La capitulación de Stalin[216]

11 de marzo de 1939

Los primeros informes de Moscú sobre el discurso de Stalin en el actual congreso del llamado Partido Comunista de la Unión Soviética muestran que Stalin, en lo que a él concierne, se ha apresurado a extraer conclusiones de los acontecimientos españoles con miras a un nuevo viraje hacia la reacción.

En España Stalin sufrió una derrota menos directa pero no menos profunda que la de Azaña y Negrín. Se trata, además, de algo mucho más importante que una derrota puramente militar o incluso de una guerra perdida. Toda la política de los «republicanos» estuvo determinada por Moscú. Las relaciones que estableció el gobierno republicano con los obreros y campesinos no fueron sino la traducción al lenguaje de guerra de las relaciones existentes entre la oligarquía del Kremlin y los pueblos de la Unión Soviética. Los métodos del gobierno de Azaña-Negrín no fueron sino un concentrado de los métodos de la GPU moscovita. La tendencia fundamental de esta política consistía en sustituir al pueblo por la burocracia y a la burocracia por la policía política.

Debido a las condiciones de la guerra, las tendencias del bonapartismo moscovita asumieron en España su suprema expresión, pero también se vieron rápidamente puestas a prueba. De ahí la importancia de los sucesos españoles desde el punto de vista internacional y especialmente del soviético. Stalin es incapaz de luchar, y cuando se ve obligado a hacerlo es incapaz de producir otra cosa que no sean derrotas.

En su discurso al congreso, Stalin destrozó abiertamente la idea de la «alianza de las democracias para resistir la agresión fascista». Los instigadores de la guerra internacional no son ahora ni Mussolini ni Hitler sino las dos principales democracias de Europa, Gran Bretaña y Francia, quienes, según el orador, quieren arrastrar a Alemania y a la URSS a un conflicto con la excusa de un ataque alemán a Ucrania. ¿Fascismo? Eso no tiene nada que ver. Según Stalin, no cabe plantear la posibilidad de un ataque de Hitler a Ucrania y no existe la más mínima base para un conflicto militar con Hitler.

Al abandono de la política de «alianza de las democracias» se le agrega de inmediato una humillante adulación a Hitler y un rápido lustrado de sus botas. ¡Así es Stalin!

En Checoslovaquia la capitulación de las «democracias» ante el fascismo se expresó en un cambio de gobierno. En la URSS, gracias a las múltiples ventajas del régimen totalitario, Stalin es su propio Benes y su propio general Syrovy. Cambia los «principios» de su política precisamente con el fin de que no lo reemplacen a él. La camarilla bonapartista quiere vivir y gobernar. Cualquier otra cosa es para ella una cuestión de «técnica».

En realidad, los métodos políticos de Stalin no se distinguen de ninguna manera de los de Hitler. Pero en la esfera de la política internacional la diferencia de los resultados es obvia. En un breve lapso, Hitler recuperó el territorio del Saar, liquidó el tratado de Versalles, puso sus garras sobre Austria y los Sudetes, sometió a Checoslovaquia y a un número de potencias de segundo o tercer orden.

En el mismo período, Stalin sólo obtuvo derrotas y humillaciones en el terreno internacional (China, Checoslovaquia, España). Buscar la explicación de esta diferencia en las cualidades de Hitler y Stalin sería demasiado superficial. Hitler es indudablemente más inteligente y audaz que Stalin. Sin embargo, eso no es decisivo. Lo decisivo son las condiciones sociales generales de los dos países.

Está de moda actualmente en los superficiales círculos radicales meter en la misma bolsa a los regímenes de Alemania y la URSS. Esto no tiene sentido. En Alemania, a despecho de todas las «regulaciones» estatales, existe un régimen de propiedad privada de los medios de producción. En la Unión Soviética la industria está nacionalizada y la agricultura colectivizada. Conocemos todas las deformaciones sociales que produjo la burocracia en la tierra de la Revolución de Octubre. Pero sigue en vigencia la economía planificada sobre la base de la propiedad estatal y la colectivización de los medios de producción. Esta economía estatificada tiene sus propias leyes que se amoldan cada vez menos al despotismo, la ignorancia y el latrocinio de la burocracia stalinista.

En todo el mundo, y particularmente en Alemania, el capitalismo monopolista se encuentra en una crisis sin salida. El propio fascismo es una expresión de esta crisis. Pero dentro del marco del capitalismo monopolista, el régimen de Hitler es el único posible para Alemania. El enigma del éxito de Hitler se explica por el hecho de que a través de su régimen policial expresa más acabadamente las tendencias del imperialismo. Por el contrario, el régimen de Stalin entró en una irreconciliable contradicción con las tendencias de la moribunda sociedad burguesa.

Hitler alcanzará pronto su apogeo, si no lo ha alcanzado ya, sólo para hundirse luego en el abismo. Pero este momento aún no ha llegado. Hitler continúa explotando la fortaleza dinámica de un imperialismo en lucha por su existencia. En cambio, las contradicciones entre el régimen bonapartista de Stalin y las necesidades de la economía y la cultura han alcanzado una etapa intolerablemente aguda. La lucha del Kremlin por su autopreservación sólo agrava y profundiza las contradicciones conduciendo el país a una incesante guerra civil y, en el terreno internacional, a derrotas que son la consecuencia de esa guerra civil.

¿ Qué es el discurso de Stalin? ¿Es un eslabón en la cadena de una nueva política en proceso de formación, que se basa en acuerdos preliminares ya concluidos con Hitler? ¿O es sólo un globo de ensayo, una oferta unilateral para ver qué pasa? La realidad parece estar más cerca de la segunda variante que de la primera. Como vencedor, Hitler no tiene apuro en determinar de una vez por todas sus amistades y enemistades. Por el contrario, le interesa mucho que la Unión Soviética y las democracias occidentales se acusen mutuamente de «provocar la guerra». En todo caso, con su ofensiva Hitler ya ganó algo mucho más significativo: Stalin, que hasta ayer era casi el Alexander Nevski[217] de las democracias occidentales, vuelve hoy sus ojos hacia Berlín y confiesa humildemente los errores cometidos.

¿Cuál es la lección? Durante los últimos tres años Stalin llamó agentes de Hitler a todos los compañeros de Lenin. Exterminó a la flor y nata del Estado Mayor. Fusiló, dio de baja y deportó a treinta mil oficiales, todos bajo el mismo cargo de ser agentes de Hitler o de sus aliados. Después de haber desmembrado el partido y decapitado el ejército, Stalin ahora postula abiertamente su propia candidatura para el papel de… principal agente de Hitler. Dejemos a los mercenarios de la Comintern que mientan y salgan de esto como puedan. Los hechos son tan claros, tan convincentes, que ya nadie logrará engañar con frases ampulosas a la opinión pública de la clase obrera internacional. Antes de que caiga Stalin, la Comintern estará hecha añicos. No será necesario esperar años antes que ambas cosas sucedan.

Posdata. Después de la entrada de Hitler a Praga, se esparcieron rumores de que Stalin retornaría al círculo de las democracias. Es imposible descartar esta posibilidad. Pero tampoco hay que descartar que Hitler haya entrado a Praga con la prueba del alejamiento de Stalin de las «democracias» en la mano. El abandono por parte de Hitler, a favor de Hungría, de los Cárpatos-Ucrania, es una renuncia bastante evidente de sus planes de una Gran Ucrania. Otra cosa es que esto dure.

De cualquier modo, se debe considerar probable que Stalin conociera de antemano la suerte de los Cárpatos-Ucrania, y ésa es la razón de que haya negado con tanta seguridad la existencia de algún peligro por parte de Hitler para la Ucrania soviética. La creación de una frontera común entre Polonia y Hungría puede interpretarse también como una manifestación de la «buena voluntad» de Hitler hacia la URSS. Otra cosa es que esto dure.

Al ritmo actual de desarrollo de los antagonismos mundiales, mañana la situación puede cambiar radicalmente. Pero hoy parecería que Stalin se prepara para jugar con Hitler.

Escritos , Tomo VI
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