9

La consciencia de Kirk parecía flotar en alguna parte por encima de su cuerpo, como si él pudiese mirar hacia abajo y ver las manos veloces y competentes que le vendaban el brazo herido, accionaban el atomizador hipodérmico contra la piel, luego volvían a aplicar presión directa cuando ni siquiera el vendaje detenía totalmente la hemorragia.

Todo aquello parecía no tener nada que ver con él.

Se sentía tremendamente lejano a todo ello, indiferente.

Se le ocurrió con bastante tranquilidad que aquello encajaba con la descripción de la experiencia de la muerte. Una parte de él se rebelaba, pero incluso esa rebelión continuaba siendo remota, y él supo que no le estaba apartando la fuerza vital que le hubiese dado, que le había dado en muchas ocasiones. En una ocasión de más, posiblemente.

—Los colmillos del animal han inyectado un veneno sistémico —dijo la voz de mujer—. Le he dado todo lo que podía contra el veneno y el shock, pero en el estado de debilidad en que se encuentra… podría matarlo.

—Nosotros le hemos matado —declaró la voz de Spock. Las emociones le han matado. Conocíamos el peligro. Nos quedamos ahí hablando como niños. No me eximo a mí mismo. Menos que nadie a mí mismo.

—Ni a mí —dijo ella, sin evadirse del tono acusador.

—Sí. —El vulcaniano hablaba con un tono de ferocidad apenas contenida.

—No resulta lógico ignorar lo que es real, señor Spock. Incluyendo las emociones. Pero es cierto que yo erré los cálculos gravemente.

—¿Cómo?

—Yo había pensado que todavía estaba usted encerrado en sus pautas vulcanianas.

—Espero que aún lo esté. Y que él no muera.

—Es demasiado tarde para usted, señor Spock. Si él vive, usted tendrá que reconocer lo que significa para usted que yo exista.

—No puede significar nada —replicó él con aspereza—. No si él muere. Y tampoco si vive. En cualquiera de los dos casos, yo soy hombre muer… —La voz del vulcaniano se interrumpió—. Soy… un vulcaniano —se corrigió, pero Kirk aún creía haber oído que la voz del vulcaniano decía: «Soy hombre muerto».

Kirk se sintió bruscamente atraído de regreso al interior de su cuerpo, como si su alma estuviese sujeta a un hilo. En una ocasión, en Vulcano, cuando Spock creyó que Kirk estaba muerto, Kirk se enteró de que Spock respondió a la frase de despedida de T’Pau, «Larga y próspera vida, Spock», con un «No tendré ninguna de las dos cosas, porque he matado a mi capitán, y a mi amigo». Ese conocimiento había sacado a Kirk de situaciones difíciles en una o dos ocasiones. Pero ¿qué podía querer decir ahora el vulcaniano… con eso de que estaba muerto aunque Kirk viviese? ¿Algo que tenía que ver con Sola? Desde alguna perspectiva extraña, Kirk podía mirar hacia abajo y ver cómo las manos de Spock se ponían blancas sobre los controles. Pero el rostro del vulcaniano estaba ojeroso y ligeramente ruborizado, como si tuviera una fiebre.

—Él no morirá, Spock —le aseguró Sola—. Y… tampoco usted.

—¿Con qué cuenta para salvarlo? —preguntó Spock¿Con que la ha visto? ¿Con que… la ama?

—En parte —replicó ella—. Pero, principalmente, con que él supo que usted me había visto. No creo que eso se le escapara. Ni que vaya a dejarlo ahora. Se levantaría de entre los muertos si fuese necesario. Lo que podría ser…

Se inclinó sobre Kirk y le tomó el rostro entre las manos.

—No le doy permiso para marcharse. Ninguno de los que estamos aquí le damos permiso.

Él ya sabía que no podía marcharse. Por las manos blancas que se aferraban a los controles, si no por otra cosa, no podía partir. Pero sí que había algo más: las manos que le sujetaban el rostro, y un universo que aún podía regalarle una sorpresa semejante…

Se había sentido cansado un momento. Eso era todo.

Tuvo una cierta sensación de ímpetu, y una vez más su consciencia pareció encontrarse en casa dentro del cuerpo. Ahora sentía dolor, pero también percibía el contacto de las manos de Sola como si una corriente fluyera a través de ellas.

Él abrió los ojos y la miró a la cara. Sólo pudo conservar el conocimiento durante un momento, pero advirtió que ella sabía que había regresado, y desde cuán lejos.

Luego se deslizó a un desmayo corriente, pero desde algún lugar creyó oír que Sola decía:

—Vivirá, Spock. Y usted no tendrá ninguna excusa para no enfrentarse con lo que yo soy.

—Lo que usted es… le pertenece a él.

—Spock, yo soy la única no vulcaniana que puede saber por qué hará falta algo más que palabras para salvarlo a usted. Hay sólo un acto que lo conseguirá.

Spock habló entonces con un tono asesino.

—¡No se atreva a compadecerme!

—Nunca, Spock. Pero tampoco a usted le doy permiso para partir.

Espasmódicamente, Kirk trató de moverse, mientras en su cabeza se disparaban timbres de alarma. Siempre era erróneo pensar en el vulcaniano como si fuese un ser humano. No lo era. ¿Qué mortal vulcanismo conocían Sola y Spock del que Kirk no estaba enterado? ¿Algo que se había disparado a causa de lo que Spock no podía negar que había sentido por Sola? ¿Y algo que Spock no podía obtener porque la consideraba como perteneciente a Kirk…?

Repentinamente, Kirk se dio cuenta de que había visto antes ese aspecto tenso y afiebrado en Spock; hacía mucho tiempo, en Vulcano. Era el pon farr…, la época del deseo sexual, una locura que a Spock le infundía pavor y esperaba que no le llegase.

Kirk luchó para recobrar la consciencia, pero no pudo conseguirlo. ¿Sabría ella qué tenía que hacer…?

McCoy se agitó y abrió los ojos. Su propio dolor era cegador, pero se sujetó el brazo dislocado contra un costado y avanzó trabajosamente hasta donde Sola se encontraba atendiendo a Kirk. Leyó la programación que ella había introducido en el atomizador hipodérmico y la miró con un nuevo respeto profesional. Pero cuando el médico pasó el escáner por encima de Kirk, frunció el entrecejo.

—Está pendiente de un hilo —le dijo a Sola con un susurro. Pero Spock lo oyó. McCoy vio la expresión del rostro del vulcaniano y deseó haber mantenido la boca cerrada.

Al cabo de un momento, Spock estaba enviando señales a la Enterprise e igualando la velocidad de ambas naves para entrar en el hangar de aterrizaje.

—Todo el equipo médico al hangar de aterrizaje —ordenó Spock—. El estado del capitán es crítico.

Poco después se encontraban en el interior; la cubierta de aterrizaje había sido presurizada en torno a ellos. En el momento en que acabó el proceso de presurización, Chapel, M’Benga y un equipo médico avanzaron en grupo hacia la nave exploradora con camillas anuladoras de la gravedad.

Pero Spock se apartó de los controles sin decir una palabra y cogió a Kirk en sus brazos. Sola se lo entregó sin comentarios, pero mantuvo la presión de la mano que todavía detenía la hemorragia.

McCoy pensó que la expresión de los ojos de Spock advertía de algún peligroso estado vulcaniano. Spock sacó a Kirk al hangar de aterrizaje y cruzó por entre el grupo médico sin detenerse.

McCoy hizo una señal para que apartasen las camillas. Era más rápido, incluso más fácil, utilizar la fuerza del vulcaniano y trasladar a Kirk directamente a la enfermería. Y había algo que decir respecto a ser trasladado por una presencia viva en lugar de por una camilla antigravedad. Especialmente si se trataba del vulcaniano, que había sacado a su capitán en brazos de más de un campo de batalla. Esa presencia y el contacto de la mano de Sola podrían muy bien retener a Kirk, dondequiera que estuviese, en un punto del que pudiera regresar.

Chapel inspeccionó el bamboleante brazo derecho de McCoy mientras avanzaban hacia el turboascensor.

—¿Qué cree que está haciendo, paseándose por ahí con eso, doctor? —le preguntó ella. McCoy sacudió la cabeza.

—Ésa es la menor de mis preocupaciones.

En el turboascensor, Chapel llenó de neoprocaína la articulación de McCoy y el dolor disminuyó. Pero McCoy no iba a tomarse el tiempo necesario para que le colocaran el brazo dislocado en su lugar.

Estaban llegando a la enfermería. Spock depositó a Kirk con cuidado sobre la mesa principal de diagnóstico. Las lecturas de señales vitales eran espantosamente bajas. A una señal de McCoy, M’Benga trajo un intravenoso instantáneo para reemplazar la sangre al capitán. Chapel avanzó con una pinza de presión para reemplazar la ejercida por Sola.

Sola tuvo que forzar sus dedos a soltarse, y lo hizo sin poner atención. McCoy tendió su mano sana y cogió la izquierda.

—Espasmo muscular —declaró—. Tiene que haber estado apretándole el brazo como si la vida de usted dependiera de ello.

Ella levantó los ojos con calma y asintió con la cabeza.

—Así es, doctor.

El vulcaniano permanecía de pie, sin expresión, contemplando a Kirk.

Luego Sola se volvió hacia Kirk, y mientras Chapel y McCoy comprobaban las lecturas, la zarana, en apariencia, llevaba a cabo sus propias evaluaciones…, o tal vez tratamiento. Descansó una mano sobre la frente de Kirk, sobre sus sienes, sobre el brazo herido.

Fue Chapel quien señaló que donde Sola lo tocaba, se producía actividad eléctrica que registraban algunos de los instrumentos.

—Como los antiguos modelos Kirlian —le comentó Chapel a McCoy—, que, según se decía, mostraban los resultados de la curación psíquica.

—¿Qué es usted? —le preguntó McCoy a Sola.

—Una mujer de mi especie —replicó ella—. Por desgracia, una que no está unida, y por lo tanto con poderes erráticos. Pero esto debería serle de alguna ayuda.

—¿Curación psíquica?

Sola negó con la cabeza.

—No precisamente. Se trata de una técnica psiónica para transferir energía vital.

Luego se colocó ante la cabeza de Kirk, y le apoyó las manos en las sienes, y McCoy casi pudo ver la energía vital que manaba de ella y entraba en Kirk. El médico no veía ningún mal en ello. Nadie podía hacer mucho mal al capitán en aquel momento. Las señales vitales anunciaban que Kirk estaba muriendo.

Luego, incluso los instrumentos comenzaron a manifestar su acuerdo. La pantalla de la computadora mostró un flujo de calidez, energía, circulación. McCoy vio que los ojos de Christine Chapel estaban clavados en las lecturas de la computadora.

—Los signos vitales aumentan, doctor —comentó. McCoy vio en el rostro de Spock que su control vulcania no estaba casi completamente erosionado.

—Su estado es todavía crítico, Spock —le dijo McCoy—, pero ella está dándole una oportunidad.

—¿Todavía crítico? —inquirió Spock. Recorrió con los ojos los signos vitales—. Hay —concedió— una mejoría visible.

McCoy asintió con la cabeza.

—Estoy diciendo que todavía se encuentra en estado dudoso. El estrés acumulado… y una clase de veneno bastante virulento. Pero usted lo conoce, Spock. Él luchará.

—¿Con qué, doctor? —preguntó Spock con lo que sonaba como amargura—. ¿Cuántas veces?

Sola se balanceó y McCoy se dio cuenta de que tenía el semblante consumido. Avanzó hacia ella.

—Tiene que detenerse ahora mismo —le dijo.

Pero ella negó con la cabeza de forma casi imperceptible y continuó, poniéndose repentinamente blanca como el yeso. Entonces Spock se colocó detrás de ella y le apoyó una mano sobre un hombro y otra en la melena de cabellos leonados, mientras los largos dedos del vulcaniano buscaban puntos de contacto conocidos por su propia tecnología psiónica.

—Déjela continuar —le pidió. Pareció realizar un esfuerzo titánico, y McCoy tuvo la repentina sensación de que era a expensas de las últimas reservas o controles mentales.

McCoy inició una protesta, pero se produjo un nuevo afluir de energía vital al interior de Kirk, como si ella pudiese extraerla del vulcaniano y pasársela al capitán.

Spock tenía que haber adivinado que funcionaría, y así era.

Continuaron hasta que Spock también se puso pálido por el agotamiento; McCoy temió por el vulcaniano, en quien todos tendían a pensar como indestructible. No lo era, como muy bien lo sabía el médico, y no ignoraba que Spock agotaría hasta la última gota de energía vital en aquella tarea.

Pero los signos vitales de Kirk comenzaron a alcanzar el límite inferior normal; su cara tenía incluso un toque de color. Por indicación de McCoy, Chapel le había administrado a Kirk otro poderoso desintoxicante contra el veneno, y sellado el brazo sangrante. Eso tendría que ser suficiente.

McCoy avanzó y cogió una de las manos de Sola que estaba en contacto con una sien de Kirk. Él mismo casi pudo sentir el flujo de algo…, un estremecimiento en su mano.

—Ya es suficiente. Déjelo ya.

Lentamente, ella abrió los ojos y los fijó en McCoy.

—Ya ha hecho el trabajo —le aseguró él—. Déjelo antes de que me encuentre con dos pacientes más.

Ella comenzó a volver la cabeza para mirar a Spock, pero el movimiento forzó un equilibrio precariamente mantenido, y ella se balanceó. Spock la sostuvo y le apartó él mismo las manos de la cabeza de Kirk.

Finalmente, ella cedió.

Pasado un momento, ella se irguió y equilibró su propio peso, tras lo cual se volvió para encararse con el vulcaniano.

—Gracias, señor Spock.

Spock sacudió la cabeza.

—Era necesario. —Él continuaba mirándola con ojos pétreos.

—Spock —protestó McCoy—, ella le ha salvado la vida con casi total seguridad.

Spock le dirigió una mirada fría.

—Ella fue la causa de que él se pusiera en peligro. Como yo mismo.

—Esos seres lupinos excesivamente crecidos fueron la causa de que estuviese en peligro, Spock —declaró McCoy con impaciencia—. Por no mencionar unos cuantos tipos de infiernos diferentes por los que él ha pasado en los últimos tiempos. ¿Y qué ha hecho ella… o usted? ¿Tardar algunos segundos en enfrentarse a lo inaudito?

—Con emociones, doctor. Las mías —replicó Spock.

De forma repentina, McCoy sintió que se disparaban todas sus alarmas médicas. Cuando los platonianos habían torturado y humillado a Kirk, Spock había admitido abiertamente sus emociones por primera vez, pero sólo para insistir en que «Usted tiene que expresar sus emociones… y yo debo dominar las mías». A lo largo de los años, tal vez Spock había perdido esa batalla en algunas circunstancias cruciales, pero jamás se había rendido.

Pero ahora, ¿qué tipo de vulcanismo podía dispararse si Spock no conseguía dominar ni negar lo que McCoy había visto en el calvero? ¿Y qué se suponía que iba a hacer Spock si también había visto lo que sentía Kirk? Justo cuando uno creía haber descifrado a Spock, se abría una trampa debajo de los pies de todos… rápida, y probablemente letal.

—Señor Spock, quiero examinarle —declaró McCoy.

—Doctor —le espetó el vulcaniano—, no va a imponerme ahora su rango médico. No sufro ningún mal que pueda usted detectar ni corregir.

—¿Sufre acaso algún mal que usted sí pueda detectar o corregir? —exigió saber McCoy.

—Médicos —replicó Spock—, curaos a vosotros mismos. Yo tengo un deber que cumplir. —Giró sobre sus talones y se encaminó hacia el intercomunicador—. Puente, mantengan órbita de observación. Suponemos un intento de ocultar trampa de naves estelares. Mantengan la seguridad incrementada en la nave. Spock fuera.

McCoy estaba a punto de comenzar otra vez cuando sintió que Sola le tomaba el hombro dañado. El dolor había vuelto. Antes de que él pudiese protestar contra un agotamiento aún mayor de la energía de ella, Sola le deslizó una mano debajo de la axila y, con un movimiento rápido de fuerza y precisión, deslizó el hueso nuevamente en su articulación correspondiente. Hubo un momento de dolor cegador… y luego, bajo las manos de ella, el dolor desapareció como si jamás hubiese existido… y sintió que se le había curado algo más que el hombro.

McCoy la miró con incredulidad.

—¿Quién es el médico aquí? —protestó.

Ella le sonrió.

—Usted, doctor. Esto no son más que las limitadas habilidades de una cazadora.

—O un milagro —murmuró McCoy.

Spock le interrumpió.

—¿Morirá el capitán? —le preguntó a Sola. Ella se volvió para mirar a Spock a los ojos.

—No. No otra vez.

—Venga conmigo —le ordenó Spock.

Los ojos de ella parecieron aceptar un reto.

—Sí, señor Spock —replicó, y dio media vuelta para obedecer.