Por que acepté presentarme ante el Comité Dies[469]

11 de diciembre de 1939

¿Por qué estuve de acuerdo en presentarme ante el Comité Dies? Naturalmente no para facilitar la concreción de los objetivos políticos del señor Dies, en especial el de utilizar las leyes federales contra tal o cual partido «extremista». Soy un adversario irreconciliable no sólo del fascismo sino también de la actual Comintern, pero al mismo tiempo estoy decididamente en contra de la ilegalización de cualquiera de ellos.

La ilegalización de los grupos fascistas ineludiblemente sería ficticia; como organizaciones reaccionarias pueden fácilmente cambiar de color y adaptarse a cualquier tipo de forma organizativa. No hay que olvidar que los sectores influyentes de la clase gobernante y el aparato gubernamental simpatizan considerablemente con ellos, y esta simpatía inevitablemente se incrementa en las épocas de crisis política.

En cuanto a la Comintern, su ilegalización sólo ayudaría a esta organización completamente degenerada y comprometida. Las dificultades de la Comintern resultado de la contradicción irreconciliable entre los intereses del movimiento obrero internacional y los de la camarilla gobernante del Kremlin. Después de tantos zigzags y decepciones, la Comintern entró obviamente en su etapa de descomposición. La supresión del Partido Comunista inmediatamente restablecería ante los obreros su reputación de luchador perseguido por las clases dominantes.

Sin embargo, esta consideración no agota la cuestión. Bajo el régimen burgués, toda supresión de la libertad y los derechos políticos, no importa contra quién se dirija en un comienzo, al final caerá inevitablemente contra la clase obrera, en especial contra sus elementos más avanzados. Es una ley de la historia. Los obreros tienen que aprender a distinguir entre sus amigos y sus enemigos siguiendo su propio juicio, no las sugerencias que hace la policía.

No es difícil prever una objeción ad hominem: «¿Acaso el gobierno soviético en el que usted participó no proscribió a todos los partidos políticos con excepción de los bolcheviques?». Enteramente cierto; estoy dispuesto a hacerme responsable de todas sus acciones. Pero no se puede identificar las leyes de la guerra civil con las de las épocas de paz, las de la dictadura del proletariado con las de la democracia burguesa.

Si se considera la política de Abraham Lincoln exclusivamente desde el punto de vista de las libertades civiles, el gran presidente no resulta muy favorecido. Para justificarse, por supuesto, él podría decir que se vio obligado a aplicar medidas de guerra civil para librar a la democracia de la esclavitud. La guerra civil es un estado de tensión de la crisis social. Una u otra dictadura, producto inevitable de las condiciones de la guerra civil, surge fundamentalmente como excepción a la regla, como régimen circunstancial.

Es cierto que en la Unión Soviética no desapareció la dictadura sino, por el contrario, tomó formas totalitarias monstruosas. Esto se explica por el hecho de que de la revolución surgió una nueva casta privilegiada incapaz de mantener su régimen si no es con medidas de guerra civil disimulada. Fue precisamente por este problema que rompí con la camarilla gobernante del Kremlin. Fui derrotado porque la clase obrera, como consecuencia de las condiciones imperantes dentro y fuera del país se demostró demasiado débil para liquidar a su propio burocracia. Sin embargo, no me cabe ninguna duda de que así lo hará.

Pero sea cual fuere la situación en la URSS, la clase obrera de los países capitalistas, amenazada con la esclavitud, tiene que defender la libertad de todas las tendencias políticas, incluso de las que son sus enemigos irreconciliables. Ésa es la razón por la que no siento ninguna simpatía por los objetivos del Comité Dies.

No hace falta explicar que no vine aquí para defender «las actividades pro norteamericanas»: contra «las actividades antinorteamericanas». Estoy muy mal preparado para esa tarea. Peor aún; todos mis intentos de comprender qué es aquello de lo que el norteamericanismo tiene que defenderse han sido en vano hasta ahora. La gran contribución de Norteamérica al acervo de la humanidad se puede describir en una sola palabra: la tecnología. Este norteamericanismo es evidente y universalmente aceptado.

Pero sin embargo queda en pie el problema de cómo aplicar la cuestión de la tecnología norteamericana en interés de la humanidad. Escuchamos decir a Harold Ickes, Homer Cummings, Lewis Douglas y otros destacados representantes del régimen actual [470] que el monopolio económico contradice la idea de democracia. Sin embargo en ningún lugar del mundo el dominio de los monopolios logró tanto poder como en los Estados Unidos. ¿Dónde tenemos que buscar el norteamericanismo, en las ideas abstractas o en la realidad que las contradice? Más aún, ¿el desempleo crónico es un fenómeno norteamericano o antinorteamericano?

Esas leyes represivas que el señor Dies defiende tienen una larga historia en los países europeos, donde hace veinte años comenzaron la transición de los regímenes democráticos a los totalitarios. Los miembros del Congreso de la Juventud acusaron directamente al Comité Dies de despreciar el «norteamericanismo»[471]. A mí, que soy extranjero, me llevaría por lo menos un año estudiar este complicado problema; pero no sé si una residencia mía tan prolongada en los Estados Unidos sería compatible con los principios del «norteamericanismo».

Es necesario reconocer, sin embargo, que en gran medida la misma Comintern preparó esta persecución contra ella. Durante varios años exigió sistemáticamente que los gobiernos democráticos repriman a sus enemigos políticos de la izquierda. Esta conducta vergonzosa nos permitió vaticinar hace mucho tiempo que al final la Comintern se vería atrapada en la trampa que preparaba para los demás. Y así ocurrió. Browder no se cansaba de exigir medidas policiales contra los llamados «trotskistas».

Después la policía descortésmente se volvió contra el mismo Browder.

No nos mueve la venganza en esto. Que haya utilizado un pasaporte falso no nos llena de piadoso horror. Yo también usé pasaportes falsos durante mi lucha contra el zarismo y la reacción en todas sus formas. La desgracia no reside en que Browder haya logrado engañar una o dos veces a la policía fascista o a otras, sino en que Browder engaña sistemáticamente a los obreros norteamericanos. La lucha contra esta mentira es una tarea política elemental. Un comité del Congreso es tan adecuado para esta lucha como la prensa obrera y los cuerpos legislativos nacionales.

No apoyo, sin embargo, a los dirigentes de los sindicatos y los «partidos laborales» que, inspirados por sus sentimientos patrióticos, excluyen a los comunistas de sus organizaciones. Considero tan nociva esta política como las leyes represivas contra el Partido Comunista. Un sindicato puede cumplir con sus objetivos sólo en tanto se construye sobre los principios de la democracia obrera. Es fácil echar a los stalinistas valiéndose de medidas burocráticas. Mucho más difícil es librar a los obreros de la confianza que depositan en ellos. Pero éste es el único camino para sanear el movimiento obrero y elevarlo a un nivel superior.

La Comintern mintió, decepcionó y traicionó tanto que la verdad directa es la mejor arma en contra de ella. Ésta es justamente la tarea que yo encaré: decir la verdad sobre las actividades del Kremlin y la Comintern. No prometo ninguna revelación sensacional. Pero no hace falta. ¿Qué revelaciones nuevas podrían superar los procedimientos de los juicios de Moscú, la liquidación de la Vieja Guardia bolchevique, la de los Generales Rojos, la súbita alianza con Hitler y las escandalosas volteretas que da la Comintern azuzada por el látigo del Kremlin? Pero puedo ayudar a reunir en un todo las distintas partes de este panorama y develar su significado interno.

Cuando los obreros comprendan el rol histórico reaccionario del stalinismo ellos mismos se apartarán de él con aversión. Para ayudar a los obreros en este sentido es que acepté presentarme ante el Comité Dies.

Escritos , Tomo VI
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