13

Kirk se encontraba solo en algún lugar lejano. Pero era un sitio en el que no existía la soledad. Sólo tenía que dejarse llevar, dejarse ir, y no tendría que estar encerrado en su cráneo individual, su cuerpo testarudamente solitario. Eso sería un alivio, le abriría el camino a algo que sabía que, para dejarlo pasar, él tenía que hacerse a un lado. Sin ningún conocimiento claro, sabía que una bomba de relojería estaba descontando los segundos para el vulcaniano, y que Sola tenía alguna respuesta para ello. Él habría dado cualquier cosa porque no la tuviese. Excepto lo único que costaría: la vida de Spock.

Luchó para recobrar el conocimiento, consciente de la urgencia de llegar hasta ellos. Pero la Unidad volvió a arrastrarle hacia atrás. Ofrecía una ilusión de seguridad, una presencia que le había salvado en una ocasión… y le había dejado marchar… Ojos grises y boca irónica; una calidad de certidumbre que le había advertido que encontraría lo que necesitaba… en el planeta en que la había encontrado a ella… ¿Y cómo lo habrían sabido los ojos grises? Kirk luchaba por recobrar un recuerdo vago de esa presencia de ojos grises. Le había tenido en su poder, salvado de algo y, temporalmente, dejado que se marchase. Pero la imperiosa invitación continuaba allí.

Luego, abruptamente, se vio apresado en otra corriente, otra llamada hacia una Unidad diferente…, ésta tan totalmente extraña que él retrocedió, sabiendo que le era del todo ajena y entrañaba un peligro absoluto. Le buscaba con un poder que resultaba incontestable. Era un canto de sirenas. No sirenas del cuerpo, sino de la mente. Sirenas de lo desconocido…, y él siempre había sido el Ulises que se habría hecho atar al mástil para poder oír el canto de las sirenas.

Pero en ese momento no se hallaba sujeto a ningún lugar seguro, y las sirenas de la Totalidad le estaban reclamando…

Kirk creyó sentir que alguien lo cogía de una mano. Se aferró a la mano de ese alguien como a una cuerda de salvamento, triturándola, pero no la trituró. Cogido a ella tiró de sí, con pleno conocimiento de que había estado muy cerca tanto de la muerte como de la Unidad.

Durante largo rato se limitó a mirarla y aferrarse a esa mano. Por fin, dijo:

—Ésta es la segunda vez que se niega a dejarme marchar. Me hace sentirme incómodo.

Ella le sonrió.

—No voy a disculparme. ¿Adónde habría ido, esta vez? Él meneó la cabeza.

—Tenía un… un sueño, posiblemente. Dos fuerzas de Unidad luchaban por mí, y una de ellas era… Totalidad. No se podía luchar contra ella. Un canto de sirenas de la mente, cantado exactamente para mí. Sola…, alguien ha planeado esto.

Ella frunció el entrecejo.

—El mismo pensamiento me ha pasado por la cabeza. Pero ¿cómo? Y… ¿quién? Puede que alguien se haya enterado de que yo acudiría aquí. Es posible que alguien haya dispuesto las cosas de forma que usted viniese. ¿Pero quién podría saber el efecto que tendría nuestro encuentro? Yo no he pronunciado su nombre, en voz alta, durante años.

Él sonrió.

—Tal vez… para una mente lo bastante astuta… estaba escrito en nosotros. Simplemente constaba en nuestros expedientes. Por la misma razón que yo conocía el suyo, y usted el mío.

—Spock… también lo conocía.

—Me pregunto si alguien contaba con eso. —Tiró de ella para que se sentara junto a él—. Sola, dígamelo ahora. ¿Cabe la posibilidad de que usted misma haya dispuesto esto? Ella se sentó muy erguida.

—Cuando vi a la Enterprise, envié una señal en código de agente autónomo solicitando que le ordenasen regresar. —¿Regresar… cuando usted sabía quiénes éramos, y necesitaba ayuda?

—No creía que su nave estelar, ni usted, fueran a sobrevivir sin que se apoderaran de ustedes. La Enterprise es un arma demasiado peligrosa como para entregársela a la Totalidad. Y entregarles su persona sería aún más peligroso.

—¿Un solo hombre?

—Usted es conocido en toda la galaxia como el capitán de nave estelar que constituye un símbolo y una realidad de lo que nos llevó a las estrellas. Usted es el último hombre que se decidiría por la Unidad. Pero si ellos pudieran reclamarlo como propio… ¿qué resultado tendría respecto a la causa que ellos defienden?

Kirk negó con la cabeza.

—¿Soy yo la última ameba? Sola, ¿cómo podemos saber que Gailbraith no tiene razón… en eso de que estamos defendiendo nuestras pequeñas vidas limitadas contra el gran experimento multicelular de la evolución? Fue esa primera burbuja multicelular la que por fin salió a tierra firme y subió hasta las estrellas.

—Ésa es la pregunta que me llevó de vuelta a Zaran —replicó ella.

—¿Para hacer qué? —inquirió él—. Lo que jamás he comprendido es cómo pudo renunciar a su nave estelar.

—Usted arriesgó la suya en una ocasión… junto con su mando y su carrera… para llevar a Spock a Vulcano en contra de las órdenes directas de la Flota Estelar. Conozco Vulcano lo bastante bien como para saber que lo hizo para salvarle la vida…

Kirk se encogió de hombros.

—En ese caso sabrá que no había discusión. No es lo mismo que renunciar a las estrellas por una causa abstracta. ¿Para liberar a su pueblo?

—Por eso, y por más. Vi que la galaxia tendría que enfrentarse con la Unidad, y que Zaran se convertiría en el punto focal. Creo que la Totalidad ha encontrado la forma de utilizar los poderes nativos de las mujeres de mi especie para obligar a las naves perdidas a formar parte de la Totalidad. Podrían estar aproximándose a la solución para imponerla en toda la galaxia. Si consiguiera hacer que otras unidades formaran parte de ella, como la de Gailbraith… o capturarle a usted… o ambas cosas… se apoderarían de la galaxia.

Kirk comenzó a sentarse y descubrió que no podía hacerlo.

—Tengo que poner sobreaviso a Spock. En el sueño… recordé que Gailbraith me advertía… que la esperase a usted. Si él está detrás de esto, si él nos ha reunido… —La cogió por una mano—. ¿Qué poderes tienen las mujeres de su especie, Sola?

—Cuando nos unimos con un compañero de por vida —replicó ella—, es una unión psiónica. Fuera de la misma, la mujer puede crear una unión psiónica más amplia. Antes, en la tribu para ir de caza. Ahora, puede conseguirse que ciertas mujeres hagan unirse a todo un planeta, quizás incluso una galaxia.

—¿Y usted? —preguntó él.

—Lo ignoro —le contestó ella con un tono que le recordó a Spock—. Pero la Totalidad cree que estoy en la cabeza de la lista. Tal vez incluso que yo poseo un nivel nuevo de poder.

Él miró la unión de las manos de ambos.

—En ese caso, jugaría en ventaja de ellos… conseguir que se uniera en pareja de por vida.

—Se ha intentado. Varios hombres fueron «puestos en mi camino». Sin éxito. Hasta a…

Él levantó una mano para evitar que lo dijese. Pero la mano le acarició los labios, luego el rostro, para deslizarse después entre la melena de cabellos leonados y atraerla hacia él.

—Si ése era su plan —murmuró Kirk—, saquemos el mejor partido de él.

Kirk la sintió sonreír contra sus labios.

Pasado un momento ella levantó la cabeza y lo miró.

—Si ése es el plan de ellos —consiguió decir—, estamos jugando con antimateria.

Él rió suavemente.

—Lo estamos haciendo, en cualquier caso. —Luego lo acometió un pensamiento y la otra parte de su sueño le volvió a la memoria—. Sola… ¿está bien Spock?

Por el rostro de ella pasó una expresión que no pudo interpretar.

—Spock está… bastante bien.

Ahora comenzaba a recordar.

—En la nave exploradora dijo que era hombre muerto.

Y tú… sabías qué quiso decir con eso. Afirmaste que sólo un acto lo salvaría. Sola…, no puedo haber entendido lo que decías.

—Lo entendiste perfectamente.

—En ese caso, ¿Spock tendrá que enfrentarse con tu presencia de alguna forma? Yo vi que él se daba cuenta de eso en el calvero. Y tú no eres… un sueño de la filosofía vulcaniana. Pero, por otra parte, el propio Spock no ha sido nunca precisamente contemplado por la filosofía vulcaniana.

—No.

—Seguramente te encontrará… de lo más insólita. —Kirk sonrió—. Pero ¿por qué no? Y con esas emociones que él, por supuesto, no tiene, estará furioso contigo y consigo mismo por lo que me sucedió. Tal vez al vulcaniano primitivo que hay debajo de esa apariencia le habría gustado romperte el cuello… o al menos retorcértelo. Pero resulta obvio que Spock no ha hecho nada semejante. —Los ojos de Kirk se entrecerraron al advertir algo extraño en la línea de la mandíbula de ella—. ¿O sí lo hizo? Sola…, antes, cuando él te vio por primera vez, pensé que… se le había disparado una antigua pauta vulcaniana. Espero haberme equivocado.

Calló, y ella no le dio ninguna respuesta, dejando que fuera él quien lo conjeturase. Sólo entonces, Kirk se dio cuenta de que había algún cambio sutil que había percibido en Sola, algo que ella había estado diciéndole sin palabras.

—¿Tú dijiste… que sólo un acto, una alternativa lo salvaría?

Ella asintió con la cabeza.

—Y yo sólo tenía una elección, si él era lo bastante Spock como para salvarse. La hice.

La mano de él apretó la de Sola, y luego la soltó repentinamente como si se hubiese sorprendido haciendo algo impropio.

—¡El error es mío! —dijo.

Ella apartó bruscamente la mano y se puso de pie.

—Es mío —replicó—. Ése fue el riesgo que acepté.

La mano de él volvió a salir disparada, la aferró por una muñeca y tiró de ella con una fuerza sorprendente.

—Basta —le ordenó—. Si elegiste, puedes perfectamente quedarte, maldición, hasta que yo lo haya entendido.

Ahora ella le miró con mucha atención y vio la tensión, el esfuerzo, el orgullo.

—¿Es posible —le preguntó— que fuera sincero lo que nos dijiste… a los dos?

Entonces ella se echó a reír.

—Tenían que enviar al único hombre de la galaxia que sabría que era ésa la pregunta correcta.

—Respóndeme.

—Sí. En todo momento. Con toda exactitud.

—Cuéntamelo ahora, con toda exactitud.

—El control fisiológico vulcaniano puede ser quebrantado. Por una cantidad excesiva de contactos mentales, por una Unidad, por afinidad personal. Amor. O la necesidad del mismo, la esperanza, la añoranza. E incluso por la búsqueda filosófica de la salida de la caja vulcaniana —replicó Sola—. Si tú existes, la teoría vulcaniana de la carencia de emociones de Spock estaba tensa, al borde de la ruptura. Si también existo yo, mi «lógica» podría ser el junco que le quebrara.

—¿El corazón? —comentó Kirk.

—Literalmente —le dijo Sola—, él estaba dispuesto a morir para no imponer las consecuencias del estado en que se hallaba sobre mí… ni sobre ninguna de las humanas de tu tripulación, que son demasiado frágiles. Pero yo no estaba dispuesta a dejarle morir. Le dije que te dejaría sin ningún otro lugar al que acudir excepto la Unidad. Él no estaba dispuesto a abandonarte a eso. Pero es lo bastante vulcaniano como para que no le quedara otra elección…, excepto una. Y era lo bastante Spock como para tomarla.

—Tú… ¿lo hiciste sólo para salvarle la vida?

—No. Lo habría hecho por eso. Pero no fue ésa la razón que me impulsó. Él es Spock.

Kirk suspiró.

—Sí. Lo es.

Ella levantó la cabeza.

—También tenía otro motivo. No habría quedado elección ninguna para nosotros dos si yo hubiese destruido a Spock. Ahora hay una, y depende de ti.

—¿Le dijiste a Spock eso?

—Sí. Además de que no era una traición.

—¿No lo es? No para ti, posiblemente. Sola… ¿acabas de decir que la elección es mía?

Ella asintió con la cabeza; de pronto había adoptado un aire cauto.

—Entonces, vuelve junto a él.

Ella se echó hacia atrás como si él la hubiese golpeado. Esta vez, Kirk se sentó, indiferente al dolor y a los tumbos que daba la habitación. La atrajo hacia sí y la abrazó como si eso fuese un castigo para ambos. Lo era. Él no podía dejar de ver la imagen demasiado nítida de otros brazos que la rodeaban. Y ella no podía perdonarle por haberle dicho que se marchara… ni tampoco podía apartarse de Kirk. Él no la soltó hasta que estuvieron ambos destrozados, con plena consciencia de que era algo que no tendrían que haberse permitido saborear. Bebe a fondo… o no saborees…

—¿Suponías que ahora iba a apartarte de él? —preguntó Kirk.

Ella se puso en pie de un salto y sus ojos expresaron enojo.

—¡Sí! Él no necesita ningún favor.

—Yo sé lo que él no necesita. Y lo que sí. Sola, me he roto… la anatomía… intentando sacar a Spock de esa caja. Y si tú lo has logrado… aunque sólo sea durante un momento… —Sacudió la cabeza—. Si vieras a Prometeo encadenado a la roca, continuando adelante a pesar de ello, arrastrando cadenas, roca, buitres y todo… y luego, por un instante lo vieses libre…

Él se mantuvo sentado por la fuerza de la mano de ella y la miró como si fuera a partirla por la mitad.

—¿Es mía la elección? —exigió.

Ella alzó la cabeza y lo miró a los ojos.

—Sí.

—En ese caso, cuando te marches de esta habitación, no volverás a entrar a menos que te lo exija tu deber profesional. No tienes que acordarte de que existo. Lo que podría haber sido, durante los próximos días al menos, no puede ser mío. Acudirás a su lado, y serás para él… lo que eres. ¿Harás eso?

De pronto, Sola se encontraba de pie, rígida, a la manera militar de enfrentarse con el castigo. Su rostro era el campo de batalla entre la sensación de que era lisa y llanamente imposible… y la repentina consciencia de que no lo era.

—Te he dado mi palabra —replicó sin expresión.

—No como castigo —dijo él—. No si es realmente un castigo.

—¿Y si no lo fuera? —preguntó ella, claramente sin perdonarle y sin querer hacerlo.

Él apretó la mandíbula.

—Vete, entonces.

—¿Por él? —preguntó Sola.

Él sabía que Sola podía ver que la debilidad volvía a acometerle.

—Sí —replicó—. Y por mí. No has terminado con Spock. Puede que nunca termines con él. Sola, yo soy, en toda la galaxia, el mayor experto en Spock. Si tú le has visto comenzar a sacudirse de encima a los buitres, no puedes tener ojos para nada más. No ahora. Puede que le tire de sus vulcanianas orejas… —ahora estaba temblando y apenas podía mantenerse sentado—, más adelante —comentó con tristeza, y ella le ayudó a tenderse de nuevo.

Ella le puso una mano sobre la frente y lo alivió con un toque de energía vital hasta que cesaron los temblores.

—Idiota —dijo—. Yo soy la estúpida. Ahora me marcharé. Pero voy a regresar.

Él le cogió la mano.

—No. Me has dejado la elección a mí.

Entonces ella lo miró a los ojos.

—No puedo responder de lo que sentiré por Spock después de esos días.

—¿Supones que no lo sé? —le preguntó él con voz áspera—. Pero ¿no sabes… que también quiero poner en libertad a ese Spock? Me he roto la cabeza para arrancar a ese Spock de las ataduras, durante años.

Ella se limitó a permanecer de pie y mirarle; por primera vez no encontraba palabras.

—Has dicho lo único que me haría marchar… y lo has convertido en imposible.

Él le sonrió débilmente.

—Lo conseguirás. Yo quiero… también esa Sola.

—Yo quería esa Sola… de ti.

—Eso me habría gustado —fue la respuesta de Kirk—. Es culpa mía. Tendría que haberte seguido hasta los confines de la galaxia, hace años.

—Sí —dijo ella, y Kirk percibió la aspereza de su voz—. Tendrías que haberlo hecho.

Él levantó la cabeza y supo que en sus ojos se reflejaba el enojo que sentía hacia ella.

—Tú sabías dónde estaba yo. —Le hizo un gesto brusco en dirección a la puerta—. Llama a Spock.

—¿A Spock? —inquirió ella, asombrada.

Él asintió con la cabeza.

—Puedo permitirme ese lujo.

Ella avanzó hasta el intercomunicador.

—También él.

Antes de que pudiera pulsar el botón, las puertas se abrieron y Spock apareció.

—Señor Spock, informe —pidió Kirk.

—¿Sobre la nave? —le preguntó el vulcaniano, involuntariamente.

—Desde luego que sobre la nave, señor Spock —replicó Kirk con una cierta malévola inocencia. Si exceptuaba tirarle de las orejas, tendría que conformarse con ese tono.

—Todos los sistemas vitales parecen estar… en correcto funcionamiento —replicó el primer oficial, que posiblemente no se quedaba atrás en inocencia.

—¿Incluyendo el suyo, señor Spock? —le preguntó Kirk, refiriéndose de forma inequívoca al propio vulcaniano.

—Estaba refiriéndome explícitamente a los sistemas mecánicos, capitán.

—Desde luego. Muy bien, continúe así, señor Spock.

—¿Señor? —El vulcaniano parecía ligeramente escandalizado.

—Puede marcharse, señor Spock. Tiene usted… el mando, entre otras cosas… hasta nueva orden. No voy a necesitarlo.

—Señor —declaró con firmeza Spock, que comenzaba a comprender la situación y no estaba seguro de que le gustase—. Yo estoy… en perfecto funcionamiento.

—Nunca lo he dudado —contestó Kirk—. Yo, sin embargo, no lo estoy, por el momento. Lárguense de aquí los dos y déjenme gandulear.

Durante un momento, vio que Spock se encontraba con los ojos de Sola y veía que ella se sentía muy orgullosa de los dos.

—Ya veo —dijo Spock—. Tomo nota de las recomendaciones, capitán. No obstante, estaré bastante ocupado con los deberes del mando. Dado que no está usted recuperado, le daré un informe completo… más adelante.

Comenzó a volverse.

—¡Spock! —exclamó Kirk en un tono que habría cortado el vidrio—. Ahora, señor Spock.

El vulcaniano se volvió a mirarlo, pero ahora la persona había desaparecido y quedaba el oficial, que miraba a Kirk con el respeto no expresado de los años que llevaban juntos.

—Capitán —le dijo—, estamos en situación siete, bajo ataque mental alienígena. Me veo obligado a concluir que usted es uno de los blancos principales, quizás el blanco principal, y la presencia de Sola podría estar relacionada con el peligro que corre usted. Han hecho que miembros de la tripulación desbloquearan cierres esenciales y sabotearan los sistemas de alarma. Hemos detectado en el planeta que tenemos debajo unas lecturas de energía geotermal camuflada, así como lecturas de forma de vida inteligente, en un volcán solitario cercano al calvero en el que aterrizó Sola. Se trata sin lugar a dudas de la base avanzada de la trampa para naves estelares de la Totalidad de Zaran. Están apoderándose de nuestra tripulación, y la Enterprise, al ritmo actual, caerá rápidamente presa del síndrome del Marie Celeste.

Kirk se limitó a mirarlo durante un momento, luego bajó las piernas y se puso de pie. Sola estaba lo bastante cerca como para cogerlo cuando cayó…