21

McCoy se volvió a mirar a Gailbraith. Había llevado al embajador a su propio territorio, la enfermería, y ahora estaba decidido a obtener una respuesta.

—Embajador —comenzó—, no estoy seguro de cuánta alma poseo, y usted es casi el último comprador al que se la vendería. Pero considero que en este momento estoy al mando efectivo de esta nave. No puedo saber si el señor Scott o cualquier otro miembro de la tripulación está libre de la Totalidad o de su propia Unidad, y por lo tanto es apto para el mando. No sé qué le hizo usted a Jim Kirk durante ese contacto del que Spock lo sacó. No me gusta lo que resulta evidente que usted cocinó junto con la Totalidad; pero tengo que mantener esta nave de una pieza y encontrar a su capitán y primer oficial. Y a Sola. Si su precio es mi alma, le ofreceré lo mismo que el capitán. Si él se une a usted, también lo haré yo. Pero debe dejarme en libertad hasta ese momento, ayudarme a conservar la nave y encontrarlos a ellos.

Gailbraith sonrió.

—Eso difícilmente podría ser considerado un pacto, doctor, si se tiene en cuenta que en caso de que yo me apodere del alma de su capitán, también obtendré la suya con casi total seguridad.

McCoy se encaró directamente con él.

—Gailbraith, usted no tiene todas las cartas en la mano. Bajo el código siete, como oficial médico superior, tengo poder para dar ciertos pasos…, lo que incluye, en caso necesario, una secuencia de destrucción. E incluso en el caso de que pudiera sacar a su gente de la nave, su Unidad tampoco sobreviviría en ese planeta. Le sugiero que acepte el pacto.

McCoy no describió los límites de su poder ni la profundidad de su renuencia a utilizarlos. Había jugado al póker desde Georgia hasta Jim Kirk. Gailbraith sonrió.

—Doctor, usted no podrá saber si mi propósito inmediato es ayudarlo, o si simplemente estoy fingiendo hacerlo mientras aguardo a sorprenderlo con la guardia baja. Sin embargo, dentro de esos límites, y en mi tiempo libre, lo ayudaré por ese precio.

McCoy respiró profundamente. No estaba seguro de qué se suponía que debía hacer uno después de venderle el alma al diablo, pero sería mejor que continuara adelante.

—Mantendrá usted al señor Scott y a la tripulación de mando libres de la Totalidad y de su propia Unidad —comenzó—. Scott, Sulu, Uhura, Chekov, Chapel, y algunos otros cuyos nombres le daré.

Gailbraith negó con la cabeza.

—Tres de ellos ya pertenecen a la Totalidad, o a mi Unidad.

McCoy sintió que el corazón se le contraía como si se lo estrujara una prensa. ¿Scott? ¿Chapel? Cualquiera de ellos. Dios mío. Entonces, era un hecho que él estaba defendiendo el fuerte, la última línea de defensa.

—Me dirá usted quiénes son —declaró—, y luego me ayudará a encontrar al capitán.

Gailbraith se encogió de hombros.

—Posiblemente. Cuando me apetezca.

Kirk retrocedió cautelosamente a lo largo de una rama, con los ojos clavados en el gato-oso, tentando su camino con los pies y una mano, hasta que quedó de espaldas contra el tronco de un árbol.

Apoyó la lanza contra el tronco, pero no esperaba que eso le sirviera de mucho. Aunque consiguiera atravesar al gato-oso, probablemente sería aplastado por el enorme peso de la bestia y resultaría muerto en medio de sus espasmos de agonía.

Pero la primera regla de supervivencia era la de continuar intentándolo hasta que uno ya estaba muerto… y a veces después de estarlo.

El gato-oso lo miró como si fuera un bocado bastante interesante, y luego cargó.

Kirk sujetó la lanza, y cuando la punta entró en el pecho del animal, él saltó. Estaba a unos seis metros del suelo, pero amortiguó ligeramente la caída cogiéndose a una o dos ramas mientras se precipitaba hacia abajo.

Aterrizó con un fuerte impacto, rodó, y el animal cayó junto a él, gruñendo, como una bufante masa de dientes y garras, agonizante.

Él retrocedió arrastrándose, de espaldas, hasta que lo detuvieron los troncos de los árboles. Sostuvo en la mano el débil trozo de bambú azul como si fuera un cuchillo, y esperó hasta que el animal se irguió sobre dos patas como un oso, el doble de alto que él.

Luego, cuando intentaba apoderarse del hombre, el animal se desplomó y Kirk escapó apenas del peso que se le venía encima. Le sorprendió encontrárselo muerto a los pies.

Kirk apartó el rostro, conmocionado por la muerte de algo tan grande y hermoso, y al mismo tiempo sorprendido de estar con vida.

No sobreviviría a muchos más encuentros como ése. Y en alguna parte se había golpeado contra una rama el brazo anteriormente herido, y supo que la curación de Gailbraith no era perfecta. Había restablecido las funciones esenciales, pero no la habitual fortaleza hasta el hueso. Estaba otra vez dolorido, y sentía el profundo shock que le acechaba. Tenía un tobillo torcido, y dudaba de poder avanzar ahora por los árboles.

Se puso a caminar por el suelo cojeando, en busca de más macizos de aquel escaso bambú azul. Un hombre desarmado no podía durar mucho en tierra, pero tenía que encontrar otra arma, y debía continuar.

De alguna forma, lo que más lo trastornaba era la idea de que Sola, o Spock, encontrasen su cuerpo debajo de un gato-oso o ser lupino.

O… que no lo encontraran…