31

Sola se irguió en los brazos del joven. Argunov la había sujetado, y ahora ella sentía que el castigo estaba a punto de caer sobre él.

—No —dijo, casi sin voz—. Hagas lo que hagas, tienes que hacérmelo sólo a mí.

—No será así —replicó Z’Ehlah—. Tus dos hombres están contigo.

Sola levantó la cabeza.

—Ya lo sé. Limita esta prueba solamente a mí. Z’Ehlah negó con la cabeza.

—Ésa no es mi elección, sino la tuya. Y tú la has hecho.

—No —replicó Sola—. Yo no he elegido. Z’Ehlah la miró casi con asombro.

—¿Es posible que no lo sepas? Estás intentando elegirlos a ambos.

—Eso es biológicamente imposible —contestó Sola—. Soy una zarana.

—Es imposible, y podría arrastraros a los tres a la destrucción, pero es lo que tú intentas.

Sola se concentró en poder apartarse de Argunov y moverse.

—Gracias —le dijo al muchacho, y por un instante se concentró en la cara de él, tal vez como recordatorio de otros rostros. Ante sí tenía uno que podría llegar a comandar una nave estelar, algún día, y que jamás iba a hacerlo a menos que ella le demostrase ahora cómo obtener la libertad. Avanzó hacia Z’Ehlah.

Z’Ehlah retrocedió apenas, no rindiéndose sino dejándole espacio.

—Debes saber —le advirtió— que el dolor directo no es más que dolor. Los rebeldes han desafiado al dolor, incluso hasta la muerte, antes de ahora. Es el placer lo que resulta insoportable e irresistible. Haré que lo desees por encima de cualquier otro placer. No puedes escapar de él.

Sola levantó la cabeza.

—Sí que puedo. Yo… he conocido el verdadero placer.

Ella supo en ese momento que sólo los acontecimientos de ese día le permitían decir eso, y que sólo esos recuerdos la harían superar la prueba.

Durante un momento, Sola vio algo en los ojos de Z’Ehlah que podría haber sido pesar, evocación de cosas pasadas. ¿Había existido un tiempo en el que la realidad de su pareja estuvo por encima de cualquier cosa que pudiera ofrecer la Totalidad? Sola dio un paso adelante y el centro zarano reunió todas las fuerzas del punto focal para llevar a cabo la última defensa.

Luego el poder atravesó, candente, la mente de la mujer en una abrasadora capa de llamas, un éxtasis tan intenso que se parecía al dolor. Los zarcillos penetraron profundamente, incluso al interior de su centro de unión. Y contra el falso placer ella sólo podía invocar la realidad. «¡Spock!», se dijo, y luego, por primera vez se permitió pronunciar el nombre: «¡Jim!».

Pero aparentemente había perdido el hilo de contacto mental. Sólo podía llamar en su ayuda a los recuerdos. E incluso éstos parecían desvanecerse ante el abrumador asalto neurológico del placer directo. Ella sólo tenía que permitirlo, y el estado culminante que un ser inteligente tiene la suerte de alcanzar por momentos en toda su vida podría ser suyo siempre que lo invocara o mereciese. Podía comprender a la rata que no dejaba de pulsar la palanca del placer.

Sintió que su cuerpo se estremecía a causa de alguna espantosa enfermedad neurológica, un estado de perlesía, de parálisis en el que sólo podía permanecer de pie… detenida y derrotada.

Sintió que Argunov la sujetaba por los hombros, percibió su joven desesperación. Durante un momento, había creído en ella.

Sola invocó el rostro del muchacho ante sus ojos cegados, y luego otra cara, vulcaniana…, ojos vulcanianos, brazos vulcanianos…

Sola abrió los ojos y dio un paso adelante. Se movía como la víctima de una apoplejía que aprendía a caminar, moviéndose por encima y más allá de los mensajes de un cerebro asolado. Pero se movía.

«¡Jim!» Ojos humanos. Labios humanos, y el sabor de la lucha de él con dragones que arrojaban fuego, y sus propios demonios de celos… y sacrificio.

Sola avanzaba.

Ahora veía a Z’Ehlah, casi paralizada por el esfuerzo realizado para detenerla, y por el pavor casi metafísico que decía que Sola no podía hacer eso. Porque si podía, entonces quizá Z’Ehlah habría tenido la posibilidad de quebrantar el control mucho tiempo atrás. Su pareja habría quedado en libertad…

Sola avanzó repentinamente más allá de la conmocionada Z’Ehlah, en un solo impulso, y alcanzó el panel de control. Lanzó su mano hacia abajo por los interruptores para desconectar los neutralizadores de seguridad, y luego desconectó el panel.

Oyó el zumbido de un transportador zarano a sus espaldas.

Estaba justo a punto de tocar la palanca de color púrpura que constituía la principal sobrecarga energética, cuando una mano cayó sobre ella y la apartó bruscamente del panel.

Era Soljenov.

—Has ido más rápido de lo que yo pensaba, querida mía —le dijo con tono tirante. Tendió una mano para deshacer la peor parte de los daños causados.

El joven Argunov se abalanzó pasando por su lado y tiró de la palanca púrpura.

Saltaron llamas, y algo tronó repentina y ominosamente dentro del cráter. La mitad de las luces aumentaron al máximo y luego se apagaron. El suelo se sacudió.

Soljenov se volvió a mirar al joven vigilante, atónito. Entonces, él mismo concentró una lacerante intensidad de placer directo sobre Argunov. El muchacho se puso rígido y comenzó a desplomarse, pero Sola se encontró de pronto junto a él, sujetándolo por los hombros y mirándole a los ojos.

—¡Argunov! —exclamó—. Vamos. Rómpelo.

Lentamente, los ojos gris azulado se fijaron en ella. Argunov luchó para moverse y la perlesía se apoderó de él. El muchacho temblaba bajo las manos de Sola. Luego sus ojos se encendieron con un salvaje estallido de furia ante un largo cautiverio que de pronto comprendió que lo dominaba por su propia sumisión.

Dio un paso adelante, hasta quedar casi en brazos de Sola, y ella lo sostuvo durante un instante y luego se volvió con él para encararse con Soljenov.

Podía sentir el asombro que se propagaba en ondas por el centro focal de la Totalidad. Por primera vez, las unidades habían visto que alguien desafiaba a la Unidad. Había una joven mujer zarana inclinada sobre un panel de comunicaciones cercano. De pronto, se enderezó y avanzó hacia Argunov y Sola.

Z’Ehlah se recobró para orientar la señal de placer hacia la joven técnica en comunicaciones. La muchacha miró directamente a Sola mientras el temblor casi conseguía derribarla…, pero continuó avanzando.

Sola observó a Soljenov, pero él no parecía tan preocupado como era de esperar. En realidad, daba la impresión de tener su presa en las manos.

De pronto, el suelo se sacudió y se abrió una grieta en el piso, que escupió calor y un ominoso vapor.

Soljenov parecía casi complacido.

—He terminado con esta instalación, querida mía… y con todos los que no estén conmigo. Voy a llevarme la nave estelar. Tú misma te has puesto un tiempo límite para resolver un determinado problema.

Avanzó hasta el panel de comunicaciones y pulsó algunos interruptores.

El holoespacio que había encima de la consola se llenó con siluetas de tamaño natural. Luego se retiró para mostrar que cada una de ellas se encontraba en cornisas separadas por una grieta demasiado ancha como para cubrirla de un salto… y por el lento manar de la lava que erosionaba ambas repisas.

La silueta humana estaba sólo parcialmente consciente. Pero el vulcaniano tenía plena consciencia… de su propia impotencia. No podía llegar hasta el humano; y si hubiera querido escapar en solitario, su camino de retirada estaba bloqueado por el campo psiónico del centro focal de la Totalidad. Ni siquiera Spock, y mucho menos Kirk, podrían haberlo atravesado sin ayuda.

Y dentro de minutos las cornisas se derrumbarían en la lava… si otro terremoto no los arrastraba antes.

—Ahí lo tienes, pues, querida mía —dijo Soljenov—. Puedes salvar a uno de ellos, pero sólo a uno, porque sólo podrás conseguirlo mediante el vínculo con uno de ellos. Unida a él, podrás hacerle atravesar con vida el campo focal. No lo conseguirás de ninguna otra forma.

Ella no se detuvo a escucharle. Echó a correr. El campo de la Totalidad no podía detenerla ahora, y ella tenía el hilo de la dirección, dos hilos.

No estaban muy lejos, pero fue el viaje más largo que había realizado. Corría a saltos por los irrespirables pasadizos sin aire, que humeaban con vapor y azufre como los abismos del infierno humano… o de algunas partes del planeta natal del vulcaniano.

Pero aquello era el infierno. Ella tenía consciencia de que no había salvación, para ninguno de ellos. Al cabo de un momento llegó a una tercera cornisa, emplazada casi directamente entre ellos dos; el flujo de lava saltaba alrededor de la mujer, casi a sus pies.

Kirk ya había recobrado el conocimiento, y ella fue lo primero que vio.

—¡Sola, márchate de aquí! —Estaba casi desnudo y parecía que lo habían arrastrado por la selva.

Luego advirtió la dirección de la otra mirada de ella, volvió la cabeza por encima del hombro y vio a Spock. Profirió una sola imprecación, corta y seca.

—Sácalo a él —dijo Spock—. Kirk puede llegar hasta allí a través de esa cornisa cuando te hayas unido con él.

Spock señaló una estrechísima cornisa que quedaba de un corredor derrumbado, con algunos asideros en lo alto, que un hombre vigoroso podría recorrer sin ninguna interferencia y con toda la ayuda que pudiese conseguir. Lo mismo hubiera dado que estuviera separada de Kirk por una muralla. De hecho, lo estaba. En el momento en que avanzara hacia ella, sería golpeado por el campo focal de la Totalidad.

Si él estuviera unido a Sola, ella podría, tal vez, protegerlo lo bastante como para que lo consiguiera. No podía proteger a ambos. Spock no lo había señalado, pero ella vio el conducto que se combaba entre la cornisa de Spock y llegaba a unos cuatro metros y medio de la suya. Si era capaz de soportar el peso del vulcaniano y él no hacía ningún movimiento en falso, cabía la posibilidad de que él consiguiera avanzar cuidadosamente por el conducto y dar un salto que lo llevara junto a ella. Pero el campo focal también lo golpearía a él, antes de que hubiese avanzado dos pasos.

Kirk también lo vio.

—Spock puede llegar hasta allí por el conducto. Llévatelo primero a él. —El capitán gateó hacia el borde de su cornisa… y golpeó contra el campo. Entonces comprendió. Se echó hacia atrás para salir del campo, y la miró—. Así que… esto es el fin. —Sus ojos se entrecerraron—. Lo que Spock acaba de decir… ¿significa que podrías sacarlo de aquí si te unieras con él?

Ella le dirigió una mirada desolada.

—Sólo puedo sacar a uno de vosotros, o intentar hacerlo. Sólo a uno. Mediante la unión.

—En ese caso, tiene que ser Spock —replicó Kirk, de inmediato.

—No puede ser —lo contradijo Spock—. Eso lo dejamos establecido hace mucho tiempo. —Miró a Sola—. Tienes que tomarlo a él y salir de aquí. Mientras tú ocupas la atención del campo focal, yo tendré la posibilidad de moverme por mis propios poderes vulcanianos. Vete.

Era un buen intento, y una refutación en sí misma de la leyenda de que los vulcanianos no podían mentir. Ella no discutió de inmediato el tema. Si escogía a Kirk, la creencia de él en aquella mentira era la única posibilidad que ella tendría de hacerlo salir.

—El señor Spock —dijo Kirk— está mintiendo con toda su vulcaniana boca. No resultará. No pienso moverme. Pero si ustedes dos se largan de aquí a tiempo, yo podría tener una buena oportunidad. —Se volvió a mirar al vulcaniano—. Señor Spock, saldrá usted de aquí inmediatamente por los medios de que disponga, sin discusión. Es una orden.

Spock lo miró durante lo que pareció un largo rato.

—No puedo obedecer, capitán —declaró—. Algunas cosas trascienden la disciplina del servicio.

Sola miró de uno a otro. Ahora la decisión estaba en las manos de ella. Debía escoger… con decisión.

Entonces supo que no podía escoger. Habría cambiado su lugar con cualquiera de los dos con tal de no tener que escoger. Y si no escogía, ambos iban a morir. Y ella con los dos hombres, porque no se marcharía.

Sin embargo, no había forma de elegir. Extraviados retazos de memoria continuaban llegando a su mente: la primera visión de Kirk en el calvero, su rostro blanco y su aspecto de continuar insistiendo… y aquella repentina tensión que surgió en él al enterarse de qué, y quién era ella… Kirk que regresaba desde la misma muerte en la nave exploradora, porque ella no quería dejarlo marchar… Kirk que la enviaba de vuelta para que soltara las cadenas y espantara a los buitres hasta que Spock quedara verdaderamente en libertad… Kirk en la cueva que el dragón tenía en el árbol… Kirk que saltaba junto a ellos en medio de los antropoides de tres metros de estatura, con su insignificante cachiporra… yendo al encuentro del leopardo. Y Kirk… entrando allí para ofrecerse a la Totalidad a cambio de que su amigo fuera libre y feliz, con la mujer a la que él amaba…

Pero ahí estaba Spock. También ella lo había visto arrastrando cadenas, roca, buitres y todo, y lo había visto liberarse, aunque sólo durante un momento. En ese momento había estado abierto y vulnerable, y en las manos de ella. Y no se había refugiado tras la gran muralla de Vulcano para marcharse a morir en silencio al enfrentarse con la contradicción. Se había lanzado de cabeza hacia la misma, y hacia ella. Y Spock no se había olvidado ni por un momento de Kirk y del precio que éste había estado dispuesto a pagar por la libertad de él.

De repente se dio cuenta de que no había forma alguna de elegir entre dos hombres semejantes. Cualquier elección traicionaría los valores del otro. Peor aún, aquel al que ella no escogiera sabría que no lo había elegido. Y el que eligiese la odiaría por la muerte de su otra mitad.

No obstante, negarse a escoger era traicionarlos a ambos.

Tendría que elegir… ahora. Y hacerlo rápidamente, antes de que el elegido pudiera impedírselo…

Entonces una voz le habló en la mente.

—Así pues, percibes la dificultad del problema.

—Era Soljenov.

—Sí —replicó ella en silencio.

Entonces, la figura de él se formó ante Sola, en un holograma sólo para ella. Kirk y Spock no podían verlo ni oírlo.

Soljenov rió en silencio.

—Éste es el verdadero dilema del diablo, querida mía. Tú habías pensado que Gailbraith era tu diablo personal. Estabas equivocada. Soy yo. ¿Qué estarías dispuesta a pagar para que ellos jamás conocieran tu elección… porque no tuvieras que hacerla?

Ella sintió que la garganta se le contraía.

—¿Qué me pides?

—Más que tu alma.

McCoy luchaba con una febril sensación de Unidad. Había obtenido aquello por lo que pactó, con creces.

Habían llegado a un punto a partir del cual ni McCoy ni Dobius podían continuar. Se encontraron con un campo psiónico que no registraban los escáneres de McCoy, pero que a él le daba retortijones, fuera lo que fuere eso. En este caso, sus piernas se negaban a moverse.

También lo hacían las largas piernas del señor Dobius. Estaban inmovilizadas en algún punto entre el cerebro derecho y el izquierdo. El enorme taniano se atascó y se quedó atontado.

Puede que Gailbraith hubiese podido entrar en el campo, pero se detuvo por ellos.

—Usted tenía que experimentar la Unidad —le dijo a McCoy—. Ha llegado el momento.

Tendió una mano y tocó el rostro de McCoy, y el médico apretó las mandíbulas y no luchó.

—Sáquelos de ahí —dijo.

—Primero tenemos que entrar… a través del señor Dobius —replicó Gailbraith.

Entonces su mente avanzó y disolvió la consciencia de McCoy en los bordes de la Unidad. Era algo aterrorizador, pero no desagradable. Descubrió que podía mirar por los ojos de Gailbraith, sentir el voluminoso cuerpo del hombre, captar su atención a un propósito. Luego se reunió con McCoy y ambos miraron a través de uno de los ojos del señor Dobius. Tenían que encontrarse en la mitad del cerebro que controlaba la Unidad de Gailbraith.

Luego se desplazaron a la otra mitad, y McCoy supo de pronto que se encontraban dentro de la Totalidad. Sintió un enorme flujo de fuerza mental… y luego percibió súbitos remolinos, torrentes, confusión, e incluso rebelión.

La Totalidad era un tumulto. Y sabía, en cada una de sus células individuales, que el volcán estaba entrando en erupción. Pero las células eran mantenidas en sus puestos por Soljenov.

Seguidamente, de forma abrupta, se encontraron en la perspectiva de Soljenov. Parecía estar flotando en el aire por encima de un torrente de fuego… delante de Sola Thane, que se encontraba de pie en una cornisa por encima de la lava ardiente.

Entonces, Soljenov advirtió la presencia de Gailbraith y compañía. Soljenov giró sobre sí y su perspectiva holográfica con él, hasta que McCoy pudo ver a través de los ojos del hombre. A los dos hombres atrapados en cornisas separadas: Kirk y Spock. Soljenov pareció hablarles en voz alta; y McCoy captó un destello de pensamiento con el cual ordenaba que se buscara un holograma de Gailbraith, McCoy y Dobius, a través de los monitores, y se lo proyectara ante el suyo propio. En cuestión de momentos, mientras hablaba, ya estaba hecho, y McCoy vio que Kirk, Sola y Spock lo veían a él en el nuevo holograma. El médico aún podía sentir vagamente los pensamientos de Gailbraith y de su Unidad, así como los de Soljenov, pero ahora también parecía ver con sus propios ojos.

—Como podrán advertir, Gailbraith, doctor y acompañante —les comentó Soljenov—, se ha preparado una prueba. La única forma de salvar a cualquiera de los hombres es que Sola se una con uno de ellos y, en cualquiera de los dos casos, yo tendré entonces mi mujer vinculada para utilizarla como arma…, la culminación de la línea Z de la descendencia de las mujeres zaranas, unida poderosamente con un hombre en una elección de vida o muerte. Con Sola Thane, embajador Gailbraith, la Unidad llega a la galaxia en vida de nosotros dos. La guerra acaba. Todas las preocupaciones de los seres individuales se convierten en antiguas y vacías. La galaxia se vuelve nueva…, el terreno de actividad de una nueva vida multicelular.

—Eso será en el caso de que yo me una con usted —replicó Gailbraith—. En caso contrario, se convierte en una contienda por la supervivencia de la vida multicelular más capacitada. Eso llevará la evolución aún más lejos, quizás. O creará una lucha de titanes que conseguirá que todas las guerras de los seres individuales parezcan insignificantes e incruentas.

Soljenov le dedicó una sonrisa torva.

—Precisamente. Esa guerra de titanes haría que la batalla de Armagedón[2] pareciese un acontecimiento preliminar. No puede establecerse ningún compromiso, Gailbraith. Su hermosa visión de una pluralidad de Unidades no daría resultado. Debe existir una sola entidad total. A la larga, tendrá que ser galáctica; y sólo la Totalidad, con el poder final que le entregará Sola Thane, puede convertirse en esa entidad.

—¿Por qué? —preguntó Kirk, de pronto, desde la repisa en que se hallaba. Tenía una palidez de cera que a McCoy no le gustó, pero Kirk sacó de alguna parte la fuerza necesaria para aquel estallido de pensamiento apasionado que en otras ocasiones había cambiado las cosas para ellos—. ¿Por qué la pluralidad y la diversidad tendrían que significar enemistad? Incluso nosotros, los seres individuales, hemos conocido la amistad, el amor…, una unidad que no tiene por qué significar Unidad. Para nosotros, al menos, la Unidad significa el final de la única entidad, la deshumanización, la despersonalización, la pérdida de identidad. Pero nuestro tipo de unidad… —hizo un gesto hacia Sola y Spock— es un tributo a la identidad individual, a la diferencia. No existe amor, pasión, amistad, ni elección personal última que no dependa de ese único e irreemplazable Uno. Es lo que nosotros echaremos de menos en la Unidad, y el motivo de que hayamos luchado contra ella con nuestras propias vidas. Pero ¿por qué dos Unidades distintas no deberían comenzar a hallar eso mismo la una en la otra? ¿Qué podría evitar que existiera una relación de amistad entre las entidades únicas de Unidad…, amistad, quizás incluso afecto?

—El poder lo evita —replicó Soljenov—. Una entidad crece o muere.

—Los bebés y los niños crecen —declaró Kirk—. Los adultos… aman.

Soljenov se encogió de hombros.

—Puede que usted tenga la suerte de ser un adulto de su especie, capitán. Yo soy un bebé de la mía. El adulto de mi especie no es conocido aún. ¿Puede la oruga concebir una imagen de la mariposa? Sin embargo, la oruga tiene que tejer su capullo. Y yo debo tejer el mío. —Miró a Sola—. Estamos apartándonos del tema. No nos queda mucho tiempo, y ellos… —indicó a Kirk y Spock— tienen todavía menos. ¿Tu decisión?

—Sola —dijo Kirk con tono de urgencia—, no hagas ningún pacto. Llévate a Spock. Yo estaré bien.

Ella se volvió hacia Kirk.

—¿Qué pacto harías tú entonces, y con quién? No. Si rechazo a Soljenov, os dejaría morir. Y si hiciera lo que tú quieres, ¿quedaría algo para los restantes dos de nosotros?

—Tienes razón —replicó Spock—. Llévate al capitán. Yo conseguiré salir por mis propios medios.

—¿Y «podría vivir, sabiendo que has mentido», Spock? —replicó Sola, como si se tratara de una cita conocida por ambos.

Los ojos de Spock se volvieron fríos.

—Si es necesario. Pero vive. Sácalo de aquí. Ella se volvió a mirar a Soljenov.

—No voy a elegir entre ellos dos —le dijo.

—En ese caso, escoges la muerte de ambos —replicó Soljenov—, o aceptas mis condiciones.

—Yo… —comenzó Sola.

—¡No! —tronó Kirk—. Soljenov, usted quiere un alma. De acuerdo. Ha encontrado mi precio. No le prometo que no vaya a luchar contra usted desde el interior, pero me tendrá donde quiere tenerme. Me convertiré en parte de la Totalidad, o de la Unidad de Gailbraith… y tal vez en el puente que las una a ambas. Sospecho que eso podría influir sobre Gailbraith para que se una a usted. Mi nave, Sola y Spock tienen que quedar en libertad…, tanto si lo quieren como si no.

Soljenov sonrió.

—Interesante, capitán. ¿Cree usted que su alma es tan valiosa para mí?

—Sí —fue la réplica de Kirk.

—Gailbraith —preguntó Soljenov—, ¿es verdad que usted aceptaría de buen grado al capitán como un puente entre nosotros?

—Posiblemente —contestó Gailbraith—. Si primero se convierte en parte de mi Unidad.

—¿Y si luego usted no se une conmigo? —inquirió Soljenov.

—Tengo planteada una pregunta —replicó Gailbraith—. Cuando haya sido contestada, le contaré de qué se trata… y le haré saber mi decisión.

Soljenov se echó a reír.

—Cuando yo haya obtenido respuesta a una pregunta propia, y en caso de que acepte al capitán como la mejor oferta… puede que se lo deje a usted.

Spock se volvió a mirar a Kirk a través de la ancha grieta que los separaba; los ojos del vulcaniano eran duros.

—Yo no necesito ni acepto sacrificios.

Kirk lo miró directamente a los ojos.

—Yo no estoy haciendo ninguno. Le he tomado un cierto gusto a la unidad. O la Unidad. Es una solución elegante para un problema insoluble por otros medios, Spock. Los tres hemos luchado con el problema sin hallarle solución. No la hay dentro de nuestros parámetros normales. Yo no puedo quitársela… ni verla con usted. Yo no puedo abandonar. Usted no puede. Ella tampoco. Punto muerto. Pero nada se gana sin pagar un precio. Yo pondré en libertad a la nave y me concentraré en el asunto de la Unidad. No creo que la Totalidad pueda continuar por el camino que lleva ahora si yo estoy dentro. Y de esa forma… yo no estaré solo. Tampoco lo estará usted.

Spock avanzó hasta el borde de su cornisa.

—Al primer intento de poner en práctica semejante decisión, Jim —declaró llanamente—, la convertiré en una solución sin efecto. —Bajó los ojos hacia la lava que corría más abajo.

—¡Spock! —chilló Kirk.

—Esa opción está cerrada —se apresuró a decir Sola, avanzando hasta el borde de su propia repisa—. Soljenov, ninguno de los dos puede ser tuyo. —Ella alzó la cabeza y McCoy supo que recordaría esa imagen para siempre—. Ni… míos —acabó.

—Sola… —dijo Spock.

Era la primera vez que McCoy recordaba haber oído a Spock pronunciar ese nombre. Y se preguntó si sería la última…

—Los dos tienen su misión y su camino en la vida —declaró Sola—, y yo tengo los míos. Nuestros caminos se han cruzado, y ahora deben volver a separarse. Yo no podría quedarme… con uno solo de ellos. Ni regalarle a uno el cadáver del otro. Desde el principio he sabido que no podía haber vida posible para dos de nosotros… pasando por encima del sufrimiento del tercero. Me quedaré contigo, Soljenov, no como arma unida a una pareja, sino con la capacidad de unión ahora excitada. Ése será mi problema. Y tal vez… el tuyo. Dejarás que la Enterprise se marche, y permitirás partir a los Argunov y las Z’Ehlah. Luego tú y yo discutiremos sobre la forma de nuestro adulto, hasta que la mariposa esté preparada para salir de la crisálida.

—¡No! —dijo Kirk.

Pero McCoy se preguntó si todos ellos habían percibido el presagio de fatalidad. ¿Era la forma de manifestarse de la mentira de Sola respecto a que no le sucedería nada malo? ¿O Sola había visto, en realidad, que los dos amigos de McCoy no podían ser de ella? No uno de ellos, tampoco cualquiera de ellos… ni, y que Dios los ayudara a todos, ciertamente no los dos a la vez.

—Sola —declaró Kirk—, tú no vas a… «alejarte en la noche». Tú, más que nadie, te has ganado una suerte mejor que ésa.

Sola sonrió.

—He recibido algo mejor que eso durante este día, de vosotros dos. Eso permanecerá conmigo para siempre. Tendrá que hacerlo. —Se volvió para mirar a Spock—. Hubo una premisa que no comprobamos, señor Spock; y si yo perteneciera a la especie del capitán, y no nos encontráramos ahora ante una prueba, tal vez la comprobaría. Pero en mi especie la respuesta es biológica.

—¿De qué premisa se trata? —inquirió Spock.

Durante un momento, los ojos de Sola Thane se encendieron con una especie de triunfo.

—La premisa de la monogamia, señor Spock.

McCoy vio que Kirk y Spock intercambiaban miradas aturdidas que él no pudo interpretar del todo.

Luego, en el silencio que iba espesándose, Sola miró a Soljenov.

—Ahora, sácalos de aquí.

Los ojos de Soljenov se endurecieron.

—Ésas no eran mis condiciones —le contestó—, y eso no responderá a la pregunta de Gailbraith… ¿verdad, Gailbraith?

—No —replicó el interpelado—. No lo hará.

—En el nombre de Dios, ¿cuál es su pregunta? —estalló McCoy, mientras oía en su propia voz el sonido de la exasperación… y del terror. A ninguno de ellos le quedaba mucho tiempo.

—Yo no la planteo en el nombre de Dios, doctor —le contestó Gailbraith—, sino en el mío propio. Mi pregunta ha sido siempre: unidad versus Unidad. Si, como el capitán afirma, existe un poder de amor individual que no puede ser alcanzado ni igualado por la Unidad…, entonces yo debo mantener al menos una Unidad separada y debemos incluso aprender a amar. Pero si el amor no tiene el poder que él sostiene, entonces será mejor que aceptemos la Totalidad de Soljenov… porque nada inferior a ella evitará el caos. —Sacudió la cabeza—. Pero las meras ofertas de sacrificio no son bastante. La pregunta del amor no puede ser respondida aquí.

—Sí que puede —dijo Soljenov con tono tajante, y miró a Sola—. Aceptaré tu contraoferta, con una condición. Si ese amor que tú profesas es lo bastante fuerte, y si realmente no existe entre dos de vosotros sino entre los tres, si tu unidad es más fuerte que mi Unidad, hay sólo una forma de demostrarlo. Sácalos a los dos de aquí con vida, sin unirte finalmente con ninguno. Si puedes hacer eso, los dejaré marchar, con su nave y sus almas… Sí, incluso a tus Argunov… si ellos deciden marcharse. Luego, tú y yo discutiremos sobre el adulto.

Sola miró la inquietante grieta que se abría sobre el abismo. McCoy vio la delgada tubería por la cual Spock podía intentar cruzar hasta ella, si no hubiera campos psiónicos debilitadores… y si Spock fuera medio mono, medio acróbata, y estuviera completamente loco. Los puntos de apoyo para pies y manos por los que Kirk podía intentarlo, parecían aún más peligrosos. McCoy podía sentir el campo psiónico de la Totalidad, espeso como la goma, que avanzaba ahora para concentrarse en los dos hombres que estaban en las cornisas con… ¿qué era eso? ¿Una especie de placer directo? Vio que el efecto golpeaba al vulcaniano, casi como un dolor; de alguna forma, McCoy podía incluso sentir la naturaleza del efecto en los arremolinados campos de la Unidad: un feroz zarcillo que sondeaba los centros cerebrales del placer, y luego penetraba con violencia en los centros neurológicos reservados para las uniones de por vida. Esos centros de vínculo podían ser fuertes en el vulcaniano. Pero McCoy también los percibió sorprendentemente fuertes en Kirk. En las repetidas ocasiones en que Kirk había perdido a alguien, lo sostuvo el deber para con su nave estelar, sus amigos, la alternativa que le proporcionaban las estrellas. Pero para su amor por la mujer que se lo complementaba perfectamente, que los complementaba a ambos, ni siquiera el antídoto de la nave y las estrellas bastaba. Los dos hombres estaban ahora abiertos y vulnerables, y McCoy sintió que Spock se ponía rígido a causa de la resistencia que oponía mientras los zarcillos sondeaban profundamente su cerebro hasta los centros que pertenecían al placer y lo duradero. El vulcaniano comenzó a temblar de manera incontrolable, a la vez que se balanceaba al borde de la cornisa. Entonces Sola llegó hasta el vulcaniano con lo que fuera que hubiese utilizado para unirse con él. «Somos uno solo, Spock».

No obstante, McCoy sintió que ella no había cortado el hilo de conexión que también la unía a Kirk. También el capitán se estremeció con el mismo efecto. Cayó de rodillas, pero le habló al vulcaniano con tono de urgencia, encontrando aliento para hacerlo.

—Spock, vaya hacia ella. Ahora. Somos uno solo. Ellos no nos quebrantarán, Spock. A ninguno de nosotros. Usted se moverá, y yo también. Tenía razón. Se trata de nosotros… tres.

Spock consiguió levantar la cabeza y mirar a Kirk.

—Es una orden, señor Spock —susurró Kirk—. Necesito… su ayuda.

Spock avanzó. McCoy esperaba no volver a ver nunca a un hombre moverse de esa forma… y nunca olvidar que había visto cómo aquél se movía ahora. El vulcaniano temblaba como si fuera presa de alguna grave enfermedad neurológica, pero fijó los ojos en Sola y dio un paso sobre el delgado y resbaladizo conducto. Spock se movía como si recurriera al poder de la mente por encima del cerebro, tendiendo un puente sobre el caos neurológico que tenía dentro, a fuerza de pura voluntad; como una víctima de la perlesía que estaba aprendiendo a caminar. Sin embargo, ahora también avanzaba por la fuerza de la voluntad de Sola, y tal vez incluso la de Kirk añadida a la propia de Spock.

McCoy no estaba del todo seguro de que Spock hubiera podido caminar por aquella fina tubería por sus propios medios, en uno de sus días buenos. Aunque uno nunca podía saber de qué sería capaz el vulcaniano en un momento de aprieto, especialmente cuando el aprieto estaba cerrándose sobre Kirk, entre otros.

Ahora, desde luego, no había forma alguna de que, bajo el asalto de la sonda mental, Spock pudiera caminar por aquel conducto que se balanceaba y hundía. Pero estaba haciéndolo. De alguna parte, apareció un muchacho rubio en la repisa de Sola, y la sujetó para anclarla al borde mientras ella le transmitía su fuerza a Spock. Kirk tenía aspecto de estar fundido en un circuito de tres canales. En el mejor de los casos, entre el final de la tubería y Sola, había un vacío que tenía aspecto de requerir un salto a la carrera.

Luego, cuando Spock había casi llegado al final del conducto, sus pies resbalaron sobre el mismo. Cayó.

Los ojos de McCoy quisieron cerrarse apretadamente, pero él vio que Spock se precipitaba hacia la lava. Entonces, de alguna forma, una de las manos del vulcaniano se aferró a la tubería, la cual descendió bajo su peso y volvió a su posición anterior. Cuando llegó al punto más alto del ascenso, Spock se balanceó hacia arriba y se lanzó en dirección a Sola…, tras lo cual se soltó para arrojarse a través de los cuatro metros y medio de espacio abierto sobre el abismo.

La mano de Sola cogió a Spock por las puntas de los dedos. Él estaba resbalando, a punto de volver a caer. Entonces consiguieron aferrarse el uno al otro, por pura necesidad, y Spock se cogió al borde de la repisa, subió y avanzó hacia el interior.

McCoy respiró.

Durante un momento, ambos se abrazaron al borde de la repisa. Después se apartaron y miraron a Kirk.

La cornisa en la que se encontraba el capitán estaba ya muy erosionada, y él mismo parecía al borde de su resistencia. McCoy no quería ni pensar en las repercusiones médicas de ese día sobre Kirk. Habría estado avanzando por simple y puro valor durante la mayor parte del mismo. Y no había forma de que ahora pudiese atravesar por aquel estrecho apoyo para pies y manos, con un calor que habría bastado para desmayar a un vulcaniano, mientras soportaba los terribles efectos del placer directo. McCoy podía sentir el efecto de esa energía desde la periferia del mismo, y conocía los antiguos experimentos realizados con animales. Aquel placer, continuado e insoportable, habría hecho que un animal se acurrucara y permaneciera con el placer hasta morir.

En los ojos de Kirk, McCoy vio la terrible fatiga y la seguridad de que Spock estaba ya completamente fuera de peligro. Si Kirk se dejaba ir, Sola y Spock estarían juntos. La Totalidad no tendría dominio alguno sobre ellos. Y él podía esperar que al fin podrían recobrarse y continuar.

—¡Jim! —lo llamó McCoy—. No lo crea. Ellos no lo conseguirían. Se trata de ustedes… tres.

McCoy vio que el capitán levantaba la cabeza y lo miraba. Entonces, Kirk gateó hasta el borde y de alguna forma consiguió deslizarse hasta el estrecho saliente.

Era un error. El control de Sola se había tensado hasta el punto de la ruptura al ayudar a Spock. McCoy podía sentir que había estado casi a punto de caer en la unión exclusiva de dos con Spock, excluyendo a Kirk. McCoy no veía cómo habría podido ella evitarlo, pero era la sentencia de muerte de Kirk. El capitán nunca lo conseguiría, enfrentado por el campo psiónico y la seducción del placer directo. Se quedó parado en el primer asidero, balanceándose sobre el fuego.

—Sola —dijo McCoy—. ¡Spock! Ustedes dos tienen que luchar, alcanzarlo. —No parecían capaces de apartarse del efecto que los atraía imperiosamente el uno hacia el otro—. Es inestable —declaró de pronto McCoy, en tono de imprecación—. Inherentemente inestable, el número tres.

Lentamente, Sola se volvió para mirar a McCoy. Sus leonados ojos tenían un aire abstraído, como si un plan o una desesperación estuviese formándose en ellos.

—¡No! —le contestó, pero el tono era desesperado. Intentó alcanzar a Kirk con la mente, pero ésta permaneció con Spock.

McCoy se maldijo por idiota. ¿Cómo podía esperarse que ella conociera a Spock como lo había conocido, en cuerpo y testaruda alma vulcaniana… y no se fundiera con él como una sola carne, una sola alma? ¿Y cómo podía Spock no corresponderle? «Y los dos serán una sola carne…» Tal vez eran siempre sólo dos personas las que podían considerarse mutuamente como el más preciado tesoro. Y por la naturaleza de la realidad, si había tres, alguien siempre tendría que llegar al punto de tener que elegir, una elección irrevocable…

Spock se movió de forma repentina, como para romper el dominio de algo que lo había capturado. Luego saltó al estrecho saliente y comenzó a avanzar hacia Kirk.

Algo pareció romperse entonces dentro de Sola, y ella intentó alcanzar mentalmente a Kirk…, a los dos. Una vez más, McCoy percibió un esfuerzo por restablecer el flujo de energía de tres canales. Kirk se estremeció e intentó avanzar centímetro a centímetro, también él como una víctima de la perlesía, mientras Spock se desplazaba hacia él desde el otro extremo.

Pero, de pronto, McCoy se dio cuenta de que tenía razón. Era concebible que los tres pudiesen superar ese momento. Pero ¿cómo podrían superar el hecho de que acababa de producirse una alternativa de vida o muerte, y que se producirían otras? En alguna parte se les presentaría otra elección que finalmente tendría que ser hecha, de manera irrevocable y en un instante, sin posibilidad de negarse a elegir.

Y muy bien podría ser ahora…

McCoy sufrió un violento cambio de perspectiva y se encontró con que era empujado corredor abajo por Gailbraith, el cual evidentemente quería llegar en persona a la escena de los acontecimientos…, no presenciarlos a través de un holograma.

McCoy sintió de pronto que Soljenov había tenido el mismo pensamiento y estaba avanzando.

Pero McCoy tenía el terrible temor de que todo hubiera concluido cuando ellos llegaran.