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El sistema solar se extendía ante ellos como el sueño de un viajero de las estrellas: hermoso, incólume, un regalo del universo que aguardaba a que lo desempaquetasen; o una trampa que esperaba a que la hicieran saltar…

—El sistema Cephalus —dijo el primer oficial Spock desde la terminal científica de la Enterprise— es el centro matemático del sector Marie Celeste. Tenemos que considerarlo como una trampa para naves estelares.

—Estoy de acuerdo, señor Spock —replicó Kirk—. ¿Planetas habitables?

El capitán James T. Kirk vio que la oscura cabeza y puntiagudas orejas del vulcaniano se inclinaban sobre los escáneres, y se aprovechó de la concentración de Spock para avanzar, muy cuidadosamente, desde las proximidades de las puertas del turboascensor hasta el asiento de mando.

No se trataba de que al vulcaniano fueran a pasársele por alto muchas cosas respecto a Kirk, o que alguna vez hubiese sucedido algo semejante, pero lo último que Kirk deseaba en aquel preciso momento era que Spock se diese cuenta de qué demonios le sucedía a su capitán. Fatiga, eso era todo; y algunas heridas a medio curar: costillas rotas y cosas por el estilo. Últimamente había sido golpeado un poco de más; y no estaba durmiendo demasiado, con aquellas pesadillas. En una ocasión, una de esas pesadillas había comenzado durante el día… De pronto, en ese momento, volvía a empezar…

Estaba en algún lugar en el que no se encontraba solo, en el que nunca más se hallaría solo. Había con él alguien que sabía todo lo que era o quería ser, y que era uno con él, conocido por él, también, hasta el último secreto. No quedaba nada más que ocultar o a lo que resistirse. También había otros, cada uno único, pero ahora todos parte de él. Y ahora sabía que eran una nueva forma de vida que luchaba para nacer. Y, al igual que cualquier forma de vida, tendrían que crecer, o morir…

Kirk salió repentinamente de la pesadilla, y sólo entonces se dio cuenta de que había vuelto a caer en ese peculiar estado. Se trataba de una sensación o estado momentáneos para los que en realidad no había palabras. No estaba seguro de por qué había llegado a una profundidad de anhelo semejante, tan urgente… como si hubiera tocado algún núcleo de soledad interno, desconocido. Sólo tenía la certeza de que nunca había sentido algo así, y que no quería volver a sentirlo jamás.

Y ahora se daba cuenta de que había tenido un momento de recaída en el puente. Sabía que eso no podía ocultárselo adecuadamente al vulcaniano, que era su segundo al mando. Sin embargo, sentía una curiosa renuencia a confesarlo.

Entonces Spock se volvió y Kirk se dio cuenta de que lo había leído como si sus rendimientos estuvieran escritos en Braille. Los oscuros ojos del vulcaniano comentaron en silencio que el humano había abierto unos cuantos paquetes sorpresa de más últimamente, y había hecho saltar demasiadas trampas.

—El cuarto planeta —comentó Spock en voz alta— está en el límite de la clase-M, pero es peligroso en extremo. Tiene un satélite grande; y uno pequeño, o una nave de un tripulante en órbita.

—¿Una nave de un tripulante aquí? —preguntó Kirk—. Eso requeriría más entrañas que cerebro.

—Un exceso que los humanos han demostrado, según lo que se sabe —replicó Spock, lleno de intención.

—Mientras que los vulcanianos, por supuesto, sólo se juegan sus testarudos cuellos por razones perfectamente lógicas.

—Por supuesto, capitán —asintió Spock con tono suave.

—Capitán —intervino Uhura antes de que Kirk pudiera continuar con un repaso vulcaniano; él captó una tensión en la voz de la mujer que lo hizo volverse a mirar a su oficial de comunicaciones. El rostro bantú de ella tenía la habitual expresión de hermosa disciplina, pero ahora con un enojo que Kirk pudo captar—. El embajador Gailbraith está solicitando un canal prioritario de comunicación con el consejo de la Federación, para protestar por este retraso y el comportamiento de usted.

Kirk se sorprendió intentando abrazarse las costillas rotas, y contuvo el gesto.

—Informe al embajador que podrá disponer del canal para comunicarse con el consejo cuando no estemos en estado de silencio subespacial. Nos encontramos en la zona de desaparición de naves que bloquea la ruta de viaje hasta Zaran, como él sabe.

—Sí, señor. —Uhura comenzó a volverse hacia su panel de instrumentos—. Señor, ¿puedo hacer una observación personal?

—Adelante.

—Señor, la tripulación no entiende al embajador Gailbraith y su grupo. Algunos de ellos han estado presionando a los nuestros para que entren a formar parte de su «Unidad»…, no parecen aceptar un «no» por respuesta. Los miembros de la tripulación están comenzando a decir: «¿Son éstos los nuevos humanos? ¿Es por ellos por lo que se supone que estamos aquí…, es eso en lo que se supone que vamos a convertirnos?».

Kirk sonrió con tristeza.

—A mí mismo se me «escapan» un poco el embajador y compañía. No sé si los de su grupo se denominarían a sí mismos Nuevos Humanos; pero sí parecen ser parte de la creciente tendencia a sumergir al individuo en una más amplia consciencia. Si ellos son el futuro, supongo que nosotros somos el pasado. Aunque no apostaría nada a que no sea lo contrario.

—Pero se dirigen a Zaran, señor…, y actúan como si fueran de camino a casa.

Kirk no sonrió esta vez. Había realizado algunos esfuerzos para considerar el punto de vista según el cual, él y los que se le asemejaban —Spock, McCoy, Uhura, la tripulación de la Enterprise y la totalidad de la Flota Estelar— eran más o menos retrógrados prehistóricos de una atrasada era de individualismo. Pero, al final, no lo había creído así.

Y esa nueva visión de los Nuevos Humanos había estado a punto de costarle las estrellas. A los Nuevos Humanos les servía de muy poco la Flota Estelar, y para vencer la creciente influencia de ellos, el almirante supremo Heihachiro Nogura había querido conservar a Kirk en la Tierra como héroe vivo y argumento viviente en favor de la Flota Estelar. Había pillado a Kirk en un momento vulnerable al final de la primera misión de cinco años, y el resultado fue los tres años que Kirk pasó en el Almirantazgo… aprendiendo que no podía vivir allí.

Si no hubiera aprovechado la crisis Vejur como oportunidad para recobrar el mando de la Enterprise, todavía se encontraría allí…, o al menos se habría encontrado hasta que la Tierra fuese destruida por Vejur. Spock, en teoría, habría abrazado la total carencia emocional de Kolinahr en la montaña de Gol.

De alguna forma, Kirk no había esperado que la filosofía de Uno le siguiera al espacio, entre las estrellas, al menos no de esa forma.

El embajador y su grupo tenían el aspecto de unos seres humanos normales con pinceladas de otras especies, pero compartían alguna forma de Unidad que él no comprendía. Kirk había aprendido a convivir con muchas diversidades, y apreciarlas.

Ésa en particular lo hacía sentir profundamente incómodo, y ahora se daba cuenta de que quizás esa incomodidad era parte de su propia curiosa fatiga. Volvió bruscamente al problema inmediato.

—La filosofía del embajador no es asunto nuestro —dijo—. Simplemente se nos ha ordenado que lo llevemos hasta Zaran.

—En algún momento —comentó Uhura en voz baja, y Kirk vio que el oficial de armamento Pavel Chekov le echaba una larga mirada.

—Uhura —declaró Kirk—, no hemos recibido ninguna orden política.

—No, señor —replicó Uhura con firmeza—, por supuesto que no.

No agregó que les habían ordenado investigar dos sistemas solares desconocidos y un misterio sin resolver de un año de antigüedad, que constituía la desaparición de naves en ruta. En todo eso había una política general, en alguna parte.

—Le transmitirá usted mi mensaje al embajador —prosiguió Kirk—. Yo le veré cuando sea conveniente.

—Sí, señor.

Kirk volvió a mirar a Spock.

—La nave exploradora —informó Spock— está acercándose para aterrizar en el cuarto planeta.

—Uhura —dijo Kirk—, haga contacto con esa exploradora. Adviértale de las condiciones extremadamente peligrosas del planeta. ¿Cómo es el mundo de ahí abajo, señor Spock?

—Creo que como la Tierra de hace un millón de años. Existen grandes extremos: calor, frío, lluvia, sequía, selvas, volcanes, predadores. Y se encuentra en un estado de gigantismo como el que pasó la Tierra. Las lecturas de formas de vida son mucho más grandes de las que uno esperaría.

—¿Cuánto más grandes? —preguntó Kirk, con la sospecha de que no quería saberlo.

Spock se encogió de hombros.

—¿Recuerda los hallazgos de la garganta de Olduvai África, a mediados del siglo veinte? Un tal doctor Leakey encontró huesos de una oveja que medía tres metros y medio hasta el hombro, con parejas de caballos de seis patas. Había predadores parecidos. También un humanoide primitivo de aproximadamente nuestro tamaño… que había muerto a una edad temprana.

Kirk sonrió; encontraba que ese tipo de problema era, en verdad, mucho más de su gusto.

—Señor Spock, es usted un bastión de fortaleza y aliento.

—Capitán —intervino Uhura—, no puedo establecer contacto con la exploradora, pero ha enviado una microrráfaga de código de alta velocidad, mientras descendía. No podemos leerla, pero reconozco el tipo. Es un código de memoria idiosincrásica utilizado por un agente autónomo de la Federación.

—¡Un agente autónomo! —Kirk se encontró ya de pie, mientras la fatiga lo abandonaba ante la perspectiva de entrar en acción—. Trace la trayectoria de descenso, señor Sulu, y transmítale las coordenadas de aterrizaje a la sala del transportador. Señor Spock, venga conmigo.

Spock lo siguió al interior del turboascensor.

—Dependencias de los huéspedes de honor —le dijo Kirk al control de voz.

—Convocaré un grupo de descenso —comenzó a decir Spock.

—Somos nosotros el grupo, señor Spock…, en cuanto haya hablado unas palabras con el embajador Gailbraith.

—El doctor McCoy especificó turnos de trabajo ligeros después de las heridas que recibió usted.

Kirk se encogió de hombros.

—Un paseo por el planeta, señor Spock. El aire me sentará bien. —Spock inició una protesta, pero él lo interrumpió—. Ahí abajo hay un agente autónomo, Spock, y esa señal era, con casi total seguridad, una petición de auxilio. Un agente autónomo no rompe el silencio de código idiosincrásico por nada inferior a la proximidad del fin de un mundo. Spock asintió con la cabeza.

—La llamada, en cualquier caso, no estaba dirigida a nosotros.

—De todas formas, vamos a bajar. Nosotros ofreceríamos ayuda a cualquier viajero solitario que se encontrase en un mundo como ése… y comprobaríamos la presencia de cualquier personaje solitario en un sector sospechoso. Si hiciéramos menos, sería sólo debido a que sabemos que se trata de un agente autónomo. Si alguien está observando…

Se detuvo cuando el turboascensor los dejó cerca del ala de los huéspedes de honor.

—Un agente autónomo. ¿Sabe una cosa, Spock? Si yo tengo algún héroe…

Había existido sólo un puñado de agentes autónomos hechos y derechos en la historia de la Flota Estelar. No respondían ante nadie, excepto el propio Anciano…, ni siquiera ante el almirante supremo Nogura, sino ante el jefe de Estado Mayor de la Flota Estelar. Él podía ostentar el poder, y lo hacía, de la paz y la guerra, la reforma y la revolución. Ningún hombre, entre un millar de millones, tenía ese tipo de mente, valor y terrible independencia.

Y la mayoría de los que habían ostentado ese rango, murieron en él. Jóvenes.

—Los capitanes de naves estelares —señaló Spock— raras veces sobreviven a una misión de cinco años.

Kirk levantó los ojos hacia él, sobresaltado, como si el vulcaniano acabara de leerle los pensamientos.

—Eso es diferente —replicó.

Spock asintió con desapasionamiento.

—Sí. Es más difícil.

Kirk se sintió irracionalmente conmovido. Pero no estaba en condiciones de averiguar por qué. Se preparó con resolución y traspuso las dobles puertas que conducían al salón de los huéspedes de honor.