FÁBULA XXII

La Lechuza

y

FÁBULA XXIII

Los Perros y el Trapero

(Atreverse a los autores muertos, y no a los vivos, no sólo es cobardía, sino traición.)

Cobardes son y traidores

ciertos críticos, que esperan,

para impugnar, a que mueran

los infelices autores,

porque vivos respondieran.5

Un breve caso a este intento

contaba una abuela mía.

Diz que un día en un convento

entró una Lechuza… miento,

que no debió ser un día;10

fue, sin duda, estando el sol

ya muy lejos del ocaso…

Ella, en fin, encontró al paso

una lámpara o farol

(que es lo mismo para el caso).15

Y volviendo la trasera,

exclamó de esta manera:

«Lámpara, ¡con qué deleite

te chupara yo el aceite,

si tu luz no me ofendiera!20

«Mas ya que ahora no puedo,

porque estás bien atizada,

si otra vez te hallo apagada,

sabré, perdiéndote el miedo,

darme una buena panzada.»25

Aunque renieguen de mí

los críticos de que trato,

para darles un mal rato,

en otra fábula aquí

tengo de hacer su retrato.30

Estando pues un Trapero

revolviendo un basurero,

ladrábanle (como suelen

cuando a tales hombres huelen)

dos parientes del Cerbero.35

Y díjoles un lebrel:

«Dejad a ese perillán

que sabe quitar la piel

cuando encuentra muerto un can,

y cuando vivo, huye de él.»40