Carta abierta al senador Allen[154]

2 de diciembre de 1938

Estimado señor:

El 27 de julio usted me concedió el honor de telefonearme a Coyoacán. Yo no busqué ese honor. Debo confesar que inclusive traté de eludirlo. Pero usted fue persistente. Como yo no tenía tiempo antes de la fecha fijada por usted para su partida de México, usted se unió a una excursión organizada por el Comité de Relaciones Culturales con América Latina[155]. Así apareció inesperadamente entre los amigos de México uno de sus más activos enemigos.

Me aventuro a decir que la figura del senador Alíen se destacó claramente en nuestra modesta reunión de la Avenida Londres. Cada una de sus acotaciones, la expresión de su rostro y su tono de voz evidenciaban con claridad que este hombre está Plenamente inmunizado contra la menor posibilidad de simpatizar con las necesidades de las clases y el pueblo oprimido, que está totalmente imbuido de los intereses de los sectores superiores de la sociedad capitalista y del odio imperialista a cualquier movimiento de liberación nacional.

Usted, senador, participó en una discusión general. Después de su regreso a Estados Unidos, escribió artículos para una cantidad de periódicos, referentes a su visita a México y a mí en particular. El 22 de noviembre retomó el tema en su conferencia en la cena anual de la Cámara de Comercio de Nueva York. Persigue su objetivo con una tenacidad innegable. ¿Cuál es ese objetivo? Comencemos con el artículo.

Según sus propias palabras, usted se encontró con que mi patio estaba muy húmedo, —era la estación de las lluvias— pero mis observaciones fueron demasiado secas. Estoy lejos de querer agregar algo a estas apreciaciones. Pero usted fue más allá. Trató de distorsionar tendenciosamente el hecho de que le haya hablado en presencia de otras cuarenta personas… Y yo no se lo puedo permitir. Usted menciona irónicamente que las preguntas que me plantearon los miembros del grupo se referían a «la ruptura de la doctrina marxista». «Ninguna de las preguntas se refería a México», agrega usted significativamente.

Esto es absolutamente cierto: yo le había pedido antes al dirigente del grupo, el doctor Hubert Herring, que no incluyera como tema de discusión la política mexicana. Por supuesto, no se debió, como usted lo pretende, a que de esta manera yo quisiera esconder alguna especie de «conspiración», sino a que no quise darles a mis enemigos pasto para nuevas insinuaciones (ya tengo bastante con las que hacen ahora). Pero usted, señor senador, valientemente tomó él toro por los cuernos y me planteó la pregunta que, según sus propias palabras, había sido el motivo de su visita: «¿Señor Trotsky, cómo caracteriza usted al nuevo dirigente comunista, el presidente Cárdenas, comparado con los dirigentes comunistas de Rusia?», a lo que yo supuestamente habría contestado: «Es realmente más progresivo que muchos de aquéllos».

Permítame decirle, señor senador, que eso no es cierto. Si usted me hubiera planteado esa pregunta en presencia de cuarenta personas inteligentes y razonadoras, es muy probable que se hubieran echado a reír alegremente, y yo junto con ellas. Pero usted no se comprometió planteando esa pregunta. Y yo no le di esa respuesta.

El hecho es que yo solamente traté de recuperar en la discusión el verdadero significado de la palabra «comunismo». En la actualidad, los reaccionarios y los imperialistas llaman «comunismo» (y a veces «trotskismo») a cualquier cosa que no les agrada. Por otra parte, la burocracia de Moscú llama comunismo a todo lo que sirve a sus intereses. Al pasar, únicamente como ejemplo, señalé: aunque Stalin ostenta el título de comunista, aplica en realidad una política reaccionaria; el gobierno mexicano, que no es comunista en lo más mínimo, aplica una política progresiva. Ésta fue mi única referencia al tema. Su intento de atribuirme una caracterización del gobierno mexicano como «comunista» es falso y fatuo, aunque probablemente le haya sido útil a sus propósitos.

Los países coloniales y semicoloniales o los de origen colonial se han demorado en superar la etapa de desarrollo nacional-democrático, no la del proceso «comunista». Es cierto que la historia no se repite. México entró a la revolución democrática en una época diferente y en otras condiciones que los primeros países que lo hicieron. Pero sin embargo, como analogía histórica, se puede decir que México pasa por la misma etapa que, por ejemplo, atravesó Estados Unidos desde la Guerra Revolucionaria hasta la Guerra Civil contra la esclavitud y la secesión. Durante esos tres cuartos de siglo la nación norteamericana se constituyó sobre bases democrático-burguesas. Todos los Allens de esa época consideraron y proclamaron que la emancipación de los negros, es decir la expropiación de los esclavistas, era un desafío a la divina profecía y —mucho peor aún— una violación del derecho de propiedad, o sea el comunismo y el anarquismo. Sin embargo, desde un punto de vista científico, es indiscutible que la Guerra Civil liderada por Lincoln no fue el comienzo de la revolución comunista sino sólo la culminación de la democrático-burguesa.

Pero el análisis histórico científico es lo último que a usted, senador, le interesa. Usted acudió a verme, como resulta obvio de sus propias palabras, sólo para buscar en lo que yo dijera algo útil para su campaña contra el gobierno mexicano. Como no encontró nada adecuado, se permitió fabricarlo. Mano a mano con el Daily News, usted desarrolla la idea de que yo soy uno de los inspiradores de las medidas de expropiación de los extranjeros y de que estoy preparando… la reconstrucción de México sobre la base de los principios comunistas. Usted explícitamente habla de un «¡estado comunista trotskista!».

Durante su estadía en este país se pudo haber enterado fácilmente por sus correligionarios (usted mismo menciona que mantuvo con ellos reuniones «secretas») de que me mantengo apartado de la política mexicana. Pero esto no lo detiene. Como prueba que México se está transformando en un «estado trotskista», usted señala la creciente influencia de los sindicatos mexicanos y el rol individual de Lombardo Toledano, y remata su articulo (Herald Tribune, 29 de octubre) con estas notables palabras: «Toledano pasó algún tiempo en Rusia y es un seguidor de Trotsky».

Toledano, seguidor de Trotsky… ¡es el colmo! toda persona que sepa leer, en México y en otros países, se morirá de risa cuando lea esta frase, como lo hice yo y como lo hicieron mis amigos cuando se la mostré. ¡El general Cárdenas un «nuevo dirigente Comunista», Trotsky inspirador de la política mexicana, Toledano seguidor de Trotsky, y podríamos agregar, él senador Allen una autoridad sobre México!

Usted, señor senador, se apareció en mi casa como espía del capital petrolero. No nos vamos a preguntar hasta dónde merece respeto esta función. Nuestros patrones y los suyos son demasiado diferentes. Sin embargo, hay distintas categorías de espías. Algunos reúnen la información necesaria de manera precisa, cuidadosa y, en su opinión, «consciente» y se la transmiten a su jefe. Usted actúa de otra manera. Usted se inventa la información cuando no la tiene. ¡Le que pasa es que usted es un espía negligente!

Usted tiene en mente un triple objetivo al arriesgar la teoría del rol siniestro que cumplo en la vida interna de México: primero, exacerbar a los círculos imperialistas de Estados Unidos contra el gobierno mexicano acusándolo de «comunista»; segundo, tocar en México la cuerda de la sensibilidad nacional con su insensata leyenda sobre la influencia de un inmigrante extranjero en la política del país; tercero, hacer más difícil mi situación personal en México. Como arrogante imperialista que es usted hasta la médula de sus huesos, parte de la presunción tácita de que México no es capaz de resolver sus propios problemas sin ayuda extranjera. ¡Está muy equivocado, senador!

Los dirigentes políticos de los países burgueses durante la época revolucionaria eran, por regla general, incomparablemente superiores a los actuales. En el más viejo de los países civilizados Oliver Cromwell[156] fue reemplazado por el actual Neville Chamberlain: esto lo dice todo.

Por el contrario, los países atrasados y oprimidos que tienen que luchar por su independencia son mucho más capaces de producir dirigentes políticos notables. Usted mismo, señor senador, evidentemente se cree llamado a dirigir los países latinoamericanos. Pero sus artículos y discursos revelan un horizonte tan limitado, una estrechez de miras tan egoísta y reaccionaria, que casi dan lástima.

En el comienzo de su banquete el obispo William Manning[157] rogó al Altísimo que otorgara a todos los miembros de la Cámara de Comercio simpatía por los perseguidos y repulsión por los prejuicios raciales (New York Times, 23 de noviembre). Mientras tanto me pregunto: ¿Es concebible que usted escriba un artículo que contenga, por ejemplo, tantas calumniosas acusaciones al Canadá? Me respondo que no, que sería imposible. Usted sería más cuidadoso, más atento y por lo tanto más consciente. Pero cree totalmente admisible proclamar una serie de absurdos sobre México. ¿Cuál es la razón de esta diferencia de actitud respecto a México y al Canadá? Me atrevo a decir que es la arrogancia racista de un imperialista. ¡Evidentemente la oración del obispo Manning no le ayudó, senador!

Los reaccionarios creen que los revolucionarios provocan artificialmente las revoluciones. ¡Ésta es una monstruosa patraña! Los esclavistas como el señor Allen son quienes empujan a las clases explotadas y a los pueblos oprimidos por el camino de la revolución. Estos caballeros están socavando el orden existente.

Escritos , Tomo VI
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