosques, penetrando una ínfima parte de toda su extensión. El vasto interior de aquella biosfera era un autentico enigma para el grupo y no tenían intención alguna de descubrirlo; bien al contrario, deseaban salir huyendo de allí lo antes posible. Sin duda, hacia el interior del bosque, los Usik estarían vigilando y al acecho.
Descansando efímeramente unas pocas horas al anochecer, prosiguieron con la huida durante dos días consecutivos. Cansados, soportando frío y humedad, pero vivos. Los ánimos del grupo poco a poco se fortalecían, viendo la salvación cercana, pero unas horas antes del amanecer del tercer día, cuando menos lo esperaban, los hombres de jade les dieron caza. Como demonios enviados por el mismísimo espíritu maligno de aquel bosque infernal, atacaron al grupo mientras se encontraban preparándose para reanudar la marcha hacia la salvación. Debían de llevar tiempo siguiéndolos, esperando la oportunidad de asaltarlos con garantías. Aquellos salvajes sabían esperar el momento adecuado, agruparse y atacar. Lomar, que estaba de guardia, dio la alarma un instante antes de que dos Usik Negros se le vinieran encima.
Mortuc y Gerart corrieron en su ayuda y al momento se encontraron rodeados de enemigos que parecían surgir de las raíces de los propios árboles. Sus pintadas caras negras se confundían con la noche y el verde jade de sus cuerpos se fusionaba con la maleza. Únicamente el brillo de odio en sus ojos era discernible. Aliana armó su arco y tiró contra uno de los Usik que se le echaba encima. La saeta alcanzó de lleno al salvaje en la cara. Jasmin la imitó al instante y otro enemigo cayó abatido. Lomar, que se había recuperado y despachado a sus atacantes, se encontró frente a otros tres salvajes con la firme determinación de acabar con él. Mortuc y Gerart formaban una barrera infranqueable y los Usik morían con rapidez ante la habilidad de ambos guerreros de la élite de Rogdon. Maestras combinaciones de tajos y reveses seguidas de veloces y letales estocadas regaban de sangre el tenebroso bosque.
Como águila cazadora tras su presa, dos Usik descendieron de los árboles cercanos y corrieron a abalanzarse sobre Aliana. La sanadora apuntó al primero y lo derribó con una saeta en el ojo que le atravesó el cráneo. Cargó con toda rapidez y disparó al pecho del segundo atacante que cayó a sus pies. Un tercero surgió a su espalda acercándose a gran velocidad. Se giró insegura de poder abatirlo a tiempo. Cargó el arco, lo tensó y la cara del furioso Usik apareció ante ella. Antes de que pudiera soltar la saeta, el Usik golpeó el arco con su hacha de guerra, provocando que fallara el tiro. El Usik levantó el hacha con una sonrisa de satisfacción en su pintado rostro, seguro del sangriento desenlace. Una centelleante espada amputó el brazo armado del Usik de cuajo. Aliana miró a Kendas llena de gratitud, pues había estado apunto de morir, mientras éste despachaba al atacante con otro limpio tajo. El lancero la saludó con un gesto de la cabeza y corriendo se unió a la refriega.
Aliana recuperó la compostura y, cargando el arco, retrasó su posición junto a Jasmin. Las dos arqueras repartían muerte desde la distancia entre los furibundos atacantes. Los cuatro hombres de Rogdon formaron un semicírculo soportando las oleadas de los agresivos Usik. Por fortuna, los asaltantes no llevaban arcos, si así fuera estarían perdidos, ya que no portaban armadura alguna, al haberlas abandonado en la cueva la noche de la huida. Lomar bloqueó un tajo lanzado a su cabeza y Kendas con un fulgurante corte cercenó la garganta del atacante salpicando de sangre a su compañero.
El combate se intensificaba.
Mortuc atravesó a un Usik con su espada y le quitó el hacha de guerra de la mano para utilizarla como segunda arma. Gerart hizo lo propio y recogió otra hacha de guerra Usik del suelo. Unos pavorosos alaridos, gritos de guerra Usik, surgieron de las entrañas del bosque, más al este. Los asaltantes atacando al grupo respondieron con más gritos, llenando el cielo de chirriantes estruendos, y embistieron con mayor ímpetu todavía, los refuerzos se acercaban. Aliana se dio cuenta de que la situación se complicaba, pronto llegarían más unidades del enemigo. Gerart, de una potente patada al vientre, envió un enemigo al suelo y, dando un paso lateral con un golpe en diagonal de su reluciente espada, abrió el pecho de otro de los asaltantes.
En ese instante, cual pájaro de mal agüero, una solitaria flecha sobrevoló al grupo acompañada de unos ensordecedores gritos. Aliana se estremeció. «Si llevan arcos estamos perdidos. Tenemos que movernos, huir ahora mismo» pensó mientras se giraba para encarar la nueva amenaza. Entre los árboles, a 20 pasos, dos Usik con rostros en rojo y brazos de jade portando los temidos arcos cortos hicieron su aparición. De inmediato dos flechas volaron en dirección a los cuatro defensores. Aliana, intentando proteger a sus compañeros, apuntó, respiró y soltó. El primero de los Usik rojos cayó con una flecha en el pecho. Cogió otra saeta de su carcaj y se dispuso a cargar pero el otro Usik rojo murió con una flecha en el corazón proveniente de su Hermana Jasmin.
Gerart retrocedió un paso. Llevaba una flecha clavada en el hombro izquierdo. Otras cuatro saetas volaron en dirección a los hombres de Rogdon. Una de ellas alcanzó al Sargento en el muslo derecho. De un tirón se la arrancó al tiempo que propinaba un terrible hachazo a un Usik Negro.
—¡Debemos huir! ¡No podremos contra esos arqueros! —gritó el Sargento mirando a los Usik rojos que comenzaban a llegar.
—¡Lomar, ata a Haradin a la montura y escapad raudos, sin dilación! —ordenó Gerart.
—A la orden, Alteza —respondió el bravo soldado comenzando a correr hacia los caballos.
Aliana miró a Jasmin y le ordenó:
—Ve con él y protege al Mago, necesitarán de tu arco.
Jasmin la miró indecisa, una enorme duda asomó en sus ojos.
—¡Ve! ¡No te preocupes por mí, Haradin debe sobrevivir!
La Hermana Protectora bajó la cabeza ante Aliana y con resignación obedeció a la Sanadora.
—Ten mucho cuidado, Aliana —le pidió en un susurro.
—¡No te preocupes, Hermana, lo conseguiremos! ¡Ya lo veras! —le animó Aliana aunque en su interior la duda de si saldrían con vida de aquel infierno cada vez era mayor y más acentuada.
Jasmin echó a acorrer tras Lomar, que ya montaba, guiando tras de sí al caballo sobre el que viajaba el desvalido Haradin.
Kendas cerró el paso abierto que sus compañeros dejaron intentando detener la avalancha de enemigos.
Mortuc, agachándose, lanzó a un atacante otro tajo con el hacha, barriéndolo del suelo. Según caía de espaldas lo acuchilló en el pecho con la espada. Miró a Gerart que a su derecha se enfrentaba a dos atacantes y le dijo:
—Alteza, debéis huir ahora. Marchad rápido, yo los contendré.
—No, Sargento, me quedo contigo a defender la huida —rechazó el príncipe.
—¡Maldición, Alteza, no es momento para discutir! ¡Coged a Aliana y escapad o moriremos todos aquí! —dijo lanzando una estocada para detener el frenético ataque de otro enemigo.
Gerart miró a Aliana que mantenía a raya a los Usik Rojos disparando saeta tras saeta. Bloqueó con el hacha de guerra y lanzando una estocada al cuello acabó con otro de los atacantes. Se balanceó a la derecha esquivando una cuchillada enemiga y clavó el hacha en la pierna del enemigo. Mientras el Usik gritaba de dolor le clavó la espada en la boca.
—¡Esta bien, Sargento, me retiro con Aliana! —recapacitó el príncipe retrocediendo hacia los caballos. Aliana palpó su carcaj. Se estaba quedando sin flechas.
Por el sendero Lomar y Jasmin ya galopaban a toda velocidad llevando consigo el caballo con el desvalido Mago atado y sujeto fuertemente para que no cayese de la montura.
El príncipe desató su caballo y el de Aliana y se acercó hasta ella. Dos Usik rojos portando lanzas se precipitaron sobre ellos. El príncipe bloqueó el ataque del primero mientras Aliana esquivaba de un salto al segundo. De un rapidísimo y brutal revés de su espada, Gerart abrió un profundo tajo en el costado del atacante. Aliana esgrimió su cuchillo largo y desvió el ataque de la lanza en dirección a su cara. De un salto el príncipe clavó su espada en la ingle del Usik que se dobló de dolor. Al retirar la espada el guerrero de verdusca piel comenzó a desangrarse con la rapidez de una presa desmoronada. El salvaje miró a los ojos a Gerart, consciente de que iba a morir, pero sin un ápice de miedo manchando su semblante. Enderezó la espalda, empuñó un tosco cuchillo y alzó el brazo desafiante. Gerart le devolvió la mirada, bajó la cabeza en signo de respeto, y de una fugaz estocada le atravesó el corazón.
—Es de admirar la valentía de estos Usik —le dijo a Aliana al tiempo que la cogía de la mano y echaba a correr en pos de las monturas.
Montaron sobre los caballos y se prepararon para huir. Aliana miró atrás, en dirección a Mortuc, que con ostentosas gesticulaciones y gritos ordenaba a Kendas que se retirara también. El valiente Lancero se negaba a obedecer a su Sargento.
Dos flechas pasaron sibilantes rozando la cabeza de la Sanadora. Del susto, instintivamente, espoleó el caballo y sin realmente desearlo se dio a la fuga. Cabalgó con el cuerpo pegado al de su montura, tan agachada como le era posible, para dificultar de esa forma que la ensartaran. A su costado, Gerart huía galopando de la misma forma.
Cabalgaron expeditos, espoleados por la inmediata presencia de la negrura sin retorno cuyo aliento pestilente podían sentir en sus nucas. Volaron sendero abajo en dirección oeste.
Lomar miró a su espalda, Haradin continuaba anclado firmemente a la montura, pese a que galopaban a lomo tendido parecía que las ataduras aguantarían bien. El viento y la velocidad con la que avanzaban hicieron que su cabello oscuro le cubriera los ojos. Lo sacudió y pudo ver a Jasmin cabalgando tras el desvalido Mago. Al contemplar a la amazona, tan bella, brava y luchadora, el corazón de Lomar se llenó de orgullo y de una alegría optimista. En medio de aquel infierno, rodeados de muerte y destrucción, incluso ahora que huían por sus vidas, no podía dejar de pensar en ella. Estaba poseído por el arrebatador y apasionado momento furtivo que habían compartido en la penumbra de la cueva.
Lomar le sonrió, intentando infundirle ánimo, queriendo hacerla ver que saldrían de allí con vida.
—¡Lo conseguiremos! —le gritó.
Ella le devolvió la sonrisa y por un instante sus verdes ojos brillaron con un ápice de optimismo.
Lomar miró al frente recordando el extraordinario momento que habían compartido en la cueva. Ya no sólo el embriagante beso y el excitante contacto físico, sino el bello momento de unión que lo siguió, donde el alma del Lancero y el de la guerrera se unieron en medio de la tragedia. Por un largo momento, los dos habían permanecido abrazados, compartiendo el momento, ajenos al mundo que les rodeaba, reconfortándose el uno en el otro. Los sentimientos a flor de piel, su abrazo emanando dulzura, la cabeza de ella descansando sobre el pecho de él. Un momento mágico que nadie podría robarles jamás, un momento que los había unido inexorablemente marcando un antes y un después. Para Lomar todo había cambiado a raíz de aquel instante. Sólo podía pensar en Jasmin, en estar con ella, en la excitación que le rebosaba con sólo mirarla. La verdad era que no esperaba albergar aquellos sentimientos tan intensos, lo habían atrapado por sorpresa, pero así era y no podía evitarlos por mucho que quisiera. No estaba convencido de que ella sintiera lo mismo por él, aunque deseaba con toda su alma que así fuera. Era muy consciente, por otro lado, de que siendo como era una Hermana Protectora fiel y entregada, su lealtad a la Orden se interpondría entre ellos. Pero Lomar no se dejaría amedrentar, lucharía por ella contra viento y marea y conseguiría de alguna forma que aquel momento inolvidable se repitiera el resto de sus vidas, juntos.
—¡Sigue adelante, debemos poner tierra de por medio! —le urgió Jasmin.
—¡De acuerdo! ¡Alértame si ves que tenemos problemas con Haradin! —pidió Lomar.
—¡No te preocupes, yo lo vigilo, estate tranquilo!
Con la firme determinación de salir de aquel bosque infernal, Lomar enfiló el estrecho sendero en dirección oeste buscando alcanzar las despejadas llanuras, la salvación.
Cabalgaron a lomos de la esperanza por un tiempo indefinido que a Lomar le pareció una eternidad.
Sus ojos captaron una estela azulada de viso cristalino a su derecha zigzagueando entre los árboles.
—¡El río! —señaló Lomar a Jasmin mirando hacia atrás.
—¡Cuidado! —gritó ella con voz descarnada.
Pero a Lomar no le dio tiempo a reaccionar.
De entre los árboles surgieron dos Usik esgrimiendo lanzas y ensartaron violentamente el caballo de Lomar según pasaba al galope.
El Lancero salió despedido mientras oía el relincho agónico de su corcel que tropezaba y caía al suelo herido de muerte.
Lomar golpeó el suelo con dureza y rodó violentamente sobre su cuerpo llevado por la brutal inercia del impacto. El golpe fue bestial. Lo dejó dolorido y completamente aturdido, tirado de bruces en el sendero. Intentó incorporarse, medio mareado, y volvió a quedar tendido sobre la tierra. La cabeza le sangraba. Vio pasar al trote el caballo con Haradin sujeto a la montura. Lomar levantó la mano en un vano intento por detenerlo pero no pudo.
—¡Levanta, Lomar, levanta! —le gritó Jasmin tirando fuertemente de las riendas de su montura y deteniéndose junto al caído lancero.
Lomar intentó volver a ponerse en pie, alentado por las palabras de la mujer que amaba. Hizo un esfuerzo descomunal, obviando el mareo y las nauseas, y se puso en pie. Desenvainó la espada y miró al frente. Los dos Usik se le venían encima blandiendo hachas de guerra. No pudo centrar la visión, lo veía todo borroso, pero distinguió los rostros pintados de rojo. Se preparó para defenderse, aunque estaba completamente aturdido.
Jasmin soltó una saeta y alcanzó al primero de los Usik.
El segundo llegó hasta Lomar y soltó tal terrorífico grito de guerra que encabritó al caballo de Jasmin, que la derribó al suelo. Lomar, con la visión aún borrosa, soltó un tajo al Usik berreante alcanzándolo en el brazo y propiciando que perdiera el hacha de guerra. Lomar intentó acabar con él de una estocada, pero falló. El salvaje sacó un cuchillo largo del cinturón de piel y se dispuso a saltar sobre Lomar, que luchaba con la precisión de un borracho de taberna.
Una saeta alcanzó al Usik en el pecho. Dio dos pasos hacia atrás y se desplomó.
Lomar se giró y vio la borrosa estela de Jasmin, recuperada y arco en mano. La guerrera se acercó rápidamente hasta Lomar.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó con preocupación manifiesta.
—Un poco mareado… no es nada…
—Te sangra mucho la cabeza, Lomar —le indicó ella emplazando su mano sobre la herida.
—Estoy bien, no te preocupes. Sólo necesito un momento para que se me pase un poco el mareo —le dijo él acariciando la mejilla de la guerrera.
Un nuevo grito de guerra estridente surgió a su espalda y los dos se giraron prestos. Frente a ellos, de entre la maleza, tres Usik Rojos aparecieron a la carrera.
Jasmin retrocedió, dando varios pasos hacia atrás, al tiempo que situaba una saeta en el arco y apuntaba.
Lomar bloqueó un hacha dirigida a su cara y trastabilló debido al aturdimiento que sentía y la potencia del golpe enemigo. El Usik volvió a golpear pero Jasmin lo abatió con una saeta a la cara que penetró por el pómulo con una fuerza brutal. Lomar recuperó el equilibrio y bloqueó con su espada el siguiente ataque enemigo.
El tercero de los Usik se precipitó sobre Jasmin, lanza en mano.
Lomar no conseguía centrar la cabeza. Debía de habérsela golpeado con más fuerza de lo que inicialmente había supuesto. Seguía viendo borroso y no conseguía centrar las imágenes. Intentó lanzar un revés a su oponente pero falló por bastante y el Usik le propinó un fuerte golpe en la cara con el antebrazo. Una explosión de dolor agudo lo paralizó. El aturdimiento se multiplicó. El Usik alzó el hacha y Lomar, mareado, perdió pie y clavó la rodilla. El movimiento sorprendió al Usik que dudó por un instante. Lomar, completamente mareado, alzó la espada con las pocas fuerzas que le quedaban y lanzó una ciega y desesperada estocada al frente.
El Usik gritó de dolor, la estocada le había alcanzado en la ingle.
Lomar retiró la espada para volver a atacar, pero el Usik dio dos pasos atrás y cayó al suelo desangrándose entre lamentos. Lomar de inmediato miró a su compañera.
Jasmin soltó la flecha en el instante en que la lanza, propulsada por el Usik Rojo, le pasaba rozando la oreja. Con un soplido de alivio por no haber sido alcanzada por la jabalina, vio como el Usik caía con su flecha clavada en el cuello, ahogándose entre gárgaras de sangre.
Era su última saeta.
Dejando el arco en el suelo, desenvainó su espada corta y se dirigió hacia Lomar para protegerlo.
El aturdimiento y malestar que sentía Lomar eran tan fuertes que apenas conseguía no derrumbarse al suelo inconsciente. Ante su borrosa mirada, un último enemigo surgió de detrás de un árbol. Portaba una lanza adornada con grandes plumas. Lomar alzó la espada. Intentó levantar la rodilla pero perdió el equilibrio. No consiguió ponerse en pie. Quedó de rodillas, mareado, ya sin fuerzas suficientes para volver a levantar la espada.
El salvaje le miró con una viciosa sonrisa de triunfo en su cara roja como la sangre. Sujetando la lanza para arrojarla a modo de jabalina, la elevó sobre el hombro y sonrió al ver el desesperado e inútil esfuerzo del Lancero por defenderse. La lanza abandonó el hombro del Usik propulsada con gran potencia.
Lomar, arrodillado, vislumbró la muerte volar rauda hacia él.
Alzó la mirada y esperó el fin.
Una silueta se interpuso en la trayectoria de la lanza.
Al oír el gemido de dolor, Lomar comprendió lleno de un temor abismal, lo que había sucedido. Miró al frente envuelto en una desesperanza total, y ante sus ojos vio aquello que su alma no hubiera querido ver jamás: el cuerpo de Jasmin, tendido en el suelo, la lanza profundamente clavada en su pecho.
—¡Nooooooooooooo! —gritó Lomar con una desesperación insufrible al comprobar que su mayor temor se confirmaba. La valiente guerrera había interpuesto su cuerpo en la trayectoria de la jabalina para salvarlo a él. Preso de la agonía más infinita y lleno de una ira rayando la mismísima locura, Lomar se puso en pie y se arrojó como un poseso sobre el Usik. Éste cayó entre cientos de violentos tajos del alocado Lancero que habiendo perdido la razón golpeaba frenéticamente lleno de ira en todas direcciones. Finalmente, toda la adrenalina consumida, la locura cesó, y cayó al suelo absolutamente exhausto y entre sollozos. El cuerpo del Usik estaba totalmente despedazado.
Se arrastró hasta su amada y sentándose junto a ella situó con delicadeza la cabeza de la agonizante Jasmin sobre su regazo. Miró la herida en busca de esperanza pero la lanza la había atravesado. No tenía salvación. El dolor que sintió al comprobarlo fue tal que pensó que su corazón había estallado en mil pedazos en su interior. Intentó reprimir las lágrimas pero le fue totalmente imposible.
—¿Por qué? —preguntó Lomar entre sollozos—. ¿Por qué has hecho esto?
—Tenía… tenía que salvarte —respondió Jasmin entrecortadamente.
—Pero no puedo perderte, no ahora —dijo Lomar comenzando a llorar con un desconsuelo insufrible.
—Yo tampoco quiero perderte… Lomar.
—No debiste hacerlo, debiste dejarme morir, salvarte tú —le dijo él acariciando su rostro y su bello cabello azabache.
—No me lo hubiera perdonado nunca. Tenía que salvarte, no podía dejar que murieras así, desvalido…
—Aguanta, Jasmin, aguanta. Aliana no debe estar muy lejos, ella podrá salvarte.
Jasmin tosió bruscamente, sangre y saliva salían de su boca entremezclada.
—Es mi deber… proteger. Tenía que protegerte.
—¡Aguanta, tienes que aguantar, no te me vayas! —rogó Lomar desesperado.
—Sabes que no tengo salvación… Aliana nada podría hacer… la herida es mortal. Nada hay que se pueda hacer, los dos lo sabemos.
—¡No, no! ¡Me niego a aceptarlo! —gritó Lomar maldiciendo a los cielos.
—No sufras, Lomar… parto contenta. Helaun me espera, me acogerá en su seno junto al resto de hermanas caídas. He sido fiel a mis principios, a mi Orden, Helaun será agradecida, lo se.
—¡No me dejes, Jasmin! ¡Te amo!
—La vida no es justa, Lomar, pero debemos vivirla siguiendo nuestros principios —Jasmin volvió a toser convulsivamente, la muerte rondaba ya a la joven cual buitre carroñero sobrevolando a su presa moribunda.
Lomar la besó en la frente con dulzura, sus lágrimas bañaban el rostro de la bella joven.
—Debes salvar a Haradin. Su caballo no andará muy lejos, algo más adelante en el sendero. Debes huir con él, poneos los dos a salvo. Prométemelo, Lomar.
—No puedo dejarte, Jasmin…
—Pero debes… salva a Haradin, es vital para Rogdon, muchas vidas dependen de que él llegue sano y salvo a Rilentor. Debes hacerlo, debes dejarme y proteger al Mago, es tu deber, y tú eres un hombre de honor.
Lomar se secó las lágrimas y tragó saliva.
—Lo llevaré de vuelta a Rilentor, sano y salvo, no te preocupes, Jasmin.
—El deber ante todo, Lancero… y tú tienes que sobrevivir… dime que saldrás de estos bosques con vida. Prométemelo —rogó ella entrecortadamente.
—Tienes mi palabra de Lancero Real. Conseguiré llevar a casa al Mago, con vida. Te amo Jasmin, quiero que lo sepas. Sólo deseaba que saliéramos de este infierno, vivos, para empezar una vida, juntos. Los dos.
—¿Hubieras dejado el ejercito, los Lanceros Reales, por mí? —preguntó ella, rogando con la mirada.
—Sin dudarlo —aseguró él.
Jasmin sufrió una convulsión, pero se aferró desesperadamente a sus últimos instantes sobre la tierra, intentando retrasar al máximo su marcha.
—Yo también te amo, Lomar… —confesó finalmente ella—, y quiero darte las gracias por haberme descubierto este maravilloso sentimiento. Nada me hubiera gustado más que marchar contigo a una lejana tierra.
—¿Hubieras dejado la Orden? ¿Por mi? —preguntó Lomar incrédulo, anhelando una confirmación.
—Por ti lo hubiera dejado todo, mi amor.
Y con aquellas palabras, Jasmin exhaló su último suspiro.
Lomar cerró los verdes ojos de la bella morena y lloró desconsoladamente, acongojado por un sufrimiento sin parangón, abrazado a su amada.