Una contribución a la literatura centrista[126]
15 de noviembre de 1938
Rodrigo García Treviño, El Pacto de Munich y la Tercera Internacional (una conferencia y cuatro artículos), Publicaciones de la Asociación de Estudiantes Marxistas de la Escuela Nacional de Economía (México, 1938, 66 páginas).
Este folleto fue editado por la Asociación de Estudiantes Marxistas. Como su nombre lo indica, la asociación se planteó el objetivo de estudiar marxismo. Si acometiera esta tarea, no se podría menos que elogiar un fin tan laudable en estos días de completa prostitución de la doctrina marxista. Desgraciadamente, el prefacio del folleto, escrito y firmado por todos los miembros de la asociación, no constituye ninguna prueba de seriedad.
Seria un error polemizar con jóvenes que todavía no están familiarizados con el abecé del marxismo si ellos mismos fueran conscientes del nivel de sus conocimientos. A cierta edad es natural la ignorancia y se la puede superar con el estudio. Pero el problema surge cuando a la ignorancia se añade la presunción, cuando en lugar de educarse afanosamente se desea educar a los demás. Desgraciadamente, éstas son las características del prefacio. Vamos a señalar los errores principales; seria imposible enumerarlos a todos.
El prefacio intenta establecer una relación entre el desarrollo de la teoría revolucionaria y las distintas etapas de desarrollo de la sociedad burguesa. La intención es muy loable, pero para concretarla es necesario conocer la historia de la sociedad burguesa y la historia de las ideologías. Nuestros autores no conocen ni la una ni la otra. Comienzan afirmando que a mediados del siglo pasado la burguesía «consolidó su poder político a escala mundial e inauguró la etapa del imperialismo», y que fue en este momento que aparecieron las obras doctrinarias y políticas de Marx y Engels. Todo esto es erróneo del principio al fin. A mediados del siglo pasado la burguesía estaba muy lejos de «detentar el poder político a escala mundial». No olvidemos que el Manifiesto Comunista se escribió en vísperas de la Revolución de 1848[127]. Después de la derrota de esta revolución la burguesía alemana quedó nacionalmente dispersa, oprimida por numerosas dinastías. La Italia burguesa no era libre ni estaba unificada. En Estados Unidos la burguesía todavía tenía que pasar por la Guerra Civil para lograr la unificación del estado nacional (burgués). En Rusia dominaban totalmente el absolutismo y la servidumbre, etcétera.
Además, decir que la época del imperialismo comenzó a mediados del siglo pasado es no tener la menor idea del siglo pasado ni del imperialismo. Éste es el sistema económico y político —tanto interno como externo— del capital monopolista (financiero). En la mitad de la centuria pasada sólo existía el capitalismo «liberal», es decir el capitalismo basado en la libre competencia, que en ese entonces tendía a la implantación de formas políticas democráticas. Los trusts, los sindicatos, las asociaciones, se formaron ya bien entrada la década del 30 del siglo pasado y conquistaron progresivamente una posición predominante. La política imperialista en el sentido científico de la palabra comenzó con el siglo XX. Si los autores hubieran leído el conocido librito de Lenín sobre el imperialismo[128] no hubieran cometido errores tan flagrantes. Aunque igual invocan a Lenín. ¿Qué sentido tiene todo esto?
Sin embargo, éste es sólo el comienzo de una serie de tristes malentendidos. Citando, aparentemente de una fuente secundaria, la afirmación de Lenín de que «el imperialismo es la etapa superior del capitalismo», nuestros autores pretenden completar y ampliar a Lenín. «Nuestra generación —escriben—, interpretando a Lenin, puede a su vez establecer como punto doctrinario que el fascismo es la fase superior, el nivel más elevado del imperialismo, la etapa superior del régimen burgués». Estas pretenciosas líneas nos ponen los pelos de punta. «Nuestra generación» tendría que estudiar antes de dar lecciones. El imperialismo es la etapa superior del capitalismo en un sentido económico objetivo; llevó las fuerzas productivas al máximo nivel de desarrollo concebible sobre la base de la propiedad privada y cerró el camino a su desarrollo ulterior. Al hacerlo abrió la era de la decadencia capitalista. Además, al centralizar la producción el imperialismo creó el requisito fundamental de una economía socialista. Por lo tanto, la caracterización del imperialismo como etapa superior del capitalismo se apoya en el desarrollo de las fuerzas productivas y tiene un carácter estrictamente científico.
La conclusión que nuestros autores pretenden extraer por analogía de que «el fascismo es la etapa superior del imperialismo» carece de todo asidero económico. El fascismo es sobre todo el régimen político que corona la decadencia económica. Surgido de la decadencia de las fuerzas productivas, el fascismo no les deja ninguna posibilidad de seguir desarrollándose. El imperialismo fue una necesidad histórica. Marx predijo el dominio del monopolio. Era imposible predecir el fascismo porque en el sentido dialéctico, no mecánico, de la palabra no está determinado por la necesidad económica. Una vez que el proletariado, por diversas razones históricas, fue incapaz de tomar a tiempo el poder y hacerse cargo de la economía para reconstruirla sobre lineamientos socialistas, el capitalismo decadente sólo pudo continuar existiendo mediante la sustitución de la democracia burguesa por la dictadura fascista. Dado que el imperialismo aparecía como la forma más avanzada del capitalismo, el fascismo era un paso atrás, un estancamiento político, el comienzo del descenso de la sociedad a la barbarie.
Nuestros autores se equivocan completamente al tratar de demostrar su descubrimiento (de que «el fascismo es la última etapa del imperialismo») citando las palabras de Marx de que ninguna sociedad desaparece de la escena histórica antes de haber agotado todo su potencial productivo. Porque precisamente el imperialismo agotó su potencial creativo antes de la guerra mundial pasada. La sociedad burguesa no desapareció a tiempo porque ninguna sociedad que se sobrevive desaparece por sí misma. La clase revolucionaria debe derrocarla. La Segunda Internacional, y luego la Tercera, evitaron que se la derribara. Ésta es la única razón de que exista el fascismo. La actual crisis de la civilización es la consecuencia de la crisis de la dirección proletaria. La clase revolucionaria no cuenta todavía con un partido que pueda garantizar con su dirección la solución del problema fundamental de nuestra época: la conquista del poder por el proletariado mundial.
Nuestros autores concluyen del hecho de que el imperialismo haya alcanzado su «ultima» etapa (el fascismo) que es necesario renovar la doctrina revolucionaria. Y asumen ellos esta tarea. Se proponen comenzar con una critica de la doctrina de la Tercera Internacional. Parece que ignoran completamente la enorme cantidad de trabajos que sobre este tema elaboró la fracción bolchevique leninista internacional durante los últimos quince años, especialmente desde la revolución china (1925-1927[129]). Los autores del prefacio tratan a la única tendencia marxista de nuestra época con una impertinencia y ligereza totalmente inadmisibles. He aquí lo que dicen sobre la Cuarta Internacional: «En nuestra opción, (la Cuarta Internacional) indudablemente ha cometido errores —llamémoslos así— que la alejaron de su militancia como grupo de vanguardia». Eso es todo. Una apreciación tal, sólo puede germinar en mentalidades emponzoñadas por el microbio del stalinismo. La Cuarta Internacional es la única organización que realizó un análisis marxista de todos los acontecimientos y procesos del periodo histórico inmediatamente pasado: la degeneración termidoriana de la URSS, la revolución china, el golpe de estado de Pilsudski en Polonia, el golpe de estado de Hitler en Alemania, la derrota de la socialdemocracia austríaca, la línea del «tercer periodo» de la Comintern, el frente popular, la revolución española, etcétera[130]. ¿Qué saben nuestros autores sobre todo esto? Aparentemente, absolutamente nada. Para demostrar la bancarrota de la Cuarta Internacional citan… los panegíricos de Trotsky a Cabrera y a De la Fuente.
El episodio de Cabrera consistió en que este inteligente abogado conservador vio claro a través de las falsificaciones de los juicios de Moscú, mientras que algunos imbéciles de la «izquierda» tomaron por verdadera la moneda falsa. Trotsky llamó la atención de la Opinión pública sobre el análisis jurídico absolutamente correcto de Cabrera[131]. ¡Nada más! Es absurdo considerarlo como una especie de solidaridad política. Hasta ahora nuestros estudiantes «marxistas» no dijeron nada, absolutamente nada, sobre los juicios de Moscú, que tomaron como víctima al partido de Lenín. ¿No es Vergonzoso, en esta situación, detrás de Cabrera? Esta especie de duende para asustar a niños pequeños es una creación consciente del stalinismo. ¡Cabrera! ¡Qué horrible! Sin embargo, desde el punto de vista marxista no hay gran diferencia entre Cabrera y Toledano. Ambos se mueven en el terreno de la sociedad burguesa y ambos reproducen sus rasgos fundamentales. Toledano es más dañino y peligroso porque se esconde tras la máscara del socialismo.
En cuanto a De la Fuente, no tenemos idea de qué hablan. ¿No nos lo explicarán nuestros impertinentes autores?
De todos modos, no hay nada más irresponsable y vergonzoso que basarse en un episodio periodístico de segundo orden para juzgar el rol histórico de una organización que sufrió miles de víctimas. Los autores del prefacio adoptan básicamente el tono del stalinismo. El nudo de la cuestión está en esto: prometen someter todas las doctrinas a una critica «independiente», pero de hecho se inclinan ante la carroña podrida y nauseabunda de la burocracia stalinista. Para legitimar sus penosos ejercicios de marxismo consideran oportuno atacar al trotskismo. Hay que aclarar que este «método» de reaseguramiento es característico de todos los intelectuales pequeñoburgueses de nuestra época.
En cuanto a la contribución de Treviño (el discurso y los artículos), su rasgo positivo es su esfuerzo por evadirse de los garfios del stalinismo y el toledanismo, que por ser la más superficial representa la peor variante del stalinismo, la más insustancial y vacía. La desgracia es que Treviño piensa y escribe como si la historia comenzara con él. Los marxistas analizan todos los fenómenos, incluso las ideas, en el contexto en que se desarrollan. Decir «¡volvamos a Lenín!» o «¡volvamos a Marx!» es muy poco. En la actualidad es imposible volver a Marx dejando a Lenin de lado, pues seria cerrar los ojos al enorme avance realizado bajo la dirección de Lenin en la aplicación, explicación y desarrollo del marxismo.
Ya pasaron quince años desde que Lenin dejó de jugar un rol activo, ¡todo un periodo histórico, pletórico de grandes acontecimientos mundiales! Durante este lapso, el «leninismo», en el sentido formal de la palabra, se dividió en dos alas: el stalinismo, la ideología oficial y la práctica de la burocracia soviética parasitaria, y el marxismo revolucionario, al que sus adversarios llaman «trotskismo». Todos los acontecimientos mundiales pasaron por estos dos «filtros» teóricos. Treviño, sin embargo, se siente con derecho —el derecho de un subjetivista y no de un marxista— a ignorar el desarrollo ideológico real que se expresa en la batalla implacable de estas dos tendencias. Él mismo, sin saberlo, se alimenta de los restos de nuestra crítica, aunque después de una larga demora. Por supuesto, el problema no es simplemente la demora; después de cierto retraso, toda la juventud deberá pasar por la escuela de la Cuarta Internacional. El problema está en que Treviño trata de adaptar su critica a la «doctrina» oficial del stalinismo. Trata de expresar sus ideas revolucionarias a través de amistosas «sugerencias» sobre lugares comunes y banalidades pacifistas y social-imperialistas. Quiere convencer a la Comintern de sus buenas intenciones y de las ventajas del marxismo diluido (o centrismo) sobre el oportunismo directo. Pero la tarea de los revolucionarios no consiste en educar a la burocracia stalinista —¡ya son un caso perdido!— sino en educar a los obreros en el espíritu de la oposición intransigente a la burocracia.
No haremos aquí una evaluación detallada del folleto de Treviño porque para ello tendríamos que comentar cada página y cada línea. Treviño se equivoca aun cuando tiene razón. Con esto queremos decir que incluso las observaciones correctas (y algunas no son malas) se ubican en un contexto incorrecto, en una perspectiva imprecisa, porque el autor sigue siendo básicamente un centrista. Es imposible vivir en esta posición. Treviño tiene la obligación de encarar inmediatamente una revisión radical de su bagaje político, de comparar sus híbridas correcciones al stalinismo con las formulaciones claras y precisas de la Cuarta Internacional. Sólo de esta manera logrará salir de la impasse del centrismo.
Cuando Treviño, en su esfuerzo por hacer una evaluación de conjunto de la Cuarta Internacional, enumera los ocasionales errores que descubrió en uno u otro de sus trabajos, y cuando llega a la monstruosa conclusión de que este movimiento juega un rol «contrarrevolucionario», está tratando fundamentalmente de adaptarse a sus antiguos aliados y camaradas. Mira con temor detrás de él y se encuentra con los bonapartistas del Kremlin. Adopta entonces un tono protector. Se puede aceptar o no sus criticas sobre algunos episodios de carácter secundario referentes a determinadas secciones de la Cuarta Internacional (en general se equivoca). Pero lo falso radica en la manera misma de encarar la cuestión. La tarea y la obligación de un marxista serio es discernir lo básico, lo fundamental, para ver las cosas de conjunto y basar en ello sus juicios. Tememos, sin embargo, que el problema no sea simplemente que Treviño conozca poco la literatura de la Cuarta Internacional. En la actualidad están muy difundidos entre los intelectuales, incluso entre los que se consideran «marxistas», el diletantismo, la superficialidad y la falta de preocupación por la teoría. Es consecuencia de la opresión de la reacción mundial, incluido en ella el stalinismo. Pero es imposible avanzar un solo paso sin retomar la tradición del marxismo científico.
Cuando Lombardo Toledano, con ese gracejo que lo caracteriza, pregunta dónde y cuándo los representantes de la Cuarta Internacional escribieron algo sobre el fascismo, lo único que podemos hacer es encogernos de hombros con lástima. La Cuarta Internacional surge de la lucha contra el fascismo y crece con ella. Ya en 1929 vaticinamos el triunfo de Hitler si la Comintern continuaba en la línea del «tercer periodo». Los bolcheviques leninistas escribieron gran cantidad de artículos, folletos y libros sobre el tema, en diversos idiomas. Que Toledano no los conozca es natural. ¿Pero Treviño? ¿Es posible que insista en hablar de algo que desconoce completamente?
En 1933 declaramos públicamente que si el triunfo de Hitler, garantizado por la orientación política del Kremlin, no le enseñaba nada a la Comintern, significaría que la Comintern estaba muerta[132]. Y como la Comintern no aprendió nada del triunfo de Hitler sacamos las conclusiones pertinentes: fundamos la Cuarta Internacional. Los seudo marxistas pequeño-burgueses, que no sirven ni para demócratas, imaginan que la lucha contra el fascismo consiste en declamar discursos en mítines y conferencias. La verdadera lucha contra el fascismo es inseparable de la lucha de clases del proletariado contra los fundamentos de la sociedad capitalista. El fascismo no es una etapa económica inevitable. Pero tampoco es un mero «accidente». Es la consecuencia de la incapacidad de los degenerados y totalmente descompuestos partidos del proletariado para asegurar la victoria del socialismo. Por lo tanto, la lucha contra el fascismo es, sobre todo, la lucha por una nueva dirección revolucionaria del proletariado internacional. Ése es el significado histórico del trabajo de la Cuarta Internacional. ¡Sólo desde este punto de vista se puede comprender y evaluar su actuación!
La teoría marxista está indisolublemente ligada a la actividad. En esta época de reacción desenfrenada, agravada por la decadencia de lo que hasta hace poco era la Comintern, sólo es posible ser marxista si se es dueño de una voluntad inconmovible, de gran coraje político e ideológico; y de la capacidad de nadar contra la corriente. Esperamos sinceramente que Treviño posea estas cualidades. Si acaba con su indecisión y sus vacilaciones, podrá rendir importantes servicios a la causa del marxismo revolucionario.