Prólogo

El embajador se erguía solo ante el consejo de la Federación. El consejo sabía, sin embargo, que el recientemente nombrado embajador de Zaran no estaba nunca solo.

Él era Uno.

—Necesitaré que la Enterprise lleve a mi Unidad a Zaran —declaró el embajador.

—No hay ninguna ruta —replicó el miembro de Andor—, excepto la que los humanos llaman el sector Marie Celeste… donde todas las naves pequeñas han desaparecido.

—Sí. Por lo tanto, yo solicito la mejor nave estelar.

Un hombre se puso de pie. Era el jefe de Estado Mayor de la Flota Estelar.

—Se trata de su cuello, embajador, pero es mi nave estelar.

El embajador asintió brevemente con la cabeza.

—Yo diría que también se trata de su cuello. Es bien conocida la oposición de usted a mi misión en Zaran.

El jefe de Estado Mayor se irguió en toda su estatura, la cual se equiparaba con la del embajador.

—Es verdad —le dijo—. Le concedo a su Unidad el derecho a ser diferente, pero defiendo con mi cuello el derecho de existencia de todas las otras diversidades. Zaran impone la Unidad por la fuerza. Usted no ha dicho nada en contra de eso. Yo no envío al zagal a guardar al oso.

El embajador se encogió de hombros.

—¿Envía a una ameba para que comprenda a un hombre? Sólo una Unidad puede esperar hacerle frente a una Unidad. Pero tanto si le gusta a usted como si no, la Unidad está llegando a la galaxia. Si es por la fuerza o no, lo ignoro. El movimiento Nuevo Humano impregna ahora su propio planeta. La consciencia colectiva está surgiendo en todas partes. Nosotros somos el mañana.

—O el ayer —le contestó el jefe de Estado Mayor—. Tal vez un callejón sin salida de la evolución. Ha habido muchos. Ningún dinosaurio supo nunca que él no era una solución viable. Usted considera a los de mi pueblo como retrógrados, pero fueron esos retrógrados quienes nos llevaron a las estrellas. Y continúa siendo un anticuado afecto entre seres solidarios el que mantiene a mis naves en funcionamiento. Le daré la Enterprise, donde podrá aprender algo extraordinario a ese respecto. Luego me dirá si es el afecto o la Unidad lo que nos mantendrá en las estrellas.

El embajador sonrió irónicamente.

—«¿No has considerado a mi siervo Job?» —citó.

En la sala se produjo un murmullo de perplejidad.

—Contexto del traductor inadecuado —protestó el andoriano.

—No tiene importancia —replicó el embajador—. No es más que un antiguo texto humano que, según se dice, da cuenta de una situación similar. El siervo de Dios, Job, era el mejor; por lo tanto, fue entregado al diablo para ponerlo a prueba. —Le hizo una reverencia al jefe de Estado Mayor—. Acepto, en los términos y condiciones habituales.

—¿Qué términos? —preguntó el tallerite.

—Que yo pueda llevarme su alma.

Los ojos del jefe de Estado Mayor se endurecieron.

—Embajador Gailbraith —replicó—, daría mi brazo derecho por comandar personalmente esa nave estelar. Dado que no puedo hacerlo, existe sólo un hombre en el que confiaría para que conservara su alma ante el mismísimo diablo.

Gailbraith le hizo una reverencia apenas perceptible.

—El capitán James T. Kirk. Desgraciadamente, el diablo no será su adversario…