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Spock notó que se había establecido algo diferente entre los otros dos, pero era incapaz de determinar su exacta naturaleza.

Su conjetura no cuadraba con la dolorosa tensión que percibía en Sola. A menos que la situación peligrosa por la que había pasado hubiese interrumpido algo.

—Yo recomendaría que nos alejáramos de la vecindad inmediata —propuso. Aún había agitación entre los matorrales, y el efecto del arma de Sola era de duración incierta.

—De acuerdo, señor Spock —dijo Kirk, y miró con un aire algo dubitativo hacia los árboles, los cuales no ofrecían de momento ninguna ruta fácil de acceso para él. Había uno o dos puntos por los que podían intentar trepar un vulcaniano vigoroso o una zarana entrenada. Spock se dio cuenta de que a pesar de que Kirk había llegado por las ramas de los árboles, caminaba cojeando, cosa que transformaría cada paso en un riesgo.

Sola estaba inspeccionando el terreno con la misma perspectiva.

—Es imposible el desplazamiento por el suelo. Todos los predadores que hayan podido olfatear u oír nuestras tres batallas por separado, convergerán en este área. Y dentro de pocos momentos oscurecerá, y no podremos viajar en absoluto…, al menos hasta la salida de la luna. Tenemos que llegar a un lugar seguro.

—¿Dónde? —preguntó Kirk.

—Donde estábamos antes —replicó ella, y Spock vio que el humano parecía sobresaltarse un poco.

—¿Allí? —preguntó.

—La serpiente arborícola, al menos en Zaran, no vuelve a una madriguera que ha perdido. Ni suelen acercarse a ella otros predadores. Cualquier cosa que haya vencido a un dragón de los árboles se supone que es formidable.

Spock le echó una mirada a su san Jorge particular, ahora un poco sucio, e intentó visualizar aquel histórico enfrentamiento del humano con un dragón al que incluso otros predadores del planeta respetaban.

Kirk sacudió la cabeza.

—No fui yo, señor Spock. Ella fue… la formidable.

Spock señaló el cadáver de la criatura felina úrsida que tenía clavada la caña de bambú azul.

—¿Tampoco eso fue obra suya?

Kirk se encogió de hombros, con un gesto que admitía haberlo hecho él.

—La necesidad fue su madre, señor Spock. Pongámonos en marcha. —Hizo un gesto para indicarle a Spock que podía prestarle apoyo para que subiera a los árboles. Pero Spock pudo saltar y cogerse a un asidero; al cabo de un instante estaba en lo alto y se inclinaba para subir al humano. Sola los cubrió desde el suelo, y luego saltó también para aceptar la ayuda de Spock.

Durante un momento, mientras él la subía, los ojos de ambos se encontraron, y él se sorprendió al percibir que no existía ningún muro entre ellos, que no estaba silenciada la vibración transmisora de comunicación que había comenzado a formarse entre ambos. ¿Era posible, entonces, que no hubiese tenido lugar una unión? Pero en ese caso, él debía continuar temiendo por la vida de ella.

Dejó la pregunta a un lado mientras se alejaban. Sola abrió la marcha, escogiendo puntos de apoyo que fueran lo más seguros posible para Kirk con su tobillo dañado. Spock cubrió la retaguardia, y permaneció lo bastante cerca del capitán como para cogerlo rápidamente si el tobillo le fallaba.

Kirk apretó los dientes y avanzó.

Antes de que llegaran a su punto de destino, cayó la repentina noche de los trópicos, y el planeta se volvió tan negro como Vulcano cuando no brillaba la Luna. En aquel lugar, la espesa selva obstruía incluso la luz de las estrellas.

Sola retrocedió para guiar ahora a Kirk, paso a paso. Para el humano aquello tenía que ser tan oscuro como el interior de una cámara hermética. La mujer zarana debía de tener una ligera capacidad de visión. Spock se las arreglaba.

Luego Sola se detuvo. Por primera vez se arriesgó a utilizar el espiral de energía que llevaba en la muñeca, como fuente de luz. Destelló brevemente e iluminó un nido tejido con ramas y un gran hueco en el gigantesco tronco de un árbol. Ambos estaban vacíos.

Se oyó un rugido proveniente del suelo. Spock miró hacia abajo y vio un inconfundible dragón, grande, que no podía compararse con los dragones de Berengaria.

Sólo su gruesa cola era del tamaño de una anaconda terrícola, de aproximadamente unos siete metros y medio de largo. Su cuello medía casi lo mismo. Podría haberlos alcanzado desde el suelo.

Spock se preparó para el ataque, pero Sola envió otro destello de su arma en dirección a la bestia, sin tocarla. Resultó evidente que había aprendido la lección, porque retrocedió, silbando desoladamente. El silbido era debido quizás a gases digestivos, y Spock vio de pronto el chisporroteo de una carga eléctrica que salía de la boca del dragón, quizás algo parecido a las anguilas eléctricas de la Tierra o los grandes pájaros-anguila de Regulus.

El gas se encendió y salió disparado hacia ellos como por efecto de un lanzallamas. Spock se movió para cubrir a los otros dos, pero Sola volvió a lanzar su espiral de energía al tiempo que esquivaba la llamarada.

El fuego cesó. Spock se volvió a la luz de unas pequeñas ramas que ardían, y vio que la serpiente-dragón escupe-fuego sacudía su enorme cabeza y se alejaba. Spock se acercó y partió las ramas ardientes del nido, las llevó a la boca del hueco, y encontró un saliente de madera viva que no ardería rápidamente. Sobre la misma dejó las ramas encendidas para construir una pequeña hoguera.

—Al parecer, nuestra posición ya ha sido suficientemente anunciada —comentó—. No veo nada malo en tener una hoguera, y podría ofrecernos un poco de protección.

Había una cierta satisfacción primitiva en compartir un fuego de campamento después de los peligros con que se habían encontrado solos y en conjunto. Y en los ojos de los otros vio la apreciación de eso al dominar y traer él el fuego.

Pero ése no era un fuego que Spock pudiese compartir. Para él estaba bastante claro que Sola había hecho su elección y que Kirk la había aceptado. La casualidad de una interrupción debida al peligro no podía ser considerada un argumento de peso. El imponer su presencia bien podía costarle a ella la vida. Spock sentía una tensión no resuelta que aumentaba hacia la sobrecarga fisiológica.

Tendió una mano y cogió la pistola fásica inservible que Kirk había llevado de vuelta al hueco.

—Si me lo permiten —dijo Spock—, examinaré la pistola fásica y haré guardia.

Se volvió sin dar tiempo a una réplica y avanzó, rígido, hasta el extremo más alejado del nido del dragón, con una antorcha que se llevó y apuntaló como hoguera y luz solitaria. Comenzó a examinar la pistola fásica, enfocando en ella toda su concentración y haciendo caso omiso de las voces bajas que le llegaban desde el hueco.

Tras unos momentos oyó pasos a sus espaldas. No miró hacia atrás pero supo de quién se trataba.

—¿No irá a «alejarse en medio de la noche» , señor Spock?

Spock levantó la mirada y Kirk se sentó junto a él.

—Estoy intentando reparar una pistola fásica y haciendo guardia. Supongo que me llevará algún tiempo.

—Spock —dijo Kirk—, ella fue tras de mí porque yo no tenía ni la más mínima probabilidad de sobrevivir. Ella contaba con que usted sí podría hacerlo.

Spock se encogió de hombros.

—Ésa era la única elección lógica —replicó—, como yo intenté transmitirle. Sin embargo, el motivo de la elección no altera la elección en sí. —Miró a Kirk—. Ni para ella, ni para usted. Ni yo voy a cambiarla. Ahora, vaya junto a ella.

Kirk negó con la cabeza.

—Jim —dijo Spock—, una vez yo le dije que la mujer a la que usted amaba, Edith Keeler, tenía que morir… por el destino de la galaxia. Yo no vi otra solución, pero fue usted quien tuvo que vivir con la decisión, y con la pérdida. No quiero verle perder a alguien otra vez.

Kirk guardó silencio durante un largo instante.

—Entonces es que lo sabe. O lo ha adivinado. Al menos… yo adiviné, cuando ella me encontró, que era también su vida lo que estaba en juego. Por eso…

—No necesita darme explicaciones.

—¡Yo decidiré lo que necesito, maldición! Y en este preciso instante lo que necesito es que usted regrese a la cueva y luche por ella. Puede que luego le tire de sus elegantes orejas vulcanianas, si tengo que hacerlo. Pero no me escogerá a mí porque sea el que tiene necesidad de que lo rescaten, o porque la Totalidad haya pulsado alguna cuerda.

—Usted fue el elegido desde el principio —replicó Spock.

Kirk se encogió de hombros.

—Ella no le conocía a usted. Spock, Sola está en peligro, y si yo pensara que soy el único medio para salvarla, cosa que me sucedió antes, lo haría. Pero ahora no creo que vaya a funcionar. Ella sintió… incluso en ese momento… que usted estaba en un aprieto.

—Eso no prueba nada.

—Lógica, Spock. Si danzamos al son de la Totalidad, si yo me uno con ella… o incluso si lo hiciera usted… ellos llegarían a controlarla. Spock, ¿hay alguna posibilidad de salvación en el hecho de que nosotros tres… seamos tres, de verdad?

Spock lo miró con atención.

—Desconocido, capitán. Los datos son insuficientes. Kirk tendió una mano y le presentó el comunicador a Spock.

—¿Debo suponer que es pedirle demasiado que vuelva a poner esto en funcionamiento?

Spock lo inspeccionó, cedió a la tentación.

—Considerando que esta vez carecemos incluso de cuchillos de piedra y garras de oso, posiblemente, sí.

Kirk sonrió.

—Me temo que siempre estoy pidiendo demasiado de usted. Ahora, regrese a la cueva.

El vulcaniano se puso de pie sin pronunciar una sola palabra, y le obedeció.