Poderosa tierra

 

 

 

«Estoy desfallecida, ¡este hombre nos va a matar!» pensó Aliana mirando al Sargento Mayor Mortuc. Éste avanzaba en cabeza del grupo, ascendiendo por la ladera de la montaña, manteniendo un ritmo infernal. «No me quedan apenas fuerzas, no sé cómo voy a poder seguir a este ritmo ni un momento más». Aliana a duras penas podía seguirlo, los pulmones le ardían con la intensidad del fuego que devora la madera reseca. «Este tremendo esfuerzo me está pasando factura, el cuerpo comienza a no responderme». Sentía dolorosos pinchazos en el muslo derecho. Si el Sargento continuaba ascendiendo a aquel ritmo endiablado, ella pronto desfallecería.

«Tengo que aguantar, no puedo fallar, ¡cómo sea!». Inspiró profundamente el frío aire de la montaña y debido a la altitud a la que se encontraban le heló los pulmones. En cada arduo intento de coger impulso hacia la cumbre, sentía como miles de agujas se clavaban en su fatigado pecho. «Tengo que controlar mi cuerpo y mi mente, tratar de dosificar las fuerzas que me quedan, para conseguir, al menos, que mi fatigado y helado cuerpo no desfallezca. Tengo que seguir… seguir… ¡no fallaré!».

Con la primera luz del día habían dejado atrás la última hilera de pinos del bosque y ahora subían por las empinadas laderas cubiertas de nieve. El paisaje era verdaderamente bello y las vistas espectaculares. Cuanto más ascendían más nieve encontraban cubriendo las laderas de los tres picos que conformaban la gran montaña. La Montaña de los Antepasados, tal y como la denominaban los Usiks, el Pico de las Águilas como lo conocían ellos.

Aliana miró a Gerart que avanzaba delante de ella con paso firme, hundiendo en la nieve sus botas con pisadas enérgicas. La ascensión se tornaba más difícil a cada paso y el frío comenzaba a hacer mella en sus reventados cuerpos. Gerart se había desprendido de gran parte de su pesada armadura y ya sólo conservaba la coraza, una cota de malla prestada y la capa.

Continuaron ascendiendo sin detenerse a descansar durante varias horas hasta alcanzar la primera de las grandes cuevas del pico central, el más elevado. El Sargento situó a dos de sus hombres de guardia y el resto del grupo se desplomó exhausto dentro de la caverna. Los Lanceros Reales supervivientes y las dos Hermanas Protectoras del Templo de Tirsar cayeron rendidos al suelo. Habían ascendido a tal ritmo que nadie disponía de energía alguna para poder siquiera hablar. Todos estaban agotados, sentían sus cuerpos molidos por el esfuerzo. Únicamente el Sargento y el Príncipe permanecieron de pie a la entrada de la cueva.

Aliana los observó, admirando su fortaleza física y su coraje. Sabía perfectamente que debían de estar totalmente rotos por el esfuerzo, pero se negaban a mostrarlo ante sus hombres. «El sacrifico del liderazgo, ciertamente impresionante. Del Sargento me lo esperaba, él es todo coraje y pundonor; de Gerart, por otro lado, me ha sorprendido muy positivamente, la verdad es que está mostrando una valentía y coraje abrumadores» pensó Aliana para sí, sintiendo una extraña pero placentera sensación de calor, de bienestar, al contemplar al bravo príncipe. Con esa sensación reconfortante envolviéndola, estiró sus agarrotadas piernas sobre el frío suelo de roca.

Descansaron y comieron de las exiguas provisiones rescatadas para reponer las energías quemadas. Aliana tenía los pies helados por la ascensión en la nieve y su cuerpo comenzó a temblar descontroladamente. Imponiendo sus manos, cerró los ojos azules y, como si de una desbordante fuente de luz se tratase, una energía celeste brotó de sus manos hasta llegar a sus heladas extremidades, reconfortándolas. El temblor cesó y sus pies recobraron el calor que necesitaban. Una vez pudo caminar, se acercó a los soldados heridos e imponiendo sus manos curó, una a una, todas las heridas y el castigo que el duro frió y el esfuerzo de la ascensión habían causado en ellos. Todos evolucionaban bien, ninguna complicación grave, lo cual, en medio de aquella fatídica expedición, le proporcionó una leve alegría. Aquello ayudó a calmar la angustia y el horror de aquella misión maldita.

Miró hacia el interior de la cueva y pudo ver numerosos sepulcros tribales. Nichos construidos a base de piedra y adobe, posicionados de forma simétrica en hileras y adornadas con todo tipo de motivos y ornamentaciones de pasadas batallas. Estaban decorados con grandes símbolos de color rojo y negro. Presidiendo las criptas y protegiendo a sus moradores eternos en su camino hacia el más allá se podían ver hachas, lanzas y pieles de animales. Lo que más le llamó la atención de todos aquellos objetos que escoltaban el sueño eterno de los antiguos guerreros Usik fueron unas gigantes y hermosísimas plumas de algún ave que sus ojos jamás habían visto antes. El tamaño de aquellas plumas era irreal, Aliana no podía imaginar un ave con semejante plumaje, debía de ser gigantesca. Por otro lado, aquellas plumas parecían reales, no habían sido confeccionadas por la mano del hombre. Aquello la dejó perpleja y algo atemorizada.

«Objetos para el más allá, para que ayuden a los bravos guerreros caídos una vez crucen al reino sin retorno» dedujo Aliana conocedora de aquel tipo de tradiciones tribales y ritos similares de otras etnias. Las paredes interiores y el techo de la cueva estaban completamente cubiertos de representaciones pictóricas que, como pequeñas historias, narraban batallas y hazañas logradas en vida por los muertos que allí descansaban. Sin duda, un mausoleo para los guerreros de las tribus Usik.

Un suave silbido llegó hasta ella y se giró de inmediato. Los Lanceros de guardia apostados a la entrada de la cueva acababan de dar la alarma. Todo el grupo se puso en pie de inmediato y se prepararon para el combate. Los guardias volvieron a señalar con la mano y Aliana dedujo que el peligro no era tal ya que los soldados se relajaron. Dos figuras entraron en la cueva corriendo y avanzaron hasta el Sargento y el Príncipe. Al alcanzarlos se detuvieron, respiraban con dificultad, doblados por el esfuerzo, sin poder emitir una sola palabra entre pronunciados jadeos.

Al principio no pudo reconocerlos, estaban cubiertos en barro y suciedad, sobre todo sus rostros y pelo. Aliana los observó con detenimiento intentando adivinar quienes eran y al acercarse algo más se percató de que eran los jóvenes Lomar y Kendas que volvían tras esconder los caballos. Aquello la sorprendió muy gratamente. La verdad era que no pensaba volver a verlos con vida…

—¡Tomad aliento y reportad! —les ladró el Sargento cruzando sus poderosos brazos sobre su hercúleo pecho.

—He… mos… escon… dido los caba… llos, Sargento —respondió entrecortadamente Lomar que daba la impresión de que podía caer al suelo desfallecido en cualquier momento.

—¿Algún indicio de los Usiks? —preguntó el príncipe mirando a los dos hombres que intentando recuperar el aliento sin demasiada fortuna, con los brazos en jarras y doblados por el esfuerzo.

—Os… Os han esta…do siguiendo el ra... stro, Alteza. No son muchos de momento, un pequeño grupo de no más de 20, están a medio día de dis… tancia —respondió Kendas.

—Eso no nos da mucho tiempo. Son rápidos estos salvajes de los bosques, ¡maldita sea! —exclamó el Sargento cerrando el puño con fuerza.

Aliana se acercó al grupo y comentó:

—Será mejor que sigamos la ascensión hasta la cueva más elevada. Esta no es la cueva que buscamos, es demasiado pequeña, no hay más que lo que tenemos ante nuestros ojos. Aquí no encontraremos lo que hemos venido a buscar. Estoy segura, debemos seguir ascendiendo. Quién sabe, a lo mejor no se atrevan a seguirnos hasta la cima.

—No creo que tengamos tanta suerte. Estoy de acuerdo en que esta no parece ser la cueva que buscamos. Además, será más sencillo defenderse allí arriba que en esta cueva —comentó el Sargento.

—Esa es mi opinión también. Podemos defender la entrada mientras investigamos la cueva. Disponemos de varias horas antes de que el primer grupo de Usiks llegue hasta nosotros —explicó el príncipe.

—¡Descansamos 5 minutos para reponer fuerzas y continuamos! —anunció el Sargento.

Lomar y Kendas se derrumbaron contra la pared de la gruta, dejando sus cuerpos deslizarse hasta tocar suelo. Estaban completamente desfallecidos.

Una joven de oscura y ondulada melena se acercó hasta ellos. Kendas le hizo un gesto a Lomar con la cabeza y éste se topó con los ojos verdes más impresionantes que jamás hubiera contemplado.

—Veo que los Usiks no han sido capaces de acabar contigo, Lancero —le dijo la joven.

—Veo que aunque conoces perfectamente mi nombre, no lo utilizas jamás, querida Jasmin… —respondió Lomar con sarcasmo.

—He venido a traeros algo de agua… —dijo Jasmin mostrando una cantimplora.

—Y te lo agradecemos de veras —se interpuso Kendas que cogió la cantimplora y bebió como si la vida le fuera en ello.

—Compruebo con desmayo que no te alegras demasiado de encontrarme con vida… —acusó Lomar.

—Te equivocas. Por supuesto que me alegro, eso significa que los caballos están sanos y salvos, y es una gran nueva, ya que los necesitaremos para salir vivos de estos bosques infernales —respondió ella con tono indiferente.

—¡O sea, que te alegras más por los caballos que por nosotros! —estalló Lomar enojado.

—Los caballos son nobles y bellos, y nos llevarán hasta la salvación, vosotros, por otro lado, sois hombres…

Kendas, sorprendido al escuchar semejante comentario, se atragantó con el agua y comenzó a toser.

Lomar miró a su amigo y el enfado que sentía se esfumó de su ser como el humo arrastrado por el viento.

—Debí imaginarlo. Veo que seguimos odiando sin motivo concreto, he de reseñar, a todos los de mi género. Va siendo hora, creo yo, de rebajar el grado de ese aborrecimiento, ya que estos hombres os están ayudando…

—Hombres son hombres y las enseñanzas de la Orden, bien claras al respecto.

—Y digo yo, ¿no podríamos hacer alguna excepción, mi querida Protectora? Te aseguro que los aquí presentes no somos ninguna amenaza para la Orden o para la Sanadora Aliana. Al contrario, estamos aquí para protegerla y ayudarla, a ella y a todas vosotras.

—Sólo de pensar que tan galantes Lanceros están aquí para defenderme, ya me siento mucho más tranquila —dijo Jasmin llena de ironía.

Kendas, ya recuperado, no pudo evitar una carcajada.

—Pero tienes razón en algo, creo que debería hacer una excepción.

—¡Por fin!, ya temía ocupar siempre un lugar de desaprobación en vuestro corazón —galanteó Lomar.

—Creo que en el caso de Kendas, que se ha mostrado siempre respetuoso y humilde, haré una excepción, y lo sacaré del saco de aborrecimiento donde os tengo a todos los hombres.

—¿Kendas? ¿Pero cómo que Kendas? —exclamó Lomar sin dar crédito a lo que escuchaba.

—Muy amable, señorita, se agradece de corazón tan alto honor —dijo Kendas con una sonrisa de oreja a oreja.

—No hay de que, Kendas. Cuentas con mi aprobación —afirmó Jasmin con semblante serio y sin perder el brillo de sus resplandecientes ojos verdes.

—¡No me lo puedo creer! ¡He tratado de ser todo un caballero, correcto y educado y no he recibido más que coces! —explotó Lomar.

—Pues parece ser que no has conseguido tu propósito, Lancero —sentenció ella y dando un brusco giro se volvió en dirección a Olga, que observaba la escena con cara adusta.

Kendas comenzó a reír con grandes carcajadas ante la frustración absoluta de su amigo.

Lomar le dio un codazo y le dijo:

—No te rías, yo no le veo la gracia. Desde el día que la conocí he intentado por todos los medios agradarla, y así me lo paga. No me lo puedo creer.

—Lamento que tu galantería y sutiles maniobras de ligón de ciudad no hayan funcionado con la Protectora —dijo Kendas sonriendo.

—Deja de reírte de mí, pueblerino.

—No la pagues conmigo. La Hermana es un hueso muy duro de roer, y te ha atizado bien. Por otro lado, lo tenías bien merecido. ¡A quién se le ocurre cortejar a una Hermana Protectora de la Orden de Tirsar! ¿Es que has perdido la razón? ¡Pero si odian a los hombres a muerte!

—Ya lo he experimentado en mis carnes, listillo.

—Estás mal de la mollera, amigo. Por otro lado, creo que algo puede que hayas avanzado…

—¿De veras? ¿Tú crees?

—Algo he notado, una tensión… no de odio precisamente…

—¿Tú crees?

—En cualquier caso, estamos en medio de un infierno y tú pareces un gato en celo, ¿quieres hacer el favor de centrarte? ¡Por la Luz! —le reprimió Kendas.

—Tienes razón, no sé qué me pasa cuando está ella cerca… son esos ojos…

—Te recuerdo que esas mujeres viven por y para la Orden, no hay nada más para ellas en la vida. Por mucho que lo intentes nunca conseguirás hacerla tuya, amigo mío. Es una locura, así que déjalo correr.

—Lo sé, lo sé, es sólo que…

De repente, el Sargento Mortuc se plantó en medio del grupo y todas las miradas se centraron en él.

—¡Soldados! ¡Preparaos! ¡Seguimos la marcha! —vociferó con tal ímpetu que por un momento pareció que hasta los esqueletos de los guerreros Usik que allí yacían se levantarían y lo seguirían.

 

 

 

Al cabo de varias horas de escalada entraban en la cueva más elevada de la Montaña de los Antepasados. Aliana constató que las otras cuevas que habían franqueado y dejado atrás durante el ascenso, todas tenían pinturas y simbología mortuoria pintada en la roca exterior, en intensos negros. Sin embargo, la cueva en la que se encontraban ahora, situada a mayor altitud, no tenía ninguna pintada ni en el exterior ni en el interior, lo cual le pareció ciertamente extraño, intrigante. Si bien era de un enorme tamaño y parecía continuar penetrando las sombras del interior, no se apreciaba ninguna tumba o sepulcro de ningún tipo dentro de la misteriosa caverna.

Los Usik no usaban aquella cueva para enterrar a sus muertos, a diferencia de las otras que habían descubierto y dejado atrás. Esta debía ser la cueva a la que los Usik no se atrevían a subir por miedo a los espíritus, a los seres del más allá. Este pensamiento le produjo un escalofrío que le recorrió toda la espalda como azotada por un látigo de hielo. Ella no creía en historias de espíritus, muy al contrario, pero por alguna razón su intuición le avisaba de que aquel lugar encerraba un peligro real y latente, un peligro de origen místico. Esto la alarmó, su intuición rara vez le fallaba y esta vez tenía el presentimiento de que algo envuelto en un extraño misterio les aguardaba en el interior de aquella oscura cueva.

«Esto no pinta nada bien, no me gusta nada. Protégenos, oh Madre Helaun, fundadora de nuestra Orden de Tirsar, con tu bondad y misericordia. Otorga a estos buenos hombres y mujeres tu bendición y protección».

El Sargento se situó en el centro del grupo y bramó a sus hombres:

—¡Soldados! Defended la posición con vuestra vida hasta nuestro regreso. No permitáis que esos bastardos pongan sus sucios pies en esta cueva. ¿Queda claro?

—¡Sí, señor! —respondieron al unísono los hombres cuadrándose y saludando a su superior.

—Morgen, acércate.

—Sí, Sargento —se presentó el veterano lancero.

—Tú eres el más veterano y con más galones, quedas al mando del grupo. La entrada a la cueva no es muy amplia, situaros cinco en línea y defendedla conjuntamente, los demás formad una segunda línea de defensa. Utilizad vuestros arcos primero. No permitáis que entren bajo ningún concepto.

—¡Así se hará, señor! —exclamó Morgen cuadrándose.

El Sargento le dio una palmada en el hombro:

—Confío en ti, Morgen.

—Gracias, Sargento Mayor, no le fallaré.

Mortuc lo miró a los ojos, asintió, y se giró.

—Lomar, Kendas, vosotros dos conmigo.

—A la orden, Sargento —respondieron los dos novatos al unísono.

—Que alguien os preste armadura, es probable que tengamos dificultades ahí dentro.

—A la orden, señor —respondieron y se dirigieron hacia sus camaradas que ya se desvestían para prestarles las protecciones.

Mirando a Aliana el Sargento le dijo:

—Será mejor que las dos arqueras se queden aquí, Aliana.

—Debemos acompañar a nuestra Hermana Sanadora y protegerla, es nuestro deber —protestó Jasmin, con gesto disconforme.

—El Sargento tiene razón, seréis de mayor ayuda aquí defendiendo la entrada, necesitamos de vuestra pericia con el arco —respondió Aliana en dirección a sus dos hermanas que la miraban con la preocupación marcada en sus rostros.

—Si es lo que ordenáis así lo haremos —se resignó Jasmin y miró a su hermana Olga, la cual también cedió bajando la cabeza.

Aliana asintió, plenamente consciente del dolor que sentían sus hermanas al no poder acompañarla y salvaguardarla. Sabía que cumplirían los deseos que ella designara, pero sufrirían al verse obligadas a abandonarla. Su deber era protegerla en todo momento de cualquier peligro, para ello habían sido educadas y formadas. El no poder acompañarla al interior de la cueva les supondría un desgarrador conflicto interior. Si algo le ocurría a Aliana, Jasmin y Olga cargarían eternamente con la culpa en sus almas por haber fallado en su obligación.

«Esperemos que sobreviva a esta expedición… por mí y por ellas» meditó mientras se colgaba su arco y el carcaj con las flechas a la espalda.

Mortuc encendió una antorcha hecha de juncos y unto y abrió camino sin más ceremonias. Tras él, Lomar y Kendas avanzaron con paso seguro al tiempo que comprobaban sus armas. Lomar lanzó una mirada de despedida en dirección a Jasmin. Ella captó el gesto y lo miró un instante con sus brillantes ojos verdes, una sincera sonrisa se dibujó en su cara, llenándola de luz, y bajando la cabeza despidió al arrojado Lancero. Lomar devolvió el gesto con otra sonrisa y avanzó hacia la negrura de la gruta.

Gerart cogió otra antorcha e indicó a Aliana que pasara delante, para cerrar él, la comitiva.

El grupo se adentró en la oscuridad de la cueva, persiguiendo una pista incierta, una esperanza, que allí y entonces, resultaba casi impensable, rayando la locura: dar con el desaparecido Haradin y hallarlo con vida.

A su espalda, la línea de defensores se preparó para aguantar la posición hasta el regreso de la expedición.

 

 

 

Avanzaron en silencio hasta la negrura que parecía ser el final de la cueva en la que se encontraban. Contemplaron las oscuras paredes y techo que los envolvían en busca de algo o alguien que los pudiera estar acechando. Al fondo, en el lugar más profundo, se encontraron con una enorme roca de forma rectangular, perfectamente simétrica, con toda su superficie finamente pulida, como de puro mármol, de un negro azulado casi brillante. Sellaba lo que parecía un acceso en la pared de granito. Aliana examinó la rectangular pieza a la luz de la antorcha y sintió que aquella forma perfectamente rectangular y pulida estaba completamente fuera de lugar en aquella cueva, chocaba con las erosionadas y redondeadas formas que reinaban en la caverna.

—Alguien ha tallado esta enorme pieza y la ha situado aquí, no es un elemento natural de esta cueva. Ha sido emplazada en este lugar por alguna razón y no por mano de la naturaleza —explicó al grupo.

—Sí, parece haber sido tallada por un experto artesano para sellar el paso y no permitir el acceso al otro lado por la abertura existente en la pared —confirmó Gerart.

—Pues movámosla entre todos. Parece pesada pero creo que podremos con ella. No voy a dejar que esta losa gigante nos detenga ahora que ya estamos aquí, ya lo creo que no, ¡aunque tenga que partirla yo mismo a testarazos! —prorrumpió el Sargento.

Los cuatro hombres empujaron con todas sus fuerzas la enorme losa. Pera ésta no se movió lo más mínimo. Parecía completamente inamovible. Lo volvieron a intentar, todos realizando un esfuerzo brutal, apoyando todo el peso de sus cuerpos sobre la rectangular y pulida forma y empujaron, empujaron con toda el alma. Pero no se movió en absoluto, ni una pulgada, no se produjo ni el más mínimo atisbo de movimiento.

—¡Por las barbas de Jonás el Desdichado! ¡No puede ser! —rugió el Sargento.

—Eso creo yo también. Deberíamos de poder moverla, aunque sea de granito puro no es tan grande como para que no podamos moverla un dedo entre los cinco —razonó Gerart.

—Creo que aquí hay algo que no somos capaces de ver, algo del Más Allá que se escapa a nuestros ojos. Una fuerza de origen arcano… —infirió Aliana.

—¿Magia? —preguntó Lomar sorprendido.

—No es la palabra que yo usaría para describirlo, pero sí, me refiero a un poder enigmático que afecta a esa losa y que no comprendemos, que no podemos percibir —expuso Aliana.

—¿Magia? ¿Estáis de broma, no? ¿Magia? ¡Puaj! —escupió Mortuc como si una víbora le hubiera mordido la lengua—. Sólo nos faltaba eso, Usik a millares, esqueletos y tumbas por doquier y ahora la maldita magia que siempre trae consigo infinitas complicaciones. ¿Qué demonios podemos hacer entonces? ¡Maldita, maldita sea! —bramó el Sargento irritado sobremanera por la presencia de artes que no podía entender.

—Ayudadme a examinar la piedra a la luz de la antorcha, quizás encontremos alguna pista —pidió Aliana.

Con detenimiento examinó la perfección con la que había sido tallada aquella forma negra y rectangular. Toda la superficie era lisa y suave, sin una sola imperfección. No era natural. Ni el mejor de los artesanos del reino sería capaz de tallar algo tan perfecto, sin una sola irregularidad. Cogió la antorcha de la mano de Gerart y la acercó a la negra superficie. Ningún símbolo, ninguna runa. Acercó el fuego hasta tocar la superficie, estaba segura de que el fuego no causaría ningún efecto en aquella roca pero quería ver el resultado. Al contacto con el fuego y de forma inesperada la superficie pareció responder emitiendo un breve destello dorado. Todos dieron un respingo y se miraron extrañados. ¡La roca había producido un destello! ¿Cómo podía ser? ¿Y por qué?

—Ummm interesante, muy interesante —dijo Aliana girándose y mirando al grupo a su espalda—. Ha reaccionado al fuego. Verdaderamente interesante.

—Pero la roca no reacciona ante el fuego —señaló Kendas—, al menos no en mi pueblo y perdonad mi aclaración de aldeano pero las vacas dan leche, los cerdos jamón y tocino, y las rocas no emiten destellos dorados.

—Cierto es, granjero. Esta roca parece poseer cierto poder y ha reaccionado ante uno de los cuatro elementos —explicó Gerart.

—Cuatro o cinco, Alteza, según qué leyendas y folclore —se apresuró a matizar Lomar.

—Cuál es ese quinto elemento que dices, yo siempre he creído que los cuatro elementos son el Fuego, el Agua, el Aire y la Tierra —dijo el Sargento.

—Según tengo entendido hay escritos y leyendas que hablan de un quinto elemento, el Éter, el Espíritu, la quinta esencia, más sutil y más ligera, mas perfecto que los anteriores, que gobierna a todos los demás… —respondió Lomar trazando con el dedo un símbolo en el aire.

—¡Por todos los Dioses Antiguos y la Luz que los reemplazó! ¡Menudo soldado estas hecho tú! Deja de escuchar tanta palabrería barata de biblioteca y aplícate en tu disciplina y habilidades como soldado. ¡Cabeza de chorlito!

—No lo regañes, Mortuc… —pidió Aliana con una leve sonrisa—, es una creencia de ciertas culturas antiguas. Está documentado. Yo misma lo he visto en nuestra biblioteca en el Templo. He podido leer escritos sobre ese quinto elemento etéreo, dominante, que si bien no puede ser visto ni tocado, gobierna los otros cuatro elementos primarios. No es una creencia extendida entre los nuestros, pero el quinto elemento es referido por otras culturas. Un elemento casi divino, invisible, incorruptible y con inteligencia propia que si presente, domina a los otros cuatro elementos terrenales —explicó Aliana.

—Gracias, Aliana, a eso me refería exactamente. En Rilentor reside mi tío Alfred, estudioso de esta y otras materias muy interesantes. Se le considera un erudito y me ha contado en numerosas ocasiones en las que hemos comentado el tema que es así —comentó Lomar.

—En Rogdon siempre han sido cuatro elementos. Yo nunca he oído hablar de un quinto, lo diga tu tío o no —afirmó en voz alta Mortuc.

—De todas formas, sorprendente es que un soldado pase tiempo con eruditos y estudiosos… Tiene una mente despierta este soldado —señaló Gerart con una sonrisa dando una palmada en el hombro a Lomar.

—Sean cuatro o cinco, lo cierto es que la roca ha reaccionado ante el fuego. Por lo tanto no sería descabellado pensar puede que reaccione ante otro de los elementos. Probaré el viento —dijo Aliana acercándose de nuevo a la rectangular forma rocosa.

—¿El viento? No hay viento aquí dentro, ¿Cómo vamos a probar el viento? —exclamó Mortuc contrariado.

Aliana sonrió al cascarrabias Sargento y sopló con toda la fuerza de sus pulmones sobre la arcana losa. Sorprendentemente y ante la mirada atenta de todos, que ni pestañeaban, otro destello dorado emanó de la misteriosa piedra. Aquella losa misteriosa, que impedía el paso hacia algo que todos deseaban averiguar, los tenía anclados al suelo, sin poder moverse, presos de la intriga y el misterio.

—Nada. Ummm… interesante. Parece que reacciona a los elementos pero no estamos acertando con el adecuado. La nota de Haradin mencionaba un templo Ilenio, de la Civilización Perdida, El Templo de la Tierra. Si esta es la entrada al templo, es natural deducir que el elemento que buscamos es el mismo que el propio templo protege. Por lo tanto eliminamos el agua y el misterioso quinto elemento, el éter —razonó Aliana.

—Entonces nos queda… la tierra… —dedujo Gerart.

—Ahora mismo vuelvo —dijo Kendas que salió disparado en dirección a la entrada.

—¿A dónde va ese paleto granjero? —gruñó el Sargento.

—A por algo de tierra, si no me equivoco. Es muy rápido el granjero, señor, no tardará nada —explicó Lomar intentando disculpar a su amigo.

—Más le vale… —amenazó el Sargento sentándose sobre el suelo.

Los demás lo imitaron.

Al cabo de un rato Kendas reapareció a la carrera con un pequeño saco de tela en su mano. Todos se incorporaron al verlo llegar. El soldado se acercó a la losa, abrió el saco y vertió, ante la atenta mirada de todos los allí presentes, un poco de tierra sobre la negra y azulada roca. Sin apenas dar tiempo a que sus mentes lo pudieran predecir, la rectangular forma emitió un destello dorado similar a los anteriores, pero éste de mayor fuerza, alumbrando toda la bóveda de la cueva con su esplendor, que por un instante los cegó a todos. Antes de que pudieran recobrar la visión, la pesada piedra se había desplazado hacia la derecha, despejando una abertura en la pared de roca.

El misterioso paso les conduciría hacia algo que, desde ese precioso momento, los comenzaría a colmar de intriga, misterio, y sobre todo, peligro.

—¡Que me aspen! Eso ha sido… ha sido… ¡brujería! —soltó el Sargento.

—Veo que no eres muy amigo de lo místico ¿eh, Mortuc? —le espetó el príncipe con una sonrisa.

—Aquello que mis ojos no pueden entender mi corazón aborrece —respondió el Sargento realizando un aspaviento—. Efectivamente, odio todo lo relacionado con la magia y soy demasiado viejo ya para cambiar ahora de opinión.

Lomar y Kendas se miraron sin poder evitar una sonrisa a costa del Sargento. El huraño soldado desenvainó su espada y con ésta en una mano y la antorcha en la otra se adentró, a través del misterioso pasaje que ante ellos se había abierto, con la férrea determinación que lo caracterizaba. El resto lo siguieron al instante. Aliana contempló una última vez la rectangular forma de roca negra, preguntándose quién y cómo había podido hechizarla. Una intranquilidad corrosiva continuaba acrecentándose en su estómago, un nerviosismo venenoso le subía por la tráquea. Sin dudarlo más, se introdujo en la angosta fisura en la gran pared siguiendo a sus compañeros.

«Protégenos, oh madre Helaun, protégenos…».